Presentación del dossier
Con el título “El Caribe hispano un laboratorio para las ciencias y las humanidades”, el dossier integrado por cuatro artículos, da cuenta del papel destacado del cultivo de la caña de azúcar en la región, como uno de los frutos de la tierra que desde el punto de vista económico, social y político definió la personalidad a las Antillas hispanas. A través de lo que sucede con la producción e industrialización de la graminea en el mercado internacional, algunos autores han explicado la enorme vinculación que se teje y mantiene entre los intereses ultramarinos y los metropolitanos. La historia del azúcar como sintetiza Consuelo Naranjo en su libro Breve historia de las Antillas, remite al poder, a la grandeza, al comercio, a los esclavos, a las elites y en el caso de Cuba, a las oligarquías de la sacarocracia y la plantocracia: “el fuerte contenido semántico económico-social de estos términos evoca [la tierra y] la plantación como elementos vertebradores de sociedades marcadas por la esclavitud”.1
Azúcar y esclavitud son la condición que dan cuerpo a los temas abordados en este dossier. En ellos resalta la enorme ascendencia que el preciado endulzante llegó a tener en el tráfico marítimo trans-oceánico de personas, mercancías, trasmisión de ideas, conocimientos, tecnologías, como artefacto ideológico y cultural que configura las políticas de control social y económico de la región. A través del comercio trasatlántico Cuba y Puerto Rico se conectaron a mundos distantes y sus élites económicas y políticas se empaparon de los modelos e ideas que sobre el desarrollo y la modernidad se postulaban en Europa y Estados Unidos.
La caída de las monarquías y la instauración de las primeras repúblicas americanas como explica Mª Dolores González-Ripoll en el caso de Cuba, detonaron la discusión de la esclavitud desde las Cortes de Cádiz. Bajo el título Juan Bernardo O’Gavan(1782-1838), sacerdote cubano, liberal y un esclavista más, se sirve de ejemplo del discurso elaborado por del clérigo en 1821 y sus estrechos vínculos con la sacarocracia, para analizar las ideas que dieron sustento a la narrativa de la ideología esclavista y el modelo de plantación en Cuba, la cual considera la más acabada del periodo. Ese relato lo contrapone a los postulados de la abolición sostenidos por el británico John Bowring.
Por su parte María Teresa Cortés Zavala se coloca en las décadas de 1840-1850, momento que la historiografía puertorriqueña ha definido como de estancamiento productivo de la isla ante la caída estrepitosa de los precios del azúcar y la poca capacidad de innovación tecnológica que padecieron los propietarios ante la falta de bancos y casas de crédito. El artículo La Escuela de Agricultura, Comercio y Náutica y la educación científico-técnica en Puerto Rico, 1850-1870, se enmarca en el contexto de la crisis y sirve a la autora para explorar los arquetipos que, en torno al desarrollo y la modernidad, se expresaron en la isla y la visión utilitaria de la educación técnica y la ciencia agronómica que compartieron los grupos en el poder. En la instauración de la Escuela de Agricultura, Comercio y Náutica encuentra uno de los experimentos educativos pactado entre las autoridades coloniales, los hacendados y las elites letradas criollas para dinamizar a largo plazo la economía azucarera de la Isla, sin poner en duda el sistema esclavista. Formar manos expertas para el campo, la administración pública, el comercio y la navegación, fue la propuesta de gestión que se experimentó en los años de 1854, en que se inaugura la escuela, y 1870 en que deja de funcionar, para equilibrar los efectos de la crisis y la tensión política.
Siguiendo con el pragmatismo que caracterizó a la comunidad de productores y pensadores azucareros en Cuba, Leida Fernández Prieto en Del laboratorio a la plantación: agronomía y agrónomos en Cuba, 1881-1909, analiza el proyecto de la Escuela de Agricultura del Circulo de Hacendados. La Escuela fue el espacio que canalizó el nuevo proyecto científico de la industria azucarera, donde el campo pasó a jugar un papel central del discurso modernizador y en ella se intenta construir, como se había planteado años antes en Puerto Rico, la figura del trabajador libre o colono a finales del siglo XIX. De allí que Leida Fernández considere a la isla de Cuba como un laboratorio de modernidad y espacio de intersección entre lo global y lo local para aplicar y crear códigos de actuación de la agricultura científica a través de la institucionalización de la agronomía.
Desde una visión comparada Brenda Verónica Chavelas Sánchez, en La extensión del conocimiento agronómico en la prensa azucarera de Cuba, Puerto Rico y México (1885-1907), se vale de la edición de revistas especializadas en el tema del azúcar, procedentes de tres centros azucareros cuya trayectoria productiva ha tenido un peso relevante en la economía de esos países. Su ensayo se desarrolla en las últimas dos décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX, en que el periodismo especializado se había convertido en una de las principales correas de trasmisión de las ideas de desarrollo económico y modernidad de la época.
A través de las publicaciones de la Revista del Círculo de Hacendados de la isla de Cuba (1879-1910); Revista de Agricultura, Industria y Comercio (1885-1893) y la revista El hacendado mexicano y fabricante del azúcar (1904-1912), Chavelas Sánchez examina las distintas versiones que se difunden en los impresos de la modernización agroindustrial en el Caribe hispano colonial y lo que hacen sus homólogos los hacendados del azúcar en México, en momentos de crisis. De acuerdo con la autora, las elites letradas impulsoras de las revistas se tornaron en las difusoras de los principios de la agronomía científica y expusieron las funciones que debían jugar en la enseñanza formal en una propuesta de desarrollo nacional.
La trascendencia de los estudios del clima, el uso de abonos naturales y químicos, la innovación tecnológica son parte de la concepción desplegada en las páginas de las revistas, pero sobre todo, el artículo subraya la noción de organización y conciencia de sí que tenía el gremio. De acuerdo con la autora, las revistas analizadas además de mantenerse por varios años en el espacio público, mantuvieron un conjunto de lectores con distintos niveles de escolaridad.
Por último, como parte complementaria a este dossier, en la sección Documentos especiales se incorpora el discurso que Consuelo Naranjo Orovio pronunció en la ceremonia de su ingreso a la Academia Mexicana de Ciencias. Desde el intercambio epistolar que establecieron Alfonso Reyes, Ramón Menéndez Pidal, Fernando Ortiz y Federico Onís, reconstruye las relaciones científicas, culturales y de amistad que tejieron ese grupo de pensadores desde México, España, Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico. El escenario atlántico es el artífice de los diversos proyectos individuales y colectivos que ensayaron en favor de la cultura hispanoamericana y su universalización en las tres primeras décadas del siglo XX. La figura de Alfonso Reyes aparece como articuladora, mediadora y de enlace con el mundo intelectual mexicano o de otras latitudes. Las cartas dan cuenta de la intensidad e intimidad de las relaciones que establecieron entre sí y los puentes que crearon con otros intelectuales. La guerra civil española y el destierro intensificaron los puentes de comunicación. Las publicaciones periódicas se convirtieron en el instrumento aglutinador de los intereses comunes y redes que lograron aglutinar con otras comunidades científicas y literarias.
Notas