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FLOR DEL AIRE (1900): LA NOVELA ARGENTINA DE GABRIELA DE LAPERRIÈRE
Natalia Crespo
Natalia Crespo
FLOR DEL AIRE (1900): LA NOVELA ARGENTINA DE GABRIELA DE LAPERRIÈRE
Fleur de l´air (1900): The Argentine Novel by Gabriela de Laperrière
Cuadernos de Literatura, núm. 27, e2706, 2025
Universidad Nacional del Nordeste
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Resumen: Tras una introducción en donde se presenta a Gabriela de Laperrière de Coni (Pezens, 1861 - Buenos Aires, 1907) y se propone una posible tipología para su obra, este artículo ofrece una lectura de Flor del aire. Novela argentina (en prensa). Escrita originalmente en francés y publicada en París en 1900, Fleur de l´air. Roman argentin permanecía hasta ahora en los archivos, a la espera de una traducción al castellano. Poco leída por la crítica especializada, ha sido considerada una novela sentimental e histórico-política (Pagés Larraya, Pierini). Atendiendo a las representaciones que ofrece sobre la violencia de criollos hacia colonos (que alcanza su punto máximo en las revueltas agrícolas de 1893 en Santa Fe), sobre la corrupción de cierta elite oligárquica enquistada en el poder, sobre los peligros del atavismo y las ventajas de las “mezclas” o “cruzas”, sobre los saberes ocultos en lo supra-sensorial o extra-racional, en este artículo leemos Flor del aire como una novela que, ante todo, construye discursivamente legitimidad en torno al acceso de inmigrantes, colonos y mujeres a espacios hasta entonces privativos de criollos, hombres y terratenientes.

Palabras clave: literatura franco-argentina,archivo,género,inmigración,traducción.

Abstract: After a brief introduction with some information about Gabriela Laperrière de Coni (Pezens, 1861 - Buenos Aires, 1907) and a typology of her work, this article offers a reading of Flor del aire. Novela argentina (2025). Written in French and published in Paris in 1900 as Fleur de l´air. Roman argentin, this novel has remained in archives, largely unexamined by specialized critics, and awaits a Spanish translation. Little read by specialized critics, it has been considered a sentimental and historical-political novel. Focusing on its characterizations of Argentinians and French, its exploration of medical notions (particularly the spirit-matter dichotomy), and its depiction of violence against 'colonos' during the 1893 Santa Fe revolts, the article argues that Flor del aire elucidates the conflictive assimilation process of settlers into local culture and their struggle to legitimize their integration into their new homeland, Argentina.

Keywords: French-argentine literature, archive, gender, immigration, translation.

Carátula del artículo

Artículos

FLOR DEL AIRE (1900): LA NOVELA ARGENTINA DE GABRIELA DE LAPERRIÈRE

Fleur de l´air (1900): The Argentine Novel by Gabriela de Laperrière

Natalia Crespo*
Universidad Nacional de San Martín - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Cuadernos de Literatura
Universidad Nacional del Nordeste, Argentina
ISSN: 0326-5102
ISSN-e: 2684-0499
Periodicidad: Semestral
núm. 27, e2706, 2025

Recepción: 29/04/2025

Aprobación: 27/07/2025


La obra: un ordenamiento posible1

Gabriela de Laperrière de Coni (Pezens, 1861 - Buenos Aires, 1907) fue una militante socialista, defensora de los derechos de mujeres y niños, feminista y escritora franco-argentina, emigrada a Buenos Aires en 1885 (Pierini, 2007, p. 7). Su vasta producción escrita (firmada bajo diversas combinaciones de su nombre e incluso con seudónimos) se halla aún en proceso de localización y reedición. La poca bibliografía que hay sobre de Laperrière se aboca principalmente a su labor como trabajadora social y miembro del Partido Socialista. En esta línea, se destacan los estudios de José Ratzer (1981), María del Carmen Feijóo (1981), Donna Guy (1989), Dora Barrancos (2008), Graciela Tejero-Coni y Andrea Oliva (2016), Ricardo De Titto (2018) y Horacio Tarcus (2024). El estudio más reciente en esta línea es el artículo de Sabina Di Marco, “Gabriela Laperrière de Coni: una mirada socialista y feminista sobre las mujeres e infantes trabajadores en la clasificación de residuos (Buenos Aires, 1890-1902)” (2025).

También existe una línea bibliográfica de estudios críticos sobre su obra literaria, que se inicia con el controversial estudio de Antonio Pagés Larraya, Gabriela de Coni y sus ficciones precursoras (1965), en donde se rescatan por primera vez algunos datos importantes de su obra (sobre todo en torno a su primera novela, Fleur de l´air), aunque se edulcora y menosprecia su lucha política. Continuación de la línea crítica sobre esta obra literaria son los estudios siempre muy documentados de Margarita Pierini (2007), el libro fundamental de Graciela Tejero Coni y Andrea Oliva, Gabriela de Laperrière de Coni. De Burdeos a Buenos Aires (2016) y, más recientemente, un artículo de María Vicens y Eugenia Vázquez sobre Fleur de l´air (2025). El presente artículo se inscribe dentro de esta línea y se nutre de todos estos aportes precedentes.

Propongo una posible tipología para pensar el conjunto de la producción escrita de esta autora, divisible en tres géneros que, a grandes rasgos, se corresponden con etapas de su vida. Habría un primer período en donde de Laperrière produce más que nada, hasta donde sabemos, cuentos infantiles que publica en la Revista de Higiene Infantil (durante 1891 y 1892). Esta producción para las infancias se continuará, unos años más tarde (entre 1901 y 1902) con cuentos como “Nounou” y “Nounou de Juan”, publicados en la Revista de Lucha Antituberculosa.2 Como puede inferirse por los nombres de las dos revistas, se trata de publicaciones especializadas en medicina, con artículos sobre prevención de enfermedades, sobre la situación social y médica de las poblaciones infantiles afectadas. La primera de ellas, la Revista de Higiene Infantil, es el órgano de publicación de la flamante entidad Asistencia y Patronato de la Infancia, fundada ese mismo año, en 1891, y bajo la dirección del que fuera el segundo marido de la escritora, el médico higienista Emilio Coni. Estos primeros cuentos, escritos en francés y firmados con el seudónimo “Miriam”, eran los únicos textos dentro de esta revista no dirigidos a adultos: ello se dejaba claro a través de varios vocativos e interpelaciones que hacían referencia a un público infantil oyente. Asimismo, por sus temáticas, se puede conjeturar que se trataba de un público oyente no solo infantil sino internado en el Patronato y en situación de orfandad y/o adoptabilidad. “Ahora bien, pequeños ángeles que amo”, leemos hacia el final del cuento “El pequeño grumete”, “si me preguntan qué fue de Francis, el pequeño grumete, sepan que él no ha dejado más a Fifí, ¡el papá del pequeño lo ha cuidado junto a él, y últimamente me han dicho que él no se queja más de no haber sido besado nunca!” (Tejero Coni, 2016, p. 129).

El segundo período de esta obra lo constituyen las dos novelas, ambas en su lengua materna: Fleur de l´air. Roman argentin (1900) –digitalizada por la Academia Argentina de Letras y disponible en línea– y Vers l´œuvre douce (1903), alojada en la Sala de incunables de la Biblioteca Nacional de Maestros. Ambas se publicaron en Francia y, hasta ahora, nunca se han traducido.3

Un tercer período, que corre paralelo en años con la producción novelística, pero que no comparte ni la lengua ni el país de publicación, va de 1900 hasta su temprana muerte, en 1907, y podría llamarse de producción miscelánea argentina, durante el cual Gabriela de Laperrière escribe una cantidad (aún indeterminada) de textos: conferencias, panfletos, informes técnicos, notas de prensa y piezas teatrales (estas últimas aún no recuperadas). Dentro de las conferencias, hubo dos especialmente importantes porque fueron las que la convirtieron en un personaje público, a raíz del alto impacto en los oyentes y la gran circulación que tuvieron. Es el caso de “A las obreras”, que tuvo una tirada de 10.000 ejemplares (De Titto, 2018, p. 75) y de la Conferencia sobre la paz (1901), célebre en su momento por la importancia que cobraba, ante la amenaza de un conflicto internacional de gran escala, la lucha antibelicista, sobre todo como bandera de las feministas. En cuanto a los informes técnicos, se sabe que escribió cerca de cien, a raíz de sus visitas a fábricas y talleres, en calidad de Inspectora ad Honorem, entre 1902 y 1907. Las obras de teatro, hasta donde sabemos, fueron dos, Yo no tengo la culpa y Triunfando, esta última sobre las luchas sindicales de las alpargateras (Tarcus, 2024). Al parecer, estas piezas de dramaturgia circularon como manuscritos de mano en mano, entre los actores, se representaron con gran éxito en salas del circuito no comercial, en fábricas y en comités del Partido Socialista, pero nunca llegaron a letra de molde ni se preservaron los textos originales. En cuanto al material disperso de prensa, se sabe que de Laperrière publicó notas en diversos medios, bajo combinaciones de su nombre como así también bajo diversos pseudónimos. La recolección y reedición de este material se halla en pleno proceso. Por lo poco que ha sido reeditado (Tejero-Coni y Oliva, 2016) y por los estudios de quienes se han ocupado de analizar este segmento de su producción, se sabe que esta escritura no ficcional (conferencias, ensayos, notas de prensa, informes técnicos) se inicia con su militancia por la causa de la paz (plasmada en su conferencia homónima de 1901) “hasta la incorporación al socialismo, en un camino cuya radicalización le valdría –en lo partidista– la expulsión del PS y la creación de una nueva tendencia, el Sindicalismo Revolucionario” (Pierini, 2007, p. 10).

La novela argentina

Flor del aire (1900) subtituladanovela argentina”,escrita en francés y publicada en 1900 en París,4 puede ser leída como una novela sentimental, de estilo romántico y trama amorosa, en donde la protagonista es una heroína huérfana, frágil, bondadosa, que debe sortear una serie de dificultades hasta llegar al “final feliz”, homologado aquí, como corresponde a la narrativa sentimental del período, con el casamiento y la maternidad. Con elementos del melodrama y con un argumento por momentos demasiado frondoso (Pagés Larraya, 1965; Pierini, 2007), está presente el motivo clásico de la virtud recompensada: gracias a su entereza moral, Anita Kerven, la flor del aire (o Flor), logra “reencauzar” su vida, superando una serie de eventos trágicos, entre ellos, el más importante: el asesinato de su amado, Luis Mendel. Pero Flor del aire es mucho más que un melodrama sentimental.

La primera parte, compuesta de diez capítulos, se ambienta mayormente en la estancia de C, un pueblo cercano a Rosario, alrededor de 1890. Descripto de modo costumbrista, un poco al estilo de El médico de San Luis (1861), de Eduarda Mansilla, en este escenario rural, patriarcal y fuertemente clasista, la voz narrativa se esforzará por dar cuenta de aquellos rasgos que expliquen la argentinidad a sus lectores franceses. Esta “esencia” será definida a través de la descripción de paisajes, comidas, casas, tipos sociales, vestimentas señalados muchas veces en el texto con palabras en español escritas en bastardilla y con notas al pie explicativas. Es en la estancia de C, regenteada por la criolla Luciana Sáenz, donde se cría Anita Kerven, la protagonista que, a sus cinco años, llega con su madre, una cocinera e institutriz francesa que trabajará en casa de los Sáenz. Anita es apodada por los dueños de casa Flor del aire por su carácter etéreo y movedizo/migrante:

Anita, de cinco años, dormía sobre su hombro. Parecía tan frágil, era tan pequeña, su debilidad la hacía tan etérea, que la mujer del médico, acariciándola, la apodó Flor del Aire, como esta suave y blanca orquídea, tan ligera, tan tenue, hecha de un soplo de aire, materializado en reflejos de nácar y satén.

—Has venido de muy lejos, cariño, de la tierra de Francia. Como la semilla de esta flor que el viento se lleva y deja bajo un árbol que la adopta y la nutre con su savia y con un beso del sol. Así, tomaremos a la niña francesa y será una flor argentina.

—Ya no será Anita, sino “Flor” —dijo el doctor entre risas.

Y ella inmediatamente respondió:

—Sí, Flor, Flor argentina.

Gracias al amor paternal que inspira Flor en el Dr. Mendel, la niña permanece en esa casa aun después de fallecida su madre y es criada como una hija propia5y como discípula de este médico rural y no como sirvienta, según era el deseo de la Señorita Luciana, dueña de la casa. En paralelo con este ambiente rural-familiar que describe una sociabilidad y un estilo de vida propios del siglo XIX, se narran las andanzas de Luis Mendel en Rosario. Hijo del médico que paterna a Flor, Luis Mendel es un joven abogado que milita en las filas de la Unión Cívica y que investiga una causa de corrupción que revela una trama de alianzas entre el poder político rosarino y los terratenientes de la zona. La primera parte de la novela se cierra con el asesinato del joven radical justo antes de que publique los resultados de su investigación. Así, “el eje dramático de la obra –el asesinato de un personaje central para detener su cruzada anti-corrupción–, se corresponde con lo que la ideología del naciente radicalismo, en la prédica de su caudillo Leandro Alem, denunciaba como los males más profundos del Régimen: contra la vergüenza actual, contra la inmoralidad política, contra los escándalos administrativos, contra la corrupción impositiva…” (Pierini, 2007, p. 12).

La segunda parte transcurre mayormente en Buenos Aires, aunque también en la estancia de C y sus alrededores (en los capítulos en torno a la boda de Esther Bravo y Juan Arteaga), y narra la lenta recuperación afectiva de Flor tras la pérdida tanto de Luis, su amado, como del padre de este y mentor de Flor, el anciano Dr. Pascal Mendel; su difícil inserción profesional como médica y, por sobre todo, el aprendizaje de cómo manejar su propia psiquis. Se trata de una suerte de poder supra-sensorial de la protagonista que generalmente toma la forma de una voz ajena que se le impone como propia dentro de su cabeza y/o a través de experimentar desvanecimientos y dolores físicos. Gracias a la ayuda del Dr. Eduardo Larsan, joven médico colega que será luego su marido (tal vez alter ego de Emilio Coni),6 Flor aprenderá a dominar este poder y a usarlo a su favor. El motor de esta segunda parte es descubrir quién ha matado a Luis y por qué. Las sospechas recaen sobre Lisandro Arteaga, mejor amigo del militante asesinado, y aliado con políticos y empresarios comprometidos con las estafas que el joven radical estaba a punto de hacer públicas. Movilizada por su deseo de saber, será Flor quien desenmascare un gran acto de corrupción entre el Ministro de Guerra Dr. Laro (alter ego de Estanislao Zeballos según Pierini, 2007),7 y Lisandro Arteaga, el amigo íntimo –en verdad, el delator– del asesinado Luis Mendel. Estudiante de medicina primero, luego médica en el Hospital de Niños, mientras reconstruye su vida afectiva a partir de afianzar viejas amistades y generar nuevas, en esta segunda parte Flor va conociendo la trama de traiciones, conflictos y malentendidos que llevaron, no solo al asesinato de su amado sino a las revueltas de 1893, de las cuales es testigo y partícipe como médica socorrista. La novela se cierra con el casamiento de Flor con Eduardo Larsan y el nacimiento del hijo de ambos.

Novela autobiográfica (Pagés Larraya, 1965, p. 14), “novela política” (Pierini, 2007, p. 48), novela de rito de pasaje (Vicens, 2025, p. 88), Flor del aire está permeada por algunas de las corrientes del pensamiento científico de la época: nociones como la raza, el atavismo y el determinismo del medio la atraviesan de principio a fin. Pero también hay en el texto nociones en torno a los saberes desconocidos dentro de uno (el inconsciente), escenas de hipnosis, visiones y voces internas que conectan a Flor del aire con la serie literaria de las “fuerzas extrañas”, como titularía Lugones a su libro en torno de estos saberes ocultos,8 sobre la exploración de esa zona más misteriosa y alejada de lo racional.

En este sentido, podría plantearse –a grandes rasgos y sin detenernos en una serie de eventos y personajes secundarios– que la novela narra varias historias. Una es el aprendizaje (en esto, se acerca al bildungsroman) de Anita Kerven (su pasaje de la niñez a la vida adulta, de lo francés a lo argentino, de ser una suerte de sirvientita a médica, y de estar a merced de su poder hiper-sensorial a poder manejarlo a su favor). Otra es la historia del destino trágico de quienes luchan por la verdad y la justicia. Encarnada principalmente en la figura de Luis Mendel, la novela sugiere que, en la Argentina de la década de 1890, ser honesto y luchador conduce a la muerte: como Luis y Pascal Mendel, como Juan Arteaga y el doctor Linden, como Antoine Kerven (el padre biológico de Anita/Flor, que reaparece como uno de los cadáveres de las masacres de 1893) y como todos los demás colonos “suizos, alemanes y franceses”, asesinados por el gobierno en aquellas revueltas santafesinas. Otra, y quizás la más importante porque es la fuente de todas las tensiones narrativas de la novela, es la historia de la difícil asimilación de los colonos en la Santa Fe de la década de 1890, la lucha por la legitimidad de los espacios que se habitan y de las ideas que se esgrimen.

Un país de violencias recurrentes

Joseph Campbell, en su célebre estudio sobre los mitos griegos, plantea que el camino del héroe puede pensarse estructurado en tres momentos arquetípicos: 1) la separación o partida del origen, 2) el viaje o estancia fuera del hogar, poblado de obstáculos y peligros tras cuya superación el héroe alcanzará cierta sabiduría y, finalmente, 3) el regreso al punto de origen con una nueva identidad a partir del conocimiento adquirido, concretamente, portando las “runas” o escrituras de la sabiduría. Luis Mendel parte de su casa paterna siendo aún muy joven (tiene apenas dieciséis años cuando, en el primer capítulo, presenciamos su visita a C, tras un viaje en tren desde Rosario, donde estudia abogacía), completa sus estudios fuera del hogar y, una vez adulto, es nombrado presidente del Banco de la República. Habiendo ya militado en el radicalismo y muy comprometido con los intereses populares, Luis investiga y confecciona una lista en donde figuran los nombres de todos los oligarcas deudores (una suerte de “runas” de la sabiduría) que han pedido al banco préstamos nunca devueltos. Pero el héroe no logra superar el obstáculo final y es asesinado en el camino de regreso al hogar, en un paraje rural en medio de la noche. Esta es la primera muerte y la más importante, dado que se trata del protagonista masculino de la primera parte de la novela, del amante de Flor y, sobre todo, del líder de los revolucionarios radicales. Se mata, así, simbólicamente, a una figura central para el pasaje de la Argentina de república gobernada por la oligarquía terrateniente a república democrática con alguna representatividad popular. Habrá que esperar hasta 1916, con el triunfo del irigoyenismo, para que estos jóvenes de la incipiente Unión Cívica lleguen al poder.9

La novela se abre, bien al estilo romántico, con una escena en donde la inclemencia de la naturaleza alegoriza otra violencia, de orden humano y latente así desde el inicio:

En Argentina, ese día, un día de verano a mediados de diciembre, a la hora en que los campesinos iban a almorzar, llegó desde el oeste una enorme masa gris que oscureció el sol. A su paso, olas de polvo rodeaban los caminos, se levantaban violentamente de a torrentes y la masa, hinchada, continuaba su camino, empujada por un viento furioso que parecía querer escudriñar la tierra desnuda hasta la corteza. Silbaba sobre las verdes llanuras donde no había nada que llevar, como miles de víboras enfadadas por no poder hacer daño. Llegó con su monstruosa avalancha desde la pampa —esa inmensidad de soledad— como un desafío insolente, como un desafío, un castigo tal vez, a los pueblos y pueblitos de la costa, productos precipitados de una civilización expansiva.

Desde las entrañas del país, desde “esa inmensidad de soledad” que es la pampa llega a la costa –al borde que separa el interior de Argentina con el afuera– una “monstruosa avalancha”, una “masa hinchada”, un “viento furioso” como “miles de víboras enfadadas”: se trata de un insolente desafío, un castigo o culpa (“comme un insolent défi, comme un blame peut-etre”, de Laperrière, 1900, p. 1). Retengamos de este primer párrafo, sobre todo, las ideas del malestar de la tierra (furia, enojo, desafío, castigo) hacia las nuevas civilizaciones: estas ideas serán cruciales para entender la novela. Extranjeros y viajeros se sorprenden primero, luego se protegen. Continúa el texto:

Una tristeza se extendió por los hogares, con esta sombra sucediendo al sol. Quien ve por primera vez un espectáculo así queda aterrorizado; sin embargo, se produce con bastante frecuencia, con distintos grados de fuerza, en América del Sur. Como todas las cosas violentas, al final, no dura mucho.

Así explica la voz narrativa a los lectores franceses, no conocedores de América del Sur, la mecánica de esta violencia: es súbita, genera terror y tristeza, dura poco pero es recurrente.

Esta misma mecánica puede aplicarse a otra violencia humana que se narra en Flor del aire, la masacre de los levantamientos de 1893 en Rosario:viene del corazón de la Argentina (el gobierno conservador), ataca mayormente a extranjeros (los colonos en armas), los castiga por el rencor que genera su crecimiento precipitado en la costa argentina, deja tristeza (innumerables muertos), dura poco, pero se sabe que volverá. Estos episodios de 1893 tendrán su punto más violento en el capítulo VIII de la Segunda Parte:

Por las calles de Rosario, se despliega ahora el funesto espectáculo resultante de las luchas intestinas y las matanzas metódicas del hombre, quien —gracias a su civilización— sabe hacer la muerte limpia y fácil y el nacimiento cada vez más difícil.

Moribundos, heridos, amigos, enemigos, exhalan sus quejas dolorosas en últimas convulsiones. La carnicería cesa, habiendo alcanzado su paroxismo con los colonos —el enemigo admite combatir a sus hermanos (¡triste preferencia!), pero no a extranjeros—. La tregua se proclama al fin, demasiado tarde para los cuerpos tendidos. Estudiantes de medicina, algunos civiles, enfermeras pasan, se inclinan, pálidos y exhaustos, los brazaletes marcados con la cruz.

—Suizos, franceses, belgas —dice un soldado que pasa—. ¿Por qué se entrometen en nuestras querellas?

—Tienen sus convicciones, como nosotros; obedecen al mismo yugo —responde su compañero.

—¡Ojalá se hubieran quedado labrando sus campos!

—¡El valor es admirable dondequiera que se encuentre! Mueren por tu bandera y por la mía. ¡Valientes! ¡Los saludo!...

Mientras que la Revolución del Parque (levantamiento popular del 26 de julio de 1890 contra el gobierno conservador de Juárez Celman) y todo el período alrededor de la crisis política y financiera de 1890 cuenta con una amplia representación literaria,10los levantamientos de 1893 han quedado casi por completo en el olvido. Flor del aire busca denunciar estos episodios injustamente borrados y acallados y lo hace, además, sacando el foco de Buenos Aires. Este ejercicio de recordar y honrar a los colonos caídos en estas revueltas se conecta en la novela con otro gesto político de memoria y homenaje. Leemos en el capítulo V de la primera parte:

Una pequeña escena ocurrida en el colegio de C***, da cuenta de la situación que se vivía. Eran los últimos días de agosto de 1890. La maestra, una mujer de cuarenta años, de tez ligeramente morena, rostro enérgico, ojos muy negros, resaltados por enormes cejas color tinta, decía a sus alumnos, en voz baja, pero muy profunda, muy seria, como corresponde a un órgano cuyo calibre debía ser proporcional a su imponente tamaño: “Hijos míos, hemos vivido todos con ansiedad durante dos semanas. De ahora en adelante, los hechos consumados pertenecen a la historia y, así como ella no pronuncia sus juicios inmediatamente, nosotros haremos lo mismo”. Sin embargo, me gustaría hacerles algunas preguntas para enseñarles a recordar, a hablar y a juzgar. No haré ningún comentario... pero mi corazón patriótico se niega a dejar pasar estos hechos sin al menos mencionarlos.

La escena del aula continúa con la intervención de cada alumno a partir de preguntas que, al estilo de la mayéutica, va desplegando esta maestra de “rostro enérgico” y “corazón patriótico”. Varias cuestiones son interesantes de la escena: la representación del trabajo profesional femenino (una de las banderas del feminismo de principios del siglo XX), lo altamente cosmopolita del alumnado (cada apellido da cuenta de un origen diferente), la fe de la novela en la capacidad transformadora de la educación, el relato oral del pueblo vencido como contracara de la historiografía oficial y, no menos importante, un dato aportado por William Beeton, uno de los alumnos de origen anglosajón, que armará serie con otros elementos de la novela: en la Revolución había “extranjeros y argentinos, todos hermanos… caballeros con sombreros de copa, cocheros, niños, generales, abogados, comerciantes, empleados, soldados, y ante la noticia del levantamiento, todos corrieron a unirse a este grupo”. Levantamiento mayormente de la clase media, podríamos inferir de la intervención de Beeton, con gente de todas las edades, orígenes y nacionalidades, se caracterizó por “hermanar” a argentinos y a colonos frente al poder militar (“Il y avait des étrangers, des Argentines, tous frères”, de Laperrière, 1900, p. 120). Al igual que en el relato de los levantamientos de 1893, en el de la revolución del Parque también se resalta la participación de extranjeros. Además de la “verdad histórica” que subyace a esos relatos, leo ese énfasis en línea con un tema que atraviesa la novela y que es su razón de ser: la construcción de legitimidad de esa inmigración.

Colonos y criollos: la disputa por la legitimidad

El asesinato de Luis a manos de un indio, sirviente del encumbrado Oloasco (el mismo indio que, hacia el final de la novela, lastimará el brazo de Juan Arteaga) y las masacres del 93 son las más flagrantes pero no las únicas formas de violencia que se narran en Flor del aire. De entrada, presenciamos la violencia de la señorita Luciana Sáenz hacia Flor: la niña parece no ubicarse en el lugar disminuido que, según esta criolla, le corresponde dentro de la escala social por ser huérfana y extranjera. “Debes aprender al menos el servicio de comedor, muchachita. Sólo quedan dos sirvientes en la casa, ¡despabílate!”, la increpa Luciana Sáenz pues si fuera por ella, “Anita Kerven habría servido el mate y limpiado las bombillas de plata durante mucho tiempo”. Cuando, tras la partida de Esther Bravo la escuela de C se queda sin maestra, Pascal Mendel decide hacerse cargo de la educación de Flor, llevándola con él a visitar pacientes. Luciana, enfurecida, responde que la niña se convertirá en “una inútil al principio, pues no sabe nada del trabajo de su sexo, una orgullosa que mirará a las personas como inferiores, y finalmente –dijo con risa burlona, con los labios apretados… una curandera ¡ni más, ni menos!”. La relación entre Luciana, la criolla terrateniente venida a menos (su patrimonio se ha ido achicando con el loteo y venta de varias hectáreas del terreno original de la estancia) y Flor (luego nos enteraremos, una niña con orígenes monárquicos y títulos de propiedad) alcanza su punto de mayor conflictividad en el capítulo III de la primera parte:

Flor no aguantaba más que la llamaran “campesina”, “muchacha de nadie”. Era una de las pocas cosas que su temple paciente no podía tolerar. Una ira surgió dentro de sí, junto con las lágrimas. Entonces Flor, normalmente muy amable, respondió al instante, con cierta audacia:

—¿Y de qué aristocracia es usted, señorita, para degradarme e insultarme así?…

Flor Kerven —por no haber movido siete veces la lengua dentro de la boca antes de hablar11—recibió un bofetón.

Pero la mayor violencia no parece aquí la física sino la del discurso que sigue al bofetón:

—¡Desagradecida!… ¡Víbora!” —respondió la señorita Sáenz mostrando los dientes, como los perritos que estaban a la moda. —¡Así me pagas por recogerte en el camino y convertirte en damisela!... ¡Ah! ¿De qué aristocracia soy? Tú, mujer pobre, reticente, ¿me lo preguntas?... ¡Soy hija de este país, y basta! ¡De este país próspero donde nadie conoce el hambre, donde los pobres acuden como gorriones hambrientos, con el afán de un siervo que va hacia los ricos! Nuestra aristocracia no se remonta a nuestros antepasados. ¡Qué nos importa lo que fue! Sabemos lo que vale esta tierra que es nuestra a los ojos de los demás. Ya basta... Con toda tu distinción, ¿qué era tu madre?... Ella me fue útil. ¿Quién era entonces la aristócrata, ella o yo? Te admití en mi mesa, mis sirvientes te obedecen, por eso pensaste que eras igual a mí. Tu insolencia es el resultado de la educación de la que estabas llena... como la hija de un campesino. Eres orgullosa, era inevitable, ya lo he dicho bastante; pero ingrata... ingenua e insolente, ¡no lo hubiera creído!... ¡Debí haber pensado que llegaría un día en que la serpiente, cansada de gatear, se levantaría de nuevo para hacer más daño!...

¿Cómo se inscribe esta violencia de criollos hacia extranjeros, denunciada en Flor del aire, en la trama de su contexto histórico? O, mejor dicho, ¿cómo se rearman las jerarquías y los prestigios sociales en un momento histórico que, según los historiadores, estuvo atravesado de oleadas inmigratorias y gran movilidad social? Cabe aquí recordar algunos datos que dan cuenta de la enorme transformación que atravesó la provincia de Santa Fe por esos años. En su libro Colonos en armas. Las revoluciones radicales en la Provincia de Santa Fe (1893), una de las pocas fuentes historiográficas sobre estos levantamientos, Ezequiel Gallo explica:

Entre 1865 y 1895 se formaron en Santa Fe trescientas cincuenta colonias que incorporaron a la economía provincial cerca de 3.500.000 hectáreas. Este proceso, como es lógico, modificó sustancialmente la faz socioeconómica de la provincia. En un par de décadas Sata Fe, uno de los más pobres y atrasados estados de la Confederación Argentina, pasó a convertirse en el segundo estado de la Argentina solo superado en riqueza y potencial económico por la provincia de Buenos Aires. Es que gracias a la colonización agrícola Santa Fe se convirtió en el primer productor de cereales de la república (…). Este espectacular desarrollo de la economía provincial no podía dejar de modificar los cimientos en los cuales descansaba la sociedad provincial. En veinticinco años (1869-1895) la población de la provincia se cuadruplicó (…). Comenzó a surgir una clase media rural (…). Estos cambios resaltan aún más si se tiene en cuenta que la inmigración europea modificó de manera sustancial la fisonomía social y cultural de la región. El carácter cosmopolita de Santa Fe surge claramente del análisis de las cifras publicadas por el censo nacional de 1895: en aquel año, casi el 42% de la población había nacido en el extranjero. (…)…entre los cuales había fuertes contingentes de colonos suizos, franceses y alemanes. (Gallo, 2007, p. 19-21)

En este sentido, la novela da cuenta de la resistencia que genera en los antiguos pobladores la llegada de todos estos extranjeros y su rápida asimilación, la consecuente formación de esta nueva “sociedad cosmopolita y pujante, con gran dinamismo económico y una rápida movilidad social” (Gallo, 2007, p. 20). Luciana Sáenz se resiente ante Flor, el señor Oloasco (terrateniente y deudor al Banco) se resiente ante el radical Luis Mendel, quien investiga esa deuda; algunos campesinos “envidiosos” se resienten frente al progreso de Giménez, el almacenero español que ha prosperado más que sus vecinos. Además de advertir sobre este resentimiento (recordemos el primer párrafo y la “furia” de la naturaleza ante las nuevas poblaciones), la novela recurrirá a otras estrategias para su cruzada principal: convencer sobre las ventajas que tiene para la Argentina la asimilación de inmigrantes europeos (colonos, en la novela). Una de dichas estrategias es denunciar lo que considera las fallas propias de la sociedad argentina, las corrupciones y traiciones políticas que se desenmascaran a partir de Luis Mendel y tras su asesinato. Otra estrategia: hacer notar la existencia en este suelo de una raza “salvaje” y violenta, los indios, irreductible y siempre al acecho, y sugerir que son ellos el verdadero peligro y no los colonos, inmigrantes de cualidades diversas pero superiores a la raza indígena, según la jerarquía de identidades que arma la novela, cimentada en la noción del atavismo y en las creencias arraigadas en la época.

Asimismo, la novela recurre a elogiar las que la ficción configura como las características de algunos argentinos. Así, por ejemplo, tras presentar en el capítulo II de la primera parte, al personaje de Esther Bravo, hija de un terrateniente y “sobrina de un general muy popular, veterano de la Guerra del Paraguay”, la voz narrativa concluye:

Los argentinos tienen una belleza regular y clásica. Parecen haber elegido, antes de nacer, lo mejor que tenían sus padres para apropiárselo, corrigiéndolo, modelándolo, fundiéndolo en una grácil armonía. Parecen haberse creado a sí mismos, como un maestro combinando sus artísticas llamas de carne con tonos suaves o mates, de color marfil claro o rosado, matizados con ese rosa que encontramos en las frutas o en el interior de las conchas.

El elogio a lo argentino no se limita a la gente, tiene también su correlato en la valoración del terreno:

El médico era un apasionado de la naturaleza y de sus bellezas. Habiendo admirado los lugares más famosos de Europa, los comparó con los de su América, y la ganadora fue esta última. Quizás fue chovinismo. Amaba, en el campo argentino, en la selva, la exuberancia, la fertilidad de estas tierras vírgenes, conociendo sólo la siembra y la cosecha. Se extasiaba ante su inmensidad, desplegada desde las nieves del Polo hasta la región de los plátanos, desde las altas cumbres de las Cordilleras hasta las playas del océano. En verano se podía disfrutar del frescor de la Patagonia y, en invierno, del clima tan suave de Misiones, bajo los naranjos, sin salir del propio país.

Esta suerte de discurso indirecto libre que da cuenta del amor de Pascal Mendel hacia su país se repetirá, con algunas variaciones, en el discurso de otra argentina emblemática, en la segunda parte de la novela, también durante un viaje en carreta por el campo santafesino. Dice Blanquita, hermana de Eduardo Larsan:

—Bueno, seré la única que encuentra a su país más hermoso que los demás. No es una excentricidad tan desubicada.

La señorita Sáenz pensaba como ella y sonrió.

—¿Tenemos calor? —añadió Blanca— nos vamos a la Patagonia. ¿Tenemos frío? Nos vamos a Corrientes. Y aún estamos en casa.

— Deberíamos ir a Corrientes, querrás decir; pero no vamos allí, preferimos Paraguay.

—¡Es cierto! De hecho, ¡una aberración! ¡Corrientes, sin embargo, y sus alrededores son espléndidos! Podrían construirse ciudades entre los naranjos y los cactus.

Frente a los “patriotas” (los Linden, madre e hijo, se inscriben también en esta categoría) están, en palabras de Blanquita, los “jóvenes desargentinizadores” (español e itálica en el original), aquellos miembros de la aristocracia local que viajan a Europa y vuelven desdeñando a su propio país. En línea con el pensamiento descolonizador y socialista que desarrolla la autora a lo largo de toda su vida, el personaje de Blanquita propone:

Si yo fuera gobierno, les pondría un impuesto a los viajeros argentinos. ¡Ah!, ¿quieren viajar, amigos míos, para denigrar a vuestro país al regresar? Bueno, compénsennos a la manera yankee: con plata, y luego dirán lo que quieran... ¡pero luego de haber pagado!

Cuerpos intervenidos: espíritu vs. materia

La segunda parte de Flor del aire narra, entre otras cosas, la recuperación de una joven, Anita Kerven/Flor, tras el asesinato de su amado, Luis Mendel. La protagonista logra esta recuperación gracias a la red afectiva que crea a su alrededor (en virtud de su entereza moral y de su generosidad) pero también gracias a las múltiples competencias –médicas, supra-sensoriales y de autocontrol– que desarrolla progresivamente. Esta red afectiva se compone de Luciana –quien, reblandecida tras las muertes de su sobrino Luis y su cuñado, Pascal, en la segunda parte depondrá su resentimiento hacia Flor–, sus amigos de la infancia –Esther Bravo y Juan Arteaga, ahora padres de Juanita; la “bichita” Laura, novia del trepador Lisandro Arteaga, el Dr. Linden y su anciana madre– y sus nuevos amigos, Eduardo Larsan y su hermana, Blanquita. Sus competencias profesionales también la salvan porque Flor, trasladada a Buenos Aires tras la muerte de Luis, dedica su vida a la medicina: primero como estudiante universitaria, luego como médica en el Hospital de Niños (tras un breve y frustrante pasaje por el quirófano del Dr. Simonetti) y, hacia el final de la novela, auxiliando a los heridos de 1893. Sus competencias supra-sensoriales también colaboran con su recuperación, aunque no sin costos. Se trata de visiones, de voces, de experiencias físico-psíquicas que Flor puede vivenciar en ausencia, como si fuera tomada o poseída por el alma de otro. Esta suerte de intromisión del alma ajena en el cuerpo de la protagonista es nombrada en el texto como “adivinaciones” o “lecturas”: “Es bien sabido que usted sabe leer todo lo que usted quiere” le dice el mensajero momentos antes de hallar el cadáver de Luis Mendel, “esa niña adivina cosas”, advierte poco después la Sra. Oloasco de Arteaga. La propia Flor enuncia al comienzo de la segunda parte: “tengo dentro de mí este don desgraciado, este don fatal, que me hace leer dentro del alma de los demás!” Ahora bien, ¿qué tiene de fatal y desgraciado este don? Así experimenta la protagonista el asesinato de Luis:

Estaba inquieta, un malestar físico la invadía. Con el paso del tiempo, la opresión se había convertido en sufrimiento. Se puso de pie para respirar mejor. (…)

—Palpitaciones... —se llevó la mano al cuello. (…). —¡Me asfixio...!

Efectivamente, se echó hacia atrás, con la boca abierta, buscando aire. De repente, se puso lívida... y murmuró vagamente, sin conciencia, como si repitiera palabras que había oído: “¡Oh patria mía! Morir tan temprano… habiéndote servido... ¡tan poco!... ¡Oh, Flor mía!”... (…). Le temblaron las piernas, se hundió en la silla. En su rostro, terriblemente pálido, solo los ojos parecían estar vivos... aterrorizados. Su corazón latía débilmente, a veces a punto de romperse. Guiada por una fuerza superior, caminaba, llamaba... había prometido esperar allí a su prometido. Intuía una terrible catástrofe, el colapso de su felicidad, el final abrupto de algo. (...) Habían transcurrido como máximo diez minutos desde que había oído el grito, ese grito presentido, con el que ella había sufrido antes de que él lo hubiera pronunciado. Ese grito indicaba sin duda, la dolorosa partida de un alma. Esas cosas sucedían, ella lo había leído pero sin creerlo. ¡Locamente ansiosa, esperó, con los brazos abiertos y la mirada perdida! De repente, ¡sintió sobre su mano inerte una mano fría que la presionaba, dos veces la presionaba, la segunda vez más débilmente...! A su alrededor, nada; ¡ni una sombra!...

Flor comprendió. ¡Luis acababa de morir!... Se llevó la mano a la boca, la besó largamente, dejando que sus labios se adhirieran firmemente a ella, como en la desesperación ante una separación suprema.

No disociado de su cultura letrada (Flor “sabe leer” según el mensajero, “esas cosas sucedían, ella lo había leído”), estas experiencias supra-sensoriales, de intromisión del alma de otro dentro de la de Flor, o de un saber no racional, le traen grandes padecimientos físicos. Así, cuando en el capítulo VII de la segunda parte, escondida en el patio de los Linden, “adivina” la reunión clandestina, leemos:

Su corazón latió violentamente; sus piernas temblaron. Se sentó en un escalón de mármol, sintiéndose desfallecer, casi segura de haber adivinado. Y le pareció tan monstruoso, tan espantoso, que un dolor físico martilleó su cerebro; ante sus ojos, destellos azules y puntos dorados le impidieron ver; sus manos se enfriaron, luego el patio, el cielo, la escalera de servicio que subía a la azotea comenzaron a girar, girar, y Flor creyó por un instante que se desvanecería.

El malestar físico la aqueja también cuando penetra a escondidas en la casa del Dr. Laro (“subió ahora sin fuerzas la escalera monumental, tambaleándose a derecha e izquierda, a punto de desfallecer”) cuando está frente al ministro (“Pero Flor, de pronto, se desplomó; al límite de sus fuerzas, se llevó la mano a la frente, vaciló y perdió el conocimiento. Era demasiado delicada, demasiado frágil para tales sacudidas”) y cuando acompaña, en su lecho de muerte, al Dr. Pascal Mendel: “Durante la enfermedad de mi benefactor, iba y venía, impasible, cumpliendo mi tarea, durmiendo a menudo en un falso sueño”. Será con la ayuda del Dr. Larsan (de su capacidad para hacerla dormir), que Flor logrará controlar, domesticar este poder a partir de recordar el contenido de estos sueños inducidos, que resulta siempre anticipatorio:

Esta mañana, dado mi estado de ánimo, le fue fácil a usted hacerme dormir, y ahora, doctor, con casi nada, con un simple deseo de su parte me volveré a dormir.

—Lo haré por usted, señorita Anita; pero instintivamente no me gustan estas cosas (…). Me rindo para obedecerle, no porque crea en ese poder extraordinario, que tal vez la induzca al error. Pero, en fin, si usted lo quiere... ¡duérmase!.. y tenga calma, no deje que su inteligencia se turbe. Y pregunte con su nueva lucidez. Sin dudarlo. ¡Sea firme, no tiemble! Piense que es usted un juez, pero de una causa ajena. Vamos... querida amiga; y cuando despierte, ¡recuerde!...

La regulación del propio cuerpo y el autoconocimiento que le otorgan estas experiencias de hipnosis le posibilitan aceptar el amor reparador de Larsan, el matrimonio como camino hacia la que se presenta como principal fuente de sanación: la maternidad. “Eduardo... ¡oh, perdóneme el dolor que le causo!... Debo decírselo: no puedo amar por segunda vez como... la primera”. El control de las emociones/percepciones deviene condición necesaria para encajar en el programa de vida esperada para una mujer de la época: esposa fiel, madre abnegada. Aunque no hay un abordaje irónico de esta resolución, sí surgen en esta parte de la novela comentarios sobre las renuncias que supone el matrimonio para la mujer:

No sabemos si las feministas han combatido alguna vez aquella costumbre absurda que, al casarse la joven, le otorga el apellido e incluso el nombre de su marido; hasta el punto de poder afirmarse —y el mercantilismo de nuestra época excusa la acritud de la reflexión— que, como mercancía, ha sido vendida; o que, como esclava, lleva la marca de su amo.

¿Acaso la mujer se vuelve tan débil de pronto por el hecho del matrimonio, que no puede conservar su individualidad y, por tanto, su nombre propio? ¿Contrae nupcias con una fuerza que la anula y absorbe, hasta sustituir el nombre que indica la sangre de la que procede por el de un hombre, hasta ayer desconocido, y cuyo único mérito es haberla sometido según las leyes de la naturaleza?

Pero la hipnosis no es la única manera de “curar” en Flor del aire. Mientras que Flor –como Larsan y, sobre todo, como Pascal, cuyo ejemplo sigue– es una médica rural, social, que se vincula afectivamente con niños, mujeres y colonos,12 su contracara es el Dr. Simonetti. Claro representante de la medicina materialista, despersonalizada y “carnicera”, pertenece a esa rama de la cual se alejan estos médicos empáticos:

Estaban allí las operaciones quirúrgicas bien pagas, las frecuentes visitas innecesarias a las casas de los ricos, las consultas inútiles, el arte de hacer regresar al paciente varias veces antes de darle inmediatamente el remedio curativo y, finalmente, el sensacional matrimonio donde una joven hija, seducida por este sonoro título de médico, en sustitución del tan alabado de estanciero, le daba su mano... y sobre todo sus ingresos.

La novela–y en esto abreva en el repertorio naturalista– también es un claro alegato sobre los límites del saber médico y, por extensión, del pensamiento racional. A través del Dr. Simonetti, cirujano muy afecto al bisturí y muy poco a sus pacientes, se cuestionan los saberes de la medicina tradicional. “Envalentonado por su éxito”, leemos al comienzo del segundo capítulo de la segunda parte, “el médico creía que todos los casos eran operables”. Así se construye este personaje satírico:

Al principio, no era amigo del dinero, más bien trabajaba con el amor de un verdadero aficionado. El sexo o la personalidad del paciente, incluso si se trataba de un amigo, desaparecían ante la presencia del dolor o del lugar donde se acentuaba la deformidad. El paciente se convertía en su enfermedad, comenzando y terminando en el punto de corte. No era raro oírle decir, absorto, durante las consultas del hospital:

—¡Hagan entrar al cáncer!

Y, de repente:

—¡Te digo cáncer y me mandas fibroma!

Acostumbrado a sostener el bisturí, sus manos nunca permanecían en reposo, incluso durante la conversación, agarraban el instrumento cortante más cercano a ellas.

Más parecido a un carnicero o a un veterinario que a alguien que trabaja con personas, la caricatura del Dr. Simonetti, produce la descalificación de este tipo de prácticas médicas y vuelve, aunque en clave de humor esta vez, sobre una de las cuestiones recurrentes de la novela, el tema de las mezclas y las pruebas genéticas:

Cada año, el doctor Simonetti pasaba un mes en el campo, su esposa le pedía un descanso físico y moral; pero él no abandonaba su actividad. Y el corral sufría las consecuencias. Para distinguir mejor los capones que salían de sus manos, les cortaba las crestas y les injertaba el espolón en la herida sangrante. Las dos partes se unían, y aquella unión alcanzaba un desarrollo extraordinario, dando a estos pobres animales un aspecto grotesco, del que el cirujano se reía hasta llorar.

En la figura grotesca del Dr. Simonetti se cifran las principales críticas de la novela a la medicina tradicional y a la cirugía y, a través de ellas, se cuestionan en verdad, las prácticas deshumanizadas e interesadas de la ayuda hacia los otros. Mientras que Flor, Larsan y Pascal representan la inteligencia, la sabiduría, la medicina ejercida desde la sensibilidad, el valor de lo subjetivo, lo espiritual, el médico de apellido italiano encarna la postura materialista:

—Verá, señorita Anita —dijo, burlándose y mostrándole un mazacote ensangrentado— al tocar estas cosas, solo creemos en la materia.

En ese mismo momento, la desgraciada dormida rechazó, con un gesto preciso, como si lo hubiera visto, el cono de cloroformo que la asistente sostenía frente a ella.

— ¡Vete, verdugo! —le dijo.

— ¡Ahí está el alma, doctor! —dijo Flor, aterrada. —¡Usted no pudo dormirla y ella lo juzga!

— Hipótesis psicológica —respondió él con desdén... —Demasiado complicada y demasiado elevada para discutirla con mujeres...

Atavismos vs. mejoramiento genético: mezclas convenientes

Sin embargo, estos acechos al pensamiento positivista no logran derribar del todo la fe en la razón: junto con esta valoración de lo espiritual y subjetivo, prevalece en la novela una concepción genetista de la humanidad, que va trazando una suerte de jerarquía que explica los rasgos personales de cada uno a partir de sus orígenes raciales y/o nacionales. En este sentido, Flor del aire puede leerse como una tesis sobre cuál es la inmigración más conveniente para la Argentina. O, mejor dicho, es un alegato en favor de cierta inmigración: como lo querían Sarmiento y Alberdi, aquella proveniente de Francia, Suiza, Bélgica, Inglaterra, en menor medida de España y preferentemente no de Italia. Ahora bien, la raza más indeseada (en esto también la novela es sarmientina y roquista) es la indígena.

Antes de pasar revista a cómo aparecen caracterizados los indios, detengámonos en las breves pero contundentes apelaciones al atavismo. La noción –cuestionada o tensionada de diversos modos– de que existe una explicación biológica para cada personalidad, un vínculo estrecho e irrompible entre el origen de una persona y su modo de ser atraviesa la novela. Así, a propósito de los hermanos Lisandro y Juan Arteaga, traidor a Luis y amigo de Flor, respectivamente, leemos:

El atavismo, una vez más, confirmaba sus conocidas teorías. Sus antepasados no tuvieron un cerebro desarrollado poco a poco mediante la educación; eso se notaba. El propio Juan, a pesar de toda su bondad y de cierta inteligencia imaginativa, nunca había podido dedicarse a estudios serios. Lisandro no se adaptaba bien a la tranquilidad de la oficina; su robusta fuerza exigía ser ejercida afuera.

ndisociable del atavismo, merecen un comentario aparte las experimentaciones genéticas o mezclas que hay a lo largo de la novela. La francesa Mme. Kerven, madre de Flor, se gana la valoración de la reacia Luciana a partir de su éxito con la cruza de faisanes y gallinas criollas, el inmigrante español Giménez se enriquece sembrando por primera vez tabaco en tierras hasta entonces solo aptas para el maíz, el Dr. Simonetti experimenta con las crestas de los gallos hasta hacerlas aumentar su tamaño de modo grotesco. Son épocas de mezclas, de experimentaciones, de cruza de razas y tipos, parece decirnos la novela. Así, en Flor, vista a través de los ojos fascinados del ministro Laro, “el cruce de razas no había modelado su rostro... Más bien parecía la imagen de una raza que se va volando, llevando un destello de inteligencia sutil y una gloria inefable en la suavidad de sus rasgos”. En las antípodas de las francesas, están los indios, “esa raza traicionera” a la que pertenecen, tanto el asesino de Luis Mendel, “un indio mocoví que había vivido durante mucho tiempo entre los civilizados”, como sus dos compañeros de taba y el policía que vigila la esquina del Dr. Laro, cuyo “rostro amarillento esbozó una sonrisa que solo logró hacer más horrible y cruel su semblante de indio, sudoroso como un perro mojado”.

A modo de cierre

Mientras que la Revolución del Parque y todo el período alrededor de la crisis política y financiera de 1890 sí cuenta, como mencionamos, con una tradición literaria, los levantamientos de 1893, verdaderas masacres de inmigrantes según Gallo, no aparecen –hasta donde sabemos– representadas en la literatura argentina. Flor del aire no solo construye una protagonista que se desmarca de los parámetros de la típica heroína romántica del siglo XIX (Flor Kerven es médica, luchadora y feminista) sino que logra construir memoria, a través de múltiples recursos literarios y desde el punto de vista de una inmigrante, sobre los episodios de violencia de 1893 injustamente olvidados por la historiografía prevalente. Este es uno de los motivos por los cuales vale la pena rescatar de los archivos esta valiosa novela sobre la vida en las colonias francesas de la Santa Fe de fines del siglo XIX.

Si la historia de Luis Mendel puede pensarse como el camino del héroe truncado apenas antes de su concreción, la vida de Flor es quizás la historia de la asimilación provechosa que Argentina puede hacer de la inmigración, una historia de integración (aunque no sin costos) y descendencia mejoradora. En este sentido, hemos propuesto que la novela puede pensarse como la ficcionalización de una idea, de claras resonancias biográficas en Gabriela de Laperrière y muy a tono con la historia de las colonias francesas en Santa Fe y su lucha por la integración: lo mejor que puede pasarle a los criollos es mezclarse con los colonos franceses. Flor del aire como maquinaria narrativa al servicio de esa idea: la ponderación de mezclas mejoradoras. No casualmente, el texto se cierra con el nacimiento de un hijo de Eduardo Larsan (“El doctor Eduardo Larsan era completamente argentino. Había que retroceder mucho para encontrar, en su ascendencia, un español”) y de Anita Kerven, “imagen de una raza que se va volando”, la francesa.13

Novela sentimental (Pagés Larraya), novela histórico-política (Pierini), novela de pasajes (Vicens), Flor del aire es también una novela sobre la construcción de legitimidad: la de los trabajadores en el acceso a la tierra y al capital (esta es la lucha principal del asesinado Luis Mendel), la legitimidad de los colonos franceses en tierras santafesinas (la infancia de Anita como testimonio), la legitimidad de las mujeres en espacios tradicionalmente masculinos (quirófano, facultad de medicina, hospital de niños, mítines políticos, reuniones con ministros). En este sentido, podríamos decir que en su primera novela, de Laperrière retoma y expande las preocupaciones ya presentes en sus primeros cuentos en torno a las infancias desamparadas y, a la vez, se proyecta, desde la ficción, anticipando las que serán sus batallas y banderas en sus notas, informes y discursos posteriores: la reivindicación y la defensa de los derechos de las mujeres, de las infancias, de los trabajadores y de los extranjeros.

Material suplementario
Referencias bibliográficas
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Notas
Notas
1 Este artículo se inscribe en el marco del Proyecto de Investigación “Narradoras argentinas olvidadas: archivo, género, extranjerías e infancias” (PRI 2419), que dirijo en la UNSAM.
2 Agradezco este dato a la historiadora Andrea Oliva.
3 La traducción y edición crítica de Fleur de l´air/Flor del aire, a cargo mío y de Magdalena Arnoux, se encuentra en prensa. Dado que la versión traducida aún no cuenta con paginación, no hemos incluido los números de páginas en las citas en castellano
4 Al parecer, de Laperrière escribía todos sus textos en francés (incluso sus conferencias) y luego las traducía al castellano (Pagés Larraya, 1965, p. 55)
5 Aquí cabe mencionar que siete de los cuentos infantiles hallados hasta el momento de esta escritora, versan sobre la orfandad y la adopción. Se trata de historias de infancias desprotegidas que son incorporadas a familias racial y/o culturalmente diferentes, y que, citando una frase del cuento “El pequeño grumete” “no son criadas para sirvientas” sino ahijadas en plano de igualdad junto a los hijos biológicos. De clara conexión con su labor en el Patronato de la Infancia y con su militancia en defensa de derechos de niños obreros, esta obra literaria busca explícitamente sensibilizar en torno a estas infancias desprotegidas, tan frecuentes en el siglo XIX y principios del XX. De hecho, su segunda novela, Vers l´œuvre douce, narra la decisión de su protagonista, Therése de Certigny, de fundar una casa de asilo, entre hospital y orfanato, en donde se asiste a niños enfermos. Al respecto, escribe Tarcus: “Es posible que acompañando a su esposo en su intensa campaña pública por la medicina social preventiva, Gabriela haya comenzado a desarrollar su sensibilidad por la problemática de la mujer y el niño obreros” (2024, párr. 5).
6 “El Dr. Eduardo Larsan, correcto y paciente enamorado, que logra desposar a Anita, representa en el campo de la medicina lo que Luis Mendel en el de la política. Muchos detalles podrían identificarlo con el Dr. Coni” (Pagés Larraya, 1965, p. 23).
7 Cabe recordar aquí que el primer acercamiento de Gabriela de Laperrière a la literatura argentina fue, hasta donde sabemos, su traducción al francés de la novela de Zeballos Painé o la dinastía de los zorros (1896), que aparece en París en 1890 bajo el título Païné et la dinastie des Renards.
8 Además del volumen de Lugones, cabe mencionar aquí una tradición de literatura argentina que, en clara oposición a las posturas positivistas, indaga en torno a estos saberes oscuros. “El ramito de romero”, “Un amor”, de Eduarda Mansilla, “Quien escucha, su mal oye”, de J. M. Gorriti, “La primera noche de cementerio”, de Eduardo Wilde, son otros ejemplos.
9 El principal líder radical que aparece en la novela es el Dr. Linden, alter ego de Alem, según Pagés Larraya (1965, p. 34-35). Tal vez, la participación de Flor Kerven y de Eduardo Larsan en el auxilio médico de los heridos del 93 estaría inspirada en la actuación, como médica, de Elvira Rawson y del Dr. Dellepiane, su esposo.
10 Entre las novelas, cabe mencionar: La Bolsa de Julián Martel (1891), Quilito de Carlos María Ocantos (1891), Horas de fiebre de Segundo Villafañe (1891), Grandezas de Pedro Morante (1896), La Maldonada de Francisco Grandmontagne (1898), Quimera de José Luis Cantilo (1899), Grandezas chicas de Osvaldo Saavedra (1901).
11 Expresión para significar “por no haber meditado antes de hablar” (N. de las Ts).
12 “Los colonos venían de muy lejos para consultarle y las madres, trayendo a sus hijos, inmediatamente preguntaban por ‘la doctora’. Flor estaba muy feliz, se sentía más independiente y menos subordinada”.
13 En otro ejemplo: “Sus ojos eran del color del Tajo, y alta, tenía los miembros largos de las estatuas, hechos para muselinas envolventes y sedas suaves. El cruce de razas no había modelado su rostro... Más bien parecía la imagen de una raza que se va volando, llevando un destello de inteligencia sutil y una gloria inefable en la suavidad de sus rasgos”.
Notas de autor
* Natalia Crespo es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y docente de grado y posgrado en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Es Doctora en Literatura Latinoamericana y Magíster por la University of Illinois, y Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue profesora de Latin American Studies en la Michigan University. Es autora del libro Parodias al canon (Premio Fondo Nacional de las Artes, 2011), de las novelas Jotón (2016) y Con perdón de la palabra (2019) y de numerosos artículos académicos y ediciones críticas de obras del siglo XIX y principios del XX. Fundó y dirige la plataforma de rescate patrimonial Archivo Ada Elflein (www.archivoelflein.ar).
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