ARTÍCULOS

METAPOÉTICAS TERRITORIALES: LITERATURA Y CRÍTICA EN FIGURAS AUTORALES DE MISIONES

Territorial metapoetics: Literature and criticism in authorial figures from Misiones

Carla Andruskevicz *
Universidad Nacional de Misiones, Argentina

Cuadernos de Literatura. Revista de Estudios Lingüísticos y Literarios

Universidad Nacional del Nordeste, Argentina

ISSN: 0326-5102

ISSN-e: 2684-0499

Periodicidad: Semestral

núm. 20, e2010, 2023

cuadernosdeliteraturaunne@gmail.com

Recepción: 07/03/23

Aprobación: 07/04/23



DOI: https://doi.org/10.30972/clt.0206629

Resumen: En este artículo se despliegan anclajes teórico-críticos acerca de la literatura territorial producida por autores y autoras de la provincia de Misiones, quienes escriben sobre y desde este espacio intercultural y fronterizo en el que se revelan no solo paisajes geográficos, sino también semióticos y políticos. Más adelante se focaliza la mirada en un conjunto de poetas territoriales quienes, a través de metapoemas y metadiscursos poéticos, reflexionan acerca de múltiples dimensiones respecto del género lírico en diálogo con la vida cotidiana y una tarea escritural comprometida.

Palabras clave: literatura territorial, poesía, poetas, metapoética.

Abstract: In this article, we display theoretical-critical anchorages about the territorial literature produced by authors from the province of Misiones, who write about and from this intercultural and border space in which not only geographical landscapes are revealed, but also semiotic and political ones. Later on, we focus on a group of territorial poets who, through metapoems and poetic metadiscourses, reflect on multiple dimensions regarding the lyrical genre in dialogue with everyday life and a committed writing task.

Keywords: territorial literature, poetry, poets, metapoetics.

Una literatura territorial: Notas de presentación

Nuestro recorrido parte de la lectura semiótico-discursiva y en clave territorial de poemas pertenecientes a figuras autorales de la provincia de Misiones, en conversación y debate con la perspectiva regional entendida –en algunas esferas de la crítica canónica, de la educación, de los medios de comunicación e, incluso, en parte de la comunidad de poetas con los cuales trabajamos– como aquella que define a la literatura desde un esencialismo a partir del cual se reproducen y reflejan, miméticamente, paisajes geográficos, culturales y lingüísticos, aparentemente anclados en el mundo real. De este modo, la literatura territorial –categoría construida en el marco del equipo de investigación al cual pertenecemos– incursiona en dimensiones espaciales y geografías que rodean y atraviesan al poeta; sin embargo, lo hace de una forma muy distinta, entre provocadora y polémica, y aprovechando los recursos y potencialidades lúdicas de la práctica de la escritura literaria. Es por ello que concebimos a la literatura territorial como un dispositivo de poder (Foucault, 2006, p. 16-17), una maquinaria que legitima representaciones culturales y posiciones ideológicas que señalan dimensiones cronotópicas políticas y críticas.

Desde este marco, entendemos a quien escribe como alguien que se instala en el territorio como lugar de enunciación estratégico a partir del cual marca un espacio, lo habita y lo cartografía en su escritura, en un proceso dinámico en el que las fronteras geográficas pero también simbólicas e identitarias se construyen y reconstruyen en los devenires discursivos, metafóricos y retóricos. En consonancia con ello, la literatura de los autores y autoras a quienes consideramos territoriales pretende dialogar y debatir con cierta concepción de la literatura regional a partir de la cual las representaciones se ciñen a los aspectos paisajísticos-geográficos, pintoresquistas y a los detalles del color local de las zonas culturales, silenciando y solapando discursividades críticas y posicionamientos estéticos e ideológicos. La noción de territorio nos permite repensar y poner en tensión las relaciones de poder simbólico instaladas en la diversidad de centros y periferias culturales del bloque geopolítico argentino para no definirlo, de antemano, como un espacio cultural cerrado o limitado sino como uno cuyas fronteras son móviles y dialógicas a partir de los procesos de (des/re) territorialización permanentes (Deleuze y Guattari, 2002, p. 9-10).

Desde las investigaciones territoriales1 trabajamos con una literatura menor (Deleuze y Guattari, 1998, p. 28) que se concibe ante todo como política y comunitaria, y despliega anclajes críticos en el universo en el que es producida y circula. La literatura menor funciona como un dispositivo colectivo de enunciación en el que las voces autorales, pero también las de sus lectores y lectoras, instalan diálogos rizomáticos cuyos procesos de significación y de territorialización no pueden preverse ni tampoco frenarse.

Es por ello que decimos que la literatura territorial no se encierra en un universo geográfico detectable y palpable, ni busca la correspondencia taxativa entre acontecimientos y personajes con el mundo real; sus espacialidades son móviles y posibilitan el despliegue y la diseminación de los sentidos para quien se atreve a leerla liberándose de los prejuicios y estereotipos que con demasiada frecuencia se le asignan a la escritura que se escribe en y desde las provincias o el interior de un país/nación. La literatura menor, en el sentido deleuzeano, involucra el posicionamiento de autores y autoras, quienes actúan como portavoces de una comunidad de escribientes, polemizando y encauzando las conversaciones y debates colectivos y políticos y, por ello, actúa como un dispositivo maquínico, capaz de expandirse hacia renovados territorios en cada lectura.

Teniendo en cuenta las reflexiones y teorizaciones bosquejadas, en este artículo focalizaremos en un conjunto de autores y autoras que proponen una lectura poética e ideológica de un complejo territorio cultural en el cual las fronteras geográficas y semióticas no son límites fijos e inamovibles; por esta razón, en el devenir de la producción literaria que desde allí se escribe, los sentidos se construyen y reconstruyen produciendo lecturas interconectadas e intertextuales que enlazan múltiples discursividades sociales. De este modo, la literatura territorial es un género con características temáticas, estructurales y estilísticas (Bajtín, 2002, p. 248) propias, pero al mismo tiempo, es una práctica estética y política a partir de la cual numerosas figuras autorales misioneras asumen posicionamientos que se van entretejiendo en su escritura urgente y polémica, incómoda y delicada a la vez:



…Yo que soy un simple poeta
prefiero “… permanecer con los perseguidos”
Me adhiero al éxodo del microorganismo
Me voy con la culebra y con el canto
del agua, la calandria, el helecho
Me voy con los humildes de mi tierra
Con los pies descalzos
Con los simples
Con el hombre-hombre
Con el hombre a secas
Me voy con mis 2.000 milímetros de lágrimas
anuales y un isipó trenzado en la garganta
de pura pena
Voy a vivir con duendes y lagartos
el caliente misterio de la siesta
Voy a soñar con orquídeas y lunas
moradas como un sexo
capaz al mismo tiempo
de recibirme y de fecundarme el alma de la poesía
Capaz de inocularme la fuerza necesaria
para seguir cantando –a pesar de todo-
SOBRE EL CADAVER (sic) SECO DE MI TIERRA
(Szretter, 1985, p. 79)

El último verso del fragmento compartido da título al “Cuento versiforme” de Alberto Leopoldo Ramón Szretter publicado en su libro Mantenerse en el vórtice (1985); este es un poema extenso de estilo incisivo y crítico –al igual que el de toda su producción– que se instala como reclamo y denuncia ante el avance del supuesto progreso que atenta contra la deforestación y la contaminación ambiental del agua y de la selva. Cabe destacar que un conjunto considerable de autores y autoras territoriales utilizan el espacio del poema para desplegar discursividades críticas sobre variadas temáticas y problemáticas en las que los paisajes misioneros son abundantes y rizomáticos, en el sentido de que se expanden hacia múltiples puntos de fuga que no agotan las interpretaciones lecturales; al mismo tiempo, en ellos anidan diálogos y voces del campo cultural posibilitando el entramado polifónico de diversas discursividades sociales. En este sentido, concebimos al poema territorial como un dispositivo potente en el que las dimensiones estéticas y políticas se conjugan y forman parte de un universo discursivo compartido en el cual se escenifican los posicionamientos autorales ideológicos y críticos.

Metapoética territorial

Luego de esbozar algunos trazados teórico-críticos acerca de la literatura territorial a partir de la cual definimos el conjunto de poemas con los cuales trabajamos, quisiéramos detenernos en una dimensión a la cual consideramos necesaria y primordial puesto que en ella recuperaremos las voces de poetas de Misiones en las cuales dialogan sobre la poesía: nos preguntamos, entonces, qué han dicho –y que han escrito– sobre ella y cómo han trasladado estas reflexiones y problemáticas a sus producciones. En relación con ello, nuestros recorridos de lectura analítica nos indican que han realizado estas incursiones a partir de, por lo menos, dos prácticas metadiscursivas visibles: en primer lugar, mencionaremos los metapoemas en los que se habla sobre la poesía o el poema –en ocasiones a través de reflexiones, descripciones, definiciones, explicaciones, etc.– en una búsqueda que explota los recursos y procedimientos propios del género:



Oleadas de poesía
acuden a mi inspiración
de tiempo en tiempo.



Vienen del corazón o del magín.
No esperan; nada los ataja;
ni escollos de rutina
ni acantilados de obligadas tareas.
(…)
(Amable, 2018, p. 145-146)

Este fragmento pertenece a “El poema de mis poemas” de Hugo Amable y, si bien “‘lo que el poema dice’ no siempre es tan evidente” (Eagleton, 2010, p. 129), podríamos conjeturar que la voz poética pone en escena un tópico visible en la historia de la literatura como lo es el de la inspiración de quien escribe y, al mismo tiempo, el lugar del cual esta proviene, “del corazón o del magín”, de los sentimientos y emociones o del conocimiento y la razón. Al mismo tiempo, estas “oleadas de poesía” arrebatan al poeta e intervienen sorpresivamente en su vida cotidiana y rutinaria –imagen que se reiterará, tal como veremos, en las producciones de otros autores y autoras territoriales–.

La segunda práctica que les permite reflexionar sobre la poesía, en íntima relación con la anterior, son los metadiscursos poéticos es decir aquellas textualidades críticas y ensayísticas en las cuales los autores y autoras demuestran, en palabras de Barthes, “una conciencia artesana de la fabricación literaria” (2003, p. 139-140):

Hoy entrego a nuestra literatura estas páginas, no sé si he logrado algún verso. El arte poética es tremendamente difícil, uno puede decir las mismas cosas de infinitas maneras, puede corregir infinitamente.

Quizá con los años aprenda a no equivocarme.

Hoy concluyo mi tarea, me agobia, debo continuar. (Szychowski, 2001, p. 12)

En este caso, compartimos como ejemplo inicial un fragmento del prólogo de Poemas (2001), libro póstumo de Tamara Szychowski en el cual, a partir de un tono en el que se entrevé la angustia que genera la clausura del proceso escritural, se reconoce en la poesía una práctica inconmensurable, abisal, que la desborda e inquieta frente a la inmensidad del lenguaje y a la imposibilidad de concluir la revisión para pulir sus “equivocaciones”.

Es preciso reconocer que al instalarnos en esta problemática nos encontramos articulando con diversos abordajes en los que los procedimientos meta, denominados de este modo por Scarano (2017, p. 1), se tornan protagónicos; en ellos se visibiliza la práctica recursiva y reflexiva sobre aquello que se dice/escribe instalado en un universo particular que condiciona, matiza y otorga características contextuales que resultan claves para el análisis de las condiciones de producción y circulación de la literatura y, especialmente en este trabajo, de la poesía misionera. Nos referimos, particularmente, a una constelación de categorías que se entrelazan posibilitando la recuperación de anclajes teóricos primordiales para este despliegue, como los de metalenguaje (Jakobson, 1996; Bajtín, 2002), metadiscurso (Maingueneau, 2008), metatexto(Genette, 1989) y metaliteratura a partir de la cual se realiza la siguiente distinción: “objeto y mirada sobre este objeto, palabra y palabra de esta palabra, literatura-objeto y meta-literatura” (Barthes, 2003, p. 139).

Tal como veremos, no solo en los prólogos de los poemarios –como el fragmento de Szychowski citado anteriormente– nos encontramos con estas textualidades metapoéticas, sino también en artículos publicados en revistas literarias y culturales, en entrevistas, en presentaciones de libros, etc., a partir de las cuales entretejeremos una constelación discursiva –en la que se intenta reflexionar acerca de la poesía, el poema y los poetas– configurada por diversas incursiones en los archivos de nuestras investigaciones territoriales.

Metapoemas, metadiscursos y vida cotidiana

Para iniciar este recorrido, diremos que los metapoemas son bastante frecuentes en los autores y autoras territoriales, quienes en distintos momentos de su producción arriesgan y proponen reflexiones sobre la materia prima con la cual trabajan en sus proyectos escriturales; esto puede advertirse, por ejemplo, en el siguiente fragmento de “Poemas inconclusos” de Alberto L. R. Szretter –publicado en La caramañola y El horizonte (1998)– en el cual accedemos a la exhibición de experiencias íntimas que se combinan armónicamente con categorías y terminologías propias del lenguaje poético:



(…)
Se fueron apilando en los rincones
de cajones, del alma, del ropero
o mejor del olvido que creciendo
los puso a buen recaudo
en el más vertical de los desórdenes.
Todos quedaron amarillos
con el paso del tiempo. Malformados
de una caligrafía de emergencia
llenos de cardenillos y miriápodos
devoradores de octosílabos
que entre hemistiquios y cesuras
destrozaban sinéresis mordían
metáforas palabras y papeles
sin saber que eran sueños levantados
en las noches de insomnio.
(…)
(Szretter, 1998, p. 161-162)2

Al recorrer las páginas de los poemarios, antologías y revistas literarias misioneras, no es difícil descubrir que el poema y la poesía son tópicos que emergen con insistencia en una búsqueda permanente en torno a concepciones y funcionalidades del género, la cual siempre ha tenido gran protagonismo en las prácticas literarias de los escritores y escritoras y en el campo cultural en general.

Si partimos de la idea de Pérez Bowie –referente teórico visible en las investigaciones de Scarano en las que se interesa por la “poesía en su vertiente auto(bio)gráfica” (2014, p. 66)– respecto a que “al volcarse el poema sobre sí mismo, se articula un movimiento de búsqueda, de conocimiento, en el cual el poema no es nunca resultado –la pieza acabada e intocable– sino la mostración misma de ese proceso” (Pérez Bowie, 1994, p. 238), en el contexto territorial misionero no podríamos dejar de mencionar, en primer lugar, un ejemplo emblemático en el cual dicha práctica meta resulta evidente y profundamente trabajada por su autor; nos referimos a Los poemas del poema (1987) de Marcial Toledo:



Estas
veintipico visitas
ocurrieron
en el oído o en las manos
en setiembre,
mientras en otros
ardían campanas
de colores
y un arco iris total
descendía
sobre los ojos y las plantas,
urdiendo celos
y señalando
cápsulas de eternidad.
(…)
(Toledo, 1987, p. 55)

Tal como se manifiesta en estos versos pertenecientes a “El vino en las ortigas”, este libro cuenta con veintiséis visitas-poemas en los que su autor reflexiona sobre las múltiples dimensiones a partir de las cuales estos se construyen, en algunos casos a través de preguntas que se vislumbran en el espacio paratextual de los títulos y que funcionan como disparadores para la exhibición del proceso meta-escritural; algunas de ellas son “¿Adónde va el poema?”, “¿Qué se propone?”, “Qué cosa es el poema” o “Qué queda del poema” del cual compartimos un fragmento a continuación:



Qué queda del poema si le quito
el pudor de alguien que lo rechaza,
o su enojo,
o su sentirse herido por un concepto
que dentro del poema
tiene aliados
y enemigos.
(p. 9)

Si se realiza una lectura detenida de este particular libro, puede afirmarse que los procedimientos meta atraviesan y matizan cada uno de sus poemas. Por esta razón se menciona en primer lugar puesto que, por un lado, resulta un ejemplo emblemático respecto de las imbricadas relaciones entre el poeta, sus poemas y la poesía; y, por el otro, es el único en el contexto misionero que se dedica exclusivamente a la escritura metapoética. En el universo construido por Toledo, los poemas parecerían asumir la forma de personajes que lo sorprenden con visitas que intervienen en su vida cotidiana –y en distintas horas del día, como la noche o el momento del desayuno– y con los cuales se entablan íntimas conversaciones en las que se entretejen reflexiones sobre la escritura del género. Es por ello que no es casual, que en el devenir de “Metapoema” accedamos a una definición respecto a la práctica que nos encontramos describiendo y que parecería tener gran relevancia en el discurrir de las páginas del poemario puesto que orienta e impulsa la producción de cada uno de sus textos:



(…)
y la palabra entonces
tiene como objeto otras palabras,
se contempla a sí misma
en su cara de letras,
en su panza de misiones cumplidas,
arte y parte
(…)
(p. 37-38)

Simultáneamente a las referencias sobre la propia concepción del poema mirándose a sí mismo, en los versos de Toledo nos encontramos con variadas pistas y huellas sobre el proceso de escritura que dan cuenta de una constelación de elementos, herramientas y procedimientos concretos, a través de los cuales se proporcionan anclajes visuales y metafóricos en el escenario cotidiano habitado por el escritor, como los que se incluyen en los siguientes fragmentos de sus versos: “Papel a rayas,/ sombra de mi mano,/ lápiz” (p. 24), “Dejo el papel,/ la punta de metal con tinta,/ la frente donde guardo las palabras” (p. 26), “no se te ocurra/ cambiarme un sustantivo,/ ni agregarme una coma” (p. 44), “tacho y sigo” (p. 58), “y te deslizas en el papel” (p. 58).

Como estamos visualizando en los versos compartidos, en Los poemas del poema la voz enunciadora no presenta definiciones y reflexiones clausuradas o taxativas a partir de las cuales deberíamos entender la poesía –¿su poesía?– sino, ante todo, la posibilidad de un acercamiento a los procesos a partir de los cuales se entreteje la escritura poética:

En el momento en que el poema se nos presenta autodesignándose, con la categoría de objeto autónomo, el propio acto de la escritura puede llegar a convertirse en centro temático, con lo que el texto no nos es entregado como un producto concluido sino mostrado como un devenir; el objetivo que se persigue es, entonces, llamar la atención sobre la propia escritura como proceso que ha conducido a aquél. (Pérez Bowie, 1992, p. 102)

En relación con ello, advertimos que en este libro algunos poemas se personifican interviniendo los juegos y procedimientos metaficcionales que aquí se proponen; en este sentido, asumen la voz enunciadora y se comunican con el poeta a través de autodefiniciones metafóricas como: “Yo, tu poema,/ el gorrión asignado/ a tu jaula/ y a tu cielo,/ esperaba/ el fin/ de tu hibernación” (Toledo, 1987, p. 49). En este caso, el poema pareciera encontrarse preparado para levantar su vuelo –¿para escribirse y existir?– en cuanto el poeta se despierte; cabe destacar que las referencias a las aves –no solo gorriones sino también palomas, golondrinas, etc.– son frecuentes en dicho poemario y parecieran jugar con los sentidos entre la prisión y la libertad de manera oscilante: “Cuando en el pecho/ salta mi corazón/ como algún pájaro enjaulado,/ vuelves…” (p. 60). En este caso, la poesía es algo vivo que se encuentra encerrado en la intimidad del poeta y espera ser liberado de los límites de la jaula-mente o pensamiento:

Por allí, en un rincón, en un cajón que nadie osaba abrir, dormía mi piel antigua, o mejor, mis entrañas, lastimosamente amontonadas. A veces, con la punta de los dedos, separaba las hojas, releía un instante y luego, cuando aquel dichoso animal me miraba con sus ojos ausentes, estremecido lo volvía a enjaular. (Toledo, 2015, p. 1)

El fragmento anterior pertenece al texto ensayístico titulado “Algo sobre la poesía”, en cuyo título se revela nuevamente la imposibilidad de decirlo todo respecto del género, y en el cual también se vislumbra la metáfora del animal enjaulado que intenta conmover al poeta con la finalidad de ser liberado. A través de un tono autobiográfico, Toledo nos relata los avatares sufridos al sentirse, esta vez él, cautivo y dependiente de su vida profesional dentro del campo de las leyes, y al mismo tiempo su deseo, en ocasiones dormido y en otras escondido, de escribir poesía. En relación con ello, otra imagen recurrente en la voz poética que Toledo impulsa es aquella en la que se insiste en el lugar que habita la poesía en el cuerpo del poeta, aguardando ser liberada, como en el siguiente fragmento, en el que también el poema ensaya su autodefinición: “Soy la medida/ de tu frente,/ quepo sin duda/ en tus palabras” (Toledo, 1987, p. 51).

Si bien resulta frecuente el diálogo íntimo que se entabla entre el poeta y el poema a partir del cual este último vuelve sobre sí mismo proporcionando algunos anclajes en los que se lo define y describe, en otros textos se incluye una tercera figura, el posible lector, complejizando aún más la trama que entrelaza a quienes participan de la ficción, como por ejemplo en “Nardo”:



Golpeó las palmas,
vino a enterarme
de una flor,
contando con tus ojos
y tu perspectiva,
valiéndose de mi mano
derecha,
(…)
ahora,
cuando se dirige
a ti, lector,
para,
salteándome,
hacerte saber
que en cualquier parte del jardín
hay una planta
llamada nardo,
cuya existencia ignoro
pero figura por allí,
en un correcto manual
o en un aburrido diccionario.
Y bien,
quiso poner
palabras en columna
para que sepas
que esa flor
existe
en otra realidad,
lejos del césped
y de la mano que lo riega
(…)
(Toledo, 1987, p. 40-41)

En este momento resulta oportuno continuar insistiendo en el carácter ficcional de la literatura, lo cual por supuesto permanece vigente en el territorio de la poesía, en donde tanto el poeta como su posible lector no podrían corresponderse con seres históricos –de carne y hueso– sino con construcciones discursivas que se encuentran en permanente devenir en el entretejido de los versos. Del mismo modo, los acontecimientos, las temáticas y los tópicos que se diseminan en los poemas, también adquieren la libertad dinámica que proporciona la ficción literaria, y si se realizan anclajes en universos discursivos reales, estos no son más que recreaciones móviles y lúdicas. En este sentido, coincidimos con Pérez Bowie cuando afirma:

En la experiencia de los receptores no existen, pues, dudas en adscribir la situación comunicativa del poema al ámbito de la irrealidad y en admitir, por consiguiente, su pertenencia a la categoría de lo ficcional. De ahí, entonces, que resulte posible echar mano del concepto de metaficción para describir aquellos procedimientos a los que la lírica contemporánea recurre muy a menudo para denunciar ese carácter ficcional, para desrealizar la comunicación poemática, presentando sus enunciados desvinculados de la personalidad del yo histórico del autor y poniendo de relieve la teatralidad de la situación comunicativa del poema, su carácter de ficción representada y contemplada como tal. (1992, p. 93)

Uno de los procedimientos metaficcionales referidos por Pérez Bowie es justamente la inclusión del posible lector empírico en el entramado poético (1992, p. 102) a través de su apelación manifiesta en diversas modalidades que lo convocan y lo traen al centro de la escena en la cual, al igual que el poeta, resulta un protagonista que interviene activamente. En el fragmento anterior de “Nardo”, el poeta es una suerte de mediador entre el lector y el poema quien, valiéndose de aquel y de la mano que escribe, “quiso poner/ palabras en columna/ para que sepas/ que esa flor/ existe/ en otra realidad,/ lejos del césped”. De modo diferente pero en íntimo diálogo, en “Poema” perteneciente al primer libro publicado de Olga Zamboni y titulado Latitudes, la voz poética enunciadora parecería dirigirse a un lector-poeta con la intención de proporcionarle consejos u orientaciones respecto a la escritura y sus vínculos con la vida cotidiana:



No lo escribas. Las letras
(habría que agitar antes de usarlas)
solo mienten disfraces confortables.



Encontralo en las cosas del camino y la gente
adherido a la piel de tus semanas.



Cada día es un verso sin forma que te espera
vaciale en molde de ojos nuevos de manos labradoras



Y miralo crecer
en el renglón sin fin y cotidiano
de tus luchas de coraje y de sombra.



Que vibre y se retuerce en el furor de este
tiempo maduro y complicado. Dale tu ritmo:
la íntima disonancia y la flor.
(…)
(Zamboni, 1980, p. 11)

Así como en “Nardo” de Toledo, también en este poema de Zamboni se visibiliza, además de la apelación directa a un posible lector –quien, en este caso, parecería ser simultáneamente un poeta–, la íntima relación que se instala entre la poesía y la vida cotidiana, la cual proporciona un abanico ilimitado de temáticas y tópicos: “Encontralo en las cosas del camino y la gente”, “Cada día es un verso sin forma que te espera”. En articulación con este aspecto del proceso de escritura, en “La dimensión de lo poético en la vida (Umbrales del Siglo XXI)”, artículo ensayístico publicado en la revista Mojón “A” de la Sociedad Argentina de Escritores, Filial Misiones (SADEM), Zamboni busca remover a los poetas del lugar en el cual con frecuencia son ubicados cuando se piensa que “vivir la poesía es estar en la estratósfera, un mundillo de elegidos” (Zamboni, 1994a, p. 22); en debate con estos estereotipos, la autora propone la búsqueda de la finalidad práctica de la poesía la cual no solo habita en las letras sino también en la vida cotidiana: “Captar TODA la poesía, también la poesía sin poemas, la que está en las cosas que nos rodean, es integrarnos en su paisaje vital que es el nuestro, y que contiene belleza, también en el dolor, la lucha, y el agobio del tiempo” (Zamboni, 1994a, p. 22).

A través de estos fragmentos entretejidos es posible reconocer aquello que veníamos anunciando al inicio del despliegue respecto a que las reflexiones metapoéticas de los autores y autoras territoriales se diseminan tanto en los propios poemas como en los textos ensayísticos, tanto los publicados como los inéditos –y hallados en sus archivos–. En ocasiones, incluso se trazan puentes dialógicos entre ambos géneros ya que en ellos se habla sobre las mismas preocupaciones y temáticas –como por ejemplo poesía y vida cotidiana–, por lo cual es posible advertir su tratamiento recursivo, repetido y al mismo tiempo diferente, en cada poema o texto crítico en los que reconocemos abordajes metaliterarios.

En relación con ello, Zamboni refuerza y sostiene su propuesta en otro artículo titulado “Poesía y tercer mundo” (1994b) –publicado en el Suplemento Punto Crítico del diario Primera Edición– cuando afirma:

La poesía, el arte son necesarios para vivir mejor. Sin esa cuota de poesía la vida probablemente no tendría sentido. Poesía entendida en el “buen sentido de la palabra”. Ingrediente para vivir con una calidad de vida en donde no se miden cualitativamente los momentos sino con otros parámetros, los de la sensibilidad, la coincidencia, la solidaridad, la creación compartida. (Zamboni, 1994b, p. 1)

Sin embargo, los anclajes de la poesía en la vida y viceversa, tan necesarios para esta autora y con los que Toledo acuerda, para este no deberían convertirse en un reflejo mimético de la vida del escritor o, en lo que él mismo denomina, un “canto a uno mismo”:

La poesía –finalmente– es misterio, delirio cósmico, juego de vivencias profundas que de otra manera no saldría a la superficie. Pero dentro de lo posible no debe ser un canto a uno mismo. Hasta cierto punto uno debe ser el poeta del que habla Neruda en uno de sus poemas, el que va recogiendo los problemas de los demás para compartirlos, olvidándose de los propios. (Toledo, 2015, p. 3)

En este nuevo fragmento de “Algo sobre la poesía”, esta busca ser desenterrada de las profundidades y vuelve a emerger a través de la imagen de su liberación, pero no para develar las emociones y sentires del propio poeta, sino los de los otros, de lo contrario “puede ser afectación y entonces hay que matarla antes de que termine por cubrirnos de moho” (Toledo, 2015, p. 1).

Para finalizar y dar paso al último despliegue, si bien son diversas las voces territoriales que trazan recorridos metapoéticos tanto en su escritura literaria como en la ensayística y crítica, es justo reconocer en Zamboni y Toledo dos figuras que, con estilos disímiles pero al mismo tiempo articulados como se ha podido vislumbrar, se han destacado y han sostenido esta práctica a lo largo de sus proyectos autorales, instalando un diálogo intenso y permanente entre sus poemas y sus textos críticos. En este sentido, ambos han hablado sobre la literatura y la poesía en innumerables ocasiones y actuaciones contribuyendo a la conformación del campo cultural y, es preciso reconocerlo, aquí solo hemos podido compartir algunos valiosos ejemplos de ello. Sin embargo, consideramos que se ha mostrado con suficiente claridad el posicionamiento estratégico y comprometido de su escritura, la cual se ha ido construyendo y reterritorializándose en cada uno de los papeles que habitan sus respectivos archivos (Santander, 2020; Guadalupe Melo, 2016);3 en ellos, se revela una constelación de fragmentos discursivos y textuales que dan cuenta de la configuración de la función autor en cada uno.

Figuras poéticas comprometidas

Para dar inicio a este nuevo despliegue, quisiéramos insistir en que más allá de los matices y diferencias entre las distintas conceptualizaciones que los autores y autoras territoriales nos han legado respecto al género, y con las cuales podríamos acordar o disentir poniéndolas en debate con las voces canónicas que discurren respecto a qué es la poesía o cómo se la lee, lo que aquí nos interesa especialmente es poner de relieve el abordaje que aquellos han propuesto sobre múltiples dimensiones metapoéticas y, de este modo, rescatar estos valiosos discursos que forman parte de la configuración de la literatura misionera y su memoria.

En este marco, además de la poesía, también la figura del poeta –la cual incluso en las autoras se encuentra formulada en masculino– es un tópico recurrente:



El poeta ama por sobre todas las cosas
el temblor de las tempestades y los volcanes,
ama el ritmo y la belleza,
así también el cielo encendido que brilla.
Porque la poesía es un llamado desde adentro,
una estrella que se enciende y cae hacia afuera,
como un meteoro inverso
cabalgando desde el centro al infinito.
(Szychowski, 1980, p. 17)

Este poema se titula “Amor de poeta” y en la brevedad4 de sus versos libres, se entrelaza al poeta con objetos de la naturaleza en los que predominan imágenes que insinúan iluminaciones y movimientos intensos; “tempestades”, “volcanes”, “cielos estrellados” son amados por él y su poesía es entendida a partir de un juego dinámico de relaciones espaciales que señalan el adentro y el afuera, el centro y, esta vez, no la periferia sino la infinitud. Bien pareciera entonces que aquí nuevamente se insiste en la liberación de la poesía que habita el universo íntimo de quien escribe y ama, escuchando el llamado de “una estrella que se enciende y cae hacia afuera,/ como un meteoro inverso”.

La configuración de un poeta que “ama el ritmo y la belleza” con sus movimientos e intensidades como nos señala la voz enunciadora en el poema de Szychowski, y que tiene cualidades para detectar la “dimensión de lo poético en la vida” según las palabras de Zamboni, encuentra ecos dialógicos significativos en las de Juan Enrique Acuña, cuando el 15 de enero de 1985 en una visita a la ciudad de Posadas, especialmente a los miembros de la SADEM, les dice:

“Encontrarse con el paisaje de Misiones implica necesariamente buscar la gente que lo sustenta. En realidad, todo lo que yo he escrito siempre ha tenido relación con la gente en la cual se enraíza un momento vital como puede ser el escribir un libro, fabricar un muñeco…”

(…)

“Yo no he abandonado la poesía. Dejé de escribir versos en determinado momento pero no abandoné nunca la poesía. Hacer teatro de muñecos, es, de alguna manera, hacer poesía. (…) Para mí el teatro es una transposición poética de la realidad. Lo importante de todo esto es la actitud con que hacemos esa transposición.

En la medida en que haya un hombre trabajando, en cualquier forma, sea con un martillo, un hacha, un escoplo, una máquina de escribir, en la medida que ocurra eso, hay poesía. Encontramos que allí puede estar la supervivencia de la condición humana. Estamos inmersos en un universo poético. Si conseguimos transponer ese trabajo del hombre… estamos haciendo un trabajo poético”.

(…)

“Yo creo a pie juntillas en la capacidad del hombre para crear”. (Acuña, 1986, p. 4)5

El fragmento pertenece a una breve reseña, junto a un puñado de citas fragmentarias, de la conversación coordinada por la poeta Lucrecia Jeanneret, publicada en la revista Mojón “A” y titulada “Juan Enrique Acuña en Misiones”; en ella se reconoce que los miembros de la SADEM tuvieron “la grata e inesperada presencia de quien sentara un valioso antecedente en la lírica misionera” (Acuña, 1986, p. 4). Cabe destacar que en aquella época Acuña se encontraba viviendo en San José de Costa Rica –ciudad en la que estaba radicado desde 1968– en donde dirigía el Moderno Teatro de Muñecos de la Universidad. Además de la escritura poética, en su vida Acuña manifestó un marcado interés por la dramaturgia y el arte de los títeres, lo cual queda demostrado en su respuesta ante una pregunta que, si bien no sabemos con certeza cuál ha sido, es posible imaginarla según lo enunciado por el autor cuando reconoce que toda su producción artística, sea un libro o un muñeco, se encuentra profundamente vinculada al paisaje misionero y a su gente. De este modo, concibe al arte –el teatro o la escritura– como “una trasposición poética de la realidad”, tal es así que confiesa que no ha abandonado la poesía puesto que en cualquier creación humana ella está presente: “Estamos inmersos en un universo poético”.

En este punto del recorrido, es preciso insistir en que resulta significativa la importancia que los autores y autoras territoriales le confieren al anclaje de su escritura en la realidad que habitan, en el paisaje que recorren cotidianamente y que, tal como hemos anticipado, esto no implica un reflejo mimético, sino una recreación o transposición, como agrega Acuña. En articulación con ello, en otras voces, la figura del poeta se asocia con frecuencia a la de alguien que piensa y reflexiona críticamente sobre la realidad que le toca vivir, como por ejemplo Rosa Etorena de Rodríguez, quien basándose en la poética de Zamboni y Toledo, publica en la revista Puente el estudio “Los que dudan” en el cual afirma: “El poeta es esencialmente el que duda. El que parcela la realidad, el que elige, el que selecciona. Es esencialmente un constante inquisidor. Un investigador de la realidad. Un pensador” (Etorena de Rodríguez, 1971, p. 7).

Asimismo, en otro fragmento del texto “Algo sobre la poesía” citado con anterioridad, Toledo arremete nuevamente contra los estereotipos sociales y propone un poeta ajeno al poder de turno, libre –¿para poder también liberar su poesía?– tanto de presiones políticas como de funciones festivas:

Se nace poeta como se nace tuerto o sordomudo. Lo demás es pasatiempo más o menos cultivado, más o menos empeñoso. No es cuestión de barbas ni de romanticismo. Tampoco el poeta es un lujo de la sociedad (como dijo nuestro diario), o un ave canora apta para amenizar fiestas. Es un ser humano como cualquier otro y es preferible que no viva de la limosna de nadie, para poder decir lo que se le antoje. No necesita pertenecer a ninguna tendencia política. El compromiso no lo asume llenando formularios sino frente a su conciencia. (Toledo, 2015, p. 3)

En las palabras de Toledo, se vislumbra nuevamente la agudeza de su tono cuando asevera que el poeta es un ser humano cualquiera que nace con dicha condición, la cual debería permitirle decir lo que se le antoja sin ataduras políticas puesto que, tal como afirma en otro texto titulado “Poesía desganada”, esta “no sirve para adornar la realidad sino para enjuiciarla e implica el punto de densidad máxima en la tarea del escritor” (Toledo, s.f., p. 2). El poeta, entonces, es un ser comprometido con el contexto cultural que habita y su palabra es libre y urgente, tal como la reservaba Barthes para los écrivants (2003, p. 202-211), por ello es también un intelectual (Said, 1996), alguien que, antes de pintar paisajes amigables, polemiza y debate acerca de ellos:

El PANFLETO sabe que no es un factor de cambio. Es un género de barricada genéticamente lírico; combativo y bohemio al mismo tiempo. (…) Es un híbrido juego, en última instancia inocente; un niño disfrazado de guerrero; inofensivo simulacro de arrebato intolerante con la injusticia del poder… (Szretter, 1993, p. 16)

Cuando está prohibido decir lo que se piensa y hay que enfrentar la tortura y la muerte por decirlo a pesar de la amenaza; nace el PANFLETO. (p. 17)

Estos fragmentos pertenecen al prólogo de Panfletos en la noche y Antología final (1993) de Alberto L. R. Szretter. Estos panfletos-poemas, sumergidos en una Argentina de represión y dictadura, de oscuros e impuestos silencios, revelan una vez más la palabra crítica del autor territorial, aquella que incomoda, que se hace cargo de lo que nadie se anima a decir y por ello es concebida como “La necesaria palabra”, título de un poema en el cual se define a esta última como: “Alacranes de luz/ Cardúmenes esquirlas/ Coronadas de dientes/ Aguavivas descalzas/ Vienen mordiendo el aire/ Las carnes y los huesos” (Szretter, 1993, p. 115).

En este poemario, el autor no solo nos arroja imágenes inquietantes de un mundo en el que reinan la inseguridad, la violencia y la injusticia, sino que también se incluyen reflexiones acerca de la poesía y los poetas a los que se les hace similares reclamos a los planteados por Toledo, como en el siguiente fragmento de “Panfleto contra la poesía eufemística”:



Sin embargo al poeta le exigen la palabra melosa
la rima minuciosa
el soneto de frac y de monóculo
Sintaxis adornadas con cintas de colores
la frase chantillí con fruta fresca y dulce
de una metáfora ingeniosa.
La quisicosa de una estocada hermética
que cause una hemorragia… ¡apenas rosa!
El verso edulcorado con sonrisas
lleno de genuflexiones elegantes, atléticas
aroma, gracia, brisa
que se ajuste a las leyes estéticas
que disimulen la injusticia
de madres esqueléticas
con las tetas sin leche
y manos sin caricias



¡Mas tendrán que admitir el verso duro
la matemática y justificada puteada
la poesía denuncia
que clavamos en el cuero peludo
de nuestros enemigos!
(Szretter, 1993, p. 37)

Resulta interesante mencionar que la poesía-denuncia de Szretter siempre se ha instalado en un territorio profundamente político que no esquiva las problemáticas sociales sino que las exhibe en toda su crudeza y realidad, interpelando a quienes ejercen el poder en los lugares más privilegiados y olvidan el compromiso asumido con el pueblo.

Palabras inconclusas

A lo largo de este artículo hemos tratado de visibilizar de qué manera la producción literaria y crítica de los autores y autoras de Misiones reterritorializa los espacios geográficos y simbólicos que atraviesa provocando anclajes discursivos, retóricos y semióticos que instauran relaciones de poder (Foucault, 1992, p. 125) en el campo cultural. En relación con lo dicho, entendemos a la literatura misionera de las figuras autorales con las cuales trabajamos como un territorio poderoso que excede el mero rastreo y muestrario de pinceladas paisajísticas desde una mirada regionalizada y esencialista en la cual se buscarían articulaciones fijas entre el acontecimiento literario y la realidad del entorno.

En este sentido: “Es totalmente inútil inventariar un tema en un escritor si no se pregunta qué importancia tiene en la obra, es decir, exactamente cómo funciona (y no su ‘sentido’)” (Deleuze y Guattari, 1998, p. 69). Desde esta perspectiva, la literatura es un saber que funciona como una máquina que se activa y se pone en marcha a partir de las multiplicidades instaladas por las miradas críticas de quienes la consumen y leen.

Para finalizar, quisiéramos mencionar que en este trabajo hemos compartido numerosas lecturas posibles sobre textos críticos y poemas pertenecientes a autores y autoras territoriales, sin perder de vista que “… los significados no son ni otorgados al azar por los lectores, ni están presentes objetivamente en la página a la manera que lo está una filigrana” (Eagleton, 2010, p. 137); por lo cual, abordamos cada texto tratando de evitar el encorsetamiento de las interpretaciones y siendo conscientes de las múltiples posibilidades de sentidos que podrían entramarse. Asimismo, la tríada poesía-poema-poeta ha sido definida a partir de la propia voz de las figuras autorales protagonistas quienes, a través de metapoemas y metadiscursos poéticos han resaltado la importancia del anclaje en la vida cotidiana y del compromiso social de quien escribe respecto del espacio que habita.

De esta manera, a partir de esta indagación en algunas de las textualidades de los archivos territoriales, hemos intentado ampliar la mirada sobre la producción y circulación de la palabra literaria y crítica de un conjunto de poetas de Misiones adentrándonos en diversos intersticios de su universo discursivo; consideramos que allí se arriesgan postulados y despliegues potentes en torno al género –como los anteriormente compartidos– que dan cuenta de la intención de configurar e integrar un programa poético comprometido con el territorio en el cual emerge y se disemina.

Referencias bibliográficas

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Notas

1 Las mismas se inscriben en el Laboratorio de Semiótica de la Secretaría de Investigación de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones (FHyCS - UNaM). Para mayor información visitar el siguiente sitio web: www.autoresterritoriales.com (Santander, Andruskevicz y Guadalupe Melo, 2015).
2 Los destacados son nuestros.
3 Esta publicación corresponde a la Tesis de Doctorado en Letras de Santander, presentada y defendida en el año 2004 en la Universidad Nacional de Córdoba.
4 “En la brevedad del poema, el sentido literal se abre, en su simbolización, hacia ese otro o esos otros sentidos que lo rodean en su espacio fantasmático” (Genovese, 2011, p. 19).
5 Las comillas pertenecen al original.

Notas de autor

* Carla Andruskevicz es Dra. en Ciencias Humanas y Sociales, Mgter. en Semiótica Discursiva, Prof. y Lic. en Letras por la Universidad Nacional de Misiones (UNaM). Se desempeña como Prof. Adjunta Regular Exclusiva en las carreras del Prof. y Lic. en Letras y de Bibliotecología y Lic. en Bibliotecología de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNaM. Es Codirectora de la Carrera de Letras, Coordinadora Académica y Docente del Cuerpo Estable de la Especialización en Semiótica de la Lengua y la Literatura en la UNaM. Asimismo, es Investigadora Independiente del Laboratorio de Semiótica - Subsede Cátedra UNESCO para la Lectura y la Escritura, con Categoría III del Programa Nacional de Incentivos. En cuanto a la dirección de proyectos de investigación, se desempeña como Directora del proyecto de Investigación “Lectura y escritura en los umbrales: Prácticas y diálogos entre la Escuela Media y los Estudios Superiores. Etapa II” (16/H1769-PI); y como Codirectora del Proyecto de Investigación “Cartografías literarias y críticas. Archivos territoriales. ETAPA II” (16/H1785-PI).
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