Artículos
Recepción: 28 Marzo 2023
Aprobación: 05 Septiembre 2023
Publicación: 01 Marzo 2024
Resumen:
El artículo indaga las diversas formas que tomó el antifascismo en Córdoba a partir del estudio de las repercusiones que tuvo el asesinato del diputado socialista José Guevara en el escenario político provincial de 1933. A partir de allí se pretende identificar los principales componentes que definieron las variantes y diversas tonalidades que tomó la lucha contra el fascismo. El análisis se realiza en base al trabajo con los diarios de sesiones de la Honorable Cámara de Diputados (HCDC) y de la Honorable Cámara de Senadores de Córdoba (HCSC) y de la prensa provincial, partidaria y nacional.
Como hipótesis se plantea que el asesinato de Guevara estimuló a dirigentes de fuerzas políticas heterogéneas (oficialistas y opositores) a convergir en apelaciones y organizaciones antifascistas. También, que desde discursos antifascistas buscaron definir su rol en la lucha contra el fascismo y el que debían desempeñar sus adversarios políticos. A su vez, unos y otros expusieron distintas nociones de democracia y participación que promovieron actitudes y acciones antifascistas de diferente tenor, algunas más beligerantes que otras. Asimismo, en el espacio público cordobés también tuvieron lugar posiciones antifascistas que se alejaron de la apología de los valores democráticos de la tradición liberal argentina.
Palabras clave: Antifascismo, Córdoba, Democracia, Partido Demócrata, Partido Socialista.
Abstract:
This article explores the various forms that anti-fascism took in Córdoba, based on the study of the repercussions that the 1933 assassination of socialist deputy José Guevara had on the provincial political scene. From there, the aim is to identify the main components that defined the variations and diverse nuances of the struggle against fascism. The analysis is carried out based on the work with the session newspapers of the Honorable Chamber of Deputies (HCDC) and the Honorable Chamber of Senators of Córdoba (HCSC) and the provincial, partisan, and national press.
As a hypothesis, it is suggested that the assassination of Guevara stimulated leaders of heterogeneous political forces (government and opposition) to converge in anti-fascist calls and organizations. Also, that from the anti-fascist speeches, they sought to define their role in the struggle against fascism and the one their political adversaries should play. In turn, they presented different notions of democracy and participation that promoted anti-fascist attitudes and actions of different tenor, some more belligerent than others. Likewise, in the Cordoban public space, there were also anti-fascist positions that moved away from the apology of the democratic values of the Argentine liberal tradition.
Keywords: Antifascism, Córdoba, Democracy, Democratic Party, Socialist Party.
A partir del ascenso de Hitler al poder en Alemania en 1933 el fascismo logró convertirse en un problema de envergadura mundial (Hobsbawm, 1988) y en sociedades de distintos puntos del mundo surgieron discursos y movimientos antifascistas. De manera que, al menos en occidente, el tándem fascismo/antifascismo fue uno de los grandes clivajes políticos del siglo XX y alcanzó mayor preeminencia en el marco de la Guerra Civil Española (1936-1939).
Respecto al antifascismo Nigel Copsey (2000, 2010) ofrece una definición que permite referirse tanto al acto de oponerse (la acción hostil) como al estado de estar en oposición (la actitud hostil) a la ideología fascista y sus propagadores. De esta manera el autor identifica un antifascismo activo con la acción contra el fascismo que en general llevaron a cabo sectores de izquierda, mientras que la actitud hostil que presentaron sectores más conservadores con uno de tipo pasivo.1 Así, el concepto permite dar cuenta de las diversas formas que pudo tomar el fenómeno y de los distintos tonos de beligerancia que pudo adoptar. Sobre el fascismo, Copsey señala que es crucial considerar aquello que los propios actores históricos definen como tal, sea que como investigadores lo juzguemos correcto o no.2
En el caso de Argentina las investigaciones sobre antifascismo dan cuenta de su heterogeneidad y complejidad y permiten observar cómo se materializó en una red de asociaciones, centros culturales y bibliotecas.3 Además, develan la existencia de una sensibilidad antifascista durante los años 30 (Pasolini, 2006) y de un discurso antifascista “argentino” que desde mediados de esa década funcionó como una apelación tentadora en el entramado político y social nacional. Se trató de un elemento retórico que estuvo a disposición de grupos nacionales de peso para ser operado en la interpretación de la situación política local (Bisso, 2005: 43). A partir de conexiones creíbles entre lo local y lo internacional la apelación antifascista expresó inquietudes arraigadas en experiencias locales (Bisso, 2007). Por consiguiente, para una mayor comprensión del antifascismo en Argentina se torna relevante el análisis desde escalas locales que permitan dar cuenta de las experiencias de los actores y las modulaciones particulares de la historia global (Revel, 2015).
En consecuencia, en este artículo propongo contribuir al estudio del antifascismo en Argentina a partir del análisis de un episodio de la historia de Córdoba, el asesinato del diputado socialista José Guevara. El atentado ocurrió el 28 de septiembre de 1933 en un acto que el Partido Socialista (PS) celebraba en la capital cordobesa y cuando gobernaba la provincia el Partido Demócrata (PD) y Pedro J. Frías era gobernador.4 A raíz de la significancia e impacto contemporáneo que tuvo el hecho considero que constituye una ventana de análisis para la comprensión del antifascismo en Córdoba. De esta manera busco captar las particularidades que asumió la experiencia antifascista en un espacio periférico respecto a la capital del país, pero central de la vida política de la provincia mediterránea.5 A su vez, pretendo indagar sobre la complejidad de un fenómeno transnacional identificando en el caso local diferentes modulaciones, sobre todo aquellas más conservadoras, “pasivas” o de menor beligerancia.
En primer lugar, la relevancia del hecho estaba en que Guevara era una figura importante del socialismo vernáculo, fue un dirigente socialista de origen trabajador del gremio de empleados de farmacia y contaba con una larga trayectoria en el PS de Córdoba. Al momento de su muerte era secretario general del partido y dirigía el órgano de prensa de la Federación Socialista de Córdoba, Tribuna Socialista (TS) (Vidal, 2014). En segundo lugar, se trató de un crimen del que fueron acusados simpatizantes fascistas y de la Legión Cívica Argentina (LCA).6 De allí que no faltó quien comparara su muerte con la de Giacomo Matteotti en manos del fascismo italiano en 1924, ya que para la oposición ambos asesinatos revelaban el avance del fascismo (LVI, 30/09/1933, p. 3, 5; 01/10/1933, p. 7; 03/10/1933, p. 5).7 Por último, el funeral organizado por la Federación Socialista fue, según La Vanguardia, “imponente” porque participaron 50.000 personas.8 La multitud ocupó las calles cordobesas y acompañó el féretro de José Guevara hasta el cementerio dando un espectáculo que trascendió las fronteras provinciales.9
Por tanto, aquí veremos cómo el asesinato de Guevara estimuló a dirigentes de fuerzas políticas heterogéneas (oficialistas y opositores) a convergir en apelaciones y organizaciones antifascistas. También, que desde discursos antifascistas buscaron definir su rol en la lucha contra el fascismo y el que debían desempeñar sus adversarios políticos. A su vez, unos y otros expusieron distintas nociones de democracia y participación que promovieron actitudes y acciones antifascistas de diferente tenor, algunas más beligerantes que otras. Asimismo, en el espacio público cordobés también tuvieron lugar posiciones antifascistas que se alejaron de la apología de los valores democráticos de la tradición liberal Argentina.
A continuación, a partir del análisis de los diarios de sesiones de la Honorable Cámara de Diputados (HCDC) y de la Honorable Cámara de Senadores de Córdoba (HCSC) y de la prensa se examinarán las nociones de fascismo que elaboraron distintos partidos políticos de Córdoba para luego considerar las diferentes definiciones de democracia que éstos articularon. Después se reconstruirá cómo los diferentes espacios y actores políticos definieron a sus adversarios y el rol que debían desempeñar en la lucha antifascista. Por último, el trabajo dará cuenta de la existencia de formas de antifascismos más beligerantes y se analizarán los factores que habrían posibilitado que dirigentes de fuerzas políticas antagónicas convergieran en ellos.
Definiciones de fascismo
Ante el asesinato de Guevara dirigentes políticos y la prensa de Córdoba buscaron definir el fascismo, ya que el socialismo había atribuido inmediatamente la responsabilidad a militantes legionarios y fascistas. Por su parte, la investigación policial también se había conducido contra sospechosos pertenecientes a estos grupos y al día siguiente del atentado habían sido allanados y clausurados los locales de la LCA y del Partido Fascista Argentino (PFA) y detenidos sus respectivos dirigentes: Hernán Moyano López y Nicholás Vitelli. Luego fueron apresados otros sospechosos que habrían estado al momento del homicidio, entre los que se encontraban Rodolfo Oddonetto, un militante del PD según La Voz del Interior, y Santos Virga, un italiano que “ante la justicia ha dado pruebas de ser un fascista fanático y desorbitado”. Sin embargo, a excepción de Oddonetto y Virga, todos fueron puestos en libertad a los pocos días (LVI, 30/09/1933, pp. 4, 6; 04/10/1933, p. 6.).
Luego de oficiado el acto de sepelio el rechazo al fascismo fue prácticamente unánime entre las distintas fuerzas políticas cordobesas ya que se había demostrado la capacidad de movilización que tenían las consignas antifascistas y el repudio del asesinato de Guevara. De manera que en ambas cámaras fueron escasos los márgenes para la defensa del fascismo o de manifestarse en contra de repudiar lo sucedido.10 A su vez, este rechazo al fascismo se hizo eco entre las principales figuras partidarias de nivel nacional, como por ejemplo Alfredo Palacios (PS), Marcelo T. de Alvear (UCR) y Julio Noble (PDP) (LVI, 30/09/1933, p. 9; 01/10/33, p. 9).
Además de converger en posiciones hostiles al fascismo, tanto el oficialismo como la oposición coincidieron en definirlo como una expresión de barbarie y violencia que imitaba fenómenos europeos (HCDC, 05/10/1933, pp. 782-833; HCSC, 05/10/1933, pp. 929-942; LVI, 30/09/1933, pp. 5-6). Así, los parlamentarios, tanto demócratas como socialistas, compartieron una la lectura del problema en clave civilizatoria. A su vez, el carácter bárbaro, violento y mimético que le atribuían al fascismo fue común entre las representaciones que elaboró el antifascismo argentino. Es decir, entre la mayoría de los antifascistas argentinos existía una gran coincidencia en que las posiciones ideológicas del fascismo provenían del exterior y que se trataba de un enemigo irreconciliable (Finchelstein, 2010: 118).
Sin embargo, las definiciones fueron más profundas que esa superficie de acuerdo y el análisis permite identificar algunas diferencias que dan cuenta de las distancias ideológicas entre las distintas fuerzas políticas. En el caso del socialismo, a través de su órgano de difusión, TS, definieron al fascismo como “el sistema de fuerza que utiliza el capitalismo como último recurso para salvar su caída frente al proletariado que reclama para sí el poder político que le corresponde por la propia evolución del proceso histórico del universo” (TS,15/06/1934, p. 8). En ese sentido entendían que los crímenes del fascismo y de los legionarios, como era el asesinato de Guevara, cumplían “un plan sistemático de la burguesía argentina que quiere ahogar en sangre la palabra de los dirigentes de la clase trabajadora organizada cuando reclama con vigor y sin miedo justicia y pan para los explotados” (TS,10/10/1933, p. 4).
A su vez, el socialismo también vinculó el fascismo con el clericalismo (TS, 01/11/1933, p. 9), como por ejemplo cuando el diputado nacional Nicolás Repetto aseguraba en el acto del funeral que el crimen “tiene todos los aspectos que caracterizan a la ‘crueldad clerical’.” Incluso brindaba una definición de clericalismo al aclarar que con el término no se refería a los fieles que van al templo sino a la clase propietaria, aquellos que a través de “palabras resonantes buscan conservar y acrecentar los bienes materiales que han recibido en herencia” (El País, 02/10/1933, p. 1; La Vanguardia, 02/10/1933, p. 1). En esa ocasión, Deodoro Roca también responsabilizó del atentado al clericalismo, el conservadurismo y el capitalismo (LVI, 02/10/1933, p. 12). Por su parte, el diputado nacional Mario Bravo hizo lo mismo al responsabilizar del crimen a la iglesia (LVI, 30/09/1933, p. 9). En suma, entre los dirigentes del PS predominó una lectura clasista y anticlerical del fascismo.
Por otro lado, en las intervenciones de Arturo Orgaz podemos reconocer una voluntad de conectar en clave civilizatoria el conflicto fascismo/antifascismo con la historia nacional. El senador socialista vinculó el nacionalismo de los legionarios y fascistas con el de los caudillos federales del siglo XIX -como Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas- a la vez que reivindicó el nacionalismo de San Martín, Sarmiento, Avellaneda y Rivadavia. A partir de estas conexiones Orgaz explicaba que el asesinato de su compañero significaba regresar a “épocas bárbaras de nuestro país, a las luchas de montoneras o de fracciones” (HCSC, 05/10/1933, pp. 929-933). Es decir, la concepción de que el fascismo era algo exótico coexistía con una explicación como la del senador socialista que lo enraizaba en la historia argentina. La intervención de Orgaz daba cuenta así de una variante del antifascismo que ponía en primer plano la tradición histórica liberal argentina como una manera de nacionalizar al movimiento y competir con otros nacionalismos (Bisso, 2005: 60).
Esta lectura del fascismo en clave liberal y civilizatoria se correspondía a un viraje que el PS estaba dando durante esos años respecto a cómo entendía el liberalismo. Mientras en las décadas anteriores el partido había propiciado una caracterización principalmente económica entendiéndolo como “librecambismo”, durante los años 30 viró hacia una mirada ética que proponía precisamente una prédica liberal y civilizatoria. Según Ricardo Martínez Mazzola (2011) esta transición política se vio acentuada por la incorporación de tópicos que sumaron los intelectuales reformistas que se adhirieron al partido durante esa década. En el caso de Córdoba, reconocidos dirigentes reformistas se unieron al PS buscando canalizar allí su compromiso intelectual cuando fueron expulsados de sus cargos docentes en la Universidad Nacional de Córdoba por el régimen de Uriburu (Tcach, 2018).11
Por su parte, el oficialismo también se explayó en explicaciones que buscaban dar cuenta del carácter foráneo del fascismo, por ejemplo, el diputado demócrata Leónidas Carranza aducía que la lápida de Guevara debería llevar la inscripción “asesinado por el extranjero” (HCDC, 05/10/1933, p. 809). Esta sentencia y otras similares coincidían con el camino que seguía la justicia y la prensa que señalaban como a uno de los máximos sospechosos al italiano Santos Virga.
La condición de exótico que dirigentes del PD le daban al fascismo les permitía ubicarlo a la altura del comunismo. Es decir, en un momento en que el discurso antifascista fue recurrente, los demócratas le agregaron el rechazo al comunismo y así acusaban a ambos de ser foráneos y de utilizar medios violentos para cambiar el sistema democrático (LVI, 2/11/1933, p. 5).12 A su vez, buscaron resaltar la incompatibilidad que tenían ambos adversarios con la realidad local.
Sin embargo, más allá de estos acuerdos entre los demócratas podemos distinguir diferencias que son relevantes de señalar; el punto principal de desencuentro estaba en cómo concebían a la LCA. Mientras los dirigentes socialistas, el comunismo y la prensa opositora culpabilizó del atentado tanto a fascistas como legionarios (HCDC, 05/10/1933, p. 782-787; LVI, 01/10/1933, p. 6, 11), entre los demócratas no existió una unanimidad de opinión respecto a estos últimos. De allí que algunos dirigentes oficialistas buscaron “desfascistizar” a la LCA resaltando su patriotismo y su vocación al orden (cuestiones que examinaremos luego). En ese sentido, el senador Laureano Pizarro13 no solo mostró sus simpatías con los legionarios sino también con el golpe de septiembre y recibió el apoyo del senador Telésforo Ubios (HCSC,05/10/1933, pp. 937-941). A raíz de esto, en La Voz del Interior se aseguró que ambos senadores habían aplaudido a la organización nacionalista (LVI, 06/10/1933, p 4). Por su parte, el resto de los senadores y diputados del PD que intervinieron en el debate no se ocuparon de separar de manera explícita a los legionarios del fascismo ni objetaron a Pizarro y Ubios por sus afirmaciones.
La LCA fue un tema que dividió aguas al interior del PD desde que su seccional cordobesa había sido fundada en 1931, revelando así las tensiones internas que atravesaban al partido. En ese momento algunos dirigentes oficialistas habían ingresado en las filas de la organización y hasta formado parte de su Consejo Superior, como fue el caso de Ubios y de allí su apoyo a la postura de Pizarro a favor de los legionarios. Mientras, otros demócratas como Aguirre Cámara se habían opuesto a que los afiliados formaran parte de la organización nacionalista. Sin embargo, la dirigencia decidió dar libertad a los afiliados y no prohibir su adscripción a la LCA (Osella, 2019). Entonces, el asesinato de Guevara reavivó ese debate que se había librado dos años antes.
Pocos días después del sepelio la Junta Central del PD declaró la incompatibilidad entre ser afiliado al partido y militar en asociaciones “que profesan principios contrarios a los que informan la vida democrática de nuestra agrupación” (LVI, 04/10/1933, p 5). En esa ocasión, José Mercado, Benjamín Palacios y Prudencio Bustos propusieron que el gobierno de la provincia separara de los puestos de la administración pública a legionarios y fascistas. Sin embargo, esta moción fue rechazada ampliamente por el resto de la Junta y únicamente se optó por declarar la incompatibilidad (Córdoba, 04/10/1933, p. 2).
Por su parte, en la Honorable Cámara de Diputados de la Nación también tuvieron lugar intervenciones de demócratas que manifestaron sus simpatías con la LCA. Aún más, el diputado Amado J. Roldán reveló su adhesión a la organización nacionalista y buscó diferenciarla de los organismos fascistas para que no fuese afectada por las disposiciones del partido (LVI, 22/10/1933, p. 5). De manera que ni a nivel provincial ni nacional los demócratas lograron una definición unánime del vínculo entre fascismo y LCA. A su vez, las tensiones y diferencias ideológicas que atravesaban al partido desde su conformación14 salieron otra vez a la luz a la hora de precisar contra quienes se oponían desde el discurso antifascista.
Perspectivas sobre la noción de democracia
Si bien tanto socialistas como demócratas y radicales calificaron al fascismo de antidemocrático, los matices fueron importantes debido a la concepción que cada fuerza o dirigente tenía de democracia y a los intereses y alineamientos políticos a los que respondía. En consecuencia, el análisis de estas diferencias contribuye a un mayor conocimiento de la heterogeneidad que reunió el antifascismo en Córdoba.
En relación a los socialistas, para sus dirigentes el atentado a Guevara significaba un ataque a la democracia porque había acallado la voz de un legislador socialista de origen obrero. Esta explicación derivaba de la idea de democracia pluralista que tenía el socialismo argentino que sostenía que la presencia y presión de la clase obrera en el Estado favorecía su democratización (Tortti, 1999). De modo que en las loas que Guevara recibió luego de su muerte tanto por dirigentes provinciales como nacionales del socialismo resaltaron constantemente su origen proletario. En ese sentido en Tribuna Socialista se afirmaba que el diputado asesinado “fue un mártir de la causa popular, de todo el pueblo, que no solo persigue su bienestar material sino, al propio tiempo, su elevación espiritual por la afirmación de la verdad democrática y de la libertad de conciencias” (TS, 28/09/1933, p. 1). Por su parte, Alfredo Palacios sintetizaba esta perspectiva diciendo que era un “mártir de la democracia” (LVI, 02/10/1933 p. 5).
Por otro lado, durante los años ’30 muchos socialistas se mostraron escépticos sobre la eficacia de los métodos democráticos como únicas armas para alcanzar el poder, sin poner en dudas su primacía y superioridad (Tortti, 1999). Por ejemplo, Deodoro Roca aducía que ante la amenaza fascista se debía “cambiar urgentemente métodos y armas” y que “la realidad histórica parece llamarnos a la revolución”. De allí que en el funeral instó a los presentes a aceptar “la lucha en el terreno en el que el adversario la plantea” en lugar de continuar brindando discursos, proclamas y manifiestos (LVI, 02/10/1933, p. 12).15 De manera que proponía otra forma de actuar en el espacio público que no se agotara en el debate parlamentario, sino que fuese en dirección a una revolución socialista.
La posición de Roca evidenciaba tanto los cuestionamientos que un sector del socialismo le hacía a la dirigencia del partido, una disputa que enfrentaba a “reformistas” y “revolucionarios”16 como las tensiones que él protagonizó durante la década. Roca estuvo afiliado al PS solo siete años, de 1930 a 1937 cuando fue expulsado del partido en 1937 tras protagonizar una polémica por postular una unidad antifascista que incluyese al Partido Comunista (PC). En años posteriores su cercanía a posturas comunistas también fue denunciada por sectores socialistas y objeto de álgidas polémicas.17 Sin embargo, más allá de los tensos debates que protagonizó en torno a sus fidelidades político partidarias -y a diferencia de otros intelectuales de la izquierda del PS- Roca fue renuente a ingresar al PC o a formar parte del Partido Socialista Obrero fundado por Benito Marianetti (Tcach, 2018). Entonces, el discurso que pronunció en ocasión del funeral de Guevara en 1933 debe ser entendido desde las particularidades que encerraba su figura no solo al interior del PS en ese momento sino en el campo de las izquierdas en general y a lo largo de la década.
Respecto al radicalismo, como puede apreciarse en el diario de tendencia radical La Voz del Interior, también culpabilizó del crimen a legionarios y fascistas calificándolos de antidemocráticos. A su vez, las editoriales del diario revelan cómo se hizo del pueblo el depositario del carácter democrático y se buscaba que fuese diferenciado de la “aristocracia” gobernante que ocupaba el poder desde el golpe de Estado de 1930. Este razonamiento también pretendía demostrar que el gobierno de Justo no era totalmente democrático: explicaba que bajo su mandato el pueblo veía cercenadas sus libertades cívicas y la vigencia de las instituciones republicanas, siendo una muestra de ello el atentado que había sufrido el mitin socialista (LVI, 02/10/33, p. 3).
Desde estas concepciones y con la intención de morigerar la vinculación del PS con la masiva movilización que fue el sepelio, La Voz del Interior afirmaba que el cortejo fúnebre había sido acompañado por el pueblo democrático que no se reducía al socialismo. El diario argüía que el socialismo no podría haber convocado a la enorme multitud que escoltó el féretro porque el partido tenía escasos militantes y que los asistentes fueron en protesta al peligro en el que se encontraba su libertad, no por su afiliación partidaria (LVI, 02/10/33, p. 3). Para La Voz del Interior Guevara fue un:
demócrata sincero, romántico enamorado de la libertad, bregaba por ella desde su banca de legislador, desde la tribuna popular, desde las columnas de la prensa y desde todos los vértices a que lo llevaba su dinamismo de luchador y de soldado de una causa. (LVI, 30/09/1933, p. 3)
El diario también dio cuenta de su origen humilde enfatizando que provenía de ese sector de la sociedad que encarnaba la democracia, que era depositario de la soberanía: el pueblo. Mientras los dirigentes nacionales del socialismo hacían hincapié en que la formación socialista había permitido que un obrero como Guevara llegara a ser legislador, el periódico cordobés desestimaba esa instrucción. Más bien valoraba que el diputado “hablaba con el lenguaje de los pobres, los simples y los buenos. No encubría su pensamiento en habilidosas o bellas concepciones retóricas” (LVI, 30/09/1933, p. 3). Es decir, para el diario el valor de Guevara estaba en su pertenencia al pueblo y no en su formación socialista.
Con respecto a los demócratas podemos distinguir que, a pesar de los contrastes ideológicos entre sus miembros, coincidían en una idea de democracia que la vinculaba con el orden y el mantenimiento del status quo. Entendían que el respeto a la Constitución y a las instituciones republicanas garantizaba la democracia y, por ende, el orden social y político. Mientras, entendían que el fascismo y el comunismo significaban el “desorden” porque buscaban cambiar a través de la violencia precisamente la organización que establecía la Constitución (HCDC, 05/10/1933, pp. 198-833; LVI, 2/11/1933, p. 5). En ese sentido, el diputado José Mercado aseguraba que “cualquier otro atajo que se busque abandonando las normas de la democracia, nos conducirá a la anarquía o a la guerra civil con sus terribles consecuencias para el porvenir económico, social y político de la República” (HCDC, 5/10/1933, p. 798).
Para el conservadorismo -y aún reconociendo su diversidad- la cuestión del orden constituye un asunto importante en su análisis social y político18 y por eso resulta sugerente definir como conservadora a la noción de democracia que defendían los demócratas cordobeses para así diferenciarla analíticamente de la de otras fuerzas. Asimismo, es significativo resaltar que en el marco de la repercusión que tuvo el crimen del diputado socialista ningún dirigente oficialista manifestó posiciones antidemocráticas. Como señala Desirée Osella (2014), para los demócratas cordobeses el ideario democrático y las virtudes republicanas eran elementos positivos de su identidad partidaria porque entendían que los diferenciaba de otras fuerzas conservadoras del país. Por ejemplo, José H. Martínez, presidente del Comité Central del PD, afirmaba:
[el partido] Es también como órgano funcional de la actual estructura del país basada en las instituciones libres, profundamente democrático. Repudia por lo tanto a los que quieren modificar por la violencia o cualquier otro medio la organización actual de la sociedad (léase comunismo) o los que por igual método pretenden implantar dictaduras políticas o cambiar el sistema democrático de gobierno. En una palabra el partido se ha declarado en contra del Comunismo y del Fascismo. De Moscú y de Roma, para reafirmar su nacionalismo y su profundo contenido democrático. (LVI, 2/11/1933, p. 5)
Igualmente resulta interesante cómo algunos demócratas pudieron compatibilizar esta noción de democracia con una visión benévola de la LCA. Este es el caso del senador Laureano Pizarro, quien intentó “desfascistizar” a la organización:
La Legión Cívica se ha formado en un momento en que peligraban las instituciones democráticas no para luchar por establecer una nueva forma de gobierno, sino para colaborar y defender las instituciones al lado del ejército y de las otras fuerzas del país, encargadas de cuidarlas. (LVI, 22/10/1933, p. 5)
Por consiguiente, para Pizarro la LCA se diferenciaba del fascismo porque no buscaba alterar el orden sino garantizarlo y de allí también que Roldán solicitase que las directivas del PD acerca de las organizaciones fascistas no alcanzasen a los legionarios (LVI, 22/10/1933, p. 5). A su vez, Pizarro no solo se refirió a los legionarios como defensores de las instituciones democráticas sino que los calificó de democráticos y patriotas. Empero, como otros demócratas, el senador reconocía que el accionar de los legionarios estaba fuera de lugar en un presente que consideraban democrático y ordenado. Asimismo, al reconocerle ese carácter democrático confiaba en que “la Legión Cívica, con la prudencia a que está obligada, y con la responsabilidad de sus componentes, cuyas cabezas caracterizadas conocemos, se cuidará muy bien de mantenerse dentro de la órbita y de los fines para que fuera creada” (HCSC, 05/10/1933, p. 938).
En suma, para todos aquellos que se manifestaron en contra del fascismo y a favor de la democracia fue imperativo definir esos términos. Como advertimos en este apartado, la idea de democracia que barajaron partidos y dirigentes estuvo condicionada no solo por posiciones ideológicas sino también por cuestiones pragmáticas vinculadas a disputas partidarias.
Por otro lado, el análisis permite marcar ciertos matices respecto a la propuesta de Copsey (2010) sobre el “mínimo antifascista” que habrían compartido todos los antifascistas en la Gran Bretaña de entreguerras. Según el autor, todos ellos compartieron una oposición política y moral al fascismo arraigada en los valores democráticos de la tradición de la Ilustración. En el caso cordobés ese mínimo común no estuvo en todos los casos asentado en una defensa de la democracia y de la tradición liberal argentina, sino que abarcó nociones más heterogéneas. A su vez, estas diferencias no impidieron -o hasta quizás posibilitaron- el surgimiento de formas más activas y beligerantes del antifascismo.
Rol dado a los adversarios políticos
Luego del atentado a Guevara las lecturas que interpretaban la realidad presentaban un escenario bipolar donde se enfrentaban fascistas contra antifascistas y para todos los que convergieron en una prédica antifascista fue oportuno identificar no solo quiénes eran fascistas o se comportaban como sus cómplices, sino también quiénes eran sus aliados en la lucha contra el fascismo. De lo que se trataba era de ubicarse y ubicar a los adversarios políticos en una contienda en la que reconocían un amplio apoyo popular por la causa antifascista. En ese sentido, mientras más cercano al fascismo se ubicaba a un dirigente o fuerza política más irreconciliable se planteaba la relación.
Por consiguiente, en un espacio como la legislatura donde socialistas y demócratas debían convivir, los legisladores del PS le asignaron solamente “una parte de responsabilidad” al Poder Ejecutivo provincial por tolerar las actividades de fascistas y legionarios (HCDC, 05/10/1933, p. 811-815). Mientras, en la prensa y discursos públicos los dirigentes nacionales y provinciales del partido responsabilizaron al gobierno en su totalidad (LVI, 30/09/1933, p. 9; TS, 10/10/1933, p. 5). Es más, Deodoro Roca en el funeral directamente llamó fascista al gobierno de Pedro J. Frías y retomaba su interpelación a la corriente reformista del PS a que fuese por la vía revolucionaria en vez de “seguir colaborando” con el oficialismo (LVI,02/10/1933, p. 12). De manera que su discurso no solo fue una embestida contra el gobierno provincial sino también, como ya se señaló, expuso las diferencias que existían al interior del PS.
Por otro lado, el valor que el oficialismo le confería al orden permitió a sus dirigentes legitimar a su partido y al gobierno de Pedro J. Frías explicando que respetaban el orden constitucional (HCDC,05/10/1933, p. 808; HCSC, 05/10/1933, p. 935-936). Asimismo, el debate develó otra de las tensiones internas que invadían al partido desde 1931 cuando bajo la dirección de Emilio Olmos y había decidido aliarse con el Partido Demócrata Nacional (PDN) apoyando la fórmula Justo-Roca. La disposición había generado críticas internas porque para un sector del PD la alianza ponía en peligro el carácter liberal y democrático del partido y no veía bien el origen militar de Justo. En consecuencia, algunos demócratas cordobeses como Tristán Guevara y Alejandrino Infante habían renunciado y apoyado a la Alianza Civil, la coalición conformada entre el Partido Demócrata Progresista y el PS. Mientras, Olmos, José Aguirre Cámara y Pedro J. Frías siguieron adelante con la adhesión del PD al PDN (Osella, 2014). A partir de la discusión que abrió el asesinato de Guevara se puede sugerir que algunos demócratas continuaron formando parte del partido a pesar de mantener rispideces con el PDN, como el diputado José Mercado que buscó marcar las diferencias entre el gobierno nacional y el provincial:
Legiones militarizadas con distintos rótulos, imitaciones del nazismo alemán y del fascismo italiano, turban la tranquilidad del país sin que el Gobierno de la Nación -estoy seguro que no ocurrirá lo mismo con el Provincial- adopte enérgicas medidas salvadoras, que pongan a cubierto la dignidad de las instituciones democráticas.
[…] El señor Ministro de Gobierno, los señores Ministros, mis amigos, el Poder Ejecutivo, en una palabra, expresión democrática de un partido que constituye un muro de contención para todas las posiciones extremas y sectarias, debe proceder con una energía sin desviaciones, para asegurar el imperio del orden y de las garantías constitucionales. Yo sé que en estos momentos actúa animado de ese alto propósito moralizador. (HCDC, 05/10/1933, pp. 799-800)
Para Mercado la responsabilidad del atentado a Guevara era del Jefe de Policía, por eso destacaba que a su parecer el gobierno provincial estaba actuando correctamente al suspenderlo.
A su vez, la situación le posibilitó al oficialismo poder protestar contra la UCR. Desde su noción “ordenadora” de democracia los demócratas alegaron que el radicalismo si bien no buscaba un cambio de las instituciones que reglaban el país, no respetaba los acuerdos democráticos y constitucionales ni en ese momento ni cuando había sido gobierno. Estas acusaciones que señalaban al radicalismo de no democrático fueron posibles y verosímiles en un contexto en el que las actividades conspirativas y la abstención electoral del partido eran noticia (Tcach, 2007). A su vez, en estos términos el oficialismo se ocupó de diferenciar al PS de la UCR, según Pizarro:
No es el partido socialista que representa el señor senador Orgaz, y que levanta una bandera de nacionalismo y patriotismo, el que puede traer un peligro para las instituciones; son los partidos extremistas; es el partido radical (…) que hoy requiere para sí de la opinión pública del país, las libertades que no supo respetar ni acordar desde el gobierno. (HCSC, 05/10/1933, pp. 937-938)
Así el oficialismo buscó situar al radicalismo en el mismo espacio en el que ubicaba a todo aquello que definía como “extremismo” a la vez que advertía con quiénes sí estaban dispuestos y toleraban compartir el escenario político y no consideraban enemigos irreconciliables.19 De allí que el PS devenía en el contrincante político por excelencia y le reconocían caracteres con los que este partido buscaba identificarse: el nacionalismo y su inscripción a la tradición liberal argentina. Además, ante la conmoción que había causado el asesinato no hubiese sido una buena estrategia atacar al PS.
Por otro lado, si bien el radicalismo tuvo la intención de mesurar la importancia del PS como agente movilizador contra el asesinato de Guevara, también mostró una mayor preocupación por deslegitimar a su principal adversario político, el PD. En ese sentido, el Comité provincial de la UCR y de San Francisco responsabilizaron al gobierno y vincularon el atentado de Guevara con la muerte del teniente Regino Lascano en la revolución radical de 1932 (LVI, 30/09/1933, p. 3). De esta manera el radicalismo de Córdoba se colocó en el banco de las víctimas y ubicó al gobierno nacional y provincial en el de los victimarios.
Por su parte, el Centro Universitario Radical realizó una lectura similar al sostener que el homicidio de Guevara y los “atropellos” de la policía eran consecuencia de la “indisciplina moral de un gobierno repudiado por la mayoría del pueblo” (LVI, 30/09/1933, p. 4). Mientras, para La Voz del Interior “las antidemocráticas bandas armadas están inspiradas por el gobierno de igual origen político” (LVI, 01/10/1933, p. 3). Por otra parte, ante la oposición de los concejales demócratas de la ciudad de Córdoba a homenajear al diputado socialista, el diario se preguntaba si así no estaban declarando su cercanía al fascismo y a la LCA.
Así el radicalismo colocó a Guevara en el panteón de sus propios mártires y lo vinculó con los levantamientos radicales organizados contra Justo en los 30 (LVI, 03/10/33, p. 3; 07/10/33, p. 16). Según esta perspectiva, por un lado, estaban las víctimas que luchaban por la democracia y, por otro, los gobiernos que el radicalismo identificaba como antidemocráticos. De esta manera el partido deslegitimaba a la Concordancia y al PD de Córdoba y hacía parte de su historia un hecho que conmocionaba a toda la provincia.
Antifascismos activos y más beligerantes
Inmediatamente después del atentado a Guevara distintas fuerzas y entidades convocaron a ir al terreno de la acción para combatir al fascismo, dando lugar a formas más activas y beligerantes en la lucha antifascista. Entre estas podemos reconocer convocatorias que bajo consignas antifascistas buscaban interpelar a la clase obrera y a estudiantes y, también, a una entidad como la Acción Nacional Antifascista (ANA) que logró la confluencia de socialistas, demócratas y radicales.
Por un lado, el llamado a estudiantes y trabajadores estuvo dado por la Federación Universitaria de Córdoba y la Federación Universitaria Argentina. Ambas organizaciones convocaron a estos sectores a constituir “una organización permanente y capaz de las fuerzas antifascistas” y a “tomar la ofensiva” (LVI, 30/09/1933, p. 5; 01/10/1933, p. 9).
Por otro lado, la Comisión Gremial Socialista (CGS)20 propuso detener el avance del fascismo a partir del compromiso obrero en sindicatos y en el partido de clase (LVI, 01/10/1933, p. 7). Esta fórmula que planteaba a la clase obrera como el actor transformador también la advierte Jessica Blanco (2018) en Tribuna Socialista y significó un distanciamiento y diferenciación respecto al ideal socialista iluminista que había promovido Juan B. Justo. Según la propuesta justista se debía educar al proletariado para convertirlo en seres políticos maduros y pensantes que conscientemente votaran al socialismo. En cambio, advierte la autora, el PS cordobés se auto representó y comportó como un partido obrero en el que los dirigentes sindicales ganaron posiciones entre los cuadros partidarios, en cargos electorales o en los órganos de prensa. Se trataba de un postulado que no se quedaba en lo discursivo, sino que se concretaba en actos que daban cuenta del lugar que tenía lo obrero en el PS de Córdoba. De allí que un trabajador como José Guevara haya ocupado puestos importantes en el partido y que tras su muerte se lo convirtiera en un mártir, reforzando así la intención del partido de identificarse con la causa proletaria.
La clase obrera también fue interpelada por la dirección comunista de la central obrera Unión Obrera Provincial (UOP) que convocó a los trabajadores a conformar un frente único, pero “por abajo” (LVI, 01/10/1933, p. 11). En ese momento el comunismo argumentaba que la única posibilidad que existía para armar un frente único era con los obreros socialistas o reformistas que dieran la espalda a sus dirigentes. Era una idea que estaba en sintonía con la estrategia de “clase contra clase” que entre 1928-1935 llevaba adelante el PC y que identificaba la lucha antifascista con la de clases. A la vez que el partido calificaba a las distintas fuerzas reformistas (socialismo, sindicalismo) de agentes o cómplices del fascismo, incluso a sus alas de izquierda (Camarero, 2011). En virtud de esto, al día siguiente de la inhumación la UOP conformó el Comité Popular Contra la Reacción (CPCR) limitando la invitación a obreros ligados a organizaciones estudiantiles, culturales y deportivas y a los trabajadores de los partidos comunista y socialista y de agrupaciones anarquistas (LVI,02/10/1933, p. 6).
Asimismo, tuvieron lugar invitaciones que interpelaron y logaron convocar no solo a la clase trabajadora, sino que acercaron a dirigentes del socialismo con algunos del PD. Este fue el caso de ANA, creada a los pocos días de ocurrido el atentado en el marco de una reunión en la casa de Deodoro Roca. La organización reunió a distinguidas personalidades de la política cordobesa y en 1941 el dirigente reformista señalaba que se trató de una entidad antecesora de otras que surgieron después y de las que él participó, como Acción Argentina. A su vez, resaltaba la relevancia de que fuese organizada en Córdoba, tierra que calificaba como “propicia a la penetración fascista”.21 Esta era una idea compartida por otros socialistas que explicaban que la vulnerabilidad de Córdoba ante el fascismo radicaba en el poder que tenía la iglesia en la provincia (HCDC, 05/10/1933, p. 812).
Como adelantamos, lo interesante y novedoso que planteó ANA fue su voluntad de “lograr un gran movimiento nacional, que aúne voluntades” y que convocara a “todos los hombres del país, sin distinción de partidos políticos y de tendencias ideológicas”. De esto daba cuenta la heterogénea lista de presentes a aquel primer encuentro que reunió a: el abogado de la familia de Guevara, Ricardo Vizcaya, reformistas ligados al socialismo (Deodoro Roca, Gregorio Bermann y Enrique Barros), Reginaldo Manubens Calvet (radical) y diputados socialistas (Miguel Ávila y Luis Stegagnini) y demócratas (Leónidas Carranza, Antonio Mercado, Eudoro Vázquez Cuestas, Horacio Blanco, y Juan E. Quevedo Gatica). Esa amplia y diversa convocatoria se dio en el nombre de la defensa de las “instituciones libres del país y el mantenimiento de una democracia en constante superación”.22
Como puede apreciarse, ANA no incluyó a comunistas, pero sí a miembros de partidos que el PC calificaba de fascistas y burgueses y por eso el CPCR acusó a algunos de sus miembros de fascistas y legionarios y de provocar divisiones en su interior. Por su parte, ANA replicó que su único propósito era luchar contra el fascismo y que reunía a personas, no a entidades (LVI,20/11/1933, p. 5). Una estrategia que cambió solo un par de años después cuando el PC viró hacia la estrategia de Frentes Populares y buscó aliarse con esos partidos y sectores que en 1933 consideraba fascistas y burgueses.
Respecto a sus objetivos, desde sus inicios ANA pretendió instalar filiales en distintas ciudades y pueblos de la provincia para organizar actos contra el fascismo y la LCA (LVI, 17/11/1933, p. 7). El interior provincial era un territorio que consideraban en disputa quizás ante el conocimiento que tenían sobre la instalación de organizaciones fascistas en localidades cordobesas.23 Además, desde 1933 fueron noticia los disturbios que protagonizaban miembros de organizaciones fascistas en distintos puntos del país, principalmente en Buenos Aires (LVI, 06/10/1933, p. 3), y el interior cordobés no era una excepción. Por ejemplo, una semana después del atentado a Guevara en Villa María un grupo de fascistas atacó a un periodista. También, fueron conocidas las amenazas de ataques fascistas que recibieron los funerales cívicos organizados por el PS en memoria del diputado en Villa María, Jesús María y San Francisco (TS, 05/10/1933, p. 8).
La confluencia en ANA
La participación de dirigentes del PD en una organización antifascista que incluía a socialistas y radicales se explica en primer lugar por la diversidad ideológica que existía al interior del partido. A su vez, la cercanía entre demócratas y socialistas no era una total novedad en Córdoba, ya ha sido señalada por Gardenia Vidal (2000) para 1923 cuando tuvo lugar la Convención Constituyente de la provincia. En ese momento la facción “liberal” del partido encabezada Guillermo Roth había mantenido posiciones cercanas al socialismo enfrentándose al sector conservador liderado por Rafael Núñez. Entonces, lo que constituyó una innovación fue que con ANA conformaron una entidad autónoma y no solo se trató de ciertas proximidades en la Legislatura.
Se puede sugerir que la confluencia de dirigentes de fuerzas antagónicas fue posibilitada y promovida por el marco de referencias y los lenguajes políticos24 que ponía a disposición el conflicto fascismo/antifascismo. De allí que el punto de convergencia estuvo en la noción de democracia y participación que tenían los demócratas que participaron en ANA y en cómo concebían a la LCA. Más allá del acuerdo que compartían con otros demócratas sobre el sentido de orden que le confiaban a la democracia, existieron diferencias más profundas que permitieron que en ANA se acercasen al socialismo.
A saber, José Mercado fue uno de los demócratas que conformó ANA y que se mostró a favor de la prohibición de organizaciones fascistas y de la LCA. El diputado entendía que la organización democrática se basaba en el principio de la mayoría porque allí residía la soberanía y la capacidad de elegir la forma de gobierno. Según su razonamiento, el contexto italiano y alemán de posguerra habían propiciado que los ciudadanos votaran a gobiernos dictatoriales, mientras que en Argentina la realidad era diferente porque no se elegía a través del sufragio a un gobierno dictatorial. En consecuencia, según Mercado, el fascismo vernáculo buscaba cambiar el orden constitucional mediante la violencia y no mediante el sufragio. Y, agregaba que “si el gobierno [nacional] sigue acusando esta negligencia intolerable”, la democracia solo podía salvarse del fascismo mediante la acción directa de los ciudadanos (HCDC, 05/10/1933, pp. 798-799).
De manera que la noción de democracia de Mercado a la vez que comulgaba con la de orden constitucional proponía un ejercicio más activo de la ciudadanía. Gardenia Vidal (2000) observa esta concepción entre algunos demócratas durante los años 20 y la identifica con un modelo que Lucy Taylor denomina “ciudadanía de participación” porque postula que la participación activa del ciudadano contribuye al buen funcionamiento de la democracia.25 En ese sentido Mercado proponía una participación activa de la ciudadanía, pero sin dejar de subrayar que el gobierno provincial era democrático y tenía capacidad para “asegurar el imperio del orden y de las garantías constitucionales” (HCDC, 05/10/1933, p. 800).
En cambio, el senador demócrata Isidro Gigena explicaba que la muerte de Guevara era consecuencia del “exceso de la libertad de pensar y de decir libremente lo que se piensa” (HCSC, 05/10/1933, p. 934). Mientras el Ministro de Gobierno José Aguirre Cámara también la entendía como el “resultado lógico” ante el agravio y la violencia que el socialismo había propiciado desde el escenario al haber arengado al grito de “¡Abajo el fascismo!” (HCDC,5/10/1933, p. 814). Por su parte, el diario católico Los Principios hizo evaluaciones similares al señalar que el crimen era producto del desenfreno verbal de los socialistas y de su ataque a las organizaciones nacionalistas. Entonces, si bien en todos estos casos la idea de democracia remite al orden, está más vinculada a un modelo de “participación elitista” donde el ciudadano ocupa un rol menos significativo que en el anterior. Se trataría de una concepción de soberanía limitada circunscripta al acto de votar en el que los ciudadanos solo producirían un gobierno y donde se descree de su capacidad para gobernar o participar en la vida pública (Taylor, 1998 citado por Vidal, 2000).
En suma, podemos inferir que fueron estas diferencias entre las nociones de democracia y participación las que podrían explicar que algunos demócratas hayan participado en ANA y otros no. No es de extrañar entonces que Mercado formara parte de la organización antifascista cuando entendía y proponía la participación activa de los ciudadanos en la lucha contra el fascismo.
Reflexiones finales
En Córdoba, el asesinato de un diputado socialista en plena vía pública encendió las alarmas de la sociedad, de algunos dirigentes del oficialismo y de toda la oposición. Para algunos de ellos la existencia y avance del fascismo se volvía real y por eso en este trabajo consideramos relevante examinar qué efectos tuvo esa constatación, qué formas de antifascismos activó en un espacio provincial.
En efecto, mediante la indagación constatamos que el asesinato de Guevara promovió un debate que hasta entonces había sido desestimado por el oficialismo en la legislatura cordobesa, a pesar de las denuncias que había realizado el bloque socialista a mediados de 1933.26 A su vez, la discusión suscitó un nuevo acercamiento entre demócratas y socialistas. En relación a esto último, la confluencia en posiciones antifascistas respondió tanto a cuestiones ideológicas como pragmáticas, ya que para el PD el PS era un partido débil y no hubiese sido políticamente correcto atacarlo en el marco del atentado. Además, las sesiones de ambas cámaras tuvieron lugar días después del funeral, por lo que los parlamentarios habían constatado el potencial movilizador que alcanzaban las consignas antifascistas y el repudio al asesinato. Por otro lado, el verdadero contrincante del PD era la UCR y, como pudimos observar, los demócratas utilizaron el discurso antifascista para denunciar al radicalismo.
Asimismo, más allá de que fuera y dentro del recinto legislativo se articularon alocuciones contra el fascismo ancladas en la defensa de la democracia, pudimos advertir que encubrían diferentes nociones de ella. A su vez, las diferentes concepciones sobre democracia y participación que barajaron los actores políticos dieron cauce a distintas formas de antifascismos. No obstante, también tuvieron lugar interpelaciones antifascistas como las de Deodoro Roca que renegaron de la técnica parlamentaria y abogaron por un antifascismo más beligerante. Esto no impidió, más bien posibilitó, que formara parte de una organización como ANA junto a otros socialistas, demócratas y radicales.
A su vez, las particularidades propias de las distintas fuerzas políticas cordobesas hacen que la grosa división entre antifascismos “activos” y “pasivos” –que también es difícil establecer en grados “puros” y absolutamente excluyentes- no pueda definirse totalmente en términos partidarios. Si bien a modo general las actitudes de los demócratas podrían pensarse como pasivas, sus intervenciones en el parlamento cabría considerarlas como acciones contra el fascismo de un antifascismo liberal. Como plantea Copsey (2010), los partidos políticos que se abstienen de la confrontación militante no barajan un antifascismo pasivo, sino que simplemente se expresan de forma menos beligerante. En cambio, aquellos demócratas que formaron parte de ANA -junto a dirigentes radicales y socialistas- sí dieron cuenta de una mayor beligerancia. Es decir, las formas activas que asumió el antifascismo fueron diversas y canalizaron propuestas heterogéneas sobre cómo encarar la lucha contra el fascismo que no podemos circunscribir a identidades partidarias. Todos estos matices que señalamos contribuyen a los estudios del antifascismo en Córdoba porque dan cuenta de la diversidad que lo habitó y de sus vínculos con la dinámica política provincial de los tempranos años 30.
También, abonan a la reflexión sobre la relación entre estrategias e ideologías políticas para explicar la praxis de los actores. En ese sentido, aquí pudimos observar cómo la confluencia en el antifascismo no puede explicarse únicamente por cuestiones ideológicas, sino que también es posible restituir el registro de estrategias políticas que guardaron los dirigentes. De manera que el disparo a un diputado cordobés promovió que diferentes identidades políticas reflexionaran y reaccionaran reevaluando estrategias y alianzas en un contexto que consideraban favorable para mostrar actitudes antifascistas. Y, en tanto fuerzas partidarias, buscaron justificar el lugar que su partido ocupaba en el escenario político local y nacional y definir a sus adversarios responsabilizándolos en alguna medida del atentado.
En suma, el corolario de mayor relevancia que tuvo el acontecimiento fue el de dar origen a un discurso antifascista con capacidad de movilizar a sectores heterogéneos y que Guevara fuese elevado a mártir en torno al cual el PS organizó actos por lo menos hasta 1948 (Blanco, 2018). A su vez, el atentado promovió reordenamientos al interior de los partidos y los obligó a tomar posiciones; mientras que la masiva movilización del funeral registró en el espacio público cordobés la capacidad de respuesta que la provincia podía darle al fascismo.
De esta manera, el trabajo pretende ser una contribución a los estudios sobre el antifascismo en Argentina a partir el estudio de las particularidades que asumió en el escenario cordobés y del análisis de un momento que contribuyó a su surgimiento. En definitiva, el atentado que tuvo lugar en Córdoba en 1933 funcionó de catalizador de un discurso que logró conectar lo local con la situación internacional y movilizar a fuerzas políticas heterogéneas de la escena política provincial.
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Notas