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Inteligencia Emocional: 35 Años de Evolución y Aplicaciones
Emotional Intelligence: 35 Years of Evolution and Applications
Revista Internacional de Educación Emocional y Bienestar, vol. 5, núm. 1, pp. 1-25, 2025
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Revista Internacional de Educación Emocional y Bienestar
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, México
ISSN-e: 2954-4599
Periodicidad: Frecuencia continua
vol. 5, núm. 1, 2025

Recepción: 21 febrero 2025

Aprobación: 11 abril 2025

DOI: https://doi.org/10.48102/rieeb.2024.4.1.65 La Revista Internacional de Educación Emocional y Bienestar es una publicación semestral de acceso abierto siempre que se cite la fuente original y se reconozca al titular de los derechos patrimoniales, de los cuales la Universidad Iberoamericana es depositaria por un plazo perentorio de seis años a partir de la fecha de su publicación, salvo cancelación de dicha relación por los autores. Se prohíbe alterar los contenidos de los trabajos aparecidos en la Revista. Se prohíbe su reproducción con fines de comercialización. Esto está de acuerdo con la definición de la Iniciativa de libre acceso de Budapest, con la Declaración de San Francisco sobre Evaluación de la Investigación (BOAI y DORA, respectivamente, por sus siglas en inglés) y con la licencia Creative Commons atribución no comercial, compartir igual.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: En los últimos 35 años, la inteligencia emocional (IE) ha sido ampliamente estudiada desde diversas perspectivas teóricas y metodológicas. Este artículo analiza su evolución y aplicaciones, a través de la exploración de los principales modelos teóricos e incluye enfoques basados en habilidades, modelos de rasgos y enfoques mixtos, mediante una revisión selectiva de la literatura. Se examina su impacto en el desarrollo de competencias socioemocionales y su integración en diversos ámbitos como la educación, la gestión organizacional, la salud mental y el ambiente. Sin embargo, su desarrollo ha generado controversias, con debates sobre la validez del constructo, la fiabilidad de su medición y su diferenciación de otros factores psicológicos. A pesar de estas limitaciones, los avances en neurociencia e inteligencia artificial han impulsado nuevas aplicaciones, lo que favorece su evaluación y entrenamiento. Este análisis contribuye a la comprensión de la IE como un campo interdisciplinario en constante expansión, con implicaciones teóricas y prácticas en distintas áreas del conocimiento.

Palabras clave: inteligencia emocional, competencias sociales, modelos teóricos, aplicaciones, desafíos.

Abstract: Over the past 35 years, emotional intelligence (EI) has been extensively studied from various theoretical and methodological perspectives. This article analyzes its evolution and applications, through the exploration of the main theoretical models, and includes ability-based approaches, trait models, and mixed approaches through a selective literature review. Its impact on the development of socioemotional competencies and its integration into various fields such as education, organizational management, mental health, and the environment is examined. However, its development has generated controversies, with debates about the validity of the construct, the reliability of its measurement, and its differentiation from other psychological factors. Despite these limitations, advances in neuroscience and artificial intelligence have driven new applications, promoting its assessment and training. This analysis contributes to the understanding of EI as an interdisciplinary field in constant expansion, with theoretical and practical implications across different areas of knowledge.

Keywords: emotional intelligence, social skills, theoretical models, applications, challenges.

Introducción

Desde su introducción por Salovey y Mayer en marzo de 1990, la inteligencia emocional (IE) ha suscitado amplios debates teóricos y ha encontrado diversas aplicaciones prácticas. A lo largo de estos 35 años el concepto ha evolucionado desde un enfoque de habilidad pura hasta modelos mixtos y de rasgos, integrando aspectos de la psicología cognitiva, la educación y la gestión organizacional (Furnham, 2012; Mayer et al., 1999; Petrides y Furnham, 2000).

La creciente aceptación de la IE ha impulsado debates sobre su definición, medición y aplicabilidad (Cherniss, 2000; Conte, 2005). Investigaciones han explorado su relación con la inteligencia general, los rasgos de personalidad y su impacto en distintos entornos (Mayer, 2013; Mayer et al., 1999; Warwick y Nettelbeck, 2004). Con el tiempo, se ha intentado diferenciar la IE como una inteligencia independiente, mientras emergían diversos modelos teóricos para explicar su funcionamiento.

El estudio de la IE ha sido abordado desde disciplinas como la psicología, la educación, la ecología y las ciencias organizacionales (Ciarrochi et al., 2000, 2001, 2013; Dulewicz y Higgs, 1999, 2000, 2004; Poma, 2022). Esta interdisciplinariedad ha facilitado su comprensión, aunque también ha generado confusión sobre sus alcances y limitaciones. La evolución de la IE ha sido impulsada tanto por investigaciones empíricas como por su popularización en ámbitos corporativos y educativos (Cherniss et al., 2006; Goleman, 2001).

Este artículo tiene como objetivo analizar la evolución de la IE en los últimos 35 años a través de la exploración de los principales modelos teóricos, incluyendo enfoques basados en habilidades, modelos de rasgos y enfoques mixtos, mediante una revisión selectiva de la literatura. Además, se analizan los debates en torno a la validez del constructo, la fiabilidad de su medición y su diferenciación de otros factores psicológicos. Por último, se examina su impacto en el desarrollo de competencias socioemocionales y su integración en diversos ámbitos como la educación, la gestión organizacional, la salud mental y el ambiente.

Para ello, se abordan los siguientes cuestionamientos: ¿cuáles han sido los principales hitos en la evolución teórica de la inteligencia emocional en los últimos 35 años?, ¿cuáles son las principales críticas y controversias en torno a la conceptualización y medición de la IE ?, y ¿cómo se ha integrado la IE en distintos ámbitos aplicados, como la educación, la psicología organizacional, la salud mental y la ecología?

Método

Este estudio se realizó mediante un análisis documental de la literatura académica sobre inteligencia emocional publicada de 1990 a 2025. Se llevó a cabo una búsqueda exploratoria en Scopus y Google Académico utilizando la frase Emotional Intelligence como criterio principal en títulos, resúmenes y palabras clave. Después, la selección de investigaciones se amplió de manera flexible para incluir trabajos recientes y aplicaciones en diversos contextos.

Se priorizaron estudios que se considera aportan una perspectiva relevante sobre la evolución y aplicación de la IE, sin adoptar un protocolo riguroso de cribado o exclusión de material. La información recopilada se organizó en tres ejes principales: la evolución teórica de la IE –enfocada en el desarrollo del constructo y los principales modelos–; las críticas y desafíos conceptuales –abarcando debates sobre su validez, medición y uso en distintos ámbitos– y, finalmente, sus aplicaciones –de forma particular en la educación, la psicología organizacional, la salud mental y la ecología, incluyendo aplicaciones futuras.

El análisis se realizó mediante una síntesis cualitativa, identificando patrones generales en la literatura sin un procedimiento estandarizado de selección de estudios. Este enfoque permite proporcionar una visión general de su evolución y aplicación en los últimos 35 años, reconociendo las limitaciones derivadas de la falta de una selección sistemática.

Los orígenes del concepto de inteligencia emocional

Para comprender la evolución de la IE es necesario remontarse a sus orígenes conceptuales. El término fue acuñado por Salovey y Mayer en 1990, quienes lo definieron como la capacidad para percibir, comprender y regular las emociones propias y ajenas. Su modelo inicial situó la IE dentro de la inteligencia social propuesta por Thorndike (1920) desde los años veinte, con cuatro ramas fundamentales: percepción, uso, comprensión y regulación de las emociones. Este marco teórico se amplió en sus publicaciones de 1993 y 1997, donde reafirmaron que la IE es un constructo independiente con aplicabilidad en la vida cotidiana y la educación (Mayer y Salovey, 1993Salovey y Sluyter, 1997).

Durante los años noventa, la investigación sobre la IE se consolidó con estudios empíricos que exploraban su relación con la cognición y el comportamiento humano. Investigadores como Schutte et al. (1998; 2001; 2002) desarrollaron algunas de las primeras escalas para medir la IE, y encontraron correlaciones significativas con la estabilidad emocional, el optimismo y el desempeño académico. Otros trabajos iniciales, como el de Abraham (1999), sugirieron que la IE tenía un impacto en la cohesión grupal y la toma de decisiones en entornos organizacionales.

El reconocimiento de la IE como constructo teórico llevó a un creciente interés en sus aplicaciones prácticas. A medida que se desarrollaban modelos más sofisticados, surgieron debates sobre su diferenciación respecto a otros factores psicológicos, como la inteligencia general y la personalidad. Estudios de Mayer, Caruso, Salovey (1999) y colaboradores (Mayer et al., 2011, Mayer et al., 2001; Mayer et al., 2008; Salovey y Grewal, 2005) evidenciaron que la IE era una habilidad medible, distinta de la inteligencia tradicional, lo que favoreció su consideración en ámbitos educativos y corporativos.

El debate en torno a la IE continuó con estudios que respaldaban su utilidad en diferentes contextos y otros que cuestionaban su consistencia conceptual (Matthews et al., 2004). Sin embargo, los primeros años de investigación sentaron una base sólida para su desarrollo posterior, permitiendo su expansión en áreas como la psicología educativa, la gestión empresarial y el desarrollo personal.

Modelos teóricos y enfoques divergentes

A medida que la IE se consolidó como un campo de estudio, surgieron diversos modelos teóricos que buscaban explicar su naturaleza y funcionamiento. Durante la década de los noventa y principios de los 2000, el concepto experimentó una notable diversificación con la emergencia de distintos enfoques (Mayer et al., 2011).

Salovey y Mayer (1990) fueron pioneros al proponer un modelo basado en habilidades, y conceptualizaron la IE como una capacidad mental distinta de la inteligencia general. Este modelo, estructurado en cuatro dimensiones –percepción, facilitación, comprensión y regulación emocional– recibió un sólido respaldo con el desarrollo del Test de Inteligencia Emocional Mayer-Salovey-Caruso (MSCEIT) (Mayer et al., 2001), una herramienta diseñada para evaluar la IE mediante tareas de desempeño.

Paralelamente, Petrides y Furnham (2000) y Petrides et al. (2004) introdujeron un modelo basado en rasgos, que define la IE como un conjunto de disposiciones personales que influyen en la percepción y gestión de las emociones. En este enfoque, la IE actúa más como un rasgo de personalidad que como una habilidad cognitiva, y se mide por lo general a través de cuestionarios de autoinforme.

Otros investigadores, como Bar-On (1998), Bar-On y Parker, (2000) y Goleman (2001) desarrollaron modelos mixtos que combinan habilidades emocionales con competencias sociales y de liderazgo. Estos enfoques sostienen que la IE abarca una gama más amplia de habilidades interpersonales e intrapersonales, dando énfasis a su importancia en la efectividad del liderazgo y la gestión de relaciones.

Desde una perspectiva educativa, Bisquerra (2000, 2012) propuso un modelo psicopedagógico basado en cinco competencias emocionales esenciales: conciencia emocional, autonomía emocional, regulación emocional, competencias sociales y competencias para la vida y el bienestar. Este enfoque promueve la adquisición de estas habilidades a lo largo de la vida, y destaca la relevancia de integrarlas en la educación para fomentar el bienestar personal y social.

Hallazgos clave en la investigación sobre inteligencia emocional

La formulación de distintos modelos teóricos de IE impulsó un crecimiento significativo en la investigación empírica del concepto. Desde sus primeras conceptualizaciones, la IE ha generado un amplio volumen de estudios que permitieron delimitar su naturaleza, su relación con otras dimensiones psicológicas y su impacto en diversos ámbitos.

Salovey y Mayer (1990) destacaron inicialmente la evaluación de la emoción como un proceso cognitivo clave para el bienestar mental y la interacción social; también propusieron que las habilidades para reconocer y gestionar emociones son esenciales para la salud psicológica. Más tarde, en 1993, Mayer y Salovey —como se mencionó antes— argumentaron que la IE se diferenciaba con claridad de la inteligencia general y de la personalidad, con base en evidencias neurológicas que enfatizaban su importancia en la regulación afectiva.

En las décadas siguientes, la investigación se amplió de forma significativa. Cherniss et al. (2016) y Bar-On et al. (2013) aportaron pruebas de que la IE es distinta del coeficiente intelectual (CI) y de la personalidad, subrayando su validez predictiva en diversos contextos. Por su parte, los estudios de Mayer et al. (2000, 2008, 2011) reforzaron el Modelo de Cuatro Ramas, demostrando su utilidad dentro de los procesos sociales.

Otros estudios exploraron nuevas dimensiones de la IE. Spector (2005) y Lyons y Schneider (2005) analizaron las diferentes perspectivas sobre su definición, medición y aplicación, resaltando la necesidad de un mayor consenso sobre su validez como constructo. Además, estos trabajos evidenciaron la relación de ciertas dimensiones de la IE con una mejor evaluación de desafíos y rendimiento bajo estrés.

La IE también ha sido analizada en el desarrollo de habilidades socioemocionales en la educación. Además del enfoque psicopedagógico de Bisquerra, que destaca la importancia de integrar competencias emocionales en el ámbito educativo, Cobb y Mayer (2000) y Tapia (2001) han investigado su impacto en la formación académica y el desarrollo personal de los estudiantes. Sus hallazgos indican que el fortalecimiento de las habilidades emocionales facilita la adaptación escolar y contribuye a un aprendizaje más efectivo.

En términos de aplicaciones prácticas y medición, Petrides y Furnham (2000), Furnham (2012) y Côté (2014) diferenciaron entre la IE como rasgo y como habilidad, lo que influyó en la manera en que se mide y usa el concepto. Argumentaron que las pruebas basadas en el desempeño ofrecen mayor precisión que los autoinformes y resaltaron la trascendencia de considerar factores contextuales en la evaluación de la IE.

Estudios más recientes como los de Kanesan y Fauzan (2019) han seguido refinando nuestra comprensión de la IE. Estos autores argumentan que el modelo basado en habilidades es superior, ya que conceptualiza la IE como una forma de inteligencia genuina y la distingue de modelos que integran rasgos de personalidad. En este contexto, la Teoría de la Emoción Construida de Lisa Feldman Barret (2016) ha aportado una perspectiva alternativa sobre la naturaleza de las emociones. Esta postura, la cual es una de las más vigentes en el ámbito de las neurociencias de la emoción, también tiene implicaciones para la comprensión de la IE.

Según la teoría de Barret (2016), las emociones no son respuestas biológicamente predefinidas a estímulos específicos, sino construcciones mentales moldeadas por la experiencia y el contexto. Esto supone un desafío para las concepciones tradicionales de la IE, ya que, si las emociones no son universales ni automáticas, entonces la inteligencia emocional no sería sólo la capacidad de reconocer y regular respuestas emocionales preexistentes. En cambio, la IE implicaría la habilidad para interpretar, construir y dar significado a los estados emocionales de manera flexible y adaptativa.

Los análisis de González y Parra-Bolaños (2024) refuerzan esta perspectiva al examinar la evolución de las teorías sobre la emoción y destacar que, a pesar del progreso en la investigación, aún no existe un consenso sobre su definición, clasificación y mecanismos subyacentes. Identifican tres grandes enfoques teóricos: aquellos que sostienen la existencia de emociones básicas, los que enfatizan la evaluación cognitiva y los que adoptan una perspectiva de construcción psicológica. En este último grupo se inscribe la propuesta de Barrett, lo que sugiere que la IE, como constructo dependiente de la emoción, también debe ser comprendida desde esta pluralidad teórica.

Críticas y controversias sobre la inteligencia emocional

Aun con los avances en su estudio, la delimitación conceptual y metodológica de la IE sigue representando un desafío. En particular, las discrepancias entre enfoques teóricos han generado cuestionamientos sobre su validez como constructo y su diferenciación respecto a otros procesos psicológicos. Si aún no hay un acuerdo definitivo sobre la naturaleza y el origen de las emociones, resulta aún más complejo establecer una definición unificada y una medición precisa de la IE.

Una búsqueda en Scopus, de publicaciones con la frase exacta emotional intelligence –en título, resumen o palabras clave– arroja más de 18 000 resultados, mientras que en Google Académico supera los 88 000. Estas cifras reflejan el interés sostenido y el crecimiento del campo, pero también evidencian la diversidad de enfoques y la falta de consenso sobre su conceptualización y medición. Si bien la amplia producción científica en torno a la IE ha generado avances significativos, no ha resuelto las discrepancias teóricas y metodológicas.

Esta proliferación de modelos teóricos ha alimentado un debate sobre si la IE constituye una forma de inteligencia genuina o si, por el contrario, se solapa con otros constructos psicológicos preexistentes (Cherniss et al., 2006). Dicha controversia influyó en la manera en que la se evalúa e interpreta la IE en la actualidad (Lyons y Schneider, 2005), con implicaciones tanto para la investigación académica como para su aplicación en el ámbito educativo y organizacional.

Dejando a un lado los cuestionamientos sobre su validez científica, algunas críticas han señalado que la IE no se ha estudiado sólo como una capacidad psicológica, sino que también ha funcionado como un instrumento de regulación social. Desde esta perspectiva, Menéndez (2018) argumenta que la IE ha sido instrumentalizada en contextos educativos y laborales como una estrategia de control económico y social. Según este autor, su difusión responde a una lógica de mercado en la que se promueve como un recurso necesario para la adaptabilidad y el éxito individual. Esta crítica se centra en el uso de pruebas de medición del coeficiente emocional (CE) como herramientas de clasificación y selección dentro de sistemas neoliberales.

Los programas de alfabetización emocional también han sido cuestionados por su enfoque instrumentalista, ya que presentan la regulación emocional como un medio para la armonización social, sin considerar factores estructurales y culturales que influyen en el desarrollo emocional (Menéndez, 2018). En este sentido, se ha argumentado que la IE podría contribuir a una forma de disciplina emocional que prioriza la conformidad y la productividad sobre la reflexión crítica.

Algunos investigadores han propuesto enfoques alternativos para ampliar el concepto de la IE. Gómez (2024) ratifica que, en lugar de entenderla como una capacidad autónoma, debería analizarse en conjunto con otros factores psicológicos como la resiliencia, la autoeficacia y la inteligencia social. En esta línea, el concepto de capital emocional propuesto por Reay (2004) ha sido planteado como una forma más integral de entender las habilidades emocionales en un marco que considere su impacto en la vida de las personas.

Otra crítica relevante está relacionada con el impacto cultural de la inteligencia emocional y el posible sesgo en sus modelos teóricos. Diversos estudios han demostrado que las normas de expresión emocional varían bastante entre culturas (Immordino-Yang et al., 2016), lo que pone en duda la universalidad de las evaluaciones desarrolladas en contextos predominantemente occidentales. Esto sugiere que los instrumentos de medición de la IE pueden no ser adecuados para todas las poblaciones, lo que genera inequidades en su aplicación. La falta de consideración por las diferencias socioculturales también ha sido señalada por Manrique (2015), quien argumenta que la IE no incorpora variables como clase social, género, edad o formación previa en sus evaluaciones. A partir de esta mirada, se ha señalado que la IE tiende a individualizar la responsabilidad emocional sin analizar el impacto de las estructuras sociales en su desarrollo.

Además, en el ámbito organizacional, la IE ha sido promovida como una herramienta clave para el liderazgo y la gestión de equipos (Bar-On 1998; Bar-On y Parker, 2000; Goleman, 2001; Harahap et al., 2023; Tjimuku et al., 2025); sin embargo, su uso podría generar preocupaciones éticas. Algunas investigaciones proponen a la IE como criterio de selección y promoción (Herpetertz et al., 2016; Wasylyshyn, 2010), lo que podría derivar en la exclusión de individuos que no se ajustan a ciertos estándares emocionales considerados deseables, sin tomar en cuenta la diversidad en la expresión y gestión de las emociones.

A su vez, en el contexto educativo, la IE ha sido incorporada en diversos programas y currículos con el fin de mejorar el bienestar y el rendimiento académico de los estudiantes (Brackett et al., 2012;Cobb y Mayer, 2000; Durlak et al., 2011; Tapia, 2001). No obstante, también se ha advertido que esta tendencia puede llevar a una deshumanización del individuo, al promover una concepción de la educación emocional centrada en la autorregulación como un requisito para la adaptación, más que en el desarrollo de una conciencia crítica sobre el malestar emocional (Menéndez, 2018). Desde esta perspectiva, se argumenta que la IE no debería reforzar la idea de que la infelicidad y el fracaso, por ejemplo, son sólo consecuencia de una mala gestión emocional, sino que es necesario cuestionar hasta qué punto ha servido para fortalecer una educación de verdad humanista, o si, por el contrario, ha pasado a formar parte de una estructura educativa que prioriza la conformidad y la productividad sobre la comprensión profunda del individuo y sus experiencias emocionales.

Por último, la crítica que puede considerarse como la más importante en el ámbito clínico de la psicología postula que la IE se acerca de manera peligrosa al discurso de la autoayuda (Bisquerra, 2012; Canavire, 2011; Oberst y Lizeretti, 2004). Bajo este enfoque, se advierte que el énfasis en la gestión emocional puede llevar a que las personas minimicen la necesidad de buscar ayuda profesional, asumiendo que los problemas emocionales deben resolverse únicamente a través del desarrollo de habilidades personales. Esto puede generar la percepción de que acudir a terapia o recibir apoyo especializado es innecesario, a la vez que reforzar la idea de que el sufrimiento emocional es sólo una cuestión de autocontrol y voluntad.

Si bien la IE puede ser una herramienta útil para el manejo cotidiano de las emociones, su promoción indiscriminada dentro del discurso de la autoayuda puede trivializar la complejidad del malestar psicológico. En contextos clínicos, la regulación emocional no siempre es suficiente, y la intervención profesional es fundamental para abordar trastornos emocionales y problemáticas más profundas. Por ello es crucial diferenciar entre el fomento de habilidades socioemocionales y la atención psicológica, para asegurar que la IE no se convierta en un obstáculo en la búsqueda de apoyo especializado cuando sea indispensable.

Sin duda alguna, las críticas hacia la IE subrayan la necesidad de una evaluación más rigurosa y contextualizada del concepto. Si bien la IE en estos 35 años ha demostrado ser útil en algunos ámbitos, es fundamental reconocer sus limitaciones y el impacto de su aplicación en diferentes contextos. Una comprensión más amplia de la regulación emocional debería considerar las habilidades individuales y las estructuras sociales y culturales que influyen en la experiencia emocional.

Más allá de estas controversias, la IE se ha mantenido, por más de tres décadas como un referente en el diseño de estrategias para el desarrollo social. A pesar de los debates sobre su conceptualización y medición, múltiples estudios han documentado su impacto positivo en áreas como la educación (Brackett et al., 2012; Durlak et al., 2011), la salud mental (Zeidner et al., 2012), la ecología (Corraliza, 2022; Poma, 2022) y el ámbito organizacional (Côté, 2014; Joseph y Newman, 2010). Investigaciones han revelado que el desarrollo de habilidades emocionales se asocia con un mejor desempeño académico, mayor bienestar psicológico y relaciones interpersonales más saludables (Fernández-Berrocal y Extremera, 2016; Mayer et al., 2008).

Estos hallazgos plantean la interrogante de si el impacto práctico de la IE trasciende las limitaciones teóricas. Aunque su validez como constructo sigue en debate, la evidencia empírica sugiere que el entrenamiento en IE puede generar beneficios tangibles, lo que ha llevado a su incorporación en diversas intervenciones y programas educativos. Esto abre un espacio para reflexionar sobre cómo las habilidades emocionales pueden potenciar el aprendizaje y la adaptación social en contextos educativos.

De la inteligencia emocional a la práctica educativa

Debido a su impacto en el desarrollo social y psicológico, la IE ha sido incorporada en distintos ámbitos de intervención, y uno de los espacios donde ha cobrado mayor relevancia es el educativo. En este contexto, ha pasado de ser un concepto teórico a un componente esencial en los modelos de enseñanza orientados al desarrollo socioemocional. Para su implementación en la educación se han desarrollado diversas estrategias y programas que buscan fortalecer las competencias emocionales en los estudiantes.

Uno de los enfoques más influyentes en educación socioemocional es el método RULER, desarrollado por Marc Brackett en 2011. Este modelo ha sido incorporado en diversas instituciones educativas para fomentar el desarrollo de habilidades emocionales en los estudiantes (Brackett et al., 2012). Se basa en cinco fases clave: reconocer, comprender, etiquetar, expresar y regular las emociones. Su aplicación ha demostrado mejorar el clima escolar, reducir conflictos y promover una mayor conciencia emocional entre alumnos y docentes (Gualda et al., 2023; Nathanson et al., 2016; Reyes et al., 2012).

Otro modelo significativo es el propuesto por CASEL –Collaborative for Academic, Social, and Emotional Learning–. Este enfoque se basa en cinco competencias fundamentales: autoconciencia, autogestión, conciencia social, habilidades de relación y toma de decisiones responsables. Investigaciones han evidenciado que desarrollar estas habilidades mejora la adaptación social de los estudiantes y facilita su desempeño académico (CASEL, 2025; Durlak et al., 2011).

Además de su impacto en los estudiantes, la educación emocional ha demostrado ser una herramienta clave en la formación docente. La capacitación en habilidades socioemocionales permite a los profesores gestionar mejor sus propias emociones y responder de manera más efectiva a las necesidades emocionales de sus alumnos, a la vez que contribuye a la creación de un entorno educativo más empático y propicio para el aprendizaje (Bisquerra, 2005; CASEL, 2025).

Inteligencia emocional y ambiente

Más allá del ámbito educativo, la IE ha comenzado a posicionarse como una herramienta fundamental para enfrentar problemáticas sociales y ambientales complejas. Diversos estudios han señalado que las emociones son clave para comprender los procesos socioambientales, como lo son también para fenómenos como el trabajo, la migración o los movimientos sociales (Poma, 2022). En el contexto de la crisis ecológica, integrar las emociones al análisis permite una comprensión más profunda de las causas y consecuencias de la cultura ecocida que ha predominado en la relación humano-naturaleza (Cesarman, 1987). Este giro emocional ha sido retomado por activistas y movimientos que reivindican la empatía, el cuidado y la sensibilidad como herramientas de transformación social (Poma, 2017).

Corraliza (2022) advierte que, pese al crecimiento de la evidencia científica y la preocupación emocional ante la crisis climática, persisten importantes barreras psicosociales como la ecofatiga, el escepticismo o la percepción de ineficacia personal, que limitan la acción colectiva. Ante esto, propone un enfoque que promueva emociones positivas como el orgullo, la conexión con la naturaleza y el bienestar por actuar bien –green warm glow–, capaces de fortalecer el compromiso proambiental y reducir la distancia emocional con el cambio climático.

En esta ruta, han surgido propuestas que articulan de manera específica la IE con el ambiente, como la desarrollada por el Laboratorio de Psicología de Riesgos y Comportamiento Ambiental del Centro de Investigación Transdisciplinar en Psicología (CITPsi) de la UAEM (PRyCA-CITPsi-UAEM, 2023), a través de su Línea de Generación y Aplicación del Conocimiento (LGAC) titulada Inteligencia emocional aplicada al ambiente. Esta LGAC investiga cómo las emociones influyen en nuestra relación con el entorno y cómo el desarrollo emocional puede promover actitudes más responsables y sostenibles (López-Vázquez et al., 2025).

Estas nuevas perspectivas evidencian que la IE trasciende el ámbito individual y relacional para convertirse en una competencia clave frente a desafíos globales como la crisis climática. Su aplicación permite fortalecer el compromiso ciudadano, mejorar la comunicación ambiental y diseñar intervenciones más empáticas y efectivas. Así, la IE puede utilizarse para crear campañas educativas que conecten emocionalmente con las personas, formar líderes comunitarios con mayor sensibilidad socioambiental o implementar programas escolares que fomenten el cuidado del entorno desde las emociones. Este enfoque abre camino a una evolución más amplia de la IE vinculada con la neurociencia, la inteligencia artificial y la sostenibilidad como ejes del desarrollo futuro.

Hacia una nueva era de la inteligencia emocional

El desarrollo de la IE ha permitido su integración en múltiples ámbitos. A medida que avanzan la tecnología y la neurociencia, está adquiriendo un nuevo protagonismo con aplicaciones emergentes en inteligencia artificial (IA), bienestar emocional y toma de decisiones. En este contexto, se prevé que su evolución futura sea multifacética, y abarque desde avances en la neurociencia hasta su impacto en la automatización y la gestión empresarial y ecológica.

Se anticipa que los avances en neurociencia y tecnología tendrán un papel fundamental en la comprensión y aplicación de la IE (Barret y Lida, 2024; Souche-Le Corvec y Zhao, 2020). Con el desarrollo de técnicas de neuroimagen (Gkintoni et al., 2025; Valdés-Alemán et al., 2024, 2025) y neurociencia computacional (Nikodemou y Christodoulou, 2024), será posible obtener una visión cada vez más detallada de cómo interactúan las emociones y la cognición en el cerebro. Esto permitirá refinar los modelos existentes de IE y facilitará el diseño de intervenciones más eficaces para el entrenamiento de habilidades emocionales en diversos contextos.

Paralelamente, la integración de la IE con la IA se perfila como un área de crecimiento acelerado. La posibilidad de desarrollar sistemas de IA capaces de reconocer y responder de manera adecuada a las emociones humanas es un horizonte próximo que podría transformar sectores como el servicio al cliente, la salud y la educación. Esta convergencia entre IE e IA mejorará la interacción humano-computadora y permitirá que la IA desempeñe tareas que requieren una comprensión sofisticada del comportamiento emocional (Bhardwaj et al., 2023; Kambur, 2021).

En el ámbito organizacional, la IE seguirá siendo un componente esencial para el liderazgo y la gestión del talento. En un entorno empresarial cada vez más globalizado y dinámico, la capacidad de gestionar y canalizar emociones de forma productiva se valorará aún más. Se espera que la IE permanezca como un criterio clave en la selección y desarrollo de líderes, a fin de promover ambientes de trabajo más colaborativos y resilientes (Harahap et al., 2023; Tjimuku et al., 2025).

En el ámbito educativo, la incorporación de tecnologías emergentes, como los chatbots, está generando nuevas oportunidades para el desarrollo emocional y académico de los estudiantes. Investigaciones recientes han evidenciado una correlación positiva entre el uso de chatbots y la mejora de la IE en estudiantes universitarios, lo que sugiere que estas herramientas pueden contribuir tanto al aprendizaje como a la gestión emocional. Este hallazgo enfatiza la importancia de integrar innovaciones tecnológicas en los currículos para fomentar una educación más integral y adaptada a los desafíos contemporáneos (Mosleh et al., 2024).

En el ámbito ambiental, la IE se perfila como un recurso estratégico para fomentar una cultura de sostenibilidad desde la comprensión y gestión de las emociones vinculadas al entorno. Iniciativas basadas en IE pueden aplicarse en campañas de concientización climática que conecten emocionalmente con la ciudadanía, programas comunitarios que impulsen el sentido de pertenencia al territorio o actividades educativas que desarrollen empatía hacia otras especies. A través del desarrollo emocional, es posible contrarrestar barreras como la apatía, el escepticismo o la ecofatiga, y promover comportamientos más coherentes con la urgencia ecológica actual (Corraliza, 2022; Gravante y Sifuentes, 2022; López-Vázquez et al., 2025; PRyCA-CITPsi-UAEM, 2023).

Por último, es probable que la investigación futura en IE aborde algunas de las críticas actuales sobre su medición y aplicabilidad. Se espera que se perfeccionen las herramientas de evaluación y se amplíe la comprensión de cómo la IE influye en la salud, en la sociedad y en el ambiente. A medida que la IE se consolide como un campo de estudio esencial, su integración en políticas públicas y sistemas de salud podría convertirse en una realidad común.

Discusión

A lo largo de estos 35 años la IE ha pasado de ser un constructo emergente a convertirse en un tema central en la psicología y otras disciplinas. Sin embargo, un punto a discusión es que su conceptualización y medición siguen siendo motivo principal de debate. Como se señaló, la IE se ha abordado desde modelos basados en habilidades, rasgos y enfoques mixtos. Aunque cada modelo ha aportado perspectivas valiosas, persisten desafíos en su delimitación y validez como constructo independiente.

En el ámbito educativo, la IE ha demostrado ser un factor relevante para el desarrollo de competencias socioemocionales y el bienestar de los estudiantes. Programas como RULER y CASEL evidenciaron su impacto positivo en la adaptación escolar y la regulación emocional (Brackett et al., 2012; Durlak et al., 2011). No obstante, algunos críticos advierten sobre el riesgo de instrumentalizar la IE como una herramienta de conformidad social en lugar de promover una comprensión profunda del bienestar emocional (Menéndez, 2018).

En cuanto a su aplicación en el ámbito organizacional, la IE ha sido promovida como un recurso clave para la gestión del talento y el liderazgo (Côté, 2014; Harahap et al., 2023). Sin embargo, su uso como criterio de selección en empresas plantea preocupaciones éticas, especialmente si se emplea para excluir a candidatos con diferentes estilos de regulación emocional. Además, investigaciones han señalado que la IE puede estar influida por factores socioculturales (Immordino-Yang et al., 2016), lo que sugiere la necesidad de desarrollar herramientas de evaluación más inclusivas y contextualmente relevantes.

Desde una perspectiva teórica, el modelo de cuatro ramas de Salovey y Mayer (1990) se mantiene como uno de los enfoques más sólidos para conceptualizar la IE como una habilidad. No obstante, la teoría de la emoción construida de Lisa Feldman Barrett (2016) cuestiona la idea de que las emociones sean universales y predefinidas, lo que tiene implicaciones significativas para la manera en que concebimos la IE. Si las emociones son construcciones mentales moldeadas por la experiencia y el contexto, entonces la IE no se limita a la capacidad de reconocer y regular emociones; también implica la habilidad de interpretarlas y darles significado en diferentes escenarios.

Otro punto relevante a discutir es la proximidad de la IE con el discurso de la autoayuda. Como se subrayó, algunos autores han advertido que la popularización de la IE ha llevado a interpretaciones reduccionistas que la presentan como una solución universal para cualquier desafío emocional (Bisquerra, 2012; Canavire, 2011; Oberst y Lizeretti, 2004). Esta perspectiva puede reforzar la idea de que el bienestar emocional depende únicamente del desarrollo individual de habilidades emocionales, minimizando el papel de los factores estructurales y sociales. Además, el énfasis en la autorregulación y el autocontrol podría llevar a las personas a percibir que deben gestionar sus emociones de manera autónoma, sin necesidad de buscar apoyo profesional cuando enfrentan dificultades psicológicas más complejas. Para evitar esta instrumentalización de la IE, es fundamental que su aplicación en contextos educativos, organizacionales, clínicos y ambientales se base en un enfoque integral que también considere las condiciones sociales y culturales que influyen en la experiencia emocional.

Desde la psicología y la educación, abordar la IE como parte del desarrollo emocional implica reconocerla como una capacidad influida por el entorno y la interacción social. En este sentido, programas de educación emocional bien diseñados pueden fomentar competencias para comprender y regular las emociones, además de fortalecer la empatía y la resiliencia en distintos contextos. Asimismo, la IE muestra una prometedora área del conocimiento, en la que su relación con el ambiente puede potenciar su preservación y realizar un cambio significativo (Corraliza, 2022; López-Vázquez et al., 2025; Poma, 2022). Sin embargo, para que estos enfoques sean efectivos, deben evitar perspectivas simplistas y contemplar la complejidad de los factores psicológicos y socioculturales que inciden en la formación emocional.

Más allá de sus aplicaciones prácticas, la IE ha transformado la manera en que entendemos y gestionamos nuestras emociones en la vida cotidiana. A lo largo de estos años, ha demostrado ser una herramienta valiosa para mejorar las relaciones interpersonales, el bienestar psicológico y la toma de decisiones. No obstante, también debe de enfatizarse que la IE no es una fórmula mágica ni una garantía de éxito; es una capacidad en constante desarrollo, moldeada por el contexto y la experiencia. Su verdadero valor radica en su potencial para impulsar una mayor comprensión intra e interpersonal, siempre que se aborde desde una perspectiva crítica, ética, culturalmente sensible y basada en hechos científicos.

Conclusiones

En 35 años desde su formulación por Salovey y Mayer, la IE ha recorrido un extenso camino en la investigación psicológica y aplicada. Su evolución ha sido significativa, desde sus inicios como un constructo teórico, hasta su integración en múltiples ámbitos como la educación, la psicología organizacional, la ecología y la salud. Su estudio ha permitido comprender mejor cómo las habilidades emocionales influyen en el comportamiento humano y en el desempeño personal y profesional.

A pesar de su relevancia en la investigación y la práctica, el estudio de la IE enfrenta desafíos metodológicos y conceptuales. La gran cantidad de publicaciones existentes, la variedad de enfoques teóricos, los cuestionamientos sobre su validez como constructo independiente, su aplicabilidad en distintos contextos y la popularización de la IE en educación y el ámbito organizacional han generado discrepancias en su medición y uso. Además, la falta de consenso sobre sus métodos de evaluación y la influencia de factores socioculturales evidencian la necesidad de estudios más sistemáticos que aborden su complejidad y limitaciones.

Mirando hacia el futuro, la IE está posicionada para expandirse aún más con el apoyo de avances en neurociencia e inteligencia artificial, y aplicaciones prometedoras en la pedagogía y el ambiente. Estas innovaciones prometen transformar la manera en que entendemos y aplicamos la IE, así como abrir nuevas oportunidades para la investigación y la práctica en la intersección de emociones y tecnología avanzada. La capacidad de las futuras tecnologías para modelar y responder a las emociones humanas podría revolucionar campos de acción prioritarios, haciéndolos más personalizados y efectivos.

Por último, este artículo deja en claro que la IE se perfila como un pilar clave en la creación de políticas públicas y programas educativos dirigidos a fomentar una sociedad más consciente y emocionalmente inteligente. La integración de la educación emocional en los sistemas escolares y la capacitación profesional será determinante para el desarrollo de líderes y ciudadanos capaces de gestionar sus emociones de manera efectiva en un mundo cada vez más complejo. A medida que se profundiza el reconocimiento de las competencias emocionales, la IE se consolida como una fuerza transformadora esencial para el progreso humano y sostenible en el siglo XXI.

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