Editorial
Enfermedad hepatobiliar en la era COVID-19
La infección por el virus SARS-CoV-2 ha cambiado para todos y especialmente para nosotros, el personal de la salud, la cara del mundo que hasta entonces conocíamos. Todo esto nos ha impulsado a los médicos de las diferentes especialidades a trabajar de manera articulada y a compartir información a una velocidad vertiginosa. El compromiso de los diferentes órganos ha obligado a atender a los pacientes de manera multidisciplinaria, y a colaborarnos entre todos para entender las expresiones clínicas, bioquímicas y de imagen de los nuevos y diferentes síndromes [1].
En lo referente al hígado, hemos presenciado el comportamiento muy variado y a veces impredecible de la infección por el SARS-CoV-2, afectando a pacientes sin enfermedad hepática previa, con hepatopatías subyacentes compensadas y no compensadas, y en los pacientes trasplantados.
Al principio de la pandemia, se pensó que COVID-19 era principalmente una enfermedad respiratoria. Sin embargo, es mucho más que eso, y es así como más de las 3/4 partes de los pacientes pueden tener niveles anormalmente altos de enzimas hepáticas en el momento del diagnóstico, lo que pareciera afectar el buen pronóstico de los pacientes [2].
Esa afectación hepática puede ser de manera temporal, según se ha visto en los diferentes escenarios, con explicaciones que poco a poco iremos conociendo, y lo más importante, entendiendo. Se sabe que el virus no tiene la capacidad de afectar de igual forma las células del hígado como sucede en otros órganos, debido a que estas poseen en poca cantidad, las proteínas involucradas en la entrada del virus a la célula. Además, se postula que el daño hepático observado pareciera ser principalmente la consecuencia de la respuesta inflamatoria que establece el hospedero [3].
De hecho, uno de los principales riesgos asociados a la infección por SARS-CoV-2 son las complicaciones trombóticas locales y sistémicas, que de manera directa o indirecta pueden comprometer la circulación venosa y/o arterial del hígado [3]. Por otra parte, los pacientes con COVID-19 que ya padecen enfermedades hepáticas crónicas, como la cirrosis o las hepatitis virales crónicas, corren un mayor riesgo de sufrir complicaciones graves e incapacitantes.
Por todo lo anterior, se puede decir que, aunque el hígado no desempeñe el papel principal en el drama de COVID-19, es sin duda alguna, un importante actor secundario. Y en todo este escenario, una de las principales patologías destacadas por su variada expresión clínica y su impredecible pronóstico, es la colangiopatía post-COVID-19 [4].
Finalmente, solo la interdisciplinariedad y el trabajo en equipo pueden ayudarnos a entender y a manejar las diferentes manifestaciones clínicas que en el hígado se observan, para poder dar soluciones integrales que les ayude a los pacientes a recuperar su salud.