Ensayos
Resumen: El artículo reflexiona sobre la cartografía participativa como herramienta metodológica para el trabajo de lugares de memoria. El análisis se centra en la experiencia de producción cartográfica de pobladores de la comunidad de Arcatao quienes durante el conflicto armado de la década de 1980 en El Salvador vivieron las etapas de éxodo, refugio y repoblación; y quienes redefinieron, a partir de esa experiencia de vida, los sentidos de territorio y la construcción de territorialidad.
Palabras clave: Memoria histórica, Cartografía participativa, Lugares de memoria, Conflicto armado de El Salvador, Territorialidad.
Abstract: This article reflects upon the participative cartography as a methodological tool for work in realms of memory. Its analysis focuses in the experience of cartographical production of inhabitants of the community of Arcatao who experienced, during the 1980’s armed conflict in El Salvador, the stages of exodus, refuge and resettlement. Through these life experiences, they were able to redefine the meaning of territory and the construction of territoriality.
Keywords: Historical memory, Participative cartography, Realms of memory, Armed conflict of El Salvador, Territoriality.
Coordenadas de partida
En este artículo se aborda, desde un enfoque antropológico, el uso de la cartografía social como herramienta metodológica para el análisis de los territorios y las territorialidades. El análisis se centra en la producción de mapas que fueron elaborados, en este caso, por pobladores de la comunidad de Arcatao, quienes durante el conflicto armado vivieron las etapas de éxodo, refugio y repoblación.
La labor cartográfica permite plasmar la memoria colectiva de lugares de memoria brindando coordenadas para leer los mapas cuando los territorios se han forjado por acelerados procesos de movilidad a causa de la violencia política. La puesta en práctica de este ejercicio cartográfico permite la reconstrucción de los desplazamientos que vivieron miles de campesinos en las décadas de 1970 y 1980, desde las zonas rurales a los campos de refugiados situados en países vecinos como Honduras, Nicaragua y Panamá, para finalmente cerrar el ciclo de desplazamientos en los nuevos territorios, donde habitarán en calidad de comunidades repobladas o reasentadas. El ejercicio de elaboración de mapas de memoria permite dimensionar las posibilidades de la cartografía social como herramienta para trabajar los traumas y para analizar los procesos de territorialidad experimentados por miembros de una comunidad específica.
Este artículo se organiza en cuatro apartados. En el primero se desarrollan las categorías teóricas de territorio, territorialidad, cartografía social y comunidades de memoria. El segundo apartado relata los tres momentos históricos de la construcción identitaria de la actual comunidad de Arcatao. En la tercera parte se explica el desarrollo metodológico de la labor cartográfica brindando una descripción de los momentos clave del taller. Finalmente, en la cuarta parte se interpreta el ejercicio cartográfico y los mapas resultantes del proceso. Al final del documento se integran unas conclusiones relativas a los usos de la cartografía y al rol de investigador.
Cartografiar el sentido de territorio
Silvina Fabri (2013) menciona que hablar de lugar supone pensar en cómo ese espacio es vivido y apropiado en su vínculo con la propia experiencia del sujeto, tanto práctica y materialmente como mental y simbólicamente; estos niveles no pueden disociarse si se pretende comprender la complejidad de la construcción de estos enclaves territoriales en donde se construye una memoria. En ese sentido, la cartografía social se muestra como una herramienta de gran eficacia en la extracción de la información y sitúa a los pobladores en un nuevo rol, el del cartógrafo social, ya que son capaces de plasmar en un trazo cartográfico los relatos sobre los territorios habitados, abandonados y reconstruidos, evidenciando las territorialidades sentidas1.
Según Raúl Prada (1996)
La territorialidad es una forma de conocimiento basado en la vivencia social del territorio. Por lo tanto, con la territorialidad no se enuncia una referencia geográfica exterior, sino una experiencia colectiva del territorio. Ciertamente, el territorio tiene que ver con el objeto y medio geográfico exterior, pero, la territorialidad conecta esta exterioridad a una interioridad: con la que el territorio es simbolizado (p. 6).
El territorio es para la cultura su memoria material: una escritura. No hablamos solamente del territorio como morada, sino como el ámbito de la comunicación social (p. 5).
Al territorio se le vinculan las prácticas que dan sentido de pertenencia, es decir, la territorialidad que supone la creatividad social para producir un espacio propio. La vivencia social y la conciencia del territorio no son una simple referencia geográfica, sino una experiencia básicamente colectiva e interiorizada en la conciencia de la comunidad.
En el siglo XXI, la geografía adquirió una nueva dimensión, utiliza todo el bagaje teórico-metodológico para resignificar los conceptos tradicionales a través de nuevas perspectivas. Su objeto de estudio –el espacio geográfico– se vuelve un espacio social que será interpretado teniendo en cuenta los procesos sociales actuales e históricos, los que interactúan y construyen/ reconstruyen ese espacio geográfico (Shmite y Nin, 2006-2007, p. 170). De esta forma surge la geografía cultural, entendiendo que el espacio geográfico debe leerse como espacio construido y, como tal, con toda la carga de percepciones, valores y sentimientos que las gentes le imprimen (Seemann, 2010, p. 10).
Ligada a la geografía encontramos a la labor cartográfica, es decir, la forma de representación del territorio en mapas. Los geógrafos continúan afirmando que los mapas están estrechamente ligados a la geografía y al espacio, sin embargo, la nueva geografía cultural plantea la dimensión simbólica y poético-política de las representaciones cartográficas que superan las formas tradicionales de generar marcas visibles en el paisaje. Se trata de desmontar la mirada omnipresente y vacía de contenidos simbólicos en el acto de elaboración cartográfica tradicional para pasar a la experiencia de la cartografía comunitaria,elaborada por cartógrafos sociales que son los mismos habitantes del territorio (Diez Tetamanti, 2014).
La producción cartográfica de mapas de memoria se elabora con los que Iwona Irwin-Zarecka (1994) denomina comunidades memoria:
Las comunidades de memoria son grupos humanos que se constituyen por los recuerdos del pasado, reproduciéndolos públicamente a través de diversas prácticas sociales, políticas y culturales. Quienes participan en estas comunidades tienen algo en común: una falta, ausencia o pérdida de un ser cercano, un familiar, una vida. Estas comunidades se han caracterizado permanentemente por la lucha por la memoria, primero, para definir el sentido de lo sucedido, qué y cómo recordamos la violencia pasada y, en segundo lugar, para ser reconocidos como sujetos dignos de respeto y justicia (Del Valle, 11 de febrero de 2014, p. 1).
Es ahí cuando el pasado compartido socialmente nunca deja de tener una dimensión privada y personal. Por ello, los hechos sociales y políticos moldean un conjunto de experiencias traumáticas para miles de personas, constituyendo un espacio común que marca las relaciones sociales y que requiere ser elaborado en los ámbitos colectivo y personal (Lira, 2010, p. 23). En ese sentido, la labor cartográfica puede convertirse en una herramienta terapéutica para atender lo que Martín Baró denominó el trauma psicosocial, que aborda el origen y las secuelas que se encuentran insertas en las relaciones individuales, familiares y sociales, así como las territoriales, sobre las que se produce (Martín-Baró, 2000).
El territorio en tres tiempos
A finales de la década de 1970, en El Salvador, las víctimas civiles del terror de Estado aumentaban. En la capital, las desapariciones forzadas y los asesinatos selectivos crecían, mientras que en el campo, las tácticas fueron mucho más masivas: se sucedieron masacres bajo la consigna de quitar el agua al pez2 y se aplicó la estrategia militar de la tierra arrasada3, que dejaba a su paso desolación, muerte y abandono en los territorios.
Se calcula que para 1980, aproximadamente 500,000 personas habían sido forzadas a abandonar sus lugares de origen o residencia (Kramer, 2009, p. 26). Las acciones militares obligaron inicialmente a esas poblaciones a asentarse en refugios, ubicados en la capital o en las cabeceras departamentales más seguras. Otras comunidades vivieron éxodos masivos, especialmente al huir en grupo cuando sucedían los operativos militares. Aquellos territorios se convirtieron en escenarios de masacres. Las personas sobrevivientes se escondieron entre los montes por varios días para salvar sus vidas. De este modo, quedaron caracterizadas con los elementos comunes de la represión y la huida.
El ciclo formativo e identitario de estas comunidades surge de su experiencia de huida como desplazados, producto de la represión durante los primeros años de la guerra civil. Posteriormente, se asentaron en los campamentos de refugiados de Nicaragua, Honduras y Panamá, donde crearon importantes formas comunitarias de organización y producción, configurando así su segunda forma comunitaria en calidad de refugiados; su última etapa identitaria fue forjada en medio de la guerra, cuando retornaron de los refugios para asentarse en nuevas tierras, donde decidieron habitar como comunidades repobladas. Tras la firma de los Acuerdos de Paz, estas comunidades no se dispersaron para buscar sus antiguos territorios o lugares, sino que decidieron vivir como comunidades repobladas4 en sus nuevos asentamientos. En esta nueva coyuntura se fueron generando interesantes prácticas fundacionales de los nuevos territorios que retoman la memoria en acciones conmemorativas de los tres tiempos, lo que les lleva a peregrinar por los lugares que marcaron la huida, el refugio y la repoblación. Estas prácticas generan una nueva forma de territorialidad que modifica la manera en que sus pobladores observan su territorio resignificado por las trayectorias de las memorias y por su forma de representación en mapas.
La labor de la producción cartográfica, un estudio de caso
La metodología de cartografía social fue implementada como una herramienta para desarrollar uno de los capítulos de mi tesis doctoral Cartografía de la memoria: actores, lugares y prácticas de la geografía cultural de posguerra en El Salvador (Hernández Rivas, 2016)5. Esta metodología consiste en representar los territorios a través de mapas elaborados por los mismos pobladores para expresar los sentidos de límite, espacio y distribución de elementos clave en la representación del territorio.
De esta forma, cuando se representan lugares de memoria, el sentido de mapa se amplía, pues se incluyen representaciones cartográficas vinculadas a un recuerdo que los marca como comunidad. Por ello, su lectura se acompaña de un relato etnográfico que, más que analizar el mapa, busca describir e interpretar el momento cartográfico. En esta labor se incluye el análisis de la designación de los roles de los participantes, la decisión de qué cartografiar y de cómo representarlos en el mapa. La interacción que surge entre los cartógrafos pobladores es significativa, así como los recuerdos y silencios sobre lo que se enuncia en el mapa.
Los talleres de cartografía de la memoria se desarrollaron con pobladores de la zona norte de Morazán y de Chalatenango, territorios que fueron tomados bajo control militar durante el conflicto armado. Los pobladores huyeron de sus lugares de origen y se refugiaron en países vecinos, en campamentos organizados por ACNUR6. En los últimos años de la guerra, se organizaron para dejar los campamentos y asentarse en territorios –aún bajo control militar– que habían sido abandonados.
Este artículo analiza la experiencia del taller de cartografía social desarrollado con un grupo de pobladores del municipio de Arcatao, en el departamento de Chalatenango, al norte de San Salvador. En este taller participaron 12 personas, con las que se conformaron grupos de trabajo para elaborar un mapa en tres tiempos: el éxodo, el refugio y la repoblación. A fin de representar su ciclo vital como comunidad, la selección de participantes incluía a personas de diversas edades, para que pudieran dar cuenta de los hechos y memorias en las diversas etapas de éxodo, refugio y reasentamiento.
Los talleres se iniciaron con una ronda de presentación, tras la que se pidió a cada participante que, al decir su nombre, mencionara un elemento del territorio que le representara (un río, un árbol, una montaña), a fin de ubicarse en el espacio que luego representarían en los mapas. Algunos participantes del taller habían participado en entrevistas previas, pero en su mayoría fueron convocados expresamente para participar del taller por parte de la directora del Museo de la Memoria Sobreviviente, mi referente clave de la comunidad. Para el taller se dispuso de pliegos de papel, crayones de color, además de listones y guirnaldas de color, así como plastilina para modelar a escala los elementos que desearan representar.
Para reseñar las etapas de conformación de la comunidad, los participantes se organizaron en grupos de trabajo. Uno de los grupos diseñó la parte del mapa que representaba al municipio de Arcatao previo al conflicto armado; este grupo estuvo conformado por cuatro hombres. El segundo grupo cartografió el momento del éxodo y del refugio; éste estuvo conformado por cuatro mujeres adultas mayores. El tercer grupo debía representar al municipio tras el conflicto armado y estuvo conformado por mujeres adultas y jóvenes.
En primer lugar, las personas participantes se dieron cuenta de que hacer un mapa de memoria de sus comunidades sería una tarea difícil, pues antes de habitar su actual territorio habitaron distintos lugares y vivieron dispares procesos de integración en el campamento de refugiados. En ese sentido, el primer grupo generó su mapa a partir de los relatos sobre un territorio que fue, pero que no conocieron, aunque sí lo transformaron al habitarlo en medio de una guerra que desdibujó su trazo cartográfico habitado por unas familias originarias que ya no volvieron.
Centraré la descripción y análisis de la experiencia del grupo de mujeres que trazó el mapa del éxodo y refugio, representando las rutas de la huida en la Masacre de las Aradas7, en mayo de 1980, y la masacre de la “guinda de mayo”8, que ocurrió en 1982. Ambos sucesos tuvieron como escenario el río Sumpul, donde fueron masacradas más de 900 personas.
El grupo de cartógrafas sociales que elaboraron el mapa del éxodo y refugio estaba compuesto principalmente por mujeres sobrevivientes de ambas masacres. Al momento de iniciar la labor cartográfica, ninguna quiso asumir el rol de dibujante, por lo que me asignaron a mí ese rol, mientras ellas iban narrando o indicando cómo hacer el trazado.
Su sitio de referencia en el mapa fue el río Sumpul. Sugerí usar los listones azules para representarlo. Rápidamente me rebatieron: “No, esa agua no era clara ese día, ese día llovió tanto que el agua tenía color café, teñida de rojo con tanta muerte” (Aminta, Taller de Cartografía Social, Arcatao, Chalatenango, abril de 2015). Ellas empezaron a desenmarañar los listones de papel de color oscuro para trazar una sola y extensa representación del río que cubría casi toda la superficie del pliego de papel. Bastó el río como escenario para provocar el fluir de las historias del éxodo:
Solo salimos con la cobija y nada más. Aquí primero andaban buscando a todos los hombres; ya después cogimos miedo todas las personas y empezamos a dormir afuera, porque después no respetaban, lo mataban a donde fuera. A una muchacha, aquí por el caserío El Rincón, la mataron. Ella era hermana de mi tía, ella estaba embarazada, la llevaron por el río, la violaron, después la quemaron (Silvia, Taller de Cartografía Social, Arcatao, Chalatenango, abril de 2015).
Miramos cosas negras, bien negras, y porque no nos dejamos, no nos morimos, y porque no nos dormimos, es que estamos contando esto ahora, porque si no, no hubiera nada (Teresa, Taller de Cartografía Social, Arcatao, Chalatenango, abril de 2015).
Las mujeres me legaron el trazado cartográfico de la represión y el éxodo aduciendo que ellas no podrían dibujar. Realmente, ellas asumieron un rol de testigos de aquellos eventos. En este caso, el testimonio cumple una función, más que de relato, de evidencia para la reconstrucción de los hechos. Me solicitaron que dibujara varios elementos de la escena de la huida: grupos de hombres, mujeres y niños cargando bultos, la representación de sus casas quemadas y sus animales domésticos dejados en aquellos territorios abandonados. Me pidieron representar a los escuadrones de militares con dibujos de hombres uniformados apostados con armas; llenamos con esa representación casi todo el territorio. Eran tantos elementos que ya no cabían en aquel espacio de papel. Tuvimos que juntar varios pliegos para poder dimensionar aquella escena.
En la representación cartográfica de la masacre se dibujaron familias huyendo. Los cuerpos de las personas que se ahogaron en su intento de llegar a la otra orilla fueron dibujados entre las guirnaldas de color café que representaban el río Sumpul. Las personas que lograron cruzar del otro lado, en territorio hondureño, se encontraron con otro campo de batalla, pues los soldados hondureños también dispararon contra la población que venía huyendo desde tierras salvadoreñas.
Se representaron los lugares de refugio que después de la masacre funcionaron como escondites subterráneos. Comentaron que hubo personas que estuvieron aproximadamente tres meses escondidas o entatuzadas9 y que muchas personas que sobrevivieron a la masacre murieron después porque pasaron sin comer ni beber durante varios días. Fueron días de mucho miedo y dolor ante la pérdida, aseguraron.
Una de las mujeres –que inicialmente se negó a dibujar– tomó el marcador de color negro y trazó un garabato, reafirmando: “aquí vimos cosas negras”. Repintó con tanta fuerza sobre el papel que casi lo rompe. Tras el acto dejó una nube oscura. Una de ellas dijo: “A mi hermano lo mataron en el 80, cerca de un caserío de La Peña; lo mataron los soldados del puesto militar de Patamera” (Aminta, Taller de Cartografía Social, Arcatao, Chalatenango, abril de 2015). Una de las mujeres sugirió poner en el mapa los nombres de familiares y vecinos asesinados o desaparecidos. Fueron nombrados a viva voz con nombre y apellido; tomé nota de aquellos. Primero fueron los nombres de sus familiares, luego el de los vecinos. De los niños más pequeños sólo mencionaron sus edades, y el nombre de sus padres y madres. La referencia a las desapariciones de niños y niñas se expresó como una práctica de los militares.
En ese momento de enunciación, otra de las mujeres sugirió escribir el nombre de los jefes del ejército o de las tropas militares al mando de los operativos. El mapa se fue convirtiendo en un espacio de denuncia. El territorio asumió nombres propios, el nombre de sus víctimas y victimarios. Sin notarlo, aquellas mujeres habían tomado cada una un rotulador para ir escribiendo los nombres de sus familiares; la historia era tan propia que era imposible que otra persona la representara. A la vez que pintaban o escribían, relataban:
Nosotros ahí comenzamos a pasarnos el río. Yo en 1981 era una niña de 11 años, y nos pasamos abrazadas de mi mamá, porque el río nos cubría. Mi papá dejó la cebadera [bolso] con las cobijas porque primero quiso pasar a los niños... Dijo que iba a regresar a traer las cobijas, porque los niños tenían frío, pero ya no pudo [se le entrecorta la voz]: entonces se escucharon las balas. Entonces, ahí murió mi papá, mis hermanos. Uno de mis hermanos murió de frío, lo dejamos escondido en una cueva. Y otro hermano, que en la huida se perdió porque quedó del otro lado del río, fíjese que a él lo encontramos hasta el año 2001 con el proyecto de búsqueda de niños desaparecidos (Roxana, Taller de Cartografía Social, Arcatao, Chalatenango, abril de 2015).
Nuevamente se le entrecortó su voz, guardó silencio, sus ojos se humedecieron. Las otras mujeres bajaban la mirada y guardaban silencio. La persona que narraba su testimonio, soltó el crayón y empezó a hacer gestos repetitivos con sus manos. Centraron su mirada en lo que habían dibujado y todas dejaron de verse a los ojos. Ante ese nudo de sentimientos les propuse soltar un momento los rotuladores para ponernos a trenzar: tomé varios cordeles de color anudados en una punta y se los entregué. Les indiqué que una de ellas sostuviera el cordel mientras la otra trenzaba. Les propuse trenzar la tristeza, haciendo referencia a este relato poético:
Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo. Había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos pues los haría llover, tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros labios pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta entre tus manos –me decía– porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa; y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo. Cuando te sientas triste, niña, trénzate el cabello; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza.
Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma del atole.
Que no te agarre desprevenida la melancolía mi niña, aun si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia. No la dejes meterse en ti con tu cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo. Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza…
Y mañana que despiertes con el canto del gorrión la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello (Klug, 2015).
Mientras trenzaban, se apreció cómo los rasgos de tristeza se fueron transmitiendo de sus manos a los hilos, y poco a poco se liberó su voz para hablar con mayor fuerza, tanto que los demás cartógrafos –el grupo de los hombres y las mujeres jóvenes– dejaron de hacer lo que hacían y empezaron a escuchar los relatos de aquellas mujeres sobrevivientes. Al final de la tarde teníamos unas representaciones cartográficas (ver primera imagen) que componían su mapa en los tres tiempos. Estos mapas fueron presentados públicamente en un acto que en el que se rememoran varios hechos ocurridos en abril, como el desembarco militar del 8 de abril de 198610, la masacre de El Zapote del 10 de abril 199111, y el aniversario de fundación de la comunidad Jesús Rojas12.
Lectura cartográfica
El mapa elaborado en el taller, más que trazos, mostraba escenas, más que distancias, marcaba un cronotopo: un tiempo y espacio que perteneció al “allá” del tiempo pasado, para significarse “aquí” en el presente. A pesar de que los pobladores de la actual Arcatao no se conocían antes del éxodo producto de la represión, comprenden que la solidaridad activada a raíz de la historia dolorosa compartida en la huida y el refugio ha sido la que conforma el nosotros del presente como comunidad de memoria. El hecho de escenificar un espacio nostálgico, representado en el mapa del primer grupo, donde se dibujó la vida previa a la guerra, parecía idealizar un espacio que anida en sus recuerdos, para de ahí partir a enumerar los lugares de procedencia de las familias que pueblan el actual Arcatao. Esto demostró el manejo de la información previamente socializada y transmitida generacionalmente –entre los pobladores– sobre sus lugares de procedencia, denotando un fuerte grado de conocimiento y reconocimiento entre ellos y sus memorias. A pesar de que los más jóvenes no conocieron esas comunidades, en el primer grupo y en el tercero13 se cartografió esa imagen nostálgica transferida por sus familiares y representada en el mapa. La imagen nostálgica no es ajena a las actuales generaciones, ya que en la mayoría de comunidades repobladas se representa la historia de las comunidades en sus tres etapas (éxodo, refugio y repoblación) mediante murales que están ubicados en espacios públicos. Estos murales sirven como historia visual de su acto fundacional comunitario.
La conformación de los grupos mostró también el grado de sociabilidad entre los participantes desde su condición de víctimas y sobrevivientes de un hecho traumático. El trauma político implica no sólo la ruptura del funcionamiento institucional de la sociedad sino la introducción de la amenaza política como un factor constituyente de las relaciones sociales bajo condiciones de violencia. Similar propuesta asume Ignacio Martín Baró (1990) cuando habla del trauma psicosocial, el cual distingue el impacto diferenciado sobre los distintos grupos sociales y sobre los individuos de acuerdo con su extracción social y su grado de participación en el conflicto, así como otras características de su personalidad y experiencia.
El acto cartográfico evidencia que el territorio contiene significados tan íntimos que los sentimientos de las experiencias vividas son intransferibles. Esto quedó demostrado cuando las mujeres que en un inicio se habían inhibido en la tarea de dibujar y me asignaron el reto de cartografiar sus relatos, en el momento de nombrar a sus familiares y de representar las sensaciones de su vivencia se integraron, aunque sólo fuera para trazar una “nube negra” de dolor. Estas acciones permiten observar al acto cartográfico como una herramienta terapéutica en casos de trauma psicosocial.
El hecho de incluir una actividad que distanciara, por un momento, a aquellas mujeres del territorio de dolor a través del acto del trenzado sirvió para generar vínculos entre ellas y para reconocer recursos sanadores bajo la complicidad del círculo de apoyo entre mujeres. Después de abrir ese dolor, era preciso volver al presente, reconociendo el lugar desde el cual hablaban. El hecho de trenzar permitió volver a encontrar la mirada de una en la otra, asentir o disentir entre ellas. El uso de otros recursos como cordeles y papeles de diferentes texturas permitió sentir las formas de representar el territorio. El hecho de dejar las trenzas atadas en el mapa permite situar el dolor para dejarlo en el lugar al que perteneció.
La decisión de no sólo trazar el mapa, sino de poner nombres de personas asesinadas y de sus agresores ha sido un acto de enunciación cartográfica que dimensiona la importancia de los procesos de reparación moral de las víctimas, donde los memoriales con sus nombres se vuelven fundamentales para el reconocimiento público de los hechos. En el mapa, algunas marcaron los lugares donde quedaron los cuerpos de familiares o vecinos enterrados. Esta técnica cartográfica puede servir para apoyar el proceso de marcación de esos lugares para emprender la demanda de exhumaciones14.
Reflexiones de la labor cartográfica
Dar por finalizado un proyecto cartográfico es un acto de reconocimiento al trabajo elaborado; al terminar, aquellos trazos fueron reconocidos como mapas. El hecho de presentarlos frente a la comunidad, en un acto público, conlleva también un signo de legitimidad al exponer sus trabajos donde unos –el grupo seleccionado a participar del taller– representaron el espacio habitado por otros, territorializando el nosotros de la comunidad. El acto fortaleció su autorreconocimiento como cartógrafos sociales y legitimó sus mapas comunitarios frente a los demás pobladores, aunque quizá los que no participaron en el ejercicio cartográfico no comprendieron aquellos objetos únicos que surgieron de esta experiencia (la nube negra y las trenzas de colores). Sin embargo, este ejercicio de cartografía comunitaria ayudó a aflorar los sentimientos escondidos en la grafía de los cartógrafos, esos sentimientos son los que dan sentido a los lugares de memoria.
Los mapas elaborados por los cartógrafos sociales son una forma de ejercer territorialidad, de manera que el territorio es asumido en un mapa de autoría propia, donde no importa tanto la exactitud geográfica, sino la representación de los hechos que marcan la actual identidad de los pueblos. La elaboración cartográfica y el sentido antropocéntrico de los mapas convierten la acción cartográfica en un hecho poético-político que delinea los mapas del deseo, sobre todo aquél que fue elaborado por las mujeres jóvenes en el que no sólo representaban el actual Arcatao, sino que incluía una visión prospectiva de la comunidad imaginada.
Los resultados del taller replantearon la concepción cartográfica del mapa, yendo más allá de los trazos que delinean fronteras, pues se incluyeron nombres, objetos y escenas a través de relatos de vida compartidos en las sesiones del taller. La riqueza de los mapas elaborados en el taller fue la dimensión de territo rialidad asumida por los pobladores a los lugares que en algún momento habitaron en sus tres etapas, las reflexiones constantes en los tres momentos que marcan su decisión de habitar el actual Arcatao.
Finalmente, se resalta la importancia de la metodología de cartografía participativa en los estudios sobre la memoria. Dicha herramienta permite generar formas de representación del sentido de apropiación del territorio y dota al cartógrafo social de la posibilidad de descolocar la mirada dominante de la geografía tradicional.
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Notas
Enlace alternativo
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