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La tiranía del mérito. ¿Que ha sido del bien común?, de Michael Sandel
Tyranny of Merit What’s Become of Common Good. , by Michael Sandel
Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 165, pp. 149-152, 2025
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas

Reseñas

Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador
ISSN: 1991-3516
ISSN-e: 2520-0526
Periodicidad: Semestral
núm. 165, 2025


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

En un artículo titulado “The Merits of Meritocracy” Gerfried Ambrosch sostiene que las sociedades meritocráticas -con todos sus defectos- son incomparables en su capacidad para promover el florecimiento y el progreso humano (Ambrosch, 2021). Para el autor, la meritocracia es un reflejo de que los seres humanos difieren en múltiples dimensiones. Por esta razón, sus jerarquías de competencia manifestadas en los estándares profesionales y sociales no han de ser vistas como antiéticas, debido a que terminan siendo contraproducentes en la constitución de una sociedad con individuos exitosos.

Una perspectiva similar se pudo evidenciar en el discurso de la ex primera ministra de Inglaterra, Teresa May, al declarar que quería que Gran Bretaña fuera la gran meritocracia del mundo. May aspiraba a que fuera un país en el que todo el mundo tuviera las mismas oportunidades de llegar tan lejos como su talento y su esfuerzo se lo permitan (May, 2016). Un sistema de organización político-social que distribuye el poder y sus ventajas basado en el merecimiento no parece ser problemático a primera vista, pero es precisamente este ideal el que critica Michael Sandel en su texto La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?.

Para el autor, la tiranía de la meritocracia termina por beneficiar a unos pocos y perjudicar a la mayoría, rompiendo con los vínculos sociales y morales que constituyen la esencia del bien común. A partir de siete capítulos el autor termina criticando nociones como el credencialismo, la ética del éxito, la movilidad social y la hiperagencia. Vale la pena entonces esbozar sobre sus argumentos generales partiendo de estos temas tratados a lo largo de su obra.

Inicialmente, Sandel señala que la democracia se encuentra en crisis, plagada por la xenofobia y el surgimiento de regímenes autoritarios. Se trata de un contexto que ha desembocado en una serie de revueltas populistas ancladas en el descontento por la globalización que beneficia a unos pocos, y en el reproche tecnocrático. La turbulencia política es el resultado del fracaso de la élite, de un proyecto de globalización constituido por la forma tecnocrática de concebir el bien público y su modo meritocrático de estratificar a los grupos e individuos en sociedad.

En la tecnocracia los mecanismos del mercado constituyen el bien público, devaluando las identidades nacionales, reduciendo disputas ideológicas a asuntos de sociedad abierta o cerrada, y obviando la moral y la política en nombre de la eficiencia económica (Sandel, 2020, p. 30). La tecnocracia ha desempoderado a la sociedad democrática al dejar la política en manos de los llamados “expertos”, estableciendo actitudes relativas al éxito y al fracaso, y dividiendo a los individuos entre ganadores y perdedores. La meritocracia promueve la fe en una movilidad ascendente que ha sido estancada, resaltando la forma en que el talento y el esfuerzo permiten a los individuos ser dueños de su propio destino y merecedores de lo que tienen (Sandel, 2020, p.34). Pero esta perspectiva omite la influencia de factores externos como la buena suerte, la desigualdad y la fortuna.

El mérito es una tiranía o gobierno injusto, que resulta inspirador pero a su vez odioso, congratulando a los ganadores, pero humillando a los perdedores, generando culpabilidad y proyectando una carga psicológica interna de protesta contra dicha humillación. Para Sandel, la meritocracia debilita la democracia, reduciendo el bien común a términos económicos y reconfigurando el reconocimiento social. Es debido a estos sentimientos morales degenerativos que la democracia necesita un componente moral importante en el discurso público.

El mensaje de Sandel parte de que las actitudes peyorativas respecto al éxito y el fracaso devienen de un principio aparentemente atractivo, el principio de la meritocracia, que considera que si todas condiciones son iguales los ganadores merecen su triunfo. Pero el problema no es solamente que las condiciones no son iguales, ni tampoco los impedimentos a la movilidad social, sino que se trata de un ideal que en sí mismo es problemático por la actitud que crea entre los ganadores que olvidan la suerte que tuvieron en el camino, y que terminan despreciando y humillando a aquellos menos afortunados.

El triunfalismo de la meritocracia actual refleja una especie de providencialismo sin Dios (Sandel, 2020, p. 58). Sus raíces se nutren de debates teológicos en torno al destino del hombre con Dios, como también respecto al carácter meritocrático de la salvación (Sandel, 2020, p. 55). Características como el énfasis en la agencia humana (hiperagencia) y la dureza hacia quienes sufren infortunios, han sido plasmadas en estas discusiones sobre la gracia, la fe, y las buenas obras. Eventualmente estas características formaron parte de una ética protestante de autoayuda y responsabilidad personal cuyo lado oscuro sería la soberbia y la humillación de “pecadores” responsables de su infortunio. Un discurso posteriormente encarnado en un contexto terrenal lacio, tergiversando la gracia y el don a su imagen y semejanza, como si fuera algo que merecemos (Sandel, 2020, p. 291).

La tiranía del mérito nace por el orden meritocrático laico, que moraliza el éxito y el fracaso, mediante rasgos de una fe providencial anterior. Desde la creencia religiosa, aún se evidencia en la teología de prosperidad, en la que Dios premia la fe con riqueza y salud, enfatizando la agencia y la voluntad humana. La meritocracia no solo genera una carga emocional sobre los perdedores que son humillados sino que también crea unos estándares de perfección y éxito para los triunfadores que son difíciles de cumplir.

Las actitudes de la tiranía del mérito no solo se encuentran en una única parte del espectro político, pues tanto la izquierda como la derecha son responsables. La centro-izquierda, acostumbra explicar la prosperidad de los Estados Unidos en términos providenciales con frases como: “Estados Unidos es grande porque es bueno” encontrándose siempre del lado bueno de la historia, pese a la ausencia de evidencias al respecto (Sandel, 2020, p. 67). Prima hoy el triunfalismo de la guerra fría y una ética del merecimiento y el logro que se impone a la ética de la esperanza y gratitud.

A lo largo de su obra, Sandel, cita a múltiples figuras públicas que han hecho énfasis en la meritocracia como sistema deseable para la ciudadanía, como por ejemplo Ronald Reagan, Barack Obama, Bill Clinton, Hillary Clinton y Tony Blair (Sandel, 2020, p. 68). Cada uno de los cuales se ha visto beneficiado por el proyecto meritocrático bajo las dinámicas de la globalización. Independientemente de las ideologías políticas perdura la meritocracia, y las condiciones de esta tiranía han facilitado el ascenso de alguien como Donald Trump que prometió defender a la población en contra de la élite. La tiranía del mérito es tiránica porque destruye el bien común, beneficia a unos pocos privilegiados y promueve conductas morales despóticas.

El autor señala que la meritocracia alcanza sus límites en una sociedad desigual, ya que su mensaje desmoraliza a quienes se quedan atrás. Además, su fijación en los títulos universitarios crea un prejuicio credencialista contra quienes no han pasado por la educación superior. Las elites degradan el trabajo honesto, mediante una obsesión con los títulos como una única fuente de éxito y dignidad, amparados sobre la idea de la igualdad de oportunidades y no sobre sus resultados.

La obsesión por el credencialismo educativo en la meritocracia ha llevado a que los gabinetes de gobierno y la clase política no tengan presentes representantes de la clase obrera, olvidando a los sectores de la población que decía representar y que componen su cuerpo (Sandel, 2020, p.117). Por otro lado, en la educación actual de los Estados Unidos, que prometía deshacerse del privilegio, quienes tienen la posibilidad de ascender en sociedad y ser partícipes de las universidades generalmente ya se encuentra en una buena posición social. Las universidades sirven como máquinas clasificadoras que de antemano determinan quiénes son aptos para jugar acorde a sus normas meritorias.

El llamado de Sandel es que las personas altamente educadas, y que ejercen cargos de administración puedan empatizar con esta clase trabajadora. Pensadores como Hayek y Rawls no priorizan el mérito en sus teorías, pero tanto los liberales de libre mercado y de bienestar han promocionado la meritocracia en años recientes. De la mano de este punto, Sandel señala que la noción de la movilidad social se equipara a una retórica del ascenso plagada por una falsa idea de igualdad de condiciones y oportunidades. Esta no favorece a individuos y familias de clase trabajadora, sino a familias adineradas y que forman parte de la elite meritocratica que por lo general deviene de la clase hereditaria que comenzó a tener preeminencia a mediados del siglo XX en Estados Unidos (Sandel, 2020, p. 201). La movilidad social sólo funciona para quienes están en la cima del sistema meritocrático.

A pesar de no ofrecer unos lineamientos claros para vencer la meritocracia, Sandel considera que un buen punto de inicio para trascenderla puede ser: La admisión educativa mediante el sorteo/lotería, una política económica que beneficie a tanto a los productores como los consumidores, la dignificación de la educación técnica y no solo superior priorizando la formación moral y civil, proveer subsidios para ciudadanos de bajos ingresos, y desplazar la carga fiscal de las nóminas a la riqueza, el consumo y la especulación. Lo que implica revitalizar la importancia de la suerte, las ventajas naturales y realizar cambios en el sistema de impuestos.

Las convicciones meritocráticas respecto a la riqueza y la estima social que se le otorga a cada individuo mediante los mecanismos de mercado que premian su talento dificulta la solidaridad de un proyecto social al concebirnos como altamente autosuficientes. Resulta importante pensar en la posibilidad de un bien común que permita que quienes no alcanzan grandes riquezas o posiciones de prestigio puedan vivir una vida decente y digna. Desarrollando y ejerciendo sus capacidades en un trabajo de apta estima social, compartiendo una cultura de aprendizaje ampliamente difundida, y deliberando con sus conciudadanos en comunidad sobre los asuntos públicos. Guiados por una ética de la humildad que permita robustecer moralmente a la democracia que no puede ser indiferente a la vida común (Sandel, 2020, p. 292).

En conclusión, el texto de Michael Sandel puede ser visto como una herramienta crítica para confrontar las narrativas en torno a lo ideal que suele parecer un sistema meritocrático, pero ante todo para señalar la importancia del bien común que ha perdido relevancia en nuestros contextos democráticos. La tiranía del mérito impide la composición de lazos solidarios entre seres humanos al igual que la dignificación de quienes no han tenido acceso a los privilegios de una élite particular. El bien común requiere de actitudes morales empáticas para fortalecer la vida en sociedad, pues por más que nos acerquemos al ideal meritocrático no tendremos asegurada la extinción de las actitudes relativas al éxito y el fracaso.

Referencias bibliográficas

Ambrosch, G. (2021, 4 de mayo). The merits of meritocracy. Areo. https://areomagazine. com/2021/05/04/the-merits-of-meritocracy/

May, T. (2001, 9 de septiembre). Britain, the great meritocracy: Prime Minister’s speech. Gov. UK.:https://www.gov.uk/government/speeches/britain-the-great-meritocracy-prime-ministers-speech

Sandel, M. (2020). La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? Debate.

Notas de autor

1 Politólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia, y magíster en estudios políticos de la misma institución. Sus líneas de investigación e intereses académicos se centran en la teoría y filosofía política, especialmente en el estudio de ideologías, liberalismo, nueva derecha y conservadurismo. Ha publicado textos sobre liberalismo, la nueva derecha, la cacería como deporte, la justicia y desigualdad en los trabajos de Chomsky y Thomas Sowell, y ha participado en foros académicos sobre ideologías políticas.

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