Ensayo

Entre la idea universal y el profeta inconsciente: las modernidades literarias de Francisco Gavidia y Rubén Darío

Between the Universal Idea and the Unconscious Prophet: The Literary Modernities of Francisco Gavidia and Rubén Darío

Ricardo Roque Baldovinos 1
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador

Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador

ISSN: 1991-3516

ISSN-e: 2520-0526

Periodicidad: Semestral

núm. 164, 2024

realidad.director@uca.edu.sv

Recepción: 05 Enero 2024

Aprobación: 16 Abril 2024



Resumen: El presente artículo revisa el mito fundacional de la literatura de El Salvador que presenta a Francisco Gavidia como fundador del modernismo hispanoamericano, cuando ofrece a su amigo, el nicaragüense Rubén Darío, el secreto para traducir el verso alejandrino al español. De esta manera, el mencionado mito reduce la modernidad literaria al descubrimiento y adopción de un dispositivo métrico, cuya originalidad, según se muestra, es dudosa. El autor del trabajo argumenta que resulta mucho más revelador contraponer la concepción de modernidad literaria de ambos autores. Estas diferencias resultan más visibles al explorar la trayectoria y relación de Gavidia y Darío durante las dos estadías de este último en El Salvador, entre 1882 y 1883 y entre 1889 y 1890.

Palabras clave: El Salvador, Literatura, América Latina, Historia literaria, Siglo XIX, Gavidia, Gavidia, Francisco(1864-1955), Darío Rubén (1867-1916).

Abstract: This article examines the foundational myth of the literature of El Salvador that presents Francisco Gavidia as the founder of Spanish-American modernism, when he offers his friend, the Nicaraguan Rubén Darío, the secret to translate Alexandrine verse into Spanish. In this way, the aforementioned myth reduces literary modernity to the discovery and adoption of a metrical form, whose originality is shown to be doubtful. The author argues that it is much more revealing to contrast the two authors’ conception of literary modernity. These differences become more visible when exploring the trajectory and relationship of Gavidia and Darío during the latter two stays in El Salvador, between 1882 and 1883 and between 1889 and 1890.

Keywords: El Salvador, Literature, Latin America, Literary history, 19th Century, Gavidia, Francisco (1864-1955), Darío Rubén (1867-1916).

Los individuos, cuando al producirse en las obras literarias, no obedecen a la tendencia de encarnar ideas universales y militantes, sinó que antes bien, hacen de esas obras suyas el producto de sus caprichos, de sus gustos, de los detalles personalísimos en el modo suyo de sentir y de ver las cosas, –no deben servir de norma y modelo del pensamiento de los demás.

Francisco Gavidia

El signo incontestable del gran poeta es la ‘inconsciencia’ profética, la turbadora facultad de proferir sobre el hombre palabras inauditas cuyo contenido ignora él mismo.

Ruben Dario

Introducción

En el año de 1965, para conmemorar el centenario del nacimiento de Francisco Gavidia, el Ministerio de Educación realizó el XI Certamen Nacional de Cultura en la rama de letras, especialidad de ensayo, con el propósito de promover el estudio de la obra y figura de dicho autor. Compartieron el primer premio dos estudios: Francisco Gavidia: la odisea de su genio, de Roberto Armijo y Napoleón Rodríguez Ruiz; y Gavidia, el amigo de Darío, de José Salvador Guandique. El segundo premio también fue compartido. Se adjudicó a Magnificencia espiritual de Francisco Gavidia, de José Mata Gavidia, y Gavidia, poesía, literatura y humanismo de Mario Hernández Aguirre. Estos trabajos, eruditos y profusos en elogios, proclamaron unánimemente a Gavidia como el verdadero inventor del modernismo por haber revelado a Rubén Darío, el inventor del modernismo según el canon crítico latinoamericanista, el secreto para la métrica de los nuevos tiempos. José Salvador Guandique se lamentaba de la injusticia de que el poeta nicaragüense se haya llevado el crédito, en detrimento del salvadoreño.2 La leyenda de Gavidia como el auténtico iniciador del modernismo se refrendaba entonces como el mito fundacional de la literatura salvadoreña, con un reclamo de reparación al mancillado orgullo nacional.

Ahora bien, esta leyenda se vindica con mucha más vehemencia de la que se documenta. Al remontar sus posibles fuentes, se arriba siempre al relato que el propio Gavidia se encargó de difundir en varios momentos de su vida.3 En más de una ocasión, Rubén Darío hizo referencia a la amistad y a la afinidad artística que le unieron a Gavidia durante su primera estancia en El Salvador, entre 1882 y 1883, en varios testimonios autobiográficos. Pero como tendremos la ocasión de explicar en detalle más adelante, la relación que se describe es más bien de colaboración –o de complicidad entre iguales– que de maestro y discípulo.4

Más allá de cuestionar la veracidad de la anécdota, hay que repensar la forma de plantear el problema de la modernidad literaria latinoamericana, pues es simplista reducir el asunto a la aplicación de un dispositivo de composición métrica. La modernidad literaria es mucho más que una técnica poética. Octavio Paz resalta en el ensayo que dedica a Rubén Darío que “la reforma de los modernistas hispanoamericanos consiste […] en apropiarse y asimilar la poesía moderna europea.”5 De esta manera, el modernismo de la generación de Darío había significado la verdadera revolución romántica en un continente en que el romanticismo había sido adoptado superficialmente, como mero colorido y ornamentación. La afirmación de Paz podemos ampliarla con el concepto de revolución estética de Jacques Rancière que aporta una nueva concepción de la escritura literaria.6 Esta literatura ya no es la aplicación de una técnica retórica y poética que legitima el poder tutelar sobre el saber de una élite letrada, sino su liberación de esta función, en última instancia utilitaria, para emprender las zonas de experiencia que quedan por fuera de la modernización. Ello es lo que lleva a que la nueva escritura artística deba trascender las preceptivas y embarcarse en un perenne proceso de innovación. Así lo hacía notar José Martí en un artículo que data de 1882, su elogio al “Poema del Niágara” del venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde, publicado en 1880: “No hay obra permanente, porque las obras de los tiempos de reenquiciamiento y remolde son esencias mudables e inquietas.”7 De esta manera, afirmaba que, para una realidad inédita, las fuerzas telúricas del paisaje americano, que apenas se estrena ante el lenguaje, ya no bastan los viejos moldes ni mucho menos los antiguos preceptos de las poéticas tradicionales, aun cuando adquieran un superficial ropaje de romanticismo.

Para efectos del presente estudio, en lugar de dirimir a quién, entre Darío y Gavidia, corresponde la primicia de nuevas formas de versificación, se examinan antes bien sus concepciones de modernidad literaria, es decir del lugar de la literatura en los nuevos tiempos, que, como intentaremos mostrar, no sólo son diferentes sino opuestas. Adicionalmente, es necesario advertir que estas visiones tienen decididas implicaciones políticas, pues asignan un protagonismo a la literatura en la construcción de un mundo futuro que recién se vislumbra y que es resultante de la modernización a escala latinoamericana y mundial.

Para cumplir dicha tarea, el presente trabajo reconstruye el ámbito político-literario de El Salvador de finales del siglo XIX, durante las dos estancias de Rubén Darío en El Salvador, entre los años de 1882 y 1883, la primera; y entre 1889 y 1890, la segunda. Estos tramos de tiempo permiten no sólo descubrir las afinidades y contrastes de las visiones literarias de nuestros autores, sino comprender su alcance político. El mito fundacional al que hemos hecho referencia se enfoca sólo en la primera estancia, cuando ambos autores eran poco más que adolescentes y apenas se estrenaban en la vida pública. En ese momento, fueron aliados en las batallas culturales por abrirse camino en la ciudad letrada salvadoreña. Emplearemos el concepto de ciudad letrada de Ángel Rama para referirnos a la configuración particular del poder simbólico concomitante a la instauración del orden moderno-colonial en América Latina, en la cual los “letrados”, es decir, la serie de profesionales que dominan las técnicas gramáticas y retóricas, hegemonizan el poder simbólico en las sociedades resultantes de un proceso de colonización, en que los esquemas importados de la metrópolis entran en choque con dinámicas socioculturales que los rebasan.8

A comienzos de la década de 1880, la ciudad letrada de San Salvador era muy precaria, pues apenas se sentaban las bases de la infraestructura intelectual del estado nacional.9 En cambio, en los albores de la de 1890, el escenario cultural está más consolidado y, dentro de este, ambos autores pasan a ocupar posiciones sobresalientes. Desde sus distintas ubicaciones, se pueden perfilar mejor sus concepciones divergentes sobre modernidad literaria. Mientras la postura de Darío identifica el modernismo con la revolución estética; la de Gavidia propone, en cambio, una refundación de la ciudad letrada a través de una concepción que su nieto, José Mata Gavidia, designaría como paidéutica, término derivado de paideia, el término que se usaba en la antigua Grecia para la formación de los ciudadanos libres de la polis. Para usar las palabras de Mata Gavidia, la literatura debía ser “una escuela viviente de ideales y enseñanzas, de metas y de valoraciones éticas.”10 Esta visión pretende fundar la literatura como espacio intelectual de armonización entre las facultades racionales y sensibles que ocuparía el centro de la vida espiritual del país en trance de modernizarse, a diferencia de la concepción modernista de Darío, que propone lo literario como espacio excéntrico, de negación y resistencia.

1. La primera estancia de Darío en El Salvador: aliados en las batallas literarias

1.1. Dos advenedizos

Francisco Gavidia y Rubén Darío entablaron amistad durante la primera estancia del segundo en San Salvador entre 1882 y 1883. Ambos eran plenamente conscientes de su talento literario y estaban dispuestos a transformarlo en una vocación, en una forma de vida legítima y relevante. Como adelantamos en la introducción, Gavidia se atribuye un rol de mentor en esta amistad. En cambio, Darío se refiere a ella en términos distintos. En Historia de mis libros da fe de su admiración desde el comienzo de su carrera por la poesía francesa, pero aclara:

Mas mi penetración en el mundo del arte verbal francés no había comenzado en tierra chilena. Años atrás, en Centro América, en la ciudad de San Salvador y compañía del buen poeta Francisco Gavidia, mi espíritu adolescente había explorado la inmensa selva de Víctor Hugo y había contemplado su océano divino en donde todo se contiene.11

Es importante prestar atención a cómo se refiere Darío a su relación con Gavidia. No dice que Gavidia le reveló la poesía de Víctor Hugo, sino que su “espíritu adolescente” había explorado en “compañía del buen poeta Francisco Gavidia”. Se refiere a él como “buen poeta”, no como “gran poeta”, ni “genio”. Resalta la cercanía o el aprecio, pero no reconoce una posición de preeminencia. En su autobiografía, La vida de Rubén Darío escrita por él mismo, relata algo similar:

Fue con Gavidia, la primera vez que estuve en aquella tierra salvadoreña, con quien penetran [sic] en iniciación ferviente, en la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura mutua de los alejandrinos del gran francés, que Gavidia, el primero seguramente, ensayara en castellano a la manera francesa, surgió en mí la idea de renovación métrica, que debía ampliar y realizar más tarde.12

Si bien Darío reconoce que Gavidia fue el primero en experimentar una nueva solución en la traducción de los alejandrinos franceses recalca que ese descubrimiento fue resultado de una “mutua lectura” y que la idea de renovación métrica nació en él, no en Gavidia.

Ahora bien, como ya manifestamos al comienzo, la atribución del inicio del modernismo, es decir de un cambio fundamental en el sentido de la literatura como práctica cultural e institución social, a un dispositivo tan específico está sobredimensionada. La modernidad literaria es un proceso en que interviene la labor de muchos escritores, y no la resultante de un acontecimiento singular. Sin embargo, no carece de interés ahondar en la relación de complicidad entre los dos jóvenes poetas en esta fase de sus vidas para comprender mejor la evolución de sus visiones sobre la literatura.

Francisco Gavidia y Rubén Darío ingresaron en la sociedad literaria La Juventud, el primero en 1882 y el segundo, al año siguiente. Dicha sociedad era muy cercana al régimen de Rafael Zaldívar (1873-1885), el presidente que se distinguió por la aplicación de las llamadas reformas liberales en la tenencia de la tierra. Al extinguir formas de posesión colectiva como los ejidos y las tierras comunales y afirmar la propiedad privada como única forma jurídica válida, estaba aplicando con rigor el ideario liberal. Por otra parte, también se distinguió por su estilo personalista y autoritario de gobierno, al punto de ser considerado por sus adversarios como un tirano. Médico de formación y confeso entusiasta de las letras, a Zaldívar le gustaba aparecer como mecenas.13 Se había adscrito a sociedades literarias, tanto en El Salvador como en Guatemala, y participaba con frecuencia de sus actividades. En La Juventud sobresalía Joaquín Méndez, quien además de poeta, era un cercano colaborador del presidente. Entre otras tareas, apoyaba la promoción de la imagen de gobernante en los círculos letrados, pues aparecer como un hombre culto, aficionado al cultivo de las ciencias y las letras ratificaba su imagen de promotor del progreso. Méndez también dirigía la revista La Juventud que, si bien era independiente de la sociedad del mismo nombre antes mencionada, seguía de cerca su actividad y publicaba a sus escritores más destacados.14

El ingreso a la sociedad literaria La Juventud rubricó la pertenencia de pleno derecho de Gavidia y Darío a la ciudad letrada salvadoreña. A principios de la década de 1880, ambos autores eran en cierta medida advenedizos. Ninguno pertenecía a familias acaudaladas ni cercanas al poder. Rubén Darío era, por añadidura extranjero, si bien es importante aclarar que El Salvador de los liberales, se mostró por lo usual hospitalario hacia los letrados de otras latitudes. Llegaba además bien apadrinado por su compatriota y primo Román Mayorga Rivas, quien gozaba de buena ubicación como poeta y además como pionero en el estudio de la literatura de su país adoptivo. Bajo patrocinio presidencial, Mayorga Rivas publicaría por esos años Guirnalda salvadoreña, una antología en tres tomos, que fue pionera en proponer un canon nacional al reunir una selección de poesías de los escritores más destacados desde los tiempos de la independencia.15 Algunos años después, ya en pleno siglo XX, fundaría El Diario del Salvador, uno de los periódicos de circulación nacional más innovadores e influyentes.16 Precedía, por otra parte, al joven Rubén la fama que había acumulado en su patria de ser una explosiva mezcla de niño prodigio, capaz de improvisar oralmente extensas composiciones en verso, y de enfant terrible. Con apenas quince años era ya célebre por sus enredos amorosos y sus excesos etílicos.17

En el número de agosto de 1881 de La Juventud, viene una breve nota de Mayorga Rivas dedicada a su primo, quien todavía vive en Nicaragua, pero de quien ya se han recogido poemas en números anteriores de dicha revista. Allí, a propósito de una oda que el joven poeta dedica a Víctor Hugo, le augura un espléndido futuro:

A más de un lector parecerá increíble que el autor de esta oda sea un niño que aun no ha cumplido los 15 años. Rubén Darío es la esperanza más risueña del Parnaso nicaragüense, y á su edad, pocos, muy pocos en Centro-América, han alcanzado un éxito tan brillante en su cultivo de la gaya ciencia. Sus ensayos poéticos revelan el númen que le inspira, y reune, á una inteligencia clara, un sentimentalismo delicado. Mucho hemos vacilado al escribir estas líneas, porque al elogiarle hemos temido hacer un mal al tierno poeta; pero nos ha alentado la idea de que no se detendrá en su camino a contemplar envanecido los primeros laureles que le arroja uno de sus compatriotas, y que, por el contrario cobrará nuevo brío para dedicarse al estudio, que es el único medio por el cual podrá en el porvenir hacerse verdaderamente digno de figurar en el catálogo de poetas americanos.18

Ya establecido el joven escritor en El Salvador, números subsiguientes de La Juventud recogen con regularidad sus poemas, con los que se lucía en las veladas lírico-literarias, como el diálogo en verso en que Mayorga asume el papel del poeta cosmopolita y Darío, el de poeta bucólico.19

Francisco Gavidia, en cambio, arribaba a la capital con menos auspicios. Es cierto que se había destacado como estudiante aplicado y talentoso en su natal ciudad de San Miguel. Incluso había publicado algunos artículos en la prensa local, con lo que daba muestras precoces de sus dotes poéticas e intelectuales.20 Sin embargo, este brillo provinciano le protegía apenas del desdén de algunos letrados capitalinos. En el prólogo a La lira joven de Vicente Acosta, menciona que en la votación de su ingreso a La Juventud recibió “dos bolas negras (en contra de mi admisión) que digerí fácilmente.”21 En el plano social, hablan mucho las dificultades que tuvo para ser aceptado por la familia de quien sería su esposa, Isabel, hija del doctor Carlos Bonilla, reconocido médico y hombre de letras. Al parecer, su futura familia política consideraba que su origen social aportaba escaso lustre y, sobre todo, pocas perspectivas de ascenso social, pues había elegido el oficio de escritor sin combinarlo con una profesión liberal, como la abogacía o la medicina, como su futuro suegro y buena parte de sus pares.22

Joaquín Méndez incluye poemas de Gavidia en las páginas de La juventud. Sin embargo, tuvo una acogida más entusiasta en otra revista literaria, La palabra, cuyo director, Belisario Calderón, se muestra impresionado por sus dotes intelectuales y califica sus poemas de “filosóficos.”23 Asimismo, publica este medio impreso algunos artículos de reflexión de una ambición teórica inusual entre sus contemporáneos, como las dos entregas del ensayo “El poema de nuestro siglo.”24 Allí ejercita sus primeras tentativas de comprender la literatura contemporánea en el desarrollo de la literatura universal. Pone en juego así sus exploraciones de la filosofía de la historia de Hegel, que le llegan por el conducto de uno de sus difusores, el por entonces célebre impulsor del eclecticismo filosófico, el francés Victor Cousin.25

1.2. Las disputas en la ciudad letrada salvadoreña

En la edición del 15 de abril de 1882 de La palabra, se publicó un poema de Gavidia bajo el simple título de “Versos”. Lo había recitado unos días antes, el 9 de ese mes, ante el féretro de Antonio Guevara Valdés, en el homenaje fúnebre que le dedicó la sociedad literaria La Juventud.

Guevara Valdés es hoy un autor totalmente olvidado. Incluso tendríamos, desde nuestra óptica presente, problemas para identificarlo como literato. Su perfil se asemeja más el de un polemista o publicista, su currículo de partícipe activo de las lides políticas de la época era seguramente más abultado que su obra escrita. Teniendo en cuenta esto último, los versos que le dedica Gavidia no dejan de sembrar dudas de si se trata de una elegía. No muy en el fondo contienen un velado reproche a las vocaciones derrochadas de la generación anterior:

Lloramos a Valdés porque impaciente La muerte arrebatóle, cuando apenas El vuelo alzó su genio prepotente …26

Valdés no había muerto joven. Tenía 37 años. Decir que su numen poético apenas alzaba el vuelo suena casi a sarcasmo. Este peculiar incidente nos puede ayudar a trazar un campo de fuerzas al interior de la ciudad letrada salvadoreña. Este fue el terreno en el que se inauguraron Darío y Gavidia, en una contienda por su inclusión en la que se vieron situados en el mismo bando. Gavidia traza, en un trabajo posterior, un rápido esbozo del campo literario en que nombra “a don Juan José Cañas, Bernal, Bonilla, Herrera” entre los mayores; y a “Joaquín Méndez, Enrique Martí, Plácido Peña”, entre los “jóvenes.”27 En este terreno generacionalmente demarcado, toma distancia de los “mayores”, de su visión estrecha e instrumental de la vocación literaria.

¿Cuál era entonces la visión literaria de los mayores a que se enfrentaban? Gavidia manifiesta reiteradamente su rechazo a lo que llaman escuela velardista.28 Fernando Velarde era un escritor español que había recorrido Centroamérica y había sido un referente para los “mayores”. Sin embargo, para los “jóvenes”, representaba una visión obsoleta, propia de un romanticismo español limitado y provinciano. Por ello afirma Gavidia que en “la atmósfera literaria” de la capital salvadoreña “se respiraba mucho de Núñez de Arce: Espronceda y Zorrilla desalojaban sus últimas trincheras.”29 Y haciendo referencia en concreto a los émulos de esta poética, manifiesta lo siguiente:

La imitación de la poesía zorrillezca [sic] era un empeño baladí, pues una poesía cuyos mayores prestigios estriban en la idiosincrasia de su creador; en el dón musical de un poeta; en la prodigiosa facultad de decir cosas sencillas y personales con un ritmo fascinador, no es una poesía que puede fecundar muchas inteligencias y no tiene más cultivador apropiado que su propio dueño.30

No le interesaba pues suscribirse a una adaptación debilitada del espíritu rebelde romántico, que devaluaba el potencial de la literatura al concentrarse en el ejercicio virtuoso de artificios exteriores a la creación. Era una visión ornamental de lo poético que ya no convencía, ni mucho menos servía para la escritura literaria que aspiraba a asumir los nuevos tiempos.

Es importante aclarar que, en el último cuarto del siglo XIX, se vivía en América Latina lo que Julio Ramos denomina la fragmentación de la República de las Letras.31 Con el ascenso del pensamiento científico positivo y de su visión de saberes independientes que se justifican por sí mismos, lo que se entendía por entonces por actividad literaria estaba perdiendo su razón de ser. La literatura o –para ser más precisos desde un punto de vista histórico– “las bellas letras” habían sido una tecnología civilizatoria para habilitar a los dirigentes frente a sus gobernados. Los validaba como los poseedores de la palabra de razón que era condición para forjar las nuevas naciones, asegurando su dominio sobre mayorías incultas atrapadas en el oscurantismo de la barbarie. En el caso de países centroamericanos, esta crisis provocaba problemas aún mayores. Apenas cuando se implantaba una ciudad letrada, su efectividad estaba siendo puesta en duda.

Algunos intelectuales de la generación anterior a Gavidia y Darío habían tratado de remozar el viejo paradigma de las bellas letras, insistiendo en que las técnicas poéticas y retóricas eran el complemento necesario para los hombres de ciencias. Para ellos, el arte tendría una función compensatoria fundamental para no perder el rumbo en la implantación de una civilización moderna. Una propuesta de esta índole es la que esboza Valero Pujol, un escritor español radicado en Guatemala, para quien la formación poética y retórica reviste importancia en la consolidación de una cultura secular y científica.32 Ello lo expone en “Poesía y progreso”, artículo publicado en La Juventud.33 Allí intenta reconciliar poesía y positivismo. La imaginación que estimula el arte se propone como una facultad auxiliar del pensamiento científico en su impulso por hacer disponible el mundo para el emergente sistema capitalista. Declara pues con entusiasmo la preeminencia de la ciencia positiva y atribuye al arte con su capacidad de mover pasiones en la dirección del progreso:

“Nuestro siglo es más científico que literario, pero es el siglo más literario de cuantos le han precedido, porque está más universalizada la idea de lo bello, de lo bueno y de lo justo; es el siglo más entusiasta, el que más espera, el que realiza más prodigios, el que cumple mejor las órdenes de los poetas.”34

El poeta se presenta entonces como el visionario que anticipa:

Los poetas han taladrado los continentes y roto las montañas antes que la ciencia inventase aparatos poderosos […] los poetas han profetizado la libertad hasta delante de los reyes más déspotas y de las costumbres más abyectas y degradadas anticipándose largos siglos a la revolución.35

Propone, en suma, que la poesía es un catalizador de libertad y progreso: “Y mientras se obedece la inspiración de la poesía, nos arguyen que la poesía ha muerto, no con más razón que si se hablara de la muerte cuando la libertad se practica.”36

Desde la mirada optimista de Pujol, la poesía se realizaría en el progreso:

La poesía es el profeta de redención, es la espuma de la literatura: habrá poesía mientras haya inteligencia […] El progreso ha sido artífice-reflejo de la poesía; de este mundo científico que se levanta según los modelos de la inspiración y de los ideales de lo grande, saldrá una poesía más vigorosa, más lozana; el poeta, colocado en el alto pedestal, vislumbrará más dilatados horizontes y señalándonos al porvenir citará a las generaciones para ofrecerles en la comunión de la vida lo que sólo aún alimenta el espíritu inspirado.37

Bajo este horizonte aparentemente triunfalista, la literatura quedaba relegada a un papel subsidiario, al servicio del progreso de la técnica y como mero complemento o, peor aún, como ornamento. Antes los ojos de algunos escritores de la nueva generación, como Gavidia y Darío, esta propuesta era inaceptable pues la literatura estaba llamada a cumplir una misión más fundamental.

1.3. La polémica de la literatura

Ante los ojos de la nueva generación a la que pertenecían Gavidia y Darío, la camada que les precedía sería culpable de un doble pecado: en primer lugar, la producción de obras insustanciales, intrascendentes, de exaltación voluntarista del yo, principalmente a través de la temática amorosa; en segundo lugar, la incapacidad de reclamar para la literatura el carácter de ser una vocación legítima con impacto social relevante. La literatura quedaba condenada a un permanente amateurismo, pues era vista por sus cultivadores como un peldaño en el escalamiento social oportunista. Este último reproche está implícito en el elogio reticente que Gavidia había dedicado a Guevara Valdés.

Esta demarcación polémica del territorio letrado se visualiza más nítidamente en una polémica sobre el estado de la literatura salvadoreña que se mantuvo en las páginas de La palabra a lo largo del año de 1881. Sus protagonistas fueron Esteban Castro y Juan José Cañas, quienes se enfrentaron como representantes de dos generaciones con dos visiones opuestas sobre la literatura. Cañas pertenecía a la promoción de escritores de mayor edad, tenía una larga trayectoria de servidor público y era un poeta aclamado. Su obra más célebre es la letra del himno nacional, que sería musicalizada después por el expatriado italiano Giovanni Aberle pero, para la época que nos ocupa, su poema más conocido era “A la salida del vapor Gold-Hunter”, que da expresión al amor patriótico desde la nostalgia de la amada de un yo poético que se sitúa como expatriado en un puerto de California, durante la fiebre del oro.38 Por su parte, Esteban Castro, hermano del ministro de Instrucción Pública de Rafael Zaldívar, era un joven abogado con aficiones literarias que se abría terreno en la escena política. Entre los partícipes del debate, habría que agregar a Román Mayorga Rivas, quien desde la revista La Juventud, intervino puntualmente. Mayorga Rivas pertenecía a la misma generación de Castro, pero en sus contribuciones tomó distancia frente a los planteamientos de este último.

La polémica dio inicio con el discurso que pronunció Esteban Castro al asumir la presidencia de la sociedad literaria La Juventud, el 28 de mayo de 1881.39 Allí admite que, si bien no es un creador de literatura, se siente autorizado a discurrir sobre el tema desde su condición de aficionado ferviente: “aunque no tengo disposiciones para cultivar con buen éxito la literatura, soy tan entusiasta por ella como el que más…”40 Teniendo en cuenta que Castro pertenecía a la carrera jurídica –ese mismo año defiende su tesis como doctor en Derecho41– era, en sentido estricto, un letrado. Sin embargo, define su ubicación por fuera de la profesión literaria. Ser letrado y ser literato habrían dejado así de ser sinónimos. Y el gesto de Esteban Castro es una forma indirecta de ratificar la literatura como vocación, de no confundir a los diletantes –como él mismo– con las que la practican como profesión de vida. Paradójicamente entonces, es su fervor de aficionado el que lo autoriza a proponer ante su audiencia la necesidad de una creación literaria seria y profesional, sólo así se puede dar “un nuevo giro a nuestra literatura e imprimirle un carácter nacional.”42 ¿En qué consiste entonces esa nueva misión que habrá de asumir la literatura salvadoreña? Castro lo aclara en seguida, al insistir en la urgencia de:

… que nuestros literatos, en vez de ocuparse de lances amorosos, de insomnios, suspiros y lágrimas de amor, se ocupen de nuestra historia y de nuestros héroes, de nuestras virtudes y nuestros vicios, exhibiéndolos en el teatro, escuela de costumbres y activo disolvente de todos los vicios sociales: que se ocupen de nuestra naturaleza, tan variada en sus múltiples manifestaciones como pródiga en encantos.43

En otras palabras, al proponer dejar de lado los temas amorosos, se aleja de la provincia del yo sentimental en que se había refugiado la concepción más decorativa de lo literario y se pronuncia por abrir el paso a una actividad que rinda frutos más tangibles a la construcción del futuro del país. En esta nueva misión, le reconoce un protagonismo especial al teatro, pues le atribuye el poder de traducir las ideas en realidades políticas. Sostiene, pues, una visión muy cercana a la catarsis de la poética aristotélica; pero también, espera otros resultados más inmediatos como la exploración y celebración de la naturaleza exuberante del país habrá de rendir un valor monetario: “Cantad poetas, con entonación y estilo propios, nuestra fauna y nuestra flora: cantad nuestra agricultura y nuestra industria en sus abundantes y valiosos frutos…”44

Esta exigencia por una misión más concreta de lo literario en la configuración de la nación deriva de la revolución romántica que, en el ámbito hispánico, nunca alcanzó a consolidarse. Era así una exigencia de ponerse al día a literaturas que se habían quedado a la zaga. Ahora bien, El Salvador enfrentaba dificultades especiales a la hora de asumir esa tarea. Y al reconocerlo, Castro enuncia la afirmación más provocadora del discurso:

… no tenemos literatura propia como la tienen otras Repúblicas Hispanoamericanas, ni verdaderos literatos. ¿Dónde están nuestros monumentos literarios, nuestras obras clásicas? […]

¿Tenemos un [Andrés] Bello que haya cantado con lujos de corrección y ciencia los frutos de nuestra ‘fecunda zona que ya el sol enamorado circunscribe’? […] Guatemala ha cultivado la literatura con mayor éxito que nosotros.45

Sostener que no se cuenta con una verdadera literatura y reconocer la delantera que en ese respecto llevaba el país vecino, viejo rival en los conflictos del istmo, constituía una afrenta al amor propio de los letrados de la generación anterior. Como si ello no fuera poco, traza Castro un largo recorrido que ensalza a escritores guatemaltecos como Matías de Gálvez, García Goyena, José Batres Montúfar, Juan Diéguez o José Milla; a la vez que los compara a continuación con un recuento de figuras nacionales que son no sólo más escasas, sino de una talla menor, como es el caso de Miguel Álvarez Castro o Francisco Díaz, para sentenciar: “¡Qué triste es el estado de nuestra literatura!”46

El diagnóstico de este mal apunta, como es de esperar, a la escasez de recursos para una actividad literaria sostenida, pues en El Salvador no existía una verdadera industria de la imprenta. A esto se suma la indiferencia de los gobiernos, que no han sabido compensar esta carencia con una eficiente política de mecenazgo: “‘Haya Mecenas y no faltarán Virgilios’ dice Marcial.”47 A estas dificultades agrega un vicio arraigado en el carácter de los letrados salvadoreños. Cuando se queja de la ausencia de un periodismo serio, que sería el espacio idóneo para albergar la escritura literaria, señala una conducta oportunista y no profesional ampliamente difundida:

Del periodismo tampoco se ocupan. De él solamente se encarga la juventud sedienta de gloria como para ensayar y desarrollar sus fuerzas literarias; y los jóvenes cuando llegan a una edad más seria (de positivismo) cuando ya han pasado el período de ensayos, cuando pueden ya ser útiles a las letras, se retiran para dar lugar a la generación que viene.48

Las carreras literarias se extinguen en el paso de la edad del entusiasmo poético a la edad del “positivismo”. Este diagnóstico del establecimiento letrado es severo e interpela a los escritores más jóvenes como Gavidia y Darío. Se padece de una literatura de escasa profundidad y de escritores que se sienten cómodos en su condición de aficionados. Por esta razón, reta Castro a sus contemporáneos: “…dedicaos a la literatura seria y provechosa y confiad en que cosecharéis muy pingües frutos para vosotros y vuestra patria.”49 En resumen, Castro propone no sólo renovar la creación literaria, sino un ethos nuevo, de mayor disciplina y profesionalismo.

La respuesta de Juan José Cañas no se hizo esperar. Llegó cargada de sorna hacia su joven rival y, lejos de responder de frente a sus argumentos, lo satirizó de manera inmisericorde. Le llama “Castrito” y no lo reconoce como a un igual: “… no le expongo mi opinión sobre lo que generalmente se entiende por la ‘literatura propia’ de un país; llamando así a los asuntos locales, lo cual está muy lejos de constituir la literatura dicha.”50 De forma artera, Cañas desliza elogios al gobierno de Zaldívar, con la aviesa intención de poner en apuros a su adversario, en una grotesca competencia de adulaciones:

Dice U. que no sabe por qué fuerza oculta se opera hoy un gran movimiento literario; y yo extraño su extrañeza; extraño mi querido Castrito, que escape a su clara inteligencia la causa de este benéfico fenómeno: la causa de él es sencillamente el Gobierno, la administración que actualmente rige los destinos del país.51

Castro expone su respuesta en dos cartas. En la primera de ellas, se dedica a enmendar las fallas de información sobre la literatura salvadoreña que su rival le ha señalado.52 En la segunda, sin embargo, aclara su concepción de lo nacional y lo distingue de un supuesto énfasis en el color local que es la visión reducida de la generación de Cañas:

Yo distingo entre literatura propia de un país y nacionalismo en la literatura. La primera, como he dicho, es el conjunto de las obras de una nación y el otro es el carácter peculiar, el sello que las caracteriza, que las distingue de la literatura de otros países: es la originalidad. Es el yo de la identidad literaria que ha escrito, ya sea colectiva, ya individual […] En el Salvador no hay nacionalismo en nuestra literatura ni por el estilo ni por el asunto […] Nuestros poetas, en su mayor parte han perdido su tiempo en un idealismo sin fondo de verdad y cantando en el estilo de Espronceda y otros ingenios españoles y sur-americano […] Notable es la tendencia de nuestros poetas a la imitación servil de la manera peculiar con que otros cantan […] no quiero decir que no se imiten los buenos modelos. Yo quiero que la imitación no sea tan servil que haga desaparecer la propia personalidad…53

Le recrimina a la literatura producida en el país limitarse a una función ornamental que la condena a un diálogo superficial con la tradición literaria universal. Concluye su aclaración con un punto importante, que tendrá gran resonancia en la obra que producirá Gavidia en los años subsiguientes:

No solo el estilo da a un escrito un carácter nacional. También se lo da el asunto. Este, a mi juicio, debe ser local, principalmente en la poesía; y, si es de carácter universal, debe reunir los rasgos propios de la nacionalidad.54

Lo nacional no es color local, sino que implica una inmersión en las realidades propias del país, en asumirlo en ser capaz de extraer de allí, la materia prima de la creación. Para sustentar su posición, Castro cita un artículo del chileno Raimundo Salas. Este se titula “Reflexiones sobre, fechado el 16 de agosto de 1881. Para este autor: “[l]a patria son los sentimientos nacionales, las tradiciones transmitidas de padres a hijos y que nosotros transmitiremos a las generaciones que nazcan en nuestro suelo […] Cada país tiene su carácter diferente, distinta naturaleza inanimada, distinta manera de ser de sus habitantes, rasgos propios que constituyen su fisonomía de nación.”55

En resumidas cuentas, en la postura de Castro, la literatura adquiere un nuevo mandato: el llamado a fundar una literatura nacional, lo que implica, entre otras tareas, la forja de una narrativa histórica propia. Esto no es en sí mismo nada nuevo como lo muestra el artículo de Salas. Había sido la política de la literatura romántica más convencional que, desde Europa, se había ido irradiando a lo largo y ancho del globo desde comienzos del siglo XIX. Sin embargo, por las limitaciones de la apropiación hispánica del romanticismo y las condiciones propias de la ciudad letrada salvadoreña que hemos señalado, adquieren novedad y relevancia.

Dicho mandato de una literatura de carácter nacional interpela más a Gavidia que a Darío. La carrera y la visión de lo literario de este último no quedan circunscritas a un espacio nacional, pues se proyectan hacia el ámbito hispanoamericano.56 Para Gavidia, en cambio, la construcción de la nación será el escenario por excelencia de su actividad de los próximos años. El repertorio de asuntos para la literatura nacional lo dará la historia y lo retomará en su trabajo dramático y en una reconceptualización épica de la poesía.

A esto habría que agregar un aporte adicional de Gavidia que resulta más bien singular entre los modernistas, no sólo en Centroamérica, sino en el conjunto de la hispanidad. Me refiero a la fundamentación filosófica de esta nueva literatura. Estos esfuerzos que sostendrá, a lo largo de su vida, se manifiestan ya tempranamente en algunos artículos de crítica erudita. Como veremos en el primer teatro de Gavidia, más que difundir el catecismo liberal, explora el despliegue y realización de la idea de la libertad en la historia en el sentido de la filosofía de Hegel diseminada por Victor Cousin.

2. Dos visiones encontradas de modernidad literaria (1889-1890)

2.1. Los desvelados

Cuando Darío y Gavidia valoran el impacto del modernismo, lo hacen en términos sutilmente distintos. Hemos visto que para Darío es básicamente una revolución poética. Gavidia, en cambio, se refiere a algo más:

¡Quién hubiera creído que la música de unos versos franceses, leídos en un cuarto de estudiante, de una casa de la entonces llamada calle de San José, ahora 8ª. calle Poniente, iba a tener tan poderosas alas, como para influir, cual si fuese una luna o un cometa, en el ritmo que preside el flujo y el reflujo del mar del habla castellana, por lo menos en el hemisferio hispanoamericano; y no solo en el ritmo, en el estilo, en la formas de la prosa, y en algunas ideas!57

Habla así de un ritmo que afecta no solo los ritmos de la poesía, sino también “algunas ideas”. Gavidia suma a la revolución poética una revolución del pensamiento y del devenir histórico. Veremos en esta sección que estas dos caracterizaciones apuntan hacia dos compresiones muy distintas de la renovación literaria que ambos desean encabezar. Estas dos caras de la modernidad literaria se aprecian mejor si seguimos de cerca la segunda coincidencia de destinos en San Salvador de nuestros dos escritores.

La primera estancia de Darío en el país concluye en 1883, cuando abandona el país. Los años que siguen son importantes en la consolidación de las carreras literarias de ambos. Pero antes de entrar en detalles, habría que insistir en sus diferencias no sólo de visión sino de temperamento. Hay dos anécdotas que refiere Darío en su autobiografía que dan una medida de sus contrastantes personalidades literarias. Cuenta que, al desembarcar en el puerto de La Libertad, recibe noticia de una cita a la que le convoca nadie más que el presidente Zaldívar. En su despacho, este le entrega quinientos pesos de plata que, para entonces, era una pequeña fortuna. Gracias a esa dádiva, se aloja en el mejor hotel de la capital y en los siguientes días se dedica a derrochar el dinero en celebraciones con “improbables poetas adolescentes, escritores en ciernes y aficionados a las musas.”58 En otras palabras, con la bohemia local. Pero además de este comportamiento escandaloso, relata un incidente con una cantante de ópera:

¿Qué pícaro Belcebú hizo en las altas horas, que me levantase y fuese a tocar la puerta de la bella diva que recibía altos favores y que habitaba en el mismo hotel que yo? Nocturno efecto sensacional, desvarío y locura. Al día siguiente estaba yo todo mohíno y lleno de remordimientos. La cara del hostelero me indicaba cosas graves, y aunque yo hablara de mi amistad presidencial, es el caso que mis méritos estaban en baja.59

Sugiere así que la mencionada diva también recibía las atenciones del primer mandatario, quien, al enterarse del incidente, no duda en hacerlo inscribir como interno en el colegio que dirigía Rafael Reyes, notable hombre de letras, autor de estudios históricos sobre Francisco Morazán.

En contraste, la anécdota que narra sobre su amigo salvadoreño nos pinta un personaje muy distinto:

A Gavidia aconteciole un caso singularísimo, que me narrara alguna vez, y que dice cómo vibra en su cerebro la facultad del ensueño, de tal manera que llegó a exteriorizarse con tanta fuerza. Sucedió que siendo muy joven, recién llegado a París, iba leyendo un diario por un puente del Sena, en el cual diario encontró la noticia de la ejecución de un inocente. Entonces se impresionó de tal manera que sufrió la más singular de las alucinaciones. Oyó que las aguas del río, los árboles de la orilla, las piedras de los puentes, toda la naturaleza circundante gritaban: –“¡Es necesario que alguien se sacrifique para lavar esa injusticia!” E incontinenti se arrojó al río. Felizmente alguien le vio y pudo ser salvado inmediatamente. Le prodigaron los auxilios y fue conducido al consulado de El Salvador, cuyas señas llevaba en el bolsillo.60

Gavidia había hecho este viaje a París gracias al mecenazgo de Zaldívar, en atención a sus servicios y para convalecer el agotamiento mental que le habían provocado sus intensas jornadas de trabajo y estudio. A la causa de esta fatiga emocional, sus continuos desvelos, se refieren los primeros versos del poema “Ambición”, que se publica el 18 de enero de 1883, en La Palabra:

Están cantando los gallos…

Son las tres de la mañana;

Y está mi candela ardiendo,

Y aún está hecha mi cama… 61

Estamos ante dos poetas “desvelados” uno por la bohemia y el otro por el intenso estudio; ante el eterno viajero y el sedentario. Darío flirtea con el poder, mientras Gavidia se toma en serio sus compromisos políticos. El nicaragüense se concibe como el moderno por antonomasia, mientras que el salvadoreño insinúa un nuevo clasicismo.

Estos atributos pueden parecer clichés, pero tienen una base real que hay que explorar, pues resaltan distintas maneras de entender lo literario que derivan de sus diferentes ubicaciones en el medio cultural. Gavidia opera en el centro de la ciudad letrada, inserto en la institucionalidad oficial de la cultura en proceso de formación; Darío se mueve en los nuevos espacios que permite la naciente industria cultural del periodismo.

2.2. El reencuentro

El segundo encuentro entre nuestros autores ocurrió en 1889. Ocupa por entonces la silla presidencial el general Francisco Menéndez, quien encarna promesas de mayor apertura política y de respeto a la formalidad institucional que su despótico antecesor. Por añadidura, se registra en la gestión de Menéndez una apuesta más seria por crear el primer entramado de la cultura que va más allá del estilo de mecenazgo personal de Rafael Zaldívar.62 Ello permite el reencuentro entre los dos amigos, que a pesar de su juventud –aún no han cumplido la treintena– ya han acumulado un considerable prestigio.

Gavidia es una figura ascendente en la ciudad letrada y en la vida política. Tiene un papel protagónico de la Academia de Artes y Bellas Letras, en la que funge de secretario, y forma parte del equipo de redacción de Repertorio Salvadoreño, revista de dicha corporación.63 Ya había publicado, para entonces, dos títulos en formato de libro: Versos, un poemario, y Ursino, su primera incursión en el teatro.64 Las páginas de Repertorio Salvadoreño recogerán además la primera versión de su segunda obra dramática, Júpiter, y las primeras entregas de una novela epistolar, Cartas amorosas, que dejará inconclusa.65

El primer teatro de Gavidia responde al reto que lanzó Esteban Castro en la polémica sobre la literatura, de hacer de esta una tarea socialmente relevante. El teatro como espectáculo público recibe una atención especial, pues este espacio de entretenimiento tiene un enorme potencial como herramienta didáctica, pues le permite revivir el pasado histórico del país para explorar el movimiento de la idea de libertad. Si bien se puede discutir hoy su interpretación de los conflictos sociales del país, está claro que estos primeros experimentos dramáticos son una intervención en la política del momento. Ursino examina la herencia colonial; Júpiter, las limitaciones del movimiento independentista para decantar la libertad.

Por su lado, Darío regresa investido de reconocimientos internacionales, con dos libros publicados en Chile, Abrojos y Azul. Ambos habían sido elogiados por autores de distintos lugares del mundo hispanoamericano, el segundo de ellos, publicado en 1888, ostenta un prólogo extenso de Eduardo de la Barra, una personalidad destacada de la constelación poética chilena.66

Darío continuaba su vida errante que inició en la adolescencia, pero sobrevivía ese peregrinar gracias a su trabajo como periodista, el resultado literario más visible de ello son sus crónicas. La crónica, que la crítica tradicional consideró como una veta menor del modernismo, fue en realidad un laboratorio de escritura y un espacio estratégico para el surgimiento de un nuevo lugar de enunciación en la cambiante lógica de la comunicación social.67 Permite tomar el pulso a la modernización y ensayar las formas de escritura que demandan los nuevos tiempos.

Abrojos, el primer poemario publicado en Chile, ha sido pasado por alto por la caudalosa crítica dariana, pero reviste especial interés porque se convierte en un experimento de literatura que escoge como escena de su escritura el incierto espacio del periodismo. Los versos que sirven de prólogo y que dedica a Manuel Rodríguez Mendoza, colega de la redacción de La Época, lo manifiestan así:

Y haciendo versos, Manuel, Descocado, antimetódico,

En el margen de un periódico O en un trozo de papel...68

Darío presenta su obra lírica bajo una luz poco solemne. Es una poesía que se escribe entre los descansos que permite el trabajo de la sala de redacción, robados a la palabra mercantilizada del periódico. Su amigo Pedro Balmaceda Toro, del que hablaremos más adelante, da un perfil al heterogéneo material de esta extraña y novedosa composición: “Los Abrojos son un nido de palabras encantadoras, una serie de cuentos, bosquejos de novelas, de dramas, sintetizado en bellísimas estrofas que caracteriza el perfume cálido de una nueva poesía, que llega siempre en invierno.”69 El poemario contiene cortos poemas de verso menor, en que se hilvanan en el sentimiento de despecho amoroso. Con frecuencia parodian la poesía popular: bombas y refranes. Son poemas de tono cínico con un dejo de misoginia, pero que desacralizan los tópicos del amor romántico, desde la vivencia del poeta desencantado, pero también desde cierta sabiduría popular que advierte contra las ilusiones amorosas. Darío da los primeros pasos en una literatura que combina lo clásico, lo popular y lo moderno para desentrañar el lenguaje de los nuevos tiempos, en un espacio que ya no es el letrado.

En su segunda estancia en San Salvador, el favor del presidente Francisco Menéndez sitúa a Darío de lleno en el periodismo. Así lo refiere en su autobiografía:

Una vez llegado a la capital salvadoreña busqué algunas de mis antiguas amistades y una de ellas me presentó al general Francisco Menéndez, entonces presidente de la República. Era éste, al par de militar de mérito, conocido agricultor y hombre probo. Era uno de los fervientes partidarios de la Unión centroamericana, y hubiera hecho seguramente el sacrificio de su alto puesto por ver realizado el ideal unionista […] A los pocos días me mandó a llamar y me dijo: “–¿Quiere usted hacerse cargo de la dirección de un diario que sostenga los principios de la Unión?” […] Estaba remunerado con liberalidad. Se me pagaba aparte los sueldos de los redactores. Se imprimía el periódico en la imprenta nacional y se me dejaba todo el producto administrativo de la empresa.70

La Unión era una publicación de carácter semioficial y de frecuencia diaria que se presentaba como vocero del Partido Unionista, que aboga por la reunificación de las repúblicas centroamericanas. Gracias a estas ventajas, logra que la Imprenta Nacional saque de sus prensas una nueva obra A. de Gilbert, ensayo biográfico y elogio del antes mencionado Pedro Balmaceda Toro, hijo recién fallecido del presidente de Chile y amigo cercano de nuestro poeta.71

Es importante notar además que La Unión constituye el primer ejemplo del nuevo periodismo en El Salvador. Este era un modelo desarrollado en los Estados Unidos que vino a reemplazar al periodismo tradicional, en que cada publicación era el órgano de difusión de alguna de las facciones políticas y dedicaba un gran espacio a la disputa ideológica.72 El nuevo modelo, que venía de los Estados Unidos, tenía como contenido principal noticias redactadas desde una perspectiva pretendidamente objetiva y obtenía los ingresos de la venta de espacio para la publicidad. Aparte de las noticias, este nuevo formato incluía contenidos diversos para atraer a una clientela de lectores más amplia y heterogénea. A los tradicionales artículos de opinión política, se añaden nuevos géneros como las noticias judiciales, que convierten los delitos en temas de interés público, bajo la excusa de una preocupación creciente por la “cuestión social”, es decir los conflictos y contradicciones que surgen de la modernización. Otro género periodístico es la crónica en que una pluma literaria presenta al lector de forma amena una serie de temas, como las novedades que ocurren en países que se tienen como más avanzados o la cotidianidad local espectacularizada. Crucial en aplicar estas nuevas concepciones fue la participación del costarricense Tranquilino Chacón que asume el puesto de subdirector y es quien mejor entiende el nuevo quehacer periodístico.73

Mientras tanto, la relación entre los dos poetas amigos sigue siendo cordial. Si bien pueden rastrearse alusiones mutuas en las publicaciones impresas del momento, no hay evidencia de que existiera entre ambos una colaboración intelectual efectiva. Esto no es de extrañar pues, como vimos anteriormente, ambos operan desde espacios muy distintos. Gavidia se ubica en el centro de la ciudad letrada y colabora en poner los cimientos del incipiente aparato cultural oficial. Tiene, por lo tanto, una vida política más activa. Suscribe con entusiasmo la gestión del presidente Menéndez. José Mata Gavidia lo define como un pensador liberal democrático que desea romper con la tradición de autoritarismo que predomina en la historia del país, aun entre los líderes que se han presentado bajo la bandera del liberalismo. Afirma incluso que llega a encabezar una tendencia que se define como parlamentarista al interior del liberalismo salvadoreño.74 Darío se instala cómodamente en la labor periodística y participa de forma esporádica y oportunista de la política local, a la vez que lleva una vida bohemia intensa.

2.3. La polémica del naturalismo

La postura de nuestros autores en la recepción de la escuela naturalista francesa en el medio intelectual salvadoreño puede darnos una medida de sus concepciones literarias opuestas. Esta corriente de finales del siglo XIX estaba dando qué hablar, incluso en un lugar remoto de los centros literarios metropolitanos como El Salvador. Su autor más célebre era Émile Zola. En las páginas de La Unión se incluye una breve reseña dedicada a la novela La bestia humana, que había causado escándalo por su crudeza de su retrato de los bajos fondos de la sociedad. Se menciona su éxito, pues ha logrado vender más de 250,000 ejemplares, y se pinta un cuadro sensacionalista de su impacto en el escenario cultural metropolitano:

Al principio de la semana todo París estaba horrorizado al ver en las paredes, en donde se permite poner avisos, carteles con figuras horrorosas y repulsivas, ilustrando las escenas de la novela.

Estos carteles llegaban a muchos millares y la indignación de la mayor parte de los parisienses no conoció límites cuando vio que el atrevido libertinaje de Zola hería tan vivamente el pundonor de sus esposas e hijas […] Se cree con razón que la licencia llevada hasta el extremo en la novela, según lo indican las junturas de los carteles, enajenará a Zola las simpatías de la clase estrictamente literaria y que perjudicará en alto grado a su candidatura a la Academia [Francesa].75

Repertorio Salvadoreño retoma la discusión sobre el sentido de esta nueva corriente literaria. De ello se encargan, en un primer momento, Francisco Castañeda y Manuel Delgado, miembros distinguidos de la Academia de Ciencias y Bellas Letras.76 Ambos autores condenan el naturalismo en términos morales. Les parece que su regodeo en retratar las bajas pasiones le resta valor estético, pues no permite que el alma se eleve de los lastres materiales de la necesidad, que, desde su concepción, debe ser la meta del verdadero arte.

Darío no interviene directamente en esta discusión. Seguramente no le interesa moverse en los altos vuelos propios de la Academia. Pero su interés y hasta simpatía por el naturalismo se puede constatar en varios pasajes de A. de Gilbert, el esbozo biográfico sobre su malogrado amigo chileno que logra publicar recién llegado a El Salvador. Darío evidencia su entusiasmo por el naturalismo, así como de toda la nueva literatura francesa. Es un entusiasmo que comparte con su amigo Pedro Balmaceda Toro. Darío elogia sus experimentos naturalistas y, de hecho, los retoma en algunas piezas de Azul, como el cuento “El fardo” o sus impresiones sobre las ciudades chilenas de Santiago y Valparaíso.

En A. de Gilbert se reproduce además en su integridad el ensayo de Balmaceda Toro sobre el tema de la novela social, que se sometió a un concurso en Chile. Allí celebra los métodos de la escuela de Zola para estudiar la sociedad. Sin embargo, a su entender, el naturalismo se limita al acontecer histórico, al plano temporal. De allí la necesidad de complementarlo con lo que él llama una teoría del medio –del medio social, se entiende– que toma prestada de la filosofía del arte positivista de Hyppolite Taine. Este último hace un recuento de todos los factores determinantes del accionar humano y, con ello, radicaliza el determinismo social. Sorprende que esta celebración del método positivista entusiasme a Darío. Sin embargo, por contradictorio que parezca, esta rendición aparentemente cruda de los datos de la vida social no está lejos de una escritura que pretende asumir el impacto de lo sensible inmediato en la conciencia, que es propio de la nueva escritura literaria que admira el nicaragüense.

En el caso de Gavidia, este se muestra, al igual que sus colegas Delgado y Castañeda, hostil hacia el naturalismo, aunque su postura es más sutil y está mejor argumentada. Su valoración no es ni moralista ni esteticista en un sentido tradicional, intenta, en cambio, realizar una lectura filosófica de las implicaciones del movimiento literario. Llama la atención que Gavidia formule buena parte de sus críticas al naturalismo en un extenso artículo en que hace una valoración de la obra de su amigo nicaragüense.77 Resalta sus éxitos literarios recientes, pero le recrimina por dejarse seducir por el naturalismo y, en general, por la “moda francesa”. Gavidia acepta la idea de un poeta intuitivo, sensorial, pero está convencido que el poeta que los nuevos tiempos requieren debe ir más allá. Por ello, le molesta un pasaje de A. de Gilbert, en que Darío quiere disuadir a Balmaceda de sus exploraciones teóricas sobre la novela social: “Yo quise persuadirle de que no arrojase su clámide para vestir el levitón del precepto. Sé artista, no quieras ser sabio. Pinta, cincela.”78

En Repertorio Salvadoreño aparece una reseña sin firmar más bien hostil hacia A. de Gilbert. Es probable que la haya escrito el propio Gavidia o, al menos, alguien de su entorno. Allí se le reprocha la acumulación desordenada de descripciones y la carencia de un hilo argumental.79 Pero también responde explícitamente al pasaje antes destacado:

Más ¿por qué no tender a ser las dos cosas [sabio y poeta]?

Pintar, cincelar, pero ¿meditar estará nunca de más?

Ser artista ¿por qué ha de excluir la atribución de ser lo que él llama ‘sabio’?

No se oculta que sería peligroso dar a los principios del autor de A. de Gilbert demasiada amplitud.80

El planteamiento teórico más sustancioso viene, sin embargo, en un artículo titulado “El fisiologismo literario”, que también aparece sin firma, pero que lleva la impronta estilística e intelectual inconfundible de Gavidia.81 Si el artículo sobre Darío habla de un “sofisma en el arte”, en este nuevo artículo se reúne el naturalismo con toda la literatura francesa más reciente y la acusa de cometer un “error filosófico”.82 A su parecer, el naturalismo se encuentra demasiado cercano al positivismo y reduce lo real a lo fáctico. Este error lo atribuye no sólo al naturalismo sino a la moda francesa, es decir toda la literatura de ese país europeo escrita después de su ídolo Víctor Hugo. Toda la corriente moderna incurre, a su entender, en una especie de olvido de la idea. Esta preocupación la resume en el prólogo que dedica al poemario La lira joven, de Vicente Acosta, que se publica pocos meses después de estos intercambios polémicos. Allí concluye de manera tajante:

Los individuos, cuando al producirse en las obras literarias, no obedecen a la tendencia de encarnar ideas universales y militantes, sinó que antes bien, hacen de esas obras suyas el producto de sus caprichos, de sus gustos, de los detalles personalísimos en el modo suyo de sentir y de ver las cosas, –no deben servir de norma y modelo del pensamiento de los demás.83

Recordemos que Gavidia, entusiasmado por las ideas hegelianas que recibe a través de Victor Cousin, sostiene que la labor del arte es seguir el movimiento de la idea de libertad que pugna por manifestarse a través en el proceso de la historia. Un arte que se reduce a recoger las meras sensaciones se desvía de esta meta esencial.

Para rematar su rechazo al naturalismo, en la página siguiente de ese número de Repertorio aparece el poema lírico “La calle”, que vendría a ser una contrapropuesta de cómo asumir literariamente la realidad de la miseria, tema favorito del naturalismo:

La calle es la morada del mendigo.

La indiferencia la cubrió de hielo.

Y en ella, al sol, al aire y al espacio,

El mendigo es su libre prisionero;

Con la ciudad por cárcel, se detiene

A las puertas, no más: no pasa dentro!

Es cojo; tiene grillos á las plantas.

Es manco; sus esposas son de hierro.

Es sordo; ni él se escucha, está murado.

Es mudo; tiene una mordaza. Es ciego;

Está preso en la tumba.

La miseria,

He allí el invisible carcelero.84

Resalta la figura del mendigo sumido en su miseria, pero el apóstrofe de la voz poética reclama al lector a actuar:

¿Volviste, pues, la vista al desgraciado?

¿Quién la volverá á ti, si no la has vuelto?

¿Alargaste la mano al desvalido?

¿Quién te la ha de alargar, si no lo has hecho?

¿Apagaste su sed? ¿Saciaste su hambre?

¿Diste una cama al doblegado al sueño?

No diste agua, ni pan, ni diste cama:

¡Vé soñoliento, pues, sediento, hambriento!85

Es importante resaltar que la polémica del naturalismo no es una disputa abstracta, removida de la realidad de un país en el que apenas existe producción novelística. Es más bien una disputa de carácter político literario, que se preocupa del sentido de la nueva escritura ante los dilemas que enfrenta la ciudad letrada. Se dirige así contra un enemigo más cercano y palpable como lo son prácticas de escritura que se perciben como disolventes: una nueva poesía indisciplinada, visceral; una novelística que descuida la trama por las descripciones; y géneros emergentes como la crónica, enunciados desde lugares que no dependen directamente de la autoridad letrada, como el nuevo periodismo de masas. Contrario a este sentir, Darío asume sin problemas las posibilidades que abre situarse en esta nueva ola: una poesía escrita en los márgenes de los periódicos, de abrojos y prosas profanas; una narración que acumula exceso de descripciones; y el nuevo espacio de la crónica que le permite conquistar a un público heterogéneo y no letrado.

2.4. Dos visiones de la modernidad literaria

Como vimos al comienzo de este trabajo, el modernismo hispanoamericano y Rubén Darío representan la revolución estética que desmonta la concepción tradicional de las bellas letras que pretendía organizar el mundo del conocimiento y de la acción política por medio de una técnica poético-retórica, el “bien decir”, que encarnaba los principios de razón. Su aspiración no era otra que supeditar las diversas dimensiones de la realidad y las distintas facultades del conocimiento al cálculo racional. ¿Y en qué consiste la revolución de la modernidad literaria? En descubrir el poder de lo negado por esta visión. El artista actúa como geólogo que, bajo las apariencias sensibles del mundo, descubre los rastros de fuerzas inconmensurables que lo mueven. Inconmensurables al menos con respecto a la voluntad de los hombres de acción que aspiraban a intervenir racional y calculadamente en la transformación del mundo.

Por ello, la concepción de modernidad literaria de Darío celebra con entusiasmo el desorden de los sentidos que proclama la nueva literatura francesa, tanto en los poetas malditos (Baudelaire, Verlaine, Rimbaud) como en la escuela naturalista. Y es lo que realiza en sus distintos esfuerzos por desestabilizar las categorías del sistema literario tradicional en su obra posterior. Es llamativo que titule a uno de sus poemarios más célebres, Prosas profanas. Llama prosas a sus poemas y reivindica el acto mismo de profanación. Este gesto ya se anticipa en los versos introductorios de Abrojos que destacamos más arriba en los que define su propia poesía en los márgenes de los periódicos, en trozos de papel, dejada al uso caprichoso de sus accidentales lectores. No es sólo la celebración de una nueva manera de hacer literatura, sino, en un sentido más amplio, la celebración de una palabra liberada de la autoridad letrada, de una palabra que, gracias al poder de la imprenta masiva, se deja volar, evade la autoridad de los eruditos y queda a disposición de cualquier advenedizo.86

Esta nueva visión del poder literario impregna ya el ensayo A. de Gilbert. Allí se anudan dos manifestaciones de lo moderno, la poesía modernista, con su imaginación liberada del concepto, y la novela naturalista, con su afirmación de la elocuencia de los detalles aparentemente insignificantes de lo cotidiano. Aboga así por una poesía llevada por la imaginación, sin la disciplina de la idea. De allí viene la forma en como describe la manera en que tanto él como su amigo chileno se relacionaban con el pensamiento: “¡nos entregábamos al mundo de nuestros castillos aéreos!”87

El mismo cuarto que habita Balmaceda refleja ese caos creativo: “En todas partes libros, muchos libros, libros clásicos y las últimas novedades de la producción universal, en especial francesa.”88 Pero no sólo libros. Si no también “bibelots”, “japonerías”. Emblemas de la sensibilidad modernista decadente. Sus aposentos son una colección heterogénea de todos estos elementos que arrumba el fluir de lo moderno pues Balmaceda “era el desposado del ensueño.”89

Antes afirmamos que Darío apunta hacia una insospechada afinidad entre el naturalismo y su privilegio a la descripción del detalle y la nueva poesía preocupada en captar la sensación en su fugacidad. Su ambición es la observación y celebración desprejuiciada del detalle de la superficie del mundo experiencial. Es este extravagante hermanamiento el que despierta el reproche de la reseña sobre A. de Gilbert de que aparece en Repertorio Salvadoreño.

Este desorden de los sentidos es la moda francesa, el “galicismo mental” que resalta Juan Valera en su célebre carta prólogo a la segunda edición de Azul. Gavidia se expresa negativamente frente a esta influencia en más de una ocasión. Lo podemos comprobar en un artículo de 1895, “El alma de América”:

…los americanos descoyuntan el más grandioso de los idiomas, el castellano; sustituyen sus propios metros admirables con la pobre rima francesa, y se jactan sus ingenios al arrastrar las cadenas de su esclavitud al confesar que son presa de un galicismo mental. Sucede a esto la formación de una escuela decadente latino-americana que, por dicha, es incapaz de padecer la decadencia de fondo, pero que en cambio hace destrozos en la índole y en el espíritu de la lengua de su raza.90

La alusión a Darío no puede ser más evidente y hostil. Frente a ello, propone Francisco Gavidia una visión contrapuesta, en la que desea mantener a toda costa lo poético dentro del edificio del conocimiento. Podemos denominar a esta visión como clásica. Guardando las debidas distancias, Gavidia sería un poeta clásico en el mismo sentido que Goethe se arrogaba ese calificativo, no porque buscaba repetir servilmente un modelo extraído de una antigüedad idealizada, sino porque pretendía refundar una “nueva antigüedad” en los tiempos modernos, en que la poesía no sólo armonizaría las facultades subjetivas del alma, sino el conjunto del cuerpo social. En otras palabras, lo que José Mata Gavidia, denomina una paideia, es decir un proyecto integral de formación del individuo y del colectivo, que intentaría revivir el espíritu de la civilización griega idealizada en Europa en el siglo XVIII, por autores como Winckelmann o el mismo Schiller.91

Gavidia vislumbra así no tanto la pervivencia anacrónica de la ciudad letrada, de cuyos límites era consciente, sino una refundación nacional. La visión de modernidad literaria de Gavidia ya se anuncia en sus escritos tempranos y ha sido pasada por alto por la crítica que ensalza la contribución de Gavidia al modernismo. Gavidia trata de darle fundamentación filosófica a su propia concepción de modernidad literaria. Es una modernidad que se diferencia de la moda francesa, que incurre en el “sofisma del arte” o “error filosófico”. En ese error percibe un peligro que lleva al abandono del pensamiento por un intuicionismo irracional. Este es, a su parecer, un lujo que las nuevas naciones como El Salvador no se pueden dar.

Gavidia justifica la literatura por su poder de realizar la idea. Esto queda en evidencia en un artículo que publica en Repertorio Salvadoreño que titula “La influencia de la literatura en las carreras profesionales”. Allí radicaliza la postura de Valero Pujol sobre el poder de la actividad literaria en la nueva ciencia positiva.92 Gavidia no sólo lleva a cabo una reivindicación del poder de la facultad de la imaginación como auxiliar del conocimiento, sino que ubica en ella la verdadera fuente del saber:

Las ciencias robustecen la fuerza y la riqueza de las naciones; pero ésto no sucede sinó después de que las letras han iluminado las cimas de la tierra y fecundado los siglos, depositando en el seno de las sociedades el germen poderoso de la civilización, haciendo penetrar la viva luz en las profundidades de la inteligencia humana.93

Para Gavidia, la literatura es un saber que no será meramente un añadido instrumental, sino que posibilitará la fundación de un nuevo colectivo. En virtud de esta aspiración, se comprende su propuesta de redefinición del sistema de géneros literarios que se encuentra contenido en la primera compilación de su obra completa.94 Allí se distancia de la identificación de poesía y escritura en verso, que ya era la norma del momento. Plantea entonces una nueva distribución de los géneros que revive la concepción clásica. Por un lado, reserva la categoría de lírica para la expresión del yo; por otro, reúne bajo la categoría de poesía, las narraciones tanto en prosa como en verso. En resumen, quiere separar la poesía como épica, como narración del colectivo, de la lírica como expresión de la libertad subjetiva. Y esto no es un mero problema erudito de clasificación. Hay allí implícito un programa político. Para comprenderlo es importante recordar el origen etimológico de poiesis: hacer, fabricar. Pues aquí de lo que se trata es de construir el epos, la nación. A esta labor contribuiría un drama histórico de carácter didáctico-político, el medio idóneo para traducir el epos al movimiento colectivo. Es el teatro como “escuela de costumbres y activo disolvente de todos los vicios sociales” que reclamaba Esteban Castro.95 La lírica, por otra parte, operaría sobre el sujeto mismo, tratando de elevar lo sensible-pasional al territorio de la idea, es decir, de la razón.

Este nuevo sistema de géneros encierra su propuesta de modernidad literaria alternativa a la moda francesa que amenaza la disolución promiscua del edificio literario. Es una concepción clásica pues afirma implícitamente la preeminencia de la razón sobre la sensibilidad. Por ello, otorga privilegio al asunto, al contenido. La literatura, más que ornato, implica un trabajo sobre la materia prima de la historia como advenimiento de la idea de libertad en el destino nacional. Afirma la centralidad de la acción, de la narración sobre la descripción, sólo así es posible una poesía épica con poder de encarnar la idea.

Gavidia había leído a Hegel a través de Victor Cousin, pero paradójicamente, esta lectura se concentra más en su filosofía de la historia, que en su estética. En sus lecciones de estética, Hegel postula para la era moderna algo muy distinto: la muerte del arte. Ello no significa que el arte dejaría de existir, –de hecho, Hegel fue un entusiasta seguidor del arte de su tiempo–, sino porque ya no podía encarnar el absoluto, la plena realización de la idea en el mundo, que habría pasado a ser asumida por la filosofía. Pero, esto no significaba que el arte hubiese perdido su razón de ser. Todo lo contrario, Hegel veía que el arte liberado del peso del absoluto abría una nueva libertad ya no circunscrita a la idea.96 Algo semejante a lo que Darío y su denostado “galicismo mental” estaban celebrando. Gavidia obviamente no quiere seguir ese camino. En su visión, el arte seguía teniendo la misión de la búsqueda del absoluto que para El Salvador debería encarnarse en la forma de un Estado nacional que culminaría el impulso de libertad iniciado por los próceres. Por ello, lo exasperan las tendencias modernas. Más que contenidos moralmente reprobables, ve en el regodeo necrófilo de poetas malditos y de novelistas naturalistas una resignación a la impotencia, una claudicación del rol épico que debería asumir la literatura en la fundación de una nueva nación.

Es en el cumplimiento de esta misión que concibe una nueva escuela literaria apoyada en la filosofía, “La escuela de San Salvador”, de la que hablan Mata Gavidia y el propio Gavidia.97 Este acercamiento a la filosofía tiene un carácter polémico frente a las nuevas corrientes literarias. En el apéndice a su poema Los aeronautas, define su propio trabajo como garante de cierto orden e inteligibilidad en el quehacer poético, luego del eclipse de los estudios clásicos:

Tocóme llegar á ocupar el sitio que me señalaron en el mundo de nuestras letras, en el momento en que se suprimían los estudios de latín. ¿Suministré yo en mis versos y mi prosa un lenguaje literario? ¿Hasta qué punto mis amigos y yo hemos podido contribuir á contrarrestar los efectos de esta supresión que no se hizo como en Francia, de lo cual he hablado en otra parte?98

Se pues a sí mismo como el líder de un movimiento que promete la renovación de la literatura:

La nueva generación en El Salvador, pues espero aún ver la literatura de los últimos dos años del resto de América, emprende ya, así me parece, los estudios de Filosofía, según el espíritu y las nuevas ideas por mí propagadas. Esto creará una crítica que pueda tomarse en cuenta, y mientras tanto, ni debe estimularse el atrevimiento de los audaces ni los escritores de conciencia deben dejar que las corrientes del pensamiento latinoamericano caminen al acaso como las fuerzas naturales y brutas del mar ó del viento.99

Gavidia se decanta por una escritura que no se deje arrastrar por las fuerzas brutas, con lo que se refiere a las nuevas corrientes literarias, al nuevo régimen de escritura que socava la autoridad letrada. Gavidia, el último gran polígrafo letrado, desea una palabra cuyo sentido queda anclado en la filosofía como magna tarea del pensamiento, en una comprensión del ser fiel a la Idea que habrá de realizarse en la historia en el futuro régimen político liberal de El Salvador.

Darío, en cambio, se mueve con mayor comodidad en el nuevo entorno cultural. Ello lo lleva a asumir plenamente ese legado moderno. Si bien presume de su trato y amistad con presidentes, asume la marginalidad política de su práctica artística. Esta sólo de una manera muy vaga y postergada jugaría algún papel en la fundación de un colectivo, que difícilmente podría considerarse nacional. Es cierto que Darío no tiene un nivel teórico de reflexión comparable al de Gavidia, pero su obra habla por sí misma. Quizá su mismo anti-intelectualismo es el mejor testimonio a su modernidad literaria.

En 1896 aparece la primera edición de Los raros, una colección de breves estampas de exponentes del movimiento moderno, una celebración de lo que Gavidia veía más nocivo de las corrientes francesas. Recordemos que Gavidia tenía poca paciencia con los poetas instintivos, que no podían abrazar el movimiento de la idea a su obra. En el capítulo que dedica al conde de Lautréamont,100 Darío responde implícitamente a ese ataque: “El signo incontestable del gran poeta es la ‘inconsciencia’ profética, la turbadora facultad de proferir sobre el hombre palabras inauditas cuyo contenido ignora él mismo.”101 Exalta entonces al poeta como el profeta a pesar de sí mismo. Gavidia será el último hombre del Renacimiento, que espera una poesía filosófica que rescate su visión liberal de la modernidad del abismo de una realidad que arrastra al mundo en una dirección no prevista. Darío, por el contrario, es el profeta inconsciente que navega diestramente en medio de la tempestad de los nuevos tiempos.

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Sin autor. “La última novela de Zola”. La Unión, no. 48, 4 de enero de 1890: 3.

Notas

1 Doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Minnesota. Profesor del Departamento de Filosofía en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Autor de los libros El cielo de lo ideal: literatura y moder- nización en El Salvador (1860-1910) y La rebelión de los sentidos: arte y revolución durante la modernización autoritaria en El Salvador, entre otros.
2. José Salvador Guandique, Gavidia, el amigo de Darío (San Salvador: Ministerio de Educación, 1965), 19-66.
3. Esta versión de la leyenda la expone en un breve artículo publicado en la revista La quincena en 1904. Cf. Francisco Gavidia, “Historia de la introducción del verso alejandrino francés en el castellano” (La Quincena, año I, tomo II, n.° 19, 1 enero de 1904), 211. La historia la vuelve a contar en el primer apéndice al poema “Los argonautas”, que aparece en la edición de 1913 de sus obras. Cf. Francisco Gavidia, Obras, poemas y teatro (San Salvador: Imprenta Nacional, 1913), 139.
4. Incluso en la carta que envía a Gavidia para felicitarlo por la publicación de Versos (San Salvador: Imprenta Nacional, 1884), que este último reproduce en forma de poema en verso blanco en la edición de 1913 de sus obras completas, se puede hacer la misma lectura, Cf. Obras..., VII-IX.
5. Octavio Paz, “El caracol y la sirena”, en Cuadrivio, (Barcelona: Seix Barral, 1991), 10.
6. Ver los ensayos “La revolución estética y sus resultados” y “política de la literatura” en Jacques Rancière, Disenso, ensayos sobre estética y política (México: FCE, 2019).ormación biográfica sobre este intelectual se encuentra en Jorge Luis Arriola, Diccionario..., 316-317.
7. Citado en Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina: literatura y política en el siglo XIX (Santiago de Chile y San Juan de Puerto Rico: Editorial Cuarto Propio/Ediciones Callejón, 2003), 21.
8. Ángel Rama, La ciudad letrada (Hanover, Estados Unidos: Ediciones del Norte, 1984).
9. E. Bradford Burns, “La infraestructura intelectual de la modernización en El Salvador”, en Lecturas de historia de Centroamérica, editado por L. R. Cáceres (San José: BCIE-EDUCA, 1989), 565-591.
10. José Mata Gavidia, Magnificencia espiritual de Francisco Gavidia (San Salvador: Ministerio de Educación, 1969), 122. Es José Mata Gavidia quien propone el término paideia para referirse a la política literaria de Francisco Gavidia. Aun-que dicho concepto de una educación cívica armónica de las facultades proviene de la antigua Grecia, lo difundió el estudio del filólogo clásico alemán Werner Jaegger, Paideia: los ideales de la cultura griega (México: Fondo de Cultura Económica, 1962). Este libro se publicó en 1933. La traducción al español data de 1942, pero no hay evidencia de que Francisco Gavidia la conociera ni de que retomara el concepto en sus escritos.
11. Rubén Darío, Historia de mis libros (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1988), 38.
12. Rubén Darío, La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (México: Fondo de Cultura Económica, 2015), 71.
13. Más información sobre Rafael Zaldívar se encuentra en Francisco Huezo, “Rafael Zaldívar: El brujo de San Alejo”, en el libro La Universidad de Miguel Ángel García (San Salvador: Imprenta Nacional, 1950), 591-593
14. En lo sucesivo nos referiremos a la sociedad como La Juventud, mientras que a la revista nos referiremos como La Juventud.
15. Román Mayorga Rivas, ed., Guirnalda salvadoreña (3 tomos), (San Salvador: Ministerio de Educación, 1977). En el último tomo, incluye por cierto a Gavidia como uno de los poetas más destacados de la última generación.
16. Para más información sobre Román Mayorga Rivas, consultar la entrada que le dedica Carlos Cañas Dinarte, Dic-cionario de autores y autoras de El Salvador (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos), 323-326. Sobre El diario de El Salvador, consultar Italo López Vallecillos, El periodismo en El Salvador (San Salvador: UCA Editores, 1987), 352-357.
17. De su conducta bohemia hace el propio autor alarde en Vida..., 41-53
18. Román Mayorga Rivas, “Nota” (La Juventud, agosto de 1881), 273.
19. “Diálogo” se recitó en la velada de la sociedad que se celebró el 15 de septiembre de 1882, Cf. Rubén Darío y Román Mayorga Rivas, “Diálogo” (La Juventud, 22 de septiembre de 1882), 185-191.
20. El propio Gavidia hace alusión a estas publicaciones en “Prólogo”, VII. Mata Gavidia en su estudio inédito sobre la filosofía de la cultura de Francisco Gavidia, consigna un artículo titulado “Visión eternal”, que se habría publicado en 1882 en un periódico de San Miguel que llevaba el nombre de La aspiración. Cf. José Mata Gavidia, La filosofía de la cultura en Francisco Gavidia (Documento digitalizado inédito en poder del Fondo Documental Francisco Gavidia de la Biblioteca Florentino Idoate s.j., de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas)
21. Francisco Gavidia, “Prólogo”, XI. Lo de las bolas negras se refiere a un método muy difundido para votar la admisión a clubes y sociedades. Cada socio recibía dos bolas: una blanca, para indicar un voto favorable, y una negra, para indicar un voto desfavorable. Posteriormente depositaba la bola de su elección de una urna y luego se realizaba el conteo.
22. Se había inscrito en la Facultad de Jurisprudencia en 1880, pero había abandonado al año siguiente los estudios. Cf. Carlos Cañas Dinarte, Diccionario..., 165.
23. Francisco Gavidia, “Prólogo”, X.
24. Francisco Gavidia “El poema de nuestro siglo” (artículo primero), La Palabra, Año II, no, 39, 1 de junio de 1883: 323-324; “El poema de nuestro siglo” (segunda parte): La Palabra, Año II, no. 40, 1 de julio de 1883: 331-332.
25. Victor Cousin era un filósofo francés seguidor y difusor del pensamiento de Hegel. Tendría un impacto muy impor-tante en la formación de la filosofía como disciplina académica en la Francia del siglo XIX.
26. Francisco Gavidia, “Versos”, La Palabra, Año II, n.º 22, 15 de abril de 1882: 190.
27. Francisco Gavidia, “Prólogo”, IX.
28. Francisco Gavidia, “Prólogo”, XI.
29. Francisco Gavidia, “Prólogo”, XI.
30. Francisco Gavidia, “Prólogo”, XII.
31. Julio Ramos, Desencuentros..., 75-112.
32. Información biográfica sobre este intelectual se encuentra en Jorge Luis Arriola, Diccionario..., 316-317.
33. Pujol, Valero, “La poesía y el progreso”, La Juventud, año sexto, tomo IV, 8 de diciembre de 1882: 321-324.
34. Valero Pujol, “Poesía...”, 321.
35. Valero Pujol, “Poesía...”, 322.
36. Valero Pujol, “Poesía...”, 324.
37. Valero Pujol, “Poesía...”, 324.
38. El poema está recogido en Guirnalda salvadoreña. Cf. Juan José Cañas, “A la salida del vapor ‘Gold-Hunter’”, en Guirnalda salvadoreña (Tomo I), editado por Román Mayorga Rivas (San Salvador: Ministerio de Educación, 1977), 183-185.
39. Esteban Castro, “Un discurso” (primera parte), La Palabra, año I, n.° 2, 15 de junio de 1881: 11-14; “Un discurso” (segunda parte), La Palabra, año I, n.° 3, 1 de julio de 1881: 19-22.
40. Esteban Castro, “Un discurso” (primera parte), 12.
41. La palabra, “Esteban Castro”, 1882, 228.
42. Esteban Castro, “Un discurso” (primera parte), 12.
43. Esteban Castro, “Un discurso” (primera parte), 12.
44. Esteban Castro, “Un discurso” (primera parte), 12.
45. Esteban Castro, “Un discurso” (primera parte), 12.
46. Esteban Castro, “Un discurso” (primera parte), 14.
47. Esteban Castro, “Un discurso” (segunda parte), 19.
48. Esteban Castro, “Un discurso” (segunda parte), 19.
49. Esteban Castro, “Un discurso” (segunda parte), 22.
50. Juan José Cañas, “Carta”, La Palabra, año I, no. 4, 15 de julio de 1881, 34.
51. Juan José Cañas, “Carta”, La Palabra, año I, no. 4, 15 de julio de 1881, 33.
52. Esteban Castro, “Carta 1a”, La Palabra, año I, no. 8, 15 de septiembre de 1881, 71-73.
53. Esteban Castro, “Carta 2a”, La Palabra, año I, no. 9, 1 de octubre de 1881, 79.
54. Esteban Castro, “Carta 2a”, La Palabra, año I, no. 9, 1 de octubre de 1881, 79.
55. Esteban Castro, “Carta 2a”, La Palabra, año I, no.. 9, 1 de octubre de 1881, 79.
56. Jeff Browitt sostiene que Darío fue clave en la construcción de un campo literario autónomo en la Argentina. Cf. Jeff Browitt, “Rubén Darío en Buenos Aires, 1893-1898: la génesis de un campo literario autónomo”, En Tensiones de la modernidad: del modernismo al realismo, editado por Valeria Grinberg Pla y Ricardo Roque Baldovinos (Guatemala: F&G editores, 2009), 59-84
57. Francisco Gavidia, “Historia...”, 211.
58. Rubén Darío, La vida..., 51.
59. Rubén Darío, La vida..., 51.
60. Darío, La vida..., 71-72. Sabemos que dicho viaje había sido una recompensa del gobierno para que se repusiera de la fatiga que le provocaron sus excesivos desvelos por sus estudios, aunque no se sabe a ciencia cierta si ese viaje lo realizó bajo los auspicios de Zaldívar o de su sucesor.
61. Francisco Gavidia, “Ambición”, La Palabra, Año II, No. 36, 18 de enero de 1883, 296.
62. Ricardo Roque Baldovinos, El cielo de lo ideal. Literatura y modernización en El Salvador (San Salvador: UCA Edito-res, 2016), 65-69.
63. Ricardo Roque Baldovinos, El cielo..., 98-101.
64. Francisco Gavidia, Versos (San Salvador: Imprenta Nacional, 1884); Ursino (San Salvador: Imprenta del Cometa, 1887)
65. Francisco Gavidia, “Júpiter”, Repertorio salvadoreño, T. III, N. 3, septiembre de 1889: 259-303; “Cartas Amorosas”, Repertorio Salvadoreño, T. 4, no. 5, mayo de 1890, 301-325.
66. A este prólogo se añadirá en la segunda edición, publicada en Guatemala en 1890, la célebre carta del prestigioso novelista español Juan Valera. Se puede afirmar que esta carta juega un papel crucial en el ingreso de Darío al centro de la escena literaria en lengua española.
67. Sobre la crónica hispanoamericana consultar el libro de Susana Rotker, La invención de la crónica. México: Fondo de Cultura Económica, 2006.
68. Rubén Darío, Poesías completas I (Buenos Aires: Claridad, 2005), 345. Énfasis nuestro.
69. Es una reseña fechada en 1887, que se recogió en un homenaje a Rubén Darío que se publicó en Chile en 1941. Bal-maceda Toro, Pedro, “Los ‘abrojos’ de Rubén Darío”, Anales de la Universidad de Chile, no. 41, 3ª. Serie (1941): 196.
70. Rubén Darío, La vida..., 69.
71. Rubén Darío, A. de Gilbert (San Salvador: Imprenta nacional, 1889).
72. Ver el capítulo “Sensacionalismo y modernidad literaria, el caso del periódico La unión (1889-1890)” en mi libro El cielo..., 121-146.
73. Chacón dejó en sus memorias información muy interesante sobre su experiencia en La Unión. Cf. Tranquilino Chacón Chaverri y Euclides Chacón Méndez, De ayer y de hoy (San José: Imprenta Alsina, 1930): 115-133. Rechaza allí el mito de que Darío cumplía una función decorativa en el periódico. Por el contrario, da fe de que Darío era activo en su edición y funcionamiento.
74. José Mata Gavidia, Magnificencia..., 159.
75. “La última novela de Zola”, La unión, no. 48, 4 de enero de 1890: 3.
76. El intercambio entre estos autores comienza con “Idealismo y naturalismo en literatura”, Repertorio salvadoreño, Tomo I, No. 3, 15 de octubre de 1888: 148-155. Es el discurso que Manuel Delgado, ministro de relaciones exteriores, dedica a esta escuela en su ingreso en la Academia Ciencias y Bellas Letras el 14 de octubre de 1888. En esta misma ocasión, Francisco Castañeda, dio su contestación: “Contestación de don Francisco Castañeda”. Repertorio salva-doreño, Tomo I, n.° 3, 15 de octubre de 1888: 156-166. Ambos textos se reproducen en Repertorio Salvadoreño. En el siguiente número ambos autores continúan su reflexión sobre las implicaciones de la escuela francesa: Manuel Del-gado, “Algo más sobre idealismo, realismo y naturalismo”, Repertorio Salvadoreño, Tomo I, n.° 4, 15 de noviembre de 1888: 209-219; Francisco Castañeda, “El verdadero realismo”, Repertorio Salvadoreño, Tomo I, No. 4, 15 de noviembre de 1888: 219-235. Estos trabajos son el antecedente de los trabajos que Gavidia dedicará posteriormente al tema.
77. Francisco Gavidia, “Rubén Darío”, “Rubén Darío”, Repertorio Salvadoreño, T. 3, no. 1, julio de 1889: 1-11. En este artículo dedica varias secciones al naturalismo: ‘La escuela naturalista y la naturaleza”, 2-3; “Zola”, 5-8; “Rubén Darío Natura-lista”, 9-10
78. Rubén Darío, A. de..., 75.
79. Recuerda el reproche que elabora Lukács algunas décadas después, tanto al naturalismo como a la novela del siglo XX.
80. “Bibliografía. A. de Gilbert por Rubén Darío”. Repertorio Salvadoreño, T. IV, n.° 2, febrero de 1889: 101.
81. “El ‘fisiologismo’ literario”, Repertorio Salvadoreño, T. IV, no. 2, febrero de 1889: 116-120.
82. Gavidia, “Rubén Darío”, 4-5; “Fisiologismo...”, 115
83. Francisco Gavidia, “Prólogo...”, XIV-XV.
84. Gavidia, “La calle”, Repertorio Salvadoreño, T. IV, no. 2, febrero de 1890: 121.
85. Gavidia, “La calle”, 121-122.
86. Esta es la idea de Rancière del régimen estético en la literatura como palabra muda. Cf. Jacques Rancière, Disenso..., 201-202.
87. Rubén Darío, A. de..., 41.
88. Rubén Darío, A. de..., 41
89. Rubén Darío, A. de..., 45.
90. Francisco Gavidia, “El alma de América”, 198.
91. Sobre esta concepción de la paideia, Cf. José Mata Gavidia, Magnificencia..., 122-124.
92. Francisco Gavidia, “La influencia de la literatura en las carreras profesionales”, Repertorio Salvadoreño, Tomo I, nº 2, 13 de septiembre de 1888: 81-91. Se incluye luego en Discursos, estudios y conferencias (San Salvador: Imprenta Na-cional, 1941), 13-23. El texto es el mismo, con la ortografía modernizada y algunos cambios en la puntuación. También se reemplazaron los números romanos que indican el orden de las secciones por simples asteriscos.
93. Francisco Gavidia, “La influencia...”: 85.
94. Gavidia, Obras..., V-VI.
95. Castro, “Un discurso (primera parte)”, 12.
96. Para una discusión sobre el fin del arte en Hegel, consulte el libro de Marc Jimenez, ¿Qué es la estética? (Barcelona: Idea Books, 1999) 136-143.
97. Una escuela que nunca fue más que una aspiración. Por mucho que reclame como discípulo a Vicente Acosta en el “Prólogo” a La lira joven, este habría de seguir más bien el camino de Darío.
98. Francisco Gavidia, Obras..., 140.
99. Francisco Gavidia, Obras..., 140.
100. Es de notar que Darío dedica un capítulo de libro a este poeta maldito por antonomasia, cuando apenas comenzaba a ser reconocido en Francia.
101. Darío, Los raros (Buenos Aires: Losada, 1994), 231.

Notas de autor

1 Doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Minnesota. Profesor del Departamento de Filosofía en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Autor de los libros El cielo de lo ideal: literatura y modernización en El Salvador (1860-1910) y La rebelión de los sentidos: arte y revolución durante la modernización autoritaria en El Salvador, entre otros.

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