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Del fascismo al populismo en la historia, de Federico Finchelstein
From Fascism to Populism in History, by Federico Finchelstein
Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 159, pp. 115-120, 2022
Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas"

Reseñas

Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas", El Salvador
ISSN: 1991-3516
ISSN-e: 2520-0526
Periodicidad: Semestral
núm. 159, 2022


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

Palabras clave: Finchelstein, Federico, 1975, Facismo

Keywords: Finchelstein, Federico, 1975, Fascism

En el debate político actual, el término populismo, más que una verdadera categoría de análisis es un sinónimo de demagogia o una suerte de elegía por la supuesta pérdida del régimen liberal representativo, única forma de democracia pronunciable en estos tiempos de bancarrota de utopías. Una excepción a estos tratamientos apresurados la encontramos en las propuestas teóricas de dos autores argentinos: Ernesto Laclau y Federico Finchelstein.

Laclau fue profesor de filosofía política de la Universidad de Exeter, publicó en 2005, La razón populista, que aparte de ser un ensayo complejo de reflexión teórica fue una intervención política que endosó la oleada de populismos de izquierda latinoamericanos de comienzos del milenio, conocidos como el socialismo del siglo XXI. Laclau era decididamente optimista sobre el potencial liberador de estos regímenes, pues venían a darle concreción a la apuesta por una radicalización de la democracia que, en las últimas décadas del siglo pasado había venido difundiendo junto a Chantal Mouffe. Esta idea de una democracia radical se expone en el hoy ya clásico estudio Hegemonía y estrategia socialista que ambos autores suscribieron hacia 1985. Ante el inminente colapso del bloque soviético y del socialismo real, abogaban por la necesidad de pensar nuevos sujetos políticos que articularan movimientos sociales de distinto signo (feminismo, ambientalismo, luchas contra el racismo, etc…) y que provinieran de lugares sociales distintos a la esfera de la producción, como fue el caso del proletariado de la tradición marxista. Esta propuesta que combinaba una novedosa relectura de Gramsci, Foucault y Lacan veía también que la meta ya no debía ser una revolución jacobina, que marcara una ruptura drástica con el ordenamiento político burgués, sino una lucha al interior de la institucionalidad liberal, que ya no se plantearía, como en Gramsci, como para de un esquema de guerra de posiciones a la espera de la revolución definitiva, sino como la construcción de una democracia radical, capaz de asumir plenamente las demandas de los sectores populares.

No es casualidad entonces que Laclau se entusiasmara con el socialismo del siglo XXI. Era la oportunidad de radicalizar la democracia que retomaba las banderas y los métodos de otras experiencias populistas, en concreto, del peronismo, al que ya había dedicado reflexión en un ensayo de la década de 1970. El “pueblo” del peronismo no era simplemente otro nombre para el proletariado, ni mucho menos una expresión del atraso de la sociedad argentina con respecto a las metrópolis occidentales. Era una articulación que había permitido la inclusión de actores populares en la escena política y la ampliación efectiva de sus derechos. Este proceso lo explica con mucho más detenimiento en La razón populista. Para Laclau, el populismo no es una ideología sino una lógica política. Consiste en la redefinición de la escena política a través de la articulación de un sujeto que se manifiesta como oposición un sistema institucional incapaz de satisfacer las necesidades populares más sentidas. Opera sobre una lógica de hacer equivaler un conjunto plural de demandas insatisfechas alrededor de una demanda específica que, por razones coyunturales adquiere especial visibilidad. Esta demanda específica se transforma en un significante vacío que, con frecuencia, se encarna en el nombre de un líder carismático que se presenta como el único capaz de dar cumplimiento al pueblo así constituido. Es una lógica que ha sido utilizada por movimientos a lo largo y ancho del espectro político, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, pero que al ser retomada por un movimiento progresista puede ser un dispositivo eficaz de transformación política y social. Laclau insiste en que los movimientos populistas y su método de construcción de un sujeto político popular no provienen necesariamente de la izquierda, pero da a entender que en el mundo real las situaciones populistas son el único camino pensable para la emancipación. No es casualidad que su teoría haya adquirido vigencia en algunos movimientos políticos recientes de la nueva izquierda europea como ha sido el caso de Podemos en España.

La propuesta de Federico Finchelstein, profesor de la New School of Social Research, está expuesta en el libro que comentamos en la presente reseña, Del fascismo al populismo en la historia. Esta obra al igual que la de Laclau es una intervención política, pero en este caso, es respuesta a otra oleada de movimientos populistas que se acentúa a mediados de la siguiente década. Nos referimos a los populismos de extrema derecha cuyos protagonistas más destacados son Donald Trump, en los Estados Unidos, y Jair Bolsonaro, en el Brasil, que tienen antecedentes en diversos populismos xenófobos de Europa. Si Laclau es un filósofo político preocupado por desentrañar la lógica política del populismo, Finchelstein es un historiador, hábil en establecer genealogías y elaborar su interpretación a partir de ellas. El matiz xenófobo y antiliberal de los movimientos antes mencionados resalta de forma notoria una filiación escandalosa entre populismo y los fascismos de la primera mitad del siglo XX que nuestro autor se encarga de documentar con exhaustividad.

Finchelstein advierte de entrada que sería erróneo identificar sin más fascismo y populismo; de hecho, habrá elementos en los que algunos populismos se enfrentan abiertamente al fascismo. Sin embargo, propone que ambos movimientos pertenecen a una misma familia política; a una tradición autoritaria, de cuño antiliberal y antiilustrado, pero decididamente moderna, que se remonta a pensadores como Herder, Hamann, Joseph de Maistre, y a los conservadurismos y movimientos reaccionarios del siglo XIX. De esta manera, Finchelstein, sin negar que el populismo implique una lógica política específica, le atribuye un cierto contenido ideológico, que Laclau le negaba con insistencia. Es la interpretación propia de la tradición autoritaria moderna. Esta interpretación es moderna pues acepta y hasta promueve la transformación técnica del mundo social, pero sospecha profundamente de la institucionalidad liberal y de su capacidad de gestionar adecuadamente a la colectividad. Se niega a ver a la sociedad como una asociación racional de intereses y reclama que a su base debe haber un sujeto, la nación, que se define como una comunidad orgánica. Esta nación no se representa a través de mecanismos burocráticos sino a través de líderes carismáticos que tienen una intuición profunda del sentir colectivo. El fascismo con su elevación de la guerra total a la única forma de política y con su postulación racista de la comunidad nacional fue la manifestación más destructiva de la tradición autoritaria moderna. Pero el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial y sus teorías y métodos quedaron irremisiblemente desacreditados. Sin embargo, este descrédito posibilitó una nueva forma de autoritarismo moderno, el populismo.

Para entender esta mutación es crucial la experiencia de Perón en Argentina. Los paradigmas predominantes de historia y ciencia social tienen dificultades para percibir este movimiento pues desde su perspectiva eurocéntrica se enfocan exclusivamente en el viejo continente y pierden de vista los entramados globales de las tradiciones políticas. De allí, que el peronismo, en lugar de ser visto como una novedad política de gran alcance, sea puesto de lado como una anomalía o una rareza propia de países subdesarrollados.

La figura de Perón mismo encarna pues, la transfiguración del fascismo. Quizá para disgusto del entusiasmo de cierta izquierda latinoamericana por este líder, Finchelstein nos recuerda que, el militar argentino se declaraba al comienzo de su carrera estar inspirado en las ideas fascistas y que desde la junta militar en que participó, en la década de 1940, promovió una relación cordial con las potencias del Eje. Tampoco hay que olvidar que en el exilio luego de su derrocamiento en 1955, fue acogido por Francisco Franco, quien siempre lo consideró uno de los suyos. Sin embargo, sería errado caracterizar a Perón como un mero fascista solapado. Perón profesa un autoritarismo moderno que se aproxima, pero también desborda al fascismo. Posee una concepción corporativa de la sociedad, a la que ve como una comunidad nacional que se gestiona a través de un liderazgo carismático, que discierne los intereses orgánicos del pueblo más allá del juego perverso de la representación liberal democrática. Y esta concepción de la política resulta a mediados de la década de 1940 irrealizable la bandera del fascismo. Perón se da cuenta de que su nueva “democracia social” necesita de legitimidad institucional, en concreto, de la ratificación a través de procesos electorales exitosos y del abandono de la violencia y el racismo como ejes de su accionar. La fuerza del peronismo deriva en buena parte de su capacidad de convertir la movilización popular en éxitos electorales. Por otra parte, el pueblo de Perón no es la comunidad étnica racista de los nazis y su adversario no es una minoría convertida en chivo expiatorio sino el gran capital y el imperialismo. De allí, que esta primera gran oleada populista tenga arraigo no sólo en otros países de América Latina, sino en el Egipto de Abdel Nasser o la Indonesia de Sukarno.

El populismo en comparación con el fascismo se constituyó en una suerte de autoritarismo moderno democrático, si tal oxímoron es posible. De hecho, aún en sus versiones más progresistas el populismo es para Finchelstein una suerte de dulce envenenado. Algo de la intolerancia y mucho del autoritarismo de la tradición antiliberal moderna permanecen latentes en él. La concepción de pueblo necesita siempre de un antipueblo que si bien no se busca eliminar se lo descalifica y excluye de la nación. A esto hay que añadir la figura del líder. Es cierto que los líderes carismáticos abundan en la vida política y no son necesariamente autoritarios. Sin embargo, el líder populista siempre aparece investido de un aura especial y reclama una adhesión mística, incluso irracional y, por tanto, relativiza y pospone la necesidad de fundar un verdadero estado de derecho.

Finchelstein nos plantea así una visión más bien pesimista del populismo. Aún en los populismos progresistas hay un pasivo autoritario que en cualquier momento pasa factura, ya sea en derivas dictatoriales, como podemos ver hoy en día en la Venezuela de Maduro, o en mutaciones neofascistas como los casos ya antes mencionados de Trump o Bolsonaro. La experiencia de Trump es la más preocupante, pues ocurre no ya en la periferia “subdesarrollada” sino en el centro mismo del ordenamiento político liberal y representativo. Trump asciende al poder despertando pasiones racistas que estaban mucho menos escondidas de lo que había podido pensarse luego de la aparente hegemonía de la koiné multicultural de la era Obama. Por otro lado, Trump pone en práctica un modo de gestión gubernamental que consiste en presionar hasta el límite la legalidad para hacer valer la voluntad presidencial. Esta tendencia llegó a su expresión más alarmante en el intento de toma del Congreso por un grupo de seguidores enardecidos que querían impedir que se diera el cambio de gobierno, luego de una derrota electoral que el propio Trump, hasta el momento, se ha negado a aceptar.

La filiación autoritaria del populismo que Finchelstein nos recuerda, puede darnos algunos elementos para pensar nuestra coyuntura actual. En El Salvador, se ha instaurado en la actualidad un régimen populista cuyo verdadero significado político e ideológico no es fácil de descifrar. Lo encabeza un líder carismático que surgió al amparo del partido de izquierdas con un discurso que mezclaba la antipolítica y la moda libertaria en lo económico con algunas demandas de signo popular, entre otros ingredientes de su indigesta receta. Sin embargo, en la actualidad muestra derivas similares a las que destaca Finchelstein de los populismos de la última oleada. En primer lugar, llama la atención la supresión del orden constitucional y la imposición de la voluntad emanada del presidente con apenas mediaciones institucionales; en otras palabras, estamos ante la instauración de una dictadura de facto, aunque todavía no de jure. En segundo lugar, es notario también la práctica de satanización agresiva de distintos adversarios que se traen a la escena pública según la conveniencia del momento. Llamativamente, el adversario sobre el que se invoca más violencia es un enemigo interno: las pandillas, un grupo particular del amplísimo espectro nacional de crimen organizado, que irresponsablemente se amalgama con el conjunto de la población joven que vive en condición de pobreza económica y exclusión social. La demonización de este grupo en el discurso oficial llega a justificar prácticas de tortura y a insinuar su eventual eliminación. Este libro nos deja la pregunta de si estaremos padeciendo entonces la deriva fascista de un populismo de la nueva ola.

Referencias bibliográficas:

Finchelstein, F. (2018). Del fascismo al populismo en la historia. Taurus.

Laclau, E. (2005). La razón populista. Siglo XXI.

Laclau, E. y Mouffe, C. (1985). Hegemony and Socialist Strategy. Towards a Radical Democracy. Verso.

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