Reflexiones
Un hombre de nuestra época. Para leer a Maquiavelo hoy desde El Salvador
Realidad, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas", El Salvador
ISSN: 1991-3516
ISSN-e: 2520-0526
Periodicidad: Semestral
núm. 160, 2022
Nicolás Maquiavelo es un autor del siglo XVI. No obstante, adelantado a su tiempo, ha sido considerado un pensador de la modernidad. Con él se inaugura la actitud y perspectiva de la época moderna. En la que seguimos estando, a pesar de lo que opinen los filósofos de la posmodernidad que estuvieron de moda hasta no hace mucho. Es el primero en romper con la herencia griega, de Platón y Aristóteles, que vinculaba la ética con la política. El cristianismo medieval prolongó dicha tradición que centraba la preocupación en el deber ser de la política. La ruptura de Maquiavelo es rotunda: “no me interesa escribir sobre cómo debería hacerse la política, de eso sobran libros; me interesa cómo se hace en la realidad”. Desea alcanzar el conocimiento “de la verdad efectiva de la cosa”.1 Para ello va a recurrir, no sólo al examen de iniciativas y de hechos de su propia época, sino también a las lecciones que ofrece la historia.2
Tiene Maquiavelo en ello una actitud moderna: lo central de la política es la cuestión del poder.
¿Cómo se alcanza, cómo se mantiene y por qué circunstancias se pierde? Esa preocupación suya lo configura como uno de los fundadores de la moderna ciencia política, aunque él se centra más que nada en la práctica, en “el arte de la política”. Su objeto de estudio es su ejercicio real. Las reglas morales que rigen la conducta de los individuos no aplican para políticos y estadistas, pues de ellos se esperan cosas demasiado cruciales para el conjunto de gobernados. Depende de ellos, a veces, la salvación de la patria;3 en otras, asegurar la estabilidad y prosperidad de la nación, o bien lograr las bases para la felicidad futura de los pueblos. Si lo consiguen, serán disculpados los medios, tal vez ilícitos o moralmente condenables, que hayan empleado.
De modo tal que “un buen político” no necesariamente será “un buen hombre”. Más bien es improbable tal coincidencia. El político puede ser “buena persona” pero siempre que no resulte demasiado ingenuo y bienintencionado. Rodeado de tantos que no lo son, si el príncipe es bueno deberá ser capaz de ponerse en los zapatos de los que no lo son, imaginar sus conspiraciones y sus maquinaciones para adelantarse a sus tramas y deshacerlas.4 Por tanto, que sepa elegir entre ser bueno o ser no bueno, cuándo comportarse de una u otra forma. Se dirá que es “buen político” en función de su eficacia. Así como unas “buenas tijeras” o un “buen cuchillo” lo son porque cumplen con lo que se espera de ellos, que corten, que tengan buen filo. Su “bondad” no es de naturaleza ética, como simples herramientas que son; no significa que no puedan aparecer clavadas en la espalda de alguien. Este concepto instrumental de la política se adecúa a la moderna “razón de Estado”. Maquiavelo es el primer gran teórico de esta.
Ni siquiera se trata de que el fin moraliza los medios. El argumento maquiavélico no es que fines honorables y legítimos puedan justificar el uso de medios inmorales o antiéticos. La postura de Maquiavelo es la separación entre la ética y la política y, por tanto, estrictamente amoral: sólo el príncipe puede saber cuáles son sus verdaderos motivos o propósitos. Pero sean cuales sean, siempre va a necesitar el poder para alcanzar sus fines. No se trata pues de la famosa frase que se le atribuye, sin evidencias: “el fin justifica los medios”.5
Maquiavelo vivió en los tiempos del ascenso de la burguesía, en Florencia y en toda Italia, lo que nos autoriza a etiquetar al florentino como ideólogo de dicha clase social.6 Como pensador burgués que fue -aunque con una indiscutida tendencia republicana y popular- su mundo sigue siendo, en buena medida, el nuestro. Las acusaciones y las condenas morales contra él alcanzan, asimismo, a esta clase social que representaba.
Un reflejo de la actualidad de Maquiavelo lo encontramos al consultar una fuente que, es de lamentar, suele ser poco utilizada por los investigadores: el diccionario de la RAE, Real Academia Española de la Lengua. Nos llama la atención que del apellido del florentino se hayan derivado en lengua castellana el sustantivo maquiavelismo y el adjetivo maquiavélico . maquiavélica. Se dice del primero que es la “doctrina política de Maquiavelo… fundada en la preeminencia de la razón de Estado sobre cualquier otra de carácter moral”. Hay una segunda acepción: “modo de proceder con astucia, doblez y perfidia”. En la definición del calificativo se complementa el significado, ya que además de (1) relativo a Maquiavelo o al maquiavelismo y (2) partidario del maquiavelismo, hay una tercera entrada para el término maquiavélico: astuto y engañoso.
No necesariamente implica que el propio Maquiavelo haya sido astuto y engañoso, o que haya actuado con astucia, doblez y perfidia. Posiblemente es dable afirmar la tesis de que, en realidad, y siendo justos con su figura y biografía, Maquiavelo mismo no fue maquiavélico.7 Sin embargo, que su nombre haya llegado hasta nuestros días cargado con gran sin número de epítetos y de condena moral, algo nos indica de la impresión negativa que a lo largo del tiempo han causado sus ideas, no necesariamente su conducta. A pesar de esa mala fama hay que conceder que lo maquiavélico, si mantiene la actualidad y el interés por ese pensamiento, es por su eficacia práctica.
Me atrevería a incluir algunas puntualizaciones, a partir del uso habitual que se hace de la palabra maquiavélico. Implica, no únicamente lo pérfido y astuto, sino el dato de que a menudo la conducta de quien se inspira en la obra de Maquiavelo utiliza ingeniosamente la participación -en modo inconsciente e inadvertida, desde luego- de la propia víctima de sus maquinaciones. O sea, el conspirador maquiavélico consigue de su adversario que la trampa que ha tendido funcione por su propio afán o codicia, por su misma ambición política. Lo retorcido de su conducta estriba en el cálculo que ha hecho sobre la reacción del rival, necesaria para el éxito del complot.
Procede aquí poner algunos ejemplos de la historia nacional contemporánea, que permitirán entender mejor el significado de las prácticas maquiavélicas, así como la vigencia y actualidad de su ejercicio. Recomendaba Maquiavelo al político que supiera utilizar al hombre y a la bestia (Maquiavelo, 1997, pp. 83- 84), es decir, saber cuándo usar la fuerza de la razón, pero también cuándo le conviene utilizar la razón de la fuerza. Si se va a comportar como bestia, que sepa elegir entre el león (que por su fortaleza pone en fuga a los lobos) o la zorra (con la astucia suficiente para saber evadir los lazos). Algo de la astucia zorruna se precisa asimismo para poner las trampas.
Así, en 1994, acercándose el momento de las elecciones salvadoreñas, las primeras en las que iba a participar el FMLN, Joaquín Villalobos hizo la propuesta en la cúpula del partido de que fuera Schafik Hándal el candidato partidario a disputar la alcaldía capitalina. “Ganar esa alcaldía puede ser crucial para preparar una futura candidatura presidencial” y “nuestra mejor carta es Schafik”. Con estos argumentos defendió esa idea ante los compañeros de la dirección del partido. Nadie se atrevió a contradecirle y el propio Schafik se mostró complacido con la propuesta.
Más tarde, a la vista del desastroso resultado eleccionario (un personaje de segunda fila como era el diputado arenero Mario Valiente alcanzó una victoria abrumadora sobre el excomandante guerrillero) y de la posterior ruptura de Villalobos con el FMLN a fines de este mismo año, quedó evidenciado que todo había sido una argucia de este último. La derrota eleccionaria implicaría un desgaste de la figura de Hándal, a quien Villalobos veía en secreto como un rival político.
En una forma parecida procedió el propio Schafik y sus seguidores en 1999, en otra coyuntura electoral, cuando en el seno del partido había fuerte disputa entre la corriente “renovadora” que dirigía Facundo Guardado, a la sazón secretario general del FMLN, y la tendencia “revolucionaria y socialista” encabezada por Schafik Handal y Leonel González (Salvador Sánchez Cerén). Ese agrupamiento se dedicó a boicotear sucesivas propuestas de candidatura presidencial que hacían sus adversarios, hasta que el otro grupo, para desentrampar las votaciones, incluyó al propio Facundo Guardado en la fórmula, haciéndolo acompañar por Nidia Díaz. Tal propuesta fue inmediatamente apoyada por sus rivales, lográndose una aparente unanimidad. Pero muy pronto resultó evidente que este grupo no participaba, ni contribuía, sino que más bien boicoteaba, las diversas actividades de la campaña. El FMLN obtuvo ese año la votación que se convertiría en la más baja de su historia. Así, Facundo resultó “quemado políticamente”. Su pronta salida del partido para intentar impulsar su proyecto por aparte marcaría su fracaso y posteriormente su definitiva salida de la política.
Schafik había aplicado la misma estratagema de la que él mismo fue víctima cinco años atrás. El príncipe debe cuidarse de sus enemigos y mucho más de los supuestos amigos que le rodean, aconsejaba precavido Maquiavelo; es más, a los enemigos es mejor tenerlos cerca para poderlos tener así mejor vigilados. Implica una cultura política de la sospecha, que es la defendida por el florentino en todo momento. Y se apoya en ejemplos de la historia antigua para fundar sus tesis. Pero podemos encontrar ejemplos de épocas posteriores, también de nuestra historia nacional contemporánea.
Durante el conflicto armado su mismo alargamiento propició que surgieran rivalidades en el seno de las organizaciones que componían el FMLN. En el caso del PCS, Partido Comunista de El Salvador, el comandante Simón, Schafik Hándal, en algún momento percibió rumores y maniobras de desprestigio de parte de un miembro de la Comisión Política, Mario Aguiñada. Éste, quien era parte de la Comisión Político-Diplomática del FMLN, había desarrollado una estrecha amistad con el entonces presidente de Colombia, Belisario Betancourt. Esto le permitió conocer los privilegios del poder y se dejó tentar por ellos. Inició una conspiración para intentar escalar dentro del partido hasta la secretaría general, señalando a Schafik de estar envejecido y haberse desfasado.
Advertido de su intención, éste desarrolló un ingenioso plan para deshacerse del rival. Pudo convencerlo de encabezar la Unión Democrática Nacionalista, UDN, y regresar al país a participar en el esfuerzo que dirigentes del FDR habían emprendido. Efectivamente, a finales de 1987 y tras el acuerdo negociador regional de Esquipulas-II, Guillermo Manuel Ungo (MNR) y Rubén Zamora (MPSC), junto a otros militantes de sus partidos, regresaron a El Salvador, con el fin de recuperar el trabajo político con las masas populares. Crearon la coalición Convergencia Democrática, CD, a fin de participar en las elecciones y utilizar el espacio de legalidad que les ofrecía el gobierno del presidente Duarte. Ávido de dividir a la alianza FDR-FMLN, éste les prometió inmunidad y respeto a su accionar político opositor, acorde con los compromisos asumidos en Esquipulas.
El rol de Mario Aguiñada al retornar al país sería incluir al partido UDN, Unión Democrática Nacionalista, en la CD. Su misión sería “no dejar solos a dichos aliados”, “vigilarlos y controlarlos”. Debía buscar también recuperar bases de dicho partido. Éste había tenido varios diputados en los años setenta. Uno de ellos, hermano de Mario, Rafael Aguiñada Carranza,-quien fue asesinado siendo parte de la bancada de la UNO, Unión Nacional Opositora- gozó de un gran prestigio en aquella época. Schafik le planteó a Mario que, como heredero del legado de su hermano Rafael, era el candidato ideal para dirigir tal iniciativa.
La posibilidad de desarrollar el abandonado trabajo de masas desde el espacio legal hizo ver a Mario Aguiñada que el proyecto tenía buen futuro político. Ahí estaba la verdadera perspectiva de poder, mientras que el esfuerzo de guerra le parecía estancado y sin perspectivas. Pero en realidad se estaba de tal modo internando, inadvertidamente, en una vía muerta que no conducía a ninguna parte. La alternativa real estaba en el plano político-militar; pronto iniciarían los preparativos para la gran ofensiva de 1989. El apoyo de masas se mantendría leal al FMLN hasta el final mientras, en cambio, encabezar la UDN dejó a Mario Aguiñada en un plano secundario. Schafik había logrado deshacerse de un rival, codicioso y con pocos escrúpulos. Lo hizo sin recurrir a la violencia. Lo que hizo fue simplemente manipular la propia ambición del adversario. Supo ser maquiavélico.
Lo fue, asimismo, pero en una modalidad diferente -y en este caso, fracasada- el comandante Marcial, Salvador Cayetano Carpio, máximo dirigente de las FPL. Dolido tras verse desplazado en el mando por el ascenso en prestigio e influencia de la exdirigente magisterial Mélida Anaya Montes, la comandante Ana María, ideó un maquiavélico plan para eliminarla físicamente. En El Príncipe se dan diversos ejemplos de crímenes efectuados con fines políticos, para resolver disputas por el poder. En todo caso, siempre conviene al conspirador hacerlo desviando la responsabilidad hacia otros. Así se procedió en este caso. En abril de 1983 un comando de la CIA supuestamente habría irrumpido en la residencia de Ana María en Managua, asesinándola. La noticia incluía el detalle de la crueldad de sus asesinos: más de ochenta cuchilladas. Parecía ser verídico.
Marcial se encontraba fuera de Nicaragua, visitando al presidente Gadafi en Libia; regresó apresuradamente para participar en el sepelio de la compañera. Pero no todo cuadraba. Desde el aparato de inteligencia sandinista, probablemente asesorados por la inteligencia cubana, pronto se levantaron sospechas sobre el equipo de seguridad de Ana María. Marcelo, tercero al mando y responsable de la seguridad interna de las FPL, fue capturado. También se detuvo a Marcial, que fue acusado de haber planeado con Marcelo la ejecución de Ana María. Se suicidó en prisión. Fue el colofón trágico de uno de los hechos más tenebrosos de la guerra civil salvadoreña. En pocos días las FPL habían perdido a sus tres máximos responsables. Los “hechos de abril” representaron un golpe muy fuerte para la insurgencia salvadoreña, su prestigio y su unidad.
Miembros de la organización rechazaron la versión oficial sandinista y reivindicaron el legado político de Marcial (Carpio, 1999, p. 163), contrario a la línea de diálogo-negociación y a la tesis de que el FMLN fuese “la vanguardia”. Su solicitud de ser aceptados como la sexta organización del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, fue rechazada en diciembre. Marcó su declive definitivo. Únicamente en la zona metropolitana (el Frente Clara Elizabeth Ramírez de las FPL) y dentro de la estructura internacional mantuvieron una preponderancia por cierto tiempo. En los demás frentes de combate, los jefes militares mantuvieron la fidelidad a la nueva dirección colectiva, coordinada por el comandante Leonel González, Salvador Sánchez Cerén.
Más adelante, Leonel protagonizaría otro episodio con rasgos maquiavélicos, tras orientar y permitir al comandante Mayo Sibrián una sangrienta purga interna con el fin de desmantelar una supuesta infiltración del enemigo en el frente paracentral de las filas guerrilleras.
La sangría se alargó por muchos meses, con torturas y cientos de ajusticiamientos sumarios, hasta que por fin Mayo Sibrián y sus hombres de confianza fueron a su vez exterminados por otra unidad de las FPL. Son hechos que recuerdan un episodio que incluye Maquiavelo en su obra, de cómo el duque de Milán, Francisco Sforza, utilizó a su lugarteniente Ramiro de Orco para someter por el terror una región entera. Logrado el objetivo y comprobando que su crueldad había hecho crecer el odio en su contra, ordenó la ejecución del matarife. Su cuerpo apareció despedazado en la plaza pública (Maquiavelo, 1997, pp. 41-42). Con ello no sólo consiguió el alivio de todos. También logró que se pensase que los crímenes eran responsabilidad exclusiva de Ramiro de Orco, ignorando el duque sus excesos y poniéndoles punto final, por dicho método expeditivo y justiciero. De tal modo logró su objetivo y también salvar su reputación, es la consideración de Maquiavelo, pues el príncipe “debe procurar ser amado por su pueblo, aunque le es más seguro ser temido, debiendo siempre evitar llegar a ser odiado”.8
Distingue Maquiavelo entre las que llama “crueldades mal usadas” y “crueldades bien usadas”. Lo hace, no sin escrúpulos (“si es que del mal es lícito hablar bien”) (Maquiavelo, 1997, p. 50). Se atiene estrictamente a los resultados al hacer tal distinción. Las que se extienden en el tiempo y van creciendo sin ponerle fin hasta que todos se sienten amenazados, acaban siendo contraproducentes y terminarán por volverse contra el príncipe. Si éste considera que necesita deshacerse de sus enemigos, aconseja Maquiavelo, que lo haga “de un solo golpe y no vuelva a insistir” en tales crueldades. Se podría así considerar maquiavélica la conducta criminal de Roberto d´Aubuisson, quien se presentaba como organizador y dirigente de escuadrones de la muerte, tras el golpe de estado del 15 de octubre de 1979 que lo expulsó del ejército. Logró un doble objetivo: extender el terror entre los izquierdistas y opositores, al tiempo que se erigía en el líder carismático de toda la derecha. En septiembre de 1981, tras fundar el partido Arena, se volcó a una nueva estrategia de participación en elecciones, aceptando el marco que imponía Estados Unidos, y se desvinculó en gran medida de la actividad sangrienta de los escuadrones.
Todavía más maquiavélico el complot, en marzo de 1980, para asesinar a Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Su cálculo era provocar la guerra antes de que la guerrilla estuviera preparada. No sería sino hasta octubre de ese mismo año que se unificarían las cinco organizaciones de la llamada izquierda revolucionaria, a fin de desarrollar la lucha armada, coordinadas bajo la unidad del FMLN. Inevitable la guerra tras el magnicidio contra el obispo mártir, su desencadenamiento era ya un hecho y ya no había vuelta atrás. Se equivocaba la Comisión de la Verdad al calificar en 1993 de “tiempo de locura” el de la contienda bélica. Había mucha racionalidad, una racionalidad perversa, maquiavélica, tras estos crímenes atroces, que supusieron un auténtico genocidio contra el pueblo salvadoreño en esos primeros años del conflicto armado. El liderazgo que logró el mayor d´Aubuisson con su “prestigio” de jefe escuadronero (“él sí cumple su palabra”, “tiene el coraje de hacer lo que dice”, “él no amenaza en vano”) le costó el retiro de la visa norteamericana y el veto de Estados Unidos a que más tarde pudiera ser presidente de El Salvador. En 1989 ya no insistió más en su candidatura, tras el bloqueo que padeció en 1984 cuando, teniendo mayoría para ello en la Asamblea Legislativa, el veto estadounidense se lo impidió y finalmente la Fuerza Armada, para superar el impasse, impuso al banquero Álvaro Magaña en la Presidencia.
Estos sanguinarios episodios concuerdan con el espíritu de diversos fragmentos de El príncipe en los que su autor no se distancia ni condena tales violencias, sino que las pone de ejemplo por su eficacia política. Uno de los más extremos es protagonizado por César Borgia quien, enterado de que sus capitanes planean traicionarlo, finge reconciliarse con ellos para, en el transcurso de la cena a la que les ha invitado, hacerlos estrangular a todos.9 Se comprende que hayan provocado las más variadas condenas a lo largo del tiempo. El cónclave de la Iglesia católica de 1549 condenó a Maquiavelo y sus obras. Desde 1559 El príncipe fue incluido en el Index librorum prohibitorum de la Inquisición. Mientras en España, donde gozaba de la admiración del rey Carlos V, no apareció en el Índice sino hasta más tarde, en 1589, a instancias del cardenal Quiroga (Castignani, 2014, p. 49). La Compañía de Jesús llegó a expresar que El príncipe “había sido escrito con el dedo del diablo”.
No obstante, una serie de estadistas confesaron que apreciaban sus enseñanzas y que tenían este opúsculo de Maquiavelo como libro de cabecera. Catalina de Médicis, el cardenal Richelieu, Napoleón, Talleyrand, Mussolini, entre otros. Una serie de filósofos también lo elogiaron. Spinoza (“hombre prudentísimo, partidario de la libertad”) y Montesquieu (su discurso es “objetivo” y “sin sujeto”) hablaron de él positivamente. Rousseau dice de él “fingiendo dar lecciones a los príncipes, se las dio, y muy grandes, a los pueblos”. Hegel y Marx (“Alemania ya no es un Estado”) valoraron sus aportes a la filosofía política. Gramsci lo mira como precursor de la formación de la conciencia nacional italiana.
Althusser, recogiendo la visión gramsciana sobre Maquiavelo, concuerda que El príncipe debe leerse como un manifiesto - un llamado a la acción - comparable, salvando las distancias, con el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Retomando la valoración rusoniana se pregunta por el lugar del punto de vista del texto maquiaveliano y concluye que no es el príncipe, sino el pueblo. “Los príncipes - razona el filósofo francés - que se han defendido siempre bien por sí mismos, no necesitan ir a Maquiavelo, quien desvela sus prácticas secretas y procedimientos inconfesables” (Althusser, 2004, p. 66). Gramsci decía que “Maquiavelo se hace pueblo”, al que se dirige, tras la apariencia contraria. La posición de clase del florentino sería la que corresponde al pueblo.
El propio Maquiavelo aporta en esta dirección, aunque de manera matizada: “para conocer la naturaleza de los pueblos es necesario ser príncipe y para conocer bien la de los príncipes hay que ser del pueblo”, expone en el breve escrito con que inicia su opúsculo, la dedicatoria que redactó para Lorenzo de Médicis. Y en la sección final, la Exhortación para encargarse de Italia y liberarla de sus enemigos, lo llama a comandar un ejército nacional “para poder defenderse de los extraños con la virtud itálica”, a fin de que Italia, después de tanto tiempo, “vea un redentor suyo” y poder sacudirse así “ese bárbaro dominio” (Maquiavelo, 1997, p. 122).
No obstante, la sección donde más explícitamente está desarrollada la perspectiva popular es la IX, Sobre el principado civil. Se trata de “cuando un ciudadano privado, no mediante el crimen u otra intolerable violencia, sino con el favor de los otros ciudadanos suyos, llega a ser príncipe de su patria” (Maquiavelo, 1997, p. 51). No será tan necesaria la virtud o la fortuna, bastará con “una astucia afortunada”. Pues en toda ciudad hay “dos humores distintos” y nace de esto: “que el pueblo desea no ser mandado ni oprimido por los grandes y los grandes desean mandar y oprimir al pueblo”. La situación en la que se produce la posibilidad del surgimiento del principado civil coincide básicamente en lo que, siguiendo la caracterización de Lenin, podríamos llamar “situación revolucionaria” o “crisis política nacional”. En las palabras de Maquiavelo: “viendo los grandes que ya no pueden resistir contra el pueblo comienzan a volcar la reputación hacia uno de ellos y lo hacen príncipe para poder, a su sombra, desahogar su apetito. El pueblo también, viendo que no puede resistir contra los grandes, vuelca la reputación en uno y lo hace príncipe, para ser defendido con la autoridad suya” (Maquiavelo, 1997, pp. 51-52).
Una coyuntura similar a la que describe el florentino se dio en El Salvador en las elecciones presidenciales de 2004. De un lado se presentaba Tony Saca, quien había llegado a ser presidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada, ANEP, pero provenía de un hogar humilde y se había hecho a sí mismo hasta llegar a ser un exitoso empresario de medios radiofónicos. No era parte de la oligarquía; sin ser uno de los grandes, sin embargo, los representaba. Se le enfrentaba Schafik Hándal, viejo dirigente comunista y uno de los miembros de la comandancia general del FMLN. Representaba el interés popular frente a los intereses oligárquicos.
El holgado triunfo de Saca no se tradujo, sin embargo, en una situación plácida para el nuevo mandatario. “Quien llega al principado con ayuda de los grandes se mantiene con más dificultad que el que llega con la ayuda del pueblo - advertía Maquiavelo- porque se encuentra el príncipe con muchos alrededor que le parecen ser sus iguales y, por eso, no los puede mandar ni manejar a su modo.” Hizo por desembarazarse del control oligárquico, pero sus pares no le perdonaron y ha terminado en prisión, convicto por actos de corrupción, a pesar de haber sido tan poderoso.
Por su parte, Schafik, cuya candidatura había sido motivada en buena medida para impedir que el Frente llevase a Mauricio Funes a Casa Presidencial, no llegó a pagar el costo político del fiasco de su derrota electoral. Su muerte repentina en 2006, al regreso de su viaje a Bolivia para hacerse presente en la toma de posesión del recién electo presidente Evo Morales, salvó históricamente su figura. El experimentado dirigente había dictaminado: “con Mauricio Funes no, porque utilizará al partido como una escalera para llegar al poder; ése no sería el gobierno del FMLN.” Desaparecido Schafik, muchos se convencieron de lo contrario: “sin Mauricio Funes no podemos”. Entonces ya no hubo obstáculos para que su candidatura se presentase en 2009 y resultase la carta ganadora. Pero apenas dos años de su presidencia bastaron para que muchos militantes y bases del Frente recordasen la oposición del fallecido líder comunista y le dieran la razón. En realidad, la situación presentaba una paradoja, ambos extremos resultaban ser ciertos: “sin Mauricio Funes no y con él tampoco”. Similar había sido por años en la República Federal Alemana, RFA, con respecto a la socialdemocracia: “con el SPD no se puede hacer la revolución y sin el SPD tampoco”.10
El triunfo de Salvador Sánchez Cerén, por un estrecho margen, representaba la oportunidad de que el partido demostrase su disposición y capacidad de impulsar cambios estructurales, que rompiesen con el modelo neoliberal y enrumbasen el país al desarrollo sostenible. En 2014 ya no cabía la excusa esgrimida en el anterior período presidencial: “este no es el gobierno del FMLN, es el gobierno de Mauricio Funes”. La decepción con este segundo gobierno de la izquierda y la poca diferencia con la forma de gobernar la derecha por 20 años, provocó la debacle de ambas fuerzas políticas preponderantes: ARENA y FMLN. Se propiciaba un movimiento de ruptura con el pasado y un discurso de refundación nacional, algo que guarda ciertas similitudes con el tema preferido por Maquiavelo, el de los principados nuevos.
La emergente figura de Nayib Bukele para la coyuntura eleccionaria de 2019 presentaba una ambivalencia desde la perspectiva maquiaveliana: se le puede considerar uno de los grandes y así se presenta a sí mismo, como empresario y millonario; sin embargo, por otro lado, en su discurso pretende ser la alternativa del pueblo que enfrenta a la “clase política” y al sistema de los partidos “tradicionales”. De tal manera, su fulgurante victoria de 2019 en las urnas podría representar al príncipe que es llevado al poder “con el favor popular”. Una situación bien propicia porque “allí se encuentra solo y tiene en torno -explica Maquiavelo- o a ninguno, o a poquísimos que no estén preparados para obedecer”. Además, razona el florentino, “está en la necesidad el príncipe de vivir siempre con ese mismo pueblo; pero bien puede obrar sin esos mismos grandes, puesto que cada día puede crear unos y deshacer otros, y quitarles y darles, a su posta, reputación” (Maquiavelo, 1997, p. 52). A mitad del mandato presidencial, efectivamente, se ha podido ver en ese tiempo al gobernante confrontar con gremiales del sector privado y con parte de la oligarquía tradicional, al tiempo que propicia el acercamiento, el diálogo y las oportunidades de negocio con otras iniciativas empresariales.
Pareciera inspirarse, por haberlo leído o por simple intuición política, en las enseñanzas del opúsculo maquiavélico. Así el florentino expresaba, en un fragmento lógicamente odioso para las feministas y las mujeres en general, “es mejor ser impetuoso que precavido, porque la fortuna es mujer; y es necesario, si se quiere tenerla sometida, golpearla y herirla. Y por eso, siempre, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos precavidos, más feroces, y la mandan con más audacia” (Maquiavelo, 1997, p. 116). Maquiavelo se explaya en los Discursos, considerada su obra más republicana, en esa misma narrativa de energía violenta del príncipe: “Para acabar con la corrupción sería necesario conducir la ciudad más hacia el estado regio que hacia el popular; así los hombres que debido a su maldad no pueden ser corregidos por las leyes, sean frenados por un poder casi regio. Y así hacer observar las leyes a la fuerza” (Papacchini, 1993, p. 55).
El capítulo 9 de estos mismos Discursos lleva un título bien expresivo: Cómo es necesario que sea uno solo quien decida ordenar de nuevo una república o reformarla del todo. Y pone ejemplos de personajes históricos de la talla de Moisés, Ciro, Licurgo, Solón, Rómulo (Fernández, 1993, p. 31). Implica controlar en especial la fuerza militar, bien por haber llegado al poder “con armas propias” o por alcanzar este control posteriormente. Así el evento denominado por los medios como 9-F, la polémica incursión de Nayib Bukele en el Salón Azul de la Asamblea Legislativa con un fuerte despliegue de efectivos policiales y de la Fuerza Armada, tiene que ver seguramente con esta motivación presidencial. La ocasión se prestaba a promover la simpatía y el apoyo de los efectivos castrenses y policiales, pues el Ejecutivo pretendía forzar la aprobación por el Legislativo de un préstamo destinado a una fase del Plan Control Territorial, a fin de reforzar el combate contra la criminalidad y las pandillas.
Las críticas nacionales e internacionales no se hicieron esperar, pues la acción parecía fruto de la impetuosidad y la tendencia autoritaria del mandatario. La oposición, envalentonada por el coro de críticas al aparentemente irreflexivo comportamiento presidencial, en realidad contribuyó en un sentido maquiavélico a las intenciones del gobernante. Llamados por el parlamento a declarar sobre su participación en los hechos del 9 de febrero de 2020, amenazados de destitución por los diputados opositores, tanto el Ministro de Defensa como el Director de la Policía Nacional Civil reaccionaron con agradecimiento y lealtad total al presidente de la República, quien salió en su defensa. Así, de nuevo podemos ver que las astucias maquiavélicas funcionan en la medida que sus adversarios colaboran con ellas de manera involuntaria e inadvertida. El control absoluto del poder, que el príncipe quiere concentrado, pues no acepta de buen grado la división de poderes de la democracia liberal, se reforzó tras las elecciones de 2021. El apabullante resultado logrado por el partido Nuevas Ideas, afín al mandatario, (alcanzando mayoría cualificada de los dos tercios, o sea, 56 curules en el parlamento) cambió la correlación de fuerzas a favor del bukelismo.
De manera audaz, que de nuevo sorprendió a sus adversarios, utilizó dicha mayoría el propio día de toma de posesión del nuevo parlamento, destituyendo a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y al Fiscal General, sustituyéndolos ese mismo día y tomando posesión los nuevos en la madrugada, con el acompañamiento y protección de efectivos de la PNC. Surgen críticas por la drástica concentración del poder e inquietudes por el debilitamiento de la democracia, aunque se base en los resultados electorales y en la supuesta “voluntad popular”. Pareciera Nayib Bukele guiarse por la máxima expuesta por Maquiavelo: “es mejor obrar y arrepentirse, que no obrar y arrepentirse” (Virolo, 2004, p. 239). Talante que coincide con la caracterización que hace el florentino de la virtú. No es la virtud medieval sino su reverso: es acción, energía, actividad, dinamismo; es capacidad para conseguir los objetivos, es voluntad y astucia, heroísmo y fuerza” (Abad, 2008, p. 160).
Para Maquiavelo, el estadista debe cuidar en extremo su imagen. Lo vuelven despreciable “ser tenido por variable, ligero, afeminado, pusilánime, irresoluto”. Al contrario, que por sus acciones “se le reconozca grandeza, ánimo, gravedad, fortaleza”. Es imposible tener todas las cualidades, pero “si no las tiene, que aparente tenerlas” (Maquiavelo, 1997, p. 87). El gasto en propaganda política, desmesurado en el gobierno de Bukele, seguramente lo vería Maquiavelo como una prioridad. Hay que dar publicidad a las iniciativas del gobernante, para así “ser considerado excelente”. Y lanzar “grandes empresas”.
Maquiavelo pone el ejemplo de Fernando de Aragón, rey de España, que asaltó Granada y culminó la reconquista sobre los moros, expulsó a musulmanes y judíos, invadió el norte de África, Italia y Francia. Mantuvo siempre ocupados en tales afanes a los barones de Castilla, mientras nutría con dineros de la Iglesia y de los pueblos sus ejércitos. “Ninguna cosa hace estimar tanto a un príncipe, cuanto lo hacen las grandes empresas y el dar de sí ejemplos fuera de lo común” (Maquiavelo, 1997, p. 104). Hay un listado de proyectos anunciados por Nayib Bukele que podrían considerarse del rango maquiaveliano de “grandes empresas”: el Tren del Pacífico, el Aeropuerto de La Unión, Bitcoin City. Otras, asimismo de impacto, ya operativas como el Hospital El Salvador o el Hospital Nacional Veterinario. También proyectos diseñados, financiados y construidos por la República Popular China: la nueva Biblioteca Nacional, en el corazón de la capital, o el nuevo Estadio en terrenos que tenía la Escuela Militar. En el nivel municipal, la recuperación de la calle Rubén Darío de ventas informales y la inauguración del mercado Hula Hula, como parte de un ambicioso proyecto de revitalización del centro histórico de San Salvador, que aun siendo iniciativa de la alcaldía de la ciudad capital la población tiende a atribuirlo al impulso del gobierno de Bukele.
Para mantener la reputación y la legitimidad debe estimular “algo parecido a una guerra”, pues para Maquiavelo “el poder siempre es, en cierto modo, guerra” (Villacañas Berlanga, 2014, p. 29). Este estilo de practicar la política como un tensionamiento permanente, resulta muy contemporáneo. Las maras, que de ser un fenómeno de subcultura juvenil se fueron convirtiendo en el principal problema delincuencial y de violencia del país desde el inicio de la posguerra, han dado ocasión para que el caudillo pueda lanzar su particular “guerra contra las pandillas”. Con el régimen de excepción que ha permitido encarcelar a más de 40 mil presuntos pandilleros en tres meses, el gobierno ha conseguido lo que no pudo con el Plan Control Territorial: empezar a erradicar las pandillas del país, quitarles control de barrios, cantones y territorios. No sin sobresaturar las cárceles y de incurrir en toda una serie de abusos, ampliamente denunciados a nivel nacional e internacional.
El propio presidente admite que podría estarse dando captura de inocentes, pero minimiza su importancia: “pudiera haber tal vez un 1% como margen de error”. Voces opositoras elevan este porcentaje a quizás un 10%. La valoración que se haga depende de la perspectiva. La cifra que ha propuesto Bukele se traduce en 400 inocentes llevados presos, que es una cantidad considerable de situaciones de injusticia. Ésta asciende a 4 mil injustamente capturados si aceptamos el cálculo de los sectores críticos al gobierno. El grueso de la población, no obstante, aplaude y apoya las duras medidas adoptadas, esperanzada en que puedan significar la luz al final del túnel. Incluso con las previsiones más desfavorables, de un 10% de errores, significaría considerar que nueve de cada diez capturados con el régimen de excepción son efectiva mente pandilleros: es juzgado como aceptable por los ciudadanos más afectados por los crímenes atroces de las maras. La percepción en lo inmediato, al decir de mucha gente, es que “por fin se está haciendo algo” para resolver este grave flagelo. Habrá que ver cuál será la situación real en el mediano y el largo plazo.
Debe tomarse en cuenta la apreciación que hace el filósofo Althusser: “El arte de gobernar es el arte del fingimiento, es la capacidad de producir efectos de opinión controlados” (Althusser, 2004, p. 66). Conviene al príncipe nuevo, adoptar la figura de “líder con cierta aura mesiánica, redentora”. El riesgo que se corre resulta bastante obvio: que, por esa vía, como se advierte desde la academia, pueda surgir un tirano (Abad, 2008, p. 127). Sería ése el precio a pagar, alegarán algunos, cuando la historia coloca al estadista en situaciones extremas, como por ejemplo las que cita Althusser (que fue defensor en su momento de la figura de Stalin) en su estudio sobre Maquiavelo: “cuando de lo que se trata es de fundar una república, mantener el Estado, organizar un ejército o gobernar un reino” (Althusser, 2004, p. 80).
En definitiva, podemos concluir, el problema que se planteó Maquiavelo en el siglo XVI sigue interpelándonos e incitándonos a la reflexión en la presente centuria: “cómo construir un Estado fuerte y duradero, que sea sostén para una sociedad justa y habitable (Abad, 2008, p. 194).
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Notas
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