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Los años fundacionales del Colegio Ward y la construcción de una educación para las elites
The founding years of Ward College and the construction of an education for the elites
Revista IRICE, núm. 48, e2056, 2025
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Artículos libres

Revista IRICE
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
ISSN-e: 2618-4052
Periodicidad: Frecuencia continua
núm. 48, e2056, 2025

Recepción: 03 abril 2025

Aprobación: 10 julio 2025

Cómo citar: Orbuch, I. (2025). Los años fundacionales del Colegio Ward y la construcción de una educación para las elites. Revista IRICE, 48, e2056. https://doi.org/10.35305/revistairice.vi48.2056

Resumen: El presente artículo procura examinar los primeros años de vida del Colegio Ward, una institución educativa privada que se instaló en Argentina en el año 1913. La apologética historia oficial de la entidad cuenta que fue creado merced a una donación efectuada por el ciudadano estadounidense George Ward, en homenaje a su madre, quien murió mientras él se encontraba en viaje de turismo en Buenos Aires. Por el contrario, a lo largo de la investigación quedará claro que su fundación tuvo más que ver con una trama recreada al menos un siglo antes y con los intentos educativos de diversas congregaciones religiosas. Cabe señalar que, en las primeras décadas del siglo XX, se produjo un vertiginoso avance en el proceso de democratización de la sociedad argentina. En ese sentido, el sistema de educación privado se erigió como un refugio por parte de las elites, y dentro de ese circuito educativo es que podemos ubicar al Colegio Ward, que en sus iniciales años de vida osciló entre diversos edificios de Capital Federal hasta su radicación definitiva en el Gran Buenos Aires. La historia de la institución puede rastrearse a través de fuentes oficiales, tales como publicaciones estudiantiles y folletos destinados a captar potenciales interesados en su proyecto educativo.

Palabras clave: Colegio Ward, educación privada, publicaciones estudiantiles, Buenos Aires.

Abstract: This article examines the early years of Colegio Ward, a private educational institution established in Argentina in 1913. The official apologetic history of the institution states that it was created thanks to a donation made by American citizen George Ward in honor of his mother, who died while he was on a tourist trip to Buenos Aires. On the contrary, throughout the investigation it will become clear that its founding had more to do with a plot recreated at least a century earlier and with the educational efforts of various religious congregations. It should be noted that, in the first decades of the 20th century, there was a dizzying advance in the process of democratization of Argentine society. In this sense, the private education system became a refuge for the elites, and it is within this educational framework that we can locate Colegio Ward, which in its early years oscillated between various buildings in the Federal Capital until its definitive settlement in Greater Buenos Aires. The institution's history can be traced through official sources such as student publications and brochures intended to attract potential students interested in its educational project.

Keywords: Ward School, private education, student publications, Buenos Aires.

Introducción

La historia oficial del Colegio Ward narra que la institución fue erigida en 1913 mediante una donación efectuada por el ciudadano estadounidense George Ward, en homenaje al amor que sentía por su difunta madre y al lugar prioritario que la educación ocupaba entre los intereses de aquella. Puede afirmarse, en línea con lo expuesto por Nussbaum (2014), que ciertas emociones como el amor son el sustento de los principios que rigen la vida de las personas. En efecto, para que estos puedan llevarse a cabo, el compromiso social constituye un aspecto nodal, y la contribución de Georges Ward representa una evidencia palmaria de lo expuesto.

En sus primeros años de vida, el establecimiento educativo se ubicó en diversos edificios de las zonas de Flores y Caballito, en la entonces Capital Federal. Cabe mencionar que, en las primeras décadas del siglo XX, se produjo un vertiginoso avance en el proceso de democratización de la sociedad argentina, que tuvo su correlato en la sanción de la Ley Saénz Peña, en el año 1912, la cual determinó la expansión del sufragio para todos los varones mayores de 18 años. En respuesta a estos cambios, Fuentes (2011) sostiene que el sistema de educación privado se erigió como un refugio por parte de las elites. Dentro de este circuito educativo puede encontrarse una heterogénea red de escuelas privadas pertenecientes a comunidades extranjeras (Bjerg, 2017; Serrao, 2021; Silveira, 2018), las cuales eran religiosas o laicas (Silveira, 2019). El Colegio Ward formó parte de esta red, puesto que fue pergeñado para educar a los hijos de estadounidenses que vivían en el país, por lo que pronto obtuvo relevancia social, dado el lugar que ocupa Estados Unidos en el imaginario colectivo como un país próspero y ejemplo a seguir (Nolte, 2007). Incluso varias personas nacidas en Estados Unidos desempeñaron cargos directivos, y existía una junta asesora con sede en el país de América del Norte, si bien la Junta Directiva estaba radicada en Buenos Aires (Orbuch, 2022). Un abordaje de las características que presentan las escuelas de elite en Argentina será parte del presente artículo, a fin de comprender las peculiaridades del Colegio Ward.

Es menester aclarar que la historia del citado establecimiento educativo puede rastrearse a través de numerosas publicaciones creadas por la misma institución; por tanto, es necesario acercarse a ellas con recaudos metodológicos. Levi (1993) considera que estas fuentes son, en esencia, parciales y falsas, y que solamente pueden brindarnos ciertos indicios a la hora de encarar una investigación histórica. En una línea argumental semejante, Le Goff (1991) plantea que los documentos son la expresión de tensiones de poder existentes en el pasado, por lo que no son objetivos e inocentes.

Los años fundacionales del Colegio Ward pueden circunscribirse al lapso que media entre 1913, año de su fundación, y 1933, momento en el que se radica definitivamente en el partido bonaerense de Morón. En el transcurso de estas dos décadas se produce una serie de acontecimientos claves para la institución, a los que prestaremos atención, tales como la adquisición de inmuebles para su funcionamiento, la creación del Departamento de Inglés, la fundación de una revista estudiantil, la incorporación a la enseñanza oficial y su mudanza al edificio que aún hoy, casi 100 años después, ocupa. En virtud de lo expuesto, el propósito de este trabajo será analizar en perspectiva histórica aquellos años iniciáticos de la citada institución, que jalonaron una identidad particular que intentaremos contribuir a develar.

Educar para las elites

Desde una mirada sociológica, Mosca (2002) analizó como las elites procuran organizarse y vincularse entre sí con la finalidad de mantener sus posiciones de poder en el ámbito de la dirección política y económica. Por su parte, Pareto (1991) indagó sobre la circulación y reproducción de estos grupos. Los sectores sociales que integran las elites combinan cuatro tipos de atributos: capital económico, visible en las posesiones; capital social, plasmado en las relaciones interpersonales; capital simbólico, es decir, la posesión de status, un apellido de alcurnia y prestigio; y capital cultural, incorporado, objetivado o institucionalizado (Pinçon & Pinçon Charlot, 2010).

Los modos en que estas elites acceden y mantienen sus preeminentes posiciones se vinculan con las estrategias y recursos que los individuos utilizan para preservar su status, así como para concentrar el poder (Moya & Hernández, 2014). Bourdieu y Passeron (2006) demuestran que las instituciones escolares, lejos de otorgar posibilidades igualitarias, ponen en funcionamiento “la elección de los elegidos”. Las elites adquieren su status a través de elementos simbólicos, expresados en la representación socialmente compartida de su alta posición en la sociedad (Van Dijt, 1993). Este grupo construye, reelabora y negocia los criterios de pertenencia, las fronteras de clase y los fundamentos que legitiman sus posiciones de preeminencia. En suma, se trata de la construcción social de las posiciones de privilegio (Gessaghi, 2010).

Losada (2008, 2009, 2012) analiza la composición social de las elites nacionales, así como sus prácticas sociales e identidades, varias de las cuales se desarrollan en la escuela, dado que esta opera como un microcosmos de lo social (Kaplan & Szapu, 2020). La elección escolar se torna relevante, ya que es la expresión del interjuego entre la historia biográfica de los individuos, la historia de sus familias y las posibilidades concretas de decisión en un mercado de opciones fuertemente fragmentado y desigual (Tiramonti & Ziegler, 2008). Las instituciones educativas despliegan estrategias a fin de captar un tipo de estudiante esperado, cuestión visible en las escuelas a las que concurren los sectores sociales privilegiados (Di Piero, 2022).

La matriz que operó en la educación secundaria argentina respondió a un modelo de selección por exclusión (Montes & Ziegler, 2012; Tiramonti & Ziegler, 2008). Esta perspectiva pone en entredicho la promesa que el sistema educativo nacional formuló históricamente, y que hacía referencia a que la escolarización era la garante de la igualdad de oportunidades y de movilidad social para toda la ciudadanía (Tiramonti, 2004). Gessaghi y Méndez (2020) diferencian los colegios de elite en Argentina considerando si son privados o públicos. En el primer caso, se busca reforzar los mecanismos del privilegio a través de hacer de la antigüedad el principio oculto de las jerarquías de poder, poniendo a la vez obstáculos a los recién llegados. En el segundo caso, el esfuerzo ligado a los méritos académicos se constituye en lo moralmente distintivo.

Recuperando los aportes de Gessaghi (2016), puede afirmarse que “más que aprender determinados contenidos o consumos culturales, los alumnos de los colegios de elite parecen aprender a estar cómodos entre ciertos gustos y sensibilidades” (p. 130). En esa dirección, naturalidad y moderación frente a todo tipo de experiencias cotidianas es lo que se adquiere y vivencia en estas instituciones (Di Piero, 2022). Consideramos que el Colegio Ward puede inscribirse en el conjunto de estas entidades.

Orígenes del Colegio Ward

Esta institución tuvo como una de sus peculiares distinciones el hecho de ser un ámbito educativo religioso de filiación cristiana protestante en una región predominantemente católica. Empero, esto no constituía una novedad en la Argentina de las primeras décadas del siglo pasado. Por caso, el maestro y predicador evangélico Diego Thomson fue investido el 17 de agosto de 1819 por el Cabildo como Director General de Escuelas, con el fin de crear y dirigir la primera escuela lancasteriana en el territorio de lo que años después llamaríamos Argentina. Cabe señalar que este individuo era representante de la Sociedad Bíblica Inglesa y tenía como principal objetivo difundir la lectura del texto sagrado en las escuelas lancasterianas de la región. Pese a las prevenciones que tanto un influyente sector de la sociedad como el propio Thomson tenían respecto al hecho de profesar una religión diferente a la adoptada por la mayoría, el predicador pudo trabajar con libertad (Narodowsky, 1994), e incluso el Cabildo le otorgó la Carta de Ciudadanía.

El desarrollo de la educación protestante fue en aumento. Hacia fines del siglo XIX existían 23 escuelas metodistas (Bonanno, 1963), y la más importante de ellas estaba situada en la ciudad santafesina de Rosario. Importantes sectores de la comunidad protestante, radicados en Buenos Aires y en otros lugares del continente, consideraban necesaria la creación de una institución amplia, que recibiera alumnas y alumnos tanto estadounidenses como argentinos.

En este punto, la visión laudatoria que proviene de las filas de la propia institución exalta las figuras de la ciudadana nacida en Estados Unidos, Nancy Gracey de Ward, y la del representante de la Iglesia Metodista Episcopal con asiento en Buenos Aires, el Obispo Homer Stuntz. Ambas personalidades –la primera por su batallar constante en pos de la educación de todas las personas, y el segundo por haber concebido desde hacía décadas la idea de crear un establecimiento educacional en Buenos Aires– fueron decisivas para la erección del futuro Colegio. Se aprecia cómo las emociones, que parecen desarrollarse en el ámbito de lo privado, se resignifican mediante un imaginario colectivo (Ahmed, 2015), en este caso, la idea de la educación como un aporte para la construcción de una sociedad pacífica en los momentos previos al estallido de la Primera Guerra Mundial, conflagración que tuvo en la institución consecuencias duraderas. De hecho, educar para la paz fue un lema continuo. En efecto, años después se llevó a cabo un concurso literario llamado Pax Orbis, en el que la consigna era realizar escritos sobre la necesidad de crear un mundo en el que prevalezca la paz (Orbuch, 2023).

El plan de construir un colegio se aceleró cuando, el 12 de octubre de 1912, se produjo el deceso de Nancy Gracey de Ward. Fue entonces cuando su hijo, George Ward, “recibió la noticia de su fallecimiento mientras se encontraba visitando la ciudad de Buenos Aires desde el año anterior en calidad de turista” (Colegio Ward, 1938, p. 23). Cabe señalar que el turismo no era aún una actividad frecuente y se encontraba reservada a ciertos sectores de elite que se destacaban en sus negocios y solían viajar para incrementar los mismos. Ese era el caso de Ward, quien era un destacado industrial. De ese modo, se puso en contacto con Stuntz y fue entonces cuando se propuso “perpetuar la memoria de la madre y cristalizar así los anhelos largamente acariciados por los metodistas” (Bonanno, 1963, p. 46). Para ello, reunió el dinero necesario para erigir el nuevo establecimiento educacional. Sus intenciones quedaron plasmadas en una declaración ante la Junta Metodista que planteaba que:

El señor George Ward, de la ciudad de New York, ha propuesto contribuir con 25 mil dólares para la fundación de una escuela cristiana para jóvenes en Buenos Aires, Argentina, a ser conocida como Colegio Ward de Comercio y Finanzas, en homenaje a su madre fallecida en Sewicley, Pensilvania, el 12 de octubre de 1912, mientras él estaba en la ciudad de Buenos Aires. (Bonanno, 1963, p. 46)

A su vez, contó con los auspicios de los miembros de la Junta de Misiones Extranjeras de la Iglesia Metodista Episcopal, principalmente de aquella situada en Nueva York. En consecuencia, la influencia de la cultura estadounidense sobre el devenir de la institución será central, tanto en lo concerniente a lo organizativo como en aquello vinculado con los contenidos educativos. Para dar cuenta de esta cuestión, cabe señalar que los cursos se dictaban en castellano y en inglés.

En sus años iniciáticos, la institución abrió sus puertas en noviembre de 1913, en una casa quinta alquilada situada en la calle Lautaro 824, en el porteño barrio de Flores, que en ese entonces se encontraba escasamente poblado y urbanizado. La dirección, de forma interina, estuvo a cargo del profesor Demetrio Acosta.


Figura 1
Portada prospecto Instituto Ward
Fuente: Colegio Ward (1914).

Desde sus orígenes, el Ward lanzó folletos publicitarios para atraer nuevo alumnado. El primero de ellos, editado por la Imprenta Metodista, sita en la calle Junín 976 –en una zona de la ciudad donde se encuentran numerosas facultades–, salió a la luz en el año 1914. Contaba con 31 páginas en las cuales se informaba, de modo detallado, acerca del funcionamiento de la institución. En su primer año de vida, el Colegio contaba con cinco docentes: tres varones y dos mujeres. Estos eran Melchor Otamendi, Horacio Holman, Felipe Beretta, la señora Raquel C. de Ogden y la señorita Leonor Le Hurey.

En el prospecto pueden leerse, asimismo, los propósitos fundacionales orientados a crear un establecimiento que educara bajo valores cristianos y con el objetivo de preparar a la juventud para desempeñarse en cargos comerciales y casas bancarias, “a la manera que lo hacen colegios de tal índole en Estados Unidos, donde los educandos son colocados bajo una rígida disciplina de trabajo y egresan idóneos para el desempeño de su cometido” (Colegio Ward, 1914, p. 4) en cualquier ámbito laboral.

Consciente de sus limitaciones edilicias, y del carácter coyuntural de estas, el folleto plantea que, si bien su apertura fue modesta, durante los futuros años buscará ser incorporado a la enseñanza oficial, tanto en el Colegio Nacional como en la Escuela de Comercio. En 1914, la enseñanza proporcionada se basaba en dos modalidades: el curso preparatorio y la rama comercial. Además, se dictarían cursos de idiomas, música, pintura y dibujo, entre otros. El Colegio funcionaba como un internado, que con posterioridad –y de forma irónica– sería llamado “jaula de oro” (Orbuch, 2023), ubicado “en una amplia casa quinta, con jardines y las comodidades exigidas por la higiene moderna, con abundante aire y luz, con alimentación sana y vida de familia” (Colegio Ward, 1914, p. 6).

Cabe señalar que, en estos momentos iniciales de la institución, los alumnos eran únicamente varones. Por su parte, los horarios de estos se encontraban rigurosamente estipulados. Por ejemplo, en una jornada habitual, las clases se desarrollaban de 8:30 a 11:30 y de 14:00 a 16:00. El almuerzo era a las 12:00 y la cena a las 19:00. A las 16:00 se servía el té, y entre las 16.30 y las 19:00 se combinaban el recreo, la gimnasia y el estudio. Por último, entre las 20.30 y las 21.30 era el momento de estudiar antes de irse a dormir. El lema para los alumnos, mientras cursaban sus estudios, era “trabajar seriamente y sin cesar” (Colegio Ward, 1923, p. 11).

El reglamento publicado en las páginas del folleto da cuenta de lo importante que era la disciplina para los fundadores de la institución. Sus nueve puntos resultan ilustrativos de lo aseverado.

1: La primera condición que el Instituto exigirá de sus pupilos será la observancia del debido respeto a su Director y a sus profesores.

2: Guardar siempre la corrección que corresponde a un joven bien educado.

3: Asistir con puntualidad a las clases y a todos los actos del establecimiento, en lo que guardaran atención y buena conducta.

4: El alumno que de intento rompiere o deteriorare útiles del establecimiento o ajenos, los repondrá por su cuenta.

5: Corresponde a cada pupila la más estricta observancia de aseo de su cuerpo, ropa y útiles.

6: Sin autorización de la Dirección, ningún pupilo podrá alejarse del establecimiento.

7: Los sábados por la tarde no habrá clases, y se dedicarán para excursiones y diversos deportes.

8: Los pupilos podrán salir a paseo por turnos, los domingos y días de fiesta, después de los ejercicios devocionales, en compañía de algún profesor o de sus padres o tutores, a solicitud, regresando al Instituto antes de las 9.30 pm.

9: Se consideran días feriados, únicamente aquellos decretados por el Superior Gobierno. (Colegio Ward, 1914, p. 8)

Su permanencia en el edificio de la calle Lautaro se extendió por apenas un año, ya que luego se trasladó a una casa alquilada en la Avenida Rivadavia 5026, casi esquina Acoyte, en el barrio de Caballito. Este nuevo sitio era mucho más amplio, estaba mejor conectado con el resto de la ciudad y contaba con un espacioso jardín. Entre los años 1914 y 1917, la dirección estuvo a cargo del Profesor Frank Beck.

El prospecto de 1916 brinda información sobre la vida escolar en este nuevo edificio. Por caso, la cantidad de docentes pasó de cuatro a nueve, e incluso se especifica la asignatura que cada uno de ellos dictaba. El mencionado Director Beck era el profesor de Ciencias Comerciales; su esposa, Bessie D. de Beck, era la docente a cargo del Departamento de Inglés. Demetrio Acosta era el profesor de Historia y Geografía; Augusto Kiehl, de Matemáticas y Francés; Bonifacio Ferreira Borjas, de Castellano e Ildefonso Guzmán, de Ciencias Naturales. Lina Prichard se desempeñaba como profesora en el Departamento de Inglés, y Margery Robson era la docente del Kindergarten. Carlos Ehlers era el profesor de Educación Física, y Lucy Ford, el ama de llaves. Otra de las novedades respecto del plantel profesoral de 1914 la constituía la incorporación de Félix Liceaga como médico de la institución.

Es importante destacar que algunos de los docentes señalados estaban vinculados a la Iglesia Metodista. Por caso, Augusto Kiehl había sido pastor de la Iglesia Evangélica Metodista de Lanús, mientras que Ferreira Borjas cumplió el mismo rol en la ciudad de Dolores. Por su parte, el médico pediatra Félix Liceaga se desempeñó, con posterioridad, como vocal y vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, y se vinculó políticamente al sector yrigoyenista de la Unión Cívica Radical, ostentando el cargo de diputado nacional entre los años 1946 y 1948.

La inauguración del Departamento de Inglés fue otro de los grandes logros de aquellos primeros años de vida institucional y se encontraba compuesto, en 1915, por 6 alumnos: John Alley, Bailey Caroll, Arligton Clark, Maurice Schuman y los hermanos John y Horace Field (Bonanno, 1963, p. 51). Allí, las clases se dictaban únicamente en el mencionado idioma, con la única excepción de una hora destinada a la enseñanza del castellano. Esta dependencia comprendía un Jardín de Infantes y una Escuela Primaria, con equivalencias admitidas en las escuelas estadounidenses. A su vez, el Colegio Comercial consistía en un curso más corto de tres años, que complementaba el ciclo de cinco correspondiente al plan de estudios del Colegio Comercial del Sur.

El ingreso al sistema de enseñanza oficial se produjo el 2 de noviembre del año 1919, cuando la institución se incorporó, en sus tres primeros años, al Colegio Nacional Juan Martín de Pueyrredón. Los dos últimos años se añadieron el 29 de diciembre de 1921. En ambos casos, se trató de autorizaciones oficiales emanadas del Consejo Nacional de Educación y el Ministerio de Instrucción Pública. Por cierto, esta era una demanda efectuada por “elementos muy distinguidos de la sociedad argentina” (Colegio Ward, 1923, p. 4), quienes procuraban que el Colegio Ward formara parte de la enseñanza oficial. El orgullo institucional generado por esta decisión puede leerse en uno de los folletos, donde se menciona que el Colegio Ward “es uno de los pocos colegios particulares autorizados por el Superior Gobierno” (Colegio Ward, 1933a, p. 12). Bonanno (1963) sostiene que este fue un proceso tortuoso, puesto que las autoridades del Consejo Nacional de Educación eran reacias a incorporar una institución de origen extranjero y dirigida por extranjeros. Incluso hubo una primera inspección que resultó negativa. Silveira (2018) plantea que la incorporación de instituciones como el Ward debe entenderse en el contexto de la extensión del poder centralizador, que procuraba controlar los establecimientos privados.


Figura 2
Puerta del edificio de la Avenida Rivadavia 5026
Fuente: Colegio Ward (1916).

Ya en 1917, merced a su poderío económico, la institución pudo adquirir un inmueble situado en Avenida Rivadavia 6100, en el límite entre los barrios de Flores y Caballito, en Capital Federal. En ese edificio se hicieron ampliaciones, construyéndose dormitorios para 25 pupilos. Como se señaló, el sistema de alumnos pupilos, destinado a familias pudientes, era una de las peculiaridades del Colegio Ward.

Cuando comenzaron las clases en el nuevo edificio, asumió la dirección el Profesor Henry Holmes, ocupando el puesto de directora técnica, Emma Day, quien fuera la primera docente mujer de la institución.

A partir del año 1920, quien tomó las riendas fue Fred Aden. Será su gestión sumamente prolífica en realizaciones, pero en especial se la recordará por la adquisición del nuevo inmueble sito en el partido de Morón, a muy pocas cuadras de la estación de tren de Ramos Mejía, perteneciente al municipio de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires. Este cambio jurisdiccional tuvo un impacto en la vida institucional. En primer lugar, se temió por la pérdida en la cantidad de inscriptos, motivo por el cual se alquiló un ómnibus para trasladar al alumnado. Este vehículo recorría zonas como Martínez, Olivos, Belgrano, Palermo, Colegiales, entre otros sitios. Además, en los prospectos comerciales se hizo referencia a la eficiencia del ferrocarril para unir rápidamente la estación de Once con la de Ramos Mejía. Asimismo, la compra de las 7 hectáreas en las que se instaló el Colegio Ward permitió establecer semejanzas con el estilo de los campus estadounidenses, con abundantes espacios verdes (Colegio Ward, 1932).

A la puerta misma de la ciudad en el lado oeste y a poca distancia de la estación del tren eléctrico, el nuevo local gozará del aire y los beneficios del campo sin desligarse de las ventajas y comodidades de la ciudad, puesto que el excelente servicio eléctrico nos deja a sólo unos veinte minutos del centro de la Capital. (Colegio Ward, 1933a, p. 4)

Por último, aunque se incrementaron significativamente las comodidades y actividades, los precios de las cuotas no experimentaron variaciones para el ciclo lectivo del año 1933, el primero en Ramos Mejía.

El aumento de la matrícula escolar será otro signo distintivo de la gestión de Aden pasando, por ejemplo, de 50 estudiantes en 1920 a 270 en 1923. Cabe mencionar que la modalidad comercial aceptaba la inscripción de alumnas, mientras que el Colegio Nacional recién lo haría en 1933.

Revistas estudiantiles de la institución para consolidar la identidad wardense

Como parte de su ideario institucional, el Ward se caracterizó por propiciar una rica vida cultural. Ello se expresó en la existencia de diversas publicaciones, entre las que podemos hallar The International, Vida Estudiantil y el Boletín Informativo, editado por la Sociedad de Exalumnos del Colegio Ward. En este sentido, es importante mencionar que los periódicos escolares constituyen fuentes de interés, puesto que brindan un panorama de conjunto de los ámbitos escolares y juveniles. Permiten “reconocer representaciones, intereses, gustos y preferencias de ambos universos escolares” (Finocchio, 2013, p. 8).

Uno de los mayores obstáculos para la labor investigativa radica en la dificultad para acceder a las publicaciones estudiantiles, ya que son pocas las revistas de las que sabemos su existencia hoy día, dado que rara vez esas fuentes fueron preservadas como objetos de memoria (Camara Bastos & de Freitas Hermel, 2015). Esta cuestión se torna visible tanto en lo que refiere a la conservación de revistas estudiantiles como a la de documentos que permitan pensar, escribir e interpelar la historia de la educación (Orbuch, 2020).

Hernández Díaz (2015) menciona que estas revistas realizan una relevante contribución al mejor conocimiento del patrimonio histórico educativo, dado que se introducen en los intersticios de la cotidianeidad escolar. Con la finalidad de resaltar el impacto cultural de este tipo de publicaciones, Bustelo (2015) da cuenta de la gran creación de revistas estudiantiles, tanto en el nivel secundario como en el universitario, en el período contemporáneo a la Reforma Universitaria de 1918. Estas fueron parte de un grupo de prácticas, ideas y redes que serán centrales para la formación del estudiantado como un nuevo actor de la moderna sociedad de masas que comenzaba a despuntar en los albores del nuevo siglo.

En el caso de la revista The International del Colegio Ward, cabe señalar que fue creada en los primeros años de vida de la institución, en 1918, por estudiantes secundarios de la escuela incentivados por docentes y directivos. En su portada se encontraba el lema de la publicación: “The International tratará de reflejar fielmente el espíritu del Colegio Ward, es decir de una juventud estudiantil que siente y piensa como tal” (Colegio Ward, 1918, p 3). Puede apreciarse que se trata de un claro mensaje al estudiantado, que pregona la virtud de un ser humano cargado de buenos, sanos y morales valores.

Según la autoreivindicadora historia narrada por el propio periódico escolar, en el año 1918, el Dr. Fred Aden –basándose en su experiencia de vida, puesto que había ejercido el periodismo escolar en Estados Unidos– planteó que el Colegio “dé a luz lo que será una de sus más caras gestaciones: una prensa estudiantil” (Colegio Ward, 1918, p. 20). De ese modo, compartió su idea con un grupo de alumnos y alumnas, quienes conformaron un cuerpo redactor que inició la tarea de compilar datos, noticias y anécdotas de las vicisitudes cotidianas del Colegio, haciendo eje en lo afectivo, demostrando su relevancia en la escena educativa contemporánea (Abramowski, 2019).

Rupert Coates, integrante del grupo editor y estudiante de origen extranjero, fue el encargado de pasar el material en una máquina de escribir. Fue así como, el 26 de abril de 1918, The International apareció por primera vez y un mes más tarde lo hizo de forma impresa.

El propósito de este folletín escolar es el de dar informes sobre las actividades y progresos del Colegio. Es costumbre en todas las escuelas norteamericanas, tener unas páginas donde poder publicar los pasos de la vida escolar o noticias que sean de interés e instrucción para el alumno. Esto es lo que deseamos hacer nosotros. La finalidad primordial es manifestar el ambiente social y las actividades internas del Colegio. Habrá reportajes sobre los torneos atléticos y demás deportes, movimientos literarios, programas de debates, líricas, etc. Se incluirán noticias del internado y de la actuación del cuerpo docente. También servirá este, para hacer conocer el Colegio en las diferentes parroquias de la capital y del interior. (Colegio Ward, 1918, p. 21)

Se aprecia que el peso de las tradiciones desempeñó un papel central en la publicación de esta revista. Asimismo, esta se distribuía entre las familias de los estudiantes, docentes y personal del Colegio; también en los distintos negocios que pautaban publicidad y se enviaban varios ejemplares al exterior, principalmente a iglesias que apoyaban el trabajo realizado en el Ward, así como a misioneros y exalumnos que deseaban seguir vinculados con la entidad. Cabe mencionar que el apoyo del cuerpo directivo se mantuvo constante desde su fundación siendo parte del orgullo y de la identidad de la institución (Orbuch, 2023). Así, en 1949 el director Fred Aden sostenía que la revista había crecido tanto que se había transformado en:

una de las mejores tradiciones del Colegio Ward. Si existe otra revista estudiantil en la Argentina con una historia tan larga y notable, no la conozco. Hace algunos años fui invitado a hablar en un Congreso Argentino de Publicaciones Estudiantiles, y en la exhibición no pude encontrar nada que igualara a la nuestra. (Colegio Ward, 1949, p. 10)

Esta diferencia se correspondía con el apoyo que importantes empresas nacionales e internacionales prestaban a la publicación, dado que en muchas de ellas los padres de las y los alumnos se desempeñaban en cargos gerenciales. Una de esas empresas era la petrolera Esso, que en todos los números relevados contaba con una página de publicidad. La aerolínea Panamerican, Yerba Mate Taragüi y Frávega –una importante casa de electrodomésticos– eran otros de los anunciantes frecuentes. Asimismo, numerosos negocios de la zona –entre los que se encontraban inmobiliarias, farmacias, confiterías y sanatorios–, en su mayoría propiedad de parientes de los alumnos, dan cuenta del poderío económico de las familias que decidían mandar a sus hijos a la citada institución.

Respecto a la organización de la revista, The International contaba con un Consejo Directivo compuesto por cuatro personas que desempeñaban los roles de director, vicedirector, consejero y administrador. También integraban el equipo redactores, correctores, fotógrafos, mecanógrafos, dibujantes y encargados del área de publicidad.

En lo concerniente al contenido, en sus páginas pueden apreciarse las numerosas actividades realizadas en el Colegio, tanto en el nivel primario como en el secundario, siendo mucho más amplio el espacio para las desarrolladas por este último nivel. Es menester señalar que todas esas actividades estaban reglamentadas por las distintas subcomisiones conformadas por los alumnos. En el nivel primario pueden citarse a las subcomisiones de cultura, de prensa, de orden y de deportes. En el nivel secundario pueden nombrarse a las subcomisiones de cultura, de orientación, del internado, de cinematografía, de deportes y el Cosmopolitan Club, compuesto íntegramente por estudiantes extranjeros. Como se señaló, The International no era la única publicación de la institución, aunque sí la más destacada. Por caso, la Comisión de Prensa del Centro de Estudiantes Secundarios del Colegio Ward editaba de forma mensual el periódico Vida Estudiantil. Sus ocho páginas en blanco y negro estaban acompañadas por algunos pocos avisos publicitarios de comercios sitos en su totalidad en Capital Federal. En su interior podía leerse la dinámica institucional, así como la participación de representantes en diversos campeonatos intercolegiales. La Sociedad de Exalumnos editaba un Boletín Informativo. Precisamente, la existencia de esta publicación es indicativa de la relevancia de lo simbólico y del peso de las tradiciones en la institución. El pasquín, de solamente 4 páginas, solía registrar las actividades realizadas los sábados, día en el que la Comisión Directiva de la Sociedad de Exalumnos había conseguido autorización por parte de la conducción del Colegio para hacer uso de las canchas e instalaciones, sin interferir en las actividades de los alumnos realizadas durante la semana (Orbuch, 2023).

Conclusiones

Como se ha apreciado, existieron una serie de cuestiones que dejaron en claro el carácter elitista de la institución. La constitución de un Departamento de Inglés formó parte de estas intenciones, puesto que la enseñanza de idiomas era vista por parte de las elites como una condición imprescindible para la formación de sus vástagos (Dussel, 1997). La adquisición de edificios fue otra de estas demostraciones, ya que permitía ver, entre otras cosas, el poderío y la creciente importancia institucional.

En este sentido, cabe señalar que la inauguración del nuevo edificio, en el año 1933, coincidió con la conmemoración del vigésimo aniversario de la institución. El predio contaba con instalaciones amplias y se encontraba dotado de campos deportivos. Para la comunidad educativa del Colegio Ward, el acceso a variadas actividades culturales y deportivas contribuyó a reforzar identidades, “proponiendo experiencias del mundo moderno y abriendo a nuevos sentidos expansivos en las percepciones del tiempo y del espacio” (Kriger, 2021, p. 3). En aquella ocasión, se contó con la presencia del entonces primer mandatario de facto, Agustín Justo, y la visita del embajador de Estados Unidos, Alexander Wedell, quienes legitimaron con su asistencia el lugar protagónico que la institución comenzaba a ostentar en el sistema educativo argentino (Colegio Ward, 1933b).

Reforzando lo expuesto, en el año 1936, y con motivo de la visita del presidente estadounidense Franklin Roosevelt, el mandatario se dirigió a los estudiantes del Colegio Ward en los jardines de la embajada situada en Palermo. Años más tarde, en ocasión de cumplirse las bodas de plata de la institución, el propio Roosevelt escribió una misiva de puño y letra.

Por su parte, la construcción de una identidad wardense fue otro de los aspectos que atravesaron este periodo inicial. La fundación de la Sociedad de Exalumnos en el año 1922, apenas nueve años después de la creación del Colegio, jugó un rol central en este sentido. Del mismo modo, la aparición de diversas publicaciones –entre las que se destacó la revista The International–, fue impulsada con un fuerte apoyo institucional, pero también de la comunidad educativa y del entorno barrial.

La fundación de la institución, presentada en la versión oficial como un tributo a una madre cariñosa y abnegada, en verdad se inscribió en una trama que contaba, al menos, con un siglo de existencia. En efecto, la educación religiosa, tal como se buscó implementar en el Colegio Ward, reconocía antecedentes históricos. Asimismo, el rol de las comunidades extranjeras fue nodal para llevar a cabo esta propuesta educativa. Las fuentes revisadas permiten verificar, de forma recurrente, la relevancia de la cultura estadounidense y el deseo de contar con un colegio que no solo reprodujera sus particularidades, sino que también funcionara como un puente cultural entre dos naciones interpretadas como lejanas y competitivas.

Un recorrido por la historia del Colegio Ward permite dar cuenta del modo en que se construyen no sólo las instituciones, sino también las identidades y los sentidos de pertenencia.

En suma, adentrarse en los años fundacionales de una institución privada, religiosa y orientada tempranamente a los sectores de elite es también una invitación a conocer más sobre la historia social y política de la educación argentina.

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Contribución de las/os autoras/es (CRediT)




1- Administración del proyecto; 2- Adquisición de fondos; 3- Análisis formal; 4- Conceptualización; 5- Curaduría de datos; 6- Escritura – revisión/edición; 7- Investigación; 8- Metodología; 9- Recursos; 10- Redacción – borrador original; 11- Software; 12- Supervisión; 13- Validación; 14- Visualización.

Notas de autor

* Doctor en Educación por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Investigador Adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas con sede en el Instituto de Educación de la Universidad Nacional de Hurlingham (CONICET-UNAHUR).

Información adicional

Cómo citar: Orbuch, I. (2025). Los años fundacionales del Colegio Ward y la construcción de una educación para las elites. Revista IRICE, 48, e2056. https://doi.org/10.35305/revistairice.vi48.2056



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