Resumen: El presente artículo trata de vincular las políticas migratorias de Estados Unidos y de México con la narrativa desarrollada por Michel Foucault. Se muestra cómo el racismo es el eje sobre el cual el Estado de biopoder ejerce sus pretensiones y sus efectos de poder sobre los cuerpos y sobre la vida. Así, la actual racionalidad política pasa por el manejo del cuerpo viviente de las personas, su salud y su espacialidad. Este principio llega hasta la función homicida del Estado. Dos acontecimientos ocurridos en la frontera de Chihuahua lo demuestran.
Palabras clave: migrante,control,Foucault,frontera,racismo.
Abstract: This article tries to link the immigration policies of the United States and Mexico with the narrative developed by Michel Foucault. It shows how racism is the axis on which the State of biopower exercises its claims and its effects of power on bodies and on life. Thus, the current political rationality goes through the management of the living body of people, their health, and their spatiality. This principle extends to the homicidal function of the State. Two events that occurred on the Chihuahua border demonstrate this.
Keywords: migrant, control, Foucault, border, racism.
Artículos de Investigación
El control espacial del migrante en la frontera de Chihuahua
The spatial control of migrants on the Chihuahua border
Recepción: 19 Abril 2023
Aprobación: 18 Agosto 2023
En la mañana del sábado 3 de agosto del 2019, Patrick Crusius entró en el supermercado Walmart Cielo Vista en la ciudad fronteriza de El Paso, Texas (conurbada con Ciudad Juárez, Chihuahua), y disparó a todos los que identificó como hispanos, 22 personas murieron, muchos más fueron hospitalizados. Veinte minutos antes de iniciar esta masacre, el tirador subió un manifiesto a la página 8chan.[1] En dicho documento, titulado The inconvenient Truth, se anuncia que “este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas”. El seudoargumento es una crítica a los migrantes, de los cuales dice: “Si podemos deshacernos de suficientes, entonces nuestra forma de vida puede ser más sustentable”.[2]
Definitivamente hay muchas maneras de contar esta historia. He optado por contar lo que sucedió de un modo descriptivo, pues no me motiva emitir un juicio, ni hacer una valoración en términos éticos. Tampoco propongo una solución. Sé que tal vez no sea la manera más interesante de enterarse de esta singular historia, pero importa porque son cosas que le pasaron a mucha gente. Así, con la presente comunicación busco analizar el racismo de nuestros días, a la luz de la obra de Michel Foucault. Como es sabido, este pensador francés impartió una serie de cursos en el Collège de France, desde enero de 1971 hasta su muerte en junio de 1984.[3] La cátedra fue titulada Historia de los sistemas del pensamiento. Dentro de este marco académico, en 1975 presentó el curso Les anormaux (Focault, 2006),[4] con el objetivo de estudiar y articular los diferentes elementos que, en la historia de Occidente, permitieron la formación del concepto de anormalidad en el siglo xix. Cabe señalar que este curso resultará muy pertinente para desentrañar los “fundamentos filosóficos” del racismo que pone en juego la vida de los migrantes.
Es claro entonces que este ensayo pretende contribuir al análisis de las acciones entorno al fenómeno de la migración, ello a partir de la aplicación del pensamiento de Foucault. Argumentaré que los discursos que hablan del sujeto migrante generalmente lo hacen en los términos en los que en el siglo xix se entendía al sujeto anormal. Las referencias de índole médicas son un ejemplo de este proceso. Asimismo, al examinar los dispositivos empleados para el control espacial de los migrantes, veremos que el concepto “anormal” está enmarcado en las políticas migratorias, tanto de México como de los Estados Unidos. Políticas que hacen que el migrante viva entre la exclusión del leproso y la inclusión del apestado.
Para este fin debemos recordar que tanto Finis Terrae; como Berlín este y oeste; Jerusalén y Belén; las trece colonias americanas y el oeste; Ciudad Juárez y El Paso; hablan de una dialéctica del adentro y el afuera.[5] Hablan de límites y de un espacio que invariablemente forma parte de dos entes disimiles entre sí. Este espacio dividido es la frontera, donde por lo menos uno de los dos espacios que la conforman ve al otro como inferior, pues la simple oposición geométrica no puede permanecer tranquila, y la oposición se tiñe de hostilidad. Convirtiendo a la línea que existe entre ambos en punto de contacto entre la barbarie y la civilización; por ejemplo, en Finis Terrae se reflejaba la agresividad de la naturaleza fantástica en contraposición a la civilización y el orden; en un lado de Berlín, la riqueza y la libertad, del otro lado la escasez y el control; pobreza y violencia en Ciudad Juárez vs seguridad y oportunidades en El Paso; seguridad y prosperidad en Jerusalén frente al terrorismo y la marginación en Belén; la civilización y la cultura de un lado y en el opuesto la barbarie. Lo interesante de esas diferencias es que provoca en unos el deseo de cruzar la frontera, y en otros el empeño de alejarlos; generándose un conflicto entre quienes intentan apropiarse de un bien, y quienes lo dificultan por una repulsa a ser contaminados.
Es cierto que hoy en día existen muchas fronteras entre estados nacionales, pero hay una muy particular; porque además es la frontera entre Latinoamérica y lo que aún se considera el país más poderoso del mundo, me refiero al límite entre los Estados Unidos y México. Dicha frontera está marcada por su orientación cardinal: norte-sur; la cual, de acuerdo con Octavio Paz (Tiempo nublado, 1998), tiene una significación especial, ya que la dualidad norte-sur se refiere a la oposición de modos de vida y sensibilidad. Y a pesar de que los mapas mienten (Galeano, 2009), pues el mundo no tiene norte, ni sur; ni arriba, ni abajo; la geografía oficial ha generado esas dos sensibilidades.
Así, en el tiempo que corre actualmente, esas dos sensibilidades han provocado diferentes políticas migratorias, fundadas en una mentalidad de control de los individuos basada en la condición higiénica de la vida. Se trata del poder apelando al miedo y a la repulsa de unos individuos hacia otros. En efecto, los discursos actuales entorno a los migrantes se han construido incrustándoles contenidos negativos, en términos de lo médico, la higiene pública y la seguridad. Es la combinación del racismo interno, llamado también neorracismo, que va contra los anormales y el racismo tradicional de tipo étnico (Foucault, 2006). De tal suerte que en el siglo xxi vemos conectarse el racismo del siglo xix con el del siglo xx.
De esta manera, en este ensayo se examinará la estructura relacional del sujeto migrante presentado tanto en los discursos oficiales de los gobiernos de México y los Estados Unidos como en los discursos de campaña de Donald Trump, con los discursos surgidos a propósito de los anormales. Haré esto, siguiendo una lectura de Foucault, para finalmente tratar de aproximarnos a los conceptos que subyacen en las políticas migratorias de México y Estados Unidos durante las administraciones de Trump y Biden (en el país del norte), y en la de López Obrador (en la nación del sur). Aderezándole a todo ello su relación con el manifiesto del terrorista racial que atacó a hispanos en El Paso, Texas.
En la fase final de la obra Los anormales, es decir, la que corresponde a la clase del 19 de marzo, Foucault plantea que en el siglo xix la noción de degeneración, a partir del análisis de la herencia, dio lugar a un racismo, pero no un racismo cualquiera, sino uno muy particular, un racismo diferente al étnico, tradicional o histórico. Así se expresa:
… es el racismo contra el anormal, contra los individuos que, portadores de un estado, de un estigma o de un defecto cualquiera, pueden transmitir a sus herederos, de la manera más aleatoria, las consecuencias imprevisibles del mal que llevan consigo o, más bien, de lo no-normal que llevan consigo. Es, por lo tanto, un racismo que no tendrá por función tanto la prevención o la defensa de un grupo contra otro como la detección, en el interior mismo de un grupo, de todos los que pueden ser portadores efectivos del peligro. Racismo interno, racismo que permite filtrar a todos los individuos dentro de una sociedad dada. Desde luego, entre ese racismo y el racismo tradicional, que en Occidente era esencialmente el antisemita, pronto hubo toda una serie de interferencias, pero sin que nunca hubiera, justamente antes del nazismo, una organización efectiva muy coherente de ambas formas (…) El nuevo racismo, el neorracismo, el que es característico del siglo xx como medio de defensa interna de una sociedad contra sus anormales, nace de la psiquiatría, y el nazismo no hace otra cosa que conectarlo con el racismo étnico que era endémico en el siglo xix. (Foucault, 2006, pp. 294-295)
En estos términos se puede advertir que, a semejanza del nazismo, hoy en día asistimos a la reactivación de los restos de las teorías abolidas de la degeneración tanto de Morel, como de Magnan. En Estados Unidos este racismo cuenta con una defensa popular, que no científica, pero con un alto alcance de difusión, pues ha encontrado en la presidencia misma un portavoz. Así, los discursos del jefe de la administración federal (2017-2021) hablan de mecanismos de defensa contra los migrantes, argumentando un peligro eminente. De tal suerte que, a la pregunta de si ¿el migrante es un individuo peligroso? Trump responde constantemente que sí, más adelante daremos cuenta detallada de ello. Por el momento, baste señalar que, en un sentido completamente preciso, el expresidente norteamericano caracteriza a los migrantes, sobre todo a los hispanos, como anormales. Y en esos términos, les pide a sus ciudadanos, especie de ciudadanos-soldados, que funcionen o sirvan esencialmente como defensa social, o como diría Foucault para retomar los términos del siglo xix, se les pide que vayan en pos de la “caza de los degenerados” (Foucault, 2006, p. 295). Ya que desde esta perspectiva el degenerado es el portador del peligro. Más adelante veremos que el presidente (2017-2021) lo dice muy claro en sus arengas: los migrantes mexicanos son violadores, asesinos, etcétera.
Esta figura que sugiero de los ciudadanos-soldados, caza migrantes, se ve ejemplificada en los grupos de autodefensa de la frontera estadounidense, los llamados minuteman, pero también tiene otras manifestaciones como los ciudadanos blancos que reportan al ICE[6] a sus vecinos indocumentados de origen hispano; o mediante el voto electoral que le otorgan a los candidatos blancos racistas; o en una última instancia también se encuentra en individuos como Patrick Crusius, que llevan a su significado más artero el concepto de caza.
Ahora bien, el discurso racista es en esencia un discurso geográfico, que justifica las fronteras y da pauta al discurso del nacionalismo, el cual pretende construir una identidad. En este caso, el poder supremacista blanco, ejemplificado con Trump, está construyendo individuos, pues según la hipótesis de Foucault, el individuo no es algo sobre lo que se ejerce y abate el poder: “El individuo es el producto de una relación de poder que se ejerce sobre los cuerpos, las multiplicidades, los movimientos, los deseos, las fuerzas” (Foucault, 2010, p. 619). De esta suerte, los procedimientos de vigilancia, el registro de los individuos y el cerco de la frontera, no son más que el punto de partida, ya que el objetivo final es la formación del ciudadano soldado, no un hombre universal, sino uno con determinación nacional. Se está hablando entonces de una figura del encierro. Y así, tal vez el muro de Trump no sea tanto para evitar la entrada de los anómalos-migrantes, sino la salida de los ciudadanos de su marco de referencia, una metáfora del control y del encierro al que les somete la administración, para que no se salgan del guacal, para que no se salgan de la norma.[7]
Pero volvamos a la conceptualización de Foucault. Es en la década de los setenta que los conceptos de norma y normalización adquieren un lugar preponderante en las investigaciones de este pensador francés. Precisamente en esta época Foucault usa por primera vez la noción de biopolítica, ello en la conferencia titulada “El nacimiento de la medicina social” (1974), donde asevera que la medicina moderna es una medicina social, que funciona mediante una tecnología sobre el cuerpo (Foucault, 1999, pp. 363-384). Y en este punto, considero que no es gratuito que en esas mismas fechas (la investigación de Los anormales también data de 1974) Foucault esté analizando la biopolítica y a los anormales; en este sentido, es reveladora la exposición de Foucault:
el capitalismo que se desarrolló a finales del siglo xviii y comienzos del xix, socializó un primer objeto, que fue el cuerpo, en función de la fuerza productiva, de la fuerza de trabajo. El control de la sociedad sobre los individuos no se operó simplemente a través de la conciencia o de la ideología, sino que se ejerció en el cuerpo, y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica. (Foucault, 2010, p. 365-366)
Lo estimulante aquí es el vínculo que se establece entre el surgimiento del biopoder y la constitución de los sujetos anómalos en la narrativa desarrollada por Foucault. De esta suerte, el racismo (contra lo anormal y contra lo étnico) se convirtió en el eje sobre el cual el Estado de biopoder ejerce sus pretensiones y sus efectos de poder. El poder es el poder sobre los cuerpos y sobre la vida. Así, la racionalidad política de los Estados modernos pasa por el manejo del cuerpo viviente de las personas, su salud y su espacialidad. Este principio llega hasta la función homicida del Estado, ya que como interpreta Foucault, la modalidad del biopoder del Estado solo puede asegurarse por el racismo. Y esta inscripción del racismo en el Estado del biopoder se ha transformado de la guerra de los pueblos a la situación de unidades biológicas contra sus “contaminadores y amenazas”.
A fin de cuentas el racismo normaliza y banaliza el ataque hacia los que se sospecha amenazan la salud social. En este sentido, el racismo invariablemente transita por medicalizar a los sujetos. A partir de este reconocimiento, voy a dar tres breves ejemplos de los discursos con los que se presenta a los migrantes. El primero corresponde al discurso del entonces aspirante presidencial, hoy expresidente (nuevamente empeñado en ocupar el despacho oval) a que la nota del 16 de junio del 2015, Univisión tituló: “Trump califica a inmigrantes mexicanos de ‘violadores’ y ‘criminales’”. Y así dice la nota:
El polémico magnate estadounidense anunció este martes que “oficialmente” competirá para llegar a la Casa Blanca (…). Y en su discurso, de corte nacionalista, ha arremetido contra los inmigrantes mexicanos: “Cuando México envía su gente, no envían a los mejores. Envían gente que tienen muchos problemas”. Según el magnate, los inmigrantes mexicanos “traen drogas, crimen, son violadores y, supongo que algunos, son buenas personas”. En su alocución, no solo se ha referido a la inmigración proveniente de México, sino que ha añadido que “nos están enviando no a la mejor gente y llegan de más allá de México”. (Univisión, 2016)
El segundo ejemplo es una nota de CNN del 11 de marzo del año 2019, titulada: “Más de 2,000 personas en custodia de ICE están en cuarentena por enfermedades contagiosas” (retomada por diversos medios de comunicación, entre ellos el periódico chihuahuense El Diario de Ciudad Juárez). Lo citaré en toda su extensión:
Más de 2 mil personas en custodia del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos se encuentran en cuarentena en medio de un brote de paperas y otras enfermedades. El número de inmigrantes bajo custodia con enfermedades contagiosas se ha disparado en el último año. “A partir del 7 de marzo de 2019, hubo un total de 2 mil 287 detenidos por exposición a un detenido con una condición contagiosa”, dijo el portavoz de ICE Brendan Raedy en una declaración. En los últimos doce meses se han realizado investigaciones de salud en 51 centros de detención de ICE por paperas, varicela e influenza.
“Los migrantes viajan al norte desde países donde la pobreza y la enfermedad son cada vez más numerosas (…). Es posible que muchas personas que encontramos nunca hayan visto a un médico, recibido vacunas o hayan vivido en condiciones sanitarias. Los cuartos cerrados en trenes y autobuses pueden acelerar la propagación de enfermedades contagiosas”, dijo el comisionado de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos, CBP, Kevin McAleenan, durante el testimonio ante el Congreso la semana pasada. En diciembre, la CBP ordenó revisiones médicas secundarias de todos los niños, luego de que dos niños guatemaltecos murieran después de estar bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza.[8] (Sands et al., 2019)
El tercer ejemplo corresponde a la nota del 2 de mayo del 2019, escrita por Bernardo Islas de El Diario de Chihuahua, titulada: “Más de 700 enfermos en grupos migrantes: Secretaría de Salud”. Y a continuación unos fragmentos de la nota surgida de la declaración de autoridades mexicanas:
Un total de 712 migrantes que se encuentran en el estado han padecido o padecen una enfermedad desde que arribaron a la entidad, las cuáles han sido atendidas por el sector salud, informó el doctor Gumaro Barrios Gallegos, subdirector de Epidemiología de la Secretaría de Salud Estatal. Las enfermedades que padecen los migrantes son infecciones respiratorias con 514 casos, enfermedades diarreicas 79, dermatológicas 47, hipertensión arterial 43, infecciones en vías urinarias 18, diabetes 7 y últimamente 4 casos de varicela, confirmó Barrios Gallegos.
(…) Recalcó que estuvieron monitoreando a haitianos, debido que podrían traer cólera, sin embargo los pocos que han entrado al país se encuentran libres de este padecimiento, por lo que habitantes de México y sobre todo Chihuahua pueden estar tranquilos. (Islas, 2019)
Como puede observarse en estos discursos, y en muchos otros, los migrantes son presentados como asesinos, violadores, potencialmente infectos, enfermos y peligrosos. Lo que médica y judicialmente da la pauta para una política de control determinada. Obsérvese cómo los discursos giran en torno a una relación migrante-enfermedad, y por ende migrante-peligrosidad. Desde estas construcciones discursivas, la biopolítica se apropia de los cuerpos de los migrantes. Además se apoya en dispositifs de control identificables. ¿Pero cuáles son esas técnicas de control? Foucault identificó en la clase del 15 de enero de 1975[9] que Occidente ha tenido dos grandes modelos para el control de los individuos: el primero corresponde a la exclusión del leproso; y el segundo a la inclusión del apestado. Desde luego, cada uno de ellos desarrolló una dinámica específica.
Traigo a colación estas ideas del curso de Los anormales (Foucault, 2006), porque quiero argumentar que la obra de Foucault es relevante en nuestro contexto actual precisamente porque puede ayudarnos a entender el trato que se les está dando hoy en día a los migrantes. Así, en el caso que nos atañe, de manera visible e invisible se erige una línea sobre la frontera de México y Estados Unidos que marca los límites de casi todo, entre ellos, los procedimientos de atención a los migrantes. De tal suerte, observo que la política migratoria de los Estados Unidos se rige principalmente por la dinámica de la exclusión del leproso, mientras que la política migratoria de México se corresponde de manera preponderante con el modelo de la inclusión del apestado. Pero vayamos por partes. Como todo mundo sabe, en la Edad Media se consolidó un fenómeno propio del arte de gobernar, que tuvo un protagonismo indudable en todos los ámbitos de la sociedad: me refiero a la exclusión de los leprosos. Práctica surgida efectivamente en la Edad Media, pero que pervive hoy en día. ¿Si visualizan la lepra? Es esta enfermedad que parece se fuera comiendo las extremidades de los que la padecen, pierden los dedos de las manos, los pies, la nariz, etcétera.
Para que las cosas estén claras, voy a dar una breve descripción de lo que supone la parafernalia de la exclusión de la lepra, de la cual da cuenta Michel Foucault. En primer lugar, hay que decir que era una práctica social que implicaba, una distancia, reglas de no contacto entre un individuo y otro, o entre un grupo de individuos y otros; además había que expulsar a los individuos señalados, es decir, enfermos, fuera de la comunidad “sana”, llevarlos más allá de las murallas de la ciudad, lo que en última instancia provoca la conformación de dos grupos ajenos unos de otros. Cabe señalar que la exclusión del leproso implicaba una descalificación moral, jurídica y política, de esos individuos excluidos y expulsados.
Se trataba de una práctica social de exclusión y de rechazo de un grupo sobre otro. En términos bachelardianos, con el modelo de expulsión de los leprosos lo que se pretende es purificar a la comunidad (Bachelard, 2005). Y a pesar de que esta actividad finalmente desapareció, en general, a comienzos del xviii, aún en la actualidad se practica en el ejercicio del poder sobre los locos, los enfermos, los criminales, los pobres, y de manera encarnizada sobre los migrantes, pues considero que son estos últimos quienes son descalificados, excluidos y expulsados en razón de una impuridad, una mancha, una anomalía.
Para tratar de ver esta práctica en el contexto de los migrantes actuales, baste ver que mientras que en la Edad Media a los individuos que padecían la enfermedad de la lepra se les expulsaba de la comunidad, y se les mandaba lejos, más allá de las murallas, a comunidades aisladas, donde vivían solamente leprosos. Proceso que, si lo comparamos con los individuos que ahora padecen la necesidad de migrar al norte, se iguala en varios sentidos, pues la política migratoria estadounidense también manda a los migrantes a zonas aisladas, fuera de sus comunidades urbanas, a campos de concentración, que no de exterminio en los términos del nazismo, pero sin lugar a dudas campos de concentración, preponderantemente a las afueras de todo, y de ser posible más allá de la muralla por excelencia, los envía al otro lado del muro, a México.[10]
Todos estos mecanismos de poder se ejercen sobre los migrantes como efectos de exclusión, descalificación, exilio, rechazo, privación, negación, desconocimiento; es decir, todo el arsenal de conceptos negativos. Como se puede observar, esta práctica o modelo de la exclusión del leproso es efectivamente un modelo activo, aún en nuestra sociedad. En todo caso, cuando los Estados Unidos inició la gran cacería de los migrantes, a estos se les sanciona ya sea con la expulsión del país o bien con el confinamiento en los centros de concentración.
No obstante, esta no es la única forma histórica de control de los individuos. Pues, por otro lado, tenemos el control con base en el modelo de la inclusión del apestado. Dicha práctica implica un cambio, pues ya no se manda a los individuos anómalos a un mundo afuera, más allá de la comunidad, sino en este caso, se trata de una “integración” diferenciada. Bajo una temporalidad y revisión específica, se controla y cataloga a los individuos; baste recordar cómo se ponía en cuarentena una ciudad en el momento en que se declaraba la peste en ella.
Dentro de las técnicas de control del apestado, se destaca el inventario y el registro de los individuos, pues “Sus nombres se inscribían en una serie de registros.” (Foucault, 2006, p. 53). En esta dinámica, lo que se producía era una línea divisoria, una contabilidad del debe y el haber de lo humano, ya que se catalogaba de manera dicotómica a los individuos. En ese momento se clasificaba a los individuos entre quienes estaban enfermos y quienes no lo estaban. Asunto, este último, que se asemeja a cómo los agentes de migración mexicanos y las organizaciones tanto religiosas como civiles llevan en la actualidad el registro de los migrantes. Hay que destacar que en el sur, es decir, en México, muchos de los migrantes tienen que pasar una temporada en los centros de atención que se localizan en las comunidades mexicanas, ahí mismo dentro de las zonas urbanas. Por ejemplo, en el Gimnasio de Bachilleres del Parque Central en Ciudad Juárez, o en la Casa del Migrante, ubicada en la misma ciudad, en una colonia altamente poblada llamada Satélite. En estos lugares pasan una especie de periodo de “observación”, mientras se determina su estatus migratorio; se les registra para darles un permiso temporal en México o se les inscribe en las listas de espera para ser atendidos o recibidos por los agentes norteamericanos.[11] Cabe señalar que, aunque en teoría los migrantes están integrados a las comunidades mexicanas, pues se les deja transitar libremente por las calles y las zonas de esparcimiento de los ciudadanos mexicanos, terminan no integrándose unos con otros, ya que permean en la sociedad mexicana los discursos en torno a la peligrosidad de aquellos. Aun compartiendo el mismo espacio, los migrantes en México viven la inclusión, pero la inclusión del apestado, pues en definitiva para los ciudadanos mexicanos los migrantes son individuos apestados, ya que en la lógica popular está la idea de que “por algo salieron de sus países” y “por algo no los quieren del otro lado del muro”.
En los discursos políticos y gubernamentales de México se asevera (o aseveraba, pues la idea no se sustenta ya) que los centros de atención a migrantes que se encuentran en Ciudad Juárez, como en el resto del país, son de puertas abiertas. Dicen que los migrantes pueden salir y entrar a su antojo. Sin embargo, a los centros del Instituto Nacional de Migración no acuden las personas migrantes por voluntad propia (salvo escasas excepciones). Más que centros de atención operan como centros de detención dentro de las zonas urbanas. Por tal motivo, ellos rehúyen los controles oficiales.
Así, en términos prácticos, el control espacial del migrante en México requiere una observación cercana y al mismo tiempo distante, en tanto que el control espacial del migrante en Estados Unidos exige, al igual que la lepra, una distancia definitiva. Para Estados Unidos se trata de una purificación, y para México de un intento de maximizar la salud, la vida, la longevidad, y la fuerza de los individuos. De esta manera, me parece que estos mecanismos inicialmente tienen por objeto la salud, pero también son los modelos con los cuales se va a analizar a todos los individuos para conocer si están dentro de la norma. En definitiva, se trata de un elemento a partir del cual puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio del poder.
Esta diferenciación de las políticas migratorias entre México y los Estados Unidos también tiene su correspondencia y su narrativa histórica en las actitudes fundacionales del catolicismo hispánico y del protestantismo inglés. Pues mientras la actitud racial de los fundadores españoles es inclusiva, la de los ingleses es exclusiva, como bien señala Octavio Paz (1998):
En la primera las nociones de conquista y dominación están aliadas a las de conversión y absorción; en la segunda, conquista y dominación no implica la conversión del vencido sino su separación. Una sociedad inclusiva, fundada en el doble principio de la dominación y la conversión, tenía que ser jerárquica, centralista y respetuosa de las particularidades de cada grupo: estricta división de clases y grupos (…). Una sociedad exclusiva tenía que separase de los nativos, sea por la exclusión física o el exterminio; una comunidad una asociación de hombres puros y aparte de los otros (p. 151).
En la historia de México y en la de Estados Unidos de Norteamérica está inscrito, respectivamente, el origen ideológico de la situación actual del control espacial de los migrantes. En la coyuntura actual, el racismo ha permitido contemplar el cotidiano linchamiento discursivo hacia los migrantes, bajo la sospecha de amenaza a la salud del cuerpo social de estos países. Analizar los discursos y las políticas migratorias actuales, permitirá entender cómo nuestras ideas llegaron a ser lo que son. Incluso pudiéramos trazar los vasos comunicantes entre los discursos que anormalizan a los migrantes con los fatídicos actos ocurridos en El Paso, Texas.
Tanto la violencia verbal hacia los migrantes, tratándolos de violadores, asesinos, enfermos y de very bad people,[12] como las políticas de campos de concentración, muros y el no prestarles servicios de vacunación, a pesar de que varios niños han muerto bajo la custodia de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP), ésta emitió un comunicado el 20 de agosto de 2019, donde anuncia: “debido al corto plazo de la naturaleza de la tenencia de CBP y las complejidades de operar programas de vacunación, ni la CBP ni sus contratistas médicos administran vacunas a quienes están bajo nuestra custodia” (Cohen y Bonifield, 2019). Incluso el que mueran bajo el resguardo de las autoridades norteamericanas propicia lógicas discursivas como las de Patrick Crusius. Bajo esta óptica, que ve a los migrantes como una amenaza en términos médicos, y como una invasión en el sentido espacial, la función del Estado es la de garantizar y proteger la vida de sus ciudadanos, la puridad debe ser salvada, incluso activando la fase homicida del Estado. A las muertes en el río Bravo, en los desiertos o en camiones abandonados,[13] hay que sumarle las muertes de las personas capturadas (cazadas) y en custodia de los agentes de migración; el que no se les permita bañarse, que no reciban vacunas o una atención médica adecuada, habla de una serie de tecnologías de la muerte. El Estado deja morir a esos “anómalos”, y el expresidente de ese Estado sonríe cuando en un mitin de su campaña pregunta: but how do you stop these people? Y un asistente le responde y grita: shoot them (Rivas, 2019; Rieger; 2019).
Ante estas posiciones, nos encontramos con una narrativa de Estado que quiere administrar la vida como respuesta a la demanda social de protegerse de sus enemigos biológicos. Un Estado que funciona en la modalidad del biopoder y que asume como objetivo máximo el proteger y asegurar la vida de una “sociedad-especie”, ejecuta estrategias mortales contra miembros de su propio entorno o contra migrantes infiltrados que amenazan el “sano” desarrollo de su cuerpo social. Como interpreta Foucault, la modalidad del biopoder del Estado solo puede asegurarse mediante el racismo.
No está de más observar, que el racismo funciona estableciendo jerarquías en una población determinada. Así, de lo que se trata es de clasificar a la población en razas, buenas o malas, sanas o infectas, incluso bellas o feas, y dicha división otorga al biopoder estatal la capacidad y el criterio de separación y de determinación de quien debe vivir y a quien debe dejar morir. Dentro de esta arquitectura de poder, la muerte de las razas malas, de los degenerados o anormales es por el bien de una vida más sana.
Por otro lado, también hay que analizar el lenguaje militar que ha utilizado Trump para referirse a los migrantes. Por ejemplo, el portal factba.se contabilizó que, desde octubre del 2018 hasta el día del ataque contra hispanos en El Paso, el presidente (No. 45) había utilizado 32 veces la palabra invasion para referirse a los mexicanos y centroamericanos.[14] Asunto que llamó la atención debido a que esa misma palabra es usada en varias ocasiones en el texto[15] atribuido al tirador de El Paso, para referirse a los hispanos en Texas. En este contexto, vale la pena retomar la postura foucaltiana, en cuanto a que las metáforas espaciales son el síntoma de un pensamiento estratégico, combativo, que considera al espacio del discurso como terreno y encrucijada de prácticas políticas (Foucault, 2010). En consecuencia, mientras se hable de “amenazas”, de “invasión”, y de “infectos”, se corre el riesgo de exaltar a individuos como Patrick Crusius, que adoptan ideas racistas a instancias de una defensa social, ligan a un “grupo racial” con las caracterizaciones de los sujetos anormales. En este sentido, me parece que atestiguamos la presencia de un vaso comunicante con el modelo de la exclusión del leproso, pues de acuerdo con el texto del tirador de El Paso, parece que el problema para él no es la existencia de hispanos en otras latitudes, pues lo que no soporta es que los hispanos se encuentren dentro de las zonas urbanas de su país, mezclándose con los blancos “originarios”. En resumen, hablamos de violencia ejercida sobre ciudadanos racializados previamente de manera discursiva.
Mediante discursos y normas de origen sanitario los gobiernos de México y Estados Unidos generan dispositivos de control sobre los cuerpos de las personas basados en determinismos raciales y migratorios. Por ejemplo, las administraciones de Trump y Biden[16] utilizaron el Título 42 para expulsar a las personas en situación migrante.
En los primeros días de la pandemia de coronavirus, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) emitieron una orden de salud pública —exactamente el 20 de marzo de 2020— que según los funcionarios tenía como objetivo detener la propagación del covid-19. La orden permitía a las autoridades expulsar rápidamente a los migrantes en las fronteras terrestres de EE.UU. Bajo el Título 42, la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP, por sus siglas en inglés) prohíbe la entrada de ciertas personas que potencialmente representan un riesgo para la salud. (Shoichet, 2023)
El fenómeno migratorio al que me he referido es uno muy particular: la migración internacional[17] de las nombradas caravanas, las cuales se caracterizan por estar conformadas preponderantemente por migrantes pobres, y por gente no blanca, y si acaso hay gente blanca, son blancos de países no europeos, la mayoría hispanos. También me interesa apuntar que en nuestra era capitalista la utilidad también interviene en este fenómeno, si bien es cierto que no es integrando a los migrantes como fuerza laboral, sino que el beneficio está en otra parte, un tanto velado. En este caso, el beneficio es en primera instancia político y mediático, pero también económico, ya que mediante estos discursos y las demás técnicas del poder señaladas anteriormente, se logra el billonario redireccionamiento de recursos para la construcción y mantenimiento de los campos de concentración, la construcción del muro o reja fronteriza, el movimiento de elementos de patrulla fronteriza y de la milicia, y finalmente la rentabilidad política, que permite ganar elecciones y mantenerse en el poder, con todo lo que económicamente ello supone.
Es claro que las teorías para entender la migración son complejas (Gómez, 2010), asunto que no es de extrañar debido a los múltiples factores que la componen, “quizá la mayor dificultad del estudio de la migración sea su extremada diversidad en cuanto a formas, tipos, procesos, actores, motivaciones, contextos socioeconómicos y culturales, etc.” (Arango, 2000, pp. 45-46). Aun así, no hay que olvidar que la migración es una actividad inherente a la vida del ser humano, pues le ha acompañado a lo largo de toda la historia. La conformación de los pueblos en todas épocas ha obedecido al movimiento de los hombres. Es por ello que el tratamiento físico y discursivo que actualmente se les da a los migrantes, no es un tema baladí.
En el fondo, lo que trato de mostrar es que estos discursos recientes sobre el migrante, que parecen chiflados, tienen su genealogía histórica, y que aún hoy en día los encontramos en actividad. Es evidente que estos discursos nos están contando una historia, cuyos personajes migrantes son caracterizados en términos negativos, tanto médicos como de toda índole. Las células narrativas están estructuradas entorno a la supuesta peligrosidad de un grupo racial respecto a otro. Esta historia hace de los migrantes una ficción política, cuya prosa no es un drama ni una comedia, es ante todo una novela de terror, que parece no tener fin.
Es por ello que el propósito de este texto es realizar una reflexión crítica del control espacial del migrante, y describir cómo el migrante captado por las políticas migratorias no sigue siendo un sujeto indiferente entregado a los parámetros de las estadísticas. El migrante no es un concepto inerte. El espacio habitado por el migrante trasciende el espacio geográfico. Así, a los pobres adverbios de lugar: el aquí y el allá, se les da poderes de determinación ontológica. En conclusión, la frontera despierta en nosotros dos direcciones contrapuestas, y así, el espacio no es más que un horrible afuera-adentro, en la cartografía del sujeto migrante. Y aunque en la actualidad la ciencia no cataloga a un migrante como un anormal, esto es solo en teoría, porque, considero que tanto en la praxis de la vida cotidiana como en las políticas de Estado, el racismo ha hecho de estos postulados toda una normativa social. Basta con ver cómo hoy en día se caza y mata a los migrantes.
Como colofón de esta historia tenemos lo sucedido la tarde del 27 de marzo de 2023, cuando autoridades mexicanas persiguieron y atraparon a migrantes en las calles de Ciudad Juárez, Chihuahua, para luego encerrarlos en las instalaciones del Instituto Nacional de Migración, donde murieron 40 hombres debido a que no pudieron huir del incendio que consumió esa área del inmueble. Durante la noche del 27 de marzo fue palpable que, al encerrar bajo llave a los migrantes, el biopoder del Estado mexicano determinó quién debía vivir y a quién se debía dejar morir.[18]
Una última pregunta: ¿Acaso se ha iniciado un holocausto migrante?