Cambios y transformaciones en las familias latinoamericanas
Padres en la adolescencia en la pobreza urbana de Montevideo: una mirada desde el concepto de ética sexual*
Parents in adolescence in the urban poverty in Montevideo: A look from the concept of sexual ethics
Revista Latinoamericana de Estudios de Familia
Universidad de Caldas, Colombia
ISSN: 2145-6445
ISSN-e: 2215-8758
Periodicidad: Semestral
vol. 15, núm. 1, 2023
Recepción: 01 Marzo 2022
Aprobación: 04 Octubre 2022
Resumen: La investigación, de carácter exploratorio, tuvo como objetivo abordar e identificar algunos de los aspectos que asumen las experiencias de la paternidad en la adolescencia pobre. La estrategia metodológica fue de índole cualitativa y amparada en la aplicación de testimonios de vida a padres y madres adolescentes y entrevistas a agentes profesionales insertos en diversos programas sociales que abordan el tema. La investigación rescata a Foucault (1986) que otorga al ejercicio de la sexualidad la capacidad de constitución de un sujeto que a través de la sexualidad se constituye como tal y logra darle un sentido estético (estilo) a su vida. Algunos de los hallazgos indican que la ética sexual que rige a estos padres se asocia, en general, a masculinidades hegemónicas en diversos grados de pureza conceptual. La centralidad del trabajo, como elemento ordenador profundo de la vida, se asocia a ciertas dosis de flexibilidad de la masculinidad hegemónica.
Palabras clave: Paternidades, adolescencia, pobreza, género, familias, ética sexual.
Abstract: This research, of an exploratory nature, aimed at addressing and identifying some of the aspects assumed by the experiences of paternity in poor adolescence contexts. The methodological strategy was of a qualitative nature and supported by the application of life testimonies to adolescent fathers and mothers, and interviews with professional agents inserted in various social programs that address the issue. The research rescues Foucault (1986) who grants the exercise of sexuality the ability to form a subject who, through sexuality constitutes himself as such and manages to give an aesthetic meaning (style) to his life. Some of the findings indicate that the sexual ethics that governs these parents is associated, in general, with hegemonic masculinities in different degrees of conceptual purity. The centrality of work, as a deep organizing element of life, is associated with certain doses of flexibility of hegemonic masculinity.
Keywords: Paternity, adolescence, poverty, gender, families, sexual ethics.
Introducción
Foucault de diversas formas expresa su preocupación sobre la forma en que devenimos sujetos, cómo llegamos a objetivarnos en lo que somos. Encontró así a las relaciones de poder como elemento fundamental en la construcción del yo, de la subjetividad humana.
Historia de la sexualidad, especialmente en su segundo y tercer tomo (Foucault, 1985, 1986), será la obra en la que profundiza la genealogía de las relaciones de poder y las técnicas a partir de la cuales se construye y construyó la subjetividad humana. Foucault (2001), en su texto La hermenéutica del sujeto, presenta de manera general lo que ha entendido una técnica sustantiva de autoconstrucción del ser, esto es, el cuidado de sí asociado a la sentencia délfica “Conócete a ti mismo” y expresado por la inquietud de sí (Foucault, 1987).
“La inquietud de sí, por lo tanto, va a considerarse como el momento del primer despertar. Se sitúa exactamente en el momento en que abren los ojos, salimos del sueño y tenemos acceso a la primerísima luz” (Foucault, 2001, p. 23). Esta etapa ética, que el propio autor así la denomina (Foucault, 1985, p. 35), expresa una preocupación por sí mismo, que implica el conocerse, asistirse y construir un propio régimen moral (de Amorim y Bueno, 2014).
La inquietud de sí mismo es una especie de aguijón que debe clavarse allí, en la carne de los hombres, que debe hincarse en su existencia y es un principio de agitación, un principio de movimiento, un principio de desasosiego permanente a lo largo de toda la vida. (Foucault, 2001, p. 24)
No debe pensarse la ética foucaultiana como una racionalidad de tipo normativo. Es, por el contrario, una serie de prácticas que, al cultivar la relación del sujeto con sí mismo, promueven la existencia, verdad y subjetividad. Esto es, la verdad que el sujeto construye a partir de sí mismo, la verdad de sí mismo (Sosa, 2010).
A lo largo de la historia, Foucault demuestra en las obras citadas cómo el ser humano fue alejándose de aquel mandato de “Conócete a ti mismo”, por diversos procesos a partir de los cuales la verdad sobre el sujeto comienza a elaborarse a partir de criterios técnicos y de verdad científica desde diversos dispositivos disciplinarios.1
Intentaremos abordar así la paternidad adolescente como generadora de formas específicas de construcción de la subjetividad, relacionada con los sentidos dados a hijo. También, son de sumo interés las prácticas profesionales y los mensajes del mundo adulto que fomentan ciertos rasgos de la identidad masculina adolescente una vez que se es padre.
Desde otra perspectiva, reconocemos que hablar de sexualidad masculina y paternidad es hablar de sus expresiones, no solamente subjetivas, sino también biológicas y sociales que las predeterminan. En palabras de Connell (1987) es hablar de un orden de género entendido como el inventario de ideas, representaciones y conductas consideradas, por un orden social determinado, como pertinentes y adecuadas para cada sexo.
Tal orden de género y sus inventarios son producto de las prácticas políticas y sociales de nuestras generaciones precedentes. Objetivadas en normas, instituciones, reglas, expectativas, regulan las conductas de hombres y mujeres desde su infancia. Este orden de género patriarcal que caracteriza a la sociedad uruguaya obviamente atraviesa y se anuda en los sentidos dados al hijo y en la subjetividad construida.
Así, podemos señalar, en una primera lectura, que la sexualidad femenina históricamente ha sido asociada a “recibir” los flujos masculinos y “retener” al hijo, socialmente se asocia a la subordinación, bajo las figuras de entrega, donación, sacrificio y cuidados. Lo dicho es así refrendado en los testimonios recibidos: la posición de dominio del varón se expresa socialmente, en ese “dar”, “expulsar”, dar el hijo a la mujer que es su pareja2 (García et al., 2018). Pero también es cierto que la mayoría de las parejas o exparejas entrevistadas han dialogado y mínimamente negociado el embarazo, llegando a un acuerdo que habla de relaciones de género de cierto modo un poco más equitativas.
Tal vez una distinción en la vivencia de la sexualidad adolescente, además de su carácter inaugural y novedoso, es que oscila entre la infancia y la adultez, entre lo vulnerable y lo fuerte, o como indica Meler (2009a): “entre el desamparo infantil y el poder atribuido a los adultos” (p. 159). Es en esta oscilación o ambivalencia ontológica que el padre adolescente deberá construir su subjetividad y la verdad sobre sí mismo en tanto padre. Las posturas ante el hijo luego nacido y la paternidad que ejercen, que denominamos tutelada . fragmentada, son expresión de la tensión indicada por Meler (2009a). A continuación, puntualizaremos la estrategia metodológica utilizada que ha permitido tales reflexiones.
Metodología
La estrategia metodológica se basó en testimonios de vida de varones en contextos de pobreza, realizados en torno a 2019-2020, cuyas edades oscilaron entre los 14 y 24 años. Se combinaron tales testimonios con la aplicación de entrevistas en profundidad a las mujeres-madres de los hijos de los varones entrevistados, como forma de superar una mirada dicotómica de género y tratar de comprender las interacciones entre los miembros de la pareja al respecto.
El número mínimo de entrevistados se estableció en 10 por el carácter exploratorio del estudio. El cierre de la muestra se rigió por el principio de saturación. Intentó ser distribuida equitativamente entre ambos sexos (padres/madres) y entre los tramos etarios de los varones padres: 14-18 años (adolescencia) y 19-24 años (juventud) habiendo sido padres en la adolescencia.
El criterio de selección de la muestra teóricamente se basó en lo que Bourdieu (1990) ha denominado competencia. Indica Bourdieu que:
[…] se puede aceptar así que son técnicamente competentes los que son socialmente designados como competentes, y basta designar a alguien como competente para imponerle una propensión a adquirir la competencia técnica que funda a su vez la competencia social. (p. 57)
Si bien las historias de casos de familias no reemplazan métodos cuantitativos, son el único medio, para nosotros, para acceder a los procesos internos que se dan dentro de ellas, así como a las relaciones entre ellas y el medio (Oxman, 1998).
Paralelamente se aplicaron entrevistas en profundidad a aquellos agentes tecno- políticos de las instituciones que avalaron el proyecto. Concretamente se entrevistaron a: 1) equipos técnicos/operativos y 2) agentes tecno-políticos a los efectos de identificar tanto los atributos materiales y simbólicos que atribuyen a aquellos jóvenes y adolescentes, así como los modelos explicativos que usualmente se utilizan para analizar la problemática. En resumen, se aplicó la técnica de entrevista —en diversas modalidades— en tres tipos de universos: 1) Jóvenes padres, 2) Madres de sus hijos y 3) Técnicos que trabajan en las instituciones que abordan el tema.
Para el análisis del material empírico recogido nos basamos en el denominado Análisis Crítico del Discurso —ACD— (Wodak y Meyer, 2003) sobre el cual cabe señalar que, aún con deficiencias en sus fundamentos teóricos, toma al lenguaje como práctica relacionada con el contexto social del entrevistado. Por último, como en todo análisis de discurso, se atendió especialmente a aquellos elementos lingüísticos o analógicos que refuerzan o relativizan lo dicho.
El análisis del discurso fue realizado a partir de una grilla analítica organizada a tales fines con base en la concepción foucaultiana de la sexualidad y sus relaciones con la ética y la política. Arrojó, entre sus resultados, la identificación de ciertas modalidades de paternidades e identidades masculinas que se exponen en el ítem.
Resultados
Sexualidad y ética en Michel Foucault
El enfoque particular de este artículo refiere a la obra de Foucault, especialmente desde la perspectiva de la relación entre sexualidad, ética y política. Recogeremos aquellos textos tardíos que tratan diversas cuestiones sobre la constitución de las formas de subjetividad, del sujeto (yo) y su verdad, en el marco de nuevas técnicas de Gobierno que comienzan a perfilarse en torno al siglo XVIII. Dice al autor:
[…] en todo el movimiento de la cultura platónica, el amor había estado repartido según una jerarquía de lo sublime que lo emparentaba, según su nivel, fuese a una locura ciega del cuerpo, fuese a la gran embriaguez del alma en que la Sinrazón se encuentra capacitada para saber. Bajo sus formas diferentes, amor y locura se distribuían en las diversas regiones de la gnosis. La época moderna, a partir del clasicismo, establece una opción diferente: el amor de la razón y el de la sinrazón. La homosexualidad pertenece al segundo. Y así, poco a poco, ocupa un lugar entre las estratificaciones de la locura. (Foucault, 1985, pp. 141-142)
Nos indica que en toda etapa histórica y en todas las culturas, al menos las occidentales, la sexualidad ha estado sometida a diversas formas de coacción y control. Tales mecanismos de coacción la ubicaron oscilando entre la razón y la locura o la sinrazón. A partir del siglo XVIII se pronuncia la medicalización creciente de la conducta sexual por parte del poder médico. No solo se psiquiatrizará a la sexualidad, sino que se normativizará, clasificando sus formas entre normales y patológicas (Foucault, 1985, p. 77).
Este proceso de creciente y avanzada medicalización de la sociedad (no solo de la sexualidad) ha sido analizado por Foucault (2003) en El nacimiento de la clínica, obra en la que explica los dos movimientos que se aúnan en el proceso de medicalización de la sociedad. Por un lado, una medicalización a ultranza, dogmática, cuasi creencia religiosa, llevada adelante por el cuerpo médico a modo de cuadros religiosos. Por otro, una medicalización negativa que emprendió una lucha frontal con la enfermedad en una sociedad vigilada cada vez más, con el fin de hacer desaparecer toda forma de enfermedad. La meta: una sociedad organizada y vigilada en la que la enfermedad se esfumaría, desapareciendo así el objeto de la medicina y su razón de ser (Foucault, 2003, p. 57).
A partir del siglo XVIII un procedimiento adquiere un valor crucial, tanto para normativizar la sexualidad como para atacar la enfermedad. La confesión, de origen cristiano, será transformada en una instancia técnica de hablar sobre el sexo con relación a nuestro tema. La entrevista médica será también una suerte de confesión del modo de vida. Dirá Foucault (1986): “La confesión fue y sigue siendo hoy la matriz general que rige la producción del discurso verídico sobre el sexo” (p. 79).
El autor se pregunta cómo se consiguió derivar un conocimiento riguroso,científico, apoyándose en un procedimiento de origen religioso como es la confesión (Fernández, 2014, p. 66). La respuesta que nos brinda Fernández (2014) es la siguiente:
En primer lugar, se procesa una codificación clínica del hacer hablar. Lo hablado, lo dicho, será analizado bajo postulados “de una causalidad general y difusa”, que afirma que “no hay enfermedad o trastorno físico —afirma— al que el siglo XIX no haya imaginado por lo menos unaparte de etiología sexual”. (pp. 66-67)
Michel Foucault (2001), posteriormente y cercano ya a su fallecimiento, nos indicará que:
[…] para Epicteto, la epimeleia heautou, que está ontológicamente vinculada a la finitud humana, es la forma práctica de la libertad. Y es tomando cuidado de sí mismo como el ser humano se convierte en semejante a Dios; Dios que no tiene otra cosa que hacer que tomar cuidado de sí mismo. (p. 46)
Respecto a esta última etapa en Foucault, que el propio autor denomina como ética (Foucault, 1985, p. 35), enmarca una preocupación por ocuparse de sí mismo, que pasa necesariamente por conocerse a sí mismo, que no es otra cosa que asistirse y regirse (de Amorim y Bueno, 2014).
La inquietud de sí mismo es una especie de aguijón que debe clavarse allí, en la carne de los hombres, que debe hincarse en su existencia y es un principio de agitación, un principio de movimiento, un principio de desasosiego permanente a lo largo de toda la vida. (Foucault, 2001, p. 24)
La búsqueda de ese régimen de vida, de la verdad de cómo rijo mi vida, es una forma de estar en el mundo. El cuidado de sí refiere a ese estar con uno mismo y con los otros (Foucault, 2001, pp. 28-29). Implica el cuidarse a sí y a los otros, desviar la mirada desde el afuera hacia uno mismo para encontrarse y así reencontrarse con los otros. Dirá Foucault: es la contemplación de sí mismo y la búsqueda de una estética para nuestra vida, de acuerdo con la verdad sobre sí mismo (Foucault, 2001, pp. 28-29). El cuidado de sí es una mirada sobre uno mismo, de tal suerte que solo puedo cuidar al otro en tanto logro el cuidado de mí mismo.
El régimen ético que define Foucault (1985), en forma más amplia, la ética foucaultiana:
[…] no debe ser entendida como una razón normativa, sino por el contrario, es una manifestación de un conjunto de prácticas que, al potenciar la relación del sujeto consigo mismo, cultivan la existencia, la verdad y la subjetividad moral. Es decir, no es que, por ejemplo, la verdad esté en el sujeto, sino que se construye a partir del conocimiento que hace el sujeto de sí mismo. La etapa ética nos revela un proceso artístico de autoconocimiento. (p. 42)
Hacer de la vida algo ético, pero también estético, es vivir de acuerdo con lo que se piensa, aunque su contrapartida sea, a veces, rispideces con el orden social, con la mayoría, con las sentencias científicas como lo absoluto (García, 2014, p. 9). En palabras de Sartre (1966), nos permitimos indicar que esa construcción estética, ese régimen de vida es preguntarse por el ser y, a su vez, por el devenir de la época en que vive, el diálogo permanente entre biografía y época.
Expresiones sociales de la paternidad adolescente en la pobreza uruguaya contemporánea
En este contexto reproductivo analizado durante la investigación, la paternidad masculina, biológicamente entendida, se expresa por una serie de elementos que trataremos de sintetizar a continuación.
En primer lugar, cabe destacar que, de acuerdo con la bibliografía consultada, para los adolescentes el ejercicio sexual aparece como una práctica alejada del afecto, como expresión de virilidad extrema, como elemento que refuerza la identidad masculina, al confirmar no ser homosexual ni mujer, como ya se ha dicho. Pero el material empírico recogido nos permite pensar que esto no es regla universal. El hijo es, como ya dijimos, medianamente buscado, dentro de relaciones consideradas de “novios” que poseen cierta historia o “tiempo”. Hay situaciones donde esto se refuerza a partir de una ética de la virilidad estrictamente hegemónica.
En la mayoría de las historias que nuestros interlocutores contaron con amabilidad y apertura, el sexo deviene de relaciones más o menos estables y prolongadas, en una percepción del tiempo muy acotada claro está. En muchos discursos el ser pareja durante seis meses ya es un indicio de que la pareja está en condiciones para la paternidad y la maternidad.
Pero, en general, los adolescentes hablan de relaciones consolidadas que permiten investir no solo eróticamente a la pareja, sino además investirlos como padres potenciales, también en una situación de tensiones ambiguas. Pues es cierta la preocupación por el desempeño, por el estar a la altura de lo que se espera de un hombre, en fin, una serie de características vinculadas a los padrones sexuales masculinos hegemónicos que hacen que la sexualidad sea, muchas veces, el desempeño de un rol.
Del mismo modo, el hijo entendido como dádiva a la mujer, coloca a la mujer en un lugar simbólico históricamente tradicional: extractora de semen, de energía, aunque no se verbalice (Seidler, 1997).
Gilmore (1990) indica que el hombre es evaluado por su potencia sexual y su capacidad de fecundar a la mujer. En situaciones donde el proveer es algo prácticamente vedado, el fecundar, como ya hemos visto, tal vez sea una de las pocas formas de consideración y estima de la figura masculina, en un tramo de edad donde la afirmación personal es sumamente necesaria.
Parecería además que existe una fuerte falta de comunicación en torno a la sexualidad, tanto entre la pareja —al respecto, los(as) entrevistados(as) no hablan— como con técnicos. Pero, de acuerdo con lo señalado por uno de los operadores entrevistados, como ya ha sido indicado, existiría por parte de las adolescentes una suerte de preocupación por ser percibidas como sin deseo, o “decente” o como mujer que une sexo y amor. Esto también es relativo ya que, en el conjunto de entrevistadas, hay adolescentes que han tomado toda la iniciativa, para conocer a su pareja, relacionarse con ella, iniciar la convivencia, etc.
Un atributo asociado a la masculinidad biológica y que parece desdibujado en las situaciones que pudimos abordar, es que la seducción no aparece como forma de ganar prestigio masculino, sí el hacerse cargo de los hijos, que dotaría a estos adolescentes de hombría, además de su condición masculina (Fuller, 2000c). Del mismo modo, la represión de la afectividad no se percibiría en estos varones jóvenes, especialmente con relación a los hijos con quienes establecen relaciones casi fraternales (Fuller, 2000a, 2000b).
Estos atributos asociados a la masculinidad hegemónica parecerían estar atenuados, no porque el repertorio del sistema sexo/género sea diferente, sino por la edad por la que atraviesan. El ser adolescente tal vez explique más que la clase y el género estas características.
No obstante, vale la pena recordar la tendencia al control de la mujer, al control de su cuerpo, es decir, dónde está, con quién y cómo está vestida, son tres preguntas frecuentes a través de diversos dispositivos electrónicos. Tal expresión social de la sexualidad masculina dominante expresa también el costo que deben pagar estos varones para dar cuenta de la figura masculina imperante. Su inversión narcisista se agota en mantener y reproducir tal figura. De esto habla Seidler (1997), haciendo referencia a mantener tal masculinidad biológica que sustente el dominio social y por tanto la masculinidad social. Socialmente, este tipo de paternidad biológica —que hace alusión clara a ciertas expresiones ideo-interpretativas del ejercicio de la sexualidad— se asume a partir de acciones e interpretaciones sociales.
Desde la perspectiva de las adolescentes, ya es conocida su asociación fortísima a las tareas de cuidado, desarrollando fuertes influencias en el ámbito privado, no así en el público donde se encuentran profundamente limitadas en el ejercicio de cualquier tipo de poder o derecho. Es prácticamente nula la participación masculina en tareas de cuidado, siendo más presente cuando la pareja convive.
Si bien esto es así, también lo es que los adolescentes encuentran muchas dificultades para sobresalir en el ámbito público. Estrictamente estamos hablando de encontrar y mantener o sostener un trabajo estable y bien remunerado. Paralelamente su influencia en el ámbito doméstico es menor. Esta masculinidad retraída, ese rol de proveedor sumamente diluido, expresaría posibles fuentes de frustración a las que debe prestarse atención ( Jiménez et al., 2017, p. 16).
La paternidad en su expresión social posee un elemento que para nosotros amerita ser objeto de reflexión. Ya hemos insistido respecto a la escasa o nula participación de los jóvenes en tareas de cuidado. El domicilio matrilocal no es ajeno a ello: el sentirse ajeno en casa de los suegros, el sentir que debe pedirse permiso, es algo que coarta la iniciativa y espontaneidad. Esta mirada del mundo adulto y el monitoreo de las conductas adolescentes, generan lo que hemos dado en llamar paternidades tuteladas o fragmentadas.
Pero lo que también debe considerarse es la capacidad de estos varones jóvenes o adolescentes para colocar límites a sus hijos, o, en otras palabras, desempeñar la función “de corte” introduciendo la norma y ley cultural, en otras palabas, ponemos en duda la capacidad de interdicción paterna. En las entrevistas realizadas, cuando observamos el tipo de vínculo espontáneo de estos adolescentes padres con sus hijos, es un vínculo basado en el juego donde el padre se infantiliza y a la hora de límites (que el niño no suba una escalera, es una situación muy simple que hemos observado) se invoca a la autoridad materna.
Este punto merecería más atención para poder complejizarlo. Esto habla de otra tríada, no la típica edípica, donde la madre parecería ejercer cierto poder derivado del cuidado, por tanto, del “conocimiento” del niño o por estar muchas veces sola ante toda responsabilidad, más allá de la convivencia. Seidler (1997) indica que la tríada digamos clásica, o más específicamente el padre interdicto, es posible cuando los padres son conscientes o rescatan sus propias necesidades. En palabras de Meler (2009b):
[…] para limitar la omnipotencia infantil se requiere, de acuerdo a estas posturas, adoptar una posición de rival, donde se percibe al niño como competidor por bienes escasos, tales como el tiempo, el esfuerzo, el descanso o la atención de la madre. (p. 291)
Que el padre esté mejor dotado para colocar límites es también una construcción ideológica, asociada a su “fuerza”, “menor capacidad para el sacrificio”, etc. Pero lo cierto es que en las situaciones analizadas observamos madres con fuertes tendencias a la “apropiación” del hijo, como fuera reseñado, desempeñando papeles de relevancia, y a padres adolescentes o absolutamente alejados o que sostienen de la manera que pueden la paternidad y la vida. No son estos padres, hijos de la nueva modernidad.
En tal sentido, y teniendo como base y trasfondo una pobreza límite, nada más alejado que aquel panorama descripto por Freud (1984) con relación al niño como Su Majestad. Más se acerca a una experiencia, a un rol instrumental, a un objeto propio y a un mandato asumido y materializado. O a una gran aporía e impostura, respecto a los y las adolescentes, donde el hijo es un certificado de adultez e identidad sexual plena para mujer y hombre. En tales imposturas y aporías, participamos todos y hacemos participar a los adolescentes.
Lo que queremos señalar es ¿dónde se ancla la legitimidad de la paternidad de estos adolescentes? También cabe preguntarse ello para las adolescentes, pero por falsa conciencia parecería que, en el caso de las mujeres, es más evidente su papel de madres. Sin pretender agotar el tema, traemos a este diálogo a Tuber (1997) que critica las construcciones lacanianas respecto al nombre-del-padre, y nos dice:
Así tenemos por un lado al padre sublime, al gran hombre, al pacificador y por otro, al padre que exige la obediencia ciega a su autoridad y una creencia absoluta incuestionable. En consecuencia, la función paterna no puede transmitir solo el principio de la razón, sin acarrear igualmente la crueldad y la irracionalidad. (p. 78)
Esta concepción del padre simbólico se relaciona con un contexto en el cual el hombre se adueñó simbólicamente del origen materno de la vida. Es decir, se asocia históricamente con una paternidad y maternidad en la que el origen materno de la vida ha sido expropiado por el padre, a partir del linaje patrilineal. Además, es claro que una madre afectiva, nutricia y un padre que ordena y coloca límites reproducen la división sexual del trabajo industrial y las “esferas” de la producción y reproducción.
Pero como ya hemos señalado, parecería que el parentesco y la filiación se ubican matrilinealmente. El origen materno no es el que se oculta, en estos casos y no solo en estos, también en el mundo adulto. Si bien no tenemos respuestas, debe pensarse cómo se desarrollan las funciones nutricias y de corte en estas parejas adolescentes, inestables y frágiles. Siempre habrá en el contexto familiar alguien que las desempeñe o complemente, más que la presencia importa que la función se cumpla, pero lo cierto es que los sentidos otorgados a los hijos, a partir de las carencias materiales y afecticas de ambos padres, hacen que las condiciones de ejercicio de estas paternidades y maternidades en la adolescencia deban ser pensadas desde otra perspectiva.
No podemos analizar estas situaciones, para luego abordarlas en tareas de acompañamiento profesional, desde una perspectiva clásicamente asociada a la tríada edípica o a las funciones paterna y materna. La propia condición adolescente, que no debe perderse de vista ni dejar de ser ejercida, explica las debilidades al respecto. Son adolescentes que no son conscientes de sus necesidades ni aún las han elaborado, cuando ya son responsables de la crianza de un niño. Este aspecto es fundamental a la hora de pensar el tema y las formas de abordarlo. Por eso, proponemos biografizar (Parrini, 1999) el embarazo en la trayectoria de vida de sus padres y no que la adolescencia de los padres lo adjetive como un embarazo ya problemático.
A esto se suma, socialmente, la figura de un padre proveedor frágil, con escasa presencia y una madre que apunta a la apropiación, esto es, asume la impostura de una adultez socialmente obligada cuando ambos padres son y deben ser aún adolescentes como decíamos.
Desde una perspectiva netamente psicológica, planteamos toda una línea de trabajo que hace al niño pequeño: los valores asignados los colocan en un lugar de omnipotencia o colocan en ellos mensajes o responsabilidades muy fuertes. Ello hace a una conjugación de componentes psicosociales que no son fácilmente aprehensibles ni abordables (Botero et al., 2019).
Efectos
Analizado y ordenado el material empírico, de acuerdo con lo ya explicado, podemos identificar tres formas de expresión de la paternidad y de la identidad masculina, todas ellas asociadas a lo que Connell (1987) denominaría masculinidad hegemónica, más allá de variaciones en su grado.
La primera de ellas la hemos detectado en aquellas situaciones donde se unen algunos factores: 1) una edad un poco más avanzada de los padres; 2) parejas que conviven de manera más o menos estable; 3) que cuentan con un mínimo espacio propio, para ellos y sus hijos; 4) como obvia derivación de los atributos masculinos de virilidad, los padres y en algunos casos las mamás, poseen trabajos estables, dentro de la precariedad o nivel salarial que caracteriza al conjunto.
No es novedoso lo que indicamos, se trata de una sexualidad y paternidad/ maternidad ejercidas a partir de procesos de subjetivación que permiten ordenar la vida en torno a lo que denominamos una conyugalidad y a una virilidad biológica y social hegemónicas. No es un juicio de valor, sino que algunos de los entrevistados constituyen un ejercicio de la sexualidad y la paternidad que consideran ético, o sea, consideran necesario que su experiencia sexual y paternal se asocie a estas normas.
O sea, dentro del marco de una pareja estable y que convive. La constitución de su virilidad pasa por ello, en sus experiencias particulares. Más allá que la vivencia del tiempo adolescente implique que las convivencias y relaciones pueden ser “a corto plazo”, los adolescentes entrevistados se sienten involucrados en una relación conyugal. Son aquellos jóvenes entrevistados, que viven con sus parejas de manera continua y estable, que han sido padres con pocos años más —en torno a los 19 años— y que comparten un espacio que otorga un poco más de independencia, los que se acercan a este proceso señalado por el autor. Parecería ser que la llegada del o los hijos ha provocado esta conjunción entre virilidad ética, sexual y social, respetuosa de los padrones hegemónicos. Se trata de escenarios un poco más estables, con funciones parentales un poco más definidos o claros, aun dentro de condiciones objetivas de vida sumamente limitadas.
Los trabajos son también más estables, aunque sumamente precarios y de ingresos absolutamente insuficientes. Son jóvenes que han procesado de manera menos dilemática su ingreso al “mundo adulto”. Más allá del futuro de la relación de pareja se han instalado ya en la vida como “padres de”. Son parejas que poseen un mínimo apoyo familiar material —un terreno, construcción de una pieza, etc.— y afectivo. O sea, el mundo adulto, en la figura de familiares, se hizo presente de una manera habilitadora, aunque no exenta de dificultades.
Queremos destacar que en estas parejas el hijo no ha sido una dádiva, tampoco un salvador o reparador. Volvemos a resaltar que no hacemos juicios de valor, solo estamos señalando que parecería que son hijos corolario de una relación amorosa que se considera ya prolongada de acuerdo con el sentir adolescente. Por tanto, convivir y tener hijos es el siguiente paso. En el marco de una vivencia del tiempo muy acelerada.
Son adolescentes que provienen de familias que, aún con dificultades, han mantenido cierta estabilidad en el tiempo. Aún, cuando su figura paterna no sea su padre biológico exactamente, más allá de las condiciones de trabajo en sus familias de origen existe una actividad laboral permanente, una trayectoria estable, incluso dentro de la órbita estatal. Estas familias de origen están presentes y mantienen abiertas ciertas posibilidades de diálogo. Aunque nada es fácil cuando el mundo adulto y el adolescente conviven además con una paternidad o maternidad ejercida en la adolescencia. Se superponen roles, se tutela la paternidad o maternidad, los espacios físicos para la intimidad son muy limitados.
En estas parejas la figura del padre, más allá de limitaciones, se acerca a la del padre legislador, con apoyaturas funcionales de otras personas con las que convive, en alguno de los casos (Freud, 1943).
Otras situaciones la componen aquellas parejas para los cuales constituir una pareja y, como corolario, tener un hijo, los ha “asentado” en la vida, les ha “dado un lugar”, un espacio afectivo donde ser para sí y para esos otros que poseen gran significación afectiva. Existen una gran inversión e investimento afectivo tanto en la pareja como en el hijo. No se trata del hijo reparador, sino de alcanzar un espacio socioafectivo que exprese su “Yo soy”, “Estoy aquí”, etc.
Más que la paternidad, la construcción de una familia tipo, como refugio afectivo en un mundo hostil, es la tónica de sus deseos y acciones. La paternidad, el hijo, es corolario, pero no elemento fundante de la relación familiar que se establece. A esto denominamos un proceso de creación del yo basado en una conyugalidad tradicional más que en una virilidad hegemónica.
Son padres presentes que en general delegan las tareas de cuidado. La posterior evolución de estas parejas varía: permanecen juntas o se separan, pero destacamos que la llegada del hijo, en estos casos, ha sido planificada, luego de un período de noviazgo que estos adolescentes en algún momento consideraron suficiente para consolidar la pareja. En las situaciones analizadas los tiempos varían desde nueve meses a cuatro años, en contextos donde la vivencia del tiempo es voraz. Las formas de familia siempre se asocian, en estas situaciones, a la pareja monogámica y conyugal.
En general, estos padres y madres provienen de familias de origen, de orden nuclear, pero con conflictos vinculares muy importantes, donde en algunos casos los padres han desarrollado figuras delictivas. Las trayectorias laborales son erráticas. Los vínculos amorosos confusos.
En estas dos agrupaciones de situaciones, los adolescentes hacen presentes las dos interrogantes fundamentales a la hora de llegar al mundo adulto señaladas por Freud: el amar y el trabajar. Estos adolescentes lo plantean aún desde su condición no adulta y en sus limitadas condiciones materiales de existencia.
Por último, tenemos situaciones donde los padres apenas asumen su paternidad como mínimos proveedores, deslindando responsabilidades o llevando adelante acompañamientos puntuales, incluso existen situaciones de total abandono de los(as) hijos(as). Son situaciones donde el hijo dádiva se hace presente, por ejemplo, pero reproduciendo la dominación masculina y no el poder negociador de los dos sexos. Son situaciones también donde el hijo es un “accidente” y se da fuera de una relación afectiva y a partir de una sexualidad machista y “ganadora”. Son situaciones donde no encontramos una ética de la hombría o virilidad como la hemos entendido hasta ahora. Se trata de una subjetividad o una constitución del yo para el que la paternidad no ha marcado huella, es decir, situaciones en las que el ser padres no marca huella fundante o prácticas de cuidado de sí.
Las familias de origen muchas veces son familias nucleares, con trayectorias laborales estables, sin problemas profundos aparentemente. Sus padres son obreros, sus madres empleadas o amas de casa. Traen a colación diálogos mantenidos con sus padres a lo largo de sus vidas. En fin, en tales casos, pesa el hijo como accidente y en los discursos subrayan a la paternidad y la conyugalidad como norte y orientación de vida, pero no las sostienen.
Queremos ser claras respecto a las situaciones que hemos mapeado. No debemos olvidar que estamos frente a adolescentes que, siendo sujetos de derechos especiales por tal condición, deben asumir responsabilidades del mundo adulto, que además les exigen comportarse como tales, cuando deberían continuar siendo, de alguna manera, adolescentes. Por otra parte, conforman y son modelados por un orden social patriarcal y asumen diferentes aspectos de los inventarios de género de la sociedad uruguaya: subordinación femenina, ser hombre es ser padre, la mujer debe dedicarse a tareas de cuidado y el hombre a ser proveedor y muchos rasgos más que cada lector identificará a partir de sus prácticas sociopolíticas y profesionales. Pero lo cierto es que la mujer adolescente madre carga con una mayor soledad y aislamiento.
Parecería que la perspectiva freudiana se hace más presente en aquellas situaciones donde virilidad y conyugalidad coexisten. Donde las funciones paternas y maternas parecerían estar más claras (Meler, 2009b, pp. 353-354).
También, estos jóvenes parecería que, aunque de manera frágil, pueden asumir la figura del Padre Legislador, del padre tradicional, que se interpone entre la fusión del niño y la madre omnipotente y narcisista a nivel teórico. Hemos observado juegos, pero también la colocación de límites cuando interactúan con sus hijos, además de la definición de espacios “adultos” e “infantiles” de manera muy precaria dentro de sus casas también muy precarias.
Por tanto, ni la adolescencia ni la pobreza estarían definiendo per se la conformación de estas identidades masculinas y conformaciones familiares. Existe un proceso que es profundamente cultural y psicológico, pero que hace a la manutención de un orden social profundamente injusto y sexista, aun dentro de esa ética viril y conyugal.
Desde otra perspectiva, podemos preguntarnos si en aquellas situaciones donde la autoridad paterna se encuentra deteriorada, o se observa la ausencia del padre como cuidador cercano, no podría fomentarse la erotización del vínculo madre-hijo (Meler, 2009b). De alguna manera los técnicos lo aprecian, intelectualmente lo intuyen, pero no logran definir con exactitud: “ese apego extraño”; “en el que todo pasa por el cuerpo”; un vínculo donde la madre es la única gran dadora, ya que ser madre es solo “dar mañas”.
Discusión
Como decíamos anteriormente, la paternidad en la adolescencia deja al descubierto al adolescente como sujeto de su sexualidad, como sujeto deseante, rompiendo definitivamente con la infancia. Desde tal perspectiva, el embarazo en la adolescencia puede ser pensado como un acto de rebeldía o de liberación. Pero el embarazo adolescente debería ser abordado de otra manera.
Foucault (1992b) nos dice que en las sociedades occidentales:
[…] esta codificación del placer por las ‘leyes’ del sexo ha dado lugar finalmente a todo el dispositivo de la sexualidad. Y éste nos hace creer que nos ‘liberamos’ cuando ‘descodificamos’ todo placer en términos de sexo al fin descubierto. Sería conveniente tender más bien a una “desexualización, a una economía general del placer que no esté sexualmente normativizada”. (p. 53).
Esto permitiría dejar de construir al embarazo adolescente como problema sociosanitario y analizarlo como parte de un proceso de construcción del yo por medios no normativizados.
La desexualización de la que autor nos habla no significa renunciar al placer sexual, por el contrario, implica una recreación del mismo y una construcción del sujeto que lo practica como sujeto ético y constructor de cierta estética vital, como ya lo hemos visto. Esto conlleva una mirada mucho más profunda: el autoconocimiento de mi propio deseo se encuentra dirigido a la sumisión o a la liberación. De tal manera que el autor nos lleva a una forma de entender el deseo y la sexualidad que puede no ser exactamente como una fuerza liberadora (Fernández, 2015).
Tal es el caso de estos padres adolescentes, aun en los tres tipos de expresiones encontradas. La irrupción del embarazo, como expresión de una sexualidad ejercitada, no puede ser asociada a una fuerza liberadora. Por el contrario, ser padre implica el ingreso casi inmediato al mercado de trabajo, al ejercicio de una paternidad tutelada por adultos y, en el contexto de la pobreza, el dispositivo de la sexualidad3 incluye a toda una serie de profesiones asistenciales como extensión del saber médico. Todas estas profesiones (saberes) prescriben conductas y pensamientos, valores y acciones.
Aún en el grupo donde las tareas domésticas se comparten y la virilidad y la ética se asocian a un proyecto conyugal, la paternidad no es vivida como un acto de constitución del yo en los términos de la ética y estética que hemos definido. No obstante, existe un régimen de vida que apunta a la búsqueda de sí mismo, pero dotado de externalidad. Esa búsqueda de sí se encuentra estimulada o solicitada por los saberes ya mencionados y por el mundo adulto en general. Se trata de un régimen de vida asociado a la vida adulta, al menos en lo que a las actividades que la paternidad requiere.
Solamente en el primer tipo de experiencias que describimos, existe una suerte de reflexión sobre sí, que surgiría de una mayor autonomía, otorgada por el trabajo asalariado y una solución habitacional autónoma.
Este tipo de situaciones son las únicas que nos hacen recordar las siguientes palabras de Foucault (1986):
En esta moral de hombres hecha para los hombres, la elaboración de sí como sujeto moral consiste en instaurar de sí a sí mismo una estructura de virilidad: sólo siendo hombre frente a sí mismo podrá controlar y dominar la actividad de hombre que ejerce frente a los demás en la práctica sexual. Aquello que debe tenderse en la justa agonística consigo mismo y en la lucha para dominar los deseos es el punto en que la relación de sí se volverá isomórfica a la relación de dominación, de jerarquía y de autoridad que, a título de hombre y de hombre libre, se pretende establecer sobre los inferiores, y con tal condición de “virilidad ética” es que se podrá, según un modelo de “virilidad social”, dar la medida que conviene al ejercicio de la “virilidad sexual”. En el uso de sus placeres de varón, es necesario ser viril respecto de uno mismo, como se es masculino en el papel social. La templanza es en su pleno sentido una virtud de hombre. (p. 81)
En tales situaciones el sexo se asocia a la actividad marital y la ética sexual incluye una ordenada vida matrimonial y el ejercicio de las funciones paternas y maternas lo más cercano posible a lo entendido socialmente. Estos padres, aunque compartan tareas de cuidados, son viriles, en todas sus acepciones: ética, social y sexualmente. Pero no son exactamente libres en términos de una reflexión profunda sobre sí mismos que les permita dar respuesta a quiénes son. Este aspecto será retomado más adelante.
Paralelamente, la clase aparece como elemento muy significativo. El embarazo en la adolescencia pobre se asocia a un sexo desenfrenado e irresponsable (no solo en la adolescencia en el caso de la pobreza), algo que no se desprende de los testimonios recabados. Por el contrario, cierta mojigatería caracteriza a las adolescentes, de acuerdo con las palabras de los técnicos entrevistados. El signo de su clase se impregna en el saber médico-asistencial y en las representaciones simbólicas populares. Algo que no debería llamarnos la atención ya que:
[…] todo el material significante del orden erótico no está hecho más que de la panoplia de los esclavos (cadenas, látigos, collares, etc.), de los salvajes (negritud, bronceado, desnudez, tatuajes), de todos los signos de las clases y de las razas dominadas. (Baudrillard, 1993, p. 118)
A esto se suma la espesa alienación de la son objetos y sujetos, y que no abordaremos por exceder los límites de este trabajo.
A partir de este significado de clase se asocian las indicaciones y prescripciones médicas y asistenciales. Desde el mundo adulto familiar, tales indicaciones, orientaciones, observaciones u órdenes se asocian a la aceleración del rito de pasaje que el embarazo implica: abandonar la adolescencia y asumir la adultez, ignorando así que estos padres y madres continúan siendo adolescentes.
Clase y generación son los enclaves de estos dos tipos de tutela que se ejerce sobre padres y madres adolescentes. En el caso de los varones, se suma la exigencia de ser buen proveedor, pautando el ingreso inmediato al mercado laboral y, de ya existir, una doble inserción. Este aspecto es común a las dos primeras agrupaciones de experiencias que hemos realizado.
El ejercicio de la sexualidad manifestado por la llegada del hijo casi obliga al adolescente a sumarse a la fuerza de trabajo. Tal vez esto no se adecue totalmente al planteamiento foucaultiano que se opone directamente a la hipótesis represiva (Foucault, 1985). El embarazo en la adolescencia domestica la energía vital, el ejercicio de la sexualidad. La aceptación del hijo canaliza al adolescente dentro de los padrones socialmente válidos: ser proveedor (trabajador). Esto se observó aún en aquellas situaciones en que el adolescente era un estudiante aplicado y la pareja poseía el apoyo de ambas familias de progenitores que podrían ser ubicados en la clase media baja.
Parecería que el embarazo adolescente en la pobreza es la circunstancia, pero no el dominio exclusivo de la gestión política de las edades tempranas en la adolescencia, especialmente en la pobreza. En definitiva, se trata de gestionar los padrones demográficos de la sociedad uruguaya, que desde hace décadas indican que el país se reproduce (apenas) en sus sectores populares.4
Del mismo modo, el embarazo a edades tempranas es la circunstancia, pero no el dominio exclusivo de la construcción de la subjetividad y una ética propias. Aún menos de un estilo (estética) personal. Sí es una circunstancia que habilitaría ciertas dosis de reflexión sobre sí en tanto padre, hombre y pareja. Pero una reflexión inmersa en el dispositivo de la sexualidad y altamente tecnificada por los saberes médicos-asistenciales.
Los testimonios nos muestran ciertos niveles de autoconstrucción de un yo ético viril en aquellos adolescentes que superan la figura del Padre Terrible (incluso en su expresión de padre ausente). Así, el padre interdicto que resuelve la compleja situación edípica, convive con aspectos de padres cuidadores y amorosos.
En resumen, la aceptación del hijo, por ende de la paternidad, es también la aceptación de sí mismos como sujetos de la sexualidad, en un contexto histórico determinado (pobreza urbana en Uruguay). En los casos analizados, la paternidad adolescente no deja de ser una serie de imbricaciones entre tres elementos: campos de conocimiento que se refieren al embarazo adolescente; relaciones de poder que regulan las experiencias sexuales; y aquellos modos y técnicas a través de las cuales los adolescentes se reconocen como sujetos de ella.
Por último y a la luz de Sartre (1966), es interesante pensar, tan solo como línea de indagación, ¿por qué adolescentes con un campo de los posibles tan limitado, es decir, con un elenco de objetivaciones posibles tan escaso, se objetivan especialmente como padres o madres? Su campo instrumental, de elementos materiales y subjetivos para objetivarse en un yo que otorgue identidad y en actividades que otorguen sentido y placer a sus vidas, ya dijimos que es limitado. Pero tienen su cuerpo, que les permite reproducirse y tener hijos y ser padres o madres y otorgar dádivas.
Lo que queremos indicar es que, a modo de hipótesis, quizás vivan su cuerpo de manera instrumental, como forma de objetivarse y subjetivarse y vivan a la paternidad como una tecnología del yo, aunque ella sea tutelada. Pues, en definitiva, con esa paternidad pretenderían encontrar respuesta a las preguntas:
¿Quién Soy? ¿Qué Soy?
De alguna manera, y a través de un incipiente y tutelado cuidado de sí, estos adolescentes intentan responder a la pregunta sobre qué los hace sujeto, pregunta que intentaba responder la epimeleia heautou. El ser padres, se torna así, en una circunstancia (solo circunstancia) de autoconocimiento. Podríamos decir que, cuidando a su hijo o hija, comienzan a cuidarse a sí mismos. Dentro de las múltiples condicionantes que la pobreza impone y el implacable dispositivo de la sexualidad.
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Notas
Notas de autor