Artículo de investigación científica e Investigación Creación
Recepción: 12 Mayo 2022
Aprobación: 12 Junio 2022
Resumen:
Este artículo nace de un encuentro fortuito con un tesoro familiar; una serie de epístolas que mi abuelo, Silvio Restrepo, escribió a sus hijos como una forma de acompañarlos en sus recorridos por la vida. En una de ellas, titulada Los caminos se dirige a su hijo menor, Juan David; allí le cuenta por qué para él son importantes los caminos, el caminar, la contemplación y la pausa. En este encuentro descubrí que el camino me pedía una pausa; sentí que aquellas enseñanzas de mi abuelo habían sido escritas también para mí. Me dejé abrazar por sus palabras para comenzar a reflexionar sobre el camino como una metáfora del transitar por la vida.
Este transitar toma como lenguaje una serie de búsquedas plásticas representadas en entrecruces de hilos y tramas textiles, bocetos, manchas y líneas; allí me encuentro con la pausa en la cotidianidad y de ella surge una serie de objetos plásticos donde registro cada una de las reflexiones que emergen en mi caminar. Con este artículo invito al lector a pausar y, de esta manera, reconocerse como caminante.
Palabras clave: Pausar, epístola, camino, caminante, telar.
Abstract:
This article is born from an unexpected meeting with a family treasure; a series of epistles that my grandfather, Silvio Restrepo, wrote to his children as a way of accompanying them on their journeys through life. In one of them, named Los caminos, he addresses his youngest son, Juan David; there, he tells him why paths, walking, contemplation and pause are important to him. In this meeting I discovered that the path asked me for a pause; I felt that those teachings of my grandfather had also been written for me. I let myself be embraced by his words, and I began to reflect about the path as a metaphor for going through life.
This journey takes as its language a series of plastic searches represented in threads and textile wefts, sketches, spots and lines; there, I find the pause in my daily life, and from it, a series of plastic objects arise where I record each of those reflections that emerge in my walk.With this article I invite the reader to pause, and in this way recognize himself as a walker.
Keywords: Pausing, epistle, path, walker, loom.
Introducción
“Caminar es a menudo un rodeo para encontrarse con uno mismo”.
Este artículo busca reconocer los caminos que he transitado y que han transitado algunas de las personas que marcaron mi vida, con la intención de invitar a caminar, no solo como la acción literal, ni como una obligación a regresar a la montaña o a los espacios abiertos del paisaje rural, sino como una búsqueda y un acercamiento a la vida contemplativa para desarrollar la costumbre de detenerse, de hacer una pausa en el camino. Una pausa, no para estancarse sino para escuchar y observar nuestro alrededor y permitirnos ser conscientes de lo que se ha caminado y por dónde; para luego retomar el camino cargado de energía y determinación frente a la incertidumbre que trae consigo el transitar por la existencia. De esta manera, reconocernos como caminantes nos posibilitará comprender el recorrer de los caminos y así permitirnos parar, en otras palabras: hacer una pausa luego de un día caluroso y cobijarnos a la sombra de un árbol para luego dar cabida a la reflexión como un acto de conciencia sobre los trayectos, decisiones y caminos futuros.
El presente texto toma como referente principal la investigación-creación donde autores como Fernando Hernández H. y Sandra Liliana Daza C. buscan retomar la importancia de las artes para la construcción de conocimiento y sentido a través de enfoques particulares como narrativas, interpretaciones y experimentaciones sobre la realidad intersubjetiva. Teniendo esto en cuenta, la metodología comienza con el “vagabundear” (a la manera de Le Breton en su Elogio del caminar, 2015), donde fui descubriendo en los archivos familiares recursos valiosos para esta búsqueda. Donde no pretendo hablar de mí, sino a partir de mí (Hernández, 2008).
Descubrí entre los recuerdos y textos familiares una serie de objetos cargados de texturas y colores, en cuyos tejidos, escritos y formas empiezo a vislumbrar una serie de patrones que al pasar de los años se fueron creando en los objetos y papeles que han estado guardados: formas orgánicas y paletas de colores terrosos que me llevaron también a observar el presente y los lugares que recorro de manera cotidiana.
Realicé entonces un ejercicio de diario donde reflexiono sobre esas cartas y escritos familiares, y poco a poco los textos que voy construyendo en bitácoras empiezan a cargarse de hojas, hilos, musgo, café, recortes, entre otros. En este proceso, me encontré con una serie de epístolas; cartas que mi abuelo Silvio Restrepo escribió a sus hijos y familiares como un recurso pedagógico para consignar, de una manera más clara, los aprendizajes que él había tenido en la vida. Entre muchas cartas, resonó una en específico, que empieza así: “Eres un caminante, busca bien tu camino”. Al leerla, todo el proyecto tomó un nuevo rumbo y empecé a buscar el significado de la escritura en mi vida, y de cómo esta había estado unida a la práctica epistolar desde mi infancia, a los diarios y a consignar en ellos todas las experiencias significativas.
Comenzó a surgir un diálogo entre el ritmo actual de mi vida, los lugares que frecuento, la velocidad en la que me muevo y las enseñanzas de mi abuelo que van más de la mano con la contemplación y la pausa. Fue así que desde mi formación plástica surgieron algunas imágenes que rozan vagamente con el collage y opté por convertir en gráficas los poemas y textos de mi familia; pero los resultados no fueron los esperados, y el discurso que se estaba formando no terminaba de dar respuesta a las interrogantes. Poco a poco empiezo a alejarme de la gráfica para descubrir el mundo de los telares, el macramé y el crochet, también por una necesidad de ir más despacio, de pausar y de contemplar(me). A partir de ahí, el proyecto comienza a ser atravesado por algunas palabras: textura, conexión, nudo, tejido, grieta, colección, puentes, repeticiones. Con relación a esto la búsqueda comienza a ser un poco más rigurosa desde la materialidad y algunas de las expresiones del arte textil se convierten en el lenguaje plástico que camina a la par con la diarística y el archivo.
Como práctica reflexiva decidí que este artículo estaría escrito a modo de carta, como solía hacerlo antes, como solía hacerlo mi abuelo. El receptor de esta serie de epístolas podría ser yo misma, o quizá tú que estás leyendo estas páginas, y más ahora en estos tiempos en que el COVID nos deja ubicados en lugares y territorios desconocidos. Donde el ser se vio abocado al desvanecimiento de un velo que se construyó desde ideas preconcebidas por las velocidades y nos despojó de creencias instauradas desde la producción, la autoexplotación y el exceso de productividad. La intención es que cualquier persona pueda sentir que este artículo está dirigido a él o ella y desde allí que pueda sentirse invitado a detenerse, a contemplar(se) y a descubrir cuál es su propia forma de encontrar lentitud y el pausar en su cotidianidad.
Abril 2020
Una carta
Hace tiempo quería escribirte, pero las palabras nunca eran suficientes. Cada vez que me sentaba frente al papel algo sucedía: una llamada, un mensaje, mi madre en la puerta, mi hermana llamando desde su habitación, Instagram, Pinterest, Netflix, el gato… Entonces creo que no solo es el hecho de que mi vocabulario esté reducido por la falta de lectura, que se me dificulta expresar lo que hay con respecto a esto, o a nosotras. O posiblemente sea ese terror a tratar de dejar plasmado y a la vista de otros lo que percibo de la vida y cómo he construido estas vagas ideas. Tiene sentido ¿no? ¿Tú qué piensas? No sé, ¿te ha pasado alguna vez?
Últimamente me he dado cuenta de que no tengo suficiente tiempo para tantas cosas, pero como es habitual en mí contradecirme, creo que no se trata solo de tiempo, sino más bien de concentración. Siento que he desarrollado un temor a estar sola con mis pensamientos, porque cada vez que estoy en silencio el sueño tiende a apoderarse de mi mente y la apaga, es como si dijera: “Es momento de descansar, no puedes perder el tiempo pensando y dando vueltas”.
De nuevo recurro a la posibilidad de escribirte para dejar consignado en algún lugar las ideas que giran sin detenerse en mi mente. No sé si recuerdas que antes, cuando estábamos en el colegio, esto era más habitual. Cada noche, o cada dos noches máximo, te escribía una carta para mantenernos comunicadas. A veces regreso a ellas con mucho cariño, extrañando esos espacios donde me permitía sentarme a contarte el día a día. Sin embargo, con el paso del tiempo se fue haciendo más difícil comunicarme, creo que por las distancias y el ajetreo de la vida fui olvidando cómo escribirte y cómo llegar a ti. Aun así, hoy decidí que quiero contarte algo. Puede que tal vez sea un poco torpe la forma de expresarme, pero entenderás que he perdido la práctica.
Han pasado muchas cosas desde la última vez que te dejé una postal escondida entre las páginas de tu libreta blanca; esa que hiciste y que nunca soltabas. No sé si tuviste la oportunidad de leerla. Esta vez te escribo para compartir contigo algo que descubrí hace poco en las carreras de mi existir.
¿Cómo surgió todo?
“Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas en la mar”
Antonio Machado (Proverbios y cantares – XXIX)
Primero quiero contarte que decidí volver a los textos familiares, aquellos que hace un tiempo había decidido abandonar. Surgió en mí una inquietud por el diario o bitácora como ese soporte en forma de cuaderno que generalmente se utiliza para registrar los sucesos del día a día, los relevantes o los insignificantes. Amelia Cano Calderón comenta que “para que pueda ser considerado diario la intención de contar su vida” (1987, p. 54) lo más importante es no dejar pasar demasiado tiempo entre los acercamientos que hacemos a la escritura. De alguna manera aquella búsqueda en los archivos familiares, y con la idea de bitácora en mente, quise continuar explorando un poco más este soporte que conocía desde la práctica artística, pero con el que ahora me sentía tentada a experimentar.
Sentí una gran curiosidad por la escritura y la fotografía. La primera como práctica para guardar memoria y la segunda como aquel ejercicio que logra retener la luz que marcó determinado momento en la historia familiar. Y efectivamente, allí me encontré con una infinidad de textos y fotografías, papeles curtidos por el paso del tiempo, letras emborronadas por la manipulación de mano en mano, cartas de mi abuelo, de mis tíos, de mis padres, hasta cartas que escribí cuando tan solo tenía diez años. En ese momento se me ocurrieron miles de ideas para recuperar dicha historia y entre tantas me encontré con el ejercicio del diario (de la bitácora), y eso me llevó a detectar que debía generar una respuesta a todos aquellos recuerdos familiares, pues finalmente dejarlos allí consignados en el tiempo sería negar “la cualidad de la memoria: guardar y dar cuenta de lo significativo de la vida” (García, 2004, p. 1). Sobre todo, dar cuenta, mostrarlo, enseñarlo para resaltar ese significado que en cierta manera tiene para quien lo escribe o lo narra y para quien, tal vez, podría leerlo o escucharlo.
Me puse en la tarea de catalogar y categorizar, casi de manera taxonómica, todo lo que había encontrado; así comenzaron a aparecer mensajes, texturas, caligrafías, ilustraciones y sellos postales en medio de colores desteñidos y oxidados. Fue allí que el mismo proceso me encaminó hacia la exploración entre la escritura y la gráfica, y el collage con texturas. Respondí al llamado de los insumos, pero con el paso del tiempo esta ruta comenzó a divagar en mi pensamiento y a perder sentido. Surgieron preguntas como: ¿para qué estoy haciendo esta investigación? ¿Por qué debería investigar? ¿Qué tiene que ver esto con la educación y el arte? Visité diferentes autores para tratar de aclarar estas dudas.
Me encontré con Sandra Liliana Daza que nombra la investigación-creación como “la posibilidad que presenta la creación en el arte como forma de investigación y generación de conocimiento del propio accionar humano” (2009, p. 91). Esta nueva forma de investigar me encaminó a descubrir que la investigación debía mirar mucho más, no solo el sujeto como objeto de estudio, sino que en el proceso el sujeto es el objeto y a la vez es quien investiga; y que no solo importa el resultado final (que bien podría ser una obra plástica o un ensayo), sino que el proceso de transformación que constantemente está surgiendo en el artista/investigador/docente será de gran importancia. Es así como pensar(me) como parte del proceso de indagación-creación, y cómo esta podría afectarme, fue la luz que me ayudó a continuar con esta búsqueda.
La posibilidad de una transformación en/con el proyecto otorgó respuestas a las preguntas. No me cierro a asumir esta idea solo desde la comprensión. Seguramente existen otras maneras de acercarse al sentido de esas palabras, pero puedo decir que en esta indagación he experimentado el arte como productor de conocimiento, sobre todo de autoconocimiento, pues “el arte es considerado una disciplina que le ayuda al ser humano a trascender en su desarrollo interno y en sus relaciones con los demás” (Cuartas, 2009, p. 91).
En algún punto la idea de ilustrar los textos de mi abuelo comenzó a retumbar, entre las imágenes, las texturas y las bellas metáforas. Me anclé a esta idea de objeto terminado donde el libro como contenedor, con el texto y la imagen, se encuentran perfectamente sincronizados para desde allí construir ese diálogo entre el pasado y el presente, el abuelo, los hijos y los nietos. De esta idea surgen una serie de collages, tal vez muy literales en primer momento. Pero de nuevo, sentí que el camino no era el correcto.
Estas ideas han dado tantas vueltas en mi cabeza que en un momento las sentí estancadas. Ha sido un proceso difícil. Creía que ya tenía un camino trazado sobre lo que el proyecto me estaba diciendo, pero llegó un punto en que caí, fue tan profundo como no lo vivía hace años. En ese momento no pude más y perdí el rumbo; paré de dibujar, de leer y de escribir. Así fue como las palabras comenzaron a enredarse. Durante varios días dejé de pensar y te confieso que, aunque sabía que debía reunirme con algunos referentes que ya tenía programados, la verdad no tenía muy claro qué debía preguntarles, así que volví a la divagación que tan errada se ve en nuestra sociedad y me puse a viajar entre mi pasado y mi presente. Fui a mi infancia y me encontré con mis padres, con mis hermanos, con sus palabras de amor y de tristeza. Volví al colegio y comprendí que allí se encontraba la fuerza y la constancia en mis escritos. Luego fui a la escuela Débora Arango y me di cuenta de cómo mi voz se había transformado en gráficas cargadas de dolor y fuerza, de violetas y magenta y alcancé a vislumbrar, entre la penumbra, un brillo, una duda, una necesidad que siempre estuvo allí. Vi a mi abuelo entre sus escritos y un pequeñísimo intento de acercarme a él, a sus enseñanzas, a sus palabras de consuelo sobre lo que él creía sobre el mundo.
Noviembre 2020
El encuentro. Un quiebre en el camino
Descubrí un texto que mi abuelo escribió. Una carta, como solía hacerlo cuando sentía que debía llegar a alguien más y que perdura de alguna forma en el tiempo en medio del silencio y el ruido de la vida. A esta carta la nombra “Los caminos”, y empieza así: “Eres un caminante, busca bien tu camino”. Mi abuelo le dedica esta carta a mi tío, Juan David. En ella le comenta por qué son tan importantes los caminos, ya que éstos
[...] invitan a pensar, a soñar, a meditar. Siento una rara atracción al contemplarlos; una amistad extraña, una veneración que se parece a la que profeso, a la experiencia que miro en el rostro de los ancianos [...] Mis ojos se pegan a los caminos, los repito mil veces con la mirada y los repaso con mi pensamiento. Jamás me canso de ellos [...] Amo los caminos que recorro, añoro los que dejé atrás y deseo con entusiasmo los que mire en lontananza. (Restrepo, 1997, p. 1)
Me tomé el atrevimiento de citar a mi abuelo en este proyecto porque sin él probablemente seguiría perdida y no podría compartir contigo este proceso.
En esta carta, escrita en 1997, mi abuelo Silvio Restrepo registra un ejercicio formativo y lo pone en evidencia al llevar un mensaje en forma de epístola a su hijo menor. En ella cuenta de manera detallada, haciendo un viaje entre lo literal y lo metafórico, la importancia de los caminos, la importancia del caminar, de ser conscientes de que somos caminantes y cómo estas sendas hacen parte de nuestra existencia. Dice: “Verdaderamente los caminos son la vida, cuando por vida se entiende el tránsito de cada hombre por su propia existencia” (p.3); de esta manera relata poéticamente su propio transitar y deja pistas de algunos de los secretos que ha aprendido de los caminos. Mi abuelo continúa:
¿Qué te han dicho? y ¿qué te dirán los caminos? Has recorrido un camino suave, mullido, soleado y en grata compañía; manos cariñosas han tomado las tuyas para hacerlo más suave; lo has iniciado en una mañana luminosa con buenos augurios; limpio, como si te esperara; claro para que lo comprendas; con bellos horizontes de luz, de esperanza, de fantasía y de ensueño. Pero ahora concentra tu mente y mira esos guijarros que no han herido tus plantas; son duros y sus aristas cortantes; en tu senda han sido escasos, pero hay trayectos del camino sembrados y tapizado de guijarros que no podrás esquivar; aprende a pisarlos suavemente para que no te hieran. (Restrepo, 1997, p. 3)
Luego de este encuentro procuré escuchar con atención; y fue cuando me di cuenta de que los caminos me pedían una pausa pero no para echar raíces, sino para caminar consciente y despacio. Mi abuelo, en su vida, caminó con lentitud, serenidad y paciencia. Descubrió en el caminar y en los caminos, que podía sentarse a la sombra de un árbol luego de un día o una semana soleada para buscar tranquilidad, para buscar refugio en el silencio, en sus pensamientos. Aquí tuve que hacer una pausa, me detuve en el camino y percibí la velocidad a la que estaba yendo. Cómo todo se estaba convirtiendo en una carrera contra el tiempo y fue así como el proyecto tomó un nuevo rumbo.
Enero 2021
Demasiadas preguntas
Perdona si mis cartas terminan un poco abruptas, pero entenderás que a veces las formalidades se me escapan. Pero bueno, como ves, todo este proceso continúa. Luego de este encuentro las dudas continuaban. Me encontraba inquieta. El caminar, el tiempo, la velocidad y la pausa ahora eran las fuerzas que me convocaban. Comencé a observar con mayor consciencia del uso que le daba a mi tiempo y realmente qué tanto me permitía la pausa. Planteé sobre el papel algunas preguntas; ¿qué es caminar? ¿Por qué caminamos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Por qué corremos? ¿Caminar de forma literal o metafórica? ¿Qué influencia tienen los caminos en nuestro recorrer en la vida?
Preguntas que me invitaban a revisar no solo mi forma de vida, sino la prisa como fenómeno social. Vidas vertiginosas, frenéticas, sin tiempo. Olvidamos cómo detenernos. Vamos a las carreras y el afán se normaliza. Byung-Chul menciona que el nuevo paradigma de vida es la auto-explotación: vivimos en una especie de mentira que nos han vendido llamada libertad, pero al final terminamos convirtiéndonos en esclavos de nosotros mismos, donde ya la “víctima y el verdugo no pueden diferenciarse” (2017, p. 32).
Me inquietó la experiencia social del tránsito sin consciencia. Que perdamos la oportunidad de limpiar los lentes con los que vemos el mundo. ¿Qué estamos propiciando en los niños y jóvenes en el colegio? ¿A construirse como sujetos críticos, reflexivos y creadores, o se están preparando para reproducir? Si no somos conscientes de nuestra propia vida y nuestros propios caminos, ¿cómo podemos entonces crecer y mejorar socialmente?
En resonancia con estas inquietudes, y partiendo de que en la Investigación Basada en las Artes (I.B.A.) —como lo nombra Hernández (2008)— es una actividad con un propósito de investigación que no se puede desligar del pedagógico, como ejercicio de reflexión constante de los entornos que habitamos con una intención tal vez enfocada en las diferentes maneras de mirarnos y de mirar. En resonancia con esas inquietudes desarrollé este proyecto con la intención de posibilitar la reflexión y la pausa frente a las sendas recorridas como puente hacia la comprensión de las dinámicas de nuestras propias vidas, que a su vez determinan cómo nos relacionamos con nosotros, los otros y así creamos un horizonte social. Partiendo de una mirada a mi vida, observo que no solo soy la investigadora, sino que también soy sujeto y objeto de investigación. Soy consciente que hago parte del proceso.
Marzo 2021
Continúo escribiéndote
Regreso a ti para seguir construyendo esta idea. Tal vez te preguntes: “¿Por qué me escribes una carta?”, y está bien, tienes todo el derecho a hacerlo. En mis divagaciones comprendí que ya no solía abrir espacios en mi cotidianidad para tomar el papel y el lápiz. Como te conté más arriba, olvidé hace un tiempo la escritura, aunque la profeso muchísimo. Llevo sin hacerlo desde el colegio, lo sabes bien. Por un momento, este proyecto hizo que me detuviera de la locura en la que se estaba volviendo mi vida o, en términos de Bauman, en lo líquida que se estaba convirtiendo. Aquí es donde el diario y la imagen cobran sentido como medio de expresión. Artistas como Paula Bonet y Juanan Requena siempre han establecido un puente entre lo escrito y lo plástico, y ahora procuraré llevarlo a un ejercicio pedagógico con las cartas, los dibujos y las palabras. El arte y la pedagogía comenzaron a unirse en este proyecto no solo para ser uno de manera objetual, sino como objeto de actuación reflexiva en el presente y el futuro, partiendo de que el desafío de la I.B.A. es “poder ver las experiencias y los fenómenos a los que dirige su atención desde otros puntos de vista” (Hernández, 2008, p. 94) que tal vez, desde otros lugares, no podríamos plantearlas como formas de investigación. Pues el arte tiene una función muy particular en sí mismo, que es generar preguntas más que encontrar respuestas. Algo así como la vida misma; justo cuando crees haber encontrado la solución a algo te das cuenta de que aparecen nuevas formas de cuestionar esos resultados y se convierte en un círculo eterno.
Es posible entonces iniciar un viaje al espacio íntimo para luego llegar al terreno público, permaneciendo en medio el proyecto que se convierte en una especie de invitación constante para construir su propio viaje conscientemente.
Los caminos y las sendas
“El sendero, el camino son una memoria grabada en la tierra”.
David Le Breton (2000, p. 69)
Para dar entrada a este tema quiero contarte un poco sobre la definición que normalmente podrías encontrar; el término sendas proviene del latín semita. Tiene relación con los caminos que resultan ser más estrechos que las veredas y por el cual se destina el tránsito de peatones y del ganado menor. También se ha concebido como esos trayectos que recorremos para admirar y conocer los espacios naturales. Sin embargo, en este proyecto los abordaremos como un sinónimo de los caminos, pero no solo desde la definición literal del espacio físico, sino desde la construcción de un puente entre lo físico y lo metafórico.
Los caminos, tal y como lo escribió mi abuelo, podemos entenderlos como una metáfora de la vida. En ellos dejamos la marca de las decisiones que hemos tomado, del lugar al que hemos llegado. Marcamos la rutina en sus piedras y plantas y dejamos atrás ideas y pensamientos veloces, que por su misma naturaleza no alcanzamos a recordar. Cuando miramos atrás vemos su compañía constante y silenciosa que retiene cada sentimiento que dejamos al avanzar. Son testigos de nuestros más grandes momentos, pero también de los pequeños y oscuros.
Los caminos atesoran la melancolía y muchas veces nos invitan a avanzar, a explorar, pero son pícaros. En su lenguaje nos hacen un llamado constante, algo más sutil, debo admitir, para regresar a ellos, para retornar y reconocer nuestros antepasados nómadas, nuestras raíces, exploradoras y aventureras. Por nuestra naturaleza finita los caminos nos cansan, nos intimidan y atemorizan. La incertidumbre y lo desconocido revelan lo pequeños que somos en el tiempo del universo. Nos enseñan que todos no recorremos el mismo camino, pues “no son los mismos; unos y otros serpentean en dimensiones distintas del mundo y hay pocas posibilidades de que se crucen” (Le Breton, 2015, p. 11). Supongamos que tú y yo decidimos salir a caminar por una senda; tu manera de recorrer ese lugar será muy diferente al mío, ambas iremos en ritmos diversos y en situaciones particulares, este o aquel objeto nos llamará la atención. Al final del día cada una de nosotras habrá recorrido su propia senda, y es por eso que se dice que existen tantos caminos como personas, pues encontrarnos en un mismo punto parece imposible, ya que todos vamos en ritmos singulares y observamos de manera selectiva lo que nos interesa y lo que no, y eso es a lo que se refiere Le Breton.
Los caminos, las sendas y los recorridos nos invitan a reflexionar y a enfrentarnos a lo inesperado. ¿Qué pasaría si nos permitiéramos escucharlos? Entonces “vagabundear”, como lo nombra Le Breton, se presenta ahora como una estupenda opción: “el vagabundeo, tan poco tolerado en nuestras sociedades como el silencio, se opone así a las poderosas exigencias del rendimiento, de la urgencia y de la disponibilidad absoluta” (Le Breton, 2015, p. 10).
Este autor es muy explícito en nombrar el “vagabundear” como una acción de resistencia frente a las velocidades del mundo, una oportunidad para salir de la rutina y perderse en el recorrer de los caminos naturales. Sin embargo, para este proyecto “vagabundear” implica también la posibilidad, a modo de metáfora, de perderse en el pensamiento, en los recuerdos, en las divagaciones frente al futuro; de viajar entre hechos y rememoranzas para encontrarnos con nosotros mismos e interrogarnos; y allí, en ese momento, los pensamientos comienzan a flotar sin un orden particular en tu mente y te permites recorrer esos caminos de tu vida, para regresar a la sombra de ese árbol gigante que te cobijaba luego de un largo día de sol.
El caminante ¿quiénes caminan?
Ahora bien, podrías pensar “¿quiénes caminan?” El hecho es el siguiente: todos estamos en un continuo caminar, nos encontramos en un constante recorrer de la existencia; vamos de la casa al trabajo, del trabajo a un bar o al cine, vamos al campo, a la montaña o al mar, sobre todo si nos referimos a la acción misma del caminar, es decir, poner un pie delante del otro y avanzar. También caminamos en nuestros recuerdos, vamos al pasado y rememoramos algunas situaciones o sentimientos de alegría, de tristeza o ¿por qué no, de ira? Pensamos en el futuro y concebimos diferentes escenarios en los que podría ocurrir determinada acción. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros somos conscientes de todo lo que sucede al caminar?
El caminante, término que emplea Le Breton, es aquel que acepta la incertidumbre que le depara el camino, es consciente de los peligros y desventuras que podría encontrar en su recorrer pero que, aun así, decide aventurarse autónomamente a ellos. Se da cuenta de que puede decidir frente a cuál camino tomar y piensa en los pasos que está dando o que ha dado en su trayecto. Este caminante se encuentra con su yo; en la sencillez del camino retorna a la exaltación y la contemplación; la reflexión se convierte en un acompañante en las rutinas del día a día. Se muestra frágil ante el camino y “se siente responsable de sus actos” (Le Breton, 2015, p. 15) porque no hay un caparazón de tela o metal que lo oculte. El caminante disfruta del anonimato, de la posibilidad de mimetizarse con el camino, de perderse en esa experiencia y estar presente y disponible para él y sus encuentros con el mismo camino.
Entonces caminar también va ligado al pensar, a la acción de poner en evidencia las situaciones que hemos vivido y así poder recorrerlas para aprender de ellas, para entender en qué momento el camino no fue el correcto, o que simplemente no es en el que queremos estar. Pero ¡ojo!, no me refiero a que esto lo haga siempre un caminante. No. Caminar de esta manera es algo que se desarrolla con el ejercicio, con el hábito; no es que tú una mañana vas a procurar estar atenta a esas situaciones y que de la nada puedas ir y venir de ese lugar en tu mundo interno. Es como si nuestra meta fuera escalar una montaña y que llegado el día lo logremos a la primera. No. Debemos empezar a entrenar, a dar un paso a la vez para no fatigarse y perder así la intención de ese primer paso.
Es aquí donde divagar (o vagabundear) se convierte en una clave para viajar. Es necesario incursionar y perderse en esos caminos que recorremos, Así el caminante cosecha su experiencia y empieza a encontrar patrones en su recorrer, comprende en qué situaciones puede reaccionar de determinadas formas y se vuelve cauteloso y prudente; entonces puede así emprender los futuros caminos con paso firme.
Velocidad en la sociedad actual (tiempo)
El caminante elige y es quien se toma el camino despacio, no permite que el afán lo tome a él. Es consciente de su camino, de sus metas y se organiza de manera que puede decidir qué hacer, cómo hacerlo y específicamente cuándo hacerlo. De esta manera afirma “su soberanía sobre el calendario; su independencia frente a los ritmos sociales” (Le Breton, 2015, p. 19) y su autonomía sobre el camino. No se deja imponer los tiempos, pues es conocedor del lugar y las normas sociales en donde se encuentra, y de esta manera descubre los quiebres para perderse; por supuesto, sin salirse del sistema por completo.
Actualmente nos encontramos en la sociedad del rendimiento, aquella que “se caracteriza por el verbo modal positivo poder (können) sin límites. Su plural afirmativo y colectivo «Yes, we can1»” (Han, 2017, p. 26) el cual expresa justamente un asunto de absoluta positividad. Todo lo que nos proponemos desde una aparente consciencia reemplaza la prohibición a la que estamos acostumbrados. El caminante no se deja envolver por ese “Yo puedo” y aprende a identificar sus límites y necesidades; sabe cuándo avanzar, cuándo retroceder y cuándo detenerse porque esta es la única manera de descubrir cuando el exceso de trabajo y rendimiento se está convirtiendo en una auto-explotación del ser.
Aquí, querida amiga, quiero compartirte un fragmento del libro Momo de Michael Ende. En esta parte Bepo, el amigo de la protagonista, le cuenta el porqué de su manera de trabajar, tan lenta, tan pausada:
Cuando barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso - inspiración - barrida - paso - inspiración - barrida. De vez en cuando se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después proseguía paso - inspiración - barrida. […] -Ves, Momo —Le decía, por ejemplo, — las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla. […] Entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer. […] Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siquiera, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente. (Ende, 1989, p. 39)
A eso me refiero; aprender a caminar paso a paso, donde te apoderas del tiempo para tu beneficio, sin entrar en los remolinos sociales que te absorben y te llevan a convertirte en víctima y victimario por la necesidad infundada de no perder el tiempo. Esto me lleva también a retomar la necesidad de remembranza, del recuerdo, porque en la velocidad del mundo actual olvidamos los pasos que damos, nos perdemos en el camino y así es como no entendemos en donde estamos, ni cómo hemos llegado, como dice Le Breton “para que el conocimiento del mundo se despliegue hasta el infinito, hacen falta los caminos. El asfalto no tiene historia, ni siquiera la de los accidentes que lo han marcado” (2015, p. 70). Pasamos sin dejar rastro por nuestra propia senda, nos vamos sin dejar memoria, rompiendo a cada salto afanoso el suelo bajo nuestros pies, y manejamos la indiferencia por nosotros y los demás. Estamos urgidos por llegar a una meta, no disfrutamos del proceso, no observamos a nuestro alrededor y por esa razón cuando frenamos en seco nos deprimimos, y perdemos el rumbo.
Contemplación - ¿Qué pasa cuando te aburres?
“Quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento reconocerá, después de un rato, que quizás andar, como tal, lo aburre. De este modo, se animará a inventar un movimiento completamente nuevo”.
Es normal que al recorrer ese camino te fatigues y quieras terminar para regresar al punto de partida. Eso es lo que nos han enseñado. Sin embargo, “estar aburrido” también es una forma de dar inicio a algo; de estar tranquilo con la posibilidad de no ir a mil por ahora; de permitirte la contemplación del pasado, el presente; de soñar y el mirar al futuro.
A veces divagar puede tornarse bastante aburrido, parece que no hay un destino ni un final y esto suele concebirse como perder el tiempo. Sin embargo, es allí donde promovemos el pensamiento divergente, activamos recuerdos y comenzamos a conectar ideas que antes, tal vez, nunca se hubieran pasado por nuestra mente. Descubrimos soluciones a preguntas que teníamos en mente hace tiempo y que se estaban convirtiendo en un problema, o simplemente nos encontramos frente a frente con nosotros mismos, con nuestras necesidades. Y es allí donde podemos poner en diálogo nuestro pasado y presente.
El silencio
Conozco personas que son capaces de perderse en las multitudes y deambular en sus mentes como si de verdad no se encontraran allí. Sin embargo, concuerdo con Le Breton en que el silencio, a nivel general, es indispensable para el disfrute del vagabundeo, pues requiere un nivel de desconexión de algunos lazos con la sociedad. ¿Cuántas veces al día podemos realmente decir que tenemos silencio? y adicional a ello, ¿qué sucede cuando el silencio aparece? Se podría decir, a grandes rasgos, que existen dos tipos de silencio; el primero —el que creo necesario y conveniente— es aquel que está acompañado de sonidos a tiempo, el eco necesario, la melodía de la voz o simplemente el desahogo de palabras entonadas al azar; y el segundo, que generalmente se hace penoso y lo ocupamos con algún otro ruido que nos evite aquel sentimiento de incomodidad.
No me gustaría que me malentiendas. Cuando hablo de silencio me refiero también a la compañía, a ese momento en el camino en que nos encontramos en un lugar alejado de distracciones nimias, o cuando las personas evitan la palabra brusca e innecesaria, la palabra hiriente o meramente sonora que termina por convertirse en un ejercicio para la lengua. Hablo de ese silencio que reconforta y abraza la melancolía del recuerdo, ese que susurra como el viento que lleva las hojas danzantes por el puente que creas entre el presente y el pasado.
Julio 2021
Pausar
Como he venido contándote, estoy haciendo este recorrido gracias a ese encuentro que tuve con mi familia, con esa carta en específico. Esto fue para mí un llamado de atención. He comprendido que es necesario pausar; entendiendo ese pausar como un ejercicio de cambiar de sintonía, de concentrarnos en algo más que la velocidad y el cansancio externo. Comprendiendo que “se puede escuchar y caminar para dejar de producir, para dejar de consumir, para dejar la urgencia y el estrés, para encontrarnos, para conocernos —a nosotros mismos y a las demás personas—, y así escucharnos y caminar juntos” (Ronan, 2015, s.p.). En este punto puedo decirte que pausar no es detenerse, ni frenar, no es hacer nada; por el contrario, es un llamado a descansar. Pero quiero explicar a qué no me refiero con descansar: no hablo de ese entender actual del descansar que es tirarse en la cama todo un fin de semana luego de haber trabajado hasta el cansancio extremo, ni a ver películas que no estimulen tu imaginación o tu pensamiento, ni a chismosear en la puerta de tu casa con los vecinos, ni tampoco a estar perdido en las redes sociales haciendo scroll por inercia. Me refiero a ese descanso que te sumerge en tu mundo interior, que te deja vagar por los pensamientos, que te invita a relacionarte con tu propia existencia para crecer, a ese espacio de tiempo que dedicas a ti.
Pausar es permitirse regresar a los viejos caminos, a esa sombra debajo del árbol que te ha arropado y acompañado, que nos da cabida para sentirnos mal, decaídos y tristes, y posibilita regresar a esas sendas. Analizar las decisiones tomadas y pensar si aquellas fueron las correctas o si nos encontramos en el lugar que queremos. Dentro de esta pausa comprendo que no puedo desligarme de la sociedad y sus rumbos, ni entregarme a esa deambulación extrema, pero sí puedo encontrar esas fisuras y huecos en las reglas para hacerme en mi tiempo y mi calendario.
De aquí ha surgido un encuentro con el caminar y el pausar de una manera que no esperaba. Pronto estaré compartiendo contigo algunos de los objetos que han surgido en mis pausas. Es importante que tengas en cuenta que no solo pausé en el tiempo, sino en lo que me hacía sentir segura, pues me aventuré a transitar por otro paraje. Como bien sabes, en el mundo plástico siempre he viajado entre el dibujo y la pintura, pero en este recorrido he encontrado una conexión con las texturas, las formas y los volúmenes. Me encontré con el mundo textil, los telares y el macramé. Estuve pensando en esos recorridos que hacemos con la memoria y que cada paso que damos queda marcado en la tierra, y es así como los nudos se convirtieron en ese lenguaje que me transporta a viejos momentos de mi memoria.
Esos nudos, esos entrelaces y tejidos me han permitido abrir un espacio de pausa en mi cotidianidad, y también porque de alguna manera dibujar y pintar ya eran parte de mi trabajo: los encargos, pintar para los otros, dibujos para poner en evidencias las ideas que los demás querían. Pero el macramé y el telar se presentaron como un ejercicio personal, de silencio, de descubrir con los sentidos una nueva forma de comunicar, de trasladarme a diferentes lugares en mi memoria, mientras mis manos van construyendo caminos físicos; ahí me he hallado entre hilos y nudos de múltiples pensamientos y sentires.
Espero que en esta carta pueda dejarte por un momento ese sabor agridulce que genera la duda en nuestro ser. Me gustaría continuar compartiendo los descubrimientos que me sorprendan en este trayecto que estoy emprendiendo y que, con el tiempo, si tú quieres, compartas conmigo los caminos que recorres. Por ahora te dejo algunos bocetos y encuentros entre las ideas, el papel, el lápiz y las texturas.
Octubre 2021
Pausa
¿Cómo has estado querida amiga? Vuelvo a escribirte para cumplir esa promesa de compartir contigo los procesos que he avanzado en este lapso en el que me dediqué a caminar un poco más consciente. Me cuestiona mucho el tiempo en la actualidad, estamos en un momento histórico complicado. La pandemia del COVID nos ha golpeado en múltiples formas que tal vez ni en la ficción se habían tenido en mente… ¿Te has dado cuenta cómo ha afectado esto los ritmos de nuestras vidas?
He visto a tantas personas lidiar con estar encerrados en sus casas, darse cuenta de que no disfrutan su trabajo ni el espacio que han escogido para vivir, que no tienen hobbies o pasiones en sus vidas. Es como si el velo de la velocidad, las calles repletas y los sonidos ensordecedores hubieran mitigado el hecho de que no sabemos quiénes somos y, ahora que ese velo se ha comenzado a desvanecer, nos hemos encontrado en los lugares en los que tal vez nunca hubiéramos pretendido estar.
Por mi parte, he dedicado este espacio para pensar y asimilar todo lo que te expresé en la carta anterior. He procurado descubrir quién soy en esos momentos de soledad; enfrentarme al aburrimiento y dejarme perder en él. He procurado mantener abierta la posibilidad a diversas manifestaciones de quien soy y, gracias a eso, he descubierto nuevos intereses que están ahí latentes desde hace varios años pero que hasta ahora me doy el espacio de explorar.
Título: Pausa 1 Autor: María Elena Restrepo Técnica: Telar en urdimbre Dimensiones: 84 x 90 cm Año: 2021
Autor: María Elena Restrepo
Título: Pausa 2 Autor: María Elena Restrepo Técnica: Telar en urdimbre Dimensiones: 26 x 78 cm Año: 2021
Autor: María Elena Restrepo
Título: Pausa 3 Autor: María Elena Restrepo Técnica: Telar en urdimbre Dimensiones: 52 x 80 cm Año: 2021
Autor: María Elena Restrepo
Título: Pausa 4 Autor: María Elena Restrepo Técnica: Telar en urdimbre Dimensiones: 17 x 80 cm Año: 2021
Autor: María Elena RestrepoReferencias
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Abad, Mar (2014b). ¿Estamos exterminando el arte de caminar? In: Yorokobu, Spain, June 3. Recuperado de: http://www.yorokobu.es/arte-de-caminar/ (consultado 18/10/2020).
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Notas