Artículo de investigación científica e Investigación Creación
Arte y consciencia cosmoteándrica. Cada uno es Todo y Todo es cada uno
Art and Cosmotheandric Consciousness. Each is All and All is Each
Revista Académica Estesis
Tecnológico de Artes Débora Arango, Colombia
ISSN: 2539-3995
ISSN-e: 2539-3987
Periodicidad: Semestral
núm. 16, 2024
Recepción: 29 abril 2024
Aprobación: 04 junio 2024
Resumen: Este artículo es el resultado de la investigación en torno a la idea de que la unidad es el principio y fin del universo, en contraposición a la pérdida del sentido religado de totalidad que se percibe en nuestra sociedad que nos puede abocar al nihilismo. Esta visión cosmoteándrica de la realidad requiere de una metodología interdisciplinar que no se sustente únicamente en la espiritualidad y la mística, sino que también se aborde desde la filosofía, la psicología transpersonal e integral, la física cuántica y la creación artística. Esta investigación la hemos reflejado también en nuestra propia obra a lo largo de varias décadas. La realidad hay que entenderla en términos de relación o como una red interconectada holográficamente de energía e información. Desde la psicología transpersonal se percibe que sólo existe un único ser universal, una sola mónada o unidad divina. Formamos parte de un conjunto inteligente, autoconsciente y portador de espíritu que se manifiesta en una psique transpersonal y un inconsciente colectivo. Esta supraconsciencia o mente cósmica nos identifica con la divinidad. Es necesario cuestionar el conocimiento excesivamente racional y conceptual para aproximarnos al misterio del universo y del ser humano que habría que entenderlos como un Todo no dual ni disociado, en el que el todo y la parte, el microcosmos y el macrocosmos forman una realidad indisoluble. La creación artística nos conecta con nuestra dimensión suprapersonal y es una de las mejores vías para experimentar el sentimiento oceánico de unidad con el cosmos.
Palabras clave: Unidad, cosmoteándrico, mónada, psicología transpersonal, supraconsciencia, red.
Abstract:
This article is the result of research on the idea that unity is the beginning and end of the universe, in contrast to the perceived loss of our society’s sense of a tightly bound whole that could lead us to nihilism. This cosmotheandric vision of reality requires an interdisciplinary approach that is not only based on spirituality and mysticism, but also relies on philosophy, transpersonal and integral psychology, quantum physics and artistic creation. We have reflected this research also in our own work over the course of several decades. Reality should be understood in terms of relationship or as a holographically interconnected network of energy and information. In transpersonal psychology, it is perceived that there is only one single universal being, a single monad or divine unit. We are part of an intelligent, self-conscious and spirit-bearing whole that manifests itself in a transpersonal psyche and a collective unconscious. This superconsciousness or cosmic mind identifies us with divinity. We have to question excessively rational and conceptual knowledge in order to address the mystery of the universe and the human being, which should be understood as a non-dual or dissociated Whole in which the whole and the part, the microcosm and the macrocosm form an indissoluble reality. Artistic creation connects us with our suprapersonal dimension and is one of the best ways of experiencing the oceanic feeling of unity with the cosmos. Unity; cosmotheandric; monad; transpersonal psychology; superconsciousness; network.
Keywords: Unity, cosmotheandric, monad, transpersonal psychology, superconsciousness, network.
Introducción
En este artículo abordamos, como idea central objeto de esta investigación, la visión cosmoteándrica de la realidad y del ser humano, que también se manifiesta en el vínculo que existe entre el arte y la espiritualidad entendida como unión o religación con lo universal, poniendo en cuestión aquellos aspectos más negativos de las religiones que han desvirtuado esta percepción de la existencia que parece confirmarse desde diferentes ámbitos del conocimiento. Nos aproximamos a esta visión de la realidad desde un planteamiento metodológico que se sustenta en un enfoque interdisciplinar que contempla una amplia variedad de áreas de conocimiento como la filosofía, la espiritualidad, la mística, la psicología transpersonal e integral, la psiquiatría, la física cuántica y el arte. Esta ha sido nuestra línea de investigación teórica desarrollada a lo largo de varias décadas que hemos puesto también en relación con nuestra propia creación artística, que no siempre se puede encasillar en un contenido semántico único, pero que sí refleja en gran medida muchos aspectos del contenido de este texto.
Una de las principales cuestiones que habría que resolver en nuestra época es la ruptura entre el ser humano y la totalidad que se inició en la modernidad y que es fruto de la razón. Desde diferentes áreas del conocimiento se percibe que la unidad es el principio y fin del universo, algo que es absolutamente compatible con la nueva ciencia y que se manifiesta en la experiencia artística. “La fractura entre el hombre y la totalidad es el problema de fondo. Se trata de una herida mental” (Arnau, 2020, p. 18). Se percibe e intuye que cualquier cosa que contemplemos tiene algo que ver con nosotros. En este sentido podemos afirmar que yo soy toda la realidad “Tat twam asi”, que traducido del sánscrito significa “tú eres eso”, en referencia a que más allá de las apariencias somos en cierta medida el universo entero, el Todo (Campbell, 2019).
La filosofía moderna vinculada exclusivamente a la razón nos ha abocado a una separación de la realidad, a una pérdida del sentido religado de totalidad que nos aboca en cierto sentido al nihilismo. La razón ha empobrecido el concepto de ser humano, lo ha despojado de vida y lo ha convertido en una cosa o máquina; “la razón discursiva de la tradición filosófica conlleva una actitud violenta e impositiva hacia la realidad, al querer subsumirla en el espacio del pensamiento, reduciendo lo real a los esquemas racionales del sujeto” (Zambrano, 2014, p. 44). Las limitaciones del modelo racional son cada vez más evidentes tanto desde el ámbito filosófico como artístico. El conocimiento de las cosas tiene que ir de la mano de una percepción unificada de la consciencia en relación con el Todo. “La comprensión (...) no es algo que está limitado al plano intelectual (...). Comprender es ver desde la totalidad. Para ver desde la totalidad es necesario (...) que lo que yo creo que soy se disuelva y que mi identidad se amplíe hasta la totalidad” (Martín, 2018, p. 199).
María Zambrano nos alerta sobre la pérdida de la religación con el mundo, la negación del fondo sagrado de la realidad y el desgajamiento de la Totalidad, cerrando la conexión con la interioridad del ser humano y con la divinidad. Critica el nihilismo que nos ha desvinculado del sentimiento de pertenencia o religación con el universo y de la conexión con lo interno. Afirma que la causa de esta situación la tiene el racionalismo llevado a su extremo y la pérdida del sentimiento espiritual que nos crean un vacío interior. Para recuperar la conexión con lo sagrado, inspirándose en la mística, propone ensanchar los límites del pensamiento racional desde su concepto de razón poética, planteando una concepción de la filosofía como transformación interior, mostrándonos el camino alternativo al de la filosofía convencional, sin renunciar a la misma. En un sentido similar se podría entender la filosofía del límite o razón fronteriza de Eugenio Trías que no descarta en absoluto la proximidad entre la espiritualidad y la filosofía (Trías, 2000).
Es necesario recuperar la consciencia de unidad, la percepción holística de la existencia, la unión con la madre Tierra y abandonar la creencia en el Dios exterior (Lenoir, 2016, p. 135) a nosotros que plantean las religiones oficiales. En la actualidad se abre paso el concepto de deidad o divinidad frente al Dios de la tradición, libre de toda referencia a una divinidad personal, a la que se puede acceder con la meditación. Por este motivo en este artículo sustituiremos el concepto de Dios, condicionado negativamente por nuestra tradición cultural, por el de divinidad. Una de las formas más evolucionadas de espiritualidad es la del sentimiento cósmico-religioso, que va más allá de la idea de un Dios antropomorfo. En este acceso a la deidad hay que rebelarse contra la ortodoxia de las religiones y la manipulación que se ha hecho del mensaje de sus fundadores. También se puede llegar a esta percepción de la realidad desde una mística atea que identifica el absoluto con la Nada. En este sentido existen dos concepciones de la espiritualidad que se sitúan en extremos opuestos y divergentes, la figura del Dios eclesial1 arcaico y la realidad transpersonal no dual postracional a la que nos referimos en este artículo.
Arte y creatividad. Fuerza creativa transpersonal
En esta percepción de la realidad, el arte es una de las mejores vías para experimentar el sentimiento oceánico de unidad con el universo y conectar con una mística inmanente de la no dualidad. Es evidente que la creación artística también nos puede aportar una visión holística de todo lo que existe. El psicólogo norteamericano Daniel Goleman llega a la conclusión de que en la creatividad se manifiesta una unión entre la mente individual y la mente universal; el arte es fruto de la comunión con el Todo. En realidad “la mente del individuo y la mente del universo se consideran en última instancia como una sola. De modo que, vaciándose uno mismo de la mente individual, más pequeña (...) podemos recurrir a esta mente universal más grande, más creativa” (Goleman, 2016, p. 63). La consciencia en su dimensión más profunda no tiene noción del ego, del yo, tiene su origen en una realidad transpersonal, en la Totalidad. La mente humana podría considerarse como un reflejo interior del universo en su totalidad y el universo de alguna manera como un reflejo de la mente humana, puesto que ambas cosas son una sola realidad.
La creatividad es una experiencia espiritual, de unión mística2 (Osho, 2019, p. 68); existe una fuerza creativa transpersonal que subyace en todo cuanto vive, incluidos los seres humanos. La creación artística en líneas generales implica que la mente racional habitualmente se queda en un discreto segundo plano. Una inteligencia o consciencia mayor que nuestra realidad individual adquiere el máximo protagonismo. Estamos hablando de un conocimiento no conceptual que sería lo opuesto a un excesivo control racional en el proceso de la creación artística3. Cuando nos acercamos a nuestros sueños creativos nos aproximamos a la fuente divina de la que emanan. En este sentido se podría afirmar que la divinidad crea a través de nosotros; “hay una energía creativa que quiere expresarse a través de ti (...). No juzgues ni el trabajo ni a ti mismo (…). Deja que Dios trabaje a través de ti” (Cameron, 2016, p. 20). Julia Cameron no se refiere a un Dios personal sino a una energía creativa, una especie de electricidad espiritual o fluir. Nuestro maestro o guía interno emplea una comunicación simbólica que trasciende la razón, su lenguaje es intuitivo y poco racional. Cuando se crea desde esta conexión “sabes perfectamente que no haces nada por ti mismo. Entiendes que eres un canal para que el verdadero poder superior pueda obrar su servicio sobre el mundo material, y pones tu voluntad al servicio de la Voluntad superior” (Torán, 2023, p. 223). Lo que se manifiesta a través de nuestra creatividad es la acción de la consciencia transpersonal que se expresa a través de nosotros.
Entrelazamiento cuántico
Se ha perdido la concepción sagrada y espiritual de la vida, la consciencia de que las vidas humanas están entrelazadas a una realidad más profunda que trasciende la individualidad concreta y que la existencia humana tiene un sentido y un propósito sustentados más profundamente. Desde la física cuántica también se postula la unidad de todas las mentes que forman parte en su esencia interior de un espíritu universal. Schrödinger se refiere a “la unificación de las mentes o consciencias. Su multiplicidad es sólo aparente; en realidad, no hay más que una mente (…). La unión con Dios experimentada en estados místicos lleva consigo normalmente esa actitud unificadora” (Heisenberg, Schrödinger, Einstein, Jeans, Planck, Pauli, Eddington, 2014, p. 140).
Según el principio de indeterminación de la física cuántica todo apunta a que el espíritu no se puede separar o disociar de la materia. No se puede concebir una vida espiritual separada de la vida material; “en el punto más ínfimo, la materia es simultáneamente espíritu y materia. Toda nuestra materialidad es simultáneamente material y espiritual” (Boff, Betto, 2002, p. 88).
El nuevo paradigma que propone la ciencia actual plantea la existencia de una unidad fundamental entre todas las cosas que existen en el universo. Se podría hablar de un entrelazamiento cuántico como realizador de los acontecimientos diarios, puesto que en los planos superiores, todo está unido a todo. Todos estamos entrelazados desde los orígenes del universo en el Big Bang; nuestros componentes más pequeños se comunican entre sí y con el resto del cosmos. Esta es una de las ideas centrales presentes en nuestra creación artística a lo largo de las últimas décadas. Esto es lo que nos puede sugerir o evocar la retícula con formas entrelazadas de la instalación "Univers" que se expuso en L’Espai d’Art la Llotgeta de Valencia en la que todo está interconectado e interrelacionado como una totalidad indivisible, como una energía que fluye y que está en constante movimiento (Fig. 1).
El ser humano en su realidad más profunda es una de las manifestaciones más peculiares del dinamismo universal. En este sentido la consciencia puede considerarse también como una expresión evolutiva del dinamismo cósmico. El hombre forma parte de la unidad que llamamos Cosmos. “Las cosas cósmicas no son estrictamente sustantivas, sólo son fragmentos cuasi-sustantivos del Cosmos. Sustantividad estricta sólo el Cosmos la tiene; las cosas son las notas en que se manifiesta la unidad primigenia del Cosmos, unidad que formalmente es dinámica” (Laín, 1999, p. 65).
Parece ser que la mente humana no se sitúa exclusivamente en el cerebro y traspasa el límite del cuerpo físico. Formamos parte de una realidad mental mayor que podría equivaler al Anima Mundi. Sería necesario aproximarnos a una visión holística de la realidad en la cual se percibe que “los seres humanos existen «dentro» de campos mentales más amplios, que los rodean (…). Los seres humanos (…) son parte de un campo de energía ininterrumpido; pertenecen a lo que David Bohm denominó el orden universal de la totalidad no dividida” (Le Grice, 2018, p. 201). En este sentido el cosmos consistiría en la materialización de la mente cósmica.
El Alma del Mundo, entendida como una realidad común a todos los seres con una presencia universal, es como una energía o sustrato espiritual común a todos los seres humanos. Nuestra alma “es una parcela ínfima del alma del mundo. Gracias a ella, vibráis ante esa «longitud del alma» que enlaza todas las cosas y a todos los seres del universo” (Lenoir, 2013, p. 67). Desde esta perspectiva, conocerse a uno mismo desde la creación artística es conocer a la humanidad, al cosmos y a lo divino que se manifiesta en lo más íntimo de nosotros.
Paradigma holográfico
Pablo D’Ors concibe la mística como la manifestación de la totalidad en lo particular. Afirma que “quien de verdad ve algo, lo ve todo. En cada partícula o fragmento de realidad late la totalidad de lo real (...). Quizá sea esta la mejor definición de mística: yo soy eso, cualquier cosa es todo” (D’Ors, 2021, p. 54). Esta percepción de las cosas puede llevarnos a considerar el universo como un holograma. David Bohm plantea esta concepción de la realidad recurriendo a sus conceptos de orden explicado y orden implicado. Desde su paradigma holográfico en el orden implicado cada parte es o contiene el Todo como un holograma. Plantea la existencia de dos formas u órdenes del ser diferentes, pero íntimamente relacionadas: una forma explicada manifiesta que coincidiría con el mundo que percibimos en el que las cosas parecen separadas y diferentes entre sí; y una forma implicada no manifiesta e imperceptible por los sentidos, en el que todas las cosas estarían entrelazadas en un Todo. Vendría a ser como una dimensión de la realidad subyacente y no perceptible que es la matriz generadora y sustentadora de la realidad material, del espacio y tiempo. Bohm plantea que la mente humana no hay que relacionarla exclusivamente con el cuerpo físico, sino con el cosmos en su totalidad, habiendo un trasfondo subyacente unitario energético en la realidad. “Existe una correspondencia fundamental entre la parte individual y el todo (…) correspondencia microcosmos-macrocosmos (...); el universo es una totalidad única e ininterrumpida cuyas partes están radicalmente interconectadas y son interdependientes” (Le Grice, 2018, p. 317).
En el orden implicado la Totalidad está en las partes del universo como un holograma. En cambio, en el orden explicado todo está aparentemente separado, aunque en realidad no es así. En un holograma el objeto entero está contenido en cada parte del holograma; “cada parte del espacio contiene ondas de todo que repliegan (…) todo el universo, la totalidad de las cosas. En el orden implicado todo está internamente relacionado, todo lo contiene todo, y sólo en el orden explicado las cosas están separadas y son relativamente independientes” (Bohm, 2002, p. 163). El orden implicado determina el orden explicado, que es el nivel de consciencia en el cual vivimos y que sólo muestra una mínima parte del orden implicado; a esto es a lo que Enric Corbera denomina Consciencia, equivalente a la divinidad. Esta concepción de la realidad explicaría el fenómeno de las sincronicidades.
De todo lo anterior se deduce que los diferentes microcosmos o entes en apariencia individuales surgen a partir del mismo modelo que la totalidad del universo. La dialéctica entre el Todo y las partes, entre microcosmos y macrocosmos también está presente en nuestra obra, como en la instalación ¿Soy yo, eres Tú? (Fig.2), cuyo título forma parte de uno de los poemas del místico sufí Husayn Mansûr al-Hallaj que se identificaba con el Todo o con la divinidad; no percibía ninguna escisión entre su realidad individual y la consciencia cósmica. Se puede afirmar que “todo ser es una metáfora del Todo, un Todo en pequeño que resume y representa al Todo. Cada uno tan sólo se constituye y adquiere sentido en cuanto elemento de una cadena, de un tejido cósmico en el que se inserta” (Robinet, 1999, p. 90).
El Sí-mismo. Unidad de todos los seres
El mundo visible tiene un cierto carácter ilusorio, la Consciencia crea la realidad perceptible mediante una proyección llamada holograma para proyectar en él una parte de sí misma, que es la consciencia. Ambas permanecen enlazadas vinculadas fundamentalmente a través del inconsciente. En el universo “todo parece separado, y en él todo está interrelacionado cual Uno solo. La información es holográfica -la parte contiene al todo, y el todo está en cada parte- y se guarda en el inconsciente, que en este caso sería no-local” (Corbera, 2016, p. 165).
La experiencia estética y la creación artística son unas de las vías más importantes para conectar con nuestro yo interno o Sí-mismo, aproximándonos a nuestra realidad transpersonal más profunda. El ser humano, al igual que el Cosmos, tiene la propensión a reintegrarse en la Unidad Primordial. En un estado transpersonal y en la propia mística, todo ser humano no sólo es una diminuta parte del universo sino también la creación en su totalidad. Todo lo que existe en la realidad es al mismo tiempo un todo y una parte. La unidad de todos los seres en un todo indivisible nos identifica e iguala a la divinidad. “La imagen de Dios se halla esencial y personalmente en toda la humanidad. Cada uno la posee completa, entera e individida (...); todos somos uno, íntimamente unidos a nuestra eterna imagen que es la imagen de Dios” (Huxley, 2015, p.81). En realidad, no hay una diferenciación clara entre los diferentes seres, se podría afirmar que la multiplicidad que se manifiesta en el universo es más bien aparente y que en realidad no existe separación alguna.
Existe una unidad entre el ser humano y el cosmos que se expresa en el Sí-mismo. Este se manifiesta en lo más profundo de nuestra psique individual, pero es universal, único y el mismo en todos los seres. Carl Gustav Jung lo concibe como la totalidad de la psique de un individuo que supera el ego o la consciencia y lo identifica con una fuerza suprapersonal (Jung, 1984). En la historia de las religiones queda representado por las figuras de Cristo o Buda. El Sí-mismo, el Hombre Cósmico se puede entender como un ser humano gigantesco que abarca todo el cosmos.
Es a través de la profundidad de nuestra propia interioridad como podemos acceder a la interioridad del universo, el Sí-mismo “es simultáneamente algo parecido a un centro universal. (...) Como Atman, el sí-mismo es algo parecido a la manifestación individualizada del territorio espiritual llamado Brahman” (Le Grice, 2018, p. 326). Su naturaleza es el reconocimiento de una dimensión transpersonal en nosotros que nos pone en contacto con lo real y lo sagrado. Existe un hombre interior que equivale al yo transpersonal o Sí mismo4 (Maestro Eckhart, 1998, p. 166).
La naturaleza como expresión de la consciencia universal
La divinidad, por lo tanto, no es ajena a la creación, está en todos los seres vivos. Esta percepción de la realidad nos aproxima a la ecología en la que se constata la necesidad de una revolución espiritual en la actualidad que considere a la Madre Tierra como un gran ser que no es sólo materia sino mente, consciencia, para ser capaces de enfrentarnos a la dramática problemática medioambiental que nos acosa. En nuestra creación artística también hay que destacar la importancia que adquiere la reverencia y veneración a la naturaleza como manifestación visible o expresión de la consciencia universal que en algún sentido se podría identificar con la divinidad. Enric Corbera apunta a la idea de que pueda existir una inteligencia universal detrás de todo lo que vemos en la naturaleza, una energía que da vida a Todo. Considera que “la naturaleza es un nombre que se le da a Dios, a la divinidad. En la naturaleza se expresa esa Consciencia divina” (Corbera, 2016, p. 253).
Habría que considerar a la naturaleza como un todo unitario sintético. La razón separa la naturaleza en partes, pero en realidad configuran una sola realidad, una sola consciencia indisociable. “Cuando mires la naturaleza, recuerda que estás viendo la consciencia única e indivisible que existe expresándose en diferentes niveles. No son consciencias separadas (...) Es la misma consciencia manifestándose en formas diferentes” (Torán, 2021, p. 210).
La trascendencia no se manifiesta en un Dios sobrenatural personal sino en la propia naturaleza o realidad. El racionalismo ha convertido a Dios en un ser mecánico, por eso lógicamente la mayoría de la población se declara atea. El occidente moderno ha desacralizado la naturaleza, de ahí que sea necesario resacralizarla a través de una consciencia ecológica, como era habitual en las sociedades arcaicas y primitivas que percibían una sagrada fuerza inmanente unitaria en todos los seres de la creación.
El budismo zen considera que existe una única naturaleza búdica inseparable del yo humano. También el taoísmo considera que todas las cosas del mundo son una encarnación singular de lo Uno. El Tao propone la superación de la consciencia egótica para disolver nuestro ego en la naturaleza. Karen Armstrong plantea la necesidad de abandonar el antropomorfismo para fundirnos con la naturaleza y el universo; “debemos superar el humanismo laico que integra la antropocéntrica escala de valores de la ilustración. Tenemos que desarrollar una mentalidad antropocósmica susceptible (...) de preservar la armonía entre la especie humana y el universo no humano” (Armstrong, 2022, p. 147).
Uno de los símbolos más importantes para reflejar esa percepción de la realidad que nos conecta con la naturaleza y el cosmos es el árbol del mundo, en el que se manifiesta la fusión del ego con el alma y la unión del consciente e inconsciente. Esta es la idea que se puede vislumbrar en la reciente instalación Ocean feeling (Fig. 3) que evoca el árbol de la vida como expresión simbólica de la unidad con la consciencia universal que surge con la iluminación. Las ramas, en apariencia cosas separadas que se expanden en todas direcciones, configurando también en este caso una retícula, se funden en un plano superior donde todo forma una unidad, un único ser y una consciencia oceánica.
Somos dioses en el energiverso
El físico cuántico Joseph Selbie confirma que la física cuántica parece demostrar la existencia de una supraconsciencia cósmica que se ha denominado de diferentes maneras en varias tradiciones espirituales. Esta capacidad de conectar con la consciencia universal vendría confirmada por los nuevos descubrimientos en los campos de la relatividad, la física cuántica, la teoría de las cuerdas, la neurociencia y la biología cuántica. Este científico considera que estos descubrimientos ponen en evidencia que realmente existimos en lo que denomina un energiverso en el que nuestro universo físico se asemeja a una pequeña burbuja tridimensional dentro de un océano bidimensional e infinito de energía.
Los hologramas son bidimensionales y las proyecciones holográficas son tridimensionales. El universo es una red interconectada holográficamente de energía e información en el que el mundo material es una proyección holográfica. Nuestro cuerpo también es una proyección holográfica que se prolonga más allá de nuestra apariencia física. Este cuerpo energético ha recibido varias denominaciones como cuerpo astral, cuerpo sutil o espíritu. Esta sería la existencia cuántica del ser humano: existimos al mismo tiempo en la existencia física y espiritual. Esto podría explicar los numerosos estudios que apuntan a la posible existencia después de la muerte; nuestra existencia no se manifiesta exclusivamente en el universo físico tridimensional, sino también de manera simultánea en el energiverso bidimensional. Según estas investigaciones “el orden implicado (...) o el holograma bidimensional oculto de una brana bidimensional de la teoría de las cuerdas, podrían ser áridas descripciones científicas de un orden celestial oculto en (...) el Energiverso” (Selbie, 2021, p. 120).
Llega a la revolucionaria conclusión de que en realidad somos dioses, cada ser humano es un Microtheos. Nuestra consciencia es no local e infinita. “Cada uno de nosotros es el único cosmos en su totalidad, aunque miniaturizado (...) el hombre es también un Microtheos, un micro-Dios; no un pequeño Dios junto al gran Dios, sino Dios, el mismo Dios” (Pannikar, 1999, p.163). Todo apunta a que la consciencia infinita es el fundamento de la realidad y que somos uno con ella. El universo se parece más a un gran pensamiento que a una máquina, es inmaterial, mental y espiritual. Lo que la física atisba es que el universo surge de un fundamento adimensional de consciencia inteligente en el que se percibe “la unidad indisoluble de la persona con la Consciencia infinita de la que surge toda la creación. Algunos de los nombres que se dan a esta experiencia son (...) nirvana, consciencia de Cristo, iluminación (...) todos, somos Divinos en esencia, todos inextricablemente uno con Dios” (Selbie, 2021, p. 194).
El estudio del universo y la investigación de nuestra psique manifiestan una unidad simbólica profunda. La ciencia actual nos revela que todo en el universo es interdependiente e interconectado; “en cada cosa que tomamos está el todo (...). No es que algo sea un símbolo o un reflejo del todo, sino que es el todo” (Martín, 2018, p. 176). Podríamos preguntarnos si es posible que el mundo interior de la psique, el dominio cuántico y el espacio exterior están más profundamente interconectados de lo que creemos. Existe una unidad subyacente que tiene algún punto de conexión con la mística panteísta. La nueva ciencia y muchas mitologías ponen en evidencia la relación de la parte con el Todo, entre el individuo y el cosmos. Probablemente el Ser que reside en todos los individuos sea eterno y no pueda ser destruido, “cada ser contiene en sí mismo todo el mundo inteligible. De ahí que Todo está en todas partes. Cada uno es Todo, y Todo es cada uno” (Huxley, 2015, p.19).
Nuestra realidad transpersonal
Vicente Merlo plantea varias vías, que denomina brújulas, en la búsqueda de sentido del ser humano, de entre las que podríamos destacar la filosófica, la meditativa, la científica, la psicoanalítica, la psicología transpersonal y la gnóstica. La psicología transpersonal que nace en 1968 se deriva de la psicología humanista con una clara influencia de Abraham Maslow, de las tradiciones orientales, del chamanismo, del hermetismo, de la cábala, del gnosticismo, del neoplatonismo y de la mística. Habría que citar a Carl Gustav Jung como precursor de la psicología transpersonal de Stanislav Grof y de Ken Wilber que ha derivado de esta última a la psicología integral. Para Jung, nuestra psique está interrelacionada tan claramente con la estructura del Universo, que lo que sucede en el macrocosmos sucede igualmente en nosotros, entendidos como un microcosmos.
Existe una proximidad entre la psicología transpersonal y la gnosis, o conocimiento espiritual intuitivo. La gnosis plantea el conocimiento personal como vía para la conexión con el cosmos y con lo divino, y concibe el alma como un fractal de la divinidad, de la Consciencia infinita, del Sujeto absoluto, del Ser supremo. En este sentido en el Universo se manifiesta “una Consciencia cósmica, una inteligencia amorosa, de la que quizás en última instancia seamos “fractales”, “hologramas autoconscientes”, “chispas de lo Divino”, “Hijos de Dios” (Merlo, 2022, p. 127). De ello se deriva una de las ideas centrales de este artículo que es que la espiritualidad no consiste en una creencia, sino en la percepción de la existencia de una consciencia unitaria universal anterior a la consciencia individual. En esencia todos somos uno (Watterson, 2020, p. 26).
Todo en el universo son manifestaciones diferentes de una energía única y el mundo material es su cara visible y perceptible. Desde la nueva ciencia se percibe una concepción holística de la realidad en la que la consciencia individual surge como expresión de una energía infinita que lo interrelaciona Todo. Podemos equiparar la Consciencia con la divinidad que también se podría denominar Unidad. Sólo existe una consciencia que impregna el universo en su totalidad y que emana de la Fuente. En realidad, sólo existe una mente única y una parte muy relevante de ella es la que constituye la mente colectiva de la humanidad. Félix Torán propone que sólo existe una identidad y un yo único que se manifiesta a través de numerosos niveles como el yo diferenciado, el yo grupal, el subconsciente universal y el subconsciente colectivo.
El estado de iluminación se alcanza desde la experiencia de consciencia universal o consciencia crística, como propone Raimón Pannikar, que nos funde con el universo entero, como si fuéramos una gota que se disuelve en el océano cósmico. Félix Torán concluye que nuestra realidad transpersonal manifiesta que “todo es en esencia espiritual incluida la materia (...). Todo está constituido de una misma “cosa” (...) nada está separado de nada, porque todo lo que dices que existe es una forma vibratoria de lo mismo (...) de ahí que la unidad de todo sea indiscutible” (Torán, 2023, p. 31).
Estados holotrópicos de consciencia
Algunas investigaciones del psiquiatra Stanislav Grof apuntan a que la consciencia no es producto del cerebro ni está exclusivamente localizada en él. En su estudio de los estados holotrópicos de consciencia llega a la conclusión de que la psique humana llega a identificarse con el principio cósmico creador, con el Absoluto, mucho más allá de la mente analítica y de las evidentes limitaciones de la razón. Holotrópico significa orientado a la totalidad con la percepción de fundirse con la naturaleza, el universo y la divinidad. Cuando la consciencia humana alcanza todo su potencial la psique de cada ser humano está esencialmente en armonía con toda la existencia y en esencia tiene la misma identidad que el principio cósmico creador. En su investigación sobre las experiencias perinatales y transpersonales llega a la conclusión de que “los límites entre la psique humana individual y el resto del cosmos son en última instancia arbitrarios y pueden ser trascendidos (…) cada uno de nosotros está en contacto íntimo con la totalidad de la existencia” (Grof, 2008, pp. 30-31). La percepción que se experimenta en un estado holotrópico es la de un único ser universal producto de la consciencia absoluta. En consecuencia, cada ser humano puede considerarse idéntico a la fuente divina de la creación.
El mundo material (...) incluido nuestro propio cuerpo, es un tejido complejo y algo arbitrario del principio cósmico creador, una “realidad virtual” infinitamente compleja, una obra divina creada por la Consciencia Absoluta y el Vacío Cósmico. En su naturaleza más profunda, nuestro universo (…) es sólo un ser de inmensas proporciones y de una complejidad inimaginable. (Grof, 2008, p. 57)
Esta percepción no dual y unitaria de la realidad, que también nos puede aportar la creación artística, se refleja también en varios libros y escritos sagrados de varias civilizaciones como en el Bhagavad Gita de la India. Lo Absoluto no es dual, es un estado de unidad, Brahman no es el Dios personal de muchas religiones que es una creación de la dualidad presente en la mente humana. El Ser que habita en todos los individuos no puede ser destruido porque es eterno y único. “La persona de mente firme es la que tiene la convicción de la existencia de uno y el mismo inmaculado Ser en todos los seres” (Bhagavat Gita, 2017, p. 128).
Nuestra realidad en apariencia individual es una con la consciencia universal. Nuestra subjetividad más profunda no es meramente subjetiva, trasciende la dualidad subjetivo-objetivo, sujeto-objeto, puesto que la fuente de todo lo existente es una. Se podría afirmar que la inteligencia cósmica conoce a través de nosotros. Nuestra realidad esencial es universal, impersonal o transpersonal. Accediendo a nuestra propia individualidad más esencial alcanzamos una dimensión más profunda y originaria que nuestra persona particular y nos introducimos en una dimensión de la existencia que es sagrada.
Todo ello tiene un reflejo evidente en la actividad artística que se podría entender como la conexión con nuestra dimensión suprapersonal: “Nuestras creaciones intelectuales o artísticas, reflejarán más verdad, belleza o bien en la medida en que surjan de un contacto más directo con dicha dimensión suprapersonal” (Cavallé, 2017, p. 85).
Todos somos uno. La mente cósmica
Somos parte o manifestación de una única mente colectiva o cósmica y por ello somos infinitos e ilimitados. No existe mi mente como realidad separada, esa separación sólo existe en nuestra imaginación o en nuestro ego. Formamos parte de una mente cósmica que es en realidad la única mente. No podremos experimentar la plenitud de la Vida Una mientras nos consideremos una parte separada del todo. En este sentido hay que recordar que para el hermetismo “el Todo es mente, el Universo es mental” (Hermes Trismegisto, 2009, p. 94). Existen siete principios sobre los que está basada la filosofía hermética. El primero de ellos es el mentalismo; “todo lo que es sensible a nuestros sentidos materiales es Espíritu (...) considerado como una mente infinita, universal y viviente (...) todo el mundo o universo, es simplemente una creación mental del Todo en cuya mente vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser” (Hermes Trismegisto, 2009, p. 94). En definitiva, todo es una creación mental del Todo y somos y existimos en su mente universal.
Todos somos uno, una única consciencia, realmente sólo existe lo divino, en “la consciencia cósmica (llámalo iluminación si lo deseas), (...) no te sientes ni separado ni diferenciado de nada en absoluto (...) ¡te sientes unido al universo entero¡ No reconoces ni separación ni diferenciación alguna. Sabes que existes, hay un «yo», pero esa identidad es el universo entero” (Hermes Trismegisto, 2009, p. 94). Más allá de las apariencias todos somos uno, el Todo, lo Absoluto, lo eterno, la vida, no hay nada separado. Vivimos y existimos desde el infinito, desde la totalidad y lo divino. Esta percepción del ser humano como una realidad indivisible del Todo Cósmico, que es compartida en algunos aspectos por la nueva ciencia, nos aproxima a la posible existencia de la divinidad en un sentido muy diferente al que proponen las religiones institucionalizadas. Lo que en la cultura occidental conocemos como Dios podría ser la energía misteriosa, la inteligencia universal, la fuerza unificadora que desde el Big Bang vincula todo con todo. En este sentido, en lo esencial el ser humano sería uno con la divinidad en su conexión con el cosmos.
Nuestra realidad divina es indisociable de nuestra conexión con el universo. Así lo entienden Anselm Grün y Leonardo Boff, para quienes Dios en nosotros es lo que nos une con el cosmos entero. En este sentido existe una unidad indisociable entre la divinidad y el ser humano. “Dios es la energía misteriosa que desencadenó la gran explosión e impulsa el devenir del cosmos, así como el surgimiento de la vida, la evolución y la historia, y vincula todo con todo” (Grün, 2019, p. 16). Todo en el universo es relación y entrelazamiento como es perceptible visualmente en muchas de nuestras creaciones artísticas. El Todo es dinámico y, aunque contiene una diversidad de seres y energías en apariencia independientes, en realidad están todos interconectados. De ahí se deriva que el universo sea en realidad una red de relaciones e interconexiones entre todos los seres. “El universo, por lo tanto, no es la suma de todos los seres existentes, sino el entramado de todas las redes de relaciones y conexiones entre ellos” (Boff, 2019, p. 75). El cosmos se puede concebir como un conjunto inteligente, autoconsciente y portador de espíritu.
Todos formamos parte de una misma consciencia y nuestra realidad esencial no es el yo individual. La mística postula la existencia de una consciencia única que podría identificarse con lo que en nuestra cultura se considera Dios, que se basa en la unidad de todos los yos o seres. Descubrimos la presencia divina cuando nuestra realidad individual pierde sus límites de cosa separada y se confunde con lo innombrable. Mientras se mantenga nuestro yo separado no se puede experimentar la dimensión de lo sagrado. “No hay nada más que uno, sólo la consciencia una (...) Si queremos llamar a esa consciencia única Dios, entonces lo único que hay es Dios. No existe Dios y los seres humanos, y si prefiriésemos llamar a eso consciencia, lo único que hay es la Consciencia” (Martín, 2015, p. 109).
Una sola mónada universal. El interser
Formamos parte de una totalidad y unidad espiritual en el universo. Para entender esta unidad hay que recurrir al concepto de Absoluto o principio supremo de unidad que Pierre Teilhard de Chardin, desde su propia tradición espiritual, entiende como Dios.
El Universo (...) se me manifiesta como supremamente envolvente y dominador. Me siento sumergido, ligado, incluido en él (...) no podría llegar a poseerme plenamente a mí mismo sino prolongándome en una cierta perfección extendida por todas partes, de suerte que no puedo alcanzar mi plenitud sino con y en la universalidad de la Creación. (Teilhard de Chardin, 2018, pp. 68-69)
Por encima de la pluralidad de las apariencias existe una consciencia de comunión, de pertenencia a una unión espiritual cósmica, una unidad viviente y profunda, un cuerpo místico que plantea una no dualidad entre el materialismo y la espiritualidad, algo que parece confirmar la física cuántica. Es el espíritu el que religa entre sí las partes, las cosas y los individuos, “toda la cohesión y el valor ontológico del Universo se hallan suspendidos del Espíritu, que es el único que liga en sí, y religa entre ellos, los elementos constitutivos del Mundo” (Teilhard de Chardin, 2018, p 74). Nuestra verdadera realidad se expande por todo el universo, no hay más que una sola individualidad, una sola mónada. Este único ser universal podría concebirse como una membrana -referente simbólico presente en nuestras obras compartidas en este artículo-; somos una abstracción que forma parte de una materia total o esfera. Afirma que El Absoluto, que concibe como un éter sin orillas, es convertible en sus partes fragmentadas y viceversa. Se refiere a la unidad divina del universo y al cuerpo místico que configuran todos los seres humanos, conceptos que quedan visualizados en estas bellas ilustraciones medievales del siglo XII del libro Scivias de la mística alemana Hildegarda de Bingen (Fig. 4). En un sentido similar se expresa Simone Weil al destacar la unión existente entre el alma, el cuerpo y el universo, recordándonos a muchos de los autores anteriormente citados.
El alma está unida al cuerpo; y, por el cuerpo, a todo el universo. Cuando contempla el cielo estrellado, no hay ni un solo astro cuya presencia no actúe sobre ella; no hay ni un solo movimiento de los que imprime al cuerpo que no modifique el curso de las estrellas (...) todo actúa sobre todo en el universo existente (…) El alma está así unida a todo el universo a través de un cuerpo determinado (...) el universo, siendo indefinido, no puede existir más que concentrado (…) en un objeto finito. (Weil, 2018, p. 55)
Nuestra mente es una proyección de la mente eterna infinita, de una inteligencia impersonal o transpersonal. Muchas tradiciones espirituales creen que ella rige el universo y que lo interpenetra y vivifica todo, a la vez que lo trasciende. La consciencia universal se manifiesta a través de nosotros. El cosmos maravilloso y sorprendente que vemos es también en definitiva nuestra propia consciencia y no algo ajeno a ella.
En referencia a esta realidad accesible a las personas que cultiven su espiritualidad es muy ilustrador el concepto de interser; “todos somos parte de los demás. No somos entidades separadas. (…) Si miramos bien, veremos, en nuestro interior (...) a la totalidad del universo. Y esta comprensión de inter-ser es la que establece una comunicación real con la Tierra” (Nhat Hanh, 2014, pp. 18-19).
La consciencia mística e integral
Desde la mística se percibe la unidad entre todos los seres, es la experiencia de la unión con la Realidad, en la que el arte adquiere un especial protagonismo. “El místico es la persona que ha alcanzado esa unión en mayor o menor grado, o que cree en ella y busca alcanzarla” (Underhill, 2015, p. 20). Así lo creía el Maestro Eckhart para quien “todas las criaturas son un ser” (Maestro Eckhart, 1998, p. 58). Plantea una visión unificada, sin dicotomías, en la que intuye una equivalencia entre todas las cosas y la divinidad despersonalizando este concepto; “Dios ni es un ser ni es inteligible (…) Por eso Dios está vacío de todas las cosas y (por ello) es todas las cosas” (Maestro Eckhart, 1998, p. 78). La divinidad contiene en sí el ser de todos los seres. Plantea lo que parece una especie de panteísmo en el que se percibe la unión del ser humano con el ser de todas las cosas, siendo todos una sola luz5 (Pujol, Vega, 2006, p. 71); (hay que destacar que el simbolismo de la luz es unos de los aspectos más relevantes de nuestra creación artística). El espíritu de la divinidad se manifiesta y está presente en todo. Según su apreciación no hay nada que no sea Dios.
Si haces desaparecer el ahora del tiempo, entonces estás en todas partes y tienes todo el tiempo. (...) Mientras soy o tengo eso o lo otro, no soy todo, ni tengo todo. Apártate de ser esto o lo otro o de tener esto o lo otro, entonces serás todo y tendrás todo; y de la misma manera, si no estás ni aquí ni allí, entonces estás en todas partes (...) si no eres ni esto ni aquello, entonces eres todo. (Maestro Eckhart, 1998, p. 99)
En esta percepción de nuestra realidad en relación con el Todo son importantes las aportaciones de Ken Wilber en referencia a la evolución de la consciencia humana. Postula que nuestra cultura se halla actualmente a punto de dar el salto que conduce desde lo postmoderno a lo integral. Se refiere a varios estadios en el desarrollo de la consciencia como el arcaico, mágico, mítico, racional y finalmente el integral (Wilber, 2018, p. 91). En el estadio más evolucionado nos adentraríamos en la consciencia de tercer grado que es suprapersonal, transpersonal e intuitiva. Plantea una evolución de la consciencia en la humanidad que va de lo prerracional a lo racional y finalmente a lo transracional:
El desarrollo y la evolución van desde lo prepersonal hasta lo personal y, desde ahí, hasta lo transpersonal; desde lo subconsciente hasta lo consciente y, desde ahí, hasta lo supraconsciente; desde lo prerracional hasta lo racional y, desde ahí, hasta lo transracional. (Wilber, 2015, p. 87)
Si desarrollamos la consciencia transpersonal, el yo empieza a expandirse más allá del plano de lo personal y se introduce paulatinamente en un dominio extraordinariamente espacioso de intensa luminosidad con experiencias unitivas de un marcado carácter espiritual. Describe el estado transracional de consciencia no dual, subrayando que esta realidad no tiene mucho que ver con algunos de los aspectos que aportan las religiones tradicionales.
La meditación y la contemplación también nos llevan a la percepción de que existe una unidad entre nuestra consciencia individual y el Todo o consciencia universal. Cuando nos buscamos a nosotros mismos en profundidad lo que acabamos encontrando es el cosmos. Esta sería una de las posibles interpretaciones que se le podría dar a la serie de obra pictórica Hiero Gamos que se expuso en nuestra última exposición individual en la galería Alba Cabrera de Valencia en el año 2023, en la que se representan formas reticulares que ascienden y se elevan de la oscuridad a la luz y que hacen referencia a la conexión o unión sagrada entre nuestra realidad o alma individual y la divinidad (Fig. 5).
En referencia a la meditación, Pablo D’Ors afirma que cuanto más nos percatemos de nuestra interdependencia con la realidad en su conjunto y con los demás “hasta el punto de poder decir «yo soy tú» o bien «yo soy el universo» tanto más nos acercamos a nuestra identidad más radical (…) Gracias a la meditación he ido descubriendo que no hay yo y mundo, sino que mundo y yo son una misma y única cosa” (D’Ors, 2014, p. 32). También la iluminación, que consiste en vaciarse del ego para ser Todo, es la percepción de que todo está interrelacionado y que las cosas no tienen una realidad autónoma, “no hay ningún fenómeno ni hecho, incluyéndonos a nosotros mismos, que posea una realidad independiente o intrínseca. Se dice que esta ausencia de una realidad independiente es la verdad última” (Dalai Lama, 2009, p. 66). Se denomina verdad última porque no es evidente para nosotros en nuestro nivel ordinario de consciencia.
La intuición cosmoteándrica
Muchas tradiciones espirituales y la propia creación artística, si entendemos el arte como conocimiento personal, destacan la importancia del autoconocimiento al descubrir que en el ser personal se encuentra el cosmos entero, “una vez extinguido el falso yo individual, el yo cosmoteándrico se revela tan claro como una perfecta y brillante luz” (López, 2023, p. 181). El universo es un complejo sistema de relaciones, inmaterial, mental y espiritual. Desde el concepto de la trinidad cristiana planteada por Raimón Pannikar y el Buddhismo las cosas son pura relación, no existen independientemente. Se podría hablar de una trinidad radical o de una intuición cosmoteándrica presente en varias religiones. La relacionalidad en este sentido es una de las características primordiales de la realidad, que no está constituida por objetos sino por relaciones: “El Ser es relación, tanto con lo que es interior a sí mismo como con lo que es exterior, con el resultado de que los seres son sólo juegos relacionales” (Pannikar, 1998, p. 82).
Es importante subrayar en este artículo que lo relevante de la realidad no se manifiesta en lo conceptual, lo cuantitativo y lo objetivo, sino más bien en lo creativo y lo relacional. Las cosas no son independientes en términos metafísicos, sino que están conectadas entre sí y confluyen en una red que las interconecta. Esto nos puede llevar a considerar que la base de la realidad no está en la materia, sino en la consciencia y la espiritualidad.
Los entes no son tales, es decir sustancias (…) lo real se nos presenta como (…) relatividad radical o relacionalidad (...) cada cosa lo es en relación con las otras. No hay nada individual, ninguna cosa aislada; la realidad es una red de relaciones (...) y todo se sostiene en todo. (López, 2023, p. 15)
Hay que destacar como una de las ideas más relevantes de este artículo que esta concepción trinitaria de la existencia se sitúa entre el teísmo y el ateísmo moderno desvinculándose del dualismo. Raimón Pannikar mantiene una visión cosmoteándrica6 (Pannikar, 1998, p. 92) y no dualista de la realidad. También plantea una superación de la concepción personalista de la divinidad presente en las religiones monoteístas al considerar que “ni el nombre de «Padre» ni el de «Dios» “son apropiados para el Absoluto” (Pannikar, 1998, pp. 67-68). En un sentido similar, para los poetas védicos de la India, el mundo era una totalidad integrada, incluyente, en la que todas las cosas se manifiestan en un conjunto interconectado. Esta estructura del universo o vínculo entre todas las cosas se identificaba con Brahman, que en esencia era el único Ser, que en nuestra tradición puede identificarse con el Alma Universal o Dios, al que se puede acceder con la contemplación y la introspección.
Para William K. Mahony la imaginación posibilita que una persona recuerde la unidad sagrada del ser en apariencia fragmentada. El yoga nos conecta con la consciencia unificadora y facilita la percepción del ser único del cosmos del que formamos parte. En nuestra realidad corporal se manifiesta una inteligencia mayor suprapersonal, que es la que lo sustenta todo en la naturaleza. Desde la mística se superan los límites de la individualidad y se descubre que “todo es uno y uno es todo (...) el alma individual se expande y abraza el ser adquiriendo una consciencia cósmica” (Narbona, 2020, p.18). Muchas tradiciones espirituales identifican el yo individual con el absoluto, proponiendo que la esencia de nuestro ser es impersonal, infinita, eterna y divina. Se podría afirmar que “el universo entero es mío, o más bien es yo, cuando no exista un «yo», un ego que interfiera con esta pertenencia (...) yo soy toda la realidad, vista desde esta pequeña ventana que todavía llamo mía” (Pannikar, 1999, p. 145). La iluminación consiste en deshacerse o desprenderse de nuestro yo aparente para fundirse con la unidad del ser, todos compartimos el mismo ser que se puede identificar con la divinidad. El conocimiento que tenemos de lo que somos podría considerarse que es el que la divinidad tiene de sí misma. El ser que se manifiesta en nuestra mente “como «yo» o «yo soy» no es un ser o un yo personal, sino el ser único, infinito, indivisible e impersonal, que se refracta en numeroso «yoes» aparentes pero sin dejar jamás de fragmentarse. Todos compartimos el mismo ser” (Spira, 2021, pp. 57-58). También desde la nueva física cuántica se confirma que no hay cosas ni sucesos aislados, como propone el budismo (Pannikar, 1999, p. 89). La realidad es una totalidad unificada en la que nada existe de manera autónoma. Es el pensamiento racional que impera en la cultura occidental el que fragmenta la realidad al conceptualizarla.
Conclusiones
Hay que defender el arte como uno de los caminos más destacados para restituir el sentido más profundo de las cosas y aportarnos una percepción más compleja de la realidad que se sitúe más allá de las evidencias del sentir común. La actividad artística puede generar una consciencia de la unidad que intuimos entre nosotros y el universo, una comprensión holística de la existencia que se distingue de la explicación del conocimiento científico racional, unívoco y unidireccional. Una amplia variedad de áreas de conocimiento a las que hemos recurrido como la mística, la espiritualidad, la filosofía, la psicología transpersonal e integral, la física cuántica y la creación artística deducen que la unidad es el principio y fin de todo lo existente. Una de las problemáticas más importantes que se detecta en nuestra sociedad es la pérdida del sentido religado de totalidad; por ello es necesario salvar la fractura o desvinculación que existe en la actualidad entre el ser humano y el Todo.
El entrelazamiento cuántico que propone la nueva ciencia manifiesta que todo en el universo es relación o una red de energía e información interconectada holográficamente. Se podría hablar de la existencia de una psique transpersonal y de un inconsciente colectivo que pueden llevarnos a la conclusión de que la consciencia no es sólo producto del cerebro ni está exclusivamente localizada en él. Muchas personalidades célebres, desde diferentes ámbitos del conocimiento, apuntan a la intuición cosmoteándrica de identificarnos con una sola individualidad, una sola mónada, un ser universal o unidad divina que podría concebirse como una membrana o interser. El misticismo, en su expresión universal y no sectaria, es la experiencia de la unión con la realidad en un estado transracional de consciencia no dual. Esta supraconsciencia cósmica, que también se alcanza desde la iluminación, nos hace tomar consciencia de nuestra realidad divina que probablemente abarca mucho más que el cuerpo físico. Podemos intuir y descubrir que formamos parte de un inmenso conjunto inteligente, autoconsciente y portador de espíritu. La mística descubre la manifestación del Todo en lo particular, intuye que cualquier cosa que contemplemos tiene que ver con nosotros, algo que también se manifiesta en la concepción del arte como contemplación.
Todo ello tiene su reflejo en el ámbito de la nueva espiritualidad, compatible con una cierta concepción del ateísmo, en la que deberíamos sustituir el concepto de Dios por el de divinidad, abandonando la creencia en el Dios que proponen las religiones. Habría que plantear una clara distinción entre esta concepción de lo divino y la realidad transpersonal no dual postracional que se manifiesta en lo que somos. En numerosas tradiciones lo Absoluto no es dual, es un estado de unidad, no es un Dios personal. Para la mística no confesional todos somos uno o un reflejo en miniatura del Todo, de la divinidad o de la mente cósmica.
Estas conclusiones a las que hemos llegado en esta investigación, tanto desde la reflexión teórica como desde la actividad artística personal, plantean la necesidad de cuestionar desde la filosofía y el arte el modelo racional positivista materialista como única vía válida para el conocimiento de la realidad. Hoy es más necesario que nunca afianzar un conocimiento no conceptual para aproximarnos al misterio del universo y del ser humano que habría que entender como un Todo no dual ni disociado, en el que el todo y la parte, el microcosmos y el macrocosmos forman una realidad indisoluble, como propone la física cuántica con su teoría del orden explicado y orden implicado.
Finalmente, las principales aportaciones que se incluyen en este artículo tienen también un reflejo en la actividad creativa y artística que nos conectan con nuestra dimensión suprapersonal y espiritual. El arte es una de las mejores vías para experimentar el sentimiento oceánico de unidad con el universo. Muchos autores que citamos plantean que en la creación artística se manifiesta una unión entre la mente individual y la mente universal, o divinidad transpersonal. La revelación o intuición de esta concepción del arte no dogmática ni académica en la actualidad está presente en muchas de las grandes obras de arte de la historia de la humanidad. Nuestra tendencia racional a crear separaciones entre las cosas nos hace perder la percepción de la realidad fluida e interconectada que existe entre ellas como parte de un Todo. En la sensación de plenitud existencial vinculada a la creación artística, como expresión de la consciencia universal, se adivina la unidad sagrada entre todas las cosas.
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Notas