Miradas sobre Cuba
La actualización del modelo y la (des) actualización de la prensa: consensos, disensos y silencios mediáticos en torno a la Reforma cubana
La actualización del modelo y la (des) actualización de la prensa: consensos, disensos y silencios mediáticos en torno a la Reforma cubana
OSAL Observatorio Social de América Latina, núm. 36, 2014
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
Resumen: Los últimos años son vestigio de profundas discusiones sobre las transformaciones económicas, sociales y políticas que experimenta Cuba. En este panorama, una de las cuestiones más complejas se sitúa en la discusión sobre la dinámica y legislación de la prensa y los medios de comunicación en la Isla. Tomando como referencia dicho contexto, el artículo discute el estado actual de los medios de comunicación así como la proyección y el empuje de diversas voces que desde el gremio periodístico discuten un cambio. De esa manera se abordan distintas discusiones, todas ellas entrelazas, que versan sobre la relación entre política y periodismo, la libertad de información y edición y que nos colocan en el debate actual sobre la transformación de la prensa en Cuba.
Palabras clave: prensa, medios de comunicacion, reforma, discurso, Estado, ideologia.
Abstract: The last years have been vestiges of profound discussions of the economic, social and political transformations experienced by Cuba. In this panorama, one of the most complex issues concerns the discussion regarding the dynamics and legislation of the press and media in the Island. Having this context as a reference, this article argues the current state of media as well as the projection and thrust of different voices that, from the journalist guild, debate over a change. Thus, we approach different discussions, all of them intertwined, that deal with the relationship between politics and journalism, freedom of information and edition; discussions that place us in the current debate regarding the transformation of the press in Cuba. prensa, medios de comunicación, reforma, discurso, Estado, ideología.
Keywords: Press, media, reform, discourse, State, ideology.
A tres años de iniciada la llamada “actualización del modelo económico cubano”, los pesimistas y los optimistas tienen la mesa servida para sostener con argumentos cada una de sus posiciones. Los primeros critican la supuesta lentitud de los cambios y la gradualidad excesiva con que se articulan las diferentes formas de propiedad en el nuevo mapa productivo. Los segundos, por su parte, encuentran un alivio en la pro- mesa de las autoridades de la isla de no retroceder en el actual camino, sino afianzarlo sobre la base de modificaciones estructurales, interconectadas como sistema e integradas a un diseño con proyecciones estratégicas a mediano y largo plazos.
La condición, históricamente atribuida a los cubanos, de querer saber y discutir sobre todo, ha encontrado en los “lineamientos de la política económica y social” una válvula de escape para criterios encontrados y encendidas polémicas. Las deficiencias y oportunidades tanto del sector público como del privado -dentro de un contexto que demonizó por mucho tiempo la propiedad individual-, los tortuosos procedimientos para constituir y poner en marcha cooperativas –circunscritas en su mayoría, hasta hace poco tiempo, al sector agrícola-, los precios excesivos que han caracterizado la liberalización de la venta de autos, la inexistencia de mercados mayoristas a donde puedan acudir los “trabajadores por cuenta propia”1 para abastecer sus negocios, la ley de inversiones aprobada por la Asamblea Nacional, la esperada unificación monetaria, figuran entre los temas más sistemáticamente debatidos en la esfera pública de la isla a través de plataformas disímiles: lo mismo blogs, que re- des sociales, que espacios de encuentro organizados por determinadas instituciones o asociaciones culturales. Tales intentos, sin embargo, a pesar de que muchas veces expresan o contribuyen a estructurar corrientes de opinión útiles para la toma de decisiones, suelen sobrevivir como islas fragmentadas en medio del océano, en la misma medida que carecen del potencial articulador y el alcance masivo que podría otorgarles su abordaje en los medios de comunicación.
La incapacidad de la prensa cubana para tratar de modo crítico e interpretativo la realidad del país ha sido advertida, tanto dentro como fuera de Cuba, incluso por sus amigos más incondicionales. “La prensa cubana parece de otro planeta”-escribía en los años ochenta Eduardo Galeano en el diario español El País, refiriéndose a los maniqueísmos y estereotipos presentes en el discurso de los periódicos nacionales. Por esa misma fecha, Raúl Castro reconocía el problema en términos igualmente crudos:
[…] hemos meditado acerca del por qué muchos de nuestros amigos en el exterior, gente franca y conocedora, que sinceramente se alegran de nuestros éxitos, tienen con frecuencia palabras de recriminación para la prensa cubana, y no paran mientes en calificarla de aburrida y machacona. No podemos ser sordos y dar la callada por respuesta, y tampoco debemos rechazar de plano tales críticas, porque lo cierto es que en ellas hay elementos de veracidad (Marrero, 2006: 66).
Tras un largo viaje, la oleada de inconformidades llegó al más reciente Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba, celebrado en julio de 2013: no está siendo comunicado eficientemente el proceso de cambios –se dijo- dentro de un contexto que sobrevive a la ausencia del liderazgo carismático de Fidel Castro y sus dotes excepcionales como propagandista. El eventismo, el estilo informativo atiborrado de cifras, los enfoques excesivamente didácticos y pedagógicos, han podido más que la voluntad de imponerle audacia intelectual y fuerza creativa al lenguaje de los medios de comunicación. La desprofesionalización del sector periodístico -compuesto en una proporción importante por no graduados de las aulas universitarias-, el impacto negativo de las restricciones económicas sobre la edición de los periódicos o las trasmisiones de radio y televisión, la insuficiente masa crítica de directivos capaces de encauzar un movimiento de modernización, forman parte de un clima de inercia que, según se expresó en una de las ponencias introductorias, ya toca fondo: “o resolvemos el problema de una vez, o colapsarán la credibilidad y el poder persuasivo de nuestros medios” (Garcés, 2013)
Desde la acera de enfrente a la prensa, las regulaciones extramediáticas suelen hacerle pocos favores a las aspiraciones de renovación. Las fuentes informativas, por un lado, levantan murallas allí donde perciben el acceso de los periodistas como factor de riesgo a su reputación. Los burócratas, por otro, elevan tales muros a la dimensión de verdaderas plazas sitiadas, de cuyos límites –argumentan- no debiera salir nada “que le dé armas a los enemigos de la Revolución”.
Aunque la administración de Barack Obama se publicita como partidaria de flexibilizar el bloqueo contra Cuba, lo cierto es que la política de agresiones y subversión sostenida a lo largo de cinco décadas por diferentes gobiernos de los Estados Unidos pareciera incólume en algunas de sus esencias. Dos reportajes recientes de la agencia norteamericana Associated Press han documentado las partidas de financiamiento dedicadas a promover, ya sea a través de las redes sociales o proyectos de asistencia a centros universitarios, el protagonismo juvenil en una política de“cambio de régimen”. No parece fácil medir el impacto concreto de tales programas. Lo que sí es evidente es su efecto nefasto sobre un entorno que, en términos de acceso a la información, en- crespa las reacciones en proporción directa a los niveles de confrontación ideológica.
Durante un encuentro con estudiantes norteamericanos de periodismo, uno de los periodistas y académicos más reconocidos de la isla, Julio García Luis, fundamentaba hace algunos años las lógicas de esta dinámica sobre la base de compararlas con lo ocurrido en Estados Unidos dentro del contexto post 11 de septiembre. “¿Acaso alguien pudo estar satisfecho con las fuentes después del ataque a las torres gemelas? ¿Acaso el periodismo norteamericano no estuvo marcado por una“psicología de guerra”durante los meses y años posteriores a aquel hecho? Pues, en cierto sentido, Cuba ha vivido en los últimos cincuenta años un permanente 11 de septiembre”- concluía.
Más allá de los pesares, sin embargo, las propias transformaciones en que está enfrascada la isla conciben, al menos teóricamente, la posibilidad de darle un vuelco radical al trabajo de la prensa. Algunos de los objetivos de la política del Partido Comunista aprobados en su pasado Congreso y en la Conferencia Nacional pocos meses después, se refieren a potenciar el papel de los medios de comunicación en los términos siguientes (Partido Comunista de Cuba, 2012):
Aprovechar las ventajas de las tecnologías de la información y las comunicaciones, como herramientas para el desarrollo del conocimiento, la economía y la actividad política e ideológica [objetivo 52].
Enfrentar las manifestaciones de formalismo, falta de creatividad y criterios obsoletos que existen en la labor de comunicación social y propaganda que no motivan e impiden que los mensajes lleguen con efectividad a sus destinatarios. Prestar particular atención a la diversidad de públicos [objetivo 67]. Reflejar a través de los medios audiovisuales, la prensa escrita y digital con profesionalidad y apego a las características de cada uno, la realidad cubana en toda su diversidad en cuanto a la situación económica, laboral y social, género, color de la piel, creencias religiosas, orientación sexual y origen territorial [Objetivo 69].
Lograr que los medios de comunicación masiva informen de manera oportuna, objetiva, sistemática y transparente la política del Partido sobre el desarrollo de la obra de la Revolución, los problemas, dificultades, insuficiencias y adversidades que debemos enfrentar; supriman los vacíos informativos y las manifestaciones del secretismo, y tengan en cuenta las necesidades e intereses de la población [objetivo 70].
Garantizar que los medios de comunicación masiva se apoyen en criterios y estudios científicos, sean una plataforma eficaz de expresión para la cultura y el debate y ofrezcan caminos al conocimiento, al análisis y al ejercicio permanente de la opinión. Exigir de la prensa y las fuentes de información el cumplimiento de sus respectivas responsabilidades, a fin de asegurar el desarrollo de un periodismo más noticioso, objetivo y de investigación [objetivo 71].
Actualizar la política de programación del Instituto Cubano de Radio y Televisión sobre la base del uso racional de los recursos, la calidad en la producción nacional y el rigor en la selección de la producción extranjera [objetivo 72].
De verificarse, los lineamientos arriba enunciados significarían una cruzada de largo alcance a favor de la transparencia y contra el tan llevado y traído secretismo, pero en esta como en otras ocasiones del pasado periodístico más reciente, el espíritu contenido en las orientaciones y documentos programáticos necesita no sólo de formulaciones progresistas, sino del ambiente objetivo y subjetivo que contribuya a hacerlo realidad. Las relaciones entre política y comunicación en Cuba pasan, una vez más, por una prueba de fuego trascendente: o se reconfiguran de manera funcional a las demandas de participación y movilización social del proyecto socialista, o sucumben nuevamente a la vieja práctica de “se acata pero no se cumple”, letal, a estas alturas, para la legitimidad del modelo frente a los ojos de la ciudadanía.
¿Es posible hacer política sin información económica?
Hasta hace poco, probablemente muchos creyeron en la isla que podía responderse afirmativamente esa pregunta. Acostumbrados a un Estado omnipresente, capaz de satisfacer demandas básicas y ofrecer con calidad servicios gratuitos de salud, educación y cultura para todos, los cubanos vivieron en su mayoría al margen de términos como rentabilidad, costos y ganancias. Favorecida por relaciones estratégicas con la URSS y países del antiguo campo socialista, Cuba se convirtió en una suerte de paraíso donde, hacia la década del ochenta, era posible hacer turismo nacional o viajar a la antigua Europa del este por precios absolutamente irrisorios.
La historia se conoce. El espejismo comenzó a desvanecerse con la caída del muro de Berlín y terminó de desplomarse con el desmembramiento de la URSS. Práctica- mente de la noche a la mañana la isla perdió el 70% de su intercambio comercial y, desde entonces hasta hoy, viene tanteando caminos para hacer crecer su economía en medio, por un lado, del velo neoliberal que se tendió sobre el mundo casi de manera uniforme, y por otro, de la ola de descrédito contra las izquierdas que recorrió buena parte del planeta.
En abril de 2011, el Congreso del Partido dejó clara la necesidad de construir un socialismo de nuevo tipo y ajustar con realismo las expectativas que el país podía cumplir a corto y mediano plazos. “Próspero y sostenible”, fueron los adjetivos que empleara Raúl Castro para sentar las bases de un modelo que, declaradamente o no, prefirió oponer a las utopías del pasado un recio pragmatismo. “No habrá mayores salarios si no crece la productividad”, “no pueden redistribuirse los ingresos que no se generan”, “hay que reducir la burocracia y las plantillas infladas”, “el Estado debe librarse de las cargas que asume innecesariamente”, son conceptos que, para cualquier persona mínimamente informada en Cuba, marcan hoy un giro de timón respecto a los paternalismos de antaño.
En las nuevas condiciones, extender a toda la sociedad una cultura económica, fomentar la participación de la gente en la confrontación de las políticas trazadas, discutir abiertamente los riesgos que el socialismo afronta frente a las imposiciones del mercado, parecerían prioridades ineludibles a fin de construir sujetos protagonistas y no simplemente espectadores de los cambios. Es un dilema que subraya el investigador Fernando Martínez Heredia con particular lucidez:
Cuba vive una pugna cultural crucial entre el capitalismo y el socialismo. Hoy tenemos enfrente dos riesgos: a) que no triunfe el socialismo; b) que en algún momento se rompan los equilibrios que rigen esa pugna. Necesitamos ser capaces de elaborar una economía política al servicio del socialismo para la Cuba actual y la previsible, y un pensamiento social crítico y aportador, capaz de participar con eficacia en la decisiva batalla cultural que se está librando (Martínez Heredia, 2014).
Desde la perspectiva de los periodistas, el desafío anterior no resulta nada fácil. Si bien se pide a la prensa transformar radicalmente su discurso, dicha transformación sería impensable al margen de la transparencia de las fuentes, el activismo de la opinión pública y una comprensión menos instrumental de los medios por parte de los decisores políticos.
Apenas unos meses antes de iniciada formalmente la llamada “actualización del modelo”, las opiniones de periodistas especializados en temas económicos daban cuenta de la vigencia de deformaciones históricamente atribuidas al sistema de comunicación de la isla, tendientes a decidir en espacios extramediáticos lo que debiera resol- verse dentro de las lógicas de la práctica profesional periodística:
Lo que debería prevalecer es que los medios tengan sus agendas, tengan sus temas, los planifiquen y las instituciones le den respuesta a las necesidades de las agendas […] Hoy son las instituciones las que dicen de qué tema se debe hablar, con qué punto de vista se deben abordar esos temas, a veces incluso hasta cuáles son las palabras más adecuadas para tratarlos.
Que las fuentes tracen la agenda de los medios es un disparate redondo.
Es bastante frecuente que las fuentes subestimen a los medios de comunicación masiva y cuando menos le maten la agilidad propia de la profesión: te piden revisar el trabajo, a veces solicitas una información y te dicen “espérate, si en estos días queremos citar para una conferencia de prensa”. No se dan cuenta de que el periodismo es inmediatez.
Las fuentes tienen una percepción utilitaria de la prensa, irrespetan el periodismo como profesión, piensan que solo somos una cadena de trasmisión […] quieren que se publique el mensaje que ellos creen que es importante, sin tener en cuenta las otras aristas de la vida.
Hay fuentes que se cierran arbitrariamente, hay secretismo. Con todo este fenómeno sería ingenuo negar que Cuba está sujeta a una guerra económica, pero sería ingenuo negar que muchos cuadros se escudan en ese argumento […] Esos cuadros no se dan cuenta de que la gente necesita información para vivir (Fariñas, 2011).
En rigor, las quejas sobre el secretismo no provienen únicamente del ámbito de los medios. Durante varias décadas, investigadores de diversas ramas de las ciencias - fundamentalmente las ciencias sociales-, han reclamado la posibilidad de profundizar y complejizar sus acercamientos a la realidad cubana, a partir de una mayor disponibilidad de datos, cifras y documentos hoy virtualmente restringidos.
Mayra Espina, socióloga de larga tradición en la investigación social, identificaba hace unos meses el secretismo entre los obstáculos insuperados para los profesionales de su campo, específicamente en el terreno de los estudios sobre desigualdad.
Las estadísticas cubanas sobre estos temas, amplias y abarcadoras en otros tiempos, se han ido reduciendo, al menos la información pública, y con frecuencia varía la forma de captar la información. Ello genera brechas informativas, obstaculiza la identificación de tendencias y obliga a usar data proxi y a trabajar un poco a ciegas (Espina, 2013).
Un criterio similar compartía el director de la Revista Temas, Rafael Hernández, a principios de los años 2000, quien subrayaba, además, como parte de un diagnóstico sobre las deficiencias que caracterizaban en las décadas del ochenta y noventa el pensamiento social cubano, la insuficiente conexión entre los resultados de las investigaciones y el trazado de políticas.
Aunque determinados resultados, por la naturaleza de sus fuentes o de las propuestas surgidas del proceso de análisis, podrían tener un carácter sensible para la seguridad nacional, hay otros muchos que no tienen estas implicaciones y que, sin embargo, no se difunden porque se han establecido normas demasiado rígidas, que han dado lugar a una especie de cultura del secreto. La falta de circulación de los resultados de la investigación y la reflexión perjudica el desarrollo del conocimiento, de la con- ciencia social y de la ideología (Hernández, 2003: 22).
Las expectativas en torno a superar estos y otros problemas acumulados han vuelto a dispararse en los últimos años. Los llamados de varios dirigentes cubanos –particularmente el presidente Raúl Castro- a cambiar la mentalidad, las metas de mayor participación ciudadana contenidas en los “lineamientos de la política económica y social”, y la conciencia generalizada en torno a la necesidad de revitalizar el consenso socialista como parte del proceso de transformaciones, parecerían puntos de partida inmejorables para acompañarlo exitosamente. En lo concerniente a la prensa, pocas coyunturas como esta permitirían desplegar sus potencialidades como plataforma de discusión y debate, y como conectora de las diferentes corrientes de opinión que pugnan por visibilidad en la esfera pública.
Una vez más, sin embargo, las evidencias apuntan hacia factores estructurales que median como “piedras de tranca” entre la realidad y la voluntad recogida en los documentos. Un estudio sobre la cobertura del periódico Granma al Congreso del Partido y la Conferencia Nacional que le sucedió, identificó, entre otros rasgos, la utilización mayoritaria de un lenguaje lineal y formal, la recurrencia constante a fuentes oficiales, la ausencia de interpretación y el protagonismo de una “intención orientadora”, casi siempre expresada a través de excesivos didactismos. La propia investigación reconoce tales características como parte del “ejercicio cotidiano del periodismo” en Cuba y sugiere que, para que se produzca cualquier cambio, primero debe materializarse en las conciencias de los actores políticos y sociales a todos los niveles. “Se hace imprescindible crear estructuras e instrumentos sobre los cuales anclar esa voluntad de mejoramiento”, concluye (González, 2012).
Dos años después, un grupo de tesis de grado, también de estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana2, ha vuelto a la carga con el mismo objeto de estudio. Cruzando algunos de sus resultados, es fácil deducir conclusiones como las siguientes:
a) La reforma económica se refleja predominantemente a través de géneros informativos, en detrimento de la interpretación y el análisis. Es más común, por ejemplo, encontrar en las noticias la cifra actualizada de trabajadores por cuenta propia, que una discusión sobre sus expectativas, inconformidades, avatares en el ejercicio de sus respectivos oficios; y menos un debate sobre el alcance ideal del sector privado y sus potenciales integraciones con el sector público, dentro de la configuración del socialismo cubano actual.
En entrevistas hechas para una de las investigaciones citadas, los propios cuetapropistas dejan entrever la carencia de un periodismo interpretativo, al exponer su visión sobre la prensa a la que aspiran: que “dé mayor prioridad a segmentos económicos”, “priorice los temas nacionales sobre los internacionales”, “profundice en las consecuencias de los cambios económicos para la nación”, “evalúe de manera comprensible los lineamientos que se han ido aplicando”, “disponga de columnas fijas en los periódicos para abordar la actualización del modelo”, “confronte más a los ministros y responsables del país sobre la situación económica”, “se adelante a los rumores”, “exponga opiniones buenas y malas sobre los cambios que se producen”, y “dé opiniones que, aunque critiquen el proceso, ayuden a que se produzcan transformaciones reales” (Cabrera, 2014).
Lo curioso es que una perspectiva análoga es compartida también desde el interior de los medios: “quisiera que se siguieran los temas con trabajos indagatorios que acerquen los grandes propósitos del proceso de actualización a la práctica”/“tenemos que organizarnos más, preguntarnos qué está pasando, que la agenda esté en concordancia con lo que le preocupa a las personas” (Medina, 2014) / “las medidas generan problemas, contradicciones, frenos, tienen fuerzas que se les oponen: los medios tienen que estar ahí para denunciar eso […] y disponer de la capacidad y autonomía para señalar cuando las medidas sean desacertadas” (Guía, 2014).
b) Un acceso restringido a las fuentes, condicionado, de un lado, por prejuicios y trabas institucionales y, de otro, por falta de agresividad periodística a la hora de gestionar la información para los trabajos.
El uso instrumental de la prensa que ha prevalecido históricamente dentro del sistema de comunicación cubano, el enfoque predominantemente trasmisivo al hacer drenar las noticias hacia la opinión pública, las propias complejidades que entrañan las medidas de la “actualización” a la hora de implementarse, conforman un clima de hipersensibilidad poco favorable a la crítica y la confrontación de ideas. “Consultar” a las fuentes o a decisores económicos y políticos es la opción que asumen periodistas y directivos para, a su juicio, disminuir posibles márgenes de error.
A veces, puede que dicho procedimiento resulte en un mensaje final más argumentado. Otras, en intromisiones letales a la práctica profesional desde la lógica de agentes externos. “No puedes pensar que el trabajo lo va a validar la fuente, dadas las dilaciones del aparato burocrático y verticalista que ha caracterizado a las instituciones cubanas y que pudieran provocar la muerte del interés público sobre los acontecimientos” –comenta una joven reportera de un diario nacional- (Medina, 2014).
La queja sobre el secretismo abarca también a corresponsales extranjeros: “cada vez que queremos escribir sobre economía –dice el representante de una agencia exterior de prensa- nunca conseguimos que nos den estadísticas”. Según el entrevistado, dicho obstáculo podría tener un efecto boomerang al propósito de difundir los avances en diferentes rubros logrados por la isla. “En ocasiones queremos hacer cosas que le convienen al gobierno cubano que se publiquen, y nos demoramos tres se- manas en conseguir el permiso; entonces ya no lo hacemos porque no viene al caso” (Mieres, 2014).
Pero los propios periodistas reconocen que no todos los males son atribuibles a las fuentes, sino también a la desprofesionalización que se ha ido apoderando progresivamente del campo, motivada por la emigración de parte del sector hacia otras esferas con mejores retribuciones económicas, el desánimo de algunos frente a políticas comunicacionales demasiado rígidas, la falta de formación de los directivos y la desproporción entre la escasa cantidad de reporteros en las redacciones y el gran volumen de trabajo a enfrentar. La redacción nacional de uno de los diarios cubanos más populares, por ejemplo, cuenta con apenas diez profesionales para cubrir de- mandas de diarismo, reporterismo y trabajos de fondo.
Con todo, virtualmente nada impediría que los medios dieran más voz a los hombres y mujeres de la vida cotidiana. Diversos canales rutinizan hacia las fuentes oficiales la búsqueda de información e invisibilizan a protagonistas de historias que se entretejen diariamente en las calles. No es excepcional, por ejemplo, lo que documenta Guía (2014), en torno a un reportaje sobre vendedores ambulantes de verduras–conocidos popularmente como “carretilleros”-, publicado por un diario nacional. El trabajo aborda interioridades de este oficio -que forma parte de la lista de “trabajos por cuenta propia” reconocidos legalmente-, y mientras contiene entrevistas a representantes del Ministerio de la Agricultura, los gobiernos locales, la Administración Provincial de la Habana, se abstiene de tomarle declaraciones a los propios carretilleros o a los clientes que se benefician de sus servicios.
d) Un contraste entre la noción de dirección política de la prensa –entendida como la capacidad del Estado y el Partido Comunista para planear estratégicamente, coordinar y socializar a través de los medios determinadas prioridades del país, y estilos excesivamente “dirigistas” implementados en la práctica. Por las razones que sean, los medios en Cuba han funcionado más como “aparatos ideológicos del Estado” –en el sentido de amplificadores acríticos de la información emitida por las instituciones- que como plataformas de confrontación entre las diferentes corrientes de opinión existentes. Aunque numerosos documentos programáticos asignan a los directores la máxima autoridad para decidir editorialmente sobre sus trabajos, lo cierto es que no parecen despreciables las distancias entre el dicho y el hecho. En la versión extrema, la radio, la prensa y la televisión son muchas veces depositarios de “notas oficiales” enviadas por las instituciones, sobre temas que perfectamente podrían ser abordados desde códigos y gramáticas de producción estrictamente mediáticas.
El ex decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, Julio García Luis, documentó la opinión de varios profesionales en torno a cómo congeniar el carácter marcadamente partidista del sistema de prensa cubano con una vocación inclusiva de las visiones de los diferentes sectores sociales:
[…] muchas veces ocurre que la dirección partidista pasa a ser lo que comunicológicamente se nombra como newsmaking. Es decir, que se defina el qué se debe tratar no tiene por qué entrar en contra- dicción con el cómo se debe tratar el hecho-noticia.
El criterio del Partido debiera ser la interpretación del derecho del pueblo a recibir una buena información y de cómo lograrlo. Si ello falla, la autorregulación del periodismo y del cuadro se bifurca.
El Partido tiene que desempeñar un papel central. El desmerengamiento de los países socialistas y el papel que en aquellos procesos desempeñó la prensa tiene que enseñarnos algo. Pero eso no nos puede llevar a un control cuasi administrativo del pensamiento, porque eso no cabe y se vuelve contra nosotros mismos.
El pasado Congreso del Partido parecía un balón de ensayo inmejorable para darle un vuelco al uso instrumental de los medios y desatar las potencialidades de un pool de periodistas, escogidos y convocados por su amplia trayectoria profesional para reportar el evento. Paradójicamente, durante la misma jornada inaugural en que el presidente Raúl Castro llamaba a“cambiar la mentalidad” a fin de resolver los problemas del país, en la prensa se reproducían las prácticas históricamente criticadas tanto dentro como fuera del gremio: una nota informativa sobre el inicio de la reunión, idéntica para todos los periódicos, y más tarde la publicación del Informe Central al Congreso con las mismas fotografías y las mismas divisiones en epígrafes.
Más allá de coyunturas específicas, periodistas de diferentes medios coinciden en señalar el costo que tiene, en términos de estancamiento e inercia profesional dentro del debate de ideas, cualquier intento de usurpar el papel de los reporteros como responsables naturales de los contenidos periodísticos de sus organizaciones. Al mismo tiempo reclaman un espacio de autonomía en el ejercicio de la profesión, que, por cierto, nada tiene que ver con los supuestos de “independencia de los medios” o “perros guardianes” frente al poder, asentados a través del tiempo por el periodismo liberal.
La singularidad de esta visión podría, probablemente, capitalizarse como fortaleza a favor de la cobertura del actual proceso de reformas: a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, la cultura profesional de los periodistas cubanos no mira con acomplejamientos la toma de partido o la declaración explícita de un compromiso político, pero sí aspira, en el ideal de sus valores, a complejizar su representación de la realidad, a una mayor apertura de las fuentes, a denunciar los problemas sociales sin encubrirlos con ambages y eufemismos. Decenas de reuniones celebradas por el gremio expresan consenso en torno a un modelo de prensa revolucionaria, que se realiza como tal en la medida que contribuye a vigorizar la esfera pública socialista y media activamente entre las prioridades del Estado y las demandas de información de las audiencias.
Una prueba de cuánto ha calado esta manera de verse a sí mismos, es la transferencia eficaz de tales nociones a las generaciones más jóvenes de reporteros de los medios. Estudiantes entrevistados hace pocos años en torno a su ideal profesional, se distanciaban claramente de los patrones de “oposición prensa-gobierno” expandidos por el liberalismo, y simultáneamente defendían, dentro del contexto del socialismo cubano, un grado de autonomía razonable para fomentar la discusión sobre los asuntos públicos. Así, los más jóvenes se identifican con un periodismo “en función del pueblo, que alerte y denuncie los males sociales; por naturaleza humanista, ético, reflexivo, participativo, crítico, revolucionario, que refleje la realidad y que lo haga siempre comprometido con su tiempo y sus principios” […] “Debe ser un espejo donde el pueblo sea actor real del cambio revolucionario” (Estenoz, 2006).
El futuro de la prensa cubana o ¿la luz al final del túnel?
En la clausura del pasado Congreso de la UPEC, el primer vicepresidente cubano Miguel Díaz Canel (2014) encuadró la necesidad de cambios en la prensa en términos bastante realistas: “El problema no es sólo de los periodistas, ni es sólo de los medios, es del Partido en primer lugar, y nosotros también tenemos que autocriticarnos en lo que no hemos logrado para potenciar nuestra prensa”.
Desde entonces hasta la fecha, el propio Díaz Canel ha encabezado una cruzada contra el secretismo en instituciones, ministerios y organismos públicos donde se han abolido directrices – explícitas o no- entorpecedoras del trabajo mediático. La mentalidad de plaza sitiada había condicionado absurdos tales como impedir el acceso de reporteros a una simple escuela local, sin la autorización de la sede central del Ministerio de Educación.
Para algunos, incluso desde las filas de la prensa extranjera acreditada en Cuba, el panorama empieza a ofrecer signos alentadores, si bien todavía demasiado tímidos. “Comparado con épocas anteriores –dice uno de los corresponsales en la Isla de AFP- hay gente capacitada que se siente con la posibilidad de hablar que antes no había. Me refiero a investigadores muy serios del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana o del Centro de Estudios de la Economía Internacional […] Esto va conformado un panorama creíble en el exterior en el sentido de que la noticia va completa”. “El hecho de que Díaz Canel esté tan inmiscuido en el tema de la prensa –añade un ex corresponsal de la BBC en La Habana-te demuestra también que hay una intención de cambio” (Mieres, 2014).
Otros prefieren ser más conservadores en sus expectativas, conscientes de que las transformaciones en la prensa están insertas dentro de otras más generales de la sociedad. El reconocimiento, por parte del primer vicepresidente cubano, de la escasa cultura comunicacional del país, es una evidencia de que el problema tiende sus redes hacia la política y, por consiguiente, hacia las prácticas de construcción del consenso dentro de la democracia socialista cubana a todos los niveles. Darle a la comunicación un lugar protagónico implica favorecer la participación de la opinión pública en la toma de decisiones, acortar las distancias entre gobernantes y gobernados, y multiplicar la capacidad del sistema político de reproducirse sobre la base de encauzar las discrepancias, tras ventilarlas públicamente con autoridad y transparencia.
Durante el pasado Congreso de la UPEC, varios de los principios presentados por la investigadora Rosa Miriam Elizalde como parte de un diagnóstico del ideal profesional compartido por los periodistas cubanos, destacan precisamente la necesidad de políticas comunicacionales más plurales y dialogantes: defensa de la diversidad comunicativa, establecimiento de agendas que garanticen la participación efectiva y activa de la ciudadanía, acceso abierto a la información, el conocimiento y la cultura, y sobre todo, la comprensión de lo público como “punto de encuentro de la población dispersa y segmentada” o“espacio de reconocimiento y consenso social” entre sectores heterogéneos (Elizalde, 2013).
La consolidación de blogs y redes sociales como plataformas comunicativas de un potencial alcance masivo, la extensión generalizada de memorias USB, discos ex- ternos, reproductores de DVD o dispositivos móviles como potentes canales de circulación de contenidos, la existencia eficaz de redes encargadas luego de actualizarlos periódicamente, conforman un panorama que trasgrede los límites establecidos por los medios tradicionales y dota a la producción comunicativa de lógicas cada vez más reticulares. Si los roles de emisor y receptor presumían antaño de definiciones claras, ahora son perfectamente intercambiables. Si los mensajes fluían en una sola dirección y “bajaban” de los medios a las audiencias casi por gravedad, ahora compiten desde todas partes por ganar reputación sobre la base de su posicionamiento y visibilidad. Lo público ha dejado de ser lo público-mediático para dar paso a una gestión de la comunicación mucho más horizontal y democrática.
Aun cuando, ciertamente, los cambios hacia una prensa más participativa vienen reclamándose en Cuba desde hace décadas, las características del contexto actual podrían catalizar el salto por más de una razón:
- A diferencia de escenarios anteriores, el silencio o la opacidad mediáticos sobre determinados asuntos no impide hoy que ellos formen parte del espacio público; antes bien los alientan, sobre la base de estimular la curiosidad y la inclinación de las audiencias hacia canales informales. El costo para el capital simbólico de la prensa es más alto, a medida que es más fácil para los receptores informarse sin recurrir a los medios, e inferir las agudas diferencias entre la agenda pública y la propuesta por los mensajes masivos. Lo que está en juego, entonces, no es el rating de determinada televisora o la tirada de un periódico, sino la credibilidad de un sistema de comunicación pública que, aún con sus virtudes y defectos, ha jugado un papel de acompañamiento clave a las batallas políticas de la Revolución cubana.
- De mantenerse muchas de las prácticas actuales, no es difícil pronosticar una mayor erosión en la capacidad del sistema comunicativo para responder a las demandas del sistema social de la isla. Sería, como han demostrado largamente las investigaciones sobre efectos, un resultado lento, pero suficientemente hondo como para dañar las lógicas de reproducción del consenso conquistadas durante décadas por Cuba y su liderazgo histórico.
El llamado de la dirección del país a potenciar el papel de las instituciones, tendría que traducirse dentro de este campo en un fortalecimiento de la institucionalidad comunicativa, que estimulara en los directivos de la prensa la capacidad de decidir con autonomía, disparara el liderazgo de los medios como fuentes de información y debate en la esfera pública, se articulara hábilmente con otros canales y prácticas de comunicación emergentes, y produjera, en suma, todos los ajustes estratégicos que resulten funcionales a la construcción de la hegemonía de la nueva época.
La intervención de Díaz Canel en el pasado congreso de la UPEC dejó entrever res- puestas que el sistema político baraja a tales demandas: desde la célebre posibilidad de una ley o decreto-ley para la prensa (añorados históricamente por el gremio periodístico), pasando por nuevos modelos de gestión de medios, hasta una política nacional de comunicación concebida, instrumentada y articulada más desde “lo público”–entendido como espacio plural de construcción del consenso-, que desde“lo estatal”–visto como instancia exclusiva en la producción /distribución masiva de contenidos.
Aunque la UPEC ha contribuido a configurar durante décadas un modelo deprensa, las diferencias entre la teoría y la práctica han situado progresivamente a losperiodistas al borde de una fatiga cuyas consecuencias no son marginales: por unlado, como se ha dicho antes, son notables las huellas de la desprofesionalización delsector sobre la producción comunicativa; por otro, la motivación a superarse chocacontra un peligroso muro de inercias y resignaciones.
Desde un extremo opuesto, las discusiones del último Congreso de la UPEC, junto a los debates en torno a las propuestas contenidas en el libro Revolución, Periodismo y Socialismo, obra póstuma de Julio García Luis, han fomentado un movimiento “des- de abajo” dispuesto a presionar por mejores prácticas. En lugar de iniciativas genera- listas, la UPEC apuesta hoy a proponer experimentos concretos en las rutinas productivas y profesionales de los medios. En lugar de una vanguardia desconectada, se trata ahora de un discurso gremial crecientemente articulado, cuyo mayor desafío está, por un lado, en expandir el espíritu del cambio, y, por otro, en contribuir a desbrozar las condiciones económicas, políticas y culturales para hacerlo viable.
Sobre la cabeza de algunos, sobrevuela el fantasma de la “glasnost” como referente paralizante. Hay también quienes siguen invocando la “plaza sitiada” para advertir los riesgos de un campo lleno de minas. Y aunque a unos y otros no les falte parte de razón, los más parecen comprender que, en medio del salto civilizatorio supuesto por la sociedad de la información y tomando en cuenta el capital cultural acumulado en la isla a lo largo de cinco décadas, nada se paga más caro que el inmovilismo.
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Notas