Dossier: La evolución de la guerra irregular desde el siglo XIX a la actualidad

Abd-el-Krim y la resistencia rifeña frente al Ejército español (1921-1927)

Abd-el-Krim and the Rif Resistence Against the Spanish Army (1921-1927)

Alberto Guerrero
Universidad Nacional de Educación a Distancia, España

Historia & Guerra

Universidad de Buenos Aires, Argentina

ISSN-e: 2796-8650

Periodicidad: Semestral

núm. 7, 2025

historiayguerra@gehigue.ar

Recepción: 15 julio 2024

Aprobación: 20 septiembre 2024



Resumen: La guerra del Rif constituye uno de los primeros ejemplos modernos de guerra irregular, que sirvió de modelo para posteriores insurgencias contra las potencias coloniales. Durante este conflicto, el Ejército español, primero, y luego el francés, enfrentó a un enemigo formidable, perfecto conocedor del terreno, sobrio, astuto y de indomable valor, características que se le atribuyeron en numerosas ocasiones. Ante un enemigo altamente móvil que utilizaba el terreno como aliado principal, el Ejército español experimentó desconcierto y sufrió derrotas significativas, como el desastre de Annual. Sin embargo, al recobrar la voluntad de vencer y al aplicar nuevamente los principios clásicos del arte de la guerra, logró imponerse a las fuerzas del caudillo rifeño Abd-el-Krim y, en colaboración con los franceses, puso fin a su aspiración de establecer una República independiente en el Rif.

Palabras clave: Guerra irregular, Marruecos, Ejército español.

Abstract: The Rif War constitutes one of the early modern examples of irregular warfare, serving as a model for subsequent insurgencies against colonial powers. During this conflict, the Spanish army first, and later the French army, faced a formidable enemy, well-versed in the terrain, sober, astute, and of indomitable valor, traits frequently attributed to him. Confronted with a highly mobile adversary and with the terrain as their primary ally, the Spanish Army experienced confusion and suffered significant defeats, such as the disaster at Annual. However, upon regaining the will to prevail and reapplying classic principles of warfare, they managed to overcome the forces of the Rif leader Abd-el-Krim and, in cooperation with the French, thwarted his aspiration to establish an independent Republic in the Rif.

Keywords: Irregular warfare, Morocco, Spanish Army.

Introducción

La guerra del Rif fue un ejemplo paradigmático de guerra irregular, en la que el Ejército español tuvo que enfrentarse a un enemigo extremadamente ágil y maniobrero, que luchaba con gran ferocidad y que le ocasionó numerosos descalabros (Guerrero, 2018: 41). El combatiente rifeño, criado en una región de clima hostil y con un terreno ideal para este tipo de combates, contaba con el entorno como su principal aliado. Sin embargo, presentaba graves carencias en la guerra convencional (Guerrero, 2023: 130).

El Protectorado español en Marruecos se dividía en dos zonas diferenciadas: la oriental, en torno a la Comandancia General de Melilla, y la occidental, cuyas bases eran Ceuta, Tetuán y Larache. Las campañas de Marruecos se prolongaron entre 1909 y 1927, diferenciándose varias etapas dentro de este periodo. La primera etapa (1909-1913) comprendió las campañas de Melilla, Kert y Tetuán. La segunda etapa (1914-1918) se caracterizó por la paralización de las operaciones militares en todo el protectorado, “impuesta por los franceses debido a la Gran Guerra”. La tercera etapa (1919-1921) vio el reinicio de las operaciones y el derrumbamiento de la Comandancia General de Melilla. En la cuarta etapa (1922-1927) se recuperó el territorio perdido. Las deficiencias militares del Ejército español observadas en las etapas anteriores se corrigieron, “aunque hubo algunas vacilaciones políticas que influyeron en el resto de las operaciones militares” (Fontela, 2021: 214-215).

El entonces teniente coronel Emilio Mola, quien más tarde sería el artífice del golpe de Estado de julio de 1936 en España, describió a los rifeños como buenos guerreros, aunque consideraba necesario “desechar la leyenda sobre su temerario valor”. Mola caracterizó a los habitantes de la región del Rif y de Yebala como “guerreros por necesidad”. Asimismo, los describió como amantes del fusil, ya que “desde pequeños aprenden que es la garantía de seguridad de su hogar”. Eran infantes por naturaleza y excelentes tiradores, con un “práctico sentido de la guerra”. Además, destacó que el marroquí solía combatir formando harka. Estas concentraciones enemigas eran perfectamente conocidas por los mandos españoles. En este sentido, indicaba que “en los cafetines de la harka, se acordaba, entre vaso y vaso de té, el golpe de mano a descubierta, a un pequeño convoy o a un servicio de protección cualquiera” (Mola, 1922: 14-15).

Se pueden diferenciar dos etapas en la manera de combatir de los rifeños. La primera, que comprende el período 1909-1921, se caracterizó por una guerra de guerrillas llevada a cabo por agrupaciones de combatientes, conocidas como harkas, que carecían de unidad de acción. La segunda etapa, que se prolongó entre 1921 y 1927, tuvo como hito la formación de un ejército regular bajo el mando de Mohammed Abd-el-Krim, caudillo de la cabila más importante de la bahía de Alhucemas, la de Beni Urriaguel (Fontela, 2021: 215; Guerrero, 2023). No obstante, incluso en esta etapa se practicó la guerra irregular. Los procedimientos tácticos variaron de una etapa a otra, especialmente en la segunda, debido a la existencia de un ejército regular que, sin embargo, estaba muy lejos de contar con los medios y hombres de los ejércitos español y francés. Hasta que los rifeños no contaron con un mando único, su forma de combatir se basó en simular una retirada para atraer al enemigo o en intentar envolvimientos tácticos (Berenguer, 1918: 33-34; Guerrero, 2023: 132).

El 11 de agosto de 1920, el diario El Telegrama del Rif anunció la muerte de Abd-el-Krim el Jatabi, padre de Abd-el-Krim. Inicialmente amigo y aliado de España, con el tiempo se convirtió en enemigo de esta. Su hijo mayor, Abd-el-Krim, desempeñó cargos importantes en Melilla antes de convertirse en caudillo del Rif.1 En realidad, su nombre era Mohammed Abd-el-Krim, pero se hizo conocido como Abd-el-Krim, que era el nombre de su padre (Valero, 2011: 12; Woolman, 1968: 75). Fue reconocido como jefe de las tribus de Beni Urriaguel y de Bocoya a finales de abril de 1921. En febrero de 1922, fue nombrado emir, es decir, jefe militar y político (Madariaga, 2021a: 381). Sus triunfos entre 1921 y 1923 lo convirtieron en el líder indiscutible de la rebelión, logrando la sumisión de la mayor parte de las cabilas. Hacia 1922, comenzó a organizar el Estado rifeño. Abd-el-Krim empezó a planear la creación de un ejército regular incluso antes del desastre del Ejército español en Annual en agosto de 1921. El impulso para esto fue proporcionado por el botín capturado y el cobro del rescate de prisioneros, lo que le permitió comprar más armas (Guerrero, 2023: 134). Según las memorias de Abd-el-Krim, publicadas en 1927 por J. Roger Mathieu, este botín incluyó 200 cañones de diversos calibres, 20.000 fusiles, grandes cantidades de obuses y cerca de dos millones de cartuchos, además de otros materiales (Mathieu, 1927: 101).

El desastre de Annual provocó el “desmoronamiento de todos los puestos hasta las puertas de Melilla”. Todo lo que las tropas españolas habían conquistado en doce años “a costa de mucho dinero y mucha sangre” se perdió en menos de un mes. La recuperación del territorio perdido comenzó el 12 de septiembre de 1921, “56 días después del desastre de Annual” (Madariaga, 2021b: 106-197).

No fue Annual, sin embargo, la primera victoria de Abd-el-Krim frente a los españoles, sino la de Monte Abarrán, entre finales de mayo y principios de junio de 1921. Esta victoria, lograda con cierta facilidad según relató Pennell, resultó en la muerte de 179 soldados españoles y la captura de un importante botín: cuatro cañones de montaña, 250 fusiles y un depósito de municiones. Además, tuvo un notable efecto moralizador para los rifeños y aumentó considerablemente la reputación de su líder, Abd-el-Krim (Pennell, 1986: 81). No obstante, para militares españoles como el general Berenguer, esta derrota fue solo “un episodio doloroso, pero tal cosa es común en estas guerras y generalmente sin importancia” (Berenguer, 1923: 33-34).

Según Fernando Caballero, en julio de 1921, la suma total de las fuerzas de la Comandancia General de Melilla ascendía a 24.776 soldados, sin contar jefes, oficiales y suboficiales, de los cuales 5.020 eran indígenas. Conforme a los permisos reglamentarios concedidos, había que restar a estas cifras 4.637 hombres. En cuanto a las huestes rifeñas, las harkas contabilizaban 17.000 hombres, cifra que coincide con la deducida por el Expediente Picasso. Respecto a las pérdidas españolas, teniendo en cuenta un total de combatientes en Annual de 11.013 soldados, se calcula que el número de muertos fue de 7.915 (Caballero, 1983: 81-93).

Es cierto que las guerras coloniales estuvieron plagadas de desastres militares de las potencias europeas, como en 1879 en Isandhlwana o en 1896 en Adowa, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, ninguno fue tan grave como el desastre de Annual en 1921, no solo por las consecuencias militares, sino también por las “repercusiones nacionales tan profundas”. Además, y por encima de todo, “el desastre sirvió como catalizador para el desarrollo del Ejército de África como fuerza militar despiadada e intervencionista” (Balfour, 2002: 112).

Como se señalaba en un informe desclasificado de la Oficina de Servicios Estratégicos estadounidense, el avance español de 1921 en el distrito de Beni Urriaguel, que desembocó en el desastre de Annual, condujo a un enfrentamiento que derivó en una sangrienta lucha entre los rifeños y España. Esta campaña, que duró aproximadamente cinco años, se caracterizó en sus primeros momentos por una serie de espectaculares éxitos rifeños, que supusieron la derrota del ejército colonial español en Annual y provocaron que en menos de un año todo el Rif, excepto Melilla, y buena parte de la región de Yebala tuvieran que ser evacuadas. Abd-el-Krim supo aprovechar los puntos débiles de los españoles y sus tropas aprendieron a utilizar las modernas armas y equipos abandonados por las tropas españolas. Estos éxitos llevaron a Abd-el-Krim a proclamar la República del Rif, cuya capital fue Axdir. Sin embargo, en 1924, un incidente fronterizo con la zona francesa de Marruecos llevó a Francia a implicarse en la guerra del lado de los españoles en 1925. Así, en 1926, todas las esperanzas de los nacionalistas rifeños sucumbieron ante la irremediable victoria de las armas francesas y españolas, por lo que Abd-el-Krim, viendo que la resistencia era imposible, decidió rendirse a los franceses, quienes lo exiliaron a la isla de Reunión (Office of Strategic Services, 1944: 4-5).

Los trabajos sobre Abd-el-Krim son numerosos, destacando en España lo realizado por María Rosa de Madariaga (2009) y la reciente tesis de Faris El Mesaoudi-Ahmed Messaud, titulada “El Rif en el primer tercio del siglo XX (1900-1930)”, defendida en 2015. Los estudios pioneros sobre su figura son los de Rupert Furneaux (1967), David S. Woolman (1968), David M. Hart (1976), Richard Pennell (1986) y Shannon E. Fleming (1991). Sin embargo, como señala Mevliyar Er, estos trabajos ignoraron importantes fuentes primarias alemanas, ya que varios alemanes jugaron un papel relevante durante la Guerra del Rif. Muchos alemanes desertores de la Legión Extranjera Francesa sirvieron entre las filas de Abd-el-Krim y, al regresar a su país, escribieron testimonios de este periodo de sus vidas (Er, 2015: 2).

Con estos fundamentos, el presente trabajo pretende responder a la siguiente pregunta: ¿Cuáles fueron los procedimientos tácticos utilizados por los rifeños bajo el liderazgo de Abd-el-Krim y cómo evolucionó la formación del Ejército rifeño en el contexto de la resistencia contra el Ejército español? De manera complementaria, se busca analizar si el Ejército español estaba realmente preparado para enfrentar una guerra irregular en el norte de África, considerando que la mayoría de los conflictos en los cuales participó durante el siglo XIX se desarrollaron bajo esta modalidad.

La formación del ejército rifeño

Para el análisis de la gestación y desarrollo del ejército rifeño, resultan de especial interés las memorias de Abd-el-Krim y la descripción que el general Manuel Goded dejó en su obra Marruecos. Las etapas de la pacificación. Goded destaca cómo los éxitos cosechados por Abd-el-Krim entre 1921 y 1923 lo convierten en caudillo indiscutible de la rebelión contra España. En 1922, Abd-el-Krim comienza a organizar el “embrión” del Estado rifeño. Entre las primeras medidas militares, sobresale la orden de que todos los cabileños se doten de un fusil y munición, y que las cabilas entreguen todo el material militar en su poder en los depósitos de material que se empiezan a organizar (Goded, 2021: 90).

Para la creación del ejército regular se requerían oficiales capacitados. El primero de ellos fue Chaib ben Hammu el Falah, quien había ayudado a dirigir los ataques en Gomara en 1921 y 1922, y sobresalía por su habilidad para reparar armamento de origen español. En cuanto a los soldados, fueron reclutados de manera tradicional, principalmente en los zocos, para formar un ejército cuyo núcleo inicial consistía en un pequeño grupo de artilleros entrenados al estilo europeo. Los soldados rifeños también fueron organizados siguiendo métodos europeos, en unidades de 300 a 500 hombres conocidas como tabores. Cada tabor estaba liderado por un caíd y se dividía en pequeñas unidades de 250, 100 y 25 hombres, cada una bajo el mando de un caíd. La disciplina era estricta (El Mesaoudi-Ahmed, 2015: 158-160).

Los oficiales del ejército regular fueron denominados caíd o caíd kebir. Según Woolman, una unidad militar o gran división era llamada mehala y un tabor estaba compuesto por tres o cuatro mías. Un caíd kebir de mehala equivalía a un general de brigada y un caíd de tabor, a un coronel (Woolman, 1968: 150).

En la organización del Gobierno del Rif, Abd-el-Krim utilizó a muchos de sus familiares. Tal es el caso de su tío Abd-es-Selam, quien fue nombrado ministro de Hacienda y se convirtió en una de las personas más influyentes de su Gobierno. Su hermano M’Hamed, en calidad de jalifa, se encargaba de los asuntos militares, “siendo el verdadero jefe de las fuerzas rifeñas, tanto del llamado ejército regular como de las fuerzas organizadas por las cabilas”. En 1923, Ahmed Budra fue designado ministro de Guerra y es considerado el verdadero creador del ejército regular rifeño, además de ser el encargado de dirigir la organización militar de las cabilas (Goded, 2021: 103). Según un documento de la Dirección de Asuntos Indígenas francesa, otros miembros destacados del Gobierno fueron Si El Yazid El Ouriagheli, ministro del Interior, y Mohammed Ben Amar Abdallah Et Temsamani, ministro de Justicia.2

Para la preparación de los ataques y la defensa de las cabilas, se creó un sistema de información y confidencias que se centralizó a través de las mahcamas u oficinas. Uno de los confidentes más importantes fue Ali Ben Hanmuch, a quien Roger Mathieu en sus memorias sobre Abd-el-Krim denominó el “Miguel Strogoff del Rif”. Además, se contó con algunos europeos, como es el caso del alemán Joseph Klemps, desertor de la Legión Extranjera francesa y principal instructor de los rifeños en el manejo de la artillería y ametralladoras, así como en los trabajos de fortificación y construcción de trincheras. Otro auxiliar destacado fue Otto Noja, encargado de asesorar en el establecimiento de las comunicaciones telefónicas. Esta red telefónica fue observada por Goded, quien la caracterizó como muy completa, señalando que hubo una notable “dirección técnica en su instalación y los rifeños tenían gran maestría en su diseño, pues las instalaciones y los empalmes parecían hechos por obreros profesionales”. Los aparatos eran en su mayoría capturados a los franceses en 1925, además de otros comprados en el extranjero. Por su parte, los postes telefónicos eran producto del botín cogido al Ejército español en las líneas abandonadas en sus retiradas de 1921 y 1924, y el hilo era de procedencia española y francesa (Goded, 2021: 103-105). No obstante, Woolman señala que esta red telefónica, aunque funcional, no era de alta calidad. También indica que fue instalada por el alemán Klemps y un español capturado llamado Antonio (Woolman, 1968: 153).

Como indica María Rosa de Madariaga, en la sociedad tribal rifeña el gobierno era “acéfalo”, con varios jefes de “fracción o subfracción”, lo que dificultaba ser reconocido como jefe de una tribu o de una coalición de estas. Existían las harkas o agrupaciones de combatientes aportadas por cada tribu, organizadas de manera temporal. Cuando se disolvían, se dejaban guardias en puntos estratégicos para avisar en caso de ataque enemigo. Los cabileños eran movilizados en los zocos mediante proclamas a la yihad frente al invasor. El número de integrantes de estas harkas era normalmente de unos 600 a 700 hombres, “aunque podían reducirse a 100 o 200 o aumentar hasta 2.000 o 3.000”. Las más numerosas solían dividirse en dos agrupaciones (Madariaga, 2009: 387-388). Por ejemplo, en 1922 Abd-el-Krim dispuso una harka de 1.200 hombres en Ait Abdelaris, otra de 1.500 en Beni Urriaguel y una más de 1.000 entre Beni Urriaguel y Tenamar.3

Desde 1923, Abd-el-Krim empezó a organizar militarmente a las cabilas, “creando en ellas una especie de milicia con sus jefes y cuadros designados con carácter permanente y con relaciones nominales de los que formaban cada unidad”. Sin embargo, esto no era suficiente, ya que eran tropas carentes de disciplina y cohesión, lo que hacía necesario su encuadre con tropas profesionales de carácter permanente. Es en ese momento, según Goded, cuando se advierte la necesidad de crear un ejército regular rifeño (Goded, 2021: 110).

Goded recoge en su obra un fragmento de las memorias de Abd-el-Krim en el que se explica la organización del ejército regular rifeño:

¿Lo que en realidad fue el ejército regular rifeño? ¿Sus efectivos? Seis mil o siete mil ascaris cobrando cada uno dos pesetas españolas diarias. ¿Sus cuadros? Tenientes, caídes mías correspondientes a vuestro grado de capitán; y, por último, caídes tabor, correspondientes a vuestros comandantes y ejerciendo cada uno su mando sobre cuatro caídes mías. Yo pagaba a los caídes mía a 25 duros mensuales; un caíd tabor, de 30 a 40 duros. Estas tropas servían para encuadrar las tribus que yo movilizaba en tal o cual punto del frente (apud Goded, 2021: 110-11).

No obstante, Goded afirmó que las proporciones de este ejército regular fueron más modestas que las señaladas por Abd-el-Krim, ya que nunca se alcanzaron las cifras de seis o siete mil hombres aparecidas en sus memorias. De las listas de unidades capturadas a los rifeños, se desprende que este ejército no superaba las nueve mías (compañías) de 120 hombres. “Y aun sumando las ametralladoras y artilleros, bastante numerosos, no parece que el efectivo total permanente pasara mucho de los 2.000 hombres” (Goded, 2021: 112). En resumen, el ejército regular nunca llegó a contar con contingentes importantes y las cifras proporcionadas por Abd-el-Krim no son creíbles. Las estimaciones más cercanas a la realidad sugieren que tenía alrededor de 2.000 o 3.000 hombres, por lo que se continuó dependiendo de las formaciones tradicionales de harkas (El Mesaoudi-Ahmed, 2015: 161).

La organización militar de las cabilas rifeñas se inició en 1923, permitiendo que cada cabila aportara contingentes y relevos con regularidad. Además, en cada una se organizaron milicias con el objetivo de movilizar rápidamente a todos los hombres en caso de peligro. Estas milicias marchaban con una “rapidez increíble” y se encuadraban con elementos del ejército regular, que incluían ametralladoras y artillería, formando así grandes harkas para las operaciones de importancia (Goded, 2021: 112-113).

En puridad, la organización del ejército regular rifeño se remonta a 1922, cuando se reunió el primer contingente de soldados reclutados de manera permanente y con un salario. Este contingente se formó a partir de desertores de las fuerzas indígenas francesas y españolas, así como de miembros licenciados de la división marroquí francesa que combatió durante la Gran Guerra. En 1923 se formaron las dos primeras mías, o compañías, que tuvieron su bautismo de fuego contra las tropas españolas en M’ter y Tiguisa, en la región de Gomara. Según Goded, para 1925 ya se contaba con nueve mías, cada una compuesta por aproximadamente 120 hombres, agrupadas en tres tabores y comandadas por un caíd tabor. Cada mía estaba dirigida por un caíd mía y tenía a su disposición dos caídes de cincuenta y cuatro de veinticinco (Goded, 2021: 114).

La instrucción de estas unidades se llevó a cabo conforme a los reglamentos españoles. Sin embargo, las unidades de caballería no llegaron a organizarse plenamente, contándose apenas con 25 hombres montados, quienes “más bien prestaban servicios como ordenanzas para la transmisión de órdenes” (Goded, 2021: 114-115). Según el coronel Capaz, el tiro a caballo era “sencillamente malo”. En su descripción del modo de combatir de los jinetes rifeños, señala que disparaban sin apuntar, “dirigiendo al mismo tiempo insultos a nuestros soldados, pero casi siempre lo hacen a gran distancia y desde luego no hay que temer un choque de esa caballería con nuestras tropas”. Sin duda, la infantería era la clase más peligrosa de los combatientes rifeños (Capaz, 1931: 9). El teniente coronel Mola también señaló que, aunque a veces se presentaron contingentes a caballo, estos no realizaron ninguna acción táctica de caballería, “no pasando de la categoría de una infantería montada” (Mola, 1922: 22).

El armamento individual se dividía en dos tipos: el del Majzén o Gobierno y el particular. Respecto al primero, predominaban fusiles como el Mauser, Lebel, Remington y Chassepot, además de algunos fusiles ametralladores franceses y españoles obtenidos como botín de guerra o a través del contrabando. En cuanto a las ametralladoras, que pertenecían a la artillería, las fuerzas de Abd-el-Krim llegaron a contar con 200, bajo el mando del caíd Si Hamed Susi (Goded, 2021: 114-115). En cualquier caso, a pesar de poseer cañones y ametralladoras y contar con instructores extranjeros, parece que no sabían utilizarlos correctamente y estos les “servían más de impedimenta que de otra cosa” (Capaz, 1931: 9). Opinión compartida por Mola, quien destacaba que, al menos hasta 1922, no se podía considerar que hubiese sido exitoso el empleo de ametralladoras y cañones de campaña y montaña, fundamentalmente por el desconocimiento en su uso y la falta de repuestos (Mola, 1922: 22). Según Woolman, los cañones eran de tres calibres: 155 mm, 75 mm y 65 mm, principalmente Schneider, todos capturados a los españoles. Las ametralladoras eran Hotschkiss, igualmente capturadas al Ejército español (Woolman, 1968: 153).

La artillería también desempeñó un papel crucial, siendo el primer instructor un indígena de color conocido como Bomoz. Sin embargo, a partir de 1923, se incorporó un serbio. Tras su muerte en combate, fue reemplazado por Joseph Klemps. Según los informes de Goded, hacia 1925 Abd-el-Krim disponía de más de cien cañones bajo su servicio (Goded, 2021: 115-117).

El armamento de los rifeños consistía principalmente en fusiles, ametralladoras, cañones y morteros, obtenidos en su mayoría a través del contrabando (Sueiro, 1992). Además, los rifeños fabricaban muchas de sus bombas utilizando botes de conserva cargados con explosivos y metralla (Madariaga, 2021b: 88). Según las memorias de Abd-el-Krim, el ejército rifeño también producía sus propias granadas de mano, aprovechando bombas de aviación que no habían estallado. Con una bomba de aviación de 200 kilos del modelo usado por los Goliath, podían fabricar hasta 470 bombas de mano (apud Goded, 2021: 112). Como destacó el coronel Oswaldo Capaz, el armamento principal de los rifeños era el fusil, y aquellos que poseían también puñales y pistolas los consideraban más como adornos personales que como armas útiles en la guerra, únicamente utilizados para rematar a heridos o mutilar a cadáveres (Capaz, 1931: 9).

Estos aguerridos montañeses llegaron a sumar cerca de 80.000 combatientes, cifra que según Goded se aproxima a la realidad, basándose en las requisas de fusiles en la zona española y francesa tras el desarme, que también contabilizaron alrededor de 80.000 fusiles (Goded, 2021: 120-121). Sin embargo, María Rosa de Madariaga difiere y señala que, hacia 1924, Abd-el-Krim tenía alrededor de 10.000 combatientes frente a cerca de 150.000 soldados españoles. Por lo tanto, considera exageradas las cifras de entre 60.000 y 80.000 integrantes de las fuerzas de Abd-el-Krim, argumentando que si los efectivos que cada tribu aportaba ascendían a unos 600-700 hombres, la cifra total sería menor. Abd-el-Krim mantenía la práctica sumisión de cerca de dos tercios de la región. Además, no todos los hombres movilizados estaban en los frentes al mismo tiempo, sino que se producían relevos. En cuanto al armamento capturado por las fuerzas españolas, Madariaga reporta cifras de 28.488 fusiles, 135 cañones, 8 morteros y 240 cañones, cifras significativamente menores que las mencionadas por Goded, al menos en lo que respecta a los fusiles (Madariaga, 2009: 87).

Procedimientos tácticos del Ejército rifeño

Los procedimientos tácticos operados por los rifeños evolucionaron en función del armamento, las circunstancias y el tipo de lucha, ya fuese guerra irregular o convencional. Además, como también señala Fontela, la Gran Guerra “supuso una revolución armamentística, que tuvo su correspondiente reflejo en este conflicto bélico” (2021: 214). En el caso del Ejército español, esto se manifestó en el empleo de la aviación, gases tóxicos o carros de combate, aunque fuera a pequeña escala.4 El uso de los carros de combate es paradigmático, ya que representó el primer empleo de este ingenio bélico por parte del Ejército español desde su aparición durante la Gran Guerra. Del mismo modo, para el Ejército francés, la guerra del Rif fue un excelente campo para experimentar con nuevas armas, destacando el uso de la aviación que, además de bombas explosivas, utilizó gases tóxicos con terribles efectos sobre la población (Madariaga, 2021b: 114).

El Ejército español utilizó con desigual fortuna carros de origen francés, como el Renault FT-17 y el Schneider CA-1. Su bautismo de fuego tuvo lugar el 14 de marzo de 1922 en la localidad de Sbuch Sba, donde resultaron dañados cuatro Schneider (Herrero Pérez, 2017: 269; Guerrero, 2017 y 2024). Cuatro días más tarde, se emplearon los carros ligeros Renault en los combates de Ambar y Tunguntz, donde las tripulaciones, escasamente preparadas, experimentaron numerosos problemas técnicos, perdiéndose tres de estos carros (Fernández Mateos, 1986: 10-11). Esto motivó que desde la Comandancia General de Melilla se requiriera la documentación emitida por la Comisión de la Escuela Central de Tiro, en la que se señalaba que los carros necesitaban aún algunos días para estar preparados para el combate.5

Goded, a pesar de reconocer acertadamente que el uso de carros de combate no era ideal para el tipo de terreno predominante en Marruecos, defendió no prescindir de ellos, siempre que las condiciones del terreno lo permitiesen (Goded, 2021: 86). Por otro lado, el general Franco, en su obra Diario de una bandera, también abogó por el uso de carros de combate, recomendando medidas como dotarlos con dos ametralladoras para evitar quedarse sin armamento ante imprevistos, además de mejorar la instrucción de las tripulaciones. Franco también relató cómo en los combates de Ambar y Tunguntz, los rifeños rodearon a los carros de combate y lanzaron piedras sobre ellos; “furiosos, tratan de luchar contra el nuevo elemento de combate; buscan el ángulo muerto de sus ametralladoras, pero inútilmente muchos caen acribillados por sus fuegos” (Franco, 1976: 102-104; Guerrero, 2024: 399).

En el Memorial de Infantería de febrero de 1924, el entonces capitán Vicente Guarner lamentó el mal empleo de los carros de combate en Marruecos, señalando que fueron utilizados de manera aislada como “blocaos móviles”. Se les hizo combatir durante más de once horas, cuando no deberían haber sido empleados más de nueve, o se les desplegó a gran distancia de la infantería y sin su protección. Guarner recordó cómo dos años antes una sección completa de carros cayó en manos de los rifeños, resultando en el asesinato de todas sus tripulaciones. A pesar de estos problemas, concluyó que “bien utilizados, los carros de combate pueden dar buen resultado en las guerras coloniales”, especialmente considerando que los rifeños carecían de armas contracarro y aviación (Guarner, 1924: 100-101).

Tras el desastre de Annual en el verano de 1921 y la retirada de las tropas españolas de la ciudad de Xauen a finales de 1924, los rifeños comenzaron a observar problemas en la zona francesa, dado que el fértil valle de Quergha empezó a ser cercado por puestos y blocaos construidos por los franceses. Presionado por su propio pueblo, Abd-el-Krim tomó la decisión de atacar a los franceses. Posteriormente admitió que fue el mayor error estratégico de su carrera, al no prever la unión de franceses y españoles en su contra (Er, 2015: 5). Tal como señaló el diario español El Debate el 6 de septiembre de 1925, los consejos de guerra celebrados durante esos días por los jefes rifeños pusieron de manifiesto la intención de Abd-el-Krim de proseguir con intensidad la reciente guerra contra los franceses.6

Sin embargo, desde el exitoso desembarco de Alhucemas en 1925 (Díez Rioja, 2022) y las operaciones francesas a gran escala en 1925 y 1926, Abd-el-Krim no encontró respiro. Como señaló Tomás García Figueras en el número de febrero de 1926 de África. Revista de Tropas Coloniales, “no pudo organizar ni evitar las sumisiones a los españoles y franceses, quienes le retiraron elementos, hombres y prestigio”. Además, García Figueras indicó que, debilitado en fuerzas, Abd-el-Krim promovió la política tradicional de “lucha entre las tribus”, con un efecto pasajero y muy peligroso para su futuro, ya que “acostumbraba a las tribus a no buscar ni esperar apoyo de sus vecinos, lo que facilitaba su derrota” (García Figueras, 1926: 34-35).

Franceses y españoles alabaron las cualidades guerreras de los rifeños. Según Díaz de Villegas, el mariscal Petain y el general Daugán los consideraron soldados de primer orden (apudDíaz de Villegas, 1930: 9). Según Goded, en el territorio del Rif y de Yebala, que parecía especialmente adecuado para la guerra de guerrillas, el rifeño podía desplegar sus cualidades nativas: “golpe de vista, resistencia, sobriedad, hábito de la guerra, acometividad, fluidez y movilidad”. No obstante, también señaló que esas mismas cualidades que le hacían un guerrero tan temible, al considerarlas individualmente, eran motivo de “inferioridad ante un ejército organizado y conocedor de la técnica de la guerra” (Goded, 2021: 67). También se encuentran referencias de oficiales estadounidenses sobre los combatientes rifeños, como el artículo publicado en noviembre de 1925 en La Guerra y su Preparación, publicación técnica del Estado Mayor del Ejército español, bajo el título de “Campañas españolas en Marruecos”, traducido íntegramente al español. En él, el capitán Willoughby se refiere a los rifeños como las “más fuertes y guerreras tribus del norte de África” (Willoughby, 1925: 512-513).

Según Mevliyar Er, es innegable que las técnicas y tácticas militares empleadas por los rifeños causaron admiración, “no solo entre los soldados oponentes, sino también entre los oficiales de alto rango”. Además, los estudios académicos sobre Abd-el-Krim suelen caracterizarlo como “coinventor de las tácticas de guerrilla moderna” (Er, 2015: 5).

Como se ha mencionado previamente, se pueden distinguir dos etapas en las tácticas empleadas por los rifeños. Desde 1909 hasta 1921 predominó la guerra de guerrillas llevada a cabo por las harkas, caracterizándose por la falta de unidad de acción. Desde 1921 hasta 1927, a pesar de la utilización del ejército regular, las tácticas de guerra irregular siguieron siendo frecuentes (Fontela, 2021: 215; Guerrero, 2023: 132).

Inicialmente, los rifeños adoptaron tácticas propias de la guerra irregular. Empleaban golpes de mano, emboscadas y pequeños ataques, siempre que las circunstancias les favorecían. Su aproximación al combate se caracterizaba por formaciones dispersas, aprovechando su habilidad con el fusil para realizar descargas a corta distancia contra las formaciones españolas, que eran más numerosas, pero menos móviles (Fontela, 2021: 217).

Las harkas eran altamente móviles y conocedoras del terreno, concentrándose en atacar los flancos de las columnas españolas para detener su avance (Fontela, 2021: 218). El hostigamiento de las columnas españolas fue una constante, y líderes militares como el general Dámaso Berenguer lamentaron la falta de interés del Ejército español por la guerra irregular, subrayando la necesidad de un relato detallado de las campañas de Cuba que podría haber sido útil en Marruecos, especialmente en lo concerniente a la marcha de las columnas (Berenguer, 1918: 18; Guerrero, 2022).

Los rifeños eran hábiles en el aprovechamiento del terreno, prefiriendo las barrancas y cauces de los ríos a las posiciones elevadas. En combate, adoptaban un frente extendido “utilizando al máximo todos los fusiles disponibles y siendo muy económicos con las municiones”. Estas observaciones fueron registradas por el teniente coronel Mola en 1922, antes de la formación del ejército regular rifeño. También destacó que carecían de disciplina, organización y reservas, y su maniobra se limitaba a intentar flanquear a las fuerzas españolas para cortar sus líneas de retirada. Cualquier intento de maniobra envolvente los desconcertaba, especialmente cuando sus comunicaciones se veían amenazadas (Mola, 1922: 24-25).

Mola también observó que, cuando eran sorprendidos por el avance de una columna española o cuando esta penetraba en su territorio más profundamente de lo esperado, los rifeños se atrincheraban en los poblados para permitir que los habitantes huyeran. En tales circunstancias, su valentía era inquebrantable, y era prudente no rodearlos completamente para que tuvieran esperanzas de escapar; de lo contrario, se negarían a rendirse y lucharían hasta la muerte, infligiendo muchas bajas entre las fuerzas españolas (Mola, 1922: 25). Durante los repliegues, los rifeños solían aproximarse con gran agresividad, avanzando hasta las líneas españolas, a menos que fueran detenidos por un fuego intenso de barrera. En los combates en los que habían sufrido pérdidas severas, mostraban una ferocidad implacable, no solo rematando a los heridos, sino también mutilándolos con brutalidad. Además, eran propensos a realizar disparos ocasionales solo por “el placer de molestar o infligir bajas” (Mola, 1922: 26-27).

Los ataques a las posiciones españolas no se realizaban en masa, sino por sorpresa y conscientes de la superioridad numérica y de armamento de los españoles (Fontela, 2021: 218). El Ejército español respondió construyendo una red de fortificaciones o “blocaos” a lo largo de su zona en Marruecos, un error táctico y estratégico que tuvo notables consecuencias. Abd-el Krim utilizó estrategias simples pero efectivas; cuando cercaban un “blocao” español, intentaban tomarlo por sorpresa. Sin embargo, esta táctica no siempre tenía éxito, por lo que esperaban pacientemente a que la guarnición se quedara sin agua y municiones para luego eliminar uno a uno a los que intentaban escapar. Esta táctica fue exitosa hasta la derrota de Annual, después de la cual las tropas españolas se volvieron más cautelosas (Woolman, 1968: 155; Er, 2015). Además, en ocasiones los rifeños construían un doble anillo de trincheras alrededor de los “blocaos” asediados para impedir su abastecimiento o socorro (Er, 2015: 7).

Según el capitán estadounidense Willoughby, el error de los españoles fue dejar estos puestos sin reservas, como ocurrió en Igueriben, que estuvo aislado durante dos días antes de recibir la ayuda enviada rápidamente desde todos los rincones de Melilla. Willoughby también criticó la retirada desastrosa de Annual, señalando que el principal defecto fue la falta de fuerzas suficientes en las tropas de socorro. Argumentó que “las cadenas de posiciones fortificadas necesitaban el complemento de una reserva móvil siempre disponible, capacitada como fuerza de choque y lista para acudir en ayuda de cualquier posición”. Este enfoque de líneas fortificadas que absorbían importantes recursos también fue utilizado ampliamente por el Ejército español en Cuba durante el siglo XIX (Willoughby, 1925: 519-520).

A partir de 1923-24, el Ejército español evitó los desastres pasados y logró repeler con éxito los ataques, aunque los “blocaos” siguieron requiriendo grandes contingentes de tropas disponibles. Las tácticas de los rifeños no variaron significativamente: “concentraciones secretas contra posiciones clave, su aislamiento y asedio; un período de sufrimiento para los defensores”. Los franceses también emplearon estas posiciones fortificadas, pero contaban con columnas altamente móviles que acosaban a las harkas enemigas (Willoughby, 1925: 521-524).

En el número de noviembre de 1926 de África. Revista de Tropas Coloniales, su director y entonces general de brigada, Francisco Franco, defendió la proliferación de estas posiciones como un corolario necesario para mantener el control del territorio, apoyar las columnas y facilitar los servicios. Atribuyó la extensión de estas fortificaciones a años de rutina, pero también reconoció que el terreno montañoso del Rif exigía la ocupación de puntos estratégicos. Argumentó que “la situación política nos obliga a ocupar estos puntos principales desde ese punto de vista; y el despliegue de tropas, la distancia de los centros de abastecimiento, la necesidad de convoyes y la economía de fuerzas nos obligan al resto” (Franco, 1926: 241).

Es crucial destacar el uso extensivo de trincheras por parte de los rifeños, que demostraron ser altamente efectivas tácticamente. Por otro lado, los españoles optaron por levantar parapetos sobre las trincheras, considerándolos adecuados para enfrentar el armamento ligero de sus adversarios (Fontela, 2021: 218). Mola también mencionó el uso por parte de los rifeños de líneas de parapetos y trincheras, citando el ejemplo de la acción en el poblado de Miskrel-la el 5 de mayo de 1921, donde se observaron trincheras ubicadas en las contrapendientes y cerca de las crestas. También destacó su uso extendido en las posiciones de Gomara a finales de octubre de 1921 (Mola, 1922: 24). Goded también señaló el amplio uso de trincheras y refugios blindados contra aviones, mencionando la instalación de ametralladoras e incluso cañones en algunas de ellas. Este sistema de trincheras se perfeccionó con el tiempo hasta constituir en 1926 una línea continua de defensa, equipada con puestos de apoyo, ametralladoras y artillería, similar a los frentes de guerra europeos (Goded, 2021: 112-113).

Los franceses también enfrentaron desafíos similares con estas trincheras, como el general Colombet el 3 de mayo de 1925, cuando no logró superarlas después de seis horas de intensos combates. Los rifeños también excavaban cuevas en las laderas y utilizaban murallas de granito o rocas para su defensa. Escondían sus cañones en cuevas y los empleaban durante la noche, dificultando su detección (Er, 2015: 6).

Capaz indicó cómo aprovecharon la ventaja de ser conocedores del terreno, permitiendo que el combate se desarrollara “donde ellos quieren”. También señaló que el Ejército español no solo luchó contra el ejército de Abd-el-Krim, “sino contra todo: el clima, el suelo, los hombres, mujeres y niños, la vegetación, etc.” (Capaz, 1931: 7). El perfecto conocimiento del terreno y el apoyo de la población eran, según el coronel francés Roger Trinquier, una de las principales ventajas en las que se apoyaba toda guerrilla. Las ventajas de un ejército regular residían en su mayor número de efectivos, mejor material y mayores fuentes de abastecimiento. Sin embargo, esta ventaja no era necesariamente decisiva, ya que la guerrilla parecía sacar mejor provecho de sus escasos recursos al obligar a sus adversarios “a pelear en el terreno que más conoce, que es pocas veces accesible a los equipos pesados”. Además de hacer que la lucha se produjera donde ellos deseaban, “no nos permite usar tampoco los equipos de guerra modernos que pueden aniquilarlos” (Trinquier, 1981: 76).

Se ha señalado que las tácticas de los rifeños fueron emuladas durante otras rebeliones, como el levantamiento de los drusos en Siria contra Francia (1925-1927), la guerra de independencia de Argelia (1954-1962) y la guerra de Vietnam (1955-1975). Líderes anticoloniales como Ho Chi Minh, Vo Nguyen Giap, el líder yugoslavo Tito y el Che Guevara son comúnmente mencionados por haber sido influenciados por las tácticas de Abd-el-Krim. La influencia en Che Guevara se menciona brevemente en la biografía de Fidel Castro y en la obra de Sebastian Balfour, Abrazo mortal: De la guerra colonial a la Guerra Civil en España y Marruecos (1909-1939) (Er, 2015: 6). Según Paul J. Dosal, el exiliado español Alberto Bayo, quien había servido durante las campañas de Marruecos y la Guerra Civil española en el bando republicano, conocía perfectamente las tácticas de guerrilla de Abd-el-Krim, y pudo enseñarlas a Fidel Castro y Che Guevara (Dosal, 2010: 49-50).

Se sabe que al menos Che Guevara aplicó una táctica guerrillera rifeña aprendida de Alberto Bayo: “el método rifeño de romper las líneas enemigas cuando se está rodeado”. Este método aparece en la obra de Bayo, 150 preguntas a un guerrillero (2008), aunque sin mencionar su origen (Er, 2017: 17).

Consideraciones finales

Según Balfour, los rifeños estaban muy familiarizados con un principio fundamental de toda guerra de guerrillas, expresado años después por el general del Vietcong Vo Nguyen Giap: “si el enemigo agrupa sus fuerzas, pierde terreno; si las dispersa, pierde fuerza”. El Ejército español fue incapaz de superar esta contradicción durante los primeros diez años de guerra (Balfour, 2002: 86).

La guerra del Rif fue uno de los primeros ejemplos de guerra irregular moderna, y los combatientes de Abd-el-Krim pueden considerarse como los precursores de los combatientes revolucionarios modernos. Para los ejércitos español y francés, representó una dura prueba. En el caso de los franceses, tuvieron que sintetizar sus tácticas de guerra colonial y su arte operativo científico para poder derrotarlos. Además, esta guerra se ha convertido en un campo de experiencias para los combatientes contemporáneos, especialmente en lo que respecta a la conducción simultánea de operaciones militares y políticas. Sin embargo, en su momento, ni españoles ni franceses extrajeron lecciones doctrinales significativas de esa guerra (Danigo, 2010: II). En el caso español, esto quedó reflejado en 1924 con la publicación de la primera doctrina para el empleo táctico de las armas y los servicios, en la cual se indicaba en su introducción que había sido redactada “teniendo presente lo poco que resulta aprovechable de nuestras campañas en Marruecos y las deducidas de la guerra europea” (Dirección General de Preparación de Campaña, 1929: 5).

Capaz señalaba que cada rifeño llevaba su comida o vivía del terreno (Capaz, 1931: 12). Goded también indicaba que este enemigo, “acometedor y fluido, que al verse envuelto por nuestras fuerzas se va”, llevaba sus abastecimientos en la capucha de la chilaba; “pero como esta no es elástica, lleva solo los cartuchos necesarios, pan e higos para dos o tres días de combate”. Es decir, una logística muy pobre, incomparable a la de sus enemigos francés y español (Goded, 2021: 67-68).

Su forma de combatir, “de carácter individual y basada en la movilidad y en el conocimiento del terreno”, tenía tres principales variantes: la simulación de repliegues para atraer a alguna unidad española en su búsqueda y así poder destruirla; la emboscada a las unidades de apoyo logístico y el hostigamiento de las que estaban en marcha o acampadas mediante el empleo de los conocidos como “pacos”, o francotiradores emboscados, llamados así por el característico sonido de sus fusiles al disparar. Ante esta situación, el general Berenguer decidió “encuadrar a los efectivos en una o varias agrupaciones mixtas a las que marcar objetivos delimitados” para ir controlando poco a poco el territorio. Esta manera de combatir se denominó de “mancha de aceite” y había sido elaborada por el mariscal francés Lyautey, del que Berenguer era gran admirador. A partir de 1925, esta táctica fue perfeccionada y generalizada (Herrero Pérez y Puell de la Villa, 2021: 54-55).

Aunque se trató de una guerra irregular, hubo militares como Goded y Berenguer que concluyeron que esta guerra no tenía nada de especial y que la victoria se alcanzó al “aplicar medios de combate y principios clásicos del arte militar” (Herrero Pérez y Puell de la Villa, 2021: 65).

Goded escribió que la guerra del Rif tuvo características especiales por el terreno y por el combatiente. No obstante, también advirtió que en “el arte de la guerra los principios son sencillos y de aplicación obligada, y cualquiera que sea la clase de guerra, el ignorarlos acarrea siempre funestas consecuencias”. Como es lógico, a la hora de aplicarlos se podrían dar diversas modalidades en función del terreno, el combatiente y sus medios, como fue el caso de lo acontecido en Marruecos. Sin embargo, también señaló que muchos consideraron esta guerra como “algo especial y sui generis”, suponiendo al rifeño “un combatiente casi fantástico, al que no era posible sujetar y vencer definitivamente”. Esto llevó a pensar que, al ser una guerra con un carácter especial, “no eran aplicables a ella los principios del arte militar”. Nada más lejos de la realidad. Fue la aplicación de los principios militares lo que dio la victoria al Ejército español en 1926 y 1927 y llevó la paz a Marruecos (Goded, 2021: 63-68).

Por otro lado, Goded defendió el empleo constante de la maniobra mediante el uso de varias columnas que permitieran contar con “masa de demostración, masa de maniobra y masa de reserva para la explotación del éxito una vez conseguido este”. Sin embargo, algunos jefes militares incurrieron en el error de creer imposible la maniobra contra los rifeños, lo que dio lugar a “emplear procedimientos de combate simplistas no fundamentados en la técnica militar” (Goded, 2021: 71-74).

Por su parte, el general Berenguer indicó lo siguiente en lo referente a los principios clásicos de arte militar:

La guerra, sea la gran guerra, sean las guerras irregulares en naciones civilizadas, o la guerra colonial contra el enemigo que solo dispone de los recursos y conocimientos más primitivos del arte de pelear, obedece a los mismos principios inmutables, que son la base del arte militar, y de los cuales no podemos prescindir en ningún momento, sea cual fuere la calidad, importancia, medios y propósitos del enemigo que tratamos de combatir; desconocerlos es descender en ignorancia al nivel de nuestro adversario; renunciar a ellos, es abdicar a las ventajas de arte y la inteligencia cultivadas (Berenguer, 1918: 13).

Berenguer, al igual que Goded, defendió la adaptación de estos principios a las características de la guerra en Marruecos (Berenguer, 1918: 13). Esta perspectiva también fue compartida por Mola, quien señaló que estos principios eran inmutables y que lo único que cambiaba era su aplicación (Mola, 1922: 5-8; Guerrero, 2023: 122-123).

Si bien el Ejército español sufrió inicialmente importantes derrotas frente a los rifeños de Abd-el-Krim, supo sobreponerse y recuperar gradualmente el terreno perdido tras el desastre de Annual. El empleo de los modernos medios de combate, de los que carecían las harkas, demuestra que los militares españoles estaban al tanto de los procedimientos de guerra contemporáneos, desmintiendo así las acusaciones de atraso intelectual (Herrero Pérez y Puell de la Villa, 2021: 71; Guerrero, 2023: 142). Sin embargo, a pesar de la experiencia acumulada en este tipo de conflicto, se echó en falta una doctrina específica sobre guerra irregular, que hubiese sido de gran ayuda para los militares españoles. Cabe recordar que hasta ese momento las únicas obras sobre guerra irregular publicadas en España eran Guerra irregular, del capitán de Estado Mayor José I. Chacón (1883); Guerra irregular y de montaña, del capitán Juan Calero (1897); una conferencia del comandante Leopoldo Barrios titulada Importancia de las campañas irregulares, publicada en 1893; y un breve opúsculo del coronel Virgilio Cabanellas de 1896 (Guerrero, 2022). Además, la obra del coronel C. E. Callwell, Small Wars (1906), no fue traducida al español.7

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Notas

1 Abd-el-Krim el Jetabi, ha muerto. Consejos de un viejo amigo. (11 de agosto de 1920). El Telegrama del Rif.
2 Direction des Affaires Indigènes-Rapport du Protectorat.
3 Harkas. (1922). Carpeta 28, legajo 20, Archivo General Militar de Madrid (en adelante, AGMM).
4 No eran habituales los artículos periodísticos sobre el uso de armas químicas en Marruecos. Uno de los pocos ejemplos es el artículo aparecido el 16 de agosto de 1923 en el diario La Correspondencia de España, bajo el título "Cartas de un soldado". En este artículo, su autor defendía el uso de gases tóxicos contra los rifeños. Indicaba que su uso producía en "hombres y ganados perturbaciones intestinales tan intensas que, de no purificar el agua y tratar médicamente a los que las han utilizado, sobreviene un rápido fallecimiento por disentería sanguinolenta". Con estos elementos, se lograría, casi con seguridad, la ocupación de Alhucemas, acabando así con la rebelión de Abd-el-Krim (1923: 1; véase también Balfour, 2022: 254).
5 Material de Artillería. Carpeta 6, legajo 293, AGMM.
6 Los rifeños atacan Ossual y Yebel Naher. (6 de septiembre de 1925). El Debate.
7 No fue, sin embargo, algo exclusivo del Ejército español, ya que sucedió igual en otros ejércitos europeos. Las razones son varias y van desde la preferencia de los oficiales por guerras regulares "a la europea" hasta factores morales, ya que consideraban que la guerra irregular atentaba contra "los valores clásicos del honor militar, la caballerosidad y la justicia" (Jensen, 2014: 48; Guerrero, 2022: 39).

Información adicional

Sobre el autor: Alberto Guerrero es doctor en Historia Contemporánea (UNED) y máster en Pensamiento Estratégico y Seguridad Global (UGR). Es director de Atenea. Revista de la Asociación Española de Historia Militar. Entre sus publicaciones recientes destacan la coordinación de Los relatos de la guerra (2023, Sílex) y los siguientes artículos y capítulos de libro: “El pensamiento militar español decimonónico, 1863-1898”, en Revista Universitaria de Historia Militar (nº 23, 2022); e “Impresiones militares de la actuación rusa en Ucrania”, en Historia de la sociedad presente: el mundo y sus desvelos (2024, Dykinson). Sus líneas de investigación son la historia militar española y los estudios estratégicos.

About the author: Alberto Guerrero holds a PhD in Contemporary History (UNED) and a Master’s in Strategic Thinking and Global Security (UGR). He is the director of Atenea: Revista de la Asociación Española de Historia Militar. Among his recent publications are the coordination of Los relatos de la guerra (2023, Sílex) and the following articles and book chapters: “El pensamiento militar español decimonónico, 1863-1898” in Revista Universitaria de Historia Militar (nº. 23, 2022); and “Impresiones militares de la actuación rusa en Ucrania” in Historia de la sociedad presente: el mundo y sus desvelos (2024, Dykinson). His research focuses on Spanish military history and strategic studies.

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