Pinceladas regionales

El altar de muertos, generación de sentido y la preservación de la memoria

The altar of the dead, generation of meaning and the preservation of memory

Iván Ávila González
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México
Romano Ponce Díaz
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México

Entretextos

Universidad de La Guajira, Colombia

ISSN: 0123-9333

ISSN-e: 2805-6159

Periodicidad: Semestral

vol. 18, núm. 35, 2024

entretextos@uniguajira.edu.co



DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.11443854

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Pinceladas Regionales

En el estado de Michoacán, y en gran parte de México, se conmemora "la víspera de todos los santos", "el día de todos los santos" y "el día de los fieles difuntos" durante el último día de octubre y los dos primeros días de noviembre, respectivamente. Tales fechas son el producto de cientos de años de interrelación entre las tradiciones funerarias de los pueblos originarios y la influencia de la religión católica en el continente americano. Estas fechas comprenden lo que la cultura popular ha denominado de forma general como “el día de los muertos”. Dicho esto, dependiendo de la región del estado, la comunidad o el grupo social al que observemos, el enfoque de la tradición será más cercano a la cosmogonía de los pueblos originarios, a la tradición católica o a diversos sincretismos particulares, tanto comunitarios, familiares e incluso individuales.

El conjunto de fechas consecutivas a la que denominamos “día de muertos”, es una de las tradiciones que más mutaciones ha sufrido a lo largo del devenir histórico de México. Los pueblos originarios que habitaban la región que ahora conocemos como México comprendía a un universo heterogéneo de etnias, con sus propias lenguas, visiones del mundo particulares, sistemas de creencias, y por lo tanto, concepciones particulares de la muerte y de la existencia después de la misma; de tal forma, cada uno de estos grupos sociales tenía sus propias tradiciones funerarias, sus sistemas para rendir culto a sus muertos, y en consecuencia, fechas específicas designadas para estos rituales. Por ejemplo, el investigador José Eric Mendoza Luján expone que el pueblo Nahua realizaba el culto a sus muertos en el mes que ahora designamos como agosto.

El proceso de colonización española modificó tales fechas en la que los pueblos originarios conmemoraron el culto a sus muertos, y les aglutinó en los dos primeros días de noviembre. La celebración católica de “el día de todos los santos” y las diversas tradiciones indígenas de culto a los muertos se sintetizaron y conformaron al conjunto de tradiciones a las que conocemos como “día de muertos”.

Anteriormente mencionamos que es una de las tradiciones que más mutaciones ha tenido, y podemos arriesgarnos a señalar que aún se encuentra en constante transmutación. La interrelación con las tradiciones europeas del Samhain, la migración, el surgimiento de cultos religiosos a la Santa Muerte, el llamado turismo cultural, e incluso la intervención de las dinámicas de explotación capitalista, por mencionar a algunas influencias culturales, han modificado a los usos y costumbres en torno a “la víspera de todos los santos”, el “día de todos los santos” y “el día de los fieles difuntos”. Diversas influencias, devenires culturales, colonialismos y usos comerciales han modificado constantemente los componentes de estas tradiciones; por ejemplo, en la Ciudad de México se realiza el denominado “Desfile del Día de muertos”, el cual se efectúa desde 2016, derivado del rodaje en 2015 de la película 007: Spectre. En el mencionado filme se realiza la apropiación y modificación de diversos elementos reconocibles y asociables con “el día de muertos”, y se les representa como un desfile; sin embargo, aquello que comenzó como el montaje para un filme, fue adoptado, asimilado y apropiado por los mecanismos culturales de la región, y aún en 2023, en la Ciudad de México recrean, modifican y mutan el “Desfile del Día de muertos” de 007: Spectre.

Esos fenómenos de apropiación y resignificación de los elementos culturales suceden a escala regional, como en el “Desfile del Día de muertos” de la Ciudad de México, pero también se dan en lo doméstico, familiar e individual. El denominado “altar de muertos” o “altar para los muertos” es uno de los sistemas de representación en el que los colectivos, los grupos familiares o los individuos ejercen la apropiación y resignificación de elementos culturales, y quizá lo más importante: generación de sentido y preservación de la memoria.

El altar de muertos es lo que podemos denominar como una instalación física simbólica, la cual es uno de los elementos centrales en las festividades del Día de los Muertos. La función primordial es el honrar y recordar a los seres queridos fallecidos de las personas que le coloca. Desde la perspectiva religiosa de los pueblos originarios, es el vínculo entre el mundo de los vivos y el de los difuntos. De forma general, el altar se compone de niveles escalonados que representan los estratos del mundo terrenal, los espacios de transición y el mundo espiritual. El ordenamiento físico y la carga simbólica de cada uno de los elementos puede variar dependiendo de la región, las perspectivas culturales y las creencias religiosas de las personas que les colocan. Se ornamenta con elementos como flores de cempasúchil, veladoras, incienso y fotografías de las personas difuntas. Asimismo, se incluyen alimentos y bebidas favoritas de la persona conmemorada, así como objetos personales que evocan su presencia. Generalmente, los altares colocados en los espacios públicos pueden ser instalaciones monumentales que rememoran a figuras históricas, religiosas y/o de personajes de la cultura popular, tanto de ámbitos internacionales, nacionales como regionales, mientras que, en los espacios privados, los altares pueden ser discretas composiciones de fotografías, flores y veladoras. Nos atreveremos a proponer, que, desde una perspectiva visual, este altar es un espacio de representación en el que convergen los elementos del sincretismo del simbolismo católico, de las religiones de los pueblos originarios y, los afectos y la necesidad de preservar la memoria de los pueblos y sus integrantes.

Hemos mencionado que los altares presentan variantes ligadas a las regiones, creencias religiosas, a los orígenes étnicos y a los afectos relacionados con la tradición en sí misma. Ahora bien, las variaciones más evidentes son producto del mundo interior de las personas que colocan el altar, las personas que son conmemoradas en el mismo, y la relación entre estas personas. De tal forma, podemos aventurarnos a señalar que esta instalación conforma un campo semántico cuya función es preservar la memoria y el testimonio de ambos actantes, es decir, de quienes colocan el altar y quienes son honrados con el mismo.

Autoras como María Graciela Patrón Carrillo y Ioulia Akhmadeeva han expuesto que una de las funciones primordiales del arte, en su condición de producto cultural, es la de preservar la memoria de los pueblos que les producen. En el mismo tenor, podemos aproximarnos a los altares de muertos como espacios visuales narrativos, los cuales pueden ser recorridos como un relato en torno a la persona honrada, desde la perspectiva de aquellas que buscan mantener su memoria y testimonio. En los altares de muerto nos encontraremos con aquellos elementos primordialmente visuales que se consideran característicos de las personas honradas: sus gustos culinarios, sus afectos familiares, sus impulsos y sus necesidades. Los alimentos, las bebidas, las fotografías y demás objetos fungen como signo de la persona honrada, y por lo tanto, son un relato sobre la misma.

Bajo esta perspectiva, el altar del muerto es la representación y síntesis sígnica de los testimonios que van pasando de generación en generación, ya sea de forma oral, literaria o por medio de otros artefactos culturales. Al colocarse los elementos que las personas consideran representativos de la persona honrada, se está buscando preservar lo que fue aquella persona, parafraseando a Patrón Carrillo: el arte se vuelve un contenedor de memoria.

Agregando a lo anterior, la persona que observa juega un papel fundamental en la construcción del relato, y, por lo tanto, la generación de sentido del altar en sí mismo. Por un lado tenemos a las personas que edifican el altar de muertos, colocando todos aquellos objetos que constituyen una narrativa alrededor de quién era la persona conmemorada, tal relato puede ser conformado desde el afecto, el respeto e incluso la idealización; en consecuencia, que tenemos a las personas que observan al altar, muchas veces sin un contexto específico alrededor de la persona conmemorada; sin embargo, a partir de diversas unidades mínimas de significado, la persona que observa puede construir una imagen mental de quién fue la persona conmemorada, cuáles fueron sus afectos, preferencias e incluso su relación interpersonal con el mundo. Las unidades mínimas de significado responderán al contexto religioso, étnico, social, político y de experiencia que han sido elegidas como características inalienables a la persona conmemorada, es decir, el altar de muertos es una representación de cómo se ha elegido recordar y por lo tanto preservar la memoria de la persona conmemorada. En consecuencia, el altar al ser observado, se torna en un artefacto de preservación en sí mismo.

El altar de muertos en su función cultural de ser un artefacto para la generación de sentido y preservación de la memoria abarca las esferas públicas de las tradiciones religiosas y étnicas específicas, sin embargo, la esfera personal del altar de muertos le constituye como una instalación narrativa envuelta de particularidades y singularidades. El altar de muertos es un artefacto con el que se busca combatir el olvido y preservar la memoria de los pueblos y las personas, una memoria alejada de los defectos terrenales y la amargura de los grandes relatos, el altar de muertos es un artefacto de preservación que se enuncia desde la idealización y la importancia de lo cotidiano. El altar de muertos es una representación de que la existencia está constituida de diminutas unidades cotidianas, que son preservadas año con año, en un intento de evitar el inevitable olvido.

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