Ensayos
Élites, dominación, influencia política y desigualdad social: Estudio histórico comparativo entre Colombia y Venezuela
Elites, domination, political influence and social inequality: A comparative historical study between Colombia and Venezuela
Petroglifos Revista Crítica Transdisciplinar
Fundación Grupo para la Investigación, Formación, y Edición Transdisciplinar, Venezuela
ISSN-e: 2610-8186
Periodicidad: Semestral
vol. 5, núm. 2, 2022
Recepción: 22 Febrero 2022
Aprobación: 29 Noviembre 2022
Resumen: En el presente ensayo, se realiza un estudio comparativo del rol histórico de las élites en Colombia y Venezuela. Se asume a las élites como un conjunto de personas que tienen privilegios sobre la gran mayoría de un país y que, por lo tanto, logran capturar el Estado y desde este dictar las políticas económicas. La administración del Estado le permite autorrenovarse y sostenerse como élite, estableciendo espacios de control y margen de maniobra frente a determinados eventos socioeconómicos. Siendo que los países transitan por fases económicas de crecimiento y decrecimiento, la élite puede diseñar políticas económicas que le permitan sobrevivir como clase a las fases de desempeño económico negativo. En este ensayo, se han seleccionado cuatro momentos históricos que han determinado el devenir de Colombia y Venezuela en su historia. Se pretende estudiar el comportamiento de las élites político-económica en cada uno de esos momentos en ambos países, acudiendo a una metodología documental e histórica. Aunque se prevé la continuación de la investigación, se afirma que históricamente la élite empresarial colombiana ha tenido una participación más activa en la política, administrando directamente la renta. Mientras la élite empresarial venezolana, ha establecido redes de intercambio comercial con la clase política, permitiéndole a estos intervenir en las políticas públicas de orden económico, siempre que ello garantice el traspaso de una parte de la renta petrolera a dicha élite.
Palabras clave: clase dirigente, política económica, Estado, Gobierno.
Abstract: In the present essay, a comparative study of the historical role of the elites in Colombia and Venezuela is carried out. Elites are assumed to be a group of people who have privileges over the vast majority of a country and who, therefore, manage to capture the State and from there dictate economic policies. The administration of the State allows them to renew itself and sustain itself as an elite, establishing spaces of control and room for maneuver in the face of certain socioeconomic events. Since countries go through economic phases of growth and decline, the elite can design economic policies that allow them to survive as a class in phases of negative economic performance. In this essay, four historical moments have been selected that have determined the evolution of Colombia and Venezuela in their history. The aim is to study the behavior of the political-economic elites in each of these moments in both countries, using a documentary and historical methodology. Although the continuation of the research is foressen, it is affirmed that historically the Colombian business elite has had a more active participation in politics, by directly administering income. Meanwhile the Venezuelan business elite, has established commercial exchange networks with the political class, allowing them to intervene in public economic policies, as long as this guarantees the transfer of part of the oil rent to the elite.
Keywords: ruling class, economic policy, State, Government.
Introducción
La historia de América Latina permite agrupar a los países en categorías y/o procesos similares, a pesar de las particularidades de cada uno de los países. En el caso de Colombia y Venezuela, al ser naciones vecinas comparten una historia común, ambos territorios están determinados e influenciados por lo que pase al otro lado de la frontera. Tanto el intercambio comercial, como el político y social está altamente impactado por las decisiones en este orden por el vecino país. No obstante, si bien ambos países tienen categorías estructurales similares, el comportamiento político-económico ha sido diametralmente opuesto y ello tiene que ver con el rol que las élites han tenido en el país. De tal forma, los mecanismos de dominación e influencia política, así como la correlación de ello con la desigualdad social es abruptamente marcada por el pensamiento y accionar de estas en sus respectivos escenarios.
Al observar el contexto político-económico actual de ambos países es posible ver diferencias en el accionar de las élites, cuestión que se entiende mejor bajo el espejo histórico. En ese sentido, hemos identificado al menos cuatro etapas o momentos históricos que han marcado una encrucijada para las élites de Colombia y Venezuela y que, al tomar diferentes caminos han devenido en resultados diferentes que se observan en el día de hoy.
Se advierte desde ya que los colombianos -como élites y como sociedad- han sido más constantes, conservadores y firmes respecto a su visión de país o de poder. Ello le ha garantizado un lento, pero sostenido crecimiento económico en el tiempo histórico. Por el contrario, los venezolanos han intentado diferentes atajos en busca de su desarrollo y ello se explica en la discontinuidad de las élites y en la reacción social –más activa- hacia estas. Ese camino ha llevado a Venezuela a períodos de rápido crecimiento, así como de crisis social como la actual. En el fondo, ambos países adolecen de una alta carga de desigualdad social, en tanto las políticas económicas del carácter que fuesen han beneficiado a las elites, sean estas antiguas, tradicionales, actuales o coyunturales. A continuación, se intentará analizar el accionar de ambas élites a través de hechos históricos claves, antes se verá el contexto de las élites latinoamericanas. Es importante resaltar, el reduccionismo en el que se puede caer al analizar la historia de ambos países en breves páginas, por lo que se considera esto como un avance de una investigación documental en proceso.
A los efectos de esta investigación, se entiende al análisis documental histórico como la exploración de documentos primarios, secundarios y terciarios para encontrar sus elementos esenciales y las relaciones entre ellos. En este caso, las diferencias y semejanzas del comportamiento de los liderazgos políticos y empresariales de Colombia y Venezuela como objetos de estudio. Se considera que el análisis documental permitirá localizar los puntos de encuentros y rupturas históricas que han devenido en la construcción de las sociedades actuales de ambos países.
Las élites
Casi siempre cuando se refiere a las élites señalamos a ese pequeño sector que tiene privilegios sobre una gran mayoría. Ese grupo minúsculo lidera, gobierna y establece las normas políticas, económicas, morales y culturales que debe seguir la comunidad o sociedad gobernada para ser aceptado como parte de la sociedad. De lo contrario, el desertor es sujeto a penas y castigos que lo disciplinan o expulsan de ese espacio. De esa forma, la élite funciona bajo una jerarquización vertical que influye y moldea a la población.
Esta estructuración social puede entenderse bajo las teorías de Carlos Marx –proletario-burgués- o sobre los elitologos -gobernados y gobernantes-. La élite política y económica dominante genera sus propios mecanismos de reproducción a lo interno, logrando con ello monopolizar el poder, la autoridad y una posición de privilegios. Esto es, una visión eminentemente política. Sin embargo, las élites desarrollan una distribución desigual de capital y los medios de reproducción, obstaculizando las condiciones de acceso social a la política. Quizás la primera forma de exclusión es la educativa, por cuanto, según afirma Osorio (2015), las élites dan mucha importancia “a la educación, capital político y al capital económico como recursos fundamentales para formar parte de una élite política, sobre todo, porque no todo el mundo social tiene acceso estos recursos” (p. 118).
Más precisos, estos monopolizan el poder a partir de la exclusión cultural, educativa, económica, política, es decir que se excluye a la mayoría de los seres del acceso de calidad a estos campos. Por el contrario, las finas costumbres (sociales, económicas, culturales y políticas) son transmitidas generacionalmente entre las familias de las élites con lo cual, se reproduce la dominación. De tal modo, dicho acto se realiza conscientemente del rol que la élite y su carga valórica tiene en la sociedad.
La desigualdad, por lo tanto, no es un factor ignorado por la élite, sino promovido. Las élites orientan, por ejemplo, la batalla de las ideas. La clase gobernada, por su parte, siguiendo inconscientemente la lógica elitista discute lo que conviene a una élite política y, para ello, estos últimos utilizan a agentes en los diferentes niveles sociales y agentes del Estado.
Lo anterior implica la captura del Estado por parte de las elites, es decir, que éstas han utilizado su capacidad e influencia política y económica para apresar al Estado y la institucionalidad pública de los países. De acuerdo con las investigaciones de Durán (2016) esto se puede realizar a través de tres elementos: a) conglomerados nacionales y transnacionales que se apropian de los sectores estratégicos de la economía; b) élite tecnocrática corporativa que tiene nexos políticos, sociales, económicos consanguíneos con los grupos corporativos y; c) la concentración del poder político, en especial los vínculos que existen entre los dirigentes del poder ejecutivo y los representantes del poder económico. En consecuencia, la inmensa mayoría de la población queda marginada de este tipo de relaciones a merced de las consecuencias de las decisiones de las élites y, por lo tanto, expuestas a sufrir una mayor desigualdad producto de las políticas económicas impuestas desde el Estado. Según este mismo autor:
…Se entiende por captura política una forma de influencia extrema sobre el Estado (concebida, según los casos, como influencia indebida o influencia desmedida) que sesga las decisiones de política pública a favor de unos cuantos privilegiados que concentran poderes de decisión, pudiendo ser élites económicas o políticas, incluso familias y partidos. (p.10)
Históricamente, la captura del Estado no ameritaba una administración directa de la clase empresarial-económica sobre el gobierno. No obstante, en los últimos años se observa como estos han decidido avanzar más directamente hacia ese objetivo.
En el caso latinoamericano, ello fue altamente influenciado por el comportamiento político de la región en el que algunos países abrazaron una apertura progresista y cambiaron la estructura partidista producto de la insatisfacción social de la población frente al comportamiento de las élites y sistema democrático interno. En ese sentido, Bottinelli y Serna (2019) en una investigación sobre el poder fáctico de las élites empresariales en la política latinoamericana, identificaron a tres grupos de países: a) de continuación con políticas económicas Neoliberales (Chile, Colombia, México y Perú); b) llegada al poder de partidos políticos de izquierda “moderadas e institucionales” en contraposición a la derecha política (casos de Uruguay y Brasil) y; gobiernos de izquierda más radical (casos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Cuba y Venezuela).
No obstante, un conocedor de la política económica venezolana podrá identificar a empresarios afectos al gobierno que han influenciado la planificación política de la economía. Ciertamente, esta clase económica no constituye la totalidad; pero sí es parte de una nueva élite denominada por muchos como los boli burgueses. Existen también gremios que, aun cuando difieran en lo ideológico con el gobierno, han sido pragmáticos en reconocer que una recuperación económica del país les abre posibilidades en el mercado venezolano. Así, por ejemplo, en la actualidad FEDEINDUSTRIA y FEDECAMARAS apuestan parcialmente a la política económica del chavismo pero que considera necesario una política de flexibilización y apertura económica para garantizar una mayor tasa de inversión de los empresarios. Aun cuando esto último no se ha logrado, dichas políticas de flexibilización han reducido indirectamente el tamaño del Estado, por lo que han sido objeto de críticas llegando a ser consideradas por algunos como de carácter neoliberal.
A partir de las experiencias progresistas, es posible observar el surgimiento de la nueva derecha. De acuerdo con Codato, Bolognesi y Roeder (2015), la nueva derecha buscaba un punto intermedio entre las políticas neoliberales que elevaron las tasas de desigualdad en la región; pero también escapaban de las políticas progresistas. En lo específico, la nueva derecha implicó cambios en los patrones de votación: nuevos partidos políticos, nuevos liderazgos que sostienen la bandera del viejo liberalismo de mercado y el nuevo reformismo social.
Es decir, mantienen los puntos programáticos de las derechas tradicionales, pero incorporan elementos de la agenda de los partidos de izquierda. Es la promoción del capitalismo con políticas sociales, desvinculándose así de los regímenes autoritarios de mediados del siglo pasado. Por ello, se ve a una derecha defendiendo el acceso a la salud, educación, trabajo, vivienda, entre otros elementos que no eran posible observar hace unos años. No obstante, ello no significa una defensa del acceso igualitario a estos derechos, en cuanto se propone el acceso a estos a través del mercado. En definitiva, de acuerdo con Codato, Bolognesi y Roeder (2015):
“la antigua derecha latina puede enmarcarse en tres enunciados: i) vinculación con dictaduras militares; ii) defensa radical de la no intervención del Estado en la economía; iii) defensa de la moral cívica y de la familia tradicional. La nueva derecha, que surge como una doble respuesta a la antigua y al ascenso de la izquierda, también en tres términos: i) liberalismo económico, con una intervención limitada del Estado en la economía para garantizar la igualdad de oportunidades; ii) defensa de la democracia; iii) defensa radical de los valores familiares tradicionales”. (p. 127)
Es interesante observar el cambio de composición social entre la vieja y la nueva derecha en América Latina. La vieja derecha está compuesta por trabajadores profesionales, mientras que la nueva está representada fundamentalmente por empresarios. Ahora bien, el hecho de que exista una nueva derecha no quiere decir que todas las derechas que gobiernan actualmente en la región sean partícipes de esta política. Hay empresarios que directamente asumen el rol de gobernar y cuya representación está directamente vinculada a la derecha vieja, aunque con una apariencia renovada.
Por otra parte, el hecho de que esa clase empresarial llegue directamente al poder dice mucho de la condición social: por una parte, que existe un sector de la población electoral que aún cree en el tipo de políticas económicas que el empresariado promociona y, por otro lado, que los empresarios se ven motivados a aplicar directamente el tipo de políticas económicas que ellos defienden, quizás al ver amenazados sus espacios de poder.
Estos postulados sobre la nueva y vieja derecha no aplican a Venezuela ni Colombia. El primero porque el chavismo ha mantenido el gobierno desde 1998 y la oposición política a dicho movimiento está agrietada en varias secciones, logrando sujetar consigo a un grupo de empresarios adversos al poder. Eso no exculpa a esta élite política-económica de los procesos de desigualdad en dicho país. Está claro que quien establece las reglas y leyes de ordenamiento socioeconómico es el gobierno y, por lo tanto, sobre este cae un peso importante de responsabilidad. No obstante, en la medida en que la elite empresarial se oponga y obstruya los planes económicos de desarrollo, esta se hace culpable del fracaso de las políticas económicas y, por tanto, del impacto social y económico.
Así tenemos que, el chavismo ha sido incapaz de desarrollar una política económica sostenida en el tiempo producto del impase constante con la clase empresarial. Es pues evidente que en Venezuela existe una división de la élite, que nos atrevemos a señalar de la siguiente manera sin que ello implique un orden o número de agremiados a los mismos: a) la élite denominada los amos del valle (aquellos que administraron el poder político-económico desde tiempos coloniales); b) la élite adeca-copeyana (aquellos lograron enriquecerse a partir de las relaciones con el Estado durante el período de 1958-1998); c) la élite boli burguesa (aquellos que han logrado enriquecerse a partir de las relaciones con el Estado durante el período 1998-actual). Esta confrontación entre las tres élites es un buen resumen de la crisis social, política y económica de Venezuela. El desencuentro entre estos tres segmentos explica por qué Venezuela ha devenido a su situación actual.
En el caso colombiano, por su parte, si bien es posible observar una división entre las élites, expresadas en las diferentes agrupaciones empresariales y profesionales, esta disputa no compromete el desenvolvimiento económico del país en sentido negativo. Es decir, se afirma que, incluso, la clase empresarial colombiana es más diversa en términos de producción y en función de estructura organizativa lo que contribuye a un proceso de crecimiento y expansión económico lento, pero casi siempre constante. Si en ambos casos de estudio el comportamiento histórico al que se alude ha sido así, lo demostraremos a continuación.
Aspectos históricos
Para encontrar el origen del comportamiento de las élites actuales en el territorio colombiano y venezolano nos remontaremos al tiempo colonial. He aquí el primer momento histórico: la formación de la estructura socio económica. Fue en la segunda mitad del siglo XVI cuando España estableció un sistema de organización político-jurídico y territorial sobre el territorio de la Nueva Granada. Desde el proceso de colonización Nueva Granada y Venezuela formaban parte del virreinato de Perú, hasta que en 1664 se designó un Capitán General para la Nueva Granada que debía administrar también a Venezuela con la excepción de la provincia de Caracas.
Luego, en 1717, la Capitanía General de Nueva Granada fue ascendida a virreinato en un proceso que se interrumpió en 1723 por cuestiones monetarias; pero en 1739 este ascenso se hizo definitivo. El interés de la Corona Española era, fundamentalmente, establecer una capacidad política y militar en el norte de Suramérica que le hiciera frente a las pretensiones expansionistas de otras potencias europeas ya ubicadas en el Caribe (Bushnell, 1995).
Más adelante, en 1777, se nombró a Venezuela como Capitanía General con Caracas como su capital. Siempre que se nombraba un territorio como Capitanía General este era jerárquicamente dependiente del virreinato. Así le ocurrió a Nueva Granada, respecto a Perú, y a Venezuela, respecto a Nueva Granada. No obstante, en la práctica las autoridades del virreinato tenían poco poder sobre las capitanías generales, porque las distancias entre los territorios y los problemas propios del virreinato hacían difícil la administración de aquellos. De hecho, esa era precisamente la razón por la cual se nombraban los territorios. Al final, las capitanías presentaban reportes directos a la corona y ésta decidía directamente sobre los asuntos relativos a estos espacios.
A partir de esa división política y territorial de las provincias de ultramar se constituían nuevas instituciones que casi siempre se replicaron en toda Hispanoamérica: La Real Audiencia, los cabildos, la provincia, la casa de contratación, entre otras específicas a cada virreinato o capitanía general, por ejemplo, la Compañía Guipuzcoana. Además, se sumaban otras de carácter religioso o económico, como el Tribunal del santo oficio, el arzobispado u obispado.
La postura acá defendida es que, así como generalmente las capitales de los países gozan de un mayor desarrollo tecnológico, urbanístico, infraestructura, influencia política e impulso financiero sobre el resto del país, en la época colonial los virreinatos gozaban de un mayor avance que las capitanías generales y ello se tradujo en el fortalecimiento de una élite religiosa, política, económica y cultural que tuvo impacto en su momento y que reprodujo mecanismos de explotación sobre el resto de la población, algunos de cuyos efectos aún se pueden observar en la actualidad.
En este caso particular, el virreinato de Nueva Granada constaba de ocho provincias, un arzobispado y siete obispados. Además, tenía la Universidad en Santa Fe de Bogotá, la Biblioteca Pública inaugurada por el virrey peruano Guirior en 1774, un Instituto de Ciencias Naturales, abierto por el virrey Caballero y Góngora a raíz de la famosa expedición botánica que dirigió Don José Celestino Mutis, un observatorio, entre otras instituciones. En 1759 publicaba el Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá a partir de la primera imprenta que trajeron los jesuitas en 1738. La segunda imprenta llegó a Nueva Granada por orden del virrey Manuel Antonio Flórez en 1777, quien ordenó su compra desde Cádiz e hizo que Manuel Espinosa de los Monteros, reconocido impresor, se trasladara de Cartagena a Santa Fé y creara la Imprenta Real.
Contrario a ello, la Capitanía General de Venezuela para 1803, disfrutaba de arzobispado y dos obispos sufragáneos. El colegio fundado en 1696 se convirtió en Universidad el año de 1795, mientras que la llegada de la primera imprenta en Venezuela ha de fijarse en 1808 -70 años después que en Nueva Granada- con la instalación y funcionamiento en Caracas del taller de Mateo Gallagher y Jaime Lamb. Ello permitió un mayor desarrollo cultural de las ideas en la Nueva Granada; no obstante, las ideas de la ilustración avivaron más el proceso de emancipación en Venezuela respecto a la Nueva Granada. Quizás la explicación de ello esté en el retrogrado clericalismo y radical anticlericalismo de la sociedad colombiana influenciada por el catolicismo. En cambio, la imprenta y la universidad en Venezuela estaban más dinamizada por las ideas políticas, antes que religiosas.
En atención al aspecto económico, es bien sabido que la explotación minera en la Capitanía General de Venezuela se da en escasas minas de oro. Sin embargo, ello no representaba una gran riqueza para la corona como sí ocurrió en el actual México y Perú. En la propia Nueva Granada se encontraron los más importantes y duraderos yacimientos auríferos de todo el continente. Se estima que el virreinato se benefició de la mitad del metal áureo producido legalmente en los reinos de las Indias Españolas (Colmeiro, 1863). Lo cual, evidentemente, cambió las formas de colonización del espacio; así como la importancia política de un territorio, sobre todo.
Al margen de ello, la producción en ambos territorios fue mayormente de la explotación ganadera, agrícola y en menor medida de la industria artesanal. Otro elemento que sí podemos reconocer, es que la explotación de dichos recursos no fue equitativa y que beneficiaba mayormente a los españoles y con el pasar del tiempo a los blancos en general. Cuando se observa la composición étnica de ambas sociedades, es sabido que, por ejemplo, para 1800 el blanco1 representaba apenas el 20% de la totalidad de la población. Está claro que de esa totalidad de blancos existía un porcentaje de pobres que eran tan explotados como los otros grupos étnicos. Aún tenían mayores privilegios que los negros e indígenas.
Esto permite avanzar hacia el momento histórico número dos. Quintero (2007) califica a ese pequeño grupo de mantuanos o nobles en la colonia como protectores de la desigualdad en cuanto hacían todo lo posible para mantener su predomino social sobre el resto de la sociedad. En los decenios previos a la independencia, hubo muchos episodios y edictos reales que fueron concebidos como una amenaza para la nobleza americana y luchaban para que sus privilegios se mantuviesen pues significaban un orden social que debía conservarse. Ahora bien, el resultado de esa lucha entre ambas elites –la de nueva granada y la venezolana- arrojó resultados diferentes. Arias (2005) establece que Colombia era
…un país donde el capital económico no tenía la suficiente fuerza como garante de distinción social, y donde ésta estaba fundamentada en un orden aristocrático y cortesano que entraba en tensión con el ideal democrático de igualdad y con el lento ascenso de lo burgués, dar forma a un capital simbólico entorno a lo nacional permitía posicionarse como élite. (p. 18)
Llegado el momento de la independencia, en la Nueva Granada hubo una continuidad del orden social entre la colonia y la República. Aun cuando se modificaron algunas leyes y hubo cambios latentes, la élite blanca ya independizada siguió gobernando a la nueva Republica colombiana. Tocante a ello, Blanco (2007) sostiene que:
En la representación de los notables existía una directa relación entre orden social, orden racial y orden natural. Los notables tomaban el orden social con la idea de orden natural donde existían unas razas civilizadas, con tradición, inteligencia y capacidad de dominio- y otras que eran bárbaras – sin identidad, brutas- y que necesitaban ser civilizadas. Esta representación se guía por tomar el desarrollo social desde una perspectiva lineal en donde existen grupos o países en determinados estados dentro de este desarrollo; esta visión “evolutiva” presentaban como un orden natural ante los ojos de los notables pues ellos eran los representantes de la civilización en suelo colombiano y esta visión construyó la realidad social en la Colombia del siglo XIX. (p. 240)
A los fines de esta investigación, se considera que aun cuando existía la misma creencia sobre la naturaleza de su derecho a gobernar en una parte de la élite venezolana al término de la independencia, en la práctica ese proceso fue diferente producto de la guerra de independencia que terminó aniquilando a la élite y en adelante ha habido una pugnacidad entre factores de poder que llegan al gobierno e intentan aniquilar a la élite para convertirse en una élite. Durante la propia guerra de independencia venezolana la élite sufrió la voracidad de la guerra a muerte declarada por Bolívar o el ataque feroz en contra de los blancos dirigido por José Tomás Boves. En atención a lo afirmado por Quintero (2007):
La declaración de la Independencia, la ruptura con la Monarquía y la sanción de un régimen republicano, constituían la negación de los fundamentos que sostenían al orden antiguo. Liquidada la desigualdad, abolidos los fueros y suprimidas las jerarquías, no resultaba factible que los símbolos de distinción, los privilegios, la hidalguía y el honor constituyesen factores determinantes en la configuración del nuevo orden político y social que postulaba la república, de manera que difícilmente, podía aspirar la nobleza a ocupar de nuevo el espacio y las preeminencias que alguna vez tuvo. La Independencia, más que modificar de manera sustantiva el estatuto social de los sectores inferiores de la sociedad, alteró de manera irreversible la hegemonía que ejercían los nobles en la provincia de Venezuela. (p. 232)
Es cierto que durante la guerra en Nueva Granada también se diezmó a la élite, sobre todo a mano de los pelotones de fusilamiento. No obstante, la élite que sobrevivió logró recuperarse rápidamente en la posguerra producto de las características de la economía de la Nueva Granada. Mientras que la venezolana, fundamentada en la exportación del cacao estaba totalmente destruida, los neogranadinos habían logrado estimular un comercio interno, sostener la guerra alejado de los centros productivos y recuperar tanto la producción minera como agropecuaria. Si bien, en ambos países después de la independencia los mestizos lograron mejorar su estilo de vida y ocupar puestos de poder antes prohibidos, estos fueron absorbidos tempranamente por una élite pues, en muchos casos no contaban con una buena educación.
En definitiva, pudo haber un cambio en la estructura social; pero no en la forma de administración del poder pues se continuo con un modelo que presentaba a una minoritaria clase alta –abolengo y/o popular- que dominaba al resto de la sociedad jerarquizada. Quizás una apreciación de Bushnell (1995) nos permita esclarecer un poco al narrar la situación social de Colombia y compararla con Venezuela. Sin embargo, nótese que el ejemplo utiliza en el contexto es un hombre y líder venezolano:
A raíz de la Independencia los grupos dominantes exhibían un color de piel más oscuro que antes, pues los pocos afortunados que lograron ascender en la escala social eran a menudo mestizos (como Páez, por ejemplo) o, menos frecuentemente, descendientes, en alguna proporción, de africanos (por ejemplo, el máximo héroe naval de la Independencia, el almirante José Padilla). Pero el cambio en la sociedad fue, repetimos, limitado, y aquellos que mejoraron su nivel de vida no necesariamente recibieron reconocimiento social equiparable a sus logros militares o económicos. El cambio fue también más restringido en la Nueva Granada que en Venezuela, tan sólo por el hecho de que el impacto total de la guerra había sido menor que en la colonia vecina. (p. 78)
En adelante, todo el siglo XIX de Colombia y Venezuela prevaleció la disputa entre liberales y conservadores, entre la iglesia y el Estado. Nos atrevemos a decir que, en Venezuela el proceso de gobernanza política fue mucho más interrumpido que en Colombia, lo cual les permite a estos avanzar respecto a la institucionalidad y sobre todo a la construcción del bipartidismo temprano lo que garantiza una disputa entre las élites agrupadas en el partido y estimulada por la iglesia. Por otra parte, el verdadero inicio de la modernización del Estado en ambos se da a partir de la década del siglo decimonónico, lo cual trajo beneficios sobre todo a Colombia que pudo aprovechar el apogeo de crecimiento hacia afuera. A pesar de ello, la disputa entre los conservadores y liberales siguió afectando la estabilidad de Colombia. Mientras en Venezuela la falsa disputa entre los conservadores y liberales había sido controlada después de 1863, los colombianos alimentaron un odio transmitido de padres a hijos y por el mismo clero. Esa disputa hace que los partidos gobiernen por largos periodos. En 1930, los liberales tenían 50 años sin gobernar directamente y se establece la República Liberal desde 1930 hasta 1946.
En ese contexto, se suscribe el tercer elemento histórico. Tiene que ver con las consecuencias del fortalecimiento de la economía petrolera en Venezuela y la continuidad de la industria cafetera colombiana. En resumidas cuentas, el petróleo significó importantes sumas de dinero que ingresaron a las arcas del Estado y fueron construyendo el populismo venezolano. Ello también se da en el contexto de la gran depresión de 1929. A pesar de ello, Venezuela logra cancelar toda su deuda externa en conmemoración del centenario de la muerte del libertador. Colombia, por su parte, también creció extraordinariamente entre 1934 y 1953.
Se pretende poner en perspectiva la forma como uno y otro se desarrollaron en este período, porque eso es una expresión del (des)encuentro de las élites y su impacto en la sociedad. Venezuela fue gobernada por la dictadura gomecista entre 1908-1935, enseguida vienen dos gobiernos de transición con líderes militares, pero que avanzan hacia el proceso de democratización. Rómulo Gallegos, el demócrata y civil, es derrocado por los militares y se instaura una Junta Militar que termina en una dictadura (1952-1958) y finalmente se instaura el populismo en Venezuela y da paso al surgimiento de una nueva élite que logra sostener el poder (1958-1999) en acuerdos con los remanentes de la élite colonial o tradicional.
Con respecto a Colombia, en dicho período sólo tiene dos dictaduras: la del General Rafael Reyes Prieto (1904-1909) y del teniente General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). Después de ello, entra también en un proceso bipartidista de gobierno, sin que el populismo ni la izquierda política se instaure en los asuntos de gobierno. Se mantiene, no obstante, la disputa entre liberales y conservadores. De hecho, se reconoce el período de 1946-1957 como la era de la violencia y, este periodo va a dar paso al surgimiento de las guerrillas y los paramilitares, en el cual se enfrenta un movimiento político-bélico con el Estado y algunos propietarios ganaderos y financistas de los ejércitos paramilitares.
En todo este proceso se entremezcla la cuestión política, económica e ideológica. Se afirma que, a pesar de la violencia colombiana, la élite se mantuvo en línea con su discurso liberal durante este momento histórico. Obsérvese que la disputa entre liberales y conservadores no es por el liberalismo económico. En ambos casos, el liberalismo económico era una premisa.
La disputa colombiana tiene un carácter religioso y una cuestión de organización del Estado. Mientras los conservadores decían “Dios, patria y familia”, los liberales expresaban “legalité, liberté et fraternité”, es decir, los ideales de la revolución francesa. Eventualmente, esos discursos o slogan van evolucionando y así, por ejemplo, las guerras liberales se desmovilizan y surgen las guerrillas comunistas con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Ello naturalmente, unifica el criterio de lucha entre las élites liberales y conservadores en contra de los comunistas, aunque mantienen las diferencias en otros aspectos.
Por ejemplo, una forma de unificación de las élites se expresa en la concepción del poder y su administración. Mientras en varios países de América Latina, en diferentes contextos, ha habido gobiernos de izquierda, en Colombia eso no se ha logrado porque la élite ha asociado la izquierda con las guerrillas y la violencia que estas generan. Asimismo, el populismo ha tenido poca influencia en Colombia. De hecho, el dictador Rojas Pinilla intentó aplicar un populismo militar y fracasó. Sus detractores afirmaban que su política socioeconómica era influenciada por el ideario de Gaitán y que pretendía verse “como el verdadero defensor de las masas populares frente a los egoístas oligarcas” (Bushnell, 1995, p. 296). Diversos analistas señalan a Álvaro Uribe Vélez como el otro populista de Colombia, y van más allá al relacionar su populismo con autoritarismo, presidencialismo y falta de la limitación de la división de poderes.
En suma, se considera que el siglo XX colombiano y venezolano fue diferente por el impacto que tuvo la producción interna y su relacionamiento con el exterior: el primero a partir del café y su diversificación productiva, y el segundo a partir del petróleo. Para el primero, fue más difícil establecer un Estado clientelar y populista, mientras que para el segundo ese proceso fue más fácil y en algún punto inevitable. Para el primero, la economía de mercado fue más lineal y promovida desde el Estado. Para el segundo, la economía de mercado, aunque promovida por el Estado nunca fue autónoma y productiva, sino que fue viciada por el clientelismo2 del Estado. Acaso no es así siempre.
Cada una de esos procesos o hitos históricos expuestos es una expresión del comportamiento de la élite. Un cuarto elemento, quizás puede ayudar a ser más puntual al respecto y que, de hecho, es la tesis principal de esta investigación: la élite colombiana ha sido más productiva que la venezolana gracias a que ha participado más directamente en la construcción de políticas económicas desde el Estado. Es la posición de Zapata (1995), según el cual, a diferencia de los venezolanos, “la oligarquía colombiana ha logrado mantenerse unida bajo un concepto de nación y con propósitos” (p. 101). En Venezuela, afirma también este autor, los ricos olvidaron su papel y han dejado que la clase política se equivoque con relación a los asuntos nacionales al tiempo que se enredan en el clientelismo, en la promoción del Estado omnipotente, el cabildeo escondido, el soborno, el golpe, el nacionalismo y el divisionismo de la élite dirigente. Eso es lo que marca a la élite venezolana: la división y la imposibilidad de concretar acuerdos en circunstancias difíciles para el país. La élite venezolana se interesó en la obtención de los dólares baratos provenientes de la venta del petróleo y no en la producción nacional. Mientras que en Colombia esta fuente de divisas baratas, dadas por el Estado, no existió y, por lo tanto, tuvo que esforzarse en producirla a partir de las exportaciones, el posicionamiento en el mercado internacional y la ampliación del mercado interno. El fortalecimiento y debilidad de la burguesía colombiana y venezolana, se observa en las organizaciones empresariales. A juicio de Zapata (1995):
La comparación entre Colombia y Venezuela luce distante si se toma en cuenta el hecho de que mientras en el país están desapareciendo las grandes organizaciones empresariales con tradición y empeño, en el mercado colombiano tienden a fortalecerse. Estamos hablando del Sindicato Antioqueño, el Grupo Santo Domingo, la Organización Ardilla Lulle y la Organización Luis Carlos Sarmiento. Cada una de estas cuatro corporaciones cuenta en su haber con más de 100 compañías que operan en la industria, el comercio, la Banca, transporte, medios de comunicación, alta tecnología, telecomunicaciones, bebidas, etc. (p. 101)
Ese crecimiento de la industria colombiana es producto del trabajo en bloque, “…en organizaciones completamente integradas, con sinergia y recursos suficientes para atacar mercados externos” (Zapata, 1995, p. 101) incluso avanzando de manera importante en la compra de acciones de las empresas venezolanas. Mientras tanto, afirma el autor, “La reacción venezolana está limitada a un puñado muy pequeño de empresas… solo dos grupos pueden mostrar capacidad de respuesta hacia la incursión colombiana en el país: Cisneros y Polar. La ODC ya lo está haciendo en el propio patio de Colombia, tanto en medios de comunicación como en telecomunicaciones, precisamente compitiéndole a grupos como el Santo Domingo, Ardilla Lulle y Luis Carlos Sarmiento” (p. 102).
Para el autor, la responsabilidad del desbalance comercial entre Venezuela y Colombia es de la élite, de la burguesía, de los empresarios venezolanos. Fundamentalmente, porque no entendieron que como grupo social tienen derecho al poder, abandonaron -como sector económico- la representación en el Parlamento o en el Ejecutivo. Sino que establecieron acuerdos con los políticos para que estos le dictasen las órdenes a los empresarios y actuaban en función de ello, siempre y cuando se les garantizase su cuota rentística. Es decir, “El empresario se conformó. Ahí perdió las perspectivas de él mismo, de su negocio, de su empresa, del mercado y del país… En el colapso, todos los sectores han sufrido. Entonces actualmente hay empresarios que se lamentan. Y, lo peor, nada pueden hacer contra ese Estado todopoderoso” (Zapata, 1995, p. 68).
Obsérvese que estos comentarios se hacen a mitad de la década de los 90´s cuando el chavismo no había llegado al poder. Sorprende que el autor reconozca que “…En Colombia, hay más pobres que en Venezuela, pero los ricos que se armaron y aprovecharon, son los que han hecho grande al país, le han impreso visión de futuro” (Zapata, 1995, p. 69). Para el autor, los índices sociales no son importantes, de acuerdo con su lógica fuesen mejores si los empresarios tuviesen mayor visión de futuro del país y participasen más en la toma de decisiones política. En la medida en que no lo hacen, permiten que la riqueza se distribuya mal y, en consecuencia, se calculaba que para la época los venezolanos tenían en el exterior una suma superior a los 80 mil millones de dólares.
De acuerdo con Sutherland, entrevistado por Finanzas Digital (2022), en la actualidad se cree que ese monto asciende a más de 600 mil millones de dólares. En ambos contextos, ese monto supondría un capital importante para superar la crisis económica nacional. Por otra parte, no deja de ser curioso cómo ese capital venezolano en el exterior ha crecido a más de un 500%, lo cual se explica por el aumento del precio del petróleo; pero que también dice del proceso de descapitalización del país y el no aprovechamiento de esa renta en el desarrollo del mismo.
El corresponsal de la British Broadcasting Corporation (BBC) en Colombia, Daniel Pardo, afirmaba su sorpresa sobre la repetición de apellidos del poder en la vecina nación y la que parece ser la presencia de una élite bastante compacta (Pardo, 2017). A partir de la lectura del economista Edgar Revéiz, Pardo (2017) observa como hijos y nietos de los expresidentes Holguín, López, Lleras, Gómez, Turbay, Pastrana, Santos, Rojas, Ospina, Barco, Valencia, Gaviria, entre otros participan en la vida política nacional y heredan una maquinaria electoral como capital simbólico que les permite a estas familias sostenerse en el poder en el tiempo.
Si bien, no ve una continuidad del poder económico en la historia colombiana, sí observa una persistencia de estas en el poder político. Aunque ello tampoco es monolítico. En el pasado reciente, los presidentes de Colombia provienen de las provincias3 lo que indica que no son naturalmente parte de la élite; pero fueron cooptados por ellas. Esa cooptación y adaptación produce una renovación lenta puesto que siempre está dirigida por el conservadurismo de la élite del Partido Conservador y el Partido Liberal. Puede que no provengan del mismo árbol genealógico, pero si conservan las mismas ideas: el concepto del blanco y sus privilegios.
En el caso venezolano, el periodista Juan Carlos Zapata acuño el término de boli burguesía para señalar a todos aquellos que se hicieron millonarios durante los gobiernos chavistas. En ese sentido se han convertido en una nueva élite que ha expulsado a los anteriores del gobierno; pero que no ha sido capaz de imponer una sostenida política económica de desarrollo. Bien por incapacidad, desinterés o por su amuleto, la constante guerra económica. La conjunción de las tres razones sería algo más honesto. El señalamiento a solo uno de ellos sería presunción de algún sector. En esa guerra en contra de las diferentes políticas económicas del chavismo, la élite colombiana ha tenido un rol fundamental en desmontarla y ha sacado el mayor provecho económico de las relaciones comerciales binacionales, y también de la absorción de los espacios de mercado anteriormente naturales para los venezolanos.
De acuerdo con el informe presentado por Cañete (2015) sobre la desigualdad en la región, en el 2014 Venezuela tenía 450 multimillonarios cuyo volumen de riqueza equivalía a 60 billones de dólares, representando el 14% del PIB. Venezuela ha sufrido por varios años los estragos de la hiperinflación, es decir que la tasa de inflación mensual supera el 50%. Un estudio detallado de la movilización de capital desde la inflación revelaría el desbalance de la desigualdad. Por su parte, Colombia tenía 670 multimillonarios cuyo volumen de riqueza equivalía a 85 billones de dólares, que representaba el 22% del PIB.
Además, en la última década el país atravesó por una etapa de desabastecimiento y disminución de la producción industrial, incrementada por la disminución de los precios del petróleo, limitando la capacidad de distribución del Estado y afectando las relaciones y acuerdos con el sector empresarial y la propia población. Esto ocasionó protestas ciudadanas que luego fueron vistas por sectores opositores al gobierno como la oportunidad para derrotar al chavismo. Esa vulnerabilidad ciudadana y gubernamental fue estimulada por Estados Unidos que inició una guerra económica de bajo alcance, la cual ha ido aumentando con la aplicación de sanciones económicas que afectan el corazón de la riqueza venezolana. Así, por ejemplo, a partir del 28 de enero de 2019, EE. UU. declaró un embargo contra Petróleos de Venezuela (PDVSA).
En ese contexto, que el chavismo ha denominado “guerra económica”, comparar los índices de desigualdad actual entre los dos países puede parecer injusto porque, como ya se dijo, tendríamos que hacer la comparación por lo menos hasta el final del período del presidente Chávez y allí Venezuela rebasaría en casi todos los renglones de medición a los índices colombianos. Entonces, surge las siguientes interrogantes: ¿hasta qué punto ha sido beneficioso la consecuencia de la élite colombiana en el sostenimiento del poder respecto a la mayoría de su nación? ¿Hasta qué punto el tamaño del Estado ha mejorado la calidad de vida del ciudadano en ambos países? Y, siguiendo la lógica de Juan Carlos Zapata sobre la visión de futuro de la élite colombiana, ¿hasta qué punto ello ha beneficiado a la población?
La lógica liberal empresarial siempre sostiene que mientras los empresarios estén bien económicamente, ellos estarán en capacidad de distribuir el dinero hacia abajo. No obstante, se ha mencionado como el empresariado venezolano, a pesar de la crisis, posee una fortuna en el exterior envidiable para cualquier país latinoamericano y; sin embargo, es incapaz de apostar a políticas que ayuden en conjunto a la reconstrucción del país. Por otro lado, si bien los índices macroeconómicos de Colombia han permitido un grado de crecimiento importante en algunas áreas económicas, también se observa como el tipo de pobreza colombiana es más pauperizada que la venezolana.
Consideraciones Finales
Ambos países se han desenvuelto históricamente en el campo capitalista. Entrando la década de 1930, Venezuela aceleró su inserción en el mundo como exportador de petróleo lo que le garantizó una economía rentista que, a su vez influyó en el crecimiento de una clase política esencialmente populista y cuya lógica defendía la distribución de los ingresos petroleros. Allí la élite empresarial jugó un rol determinante en la captación de esta renta, bien directamente del Estado o a través de las transacciones comerciales con el ciudadano.
En el caso colombiano, mantuvo su economía agrícola impulsando su industria cafetalera. Colombia fue, durante gran parte del siglo XX, una economía capitalista de botín. En su obra, “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, Weber (2008) describió el capitalismo de botín como una forma de adquirir riquezas y riquezas por la vía de guerra, saqueo y aventuras especulativas. Muchas características de este tipo de capitalismo se encuentran en la economía colombiana, como la gran concentración -a través de guerra y desplazamiento- de la tierra en pocas manos. De igual manera, ese capitalismo se desarrolló a partir de la producción de cocaína que dio origen a una poderosa narco burguesía integrada a la economía e instituciones legales constituyéndose esto en un “estabilizador macroeconómico”.
Esta clase o elite tradicional, agroexportadora utilizó esa plataforma para constituirse en una clase comercial. Debieron encontrar un espacio común para mantenerse como élites y ejercer el poder político. Ello no implica la inexistencia de diferencias entre estas élites. De hecho, es posible observar dos grupos marcados: las élites de la periferia del país —todo lo que está fuera de Bogotá— y las élites del centro, siendo la élite bogotana la que ejerce una influencia a nivel nacional. Eso mismo, podríamos decir en Venezuela en términos políticos. En términos económicos, el poder se centraliza en el Estado.
Esta centralización ha implicado el aislamiento y mal uso de muchas zonas periféricas de ambos países. En Colombia permitió un fortalecimiento de la clase local, asociada en muchos casos a cultivos ilícitos y el narcotráfico, constituyéndose en un ingreso nacional superior al 4% del PIB anual. En ello existió una especie de acuerdo en el que la élite política nacional colombiana estuvo dispuesta a replegarse geográficamente a cambio de su poder y estabilidad, cediendo cuotas de domino a manos de élites periféricas asociadas a grupos armados no estatales. En consecuencia, las regiones rurales y fronterizas de Colombia viven en un conflicto armado perpetuo de baja intensidad. Esta forma indirecta de regla produce caos y expulsión expansiva del movimiento social, lo cual se puede cuantificar en la masa de desplazados y migración forzosa hacia sus países vecinos.
Este supuesto despliegue de la élite central implicó la rivalidad entre conservadores y liberales en la periferia. Ambos eran representantes de la élite. Aun cuando los conservadores eran defensores de los terratenientes y los liberales cercanos a los comerciantes, esta rivalidad no estuvo inspirada en una revolución social o agraria. Esto tuvo un revés durante la masacre de Santa Marta en 1928, en la que el Ejército arremetió contra cientos de trabajadores bananeros.
Desde entonces, la solicitud de una reforma agraria inspiró los discursos de políticos como el abogado Jorge Eliecer Gaitán quien, siendo liberal, se opuso a las élites y denunció las prácticas de la oligarquía. El surgimiento de las guerrillas y paramilitares sirvió a la élite nacional de Colombia para expulsar a la población, preservar la estabilidad política, dar cobijo a las elites de poder del malestar social y promover la concentración de la riqueza económica y el capital. Es decir, el aparente aislamiento de la élite nacional con el conflicto periférico le permitió desentenderse de la creación de políticas para esas zonas geográficas, lo que expulsó a la población local y permitió a la élite la compra de tierras baratas y la inserción en negocios ilícitos, al mismo tiempo que mantuvo una política económica alejada del populismo.
Como se afirmó previamente, en el caso venezolano, históricamente existió una centralización de la política económica y también una clase nacional que sometió a la élite local. Pero, a diferencia de Colombia, los niveles de dependencia de la élite local producto de la estructura central y rentista que constituyó la economía petrolera, sumado al control temprano de focos de violencia regional, permitieron una orientación y concepción gubernamental que, aunque tuvo diferencias, fue esencialmente social demócrata con períodos de expansión económica populistas. Fue precisamente el petróleo el que llevó a la clase política a alinearse -en sus diferencias- a través de un programa de gobierno que permitiera superar las constantes revoluciones, alzamientos caudillistas y expresiones de violencia que caracterizaron al país desde su independencia hasta la consolidación del Estado-Nación moderno en el período gomecista.
A propósito de la violencia como categoría o expresión y sin ánimos de superfluidad, asumiendo que Venezuela está bajo una “guerra económica”, conviene quizás estudiar el periodo de violencia colombiano para aprender de este en términos de administración macroeconómica, pero también en términos de seguridad nacional y de aquellas cosas irrepetibles: como la violación de derechos humanos, desplazamiento forzoso y las vías para evitar una guerra civil interna.
Estas consideraciones parecerán irónicas, pero bien dice el texto bíblico: “Examínenlo todo y quédense con lo bueno”. La pregunta es válida, considerando más de medio siglo de guerra, ¿Qué ha hecho Colombia para seguir creciendo económicamente en los últimos años? ¿Qué sacrificios sociales ha implicado dicha política? ¿Cuáles han sido sus logros y desaciertos? ¿Qué impacto ha tenido el narcotráfico en el reacomodo de las élites y la política económica del vecino país?
Valdría la pena medir los grados de corrupción de ambos países en la historia y ver el relacionamiento histórico de las élites al respecto y el impacto en el crecimiento económico y desarrollo de la nación. Corresponde a una extensión de este trabajo responder a estas preguntas y la profundización de cada una de las etapas mencionadas, el papel de las élites en la historia de ambos países, aspectos socio-estadísticos sobre el impacto del rol de las élites en el desarrollo político, económico y social de su respectivo país; así como en los niveles de desigualdad en Colombia y Venezuela.
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