Artículo de reflexión
Reflexiones sobre convivencia y violencia estructural en Colombia*
Revista Perspectivas
Corporación Universitaria Minuto de Dios, Colombia
ISSN: 2145-6321
ISSN-e: 2619-1687
Periodicidad: Trimestral
vol. 3, núm. 9, 2018
Recepción: 26 Enero 2018
Aprobación: 26 Febrero 2018
Resumen: En este artículo se reflexiona sobre los retos que representa construir paz en el escenario actual de convivencia y reconciliación nacional. Al res- pecto argumentamos que se hace necesaria, no solo el tipo de transformación institucional que es indispensable para implementar lo pactado en el acuerdo de paz entre el gobierno nacional y la guerrilla de las FARC -transformación por la que es responsable el Estado colombiano- sino que también lo es una transformación de las con- ductas que nos han llevado a perpetuar los ciclos violentos que algunos aducen como verdadera causa de la violencia, y que se presentan desde los comienzos de nuestra historia republicana. Al respecto mostramos que el problema pasa de ser un compromiso del Estado en relación al cumplimiento de lo pactado, a un proyecto cultural orientado hacia la transformación del concepto de ciudadanía mediante la revisión de los valores más arraigados en los imaginarios y las subjetividades de las ciudadanías actuales. Para el análisis de estos imaginarios partimos de conceptos como el de las lógicas atávicas y los escenarios micro políticos que tomamos presta- dos de la literatura disponible en temas de Paz, Desarrollo y Ciudadanía.
Palabras clave: Convivencia, violencia estructural, cultura, conflicto, atávico/ca.
Abstract: This article reflects on the challenges of building peace in the current scenario of coexistence and national reconciliation. In this regard, we argue that it is necessary, not only the kind of institutional transforma- tion that is indispensable to implement what was agreed in the peace agreement between the national government and the FARC guerrillas –a transformation for which the Colombian State is responsible- but it is also the transformation of the behaviors that have led us to perpetuate the violent cycles that some claim to be the true cause of violence, and which have been present since the beginning of our republican history. In this regard, we show that the problem goes from being a commitment of the State in relation to the fulfillment of the agreement, to a cultural project oriented towards the transformation of the concept of citizenship through the review of the most deeply rooted values in the imaginaries and the subjectivities of current citizenships. For the analysis of these imaginaries, we start with concepts such as the atavistic logic and the micro-political scenarios that we borrow from the available literature on Peace, Development and Citizenship issues.
Keywords: Coexistence, structural violence, culture, conflict, atavistic.
Resumo: Neste artigo reflete-se sobre os desafios que representa construir paz no cenário atual de convivência e reconciliação nacional. Ao respeito argumentar-mos que se faz necessária, não só o tipo de transformação institucional que é indispensável para implementar o pactuado no acordo de paz entre o governo nacio- nal e a guerrilha das FARC -transformação pela que é responsável o Estado colombiano- senão que também o é uma transformação das condutas que nos levaram a perpetuar os ciclos violentos que alguns alegam como verdadeira causa da violência, e que se apresentam desde os começos de nossa história republicana. Ao respeito mostrar-mos que o problema passa de ser um compromisso do Estado em relação ao cum- primento do pactuado, a um projeto cultural orientado para a transformação do conceito de cidadania mediante a revisão dos valores mais arraigados nos imaginários e as subjetividades das cidadanias atuais. Para a análise destes imaginários partimos de conceitos como o das lógicas atávicas e os cenários micro políticos que tomamos prestados da literatura disponível em temas de Paz, Desenvolvimento e Cidadania.
Palavras-chave: Convivência, violência estrutural, cultura, conflito, atávico/ca.
ALGUNAS CLAVES PARA EL ENTENDER EL CONCEPTO DE VIOLENCIA
La violencia es un conjunto identificable de actitudes, conductas y contradicciones que cuando se instalan en medio de una sociedad y se legitiman unas con otras favorecen la aparición de los conflictos. Según las escrituras indias (Coomaraswamy, 1939), existen tres tipos de violencia: la mental (manasik), la verbal (vachik) y la física (kayeek), que son definidas así (Unesco, 2005):
• Violencia mental: Es el pensar en lastimar a otros; en efecto, pensamientos como “Ojalá lo hubiese golpeado” representan violencia de pensamiento y, aunque no hay una afectación física, sigue siendo una forma en la que el sujeto puede ser violento.
• Violencia verbal: Es el uso de palabras agresivas que lastima a las personas, las degrada, las humilla, las estigmatiza y que provoca en ellas emociones y sentimientos negativos.
• Violencia física: Es el uso de la fuerza física para lastimar a otras personas. Es, en efecto, la forma de violencia más reconocida entre los individuos, los grupos, las comu- nidades y las naciones.
A simple vista, se puede decir que existen relaciones causales entre estas clases violencias en la medida en que, por ejemplo, se puede inferir el uso de lenguajes abusivos a partir de los pensamientos violentos y, a su vez, las agresiones físicas pueden predecirse del uso previo de lenguajes agresivos; de este modo la cadena causal estaría representada mediante la relación Violencia mental →Violencia verbal → Violencia física¸ representación que no excluye la posibilidad de que cada tipo de violencia sea, a su vez, la causa de la otra. También se puede explicar la aparición de conductas violentas desde las actitudes y contradicciones presentes entre las personas pertenecientes a un grupo social determinado, que se entienden como el tipo de violencia, que Galtung (1998) llama directa y que es aquellavisible en forma de conductas. Las agresiones, los insultos y los daños físicos corresponden a este tipo. Esta violencia tiene sus causas, diferenciadamente, en las particularidades de las diferentes culturas, dentro de las que se repiten como factor común ciertas concepciones del otro como enemigo, al lado de la perpetuación de imaginarios sociales que exacerban el miedo a lo extraño y a lo ajeno, elementos que se instalan en la estructura violenta de sociedades cuyas instituciones sociales son represivas, explotadoras y alienantes. En efecto, se conoce con el nombre de violencia estructural a esa:
(…) forma de violencia en la que alguna estructura social -o institución social- puede perjudicar a las personas impidiéndoles satisfacer sus necesidades básicas; según Galtung, en lugar de transmitir una imagen física, la violencia estructural es una “ incapacidad evitable de satisfacer las necesidades humanas fundamentales. (Sinha, Gupta, Singh & Srivas- tava, 2017).
Finalmente, pero no menos nociva, está la “violencia cultural” que representa la suma de todos los miedos, las glorias, los traumas, los estigmas y los señalamientos inherentes a las culturas, y su objetivo es justificar la violencia directa (Galtung, 1998). Entonces, después de mucho tiempo viviendo con las formas de violencia (mental, verbal y física) perpetua- das, tanto en la estructura social, como en la cultura y en las acciones de los individuos, la violencia se instala en el cotidiano, legiti- mándose -una y otra vez- mediante procesos de normalización: esos en los que los indivi- duos asumen que lo anormal es lo normal; en efecto, una de los rasgos más característicos de la violencia estructural es que esta está normalizada en la cultura: se asume irre- flexivamente que ser objeto de cierto tipo de violencia es normal:
Johan Galtung en “Violence, Peace and Peace Studies”, 1969, ha señalado acertadamente que “cuando un marido golpea a su esposa, hay un claro caso de violencia personal, pero cuandoun millón de maridos mantienen a un millón de esposas en la ignorancia, hay violencia es- tructural” (Sinha, Gupta, Singh & Srivastava, 2017).
Galtung, sociólogo y matemático noruego, representa la violencia en tres formas di- ferentes, algo que llama el “triángulo de la violencia” y que muestra una ruta viciosa en la que las tres formas de violencia que descri- bimos se alimentan entre sí y se robustecen a partir del fortalecimiento de cada una de sus dinámicas inherentes:
El reto se presenta entonces en transformar la ruta viciosa, Violencia mental →Violencia verbal→ Violencia física, en una o varias rutas virtuo- sas, dirigida a mutar las actitudes violentas -en cualquiera de sus formas (violencia mental, verbal y física)- hacia conductas pacíficas, de manera que exista una sinergia reparadora de los daños orgánicos de la sociedad que deter- mina, de acuerdo a particularidades propias de cada idiosincrasia, la forma en que se cons- truye el miedo sobre el otro y sobre lo otro. Esta transformación de violencias se repre- senta bajo el mismo esquema triangular en el que se ilustra la manera en que se desarrollan y fortalecen ellas mismas.
¿Cómo resolver las violencias?
Para atender la violencia directa es preciso trabajar en una reconstrucción posterior a ella; hablamos entonces de una rehabilitación del daño infligido a las personas y de una reparación del daño material. De la mano de estas estrategias, debe haber una reestructuración que resuelva el problema orgánico del conflicto, esto es, atender el asunto allí donde factores determinantes como la pobreza, el hambre y la exclusión sean la causa de los conflictos y cuya atención se convierta en el eje transversal del cambio. Transformar la violencia cultural, por su parte, constituye la tarea más ardua y por ende todos los actores de la sociedad deben participar. Desaprender las conductas violentas (tanto mentales, como verbales y físicas) es el reto más grande al que se enfrentan las personas que han convivido con las consecuencias de la violencia durante periodos largos. La reconciliación requiere un trabajo a fondo y delicado que acerque a las partes y que permita que las heridas se transformen en esperanza y coraje, porque cualquier transformación de conflictos que se intente sin eliminar las causas de la violencia, solo conducirá a su reproducción, perpetuación y al aumento de su intensidad.
CONSTRUIR PAZ
Construir paz significa transformar conflictos en oportunidades de encuentro, de comunicación, de adaptación, de intercambio (y en especial de cambio), y para llegar allí es necesario entender que la violencia va más allá del daño psicológico o físico. En efecto, es esencial estimular la creatividad para que, al buscar soluciones a los conflictos, prevalezca la comprensión mutua, la tolerancia y el desbloqueo de posiciones inamovibles. En otras palabras, construir paz significa aprender a considerar, por ejemplo, que, es posible entender la violencia ejercida por unindividuo desde una perspectiva que explique ese comportamiento como una incapacidad para imaginar otra solución a un problema o a un conflicto de cualquier tipo.
Desde esta perspectiva, la apuesta consiste en construir entonces una cultura de paz basada en la no violencia, la creatividad y la empatía. Lo fundamental de la no violencia, dice Galtung (1998), es responder a la violencia con algo constructivo a partir de la creatividad originada en la valoración de la vida, en la promoción de los derechos de los otros y en la empatía como la capacidad de comprender al otro desde dentro.
Educar para la paz consiste en dotar al individuo de la autonomía suficiente para que pueda razonar y decidir con toda libertad, pero con toda responsabilidad sobre la forma de defender sus diferencias y divergencias. Según la Unesco, hay cuatro ejes que articulan la educación para la paz:
1. Aprender a conocer, adquirir los instrumentos de la comprensión.
2. Aprender a hacer para poder actuar sobre el entorno.
3. Aprender a vivir juntos para participar y cooperar.
4. Aprender a ser, que es la suma de los otros tres aprendizajes.
A partir de ello se busca la transformación creativa del conflicto, aportando valores y herramientas como el conocimiento, la imaginación, la compasión, el diálogo, la solidaridad, la integración, la participación y la empatía. Se hace necesario entonces juntar esfuerzos para la reconstrucción y fortalecimiento del tejido social, permitiendo la creación de espacios y actividades que incentiven la participación e interacción de los diferentes actores estatales con los miembros de la sociedad civil, los organismos no gubernamentales y la comunidad internacional. Además, realizar acciones enmarcadas dentro de la cultura de paz y construcción de paz permite establecer estrategias que mitiguen los efectos negativos en los territorios afectados por la guerra y en las zonas más alejadas de los centros de poder.
En consecuencia, se entiende como cultura de paz lo siguiente:
Un reto respecto a nuestra manera de entender y vivir el mundo, en el que sea posible superar el flagelo de la guerra, dar protección a las poblaciones en peligro, desarrollarnos de forma armoniosa, tener plena capacidad de disfrute de los derechos humanos, y vivir bajo el desarme y con sostenibilidad ambiental. […] plantearnos un plan de acción que permita el pleno disfrute de las libertades que los seres humanos han de tener para vivir en dignidad y con plenitud. (Fisas, 2010, p. 1).
Para la construcción de paz, y según lo expuesto por Angelika Rettberg (2003), se requiere, por tanto, del diseño de programas flexibles que aborden las necesidades urgentes, a la vez que aporten a la construcción de bases para la estabilidad social (eliminando las brechas sociales), priorizando la inclusión o restauración de los mecanismos sociales, económicos y políticos para el mantenimiento de la paz, a partir del reconocimiento de los recursos y el posterior cálculo de los esfuerzos en relación con las áreas de intervención.
Ahora bien, para llevar a cabo este proyecto es primordial que el Estado y sus diferentes instituciones lideren acciones encaminadas a proteger a sus ciudadanos de acuerdo con “(su) responsabilidad permanente (…) de proteger a sus habitantes, sean o no nacionales suyos” (Fisas, 2010, p. 3)1. Generar cultura y procesos de construcción de paz propios de las necesidades del país lleva a la creación de puentes que reduzcan las distancias propias de la brecha social en la población colombiana, al igual que fomentar procesos de inclusión en los que se tengan presentes las condiciones y demandas de cada territorio. Sin embargo, es preciso reconocer que, si bien es responsabilidad del Estado liderar los procesos de paz en las regiones, no es al único al que le compete. La comunidad internacional y los diversos organismos no gubernamentales deben hacer un acompañamiento a las diferentes instituciones estatales a lo largo del territorio para que, a partir de su experiencia acumulada en la gestión de iniciativas similares en el mundo, aporten al objetivo de crear estrategias e iniciativas de paz coherentes con los enfoques emergentes de gestión pública (los planes de desarrollo con enfoque territorial son un claro ejemplo).
NO VIOLENCIA COMO CARACTERÍSTICA CENTRAL DE LAS NUEVAS CIUDADANÍAS
Hasta ahora ha sido objeto de esta reflexión la responsabilidad del Estado con relación a la construcción de paz en los territorios y se ha mostrado que esto puede depender de eliminar las causas estructurales de la violencia en cada uno de ellos. Se ha entendido que estas causas son propias de lo que Galtung llama violencia estructural, entendida como la normalización de las violencias ejercidas en contra de alguna minoría o población vulnerable, a través de las narrativas propias de cada entorno. Estas posiciones dominantes se legitiman, a su vez, por las mismas dinámicas narrativas que las reproducen. Así, por ejemplo, observar la manera en que los ciudadanos y las ciudadanas se relacionan con la autoridad, con las instituciones y con las figuras dominantes de sus grupos sociales, es el primer paso para analizar el grado de normalización de las microviolencias en esa sociedad.
Martínez Hincapié (2015) usa el concepto de “imaginario atávico” para describir el papel que juegan ciertas lógicas dentro de los imaginarios sociales en los que se configuran las individualidades y las subjetividades de las personas. Al interior de esos imagina- rios surgen, gradual e inconscientemente, unas lógicas propias de la conservación de lo sagrado que sostienen y fundamentan las es- tructuras de poder de cada época. Estás lógicas son los imaginarios atávicos que pueden verse, por ejemplo, en los mitos y las creencias de los pueblos:
[Los imaginarios atávicos] son la base de las significaciones más profundas de la vida social, que definen las lógicas de las relaciones entre los seres humanos y de éstos con la naturaleza, los que brindan la certeza necesaria de la su- pervivencia. Todo ello hace que se vuelvan verdades incuestionables en los ámbitos indi- viduales y sociales. Son el telón de fondo y la columna vertebral de la cultura y trascienden la racionalidad social. (Martínez, 2015. Corchetes, cursiva y negrita añadidos).
La cultura, continúa el autor, es el conjunto de mecanismos de adaptación que utilizan los humanos para construir una interpretación de la realidad (Martínez, 2015). Estos mecanismos contienen y articulan construcciones históri- cas orientadas a la protección de la vida y, en tanto que exitosos, la humanidad los sacraliza y los convierte en verdades incuestionables.
La transmisión y la conservación de estas lógicas entre los miembros de una cultura es igualmente inconsciente y tiene lugar en la medida en que las sociedades perpetúan sus propias formas de hacer y de pensar. De este modo, los imaginarios atávicos –o las lógicas atávicas- tienen que ver con las narrativas que configuran las significaciones más profundas de la vida social y que definen las relaciones de los seres humanos con otros seres humanos, y de estos con la naturaleza. Así, el machismo, por ejemplo, es una de esas lógicas binarias que estructuran y determinan la manera en la que se relacionan los hombres y las mujeres, relación a partir de la cual se han organizado las sociedades del mundo.
La deconstrucción de estas lógicas es un proceso muy gradual, pero espontáneo, que depende, o ha dependido en la mayoría de los casos, de la aparición de fenómenos muy particulares pero poderosos, en los escenarios micro y macro políticos (Useche, 2016):
(…) al tiempo que se dan estas condiciones que garantizan la reproducción cultural de los imaginarios dentro de unos límites aparentemente infranqueables, paradójicamente se propician puntos de fuga que escapan a toda planeación y que siguieren -y van - conformando nuevos mundos, en una lógica emergente.” (Martínez, 2015).
La literatura reciente de los estudios de Paz, Desarrollo y Ciudadanía se refiere a la aparición de estos puntos de fuga en la cultura como una señal del surgimiento de culturas emergentes que trasgreden estas lógicas y las deconstruyen (Useche, 2016). Justamente, la cultura emergente de la noviolencia es el resultado de casi un siglo de luchas y resis- tencias ciudadanas pacíficas que, a partir de actos creativos, crean significados que retan y reformulan los convencionalismos y los estándares impuestos desde los escenarios macropolíticos, erigidos como guardianes de la cultura hegemónica:
(…) la conjunción de tantos estremecimientos y tantas esperanzas van surgiendo de las resis- tencias sociales como un rio sin curso fijo y con muchos afluentes. Son pequeñas indignacio- nes que se suman a encuentros casi invisibles en donde la mesa compartida y los afectos dispuestos toman el lugar de las grandes cere- monias, allí el renacer de la confianza en los otros y en la vida misma reemplaza la firma de estatutos normativos de las grandes institucio- nalidades. (Useche, 2016).
Así, nuevas formas de leer la realidad surgen a partir de la reivindicación de lo periférico y de lo singular por encima de lo central y lo general, configurando lugares en los que las dinámicas y las interacciones se construyen a partir de nuevas lógicas de intercambio, como la economía solidaria y el comunitarismo, en las que prima la horizontalidad y del acceso libre a los saberes. Del mismo modo, se configuran espacios de participación ciudadana en los que las relaciones de poder se tramitan desde la aceptación de la diferencia y el respeto a la diversidad, valores que ahora guían la conformación de organizaciones y grupos de personas bajo liderazgos inspiradores y positivos:
(…) la resistencia social contemporánea es la propensión a formas originales y desconocidas de conjunción, encadenamiento y solidaridad [en las que] Se buscan conectividades inédi- tas mediante la solidaridad, el intercambio y la emergencia de redes sin preocuparse por construir grandes formaciones para la con- frontación. Esta se desenvuelve en el ámbito de la micropolítica y es sumamente innovadora en materia organizativa. (Useche, 2016, p. 515, cor- chetes añadidos).
El papel del Estado en este contexto, como poseedor del monopolio de la violencia y garante por excelencia de los derechos de todos y de todas, es el de promover, proteger y estimular la aparición de estos liderazgos y de estas formas de organización emergentes, noviolentas y resistentes, que constituyen las nuevas ciudadanías, y que cuentan entre sus rasgos distintivos el ejercicio de la resis- tencia social en el que la paz se asume como un ejercicio legítimo de la contra-violencia, ejercicio que sociedades como la nuestra -y a la luz de los hechos políticos más recientes- requiere con urgencia interiorizar y practicar en aras de abonar el terreno para sembrar las transformaciones culturales necesarias para cosechar unas ciudadanías más conscientes de las urgencias de nuestro tiempo.
REFERENCIAS
Coomaraswamy, K. (1939). Los Vedas. Ensayos de tra- ducción y Exégesis. Recuperado de http://laicos. antropo.es/religiones/hindu/Vedas.Traduc- cion-y-exegesis.pdf
Fisas, V. (2010). Cultura de paz en tiempos de crisis. Recuperado de http://escolapau.uab.cat/img/ programas/cultura/tiempos_crisis.pdf.
Galtung, J. (1998). Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos vi- sibles e invisibles de la guerra y la violencia. Bilbao: Bakeaz/Gernika-Lumo.
Rettberg, A. (2003). Diseñar el futuro: una revisión de los dilemas de la construcción de paz para el postconflicto. Revista de Estudios Sociales, 15, 15–28.
Sinha, P., Gupta, U., Singh, J., & Srivastava, A. (2017). Structural violence on women: An im- pediment to women empowerment. Indian Jour- nal of Community Medicine, 42(3), 134-137. DOI: 10.4103/ijcm.IJCM_276_15
Unesco. (2005). Convención sobre la protección de la diversidad de las expresiones culturales. Recupera- do de http://www.unesco.org/new/es/cultu- re/themes/cultural-diversity/cultural-expres- sions/the-convention/convention-text/
APÉNDICE
La experiencia de El Orejón, Colombia: un laboratorio de paz en el corazón de una mina
En abril del 2015, a la vereda del Orejón, en las montañas de Antioquía, llegó una comi- sión conformada por tres actores del conflicto a trabajar por la comunidad y de paso a dar una lección de reconstrucción, restauración y reconciliación digna de ser mencionada y resaltada. Aún en medio de una negociación de paz que tambaleaba y estaba llena de incrédulos y de incredulidades, un equipo de las FARC, compuesto por un explosivista, un comandante del frente 36 y una mujer líder, se adentraron en un campamento en el corazón de Briceño. Allí, por directriz de la mesa de negociación en la Habana, debían colaborar por nueve meses con soldados, sargentos, tenientes y generales de la Brigada del Ejército de Colombia, encargada de operaciones de desminado humanitario (bIdes) para desarrollar un proyecto humanitario de desminado coordinado por la organización no-gubernamental noruega “Ayuda Popular Noruega” (APN).
Durante el periodo de este proyecto piloto, los miembros de las FARC y del bIdes debían trabajar hombro a hombro para limpiar la zona. Los enemigos eternos de esta guerra debían ahora trabajar juntos para poder desminar un territorio que se estima contiene doscientas minas antipersonales que amenazan diariamente la vida y el desarrollo social, humano y económico de las veinticinco familias que habitan esta vereda. El reto era tan simple como imponente: confiar en el otro. Al principio la tensión era evidente. Por un lado, estaba un pelotón de cuarenta personas con años de experiencia desactivando las minas que la gente de alias “Pecueco”, uno de los guerrilleros más reconocidos de la región, ha plantado por años y que han causado daños a la población civil y a sus compañeros de trabajo. Por el otro, estaba “Pecueco” en persona. La pregunta era obvia: ¿Cómo confiar en “Pecueco”, que llevaba veinticinco años participando en el conflicto armado y del que dicen que “tiene cara de malo”, a sabiendas de que él conoce dónde están las minas? Además, estas, en particular, representaban una dificultad para su limpieza con máquinas detectores de metal porque carecen de elementos metálicos. Son más bien bombas químicas hechizas, hechas con botellas plásticas de gaseosa, pólvora, una jeringa y un ácido, que con solo 5 grms de peso ejercido sobre ellas detonan su carga, causando mutilaciones y heridas letales. Los principios sobre los que se fundó este proyecto fueron los siguientes:
No violencia: este programa piloto se desarrolló en el marco de un conflicto armado activo, en el que se buscaba que las partes enfrentadas cooperaran ente ellas para beneficiar a la comunidad de la vereda. El principio básico de convivencia, establecido desde los inicios y comunicado desde las direcciones de los dos actores en conflicto, fue el de no agresión, respeto y convivencia. En el campamento donde vivían existían reglas claras para poder resolver situaciones de conflicto que se podían desatar dada la naturaleza del programa, pero también dada la naturaleza misma de la con- vivencia con otro ser humano. El diálogo era la herramienta principal para la solución de las controversias y el conceso general era el instrumento fundamental para la toma de decisiones. Estas condiciones, rápidamente permitieron que la violencia mental, verbal y física, se eliminaran de este contexto.
Creatividad: además de la limpieza de artefactos explosivos en la región, el objetivo del programa era entregar una prueba real de que las partes enfrentadas durante más de cincuenta años podían trabajar hombro a hombro, por el beneficio de una comunidad, trayendo consigo proyectos de desarrollo sociales, patrocinados por los donantes, pero ejecutados en el territorio de acuerdo a las necesidades de la comunidad y permitiendo también que existiera un ejercicio de restauración del que participaban activamente la sociedad civil, el ejército y los combatientes de las FARC. Limpiar minas de un territorio permite no solo la libertad de la movilidad de las personas, sino que también habilita las tierras para su cultivo o para el desarrollo de infraestructura. Hoy en día, el programa recluta y entrena jóvenes de estas mismas regiones para que se conviertan en desminadores, ofreciéndoles oportunidades económicas y sociales sostenibles que promueven su desarrollo y el de sus regiones en general.
Este tipo de intervenciones sociales también permite que la comunidad obtenga beneficios físicos; en el caso de la vereda El Orejón, el programa piloto trajo consigo una escuela, una mejora en las carreteras, una casa comunal y, en últimas, la oportunidad de que negocios productivos o nuevas infraestructuras puedan llegar a este territorio. Por otro lado, de este proyecto nació una Organización Civil de Desminado Humanitario llamada “Corporación de brigadas colombianas de excombatientes para la paz y el desminado por humanitario”. Esta es una organización creada y dirigida por excombatientes, cuyo objetivo es implantar operaciones de desminado humanitario a lo largo del territorio colombiano, reparando a las víctimas y, al mismo tiempo, creando oportunidades laborales para las decenas de ex guerrilleros que se desmovilizaron y hoy están limpiando el país de las mismas minas que ellos sembraron años atrás.
Empatía: la APN es un actor invitado por la Mesa de la Habana a que conduzca este proyecto y coordine el trabajo en el territorio. Su misión es hacer que el proyecto se ejecute en el tiempo establecido con los resultados esperados, pero también que ser un actor mediador en la relación Ejército-Farc. Lo primero fue uniformarlos a todos, con distintivos de la organización y del proyecto, guerrilleros y soldados, todos viéndose iguales comenzaron a trabajar. Las horas de las comidas se comenzaron a convertir en un espacio de diálogo, de escucha, de preguntas y respuestas entre ellos. En las noches, un partido de fútbol entre los hombres del campamento liberaba tensiones. Los sábados la APN coordinó, por nueve meses un “combite” para que se alivianaran tensiones: un asado donde miembros de la comunidad local, los tres guerrilleros y los soldados, compartieran su día de descanso después de una larga semana de trabajo desminando. Estas acciones permitieron que las partes escucharan y comprendieran las razones del otro, que se pusieran en sus zapatos y que los odios, las rencillas, los señalamientos y los estigmas perdieran validez día a día; que, como ellos dicen “se dieran cuenta que ellos eran personas en igualdad de condiciones sociales y económicas, peleando la misma guerra pero en lados diferentes, y que al final de todo, detrás del uniforme hay un ser humano que también ríe, llora, sufre, tiene familia y está lejos de casa”. De esta experiencia quedaron anécdotas conmovedoras, historias de amistades y la creación de una sola familia, que en común encontraron un propósito que iba más allá de remover las minas antipersonales: demostrarle a Colombia que la reconciliación es posible y que las diferencias se pueden convertir en oportunidades para que las personas trabajen juntas en proyectos de bien común.
Son muchas las lecciones que dejó este programa piloto, entre ellas que los programas que se implementen en el marco de la construcción de paz en todo el territorio deben incluir activamente a los actores del conflicto, en igualdad de condiciones. hablamos de gobierno, ex combatientes y población civil, y los objetivos que se ellos deben aportar a la reconstrucción del espacio y la atención a las víctimas, la restructuración de los problemas y necesidades del territorio y a la reconciliación entre todas las partes. Por otro lado, este proyecto le mostró a la comunidad del Orejón, a la Mesa de la Habana y a la comunidad en general, que actos reconciliación son posibles aún entre los enemigos más entrañables del conflicto, y que los gestos de buena fe contribuyen a la transformación de los conflictos y a la construcción de paz.
Notas