Estudio socioeconómico

Relaciones entre covid-19, sexismo y racismo en Brasil: un análisis desde la economía feminista

Relations between covid-19, sexism and racism in Brazil: an analysis from the feminist economy

Margarita Olivera
Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil

Revista Economía

Universidad Central del Ecuador, Ecuador

ISSN: 2697-3332

ISSN-e: 2697-3340

Periodicidad: Semestral

vol. 73, núm. 118, 2021

revistaeconomia@uce.edu.ec

Recepción: 31 Agosto 2021

Revisado: 31 Octubre 2021

Aprobación: 02 Noviembre 2021



DOI: https://doi.org/10.29166/economa.v73i118.3298

Resumen: La pandemia afecta particularmente a las mujeres, dado el aumento de trabajo doméstico no remunerado desigualmente distribuido y las grandes brechas de género y raza que caracterizan al mercado laboral. El objetivo de este escrito es reflexionar acerca de los potenciales efectos de la crisis sobre la vida de las mujeres en Brasil, especialmente las mujeres racializadas, a partir del estudio empírico de las dos dimensiones mencionadas: trabajo doméstico y cuidado no remunerado y mercado de trabajo. Este análisis será realizado a partir de los microdatos publicados por la encuesta de hogares de Brasil («pnadc») en 2019 y 2020.

Palabras clave: Cuidados, empleo, covid-19, mujeres, Brasil.

Abstract: The pandemic particularly affects women, given the increase in unpaid domestic work unevenly distributed and the large race and gender gaps that characterize the labor market. The main aim of this paper is to think about the potential effects that the crisis may have on the lives of women in Brazil, especially racialized women, based on the empirical study of the two dimensions already mentioned: unpaid domestic and care work and labor market. This analysis will be carried out based on the microdata published by the Brazilian household survey («pnadc») in 2019 and 2020.

Keywords: Care, employment, covid-19, women, Brazil.

Introducción

Las políticas públicas, los efectos de las crisis económicas, sanitarias y climáticas, los niveles de exposición social, de explotación y de opresión, entre otros, tienen efectos diferenciados dentro de la población. Como muchas autoras de la economía feminista y de los feminismos subalternos han escrito en las últimas décadas, marcadores de género, raza y clase deben ser considerados a la hora de estudiar los efectos y las consecuencias de estos fenómenos económicos y sociales.

Los cuerpos feminizados1 están más expuestos a situaciones de riesgo y se encuentran más vulnerables y desprotegidos, debido a las mayores desigualdades y discriminaciones que sufren tanto en su empleo asalariado como en los trabajos de cuidados y tareas domésticas no remunerados, realizados en el ámbito del propio hogar.

La crisis, consecuencia del carácter extractivista del capitalismo neoliberal, tiene múltiples dimensiones: sanitaria, climática, financiera, económica, política y de reproducción social y está profundamente ligada a la estructura de poder patriarcal capitalista colonial, basada en la explotación del trabajo humano, de los cuerpos, de los territorios y de la naturaleza. Esta crisis atenta contra la vida en términos generales y difícilmente puede considerarse como un evento único o aislado, sin embargo, no todos los cuerpos sufren igualmente sus consecuencias. Los cuerpos feminizados, racializados y pobres son profundamente afectados, dado que la pandemia agrava las desigualdades históricas de género, raza y clase. Los eventos extremos (como pandemias, inundaciones, deslizamientos de tierra, sequías, lluvias, tifones, etc.), asociados al cambio climático, aumentan las brechas de tiempo, salariales y de empleo ya existentes e incrementan la exposición de las mujeres, generando, en muchos casos, situaciones de agotamiento mental y hasta graves enfermedades.

El objetivo de este artículo es ofrecer una reflexión y examinar empíricamente los efectos de la crisis sanitaria y económica sobre la vida de las mujeres en Brasil, especialmente de las mujeres racializadas, a partir de dos dimensiones: el papel de las mujeres en los cuidados y las vulnerabilidades económicas que viven las mujeres en el mercado laboral. La hipótesis general que guiará esta investigación es que las relaciones sociales de producción, establecidas a partir del capitalismo patriarcal extractivista, determinan una división social del trabajo marcada por el sexismo y el racismo, colocando a las mujeres en un lugar de mayor precariedad y vulnerabilidad como mecanismo de superexplotacion y dejando a los cuerpos feminizados más expuestos ante situaciones de crisis sanitarias, climáticas, ambientales y económicas.

Esta investigación está dividida en 3 secciones, además de esta introducción y algunas reflexiones finales a modo de conclusión. En la sección uno se presentan los marcos teóricos de la economía feminista y de los feminismos subalternos. En la sección dos se estudia empíricamente la distribución de las tareas domésticas y de cuidados en Brasil, a partir de un análisis de estadística descriptiva de género y raza. En la sección tres se presenta evidencia empírica sobre la vulnerabilidad de la mujer brasileña en el mercado de trabajo y los posibles efectos asociados a la crisis económica a partir de la pandemia.

¿Por qué la esfera privada es femenina?

Los trabajos domésticos y de cuidados, que aumentan drásticamente en situaciones de crisis sanitarias como la vivida a partir del covid-19, son desvalorizados social y económicamente y se distribuyen socialmente de forma muy desigual. Esta situación es el resultado de múltiples opresiones patriarcales que viven las mujeres y cuerpos feminizados, como lo estudia la economía feminista y diferentes vertientes del feminismo, como el feminismo marxista, la teoría de la reproducción social y los feminismos subalternos (Rodríguez Enríquez, 2019; Pérez Orozco, 2014; Batthacharya, 2013).

La economía feminista ha estudiado desde sus inicios las discriminaciones y desigualdades que afectan especialmente a las mujeres y los cuerpos feminizados y que se originan en la división sexual del trabajo que subyace al carácter sistémico de la opresión sexista y racista del capitalismo patriarcal. Esta corriente teórica llega para romper con la mirada androcéntrica de la teoría económica tradicional (clásica, neoclásica, keynesiana y heterodoxa), para la cual el trabajo doméstico realizado por la mujer, es siempre invisible (Carrasco, 2006), dado que son tareas realizadas en el ámbito privado y no son mercantilizadas ni remuneradas. Sin embargo, son tareas esenciales para la reproducción de la vida, de la fuerza de trabajo y, por ende, del sistema capitalista (Marçal, 2016).

A partir de la división sexual del trabajo que caracteriza al sistema patriarcal, las mujeres han sido asociadas a las tareas reproductivas, es decir, ellas son las responsables del cuidado y la reproducción de la vida propia y ajena. Sin embargo, esta división, junto con el carácter patriarcal y subalterno de las relaciones humanas, se profundiza a partir del capitalismo, que se configura como un sistema basado en la propiedad privada —de la cual la mujer es inicialmente excluida— y donde las esferas pública y privada son completamente separadas (Saffioti, 2013). La mujer pasa a ser responsable por garantizar un flujo continuo de trabajadores, tanto a través de la gestación, educación y cuidados de los futuros trabajadores como de las tareas de reproducción de la fuerza de trabajo activa, y mediante el cuidado de los trabajadores del pasado: ancianos y enfermos (Batthacharya, 2013). En el norte global, este mecanismo de sujeción de las mujeres se consolida a partir de la construcción de su imagen como mujer frágil y maternal, piedra angular de la familia nuclear. A través de la imposición de mandatos sociales y construcciones de roles de género, las mujeres y niñas son enseñadas y educadas para cumplir con la tarea de cuidar de la vida ajena, incluso a costa de su propia vida (Rich, 2010). Por otro lado, en el sur global, que fue colonizado y dominado a partir de la imposición de jerarquías raciales y de género (Grosfoguel, 2006), estas obligaciones de las mujeres racializadas con la reproducción de la fuerza de trabajo fueron expresión de la continuidad de los mecanismos de explotación coloniales, impuestos a fuerza de azotes y las más crueles formas de opresión (Lugones, 2010; Davis, 1982; González, 2019).

En ambos casos, los trabajos asociados con la reproducción de la fuerza de trabajo —que están profundamente feminizados— son esenciales para la manutención del sistema capitalista. Como destaca Silvia Federici (2012), por detrás del trabajo fabril, donde trabajadoras y trabajadores son explotadas y explotados diariamente, se encuentra el trabajo invisibilizado de millones de mujeres que consumen su vida y su fuerza para reproducir esa fuerza de trabajo que impulsa la economía.

Este trabajo de reproducción, no remunerado y socialmente desvalorizado, es, sin embargo, esencial para la consolidación del proceso de acumulación capitalista. El sistema capitalista puede mantenerse gracias a la renovación continua de trabajadores y, en ese sentido, la producción de mercancías está intrínsecamente relacionada con la reproducción de fuerza de trabajo. De hecho, el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado o escasamente remunerado, permite mantener bajos los costos de reproducción de la fuerza de trabajo, comprimiendo los salarios y subsidiando al capital (Rodríguez Enríquez, 2019).

Por otro lado, las relaciones de opresión y subordinación de las mujeres, materializadas en la figura de obligaciones domésticas y los mencionados papeles sexuales socialmente impuestos, acaban siendo utilizados como justificativo para múltiples procesos de segregación y discriminación en el mercado de trabajo (Fernández, 2019; Olivera, Vieira y Baeta, 2021).

Finalmente, esta feminización del trabajo doméstico y de cuidados aumenta las brechas de desigualdad en términos monetarios, pero también en términos no monetarios, dado que genera lo que se conoce como pobreza del tiempo (Folbre, 2006). Cuidar de la reproducción de la fuerza de trabajo (pasada, presente y futura), involucra gran parte del tiempo de las mujeres, afectando su inserción laboral y la posibilidad de generar ingresos que le garanticen independencia económica, así como sus estudios y formación y su disponibilidad para dedicarse a la participación social y política, al ocio y al esparcimiento.

En el caso de las mujeres racializadas, la situación es aún peor. Según destacan los estudios feministas subalternos, como los feminismos decolonial, comunitario, popular, negro, autónomo, entre otros (Ballestrin, 2020), sexismo y racismo se interseccionan, creando condiciones de mayor vulnerabilidad para las mujeres negras, indígenas, quilombolas, periféricas, pobres y cuerpos feminizados que se alejan de la norma establecida.

Así, considerar a las mujeres como un grupo homogéneo, refuerza los estereotipos que perpetúan las desigualdades económicas, sociales o políticas, e invisibilizan los desafíos que enfrentan las, los y les más oprimidas, oprimidos y oprimides. Un análisis de la situación de opresión de las mujeres brasileñas debe incluir una mirada de raza y clase, identificando las especificidades de las mujeres racializadas y pobres que sufren, especialmente debido al sexismo y racismo. Su inserción laboral se da en condiciones de mayor explotación y marginalidad, especialmente en el sector doméstico y de cuidados, dando continuidad al papel histórico que ocuparon como esclavas en tiempos de la Colonia (González, 2019; Furno, 2016).

Pensando en términos de los efectos de los cambios climáticos y la crisis sanitaria, es importante considerar el concepto de racismo ambiental, que reconoce las desigualdades sociales, raciales y de género como determinantes del grado de exposición de los grupos sociales a los riesgos ambientales. De hecho, como destacan Olivera, Podcameni, Lustosa y Graña (2021): «Las sociedades cuentan con mecanismos sociopolíticos que determinan que la mayor parte del daño ambiental de las actividades económicas recaiga sobre grupos de trabajadores, poblaciones de bajos ingresos, segmentos raciales discriminados y grupos marginalizados» (p. 17, traducción propia).

Los cuidados son cosa de mujer, especialmente si esa mujer es negra

Como fue mencionado, las tareas domésticas y de cuidados son una «cuestión» femenina y esto se verifica, también, para las mujeres brasileñas. Para estudiar la distribución por género de estas tareas, se utilizan los datos registrados en la Encuesta Nacional de Hogares (Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua [pnadc]) publicados anualmente en la sección otras formas de trabajo (outras formas de trabalho) por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (ibge).2 Cuando hombres y mujeres son consultados sobre la realización de tareas domésticas no remuneradas en el propio domicilio, según los datos de 2019 (último dato disponible), se registraron respuestas positivas para 92% de las mujeres y 78% de los hombres. Por otra parte, entre las respuestas sobre tareas de cuidado —sección orientada especialmente al cuidado de las niñas y los niños, aunque incluye una pregunta específica sobre cuidado de ancianos—, se registró una tasa de realización de 36,8% para mujeres y de 25,9% para hombres, mostrando una clara disparidad en la organización familiar del cuidado. Por otra parte, se verifican también fuertes desigualdades de género en el tiempo de dedicación. Las mujeres destinan 21,4 h por semana para tareas domésticas y de cuidados en el propio hogar, mientras que los hombres destinan en promedio 11 h. Esta diferencia se mantiene inclusive para los desocupados —en el caso de las mujeres desocupadas el promedio es de 24 h y para los hombres desocupados, 12,1 h— (ibge, 2020).

Profundizando en el análisis de la distribución de las tareas domésticas por género, al distinguir por tipo de tarea realizada, tres fenómenos muestran la situación estructural de la mencionada inequidad de género.

En primer lugar, al considerar la tasa de realización de las diferentes tareas domésticas para hombres y mujeres que viven solos, es posible observar que las diferencias no son tan pronunciadas como cuando se considera la distribución de tareas dentro de la familia nuclear. Las mujeres que tienen cónyuge o compañero mantienen —o incluso aumentan— su dedicación a tareas domésticas, mientras que los hombres que tienen cónyuge o compañera reducen significativamente su participación en la preparación de alimentos, lavado y limpieza de ropas y zapatos o limpieza del hogar. Como se destaca en la figura 1, mientras que el 92,6% de los hombres que viven solos se preparan su propia comida, solo el 59,3% de los hombres que tienen cónyuge o compañera cocinan para la familia. Para las mujeres, estar solas o conviviendo no modifica su relación con la cocina. Solo en el caso de las pequeñas reparaciones domésticas, se alivia la carga de las mujeres que viven con hombres, sin embargo, en solo 1,5 puntos porcentuales (ver Figura 1). Así, es evidente cómo a partir de la conformación de la familia nuclear, se potencian las desigualdades en la distribución de tareas, reafirmando los roles sociales de género y creando una mayor carga para las mujeres (Rich, 2010).

En segundo lugar, al considerar los diferentes tipos de tarea doméstica, es posible observar que las mujeres están más involucradas en las tareas que requieren de mayor esfuerzo físico, como cocinar, lavar y ordenar la ropa y el calzado, asear el hogar y efectuar las compras, siendo que dividen las obligaciones de tipo organizativo-financiero con sus compañeros. Por otro lado, los hombres se destacan únicamente en la realización de pequeñas reparaciones domésticas y comparten el cuidado de mascotas y la organización financiera del hogar con sus compañeras. Esto evidencia la enorme desigualdad, inclusive, en lo referente a la intensidad y esfuerzo físico a partir de la distribución de trabajo doméstico en la dimensión de género.

En tercer lugar, esta distinción sexual se replica también entre los integrantes más jóvenes las familias nucleares, evidenciando que los roles sociales de género son introducidos desde temprana edad. Las hijas o hijastras tienen una tasa de realización de las tareas domésticas de empeño físico mucho mayor que sus hermanos o hermanastros (ver Figura 1).

Al incorporar una mirada interseccional, se observa que las mujeres negras están aún más sobrecargadas. Más mujeres negras declaran dedicarse a tareas domésticas y de cuidados y destinan más horas por semana a estas ocupaciones. La tasa de realización de las tareas domésticas por raza, representada en la tabla 1, muestra que las diferencias entre géneros persisten, sin embargo, una mayor proporción de mujeres negras (92,5%) declararon dedicarse a tales tareas en comparación con las mujeres blancas (91,4%). También en el caso de los cuidados, el porcentaje de mujeres negras que declaran cuidar (sin contraprestación monetaria) a algún miembro de la familia, supera el 35,8%, mientras que en el caso de las mujeres blancas no llega al 30%. Esta diferencia se verifica inclusive si se analiza separadamente cada tipo de tarea doméstica y de cuidado. A su vez, las mujeres negras dedican semanalmente un promedio de 1,3 horas más que las mujeres blancas y el doble de tiempo que los hombres a la realización de estas tareas domésticas y de cuidados (ver Tabla 1).

Esto tiene consecuencias importantes sobre la disponibilidad de tiempo de las mujeres racializadas. De hecho, la mayor pobreza de tiempo es una explicación plausible para entender por qué las mujeres negras trabajan menos horas por semana en empleos remunerados. En promedio, las mujeres negras trabajan

Tasa de realización de tareas domésticas según categoría, sexo y tipo de tarea (Brasil, 2019).
Figura 1
Tasa de realización de tareas domésticas según categoría, sexo y tipo de tarea (Brasil, 2019).
Fuente: a partir de ibge/pnadc anual para 2019, Brasil.

Tabla 1
Tasa de realización y horas de tareas domésticas y de cuidado, por sexo y raza (Brasil, 2019)
Tasa de realización y horas de tareas domésticas y de cuidado, por sexo y raza (Brasil, 2019)
Fuente: a partir de microdatos ibge/pnadc anual para 2019, Brasil.

34,3 h (recibiendo remuneración), mientras que las mujeres blancas tienen una jornada laboral de 35,5 h y los hombres de 40 h. A su vez, las mujeres negras en edad activa son el mayor contingente fuera de la fuerza de trabajo (36,6%) (Olivera, Vieira y Baeta, 2021).

Estos mandatos sociales organizados a partir de género y raza, son impuestos desde la niñez. En la figura 2 se muestra la tasa de realización de tareas domésticas para niños y niñas con edades entre 5 y 13 años. A las niñas negras se les exige más dedicación a las tareas domésticas y por un mayor periodo de tiempo (el 42,5% de las niñas negras realiza tareas en el hogar consumiendo en promedio 6,4 h por semana), lo que les resta tiempo para el estudio y las actividades de esparcimiento, recreación y sociabilidad (ver Figura 2).

A partir de los datos expuestos, es evidente que la distribución desigual en las tareas domésticas no remuneradas sobrecarga a las mujeres física y mentalmente, creando dobles y triples jornadas de trabajo. Esto genera una mayor pobreza de tiempo para mujeres y niñas, especialmente racializadas, lo que puede tener efectos importantes sobre las posibilidades de acceder a empleos mejor remunerados o a tiempo completo, puede causar el abandono de los estudios y reducir

Tasa de realización de tareas domésticas según categoría, sexo y tipo de tarea (Brasil, 2019).
Figura 2
Tasa de realización de tareas domésticas según categoría, sexo y tipo de tarea (Brasil, 2019).
Fuente: a partir de microdatos ibge/pnadc anual para 2019, Brasil.

el tiempo disponible para realizar actividades sociales, políticas, culturales, de esparcimiento o cuidado personal, entre otros.

Es importante remarcar que la desigualdad en la distribución de tareas de cuidados y domésticas empeoró significativamente debido a la pandemia.3 La crisis sanitaria y económica asociada al covid-19 ha generado un aumento significativo de la demanda de cuidados para enfermos y población de riesgo. A su vez, el cierre de escuelas y espacios deportivos y de recreación ha provocado un gran aumento en la demanda de tiempo de cuidados de niñas y niños en edad escolar, que tienen que ser alimentados, aseados, recreados y hasta acompañados en su educación a distancia. En el caso de hogares con menores recursos y con pocas posibilidades de acceso a tecnología digital e internet, esto se volvió un impedimento que aumentará aún más las brechas de clase ya existentes. Por otro lado, la pandemia intensifica y aumenta el tiempo dedicado a tareas en el hogar, dada la mayor necesidad de limpieza y esterilización de alimentos, productos y personas. Esto se potencia en situaciones de falta de agua de calidad y sistemas de saneamiento adecuados, dado que, en estos casos, aumenta el tiempo necesario para la provisión de agua potable que, en general, es una tarea femenina, e intensifica la exposición a contagios, enfermedades y hasta situaciones de violencia (Olivera et al., 2021). En Brasil son significativos los problemas asociados a la falta de saneamiento en gran parte de los hogares, especialmente los hogares más pobres y periféricos, donde se da una mayor concentración de personas racializadas. A partir de un estudio publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal), oficina Brasil, se muestra que 1 de cada 7 brasileñas no tiene acceso a agua potable y que solamente el 46,3% de los desechos cloacales generados tuvieron tratamiento, lo que incentiva el uso de sumideros y fosas, así como la descarga directa en ríos y arroyos, aumentando los niveles de contaminación y exponiendo a la población a múltiples enfermedades (Olivera et al., 2021).

El perfil de la exclusión en Brasil afecta claramente a las mujeres negras. El 61% de las madres solas en Brasil son negras y el 63% de los hogares que tienen como principal fuente de ingresos a mujeres negras está por debajo de la línea de pobreza (ibge, 2021).

Respecto a las situaciones de violencia vividas por las mujeres durante la pandemia, según el informe realizado por el Fórum Brasileiro de Segurança Pública (2021), 1 de cada 4 mujeres mayores de 16 años sufrió algún tipo de violencia en 2020 (17 millones de brasileñas). Entre las víctimas, 61,8% experimentó reducción de los ingresos familiares, mientras que 46,7% perdió su empleo. Las mujeres informaron niveles mayores de estrés en el hogar debido a la pandemia (50,9% en comparación con el 37,2% de los hombres). La residencia sigue siendo la zona de mayor riesgo para las mujeres. El 48,8% de las víctimas informó que la violencia más grave vivida en el último año ocurrió dentro del hogar, pero la mayoría no denuncio a su agresor. Las mujeres jóvenes y las mujeres negras son más propensas a sufrir violencia.

Consecuentemente, a partir de los efectos de la pandemia, tanto por el aislamiento social como por el aumento de la intensidad de las tareas realizadas dentro del hogar y la violencia sufrida, las mujeres, especialmente las mujeres negras y de menores recursos, se han visto profundamente afectadas.

Mujeres en el mercado de trabajo

La crisis asociada al covid-19 también tuvo serios efectos sobre el mercado de trabajo, afectando especialmente a las mujeres. Como se ha destacado, el capitalismo patriarcal colonial se sustenta a partir de la reproducción de jerarquías de género y raciales que funcionan como mecanismos de adoctrinamiento y alienación. Los cuerpos feminizados son responsabilizados por la reproducción de la fuerza de trabajo, inclusive cuando esa reproducción es mercantilizada y tercerizada. Con la creación de la economía de los cuidados, estas tareas históricamente invisibles se mercantilizaron, pero esto no significó un gran cambio respecto a su valoración social y económica. Cuando las mujeres ingresan en el mundo laboral remunerado, lo hacen esencialmente en ocupaciones asociadas con la reproducción de la vida, que generalmente evidencian peores condiciones de contratación, con empleos no registrados e informales. Generalmente, estos empleos de cuidados son cubiertos por mujeres negras, indígenas, pobres, migrantes, periféricas y trans.

Las mujeres sufren varias segregaciones y discriminaciones en el mercado de trabajo y Brasil no es ajeno a esta realidad. El mercado de trabajo brasileño se caracteriza por la elevada feminización de los sectores de servicios asociados a los cuidados, entre los cuales se destacan «educación, salud y servicios sociales» (con 75,5% de trabajadoras mujeres), «servicio doméstico» (siendo el sector con mayor composición femenina, 92,2%) y «alimentación y comercio». También en el caso de la industria, las mujeres se concentran en la producción de vestimenta y calzado. En la mayoría de los casos, son los sectores que registran mayor informalidad y salarios más bajos (Olivera, Vieira y Baeta, 2021).

A su vez, las mujeres tienen mayor dificultad para conseguir empleo y de calidad, sobre todo las mujeres negras que registran las mayores tasas de desocupación de la economía (16,6%, mientras que el desempleo promedio en 2019 era 11,9%), y la mayor proporción de empleos informales: 49,1% de las mujeres negras ocupadas en 2019 no tenían una relación laboral formal («Carteira de Trabalho» y/o «Cadastro Nacional da Pessoa Jurídica», que registra a los trabajadores formales y las empresas, respectivamente), mientras que el promedio de los ocupados informales en la economía era 43,7% (ibge, 2020).

El tipo de inserción sectorial y las discriminaciones salariales —tanto por recibir menores remuneraciones para iguales tareas, como por no lograr escalar en la carrera debido a las obligaciones domésticas— resultan en una amplia brecha salarial entre géneros. Esta diferencia se amplía cuando se incorpora una lente interseccional. Mientras que las mujeres reciben, en promedio, un ingreso que es 20,6% más bajo que el de los hombres, las mujeres negras reciben un salario que es 56% más bajo que el de los hombres blancos (Olivera, Vieira y Baeta, 2021). Esto es fruto de la interacción entre sexismo y racismo, que en el caso de Brasil evidencia las continuidades de las relaciones coloniales hasta los días actuales. Las mujeres negras son alcanzadas por múltiples formas de opresión y explotación que las coloca en la base de la pirámide de las desigualdades e injusticias.

El caso más emblemático es, sin duda, el de las empleadas domésticas, donde los resquicios de las relaciones esclavistas se hacen aún presentes. El mito de la democracia racial (González, 2019) se diluye completamente en este sector. Es el tercer sector de la ocupación femenina, en una sociedad en la cual, si bien algunas pocas mujeres logran acceder a estructuras de poder y cargos de toma de decisiones rompiendo el «techo de cristal», la gran mayoría solo consigue garantizar un ingreso trabajando como empleada doméstica. Este sector está altamente precarizado y carece de movilidad social, por lo cual las mujeres, especialmente las racializadas y pobres, quedan atrapadas en ese «piso pegajoso» (Fernández, 2019).

En 2019, el sector empleó a 6,24 millones de trabajadores en Brasil, de ellos 92,2% eran mujeres y 66% negras (ibge, 2020). Como se ha mencionado, se trata de una de las principales fuentes de ocupación para mujeres, pues emplea el 14,2% de las mujeres trabajadoras. Los rendimientos promedio del sector son los más bajos de la economía. En 2019, el ingreso promedio era R$ 918 (mientras que el salario mínimo era R$ 998) y en la peor situación se encontraban nuevamente las trabajadoras domésticas negras, que tuvieron un ingreso promedio de R$ 851 (los trabajadores hombres recibieron R$ 1143 y las mujeres blancas R$ 998, ibge, 2020). El sector también se caracteriza por el altísimo nivel de informalidad, el 73% de las trabajadoras no tenían contrato laboral permanente, y solo 39,8% realizaba aportes a la seguridad social, con lo cual, la gran mayoría no tiene garantizados sus derechos laborales básicos, así como la continuidad del empleo y de sus ingresos. En el caso de las trabajadoras que tienen contrataciones informales, los ingresos son aún más bajos, en promedio R$ 733, mientras que en el caso de las trabajadoras racializadas, que representan el 66,4% de las trabajadoras informales, el rendimiento fue de R$ 686 en 2019 (ibge, 2020). Así, las mujeres en Brasil, especialmente las mujeres negras y pobres, están más desempleadas, y cuando consiguen un empleo, en general, es con salarios menores, peores condiciones de contratación, escasa seguridad laboral y poca continuidad y permanencia.

Todas las variables presentadas muestran la difícil situación que atraviesan los cuerpos feminizados y racializados, la cual se ha agudizado durante la pandemia, dado que están ocupados en los trabajos denominados «esenciales» y en la línea de frente de combate al covid-19. Así, cada día estas mujeres deben resolver la ecuación entre exponerse a contagios por el virus y a la sobrecarga de trabajo o a no poder garantizar la subsistencia propia y del núcleo familiar (sobre todo si se considera que el 48% de los hogares brasileños tenían jefas mujeres en 2019). Dentro de la categoría profesionales de la salud (no médicos), 82,7% eran mujeres; en alojamiento y alimentación, 55,8%; en educación, especialmente jardín maternal y niveles preescolar y primario, 95,2% y 85,6%, respectivamente; además del 92,2% de trabajadoras domésticas (ibge, 2020).

A su vez, en contextos de crisis, las mujeres son las primeras que pierden sus fuentes de empleo e ingresos, debido a las peores condiciones de trabajo y a que deben responsabilizarse por el aumento de la carga de trabajo doméstico no remunerado. Según los datos de la pnadc, en 2020, las mujeres perdieron 3,6 millones de ocupaciones, y la tasa de desempleo llegó a 15,7%, sin embargo, el dato más significativo es que 3,3 millones de mujeres salieron de la fuerza de trabajo, llevando la tasa de participación femenina a 48% (en 2019 había sido 53,2%), lo que dejó más mujeres fuera de la fuerza de trabajo que dentro de la misma. A su vez, las trabajadoras que trabajan en condiciones de informalidad, como las empleadas domésticas, sufrieron profundamente por causa de la crisis. Durante 2020, se produjo una caída significativa en el empleo doméstico (ibge, 2021): se perdieron 1,18 millones de puestos de trabajo, lo que equivale a una contracción de 19% en comparación con 2019. La mayor reducción se produjo en el trabajo doméstico sin contrato laboral formal —para las ocupaciones de las llamadas «diaristas» se perdieron 836 mil puestos de trabajo—. Las mujeres negras fueron las que sufrieron la mayor contracción. De las ocupaciones perdidas, 65% correspondía a trabajadoras negras y sus ingresos cayeron en términos nominales.

Por fin, la posibilidad de aislarse y trabajar remotamente no es igual para todas y todos, como tampoco lo es el acceso al sistema de salud. Una vez más, los marcadores de género, raza y clase son determinantes. Según los datos del ibge de 2019, solo el 28,5% de la población contaba con un plan médico o dental privado, mientras que el 71,5% debía acudir al Sistema único de Salud (sus) para cualquier consulta, cura o internación. El sistema de salud brasileño es un sistema mixto, donde la salud universal debería estar garantizada por el sistema público, sin embargo, luego de varios años de desfinanciamiento y políticas de ajuste estructural del sector público, especialmente en las grandes ciudades, el sistema se encuentra colapsado y sin recursos, por lo cual, la población con mejores niveles de ingreso utiliza el sistema privado. Al distinguir por raza, 21% de las personas no blancas acceden al sistema privado, mientras que 38% de personas blancas lo hacen. Si se analiza la población por sus ingresos, 2,2% de quienes reciben hasta 1/4 de salario mínimo (sm) accedían a un plan médico de salud, mientras que 86,8% de quienes reciben más de 5 sm tenía plan. Las mujeres embarazadas y puerperas fueron especialmente afectadas, dado que registraron los mayores niveles mundiales de mortalidad durante la crisis: una de cada cuatro muertes registradas en el mundo en 2020, ocurrió en Brasil (Olivera et al., 2021). La democratización del acceso a la salud continúa siendo un tema pendiente.

De esta forma, las condiciones de precariedad y exclusión se suman a situaciones de segregación y exposición, dejando a las mujeres en situación de profunda vulnerabilidad, aisladas de sus redes de apoyo, perdiendo ingresos y obligadas a continuar con su trabajo diario presencial en un contexto en el que no tienen ni siquiera asegurada la posibilidad de acceder a un sistema sanitario decente en caso de enfermarse.

Reflexiones finales

A lo largo de este trabajo se han presentado evidencias empíricas sobre la situación que viven las mujeres en Brasil, particularmente las mujeres racializadas, mostrando las fuertes desigualdades de género y raza que se reproducen en todas las formas de trabajo, sea o no remunerado. A partir de la utilización de la lente de análisis de los feminismos subalternos, se considera que la globalización y la nueva división internacional del trabajo a partir de la cual se expandió el capitalismo patriarcal neoliberal, profundizó aún más las formas de explotación y opresión en los cuerpos feminizados y racializados. El capitalismo neoliberal extractivista es un sistema de producción y consumo predatorio, en el que se explotan trabajadoras y trabajadores, cuerpos, territorios, naturaleza y animales, llegando a niveles de producción y consumo que son insustentables.

Por otra parte, como señala la economía feminista, es necesario analizar la situación de las mujeres a partir del estudio de las brechas de género, raza y clase, que son multifacéticas, dado que afectan la distribución de las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas, las condiciones del mercado de trabajo, la desocupación, las brechas de ingreso, el acceso a bienes y servicios públicos, las seguridad y exposición a la violencia, entre otros.

A partir de lo estudiado, es posible entender que los eventos extremos, como la pandemia, amplían las brechas de tiempo, salariales y de empleo entre hombres y mujeres. A su vez, debido a la feminización de los sectores económicos asociados con los cuidados, las mujeres se encuentran más expuestas y en condiciones más precarias, tanto por los potenciales contagios como por los aumentos en la intensidad del trabajo realizado y hasta por la pérdida de ocupaciones e ingresos, generando en muchos casos situaciones de agotamiento físico, mental e incluso enfermedades. En este sentido, no es posible afirmar que todas y todos somos igualmente afectados por la crisis (sanitaria y económica), dado que partimos de vivencias de opresión, exposición y privilegio diferentes como resultado de las desigualdades históricas asociadas al capitalismo patriarcal y marcadas por el racismo estructural, en el cual los cuerpos feminizados y racializados viven situaciones cotidianas de opresión, explotación y subalternidad.

Por fin, para reducir dichas desigualdades es importante entender que las políticas públicas no son neutrales y, sobre todo en sociedades desiguales, tienen efectos diferenciales sobre los distintos grupos. Por lo tanto, las políticas, tanto de recuperación económica como de transición sustentable, deben tener una mirada interseccional, de género, raza y clase, incluyendo todas las dimensiones, tanto laborales y de formación como de organización social del cuidado. En este sentido, se tornan incompatibles con estrategias de ajuste estructural y reestructuración del Estado, dado que atacan específicamente a la provisión de bienes y servicios públicos, como educación, salud y cuidados y perjudican enormemente a las mujeres.

Referencias

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Notas

1 La expresión cuerpos feminizados se utiliza para evidenciar que la construcción social del género es más amplia que la definición biológica binaria que identifica hombres y mujeres. Sin embargo, las informaciones disponibles a partir de las estadísticas públicas oficiales en Brasil solo permiten un análisis basado en el sexo binario.
2 Cabe destacar que Brasil no cuenta con una encuesta de uso del tiempo. Los proyectos para realizar tal encuesta fueron abandonados, como la «Pesquisa Piloto 2009/2010», sin embargo, la pnadc incorpora el cuestionario ‘Outras formas de Trabalho’, que incluye: 1) producción para autoconsumo, 2) trabajo voluntario, 3) cuidado de personas, y 4) tareas domésticas (en el propio hogar o en el hogar de un pariente), cuyos datos son publicados anualmente.
3 Lamentablemente no existen datos oficiales que permitan estudiar los efectos de la pandemia sobre los cuidados, dado que no han sido publicados los resultados de la encuesta nacional de hogares pnadc 2020 para otras formas de trabajo, que registra las preguntas asociadas a tareas domésticas y de cuidados.

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