Dossier
Literatura, libros y revistas de letras en tiempos de violencia. Colombia y México a mediados de siglo XX
Literature, books and literary magazines in times of violence. Colombia and Mexico in the mid-20th century
Ciencia Nueva, revista de Historia y Política
Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia
ISSN-e: 2539-2662
Periodicidad: Semestral
vol. 7, núm. 1, 2023
Recepción: 03 Enero 2023
Aprobación: 12 Mayo 2023
Resumen: El siguiente artículo presenta una reflexión sobre el rol que asumieron algunos autores en la publicación de libros y revistas culturales en México y Colombia durante diferentes procesos de violencia, represión y censura, vividos a mediados del siglo xx. En Colombia, en el contexto del Frente Nacional. En México, durante el proceso que desemboca en los sucesos de octubre de 1968. Ello a partir de una perspectiva interdisciplinar, entre la historia cultural y los estudios literarios, como una propuesta para aportar a la comprensión de los efectos de la represión de los regímenes autoritarios en el campo cultural.
Palabras clave: historia, literatura, revista, violencia, censura, represión.
Abstract: The following article aims to reflect on the role assumed by some authors in the publication of books and cultural magazines in Mexico and Colombia, in the presence of the different processes of violence, repression, censorship, experienced in the mid-twentieth century. In Colombia, in the context of the National Front and in Mexico, during the process that led to the events of October 1968. Based on an interdisciplinary perspective, between cultural history and literary studies, as a proposal to contribute to the understanding of the effects of repression from authoritarian regimes in the cultural field.
Keywords: History, literature, magazine, violence, censorship, repression.
I
Durante el contexto de la Guerra Fría surgieron en la mayoría de los países de América Latina una secuencia de dictaduras militares que marcaron la historia de estas naciones durante el siglo XX. En el caso de Colombia, como en México, los efectos en sus sistemas políticos se dieron de forma diferente, no ya bajo el régimen de una dictadura militar, sino bajo gobiernos civiles, marcadamente autoritarios, presidencialistas y en gran medida antidemocráticos. Ante ello y a partir de la década del sesenta, toda una generación de escritores, motivados por el conflictivo contexto político y social, fijaron su mirada sobre la realidad social latinoamericana. En muchos casos, estos escritores asumieron un rol intelectual y militante producto de la persecución política y el exilio, de testigos directos e indirectos, a través de la memoria y el testimonio de lo que vivía todo un continente.
Junto a los efectos políticos también hubo una repercusión en el campo cultural, en todas sus manifestaciones estéticas, formas, géneros y temáticas. El realismo en las expresiones de las artes plásticas, la música con la «canción de protesta», la aparición de una generación de cineastas y documentales, y, por supuesto, la ruptura de los cánones literarios y la irrupción del género testimonial, como una forma de literatura de denuncia. También fue el motivo por el cual algunos regímenes políticos, con un argumento de reacción y contención, iniciaron los procesos de censura, persecución y cierre a medios impresos e intelectuales, puesto que se expresaban a favor del cambio político. Algo que desembocó en formas de violencias que iban desde la autocensura intelectual al presidio y desaparición misma del autor.
La violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, es un tema que pareciera ser una asignatura pendiente y de permanente análisis en la sociedad colombiana y mexicana. Este fenómeno social se convirtió en uno de los temas de estudio que más ha logrado la atención por parte de los especialistas en América Latina y otras latitudes. Sin embargo, y a pesar de la enorme atención que ha recibido, aparecen nuevas vetas de análisis y se siguen explorando nuevas formas de acercarse a ese problema social para lograr nuevas y más profundas explicaciones.
Las ciencias sociales y humanas, incluyendo los estudios literarios y la historia social de la cultura, han explorado cómo y por qué surgen las expresiones culturales y su relación con el campo social y político. Estas expresiones son un reflejo de las manifestaciones humanas en condiciones históricas específicas. Los estudios sobre la relación entre violencia y cultura se han enfocado, en su mayoría, desde una mirada de la élite política, como organizadores de la vida cultural, desde las diferentes relaciones de intereses políticos, gremiales y los actores participantes del conflicto. Sin embargo, son escasos los estudios que abordan el problema desde una mirada interdisciplinar, desde un enfoque historiográfico, donde se media un proceso histórico conflictivo y el campo cultural, en este caso, las publicaciones de tipo artístico y literario1.
Para iniciar podemos decir que, como lo expresa Hering y Pérez, la historia cultural no se define primordialmente por su objeto de estudio, sino por su perspectiva analítica: la interpretación de las significaciones históricas. Todo lo que pueda significar, por ejemplo, el cuerpo, el género, el sexo, el vestido, la vida cotidiana, la privacidad, el carnaval, el cine, la memoria, la violencia, la lectura y, más ampliamente, las prácticas, los imaginarios y las representaciones2.
Con lo anterior, se deduce que el investigador descubre la forma como fue construida una realidad en determinada época, desde variadas interpretaciones. Es decir, en el caso de esta investigación, entender la violencia política no solo alude a cómo el Estado ejerció una violencia directa en términos de las formas diversas de represión, sino a las formas cómo los diferentes sectores sociales vivieron esa violencia y la representaron en sus múltiples posibilidades.
Aunque no es una problemática exclusiva de mediados de siglo xx, ya desde mediados del siglo XIX, las revistas culturales, de letras, los suplementos literarios, los periódicos, entre otros formatos populares, se consolidaron como el medio por excelencia donde circulaba la actualidad cultural. También fue el lugar por donde circuló una amalgama de ideas, opiniones y posturas de índole político sobre lo que estaba ocurriendo en las nacientes repúblicas latinoamericanas. Estos impresos fueron el lugar donde letrados, intelectuales, hombres de poder y políticos empezaron a divulgar los ideales nacionales republicanos a través de la construcción de una «opinión pública» sobre cómo debería ser la organización sociopolítica de cada país.
Entre los géneros cultivados estaba la biografía, la crónica, la crítica, los cuadros de costumbres, la poesía y temas de variedades, presentados a través de diferentes formatos editoriales. Por ejemplo, en Colombia hubo publicaciones como El Papel Periódico Ilustrado (1881), la Revista Literaria (1890), la revista Gris (1892), Gruta (1903), Contemporánea (1904), entre muchas otras que fueron apenas algunos de medios escritos que se destacaron en su momento. Entre los principales objetivos de crear una revista cultural estaba, por supuesto, el de servir de órgano de difusión de la cultura, entendido ello como todo lo relacionado a las artes y las letras, También existía una necesidad de «ilustrar a la población» sobre la actualidad cultural nacional e internacional y principalmente el de crear «una cultura lectora» en un país predominantemente analfabeta.
En México, y durante la primera mitad del siglo XIX, los escritores se dedicaron a reflejar, por un lado, las consecuencias políticas y sociales que vivió el país producto de los diferentes conflictos derivados de las guerras de independencia, y por otro, la motivación por cultivar y educar a los mexicanos, resaltando desde esos años su fervor nacionalista. Entre los primeros medios se destacó el Diario de México (1805). Desde mediados de siglo y con el auge de las publicaciones y su distribución, a partir de mejoras tipográficas, aparecieron diferentes publicaciones semanales como El Ateneo Mexicano (1844), El Registro Yucateco (1845-1847 y 1849), El Mosaico (1849-1850), El Ensayo Literario (1850-1852). Pero, quizás, los más relevantes fueron dos periódicos El Siglo XIX y El Monitor Republicano. Por influencia del movimiento modernista en América Latina, ya finalizando el siglo, daría origen en México a la Revista Azul (1894-1896) y, entre 1898 y 1911, aparece la Revista Moderna, ambas muestran la influencia del movimiento modernista, y en las mismas registran manifestaciones de poetas y narradores, como de escultores, pintores y músicos3.
Durante las primeras décadas del siglo XX en Colombia, los órganos informativos tradicionales como El Tiempo, El Siglo, El Colombiano, entre otros, se empiezan a destacar como órganos de difusión de un ideario político particular, liberal o conservador. A la sombra de estos surgieron una serie de publicaciones diarias, semanales, quincenales que, aunque no eran respaldadas por un musculo económico y político fuerte no fueron ajenas a su acontecer cultural político y social.
Estas revistas promocionaban a los jóvenes creadores, a través de concursos literarios anuales. Por aquellos años, figura en la revista Espiral el joven escritor colombiano Álvaro Mutis, que con su obra Elementos del desastre obtuvo apenas una mención en un concurso de poesía. De la misma manera la revista a través de sus editoriales opinaba sobre el acontecer literario de aquellos años, del cual afirmaban que:
La joven poesía colombiana crece con más terso matiz del hombre en contacto con el mundo exterior […] La novela y el cuento orientados hacia una comprensión de las actuaciones de los hombres moviéndose en el seno de la sociedad4.
Los temas se orientaban entonces al debate sobre la relación hombre-sociedad, reflexión que circulaba en el contexto de las guerras en la mayoría de los países. Las diferentes concepciones sobre el quehacer literario aparecían en palabras de varios escritores colombianos reconocidos del momento, entre ellos Manuel Zapata Olivella y Clemente Airó. Se opinaba que una novela debía «presentar el sentido de la vida» y «recurrir a ciertas innovaciones técnicas, como la unidad espaciotemporal y el monólogo interior sin puntuación», como una forma de ir moldeando la irrupción hacia la novela moderna5.
Junto al debate estético sobre la novela moderna, se opinada sobre el sentido de escribir en aquel momento tan conflictivo que pasaba el país cuando empezaban a ser visibles los primeros brotes de violencia bipartidista en los principales diarios. «La novela debía señalar al hombre lo que tiene de ángel y de bestia» y la misma, de una u otra forma «debía ayudarle a supera esa condición». Los escritores apelaban por la necesidad de imprimir una función, sentido e intención al acto de escribir. Querían hacer explícito un mensaje en su escritura, de manera que los personajes, en medio del caos, miseria y decadencia pudieran reponerse y resurgir sobre las ruinas, tornándose en ejemplo de superación humana.
En Colombia, se estaba construyendo un relato nacional de la violencia que perduraría hasta la actualidad y tendría como uno de sus puntos de quiebre el Bogotazo, el 9 de abril de 1948, tras el asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán. Entonces, se agudizó una guerra civil cuyos efectos siguen cobrando vidas. Tras finalizar el gobierno conservador del presidente Mariano Ospina Pérez (1946-1950) y ante la agudización de la violencia desatada después del 9 de abril, el control provisional del gobierno lo asumió una junta militar en 1953, encabezado por el general Gustavo Rojas Pinilla. La junta permaneció en el gobierno hasta 1958. Ese año, tras un acuerdo político entre los partidos Liberal y Conservador y bajo la premisa de buscar la «reconciliación nacional» y apaciguar la violencia, decidieron alternar el poder cada cuatro años. Este proceso se conoció como el Frente Nacional.
Mientras esto ocurría en Colombia, en México desde la década del cuarenta en su sistema político inició un proceso de trasformación, ambiguo y convulsionado. Desde un modelo legado de la revolución, hacia un sistema de presidencialismo cerrado, centrado en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que se institucionalizó y arraigó permanentemente en todos los siguientes sexenios presidenciales hasta finales de siglo XX. El sistema se afianzó en un sistema político cerrado y corporativista con el fin del proceso revolucionario e inició la construcción de un modelo de sociedad que se encaminara a una república federal.
En ambos casos se direccionaron procesos sociales y políticos que tomaron un ambiguo camino marcado por diferentes etapas de violencia política a lo largo del siglo XX. El mundo cultural también viviría una serie de trasformaciones durante este acontecer violento y la serie de procesos de orden político y social en ambos países, producto del agitado contexto latinoamericano.
En este punto, y a partir de lo anterior, cabe preguntarse: ¿Cuál fue el rol que asumieron algunas revistas de letras y revistas culturales en México y Colombia desde la década del cuarenta al setenta ante los diferentes procesos de violencia? ¿Cómo fue el impacto de ese convulso contexto de violencia política de mediados de siglo en el mundo editorial, literario y cultural? ¿Hasta dónde hubo una represión intelectual/académica en ese marco de guerra fría cultural? ¿En qué derivó el rol asumido por escritores, editores y literatos frente a su posición de denuncia y critica al régimen político?
II
Gonzalo Sánchez, quien ha sido uno de los estudiosos principales de la violencia en Colombia, planteó la necesidad de estudiar el cine, el teatro, la pintura o la literatura, como las manifestaciones artísticas que dieron cuenta de los fenómenos políticos y sociales en el siglo XX. Según el mismo autor, el estudio de este tipo de manifestaciones podría brindar información valiosa para entender aún mejor los conflictos sociales6.
El periodo de la violencia en el siglo XX en Colombia es simplemente una segunda etapa del proceso general de guerra permanente que proviene del siglo XIX del proceso de guerras civiles. El concepto de «violencia» despierta múltiples interpretaciones, algo que ha sentado la discusión entre el medio académico durante las últimas décadas. En algunos casos pretende simplemente describir las formas como se asumió el conflicto por parte de todos los sectores sociales: clase política, campesinos, obreros, iglesia y militares.
En otro sentido, describe el conjunto del proceso histórico que la caracterizó, es decir, las diferentes etapas históricas y los variados contextos sociales que la identificaron. Reconoce un tipo de discurso como parte del lenguaje político de la época, de acusación y defensa, algo que se filtra y se desplaza al lenguaje popular y determina la interpretación que hacen del término las clases populares. Para Sánchez, el calificativo se construyó para representar al adversario y su actuación, para generalizar el contexto de zozobra que se vivía en el momento. En esa medida, el término involucró a toda la estructura social colombiana para convertirse en definitiva en su relato nacional7.
La violencia ha sido presentada en variadas representaciones culturales. Por ejemplo, el concepto de violencia en la literatura está asociado a una politización de los medios escritos de la época (revistas, ensayos, artículos y narrativa). Se presenta a través de unas temáticas específicas, en la descripción de lugares, en la caracterización de personajes que representan a los diferentes actores políticos del conflicto y, en definitiva, a las posibles causas y consecuencias del enfrentamiento, manifestadas por los autores de acuerdo con sus experiencias personales, directas o indirectas. Recurrían a una documentación histórica, como un ejercicio de memoria, o simplemente como una elaboración literaria sobre la percepción de esa realidad8.
En el caso de Colombia, la violencia en el campo cultural y literario aparece como producto de una reflexión elaborada tiempo antes de lo ocurrido el 9 de abril de 19489 hasta el registro de la formación de los primeros grupos armados. En el caso de México, aunque no existe un estudio que abarque los diferentes procesos de violencia desde la revolución hasta la violencia actual del narcotráfico, sí existen estudios particulares que identifican un corpus de obras que hacen referencia a procesos históricos específicos, como la revolución a inicios de siglo, a la huelga de ferrocarrileros a mediados de siglo, las movilizaciones de huelgas de maestros, obreros y estudiantes que culmina con la masacre de Tlatelolco y la persecución de los focos y líderes guerrilleros en los sesenta y setenta bajo el régimen de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
Tal vez, ello se podría explicar porque a diferencia de Colombia, México vivió un proceso de cambio de la vida cultural durante la década del cuarenta, sobre todo a partir del periodo posrevolucionario de la presidencia de Lázaro Cárdenas, donde el Estado, en cabeza del sistema de partido único y su presidente, comenzó a definir los patrones que identificarían la cultura nacional mexicana en adelante. Patrones que estaban subordinados al «mecenazgo estatal»; donde artistas, pintores, escritores y cineastas representaban a través de su obra, la ideología oficial10. Este fenómeno mexicano, a juicio de Soledad Loaeza, crea una suerte de nacionalismo cultural o una «alta cultura» que se iba a cultivar desde los principales suplementos culturales de periódicos11.
a desde los años treinta existían espacios e instituciones culturales en México, como el Instituto Nacional de las Bellas Artes, el Instituto de Antropología e Historia o el Fondo de Cultura Económica, instituciones culturales que, a juicio de Carlos Monsiváis, «nacieron bajo la sombra del Estado», sujetas a su presupuesto12. La infraestructura cultural en México no tenía igual con respecto del resto de América Latina. La modernización y cambio al cine sonoro permitió el desarrollo de esta industria, llegando a configurar una «época de oro» donde se perfilaban los iconos: Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Mario Moreno Cantinflas, Pedro Infante, María Félix, entre muchos otros.
Por su parte, en Colombia las elites y familias políticas, representadas en las revistas importantes del momento como Semana, el suplemento literario de El Tiempo y de El Colombiano, también servían de vehículo difusor del arte y la cultura, combinado con la opinión política y conservando una suerte de independencia frente a un Estado inexistente. De manera que se perpetuaba la construcción de una comunidad imaginada que respondía a los intereses específicos de cada periodo electoral, liberal o conservador. En estas revistas y periódicos se pasaba de las editoriales sobre la situación nacional al acontecer internacional, pretendiendo mostrar una imagen cosmopolita y universal de su publicación. Las secciones de arte y cultura culminaban en la tradicional sección de páginas sociales, donde figuraban las reuniones sociales de la clase política colombiana. No hay que olvidar que a Bogotá antes del abril de 1948 se le llamaba la «Atenas suramericana».
Junto a ello, y en el ámbito cultural, se destacaba el agitado contexto de censura intelectual. En febrero de 1948, se destituyó a Eduardo Carranza, poeta colombiano, como director de la Biblioteca Nacional, gran centro de la cultura capitalina y figura reconocida en el medio intelectual bogotano. Ante ello un grupo de escritores se solidarizó con el suceso y señalaron su destitución por causas políticas. Escritores como Jorge Zalamea, Jorge Rojas y Álvaro Mutis acusaron al gobierno conservador, al tiempo que se originaba una reacción de la opinión pública sobre el hecho en los diferentes periódicos de la ciudad. En la revista Semana se explicaba que su destitución tenía implicaciones mayores que iba dirigida contra el movimiento «Piedra y Cielo», grupo que era concebido por sus detractores como «escuela política del Gaitanismo»13.
Sobre el suceso de abril de 1948, el suplemento literario de El Tiempo se inauguraba con una visión desalentadora, decadente y apocalíptica de la cultura nacional, decía:
Estos son tiempos que el artificio sustituye al arte, tiempo de efectismos sucedáneos y mecánica de desplazamientos de la inventiva humana hacia la técnica científica; vivimos en los tiempos aciagos del pensamiento sonoro, en los tiempos del cine, de la radio, del reportaje, de la propaganda, son malos tiempos14.
Luego en el mismo suplemento se anuncia las novedades literarias, La Mujer Respetuosa de Jean-Paul Sartre y la proyección de la película Roma, ciudad abierta del director Roberto Rosellini, quien inauguraba el neorrealismo italiano y adornaba la ciudad con grandes carteles en las paredes. De acuerdo con William Ospina, escritor colombiano, el cartel de esa película fue la última imagen que vio Jorge Eliecer Gaitán antes de su muerte, ya que estaba pegado el 9 de abril de 1948 al frente de la entrada del edificio Agustín Nieto, donde fue asesinado.
Con el paso del tiempo y la agudización del conflicto, numerosas revistas, que antaño nacieron como una propuesta exclusivamente encaminada a la difusión cultural, se convirtieron en fortines políticos, de crítica y denuncia. Lo que marcó el grado de influencia en la opinión política y en la imagen que desde los sectores culturales se tenía sobre el conflicto. Aquellas revistas que surgieron como culturales, «de artes y letras», en el transcurso de su vida editorial se convirtieron antes y después del 9 de abril en fortines de difusión y crítica política.
Fue el caso por ejemplo de dos revistas importantes de la época Sábado y Crítica. Sábado, que se anunciaba como el «semanario de todos» al servicio de la cultura y la democracia en América, surgió en julio de 1943, en el ocaso de la Republica liberal. Precisamente se representó, en la publicación, la decadencia del entusiasmo liberal y democrático. Entre sus fundadores estuvo Plinio Mendoza Neira y Armando Solano, destacados políticos y escritores. Los primeros años de la publicación (1943-1947) se caracterizaron por un desplazamiento del discurso literario o artístico hacia las notas de actualidad nacional e internacional.
«Lo cultural», que era su objetivo y centro de interés, venía combinado con los proyectos políticos de los gobiernos liberales del momento. En este sentido, el calificativo de «semanario democrático» hacía referencia al sentido que intentaba proyectar el liberalismo como parte de su discurso político, junto con la identidad que le daban sus escritores a la revista, entre ellos los escritores Eduardo Carranza, Eduardo Caballero Calderón, entre otros. La revista perdió terreno junto con los cambios de la época. El asesinato de Gaitán se reflejó en su marcada politización y en una disminución de la difusión literaria. El semanario dejó de salir en abril de 1957. Darío Samper, el último director, simpatizó con el régimen de Rojas Pinilla y así lo hizo ver en las últimas publicaciones.
Por su parte Crítica (1948-1951) apareció como una revista cultural con una publicación quincenal, dirigida por Jorge Zalamea. Desde su nacimiento la revista se convirtió en el fortín de denuncia de un grupo de liberales intelectuales sobre la situación política del país, específicamente contra el gobierno de Mariano Ospina y la oposición encarnizada de su gobierno. Apareció algunos meses después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Creó una sección titulada «Calendario trágico», en la cual publicaba y denunciaba los asesinatos en las diferentes regiones del país.
Sin embargo, la censura del gobierno conservador orientaría a que la revista de manera progresiva se convirtiera exclusivamente en difusor de las artes y la cultura. Por aquellos años, Crítica presentó un cuento de un joven escritor barranquillero de escasos 23 años llamado Gabriel García Márquez, con el cuento La Noche de los Alcaravanes; al igual que la reseña de una exposición del joven pintor de 19 años, Fernando Botero. En ese proceso de despolitización que provoca la censura, la revista aceptó y publicó colaboraciones de escritores como Antonín Artaud, Norman Mailer, de Karl Jaspers y Paul Valery en el momento que estos autores reconstruían el rostro del mundo cultural de postguerra. También fue importante su labor de traducción de autores como Albert Camus, William Faulkner, Arthur Miller, Goethe y Rilke. La llegada al gobierno de Laureano Gómez fue el golpe más fuerte de la publicación. El 18 de octubre de 1950 fue censurada totalmente.
Como afirma Restrepo, el sector cultural colombiano hasta el Bogotazo no tuvo ninguna influencia importante15. Es a partir del asesinato de Gaitán cuando se sacudió a un sector de la intelectualidad y lo hizo más sensible a los problemas sociales del país. Ahora, dada la ideología del nuevo régimen conservador todo esto era reprimido con el pretexto de la «defensa de las tradiciones hispánicas y católicas» que buscaba volver a los valores culturales dominantes en los años de la hegemonía conservadora de principios de siglo XX. Por ejemplo, la novela de José Antonio Osorio Lizarazo publicada en 1952, El día del odio, cuyo tema es la vida de una humilde mujer de pueblo enmarcada en una descripción de los barrios pobres de Bogotá y el estallido del 9 de abril, retrató esa crisis de valores morales religiosos que quedan en entredicho, en tanto se confrontan con los nuevos valores de la vida mundana de las nacientes urbes. Similar al caso mexicano con la novela Nueva Burguesía (1941) de Mariano Azuela, donde también se retrata la crisis de valores morales y humanos producto del «milagro mexicano»
Varios intelectuales reconocidos en el orden nacional, como Jorge Zalamea, mostraron su preocupación por la situación del país con su obra. El afán de denunciar la violencia reciente y los atropellos de un gobierno temeroso por la respuesta a la agresión oficial, sobre todo después del 9 de abril, llevó a otros a tomar la pluma para hablar del tema. En la década del sesenta tanto en México como en Colombia eran cada vez más las regiones que se unían al trágico efecto dominó de la violencia que se escalaba a todas las regiones y todos los sectores de la vida pública y privada del país16.
III
Durante el régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) y el pacto bipartidista del Frente Nacional (1958-1974), la violencia en el campo no cesó, por el contrario, se radicalizó. La pérdida de opciones políticas reales para las terceras fuerzas políticas durante el período, como las organizaciones y partidos de izquierda, condicionaron la conformación de los grupos guerrilleros de inspiración comunista. El aparente clima de «estabilidad» política que dio el Frente Nacional impulsó en cierta medida de manera particular la vida cultural, así como las diferentes iniciativas artísticas.
El 8 y 9 de junio de 1954, en una de las primeras protestas estudiantiles urbanas antigubernamentales en Colombia, trece universitarios cayeron muertos por el ejército. Día que se conmemora hasta la actualidad como el día del estudiante caído. A raíz de este hecho se agudiza la protesta social urbana en rechazo directo al régimen de Rojas. Como reacción se nombró rector de la Universidad Nacional a un coronel, hecho que desencadenó críticas también desde sectores de la dirigencia política que lo habían llevado al poder y que desemboca en el pacto frentenacionalista.
Durante el mismo régimen de Rojas, en abril de 1955, aparece el primer número de una de las más importantes revistas de la época, la revista Mito, dirigida por Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel. La propuesta era hacer una revista literaria y cultural «de carácter nacional e internacional que continuara el proyecto de la renovación de las letras y las artes en Colombia y, a su vez, sirviera como plataforma cultural para reformar y modernizar en lo político al país»17.
El comité de dirección estaba a cargo del escritor Pedro Gómez Valderrama y de los poetas Eduardo Cote Lamus y Fernando Charry Lara. Posteriormente, hizo parte de este el intelectual Jorge Eliécer Ruiz. Todos ellos fueron directores en diferentes momentos de la historia de la revista. El comité patrocinador estaba presidido por Vicente Aleixandre, Luis Cardoza y Aragón, Carlos Drummond de Andrade, León de Greiff, Octavio Paz y Alfonso Reyes. Años más tarde hicieron parte del mismo Ricardo A. Latcham, Eduardo Zalamea Borda y en 1960 Jorge Luis Borges y Mario Picón Salas, principales escritores e intelectuales de la vida cultural criolla18.
También aparece la revista Tierra Firme (1958), donde se traduce a Jean Hyppolite, a Martín Heidegger y a Friedrich Holderlin. A finales de 1961 aparece Esquemas, dirigida por Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo y Rubén Sierra Mejía. Trajo artículos de los directores y escritores Fanny Buitrago, José Rubén, Fernando Arbeláez y Amílcar U.; y traducciones de Herbert Marcuse y Wright Mills. También aparece la revista Eco, patrocinada por Carl Buchholz. En ella escribió Danilo Cruz Vélez, Jorge Eliécer Ruiz, Rafael Gutiérrez Girardot, Carlos Rincón, Marta Traba, Germán Colmenares, Darío Ruiz, Fernando Charry Lara y Álvaro Mutis, reconocidos personajes del mundo cultural19.
Por aquellos mismos años, el panorama urbano mexicano cambiaba por la aparición de nuevos espacios culturales, editoriales y literarios. Las librerías Porrúa y Robredo Hermanos y los cafés París del centro histórico comenzaron a ser los centros de reunión y tertulias. En museos, como el de antropología e historia o el de arte moderno, se podían ver las obras de David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, entre otros. La ciudad construía un perfil más urbano y cosmopolita, propio de algunas ciudades latinoamericanas similares de la época, como Buenos Aires, Sao Paulo y Santiago de Chile. Por otro lado, estaban las instituciones académicas donde se fomentaba la difusión de la investigación, como la Escuela Nacional Preparatoria, El Colegio Nacional, la Academia de la Lengua y el Palacio de Bellas Artes, a través de numerosas conferencias y exposiciones20.
En cuanto a la difusión cultural y literaria mexicana, Carlos Monsiváis hablaba críticamente de una generación del cincuenta reunida en torno a la Revista Antológica América, donde tenía fuerte influencia
la cultura provinciana, y una negativa a intentar su propia revisión de la historia cultural de México, una organizada retórica en poesía y un mundo de oposiciones elementales en teatro. Junto a ella se destaca Emilio Carballido, Sergio Magaña, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Jorge Ibargüengoitia, Miguel Guardia, Ricardo Garibay, Luisa Josefina Hernández21.
También estaba la Revista Mexicana de Literatura, dirigida en sus primeros años por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo, junto con el suplemento México en la Cultura (1949-1961) del periódico Novedades, dirigido por Fernando Benítez, y el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre! Estas publicaciones se consolidaron como los medios de expresión por excelencia de una generación fundamental en la cultura mexicana de mediados de siglo que van a romper con ese molde tradicional de «nacionalismo cultural» que caracterizó el periodo posrevolucionario22.
En esa década se empieza a notar el fenómeno social que tanto Carlos Monsiváis como Soledad Loaeza denominaron como «alta cultura» y «cultura popular», donde se marca un quiebre entre las tradicionales formas de representación cultural heredadas de tiempos de la revolución, hacia unas nuevas formas moldeadas por la influencia extranjera (Hollywood), como en el cine y la televisión y las vanguardias artísticas europeas y norteamericanas. Para Soledad Loaeza esa alta cultura estaba representada por la Revista Mexicana de Cultura de El Nacional (1947), La Cultura en México de Novedades (1949-1961) y México en la Cultura de la revista Siempre! (1962-1970), donde se fomentó la poesía, la literatura, el teatro, la música y el cine23.
En 1950 se publicó el ensayo El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz que, a juicio de Armando Pereira, es un punto de quiebre donde se empieza a desplazar el discurso cultural nacionalista y se muestra a un «ser mexicano» más cercano a las zonas marginales de las periferias de las ciudades, donde se manifiestan «valores, hábitos y formas de vida nuevos esencialmente urbanos, más acordes con esa hasta entonces incipiente clase media, cuyos anhelos e intereses, sin embargo, cobran cada vez más fuerza en la escena nacional»24. Las formas literarias son un indicador del clima de los tiempos y, aunque con Rufino Tamayo ya se había marcado una distancia de la estética de las artes plásticas tradicionales, la presencia de Octavio Paz fue determinante en varios momentos de la vida cultural mexicana, sobre todo cuando años más adelante se desmarcó de esa tendencia de cultura estatal oficial.
Iniciando el sexenio de Adolfo López Mateos, el país comienza a sentir brotes de autoritarismo producto del cierre cada vez más marcado del sistema político frente a nuevos actores sociales disidentes del sistema clientelar. Hasta ese momento existía una «critica oficial», es decir, un sector intelectual del periodismo que hacía las veces de detractor del sistema con poca reflexión político-crítica. Eso sí, el Estado procuraba censurar las manifestaciones artísticas que atentaran contra los valores de la sociedad:
Se prohibían películas como De repente en el verano (1959) de Joseph L. Mankiewicz, porque trataba el tema homosexual, o La Sal de la Tierra (1954) de Helbert Biberman que narraba la huelga de unos mineros y que era acusada de película comunista. Y obras de teatro como La Celestina por inmoral o La Sombra del Caudillo que fue censurada hasta 199225.
Las trasformaciones de orden social a nivel internacional, como los movimientos de liberación nacional, la revolución cubana, el hipismo y la lucha por los derechos se reflejaron en nuevas actitudes donde la categoría de «jóvenes» comenzó a ser asociada con ciertas prácticas, modelos de consumo y actitudes frente al poder y la sociedad. «Reciben la influencia del pop-art, de los comics, de la televisión, del cine norteamericano, oyen rock, y se instala una forma de vestir, de oír música, de ver cine, manera de hablar»26.
recisamente en el movimiento estudiantil mexicano es donde se encarnarán todos esos valores contraculturales y al tiempo va a ser el discurso legitimador de la represión que va a desembocar en el trágico octubre de 1968. Lo ocurrido en la plaza de Tlatelolco fue el punto de inflexión del sistema político mexicano y de gran repercusión al interior en la sociedad hasta la actualidad. Para Loaeza, este movimiento fue «una poderosa protesta política, pero su trascendencia se explica porque tuvo una vigorosa dimensión cultural que sostenían las obras de arte, la literatura, la poesía y el cine que hablaban de independencia y se enriquecían en la crítica»27. Es decir, la manifestación estudiantil representó a una generación ajena al ya lejano nacionalismo posrevolucionario y a la vez a aquella que vivió las bondades del desarrollismo del milagro mexicano y que presenciaría la ola de nuevos cambios culturales que vivía el mundo.
Por su parte, Monsiváis sostiene que lo que ocurrió en 1968 fue una ruptura de la «unidad nacional cultural». Ante la masacre de 1968, un grupo de escritores, artistas e intelectuales se empezaron a manifestar directamente frente al Estado. Particularmente cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz asume una postura política pública de resolver la crítica, las manifestaciones de protestas, con una postura clara de autoridad, censura y no negociación.
Tras la represión del movimiento de 1968 y la matanza del 2 de octubre, el gobierno del PRI trató de legitimar discursiva e institucionalmente su continuidad. Luis Echeverría asume la presidencia en 1970 con un discurso de apertura democrática, incluyó a los diferentes sectores sociales, organizaciones, grupos políticos, partidos e intelectuales de izquierda. Sin embargo, la represión a la movilización social, como la manifestación del 10 de junio de 1971, así como la descalificación de manifestaciones culturales, como por ejemplo el festival de rock de Avándaro (1971), demostró el continuismo de la política estatal represiva del gobierno antecesor.
Frente a ello se da un fenómeno contracultural en el campo de las letras, como lo han denominado algunos estudiosos sobre el tema, particularmente frente a la censura de prácticas, discursos, actitudes «nocivas» a los valores tradicionales, y cuya lupa cae principalmente en la música, modas, muestras artísticas y literarias. Como producto surgió un grupo de escritores que la crítica literaria llamó como «literatura de onda», los cuales van a representar en sus páginas, alusiones asociadas a esas prácticas censuradas, como el consumo de drogas, le rebeldía, la música y letras desafiantes al orden establecido.
Sus principales exponentes fueron: José Agustín con la novela De perfil (1966), Gustavo Sáinz con Gazapo (1965) y Parménides García Saldaña con Pasto verde (1968). Publicaron algunos relatos y fragmentos de novelas en las revistas Diálogos, México en la Cultura (suplemento cultural del periódico Novedades), La Cultura en México (suplemento cultural de la revista Siempre!), Cuadernos del Viento, Bellas Artes, Punto de Partida, Mester, Estaciones, Pop, La Piedra Rodante, Claudia (revista de modas) y Caballero (revista para hombres).
A pesar de ese quiebre contracultural, la «alta cultura» escrita referida a los escritores «consagrados», o que a lo sumo no había manifestado una clara postura frente al régimen en sus diferentes manifestaciones, seguía siendo el factor principal que identificaba el clima literario mexicano de la época. Un espacio definido sobre todo por obras de autores -artistas, escritores- individuales más que por grupos o movimientos literarios. Algunos más cercanos, otros más lejanos al régimen, pero de una u otra forma mostraban, como lo afirma Monsiváis a manera de crítica, una especie de «despotismo ilustrado» con nombres reconocidos, nacional e internacionalmente que promovía la legitimación del clima cultural de la época. Entre ellos: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Femando Benítez, José Revueltas, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, David Alfaro Siqueiros, José Luis Cuevas, Rufino Tamayo, Carlos Chávez, Alejandro Jodorovsky, Juan José Arreola, Juan García Ponce, entre otros28.
La interpretación que realiza Monsiváis sobre la época sin lugar a duda reviste un tono de crítica, salpicado con cierto tono sarcástico, muestra su postura política mezclada con un interés académico por documentar la época. Para el autor, durante el sexenio de Echeverría, su aparente apertura democrática vinculó a muchos intelectuales, escritores y artistas siempre y cuando se sujetaran a los límites que permitía la crítica oficial, o como afirma «si se acatan las reglas de juego». En ese contexto de autocensura, escritores profesionales ingresaron a las universidades, los intelectuales gozaron de mayores libertades, no hubo censura para el libro y en periódicos y revistas fue posible practicar el disentimiento29.
La situación ocurrió diferente en Colombia en medio de una incipiente vida cultural y editorial, no porque no existiera, sino porque el conflictivo contexto de violencia y agitación social concentraba los intereses políticos y económicos del Estado. Apenas empezaban a figurar nombres que serían sobresalientes en el ámbito literario en la década del ochenta, como Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis. Los setenta fueron años de agitación social, sobre todo durante el gobierno conservador de Misael Pastrana Borrero (1970-1974). La irrupción de un bloque opositor al Frente Nacional que ya daba muestras de desgaste del régimen cimentaba la idea de un cambio político. El Frente Nacional, que se conformó como una salida política a décadas de violencia bipartidista, agudizó los cierres democráticos e instauró una política de estado represiva que se iba a desplazar hasta la década de los ochenta con sucesivos estados de sitio.
En ese clima, en 1974 surgió Alternativa, una revista que realizó una labor crítica, no solo de los gobiernos posteriores al Frente Nacional, sino a la gran prensa representada en El Tiempo, El Espectador y El Siglo. Encabezada por Orlando Fals Borda, Enrique Santos y Gabriel García Márquez, la revista intentó darles cabida a todas las formas de pensamiento del espectro político colombiano que no tenían espacio en los medios tradicionales. La revista recibió un atentado terrorista por las constantes críticas que hacía a los gobiernos, a la violación de los derechos humanos por algunos miembros del Estado y a la incursión del narcotráfico en la política nacional.
Gabriel García Márquez, nobel de literatura colombiano, ya había descrito en Cien Años de Soledad la masacre de las bananeras, una de las primeras masacres en Colombia. Utilizó el realismo mágico como trasfondo testimonial de la historia colombiana. Fue reconocida su militancia política frente a los regímenes autoritarios en América Latina, junto a escritores como Carlos Fuentes. Alternativa fue una de las principales revistas de oposición al régimen y apoyó las primeras denuncias públicas de violación de derechos humanos en Colombia.
En 1974, se publicó el informe del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos (CSPP) con el objetivo de denunciar la violencia estatal en términos de derechos humanos en Colombia. Según el CSPP, el Frente Nacional se valía del estado de sitio como mecanismo constitucional responsable de la militarización del sistema y la progresiva violencia contra disidentes. El régimen de emergencia hacía posible que mediante una fachada de institucionalidad se cometieran abusos. Lo interesante es que este es uno de los primeros informes detallados con testimonios, pruebas y fotografías que documentan ese periodo30.
En palabras de César Augusto Ayala:
Alternativa fue una revista política que se constituyó a su vez en un acontecimiento cultural. Obedecía al momento histórico-político que vivía el país: la culminación del pacto de gobiernos compartidos y a la proliferación de movimientos políticos de la izquierda. Su nombre y su eslogan así lo indicaban: Alternativa. Atreverse a pensar es empezar a luchar31.
Efectivamente como sostiene el autor, en la década del setenta en Colombia, a pesar del cierre democrático del Frente Nacional que llegaba a su final, es cuando más se gestan movimientos y organizaciones sociales, civiles y políticas. Precisamente uno de los más importantes y de mayor trascendencia en la escena política fue el Frente Unido del cura guerrillero Camilo Torres.
De 1970 a 1974, se allana la revista junto a otros periódicos y editoriales, como Colombia Nueva. Se empleó el «delito de opinión» que consistía en censurar y juzgar a medios opositores al régimen. En 1972 se denunció el exterminio a 99 comunidades indígenas de los guahibos en los llanos orientales. Y este momento, no se escapa a situaciones curiosas como la detención a varios publicistas por portar pancartas de un concierto del cantante Carlos Santana, que lo confundieron con pasquines de Carlos Marx y los acusaron de agitadores. El Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) le negó la visa al cantante argentino Piero, ya que el gobierno lo consideraba un elemento peligroso y subversivo por cantar canciones antiimperialistas. También se prohibió en 1974 la película La Sangre del Cóndor en la cinemateca distrital, porque denunciaba a un grupo de cuerpos de paz de Estados Unidos que aplicaba el control de la natalidad y esterilización a una comunidad de indígenas bolivianos.
Por otra parte, la incursión del nadaísmo32 en la escena artística y cultural colombiana trastocó un poco la tranquilidad y normatividad de la vida literaria, política y religiosa, al igual que la literatura de onda y el Corno Emplumado en México. Daniel Llano la define como
la expresión artística más influyente de la segunda mitad del siglo xx en Colombia, ya que los poetas que surgieron a partir de la década de los setenta tomaron una posición (favorable o adversa) con respecto al ejercicio de creación poética del movimiento33.
El nadaísmo surge en 1958 cuando en Medellín aparece el Manifiesto Nadaísta, folleto firmado por el poeta Gonzalo Arango. La divulgación de su obra se dio primero a través de la revista Nada, y luego con Nadaísmo 70, con ocho números. Entre sus principales integrantes estuvo Elmo Valencia, los poetas Jaime Jaramillo Escobar (alias X504), Eduardo Escobar, Darío Lemos, el novelista Humberto Navarro y los cuentistas Amílcar Osorio y Jaime Espinel.
El suplemento literario del diario el Crisol de Cali, Esquirla, fue el principal medio de difusión del nadaísmo y el escenario a través del cual se libraron enconados debates en torno a la concepción de la literatura y el deber intelectual del escritor. Aunque su postura en los primeros años siempre tuvo un sentido eminentemente de creación poética, Gonzalo Arango siempre recalcó un carácter de «protesta, desobediencia y combativo» de la creación poética y artística. Según Giraldo «con sus gestos contestatarios, irreverentes, iconoclastas e histriónicos, los nadaístas asumen una actitud de franco reproche al status quo y en sus escritos antipoéticos o a-poéticos, anti-literarios y extraliterarios, proponen una vanguardia criolla»34.
Álvaro Acevedo Tarazona afirma que el movimiento nadaísta manifiesta a través de su obra «el inacabado proyecto de nación colombiana, entre un permanente conflicto entre la idea de tradición y lo moderno, entre la barbarie y la cultura»35. Si el proyecto político de formación de la nación colombiana durante el siglo XIX estuvo fundamentado en las creencias, valores e idearios políticos, sociales y religiosos que propendían por la creación de la nación colombiana, el siglo xx ve sucumbir el proyecto, al punto de generar más elementos de distancia que de unidad. Dicho grupo literario y artístico viene a representar esa sensación de malestar social, tras el fracaso del proyecto ideal de nación y la cada vez más fragmentada sociedad colombiana en el contexto de la violencia política.
El caso fue similar en México en 1962, en donde se inició un proceso de toma de distancia frente al «nacionalismo cultural» que caracterizaba el mundo literario, ya que surgieron publicaciones con tendencias vanguardistas con influencias del movimiento beat norteamericano, como por ejemplo El Corno Emplumado de Margaret Randall y Sergio Mondragón. La revista, más que movimiento literario, recibió el influjo del movimiento beat norteamericano. Como afirma Llano:
A lo largo de la década la revista se presentó como alternativa frente a la guerra fría cultural, al propiciar una comunicación en la que primaron la poesía y la literatura. Junto a Eco contemporáneo (1961-1969) de Buenos Aires, este tipo de publicaciones independientes permitieron visibilizar a los nadaístas más allá de la resonancia local de sus manifiestos. Esta experiencia latinoamericana posibilita apreciar cómo grupos con posiciones ideológicas disímiles recurrieron a las mismas prácticas para significar la inconformidad en sus contextos nacionales36.
IV
Es preciso afirmar que, desde antes de los sucesos fundamentales en la historia latinoamericana de mediados de siglo, entre ellos la revolución cubana, las publicaciones periódicas ya marcaban una tendencia importante más allá de ser simples órganos de difusión cultural. Ya configuraban ese nuevo perfil del escritor intelectual latinoamericano, portavoz crítico de la realidad. Al respecto afirma Claudia Gilman:
Sin duda, uno de los espacios centrales de intervención más importantes de la época fueron las revistas (que en términos generales se denominan políticos-culturales) en su conjunto. Las redes constituidas por las diversas publicaciones y sus ecos fueron cruciales para alentar la confianza en la potencia discursiva de los intelectuales37.
Como lo plantea Gilman38, las revistas literarias en América Latina tenían más un carácter de tipo político-cultural, en la medida en que se convirtieron en el medio donde se perfiló un nuevo escritor-intelectual comprometido con su realidad; ya que por su forma y estilo permitió una posibilidad mayor de difusión entre grandes sectores de la sociedad y por esa vía difundió las diferentes ideas, debates y posturas sobre la realidad de esos años.
Precisamente el caso cubano fue un motor que impulsó toda una generación de escritores e intelectuales, y cambió también la perspectiva con la que se analizaban los problemas latinoamericanos. Ello generó una ola de producción cultural en todas sus formas, géneros y temáticas. También fue el motivo por el cual algunos regímenes políticos iniciaron los procesos de censura y persecución a medios e intelectuales que se expresaban a favor del cambio político.
Desde 1959, la revista Casa de las Américas se convirtió en una institución articuladora del pensamiento de oposición a los gobiernos y regímenes políticos de derecha o militarista. También acogió a toda una generación de escritores que, como lo afirma Gilman, constituyeron el centro del futuro boom, como Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez. También impulsó los semanarios latinoamericanos como Siempre (México), Primera Plana, (Buenos Aires) y Marcha (Montevideo)39.
«Lo político» se instaló como vector y orientador editorial no solo en las revistas de letras, sino en los periódicos. La generación de escritores latinoamericanos encontró en el género de la novela, o nueva novela latinoamericana, un lugar posible donde podían representar esos cambios sociopolíticos que vivían las repúblicas latinoamericanas. Para Gilman:
La radicalización de los intelectuales se inscribió también en la crisis generalizada de los valores e instituciones tradicionales de la política: la democracia parlamentaria, los partidos, los políticos mismos e incluso los modos tradicionales de la representación política, que constituyen algunos de los rasgos de época40.
Por ejemplo, en México uno de los suplementos más influyentes que vivió un proceso similar de cambio fue México en la Cultura del periódico Novedades. De 1949 a 1961 fue dirigido por Fernando Benítez, quien al final de su periodo como director defendió la revolución cubana, razón por la cual fue despedido41. Luego pasaría al semanario Siempre!, donde inició el proyecto La Cultura en México con el apoyo del presidente Adolfo López Mateos y siguió escribiendo para El Nacional y para revistas como Cuadernos Americanos.
Como lo afirma Odilia Torres, México en la Cultura logró integrar a escritores como León Felipe, Luis Cernuda y Alfonso Reyes. Sin embargo, y a pesar de ser unos de los principales medios difusores de la cultura mexicana, fue censurada cuando su línea editorial manifestó rechazo a la represión del movimiento encabezado por el activista político Rubén Jaramillo y las movilizaciones de trabajadores ferrocarrileros de 1959, y su participación y sus posicionamientos sobre la revolución cubana42.
Por otro lado, Patricia Cabrera sostiene que La Cultura en México aspiraba a constituirse en una publicación plural tanto literaria como de reportajes, entrevistas y ensayos de escritores conocidos en América Latina y de Europa. «La fórmula combinaba tradición y modernidad, pero también aprovechaba la consagración de varios intelectuales», como David Alfaro Siqueiros, Alejo Carpentier, Agustín Yáñez, Alfonso Caso, C. Wright Mills, Pablo Neruda, Octavio Paz, Sebastián Salazar Bondy, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Gabriel García Márquez y Tomas Eloy Martínez43.
Sobre los acontecimientos de 1968 y la defensa que asumió la revista frente a la represión estudiantil bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, Fernando Benítez fue destituido también de la dirección del suplemento en 1972. Al frente quedo José Emilio Pacheco, aunque ese mismo año ocuparon el puesto Carlos Fuentes, Enrique González Casanova y, finalmente, Carlos Monsiváis44.
Para López Mijares, el poder de La Cultura en México como medio es gracias a que se convirtió en «el único órgano capaz de contradecir versiones oficiales u oficiosas de la "gran prensa" y en general de la inmensa mayoría de las publicaciones periódicas nacionales sobre temas conflictivos». Temas como las secuelas de la represión a los movimientos de médicos, maestros y ferrocarrileros; asimismo, a fines de los cincuenta, los conflictos agrarios, y el conflicto entre los estudiantes y el gobierno en 196845.
La revista buscaba como estrategia difundir diversas posiciones ideológico-políticas, y no la de inclinarse por una sola. Junto a su posición frente a la masacre de Tlatelolco, también se expresó sobre la represión del jueves de Corpus en 1971. Algunos ejemplos puntuales son: la difusión de información izquierdista, la publicación de fotos y documentos del mayo francés, escritos por Carlos Fuentes, la publicación de la renuncia de Octavio Paz a su cargo diplomático en India y la carta del Pen Club para protestar contra el encarcelamiento del escritor José Revueltas46.
Plural surgió como expresión de una inconformidad intelectual frente a lo que Octavio Paz consideraba «la incomprensión de los intelectuales latinoamericanos y de los norteamericanos hacia los problemas de la región». Planteaba que era necesario
recuperar la capacidad para pensar en nuestros propios términos los temas latinoamericanos, a partir de un conocimiento de los problemas específicos de la región, recuperando para ello una memoria y una visión históricas libres de coartadas y falacias ideológicas o doctrinales47.
Hasta 1976 tanto Plural como La Cultura en México mantuvieron su posición editorial frente al gobierno y el giro autoritario. A mediados de ese año, Octavio Paz dejó la dirección de la revista porque se solidarizó con el periodista Julio Scherer García, director del diario Excélsior, a causa de su salida producto de la censura a la posición crítica frente al gobierno de Luis Echeverría. Por ello, además de Paz, un grupo de periodistas y colaboradores renunciaron a Excélsior y sus otras publicaciones48.
Los años setenta en México, a diferencia de Colombia, los movimientos sociales, las luchas de liberación nacional, la influencia del rock y la revolución sexual alcanzaron un mayor eco en los medios impresos. Aunque existían manifestaciones similares y movilizaciones, en Colombia se hacían bajo la sombra de un régimen en constante estado de sitio, durante el Frente Nacional, eminentemente conservador y religioso, donde muchas de esas prácticas eran limitadas y con poca resonancia.
Así pues, para concluir podemos decir que dentro de la diversidad de géneros que circulaban a mediados de siglo XX, la revista de letras fue uno de los principales medios donde circulaba el acontecer cultural de la ciudad y en definitiva el retrato de la vida social y cotidiana. Sin embargo, con el paso del tiempo y la agudización del conflicto, numerosas revistas que antaño nacieron como una propuesta exclusivamente encaminada a la difusión cultural se convirtieron en fortines políticos, de crítica y denuncia, como postura frente a la censura de los diferentes gobiernos. Esto marcó el grado de influencia en la opinión pública política sobre el conflicto en ambos países.
A partir de mediados de la década del cincuenta tanto en México como en Colombia, el sistema político ha sido identificado por varios estudios como el principal agente detonador de violencia política. Sin embargo, también es posible extender dicha calificación a los actos de otro tipo de actores, paralegales o insurgentes, que en todo caso utilizaron la violencia con el fin de producir efectos de tipo político. La violencia política no es un asunto que gira solamente en función del Estado o la institucionalidad, sino también en representaciones culturales y de las prácticas políticas que estas representaciones conllevan.
Por ello el campo cultural y literario en general comprende una representación de diversos aspectos del mundo social, desde el plano de la ficción. Su relación con el contexto histórico es compleja, pues recoge acontecimientos reales y los resignifica en una escala de valores muchas veces independiente a la generada por otros estudios como el de las ciencias sociales. Los textos literarios nutren las tramas de sus relatos de hechos cotidianos, de valoraciones sobre procesos socioeconómicos, de percepciones de los escritores sobre la política y de la cultura de un periodo histórico.
El boom editorial que representó esa generación de escritores puso a América Latina en el mapa de la creación literaria, dejando de lado las literaturas locales. No solo a través de la masiva publicación de obras, sino de temas que tenían que ver con dichos cambios políticos y sociales. Durante estas décadas se cultivó en primera medida la narrativa y dentro de ella la novela y el cuento, donde se consagra y se suele nombrar recurrentemente a los premios nobel García Márquez en el caso colombiano y a Octavio Paz en México, entre muchos otros.
Además, ese boom que consagró a varios escritores de Latinoamérica propició también el surgimiento de ciertas formas de escritura dentro del mismo género narrativo. Estas resultaron al margen de los grandes tirajes editoriales y sirvieron como una especie de ruta de escape ante la censura, además de satisfacer la necesidad de registrar el contexto que vivía la sociedad y que posteriormente se conocerían como literatura testimonial latinoamericana.
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Notas
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