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Recepción: 24 agosto 2024
Aprobación: 09 octubre 2024
Resumen: Este trabajo se centra en el análisis del Ocampazo y sus significados tanto para el inicio de un ciclo de protesta (1969–1973) que incluye diversos «azos» a nivel nacional, como el impacto que tuvo en la vinculación de diversos actores y sectores que se organizaron en torno a diferentes tipos de militancias en esta época de radicalización política. En particular, nos centramos en los orígenes de la militancia político revolucionaria en la zona. Partiendo de la investigación más amplia realizada para la tesis doctoral en historia, estudiamos al Ocampazo en diálogo con las organizaciones político–militares (OPM) peronistas de la ciudad de Santa Fe, reconociendo algunas trayectorias que evidenciaron sus redes y vinculaciones. Abordamos los significados profundos de este «azo» y sus derivas en la zona analizada.
Palabras clave: Ocampazo, Azos, organizaciones político-militares peronista, ciclo de protesta, militancias políticas.
Abstract: This work focuses on the analysis of the Ocampazo and its meanings both for the beginning of a cycle of protest (1969–1973) that includes various «azos» at the national level, and the impact it had on the connection of various actors and sectors that They organized around different types of militancy in this era of political radicalization. In particular, we focus on the origins of revolutionary political militancy in the area. Starting from the broader research carried out for the doctoral thesis in history, we studied Ocampazo in dialogue with the Peronist political–military organizations (OPM) of the city of Santa Fe, recognizing some trajectories that evidenced their networks and links. We studied the deep meanings of this «azo» and its drifts in the analyzed area.
Keywords: Ocampazo, Azos, Peronist political-military organizations, protest cycle, political militancy.
Introducción
El presente artículo se inscribe en un estudio más amplio que abarcó la tesis doctoral en historia centrada en una investigación de la militancia revolucionaria peronista, en Santa Fe entre los años 1969 y 1973. Acudimos a los preceptos de la historia local (Andújar, 2021; Bandieri, 2021) que no sólo alude a un determinado espacio geográfico, sino que también, y sobre todo, refiere a una particular forma de ajustar los lentes con los que se mira dicho espacio. En este sentido, plantear un estudio local y localizado radica en la posibilidad de complejizar esta mirada particularista con explicaciones más abarcativas que esbocen respuestas y más preguntas a problemáticas de índole general.
Desde esta óptica proponemos el estudio del Ocampazo como el primer «azo» que abrió el ciclo de protesta de los años 1969–1973 y que tuvo un importante diálogo con diferentes sectores y actores de la ciudad de Santa Fe. A partir de este análisis se busca contribuir al conocimiento tanto del ciclo de «azos» que se produjeron en el período, como de los orígenes de la militancia político revolucionaria en la zona; a la vez que habilitar nuevas preguntas respecto al activismo en la zona norte de la provincia de Santa Fe con el surgimiento de las Ligas Agrarias en 1971[1] (Moyano Walker, 2011).
Partimos de la pregunta por la especificidad de los «azos». Constituyen episodios de protesta masivos y multisectoriales que desafían el control público y las autoridades gubernamentales en algunos de sus niveles (local, provincial, nacional). Las movilizaciones tienen duración variada y en distintos casos se han reproducido episodios en cadena. Los enfrentamientos con la fuerza de seguridad, la represión y la violencia como amenaza latente fueron constantes que se repitieron en la mayoría de los «azos». En definitiva,
(…) estas protestas produjeron fuertes alteraciones en la dinámica de la vida cotidiana y desafiaron las normas que articulaban las relaciones sociales y políticas en estas localidades. Asimismo, en la mayoría de los casos, estas protestas forzaron la satisfacción de muchas de las demandas planteadas y cambios en la composición de las autoridades locales, provinciales y hasta, en algunos casos, nacionales (Ramírez, 2019, p.3).
Siguiendo esta perspectiva, analizamos el Ocampazo a partir de una serie de preguntas que esperamos responder a lo largo del artículo, aunque no se agoten en el marco del mismo. En primer término, nos centramos en el contexto histórico nacional y local del momento y estudiamos a las y los actores: ¿quiénes luchan?, ¿por qué luchan?, ¿cómo convergieron sus demandas?, ¿cuáles fueron los conflictos o demandas que las y los unieron? Por otro lado, entendiendo que se trata de acciones disruptivas que fueron más allá de demandas sectoriales: ¿cuáles fueron los mecanismos de movilización o repertorios de acción que permitieron moverse desde las protestas sectoriales hacia la rebelión colectiva? Sobre las identidades: ¿Qué sentidos se pusieron en juego?, ¿se modificaron identidades preexistentes? Y, por último, respecto a los resultados y consecuencias: ¿desafiaron las normas de articulación social?, ¿se satisficieron las demandas?
Para poder responder estas preguntas guías, iniciamos el artículo con la contextualización histórica general para pasar al tratamiento del ámbito local de la zona norte de la provincia de Santa Fe, culminando con un análisis de los significados del caso y algunas reflexiones finales.
Contexto histórico nacional y local
Para comenzar resulta imprescindible repasar los principales procesos socio–políticos y las formas culturales de las cuales fueron emergentes las y los militantes revolucionarios de los años '70 en la Argentina. Para ello, Gilman (2003) permite interiorizarnos directamente en los años ’60 y ‘70 con el concepto de época, entendiendo que tiene
(…) un espesor histórico propio y límites más o menos precisos, que la separan de la constelación inmediatamente anterior y de la inmediatamente posterior, rodeada a su vez por umbrales que permiten identificarla como una entidad temporal y conceptual por derecho propio (p.4).
Entonces los años '60 y '70 constituyeron un «bloque», en palabras de la autora, atravesado por una problemática común: la valorización de la política y la expectativa revolucionaria. Asimismo, ese proceso de radicalización se expresó en tiempos tan vertiginosos que la mejor metáfora para graficarlo sería: «la del carro furioso de la historia, que atropellaba a los tibios en su inevitable paso» (Gilman, 2003, p.5). Ese «carro furioso», a nivel mundial, se originó con los procesos revolucionarios de América Latina y Asia, y los procesos de descolonización en África. La dictadura militar de 1976, al igual que las dictaduras del Cono Sur de mediados de la década del '70 marcaron el reflujo de aquel movimiento tan vertiginoso.
En Argentina, además, podemos encontrar las raíces de esta época ubicándonos en el año 1955, con la Revolución Libertadora, que dio pie a la proscripción del peronismo, y el exilio de su líder. En nuestro caso entonces, dentro de este período de 1955 a 1976, profundizamos a su vez en un subperíodo que implicó un ciclo de protesta[2] (Herrera, 2008) abierto entre los años 1969–1973. Los «azos» que comenzaron en el año 1969 provocaron la crisis de dominación social del Onganiato y el aceleramiento del proceso de radicalización social y política. Amplios sectores de la sociedad —clase trabajadora, sectores medios, del campo de la cultura, de la Iglesia renovada y sectores estudiantiles— sintieron que debían «subirse a aquel carro» y protagonizar aquellos intensos procesos de transformación radical. La conjunción de los procesos de movilización social y política junto con el de modernización cultural de los años '60 y '70 fueron motorizados fundamentalmente por jóvenes, que se vincularon de diversa manera con el peronismo, con el socialismo y con la revolución, dando lugar al complejo fenómeno de la nueva izquierda en la Argentina (Tortti, 2014). En este contexto, se recortó una fracción de aquella juventud que comenzó a debatir acerca de la necesidad de utilizar la metodología de la lucha armada y la vía revolucionaria para la toma del poder.
El gobierno militar de la «Revolución Argentina» organizó su accionar en tres «tiempos»: el primero de ellos sería el económico, en el cual se esperaba avanzar en el desarrollo de la gran industria apuntando al avance de un sector productivo moderno y eficiente; en segundo lugar, vendría el «tiempo social» en el que se distribuiría la riqueza acumulada en el período previo; y por último se abriría un «tiempo político» de participación de la sociedad (De Riz, 2000). En la provincia de Santa Fe las fuerzas dictatoriales estuvieron bajo el liderazgo del General Eleodoro Sánchez Lahoz que había sido designado interventor en reemplazo del gobierno de los radicales del pueblo de Aldo Tessio y Eugenio Malaponte (1963–1966). Sánchez Lahoz gobernó durante un breve lapso de tiempo, en el cual decretó la disolución de la Legislatura provincial y la suspensión de toda actividad partidaria. Lo sucedió el contraalmirante Eladio Vázquez, el 5 de agosto de 1966, como gobernador militar hasta el año 1970 en que fue reemplazado por Guillermo Sánchez Almeyra, interventor de facto hasta 1973.[3] Los intendentes durante la Revolución Argentina fueron el Coronel Miguel A. Realmonte (1966–1967); José B. Ureta Cortés (1967–1968); Conrado Puccio (1969–1972) y el Coronel (Re) Francisco M. Sgabussi (1972–1973). Estas gestiones autoritarias y regresivas en términos sociales y políticos, presentaron su faceta modernizadora en relación al crecimiento y remodelación urbana, basada en la visión desarrollista que tenían las Fuerzas Armadas de estrecha conexión entre el desarrollo y la seguridad interior. Así, durante los años de la «Revolución Argentina» se continuaron gestiones previas de modernización y remodelación de la ciudad: se inauguraron importantes obras públicas como el túnel subfluvial que une Santa Fe con Entre Ríos por debajo del río Paraná; la autopista Santa Fe–Rosario y la terminal de ómnibus de la capital santafesina; a la vez que se construyó una importante avenida —denominada Blas Parera— que atraviesa de norte a sur la ciudad y se inauguró el Mercado de Hacienda Municipal, entre otras (Valentinuzzi de Pussetto, 2004 como se citó en Vega, 2016, p.103). Este tipo de obras se llevaron a cabo basándose en el «Programa Normalizador del Gobierno Nacional» impulsado por el ministro de Economía Krieger Vasena; que se basaba en la rebaja en los de los impuestos aduaneros, devaluación, liberación del tipo de cambio y congelamiento de los salarios en pos de la expansión de las inversiones de empresas extranjeras en el país (Pasquali, 2006). En la provincia de Santa Fe este programa estuvo acompañado por la sanción de la Ley de Promoción Industrial en 1968, que generó las condiciones propicias para dichas inversiones de capital (Decreto Ley N° 09132).
Así, se instalaron grandes empresas de capital extranjero en el área del Gran Rosario —al sur de la provincia— que ya concentraba la mayor parte de la producción industrial, agudizando las desproporciones en el desarrollo económico regional (Pasquali, 2006). Mientras que en el sur entonces, se concentraron las inversiones de capital en las medianas y pequeñas empresas de la industria metalúrgica; en la zona centro de la provincia la industrialización se orientó a la producción agropecuaria —en la fabricación de maquinaria liviana—; y en el norte provincial se atravesaron las duras condiciones que la retirada de La Forestal[4] estaba provocando:
Con la desaparición de La Forestal se desarticuló la economía de una región cuyo planteamiento y configuración habían estado subordinadas al capital extranjero. Indicadores sociales de ello fueron los altos índices de desocupación, analfabetismo y enfermedades infecciosas (por ejemplo, los altos porcentajes del mal de Chagas se encontraban en los distritos del norte) (Pasquali, 2006, p.199).
La instalación de La Forestal en el norte santafesino sobre un millón y medio de hectáreas, desde 1887, había generado una economía regional centrada en la explotación de la empresa. Al cerrarse en 1960, generó un fuerte impacto sobre una cantidad de poblaciones que perdieron desde su fuente laboral principal; hasta la conectividad con los centros urbanos más grandes, a partir del desmantelamiento de las vías férreas que se habían instalado.
En 1938, la empresa «La Forestal Argentina» adquiere las instalaciones de la fábrica de tanino propiedad de la «Compañía Industrial del Norte de Santa Fe», dedicándose esta exclusivamente a la industrialización del azúcar. Esto dio lugar a la construcción del Ingenio Arno, financiada con capitales de la región y de la ciudad de Rosario. El ingenio suponía, para la década de 1960 la principal fuente laboral de la región (Mondino, 2023, p.2).
Al producirse los recortes durante el gobierno de Onganía, se afectó fuertemente a la industria azucarera de los ingenios tucumanos y del norte de la provincia de Santa Fe. A partir de la Ley 17.163 el gobierno dispuso que los ingenios que no lleguen a las 8 toneladas de producción serían expropiados. De esta manera se cerraron doce ingenios y disminuyó la cantidad de productores cañeros. «(…) la producción de azúcar fue fijada para cada año y se establecieron en “cupos” —cuotas para cada productor controlados por la Dirección Nacional del Azúcar (DNA)» (Masin, 2011, p.5). Con todas estas medidas, la estructura agrícola menos concentrada fue duramente golpeada, en nuestra zona, afectando particularmente los ingenios del norte de Santa Fe en Villa Ocampo, Las Toscas y Tacuarendí (Borsatti, 1999). Por otro lado, los ingenios más poderosos de Salta y Jujuy que contaban, además, con capitales multinacionales, fueron beneficiados con estas políticas.
De esta manera, las políticas nacionales de racionalización en la industria azucarera e industrialización en otras áreas más pesadas de la economía afectaron de manera asimétrica tanto a nivel nacional como provincial. En los polos norte–sur de la provincia, la ciudad de Santa Fe quedó en una suerte de intermedio según el cual no se integró totalmente al desarrollo económico que hizo crecer notablemente al sur, pero tampoco se vio tan perjudicada como el norte provincial. Su condición de ciudad tradicional centrada en el sector de servicios y la administración pública, por ser capital provincial, le permitió subsistir en esa situación.
Los planes del gobierno de Onganía se vieron frustrados tras estallar la movilización social que lo llevará a la destitución de su mandato en 1970 y a un deterioro generalizado de la Revolución Argentina con el cuestionamiento cada vez más profundo y generalizado de diversos sectores de la sociedad (Brennan y Gordillo, 2008). Como afirmábamos, el Ocampazo abrió un ciclo de protestas que duró, al menos, hasta 1973 articulándose, en ese período, levantamientos populares con militancias políticas, político–revolucionarias, estudiantiles, sindicales y de diversos sectores de la sociedad civil. Pasaremos, a continuación, a analizar las particularidades de este «azo» rural, previo al Cordobazo y los siguientes que se produjeron en zonas urbanas.
El «Ocampazo», abril 1969
La «Marcha del hambre» fue la antesala santafesina de un mayo convulsionado que irá haciendo eclosión en distintos puntos del país. (Mayol, Habegger y Armada, 1970, p.152)
Se produjo en el norte de la provincia de Santa Fe uno de los primeros levantamientos populares que marcaron el proceso de agitaciones y descontentos del período. Como la mayoría de los «azos» de 1969, los descontentos se venían acumulando desde el período dictatorial del gobierno de Onganía en 1966. Ya hemos visto que las medidas económicas adoptadas por la Revolución Argentina afectaron de manera desigual el territorio provincial, acentuando las diferencias regionales entre norte–centro y sur.
Las y los trabajadores de los ingenios de Villa Ocampo y los ferroviarios de La Gallareta y Villa Guillermina[5] atravesaron un duro proceso de incertidumbre sobre su continuidad laboral. Tras meses sin cobrar su sueldo, las y los trabajadores del Ingenio Arno de Villa Ocampo se organizaron para marchar hacia la capital santafesina. Llevaron adelante asambleas y un importante plenario gremial que incluyó tanto, a integrantes de la CGT Azopardo como de la CGT de los Argentinos.[6] En dicha reunión tomaron la decisión de realizar la «Marcha del Hambre» en la que las y los trabajadores de las distintas localidades de la zona, marcharían hacia la capital provincial el 11 de abril de 1969.[7] Las primeras motivaciones claras, como podemos ver, tuvieron que ver con las necesidades de subsistencia frente a la crisis económica acarreada tras las políticas del gobierno de Onganía.
Tras la reunión de los diferentes delegados de la zona, quedó constituida la Mesa coordinadora del movimiento. Por su parte, en la ciudad de Santa Fe se llevó a cabo una asamblea popular de solidaridad y apoyo a los pueblos del norte y se resolvió constituir una Comisión gremial y popular presidida por Francisco Yacunissi[8] y José María Serra[9] que tuvo a su cargo la coordinación de la marcha. La comisión integró 21 delegados sindicales y 30 entidades populares, estudiantiles, políticas, del clero y la delegación de los pobladores del norte.[10]
La revista Cristianismo y Revolución (CyR) dedicó varias ediciones del año '69 al desarrollo del conflicto.[11] En el número 14 publicó el comunicado que la Mesa coordinadora hizo llegar con el planteo de sus demandas:
Exigimos que: La Gallareta y Villa Guillermina: No cierren sus vagonerías. Villa Ocampo: solucione su problema pagando a cañeros y obreros y funcionando de un modo normal su Ingenio cerrado. Cuña Boscosa: se entregue tierra a verdaderos hacheros y no se los desaloje de los campos que ocupan sin el pago de las indemnizaciones que corresponden. Reconquista: Tenga las industrias que absorban la desocupación. Tartagal, Intiyaco, Villa Ana, etc. dejen de ser «pueblos fantasmas».[12]
El descontento con las patronales y los gobiernos provincial y nacional fue expresado en los primeros cinco puntos del documento. Sobre todo, enunciaron una «advertencia»: «esta marcha es un aviso al gobierno; o soluciona nuestros problemas o… será el responsable de las medidas de lucha que adoptemos en defensa de nuestras aspiraciones». De esta manera, las demandas de la marcha fueron convergiendo, abarcando varios pueblos y localidades afectadas, y dirigiéndose principalmente, hacia las autoridades gubernamentales.
En Villa Ocampo, el mismo 11 de abril, se ocupó el edificio de la Intendencia durante varias horas.
Un grupo de alrededor de mil personas intentó ocupar la Casa Municipal de Villa Ocampo. Algunas de ellas penetraron y cometieron desmanes en el interior del edificio. Posteriormente lo abandonaron ante la proximidad de fuerzas policiales y se refugiaron en la iglesia que está situada al lado de la Comuna (…).[13]
A su vez, comenzó a circular la versión de que el intendente Alcibíades Zambrano había presentado la renuncia. En el número 43 del Semanario de la CGT de los Argentinos se publicó una nota de página completa donde se relataron los hechos de forma épica:
El plan consistía en salir a la ruta y unirse con los manifestantes de Villa Guillermina y La Gallareta. El pueblo entero salió con la bandera al frente, venció un primer cordón policial. Pero unas cuadras más adelante los esperaba la Guardia Rural en pleno, con fusiles FAL (…). El pueblo indefenso retrocedió, pero no estaba vencido. Media hora más tarde tomaba por asalto la Municipalidad, y obligaba al intendente a renunciar.[14]
Igualmente, se subrayó la presencia del gráfico Raimundo Ongaro[15] en la marcha, quien no sólo consiguió llegar al pueblo atravesando varios controles policiales, sino que logró encabezar la manifestación hacia la capital provincial. Según un informe del Servicio de Informaciones de Santa Fe del 17 de julio de 1970, «Fernando Abal Medina[16] habría estado en Villa Ocampo con “la marcha programada a Santa Fe” y los sucesos del 11 de abril de 1969, presumiblemente trajo a Ongaro a Villa Ocampo».[17] Su presencia y el hecho de que traspase los tres controles de seguridad, dieron cuenta de un grado de logística que evidentemente involucró a algunas figuras claves, como Fernando Abal Medina, la complicidad del pueblo y, probablemente, de algunos policías de la zona que colaboraron con los organizadores. Acompañando el relato de los hechos de la publicación de la CGT de los Argentinos, una fotografía retrata a Ongaro levantando los brazos junto a varios manifestantes que lo abrazaban; uno de ellos llevaba una bandera argentina que —según pie de foto— se encontraba agujereada por un balazo recibido.[18]
Según Roberto Perdía:
Varios miles de personas ocuparon la ruta que une al Chaco con Buenos Aires. A pesar de los férreos controles policiales, logramos que Raimundo Ongaro secretario general de la CGT de los Argentinos, pudiera llegar al sitio de la movilización (…). Ongaro junto con el Padre Rafael Yacuzzi, sacerdote a cargo de la parroquia de Villa Ana —un pueblo vecino— fueron los protagonistas principales de esa jornada que terminó con una represión a balazos que dispersó a los manifestantes (1997, p.79).
En la entrevista oral que le realizamos, detalla:
Yo viajo a Buenos Aires y me contacto con Ongaro, arreglo con él para que vaya a la zona. Lo llevamos a Ongaro, lo metemos clandestino. Villa Ocampo está a unos 90 kilómetros, 100 de Reconquista. Un abogado que después fue Juez, lo mete en su coche en el baúl, lo consigue llevar y sacar, por caminos secundarios porque ya estaba controlado. Ya la Gendarmería local que se llamaba la Guardia Rural de Los Pumas. Y aparece en el acto él, de la mano de Yacuzzi que es el otro jefe regional de la zona. Entonces los dos, una ebullición que fue importante para nosotros.[19]
Además de Ongaro y Yacuzzi,[20] representados cada uno con una fotografía, el semanario de la CGT de los Argentinos incluyó al pueblo de Villa Ocampo como actor central del conflicto. Con otra imagen se mostró una multitud reunida bajo el título: «El Pueblo de Villa Ocampo obliga al intendente Zambrana a renunciar». A pesar de esta triple imagen que dialogó y generó una representación triunfal de los acontecimientos, si recurrimos a otras fuentes, observamos que los resultados no fueron tan prósperos. La renuncia del intendente no se concretó y la marcha fue obligada a retroceder por las fuerzas de seguridad de la provincia.
Las y los 10.000 trabajadores, desocupados, campesinos y pequeños propietarios que se congregaron para marchar por la ruta 11 a pie, hacia la ciudad de Santa Fe, fueron impedidos de avanzar por las fuerzas policiales que realizaron diversos operativos. En La Gallareta fueron detenidas 11 personas, entre ellos Francisco Yacunissi.[21] El mismo final tuvo la columna de más de mil personas que partía de Villa Guillermina, pudiendo avanzar tres kilómetros, ya que las fuerzas de seguridad les cerraron el paso. Efectivamente la movilización, acompañada y apoyada por sectores combativos del catolicismo posconciliar, fue impedida por centenares de uniformados de la policía provincial, la guardia rural y gendarmería con una fuerte represión.[22]
Pero, como nos preguntábamos al comienzo, ¿los resultados y las consecuencias del Ocampazo se agotan allí? Por supuesto que no.
Resultados, significados y derivas del Ocampazo
Si bien la marcha efectivamente fue reprimida, se detuvieron militantes y no renunció el intendente de Villa Ocampo, los significados fueron más allá de estos resultados. En principio podríamos decir que se logró visibilizar la crisis que sufría la región del norte de la provincia, con una cobertura de medios de comunicación regionales y nacionales. Pudimos ver la confluencia de varios actores movilizados que se solidarizaron; pero también sectores de la población que acompañaron los reclamos de obreros y productores cañeros, como el caso de comerciantes —que eran afectados directamente— o como otros actores políticos y sindicales que tuvieron roles preponderantes en la lucha. La presencia de figuras claves[23] como la de Ongaro y de los curas Yacuzzi y Serra, entre otras, significó un importante alineamiento del sector sindical y clerical hacia una posición política combativa en la práctica: «para enfrentar a la fuerza hay que ir con otro tipo de fuerzas» (Lanusse, 2007, p.65). A nivel político, diversos sectores confluyeron en el Ocampazo:
No caben dudas que el «centro dirigente» de la lucha no fue exclusividad de una sola fuerza política o social, sino que fue compartida por varios actores, entre los cuales los sectores eclesiásticos radicalizados y el peronismo de base estuvieron un paso por delante, por su influencia y raigambre histórica en el territorio. Sin embargo, el PCA [Partido Comunista Argentino] fue un actor relevante, por el peso ganado por el partido en las coordinadoras y la autoridad política conquistada entre la población ocampense (Mondino, 2023, p.21).
Como afirma Mondino (2023) si bien no fueron los únicos, los sectores peronistas estuvieron «un paso por delante» del resto. Entre las y los actores radicalizados que fueron parte del Ocampazo, algunos eran cercanos a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), a la vez que se constituyeron como el «Grupo Reconquista» (Lanusse, 2007) que luego será parte de los grupos originarios de Montoneros. Esta organización venía llevándose a cabo con mayor precisión desde 1967, en palabras de Roberto Perdía:
Nosotros hicimos una reunión exactamente el día que muere el «Che»[24]. No recuerdo bien cuántos compañeros éramos, pero habremos sido 13, 14 o 15 compañeros. Y ahí se decide armar un grupo político, político–militar para empezar a avanzar en una especie de respuesta a la dictadura. Y esa reunión la hicimos en la sala parroquial de Villa Ana…[25]
Como sabemos Rafael Yacuzzi era el cura de la parroquia de Villa Ana, pertenecía al MSTM y evidentemente venía desarrollando un trabajo político previo al desenlace del conflicto en Villa Ocampo.
Tras aquella reunión, que recuerda Perdía, se formó una especie de embrión de célula guerrillera rural, lo que Lanusse (2007) denominó el «Grupo Reconquista». Para el año 1968 este grupo comenzó a articular con quienes estaban organizando las FAP, ya que estos vieron la posibilidad de que en el norte santafesino se detone un foco revolucionario (Lanusse, 2007). En el Grupo Reconquista, además de Roberto Perdía y Rafael Yacuzzi participó Hugo Medina,[26] y varios curas, seminaristas, maestros, dirigentes sindicales y hacheros de Villa Ocampo. A partir de la profundización de las actividades políticas de compromiso social llevada a cabo por el catolicismo renovador, muchos de ellos se habían encontrado en Campamentos Universitarios de Trabajo (CUT) y reuniones diversas con anterioridad:
El norte santafesino fue un sitio elegido por Llorens y Mugica para varios campamentos de este tipo. En el barrio «La Cortada» de Reconquista, en Fortín Olmos y Tartagal —zonas de obrajes y hacheros— fogones y guitarreadas servían de excusa para largas discusiones sobre los caminos a recorrer (Perdía, 1997, p.64).
El padre José María Llorens organizaba los CUT,[27] y el padre Carlos Mugica convocaba y reunía jóvenes en diversos campamentos y reuniones de reflexión y solidaridad. La idea era sentar las bases para un desarrollo gremial, territorial y entramado político–social sobre la cual poder «alzarse» militarmente cuando sea el momento.
Tras el golpe de Onganía, el norte de la provincia de Santa Fe comenzó a cobrar particular importancia para muchos de los grupos más radicalizados del país. Debido a sus densos bosques, era el lugar donde comenzaba "el país de la guerrilla", propicio para iniciar la lucha rural que emulara la Revolución Cubana. Por otra parte, era una zona con recurrentes conflictos gremiales y no estaba tan lejos de Buenos Aires como Tucumán o Salta (Lanusse, 2007, p.133).
La trayectoria militante de Roberto Perdía es interesante para analizar la experiencia histórica de este grupo y las vinculaciones tempranas con FAP. Perdía había sido influenciado por estas ideas y experiencias, y decidió acercarse a Reconquista. Allí conoció a Arturo Paoli, un cura italiano que emigró hacia Argentina con un interés muy claro en ayudar al mundo obrero y al mundo de los pobres. Perdía provenía de una familia de pequeños productores rurales de la provincia de Buenos Aires, y comenzó a preocuparse por los pobladores del interior del país que debían migrar frecuentemente en búsqueda de mejores condiciones de vida. En 1965 se ubicó en Reconquista. Ya abogado, se puso a trabajar en un estudio jurídico. Instalado allí, y con la convicción de contribuir a la organización de los pobladores de la zona, armó un estudio jurídico–contable, junto a dos contadores (Perdía, 1997). Desde allí asesoraron a varios sindicatos de la zona (azucareros, metalúrgicos, construcción, etc.); conformaron también una Seccional de la Federación de Trabajadores Rurales (FATRE), apoyando la agrupación de los trabajadores de los obrajes de la zona. Según el testimonio de Perdía, en Fortín Olmos lograron poner en práctica unas especies de convenios colectivos de trabajo «de hecho». Ejercían presión sobre las patronales para que acepten mejoras en las condiciones laborales de los trabajadores. En 1966 asistió a un campamento de misioneros cristianos convocado por el Padre Mugica y allí conoció a Mario Firmenich, a Carlos Gustavo Ramus y a otros jóvenes que no superaban los 18 años de edad (Lanusse, 2007). Al año siguiente, en un plenario convocado por Cristianismo y Revolución en Quilmes conoció a Fernando Abal Medina (vocero del Comando Camilo Torres en aquel momento). A partir de estas redes viajó en varias oportunidades de Reconquista a Buenos Aires.
Nos vinculamos con los compañeros de la FAP en Buenos Aires, empezamos a coordinar con ellos. Y en el año '68, un año después digamos de la fundación, teníamos una reunión con la FAP para decidir qué era lo que íbamos a hacer: si armábamos un grupo guerrillero en la zona norte de Santa Fe, si nos sumábamos a Tucumán o demás... esa reunión no se hizo, porque el grupo de la FAP cayó antes y quedamos ahí boyando.[28]
Antes de la experiencia de Taco Ralo,[29] Perdía había tenido contacto con los militantes de FAP, Néstor Verdinelli y Amanda Peralta. Con ellos habían acordado la integración del grupo del norte de Santa Fe a la OPM (Lanusse, 2007). Como afirma Perdía en su relato, tenían pendiente otra reunión en la que definirían la forma de participación del grupo en las FAP, pero ante la caída en Taco Ralo «quedaron boyando» un tiempo.
Al momento de producirse el Ocampazo, Perdía y Medina ya sabían que iban a marcharse de Reconquista. Las FAP se planteó su reorganización y le pidió al grupo del norte de Santa Fe que se marcharan a Tucumán y Salta para la reconstrucción de la OPM allí.
La FAP nos pide entonces que nos vayamos —como teníamos experiencia en la zona rural— que nos vayamos a Tucumán y Salta a retomar ese trabajo. En aquella época, el centro, el objetivo guerrillero era en el campo y no la ciudad. Y nos fuimos para allá, para Salta y Tucumán, a reorganizar o a tomar lo que había quedado de la FAP. A trabajar con eso.[30]
Hugo Medina fue destinado a Tucumán en abril de 1969 y Roberto Perdía fue enviado a Salta en septiembre del mismo año. Estuvieron allí un tiempo, militando dentro de las FAP. Luego el vínculo se fue debilitando y la relación con la conducción de Buenos Aires fue tensándose.
A juicio de Perdía y Medina, no se estaban analizando seriamente los sucesos de Taco Ralo, ni las causas de fondo que podían haberlos motivado, ya que el problema era atribuido a razones circunstanciales. Perdía y Medina pensaban que debía haber un trabajo político previo a la acción militar (Lanusse, 2007, p.66).
El vínculo entre lo político y lo militar se constituyó en uno de los puntos de debate más álgido entre los distintos grupos originarios y entre las OPM ya conformadas. Los distintos grupos que se iban conformando tenían una cosa en común, prioritaria: la lucha armada como forma de llegar a la liberación nacional. En los debates, dejaron en claro que la estrategia no invalidaba la lucha de masas, pero la relación entra ambas luchas fue motivo de diferencias incluso entre los grupos que se unieron al conformar Montoneros.[31]
Otra consecuencia importante del Ocampazo fue la visibilidad del sector sindical movilizado como una de las «patas» principales entre los vínculos que se tejieron previos a la conformación de Montoneros:
Por esos días, llegó a Reconquista Rodolfo Walsh, director del periódico de la CGTA. Había sido enviado por Raimundo Ongaro y se acercó al estudio [de Perdía] con la idea de acordar criterios para coordinar las futuras movilizaciones. El objetivo era culminar las protestas en Buenos Aires, con una conferencia de prensa en el local de la CGTA. Poco tiempo después, estalló el Cordobazo, superando ampliamente las expectativas de todos (Lanusse, 2007, p.64).
En Santa Fe, el Movimiento Estudiantes Universidad Católica y Ateneo Universitario brindaron su apoyo a los obreros del norte mediante un comunicado en el que se solidarizaron con la situación económica del norte de la provincia, repudiaron la represión recibida ante las medidas de protesta y mostraron que aquella relación era cercana.[32] «El vínculo de Reconquista que armamos y que siguió funcionando con Santa Fe, con lo que había sido hasta ese momento Ateneo de Santa Fe, después se transformó en la base de lo que fue Montoneros Santa Fe».[33]
Por último, resta mencionar que el inicio del ciclo de protesta fue marcado por este foco puesto en el norte de la provincia. Tuvo que llegar el Cordobazo para marcar definitivamente que el horizonte de acción sería en las ciudades, que la guerrilla sería urbana.[34] Desde el punto de vista de las y los actores movilizados, como hemos visto fueron en su mayoría provenientes o influenciados por el clero tercermundista. También actores provenientes de los sectores sindicales, que fueron radicalizando sus posturas políticas al calor de estos acontecimientos, pasando de las luchas sectoriales al planteamiento de la lucha revolucionaria.
Asimismo, si bien excede los objetivos de este artículo, el Ocampazo impactó sobre diferentes sectores sociales en la misma zona, habilitando por ejemplo el contexto en el que surgirán las Ligas Agrarias del norte de Santa Fe. El Movimiento Rural Católico que participó activamente de su conformación, incluía sacerdotes y obispos que
(…) habían denunciado las condiciones de vida de los obreros hacheros y minifundistas en el norte de Santa Fe, (…) especialmente Arturo Paoli en los obrajes del Norte de Santa Fe, con los hacheros y sus comunidades, desde principios de la década del 60 (Moyano Walker, 2011, p.354).
Mayo movilizado en Santa Fe
Como decíamos al comienzo, la intención de los manifestantes era llegar marchando a la ciudad capital. Si bien esto no pudo ser posible, al ser reprimida la marcha y dispersada en Villa Ocampo,[35] sus repercusiones llegaron de todos modos a la ciudad de Santa Fe. Se realizó un acto de apoyo en el que el único orador fue el sacerdote tercermundista, José María Serra:
Una concentración constituida por un grupo de alrededor de sesenta personas que escuchaban las palabras del sacerdote José María Serra, quien dirigía una encendida improvisación a los oyentes que compartían sus opiniones (…) en tanto algunas personas distribuían o arrojaban al aire volantes de diverso tenor.[36]
Con este trasfondo comenzaba el mes de mayo en la ciudad de Santa Fe. A nivel nacional, se declaró en los últimos días del mes de abril, la prohibición de realizar cualquier tipo de acto previsto para el 1º de mayo, Día de los Trabajadores. Estas medidas autoritarias, punitivas se focalizaban en el accionar de los actores más movilizados del momento. Así es que se dispuso la medida, prohibiendo un acto organizado por la CGT de los Argentinos, aduciendo que «se iban a aprovechar algunas de esas reuniones para provocar incidentes y cometer atentados».[37] Sin embargo, el mismo 1° de mayo, se intentó llevar a cabo un acto en la Plaza de la Bandera de la ciudad. Según informó el diario El Litoral, se reunieron cerca de setenta personas, entre las cuales se encontraba Francisco Yacunissi, otros sindicalistas de la zona y un párroco adherente al MSTM. Cuando los oradores tomaron la palabra, la concentración fue dispersada por la policía. En las inmediaciones se llevó a cabo un «acto relámpago»[38] de un grupo de estudiantes que colocaron una bomba de estruendo y fueron rápidamente dispersados también por la policía, sin producirse detenciones.[39]
En el espacio público local —al igual que en muchas otras ciudades del país— los protagonistas de los días siguientes fueron los estudiantes. «En mayo fue también un mes excepcionalmente tenso para los estudiantes en la medida en que el gobierno redobló sus esfuerzos para sofocar cualquier signo de actividad política en las universidades del país» (Brennan y Gordillo, 2008, p.89). El día 13 de mayo un grupo de estudiantes del Centro de Estudiantes de Ingeniería Química publicó un comunicado en repudio de la represión a estudiantes en Corrientes que denunciaban la privatización del Comedor Universitario de aquella ciudad.[40] La huelga estudiantil correntina continuó y el día 15 de mayo, fueron reprimidos por el Ejército con el saldo del estudiante Juan José Cabral muerto y varios heridos. «Los acontecimientos de Corrientes fueron la chispa de una protesta estudiantil nacional en la cual quienes eran leales a la CGTA y los estudiantes marcharon del brazo por ciudades tales como La Plata, Rosario y Tucumán» (Brennan y Gordillo, 2008, p.89). También repercutió la noticia en la ciudad de Santa Fe. Siguiendo la investigación de Natalia Vega (2016) se pueden reconstruir los acontecimientos sucedidos en la ciudad en torno al movimiento estudiantil. Se suspendieron las clases en la UNL y se realizaron actos en homenaje al estudiante asesinado en Corrientes. Tanto en la FIQ como en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales se realizaron actos en repudio a la represión y a favor de las luchas obreras en Córdoba y Tucumán. En frente al Comedor Universitario, confluyeron en el acto central homenaje a Cabral y, según aclaró el medio local, decretaron paro estudiantil para las horas siguientes.[41] Por la noche de ese mismo día se produjo un «acto relámpago» en una esquina céntrica de la ciudad, atravesando una de las avenidas centrales del casco urbano. Llevado a cabo por cerca de 200 estudiantes que cortaron la calle Boulevard Pellegrini formando una especie de «barricada, quemaron papeles, carteles y otros efectos».[42] La noticia del asesinato del estudiante Adolfo Bello en Rosario, el día 18 de mayo, cuando participaba de las marchas en repudio a la represión en Corrientes; fue la próxima chispa que encendió aún más el clima ya agitado. Continuaron con algunas acciones menores[43] hasta que convocaron a una gran manifestación que recorrió la zona céntrica de la ciudad el día 19 de mayo. Alrededor de 2.500 personas marcharon, congregándose no sólo estudiantes sino también trabajadoras y trabajadores, y actores de la sociedad civil (Vega, 2016). Francisco Yacunissi tomó la palabra en medio de la movilización hacia la plaza de mayo.[44] Se sucedieron paros estudiantiles de secundarios[45] y actos de protesta convocados por la CGT de los Argentinos.[46] En ocasión de la convocatoria, en el local de la sede sindical de los Gráficos se congregaron distintos sectores dando cuenta del descontento generalizado frente a los acontecimientos de carácter nacional. Distintos oradores hicieron uso de la palabra con fuertes críticas al gobierno nacional:
(…) el polo norte que debe servir de guía, lo es el poder para la clase obrera. En este momento no caben medias tintas. Debemos tomar el ejemplo de Cuba liberada, y el del Che Guevara que cayó combatiendo por las causas populares.
(…) El gobierno está temblando y éste es el momento de enfrentar la dictadura en una demostración de combate, y derrotarla definitivamente. Debemos buscar la unidad entre todos los trabajadores, sin descalificar a nadie. No solamente es necesario que la clase obrera llegue al poder, sino que deben concretarse las reivindicaciones populares.[47]
Al término de las palabras de los diferentes oradores, la concurrencia en su mayoría estudiantes, formaron una columna y se dirigieron en dirección al Comedor Universitario.
La represión policial se intensificó en las movilizaciones de los siguientes días en la ciudad. Sin embargo, la multiplicidad de focos de acción —muchas veces sucediendo a la misma hora— hizo que la policía se viera con dificultades para impedirlos de manera inmediata.[48]
Como parte de este clima social un grupo de 500 estudiantes tomó durante unas horas el Rectorado de la UNL.[49] El conflicto se generó tras la presentación de un «memorial» que incluían seis puntos de demandas hacia el Rector de la universidad[50] y la no conformidad con su respuesta:
(…) ante la insistencia de éstos [los estudiantes], el rector de la UNL accedió a dialogar con ellos. En tales circunstancias el Dr. Álvarez fue contestando punto por punto dicho memorial, pero en virtud de que —según los estudiantes— no iba al fondo de la cuestión, decidieron no aceptar su respuesta, tomándolo como rehén, a fin de que les garantizase la salida del edificio sin represalias policiales.[51]
«Al fondo de la cuestión» estaban yendo las y los estudiantes en distintos puntos del país en el transcurso de esa intensa semana. Los hechos —como los relatados aquí— se sucedieron uno detrás del otro, desde la muerte de Juan José Cabral en Corrientes y de Adolfo Bello y Luis Norberto Blanco en Rosario. El 26 de mayo, el barrio Clínicas en Córdoba fue ocupado por los estudiantes. Que dos días después de esta toma en Córdoba, un grupo de estudiantes decida tomar el rectorado de la UNL en Santa Fe, con el Rector como rehén y erigir barricadas al interior de la misma, resulta inusitado para la ciudad, pero para nada azaroso en el contexto nacional. Aun cuando finalmente decidieron abandonar la toma —tras haberla sostenido durante cuatros horas aproximadamente– el mensaje de descontento no sólo se centraba en su sector, sino que se revelaba de carácter general, en repudio a las autoridades gubernamentales y a favor de la unidad obrero— estudiantil.[52]
En este clima social general ambas CGT declararon un paro general nacional de 24 horas, para el 30 de mayo. En la ciudad de Santa Fe el plenario de gremios adhirió al paro y organizó un acto en la plaza de los Constituyentes.[53] Tuvo un alto acatamiento en la ciudad y en la zona de la plaza se produjeron varios intentos de movilización.[54]
A medida que se congregaban personas, eran dispersadas por la policía, registrándose diversos incidentes. Tras el último intento, que culminó con un patrullero incendiado, no se produjeron más concentraciones y el acto organizado por la CGT de los Argentinos no pudo realizarse. El 31 de mayo se formó un Consejo de Guerra en la ciudad que actuó deteniendo manifestantes en los intentos de movilizaciones, sometiéndolos a la justicia militar.[55]
Las consecuencias de estos procesos se verán a corto plazo. 1969 se constituyó en el año de inflexión para las experiencias militantes diversas que se habían organizado en la superficie. Muchas y muchos de los que participaron de las movilizaciones de mayo de 1969 comenzaron allí una experiencia de militancia revolucionaria. Otras y otros venían de antes y acentuaron su compromiso. Los niveles de clandestinidad y de encapsulamiento de los grupos se fueron agudizando en un lapso de tiempo muy breve. Las células armadas urbanas empezaron a actuar luego del convulsionado mes de mayo (Raina, 2023).
Reflexiones finales
Un mes antes del Cordobazo —el «azo» más icónico de nuestra historia reciente argentina— se produjo el Ocampazo, abriendo con este levantamiento popular un ciclo de protestas que tendrá lugar entre los años 1969 y 1973. Este particular «azo», que tuvo tintes más rurales que urbanos por la conformación de los actores afectados (obreros del azúcar y productores cañeros principalmente), logró la confluencia de amplios sectores sociales y políticos de la zona norte de la provincia y de la ciudad de Santa Fe. Entre ellos, hallamos en primer lugar, la preeminencia política del peronismo radicalizado y del catolicismo renovador con importantes figuras del MSTM; en segundo lugar, encontramos una importante participación del sindicalismo combativo representado en la CGT de los Argentinos con sede en la capital provincial pero con fuerte articulación con la central a nivel nacional; y en tercer lugar, se pueden rastrear militantes del Partido Comunista Argentino que participaron de la «Marcha del Hambre» mostrando su inserción entre la población ocampense (Mondino, 2023).
A lo largo del artículo, nos centramos en la preeminencia peronista, en la activación de diferentes actores que comenzaron a radicalizar sus prácticas y a vincularse en torno a las OPM, como las FAP. De las redes y vínculos que se trazaron en el norte de la provincia con la ciudad de Santa Fe y con Buenos Aires, surgieron las articulaciones necesarias para que la militancia revolucionaria crezca. Este crecimiento se produjo tanto a través de OPM existentes —en el caso de las FAP— como a través de la creación de nuevos grupos y células armadas que conducirán a los orígenes de Montoneros (Raina, 2023).
El Ocampazo tuvo resultados, significados y derivas diferentes. Respecto a los resultados, aunque las demandas concretas no se satisficieron, las acciones que se llevaron adelante representaron una rebelión colectiva que desafió las normas vigentes y modificó, sin duda, las identidades prexistentes no sólo de quienes participaron directamente. Los significados profundos y derivas del Ocampazo se centran en los azos que se continuaron a nivel nacional, las repercusiones a nivel regional con la posterior formación de las Ligas Agrarias, el mayo movilizado de Santa Fe y la militancia política revolucionaria que protagonizaron el ciclo de protesta abierto a fines de los años sesenta e inicios de los setenta.
Anexo
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Notas
Notas de autor