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Recuerdos de Caseros. Conflicto social, usos del pasado y prensa (1955–1960)
Leandro Nicolás Pankonin
Leandro Nicolás Pankonin
Recuerdos de Caseros. Conflicto social, usos del pasado y prensa (1955–1960)
Remember of Caseros. Social conflict, uses of the past and the press (1955–1960)
Contenciosa, núm. 14, e0047, 2024
Universidad Nacional del Litoral
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Resumen: En el presente trabajo analizaremos el problema de los usos del pasado en la coyuntura desencadenada a partir del golpe de Estado de 1955, y en un ciclo que entendemos se extendió hasta 1960. Más concretamente indagaremos cuáles fueron los canales que hicieron posible que la conflictividad social presente fuera interpretada por diversos sectores de la sociedad como una actualización de las disputas políticas desarrolladas en el territorio nacional durante el siglo XIX y que tuvieron por desenlace la batalla de Caseros en 1852. Para tal fin nos centraremos en los discursos producidos desde el propio Estado nacional, así como una serie de formas de «apropiación inversa» de dichos imaginarios por sectores resistentes a ese proceso político. Para esto último prestaremos especial atención a tres órganos de prensa: Palabra Argentina, Azul y Blanco . Mayoría.

Palabras clave: usos del pasado,Batalla de Caseros,rosismo,peronismo,nacionalismo.

Abstract: In the present work we will analyze the problem of the uses of the past in the situation unleashed from the coup d'état of 1955, and in a cycle that we understand extended until 1960. More specifically, we will investigate what were the ways that made it possible for social conflict this present was interpreted by various sectors of society as an update of the political disputes developed in the national territory during the 19th century and which ended in the Battle of Caseros in 1852. To this end, we will focus on the discourses produced by the State itself. national, as well as a series of forms of "reverse appropriation" of said imaginaries by sectors resistant to that political process. For the latter, we will pay special attention to three media outlets: Palabra Argentina, Azul y Blanco, and Mayoría.

Keywords: uses of the past, Battle of Caseros, rosismo, peronismo, nationalism.

Carátula del artículo

Artículos

Recuerdos de Caseros. Conflicto social, usos del pasado y prensa (1955–1960)

Remember of Caseros. Social conflict, uses of the past and the press (1955–1960)

Leandro Nicolás Pankonin*
Universidad Nacional de General Sarmiento / Universidad de Buenos Aires, Argentina
Contenciosa
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
ISSN-e: 2347-0011
Periodicidad: Anual
núm. 14, e0047, 2024

Recepción: 11 agosto 2023

Aprobación: 15 julio 2024


Introducción

El 30 de diciembre de 1955, por medio del decreto n° 7625, el poder ejecutivo de la nación creó la asignatura «Educación democrática» con el fin de dictarla en todos los establecimientos de enseñanza primaria, secundaria, normal, especial y superior, de todo el territorio argentino. El aparato escolar, vector molecular por excelencia en la construcción de imaginarios nacionales y con alcance a todas las profundidades del territorio argentino, se convirtió entonces en un canal central a través del cual construir el espejo de los antagonismos de la democracia que la «Revolución Libertadora» se proponía refundar. Camilo J. Muniagurria, miembro de la Comisión Nacional Honoraria Redactora de los Programas de «Educación democrática», declaró en conferencia radial los principios que inspiraban la empresa:

A la apología de la fuerza, debe oponerse el respeto al derecho; al revisionismo histórico destinado a exaltar la tiranía vencida en Caseros, debe oponerse la tradición de libertad que nace con Moreno en el Mayo de 1810 y que cristaliza jurídicamente en la Constituyente de 1853; por sobre el caudillo y la divisa de la anarquía, los principios de la organización nacional con la base de nuestras instituciones libres; a la persecución sectaria, la tradición liberal; a la Mazorca, la Asociación de Mayo y a la sombría tiranía de Rosas, el genio civilizador de Sarmiento.[1]

Dos meses antes, el 7 de octubre de 1955 y aún con Eduardo Lonardi a cargo del ejecutivo, se había decretado la creación de una Comisión Nacional de Investigaciones, dependiente directamente de la vicepresidencia de la nación a cargo de Isaac Francisco Rojas, que tuvo por objeto «investigar las irregularidades que se hubieran practicado en todas las ramas de la administración pública federal, provincial y municipal, durante la gestión del gobierno depuesto, cometidas por funcionarios o personas relacionadas con aquellos».[2] El 6 de abril de 1956, ya bajo la presidencia de Pedro Eugenio Aramburu, otro decreto ordenó finalizar las tareas de la Comisión. El 16 de agosto de ese año un nuevo decreto dio curso, por un lado a publicitar los resultados de la investigación bajo la designación de Comisión Nacional de Investigaciones, documentación, autores, y cómplices de las irregularidades cometidas durante la segunda tiranía; y por otro, ordenó la publicación del llamado Libro negro de la segunda tiranía que «redactada en un lenguaje simple y directo» y abocándose a los «hechos más importantes, más concluyentes y de más clara comprensión» saldría en 1958. Allí, y centrándose en la «tradición nacional» se señaló:

¿Cómo puede juzgarse una política interna como la ejercida por la dictadura peronista?

Nada hay que se le parezca, en nuestro país, después de la caída de Rosas. El terror, el espionaje, la delación, el sometimiento, la obsecuencia, no son medios de que se valen los gobiernos de la democracia. La nuestra tuvo muchos defectos en el pasado, pero no tuvo esos vicios tremendos, propios de las tiranías.[3]

Lo anterior debe conjugarse con la sanción del decreto n° 4161 del 5 de marzo de 1956 mediante el cual quedó prohibido en todo el territorio de la Nación la utilización de «imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas» con fines de «afirmación ideológica peronista».[4] En pocas palabras, si el porvenir habría de cimentarse sobre la destrucción de la «segunda tiranía»: el peronismo; eso quería decir que había habido una «primera tiranía»: el gobierno de Juan Manuel de Rosas, durante la primera mitad del siglo XIX. Es sobre este horizonte que toman fuerza las afirmaciones de Cesar Marcos, figura central del Comando Nacional Peronista (CNP) durante los primeros años de la resistencia, cuando —en agosto de 1974— remarcó que:

No hay como la propia experiencia que se vive en la lucha para comprender la historia. La práctica concreta, vale más que una biblioteca o, por lo menos, la complementa exhaustivamente. No hay distingos entre la masacre de Villamayor y la masacre de José León Suárez. (…).

La historia es siempre eso: una eterna lucha entre la opresión y la liberación. Ni siquiera cambia el lenguaje.

A lo que concluyó luego:

después de Caseros pasaron más de ochenta años de escamoteo histórico, de falseamiento de la verdad nacional, de ignorancia premeditada de la época de Rosas el Grande.

A la Primera Resistencia, la que va del 55 al 58, no me corresponde juzgarla. Le reivindico un mérito que nadie podrá discutirlo. NOSOTROS, LAS [sic] PERONISTAS DE LA PRIMERA RESISTENCIA, EVITAMOS LA REPETICIÓN DE CASEROS. Sin permitir que se apagara, mantuvimos encendida la llama sagrada de Perón (1974, pp.24–25).[5]

La dialéctica que envuelve a ambos elementos tuvo un devenir performático durante el ciclo abierto a partir del derrocamiento de Perón en 1955, que se acentuó aún más a partir de noviembre de ese año con el desplazamiento de Eduardo Lonardi y el advenimiento del binomio Pedro Eugenio Aramburu–Isaac Francisco Rojas.[6] Pero hay que subrayar dos cuestiones. Por un lado, si muchos elementos sobre los que se configuró esta manera de leer el pasado en dicha coyuntura se hicieron de materiales que ya circulaban de manera previa en la sociedad argentina de aquellos años, lo sucedido entonces tomó un cariz totalmente distinto a lo conocido. Cesar Marcos, por ir al caso, no era un recién llegado a las lecturas revisionistas de la historia nacional. Pero nunca, hasta entonces, la imagen fantasmagórica de dicho pasado había calado tanto en los imaginarios sociales para leer su presente. Tal como lo ha marcado Catalina Scoufalos se desencadenó allí una «batalla por la hegemonía» en la que «se dirimía la lucha por el sentido y la imagen que la sociedad argentina se daba a sí misma», de manera tal que «ninguno de los contendientes podría admitir que fuera el adversario quien se lo otorgara» (2007, p.35).

Nuestra hipótesis es que, esta vez, ese pasado decimonónico desbordó completamente los ámbitos de discusión historiográfica, y se convirtió en una manera de explicar la conflictividad social. Esto sucedió en parte gracias a los discursos producidos desde el propio Estado nacional, así como por una serie de formas de «apropiación inversa» de dichos imaginarios por sectores resistentes a ese proceso político.[7] Buscando auscultar las materialidades concretas sobre las que se constituyó la operación metonímica que trazó un paralelo entre el ciclo abierto en 1955 y un siglo antes (en 1852), realizaremos una indagación sobre dos registros centrales: un análisis de memorias y testimonios que buscaron dar cuenta de dicha experiencia; y una indagación de las producciones de sentido construidas por prensas nacionalistas seleccionadas no solo por su alto impacto de consumo, sino por el hecho de haber tenido la capacidad de interpelar a las bases peronistas (nos referimos muy concretamente a Palabra Argentina, Mayoría . Azul y Blanco).

El asunto habría de hacerse más complejo hacia inicios de la década del sesenta cuando lo explicado en el punto anterior se yuxtapuso con los escenarios abiertos a partir de la recepción de la Revolución Cubana en nuestro país.[8] Muy concretamente las maneras en que un emergente nacionalismo popular revolucionario conjugado con el marxismo, bien sea a través de su adhesión o su rechazo, abonaron a configurar nuevas formas de entender el conflicto social. Este artículo tiene por objeto indagar el proceso de «afinidad electiva» producido entre tradiciones nacionalistas y peronistas, especialmente en lo que hace a la imbricación de sus experiencias. [9]

Conflicto social y usos del pasado

En 1957 Juan Domingo Perón publicó su segundo texto desde el exilio: Los vendepatria. El material fue difundido en Argentina desde mayo de 1958 por medio de distintas publicaciones.[10] Allí afirmó que «Caseros no fue la liberación de la dictadura sino la declinación del sentido nacional de personalidad y soberanía» (1958, p.221). Dicha afirmación no fue fortuita, pero tampoco fue lineal con las interpretaciones históricas que acostumbró hacer durante los años en que había sido presidente de la nación.[11] Evitó taxativamente y más de una vez interceder ante el problema de la repatriación de los restos de Rosas, y menos aún habría de poner en tela de juicio el lugar que le cupo a la generación que gobernó el país después de Caseros. Ese planteo sí había estado presente entre sectores de las bases peronistas, pero de manera sumamente subalterna. En este sentido sería un error afirmar que los sectores resistentes esperaron la venia de Perón para adherir a dicha interpretación. Ya a inicios de 1956 el editorial de la revista De Frente, con su director John W. Cooke detenido desde octubre del año anterior, se había titulado «Mayo o Caseros». Allí caracterizaba como incompatible la voluntad manifiesta por la dictadura de correlacionar ambos sucesos, a los que caracterizó como «antitéticos». Mayo era «el resplandor de la unión entre argentinos» y «el producto de todo un pueblo que desafió las potencias europeas para lograr su integración soberana»; mientras que Caseros representaba «la sombría persecución, la muerte y la cárcel para los hombres de la Patria» además de «una conspiración minoritaria, hecha para servir a la oligarquía porteña y al imperialismo naciente».[12]

El peronismo, nacido al calor del proceso político desarrollado entre 1945 y 1955, no contaba en su propia experiencia con los derroteros de haber transitado por los avatares de la vida política nacional desde fuera del Estado. No obstante lo cual, como movimiento, había sido alimentado por distintos sectores a los que sí les había tocado esa suerte, y serían muchos otros los que seguirían incorporándose —con viejos y nuevos métodos de lucha— a abonar a esta tradición política que «comenzó a recorrer un camino de sentido inverso al de su formación» al tiempo que se reconvertía fuertemente a sí misma (Melón Pirro, 2009, p.11). Ese proceso no fue lineal ni monocorde, y —sobre todo en los primeros tiempos de la resistencia— estuvo plagado de acciones sumamente espontáneas e inorgánicas, destinadas fundamentalmente al boicot y el sabotaje; y —en la medida en que la voluntad desperonizadora se hizo cada vez más explícita— a revitalizar dicho fenómeno por todos los medios posibles. Tal como lo ha señalado Daniel James, el peronismo había planteado «una profunda refundación de la memoria histórica de los obreros argentinos» y la experiencia posterior a 1955 «estaría encuadrada en los parámetros establecidos por esa memoria y esa tradición» que, lejos de osificarse «fueron reinventadas y reinterpretadas selectivamente, de acuerdo con las nuevas necesidades» (James, 1990, p.347). Si la idea de cierta genealogía común con las luchas populares desarrolladas contra el centralismo porteño y los sectores liberales durante el siglo XIX, habría de ganar paulatinamente terreno, esto también se conjugó con la necesidad de construir herramientas para resistir, enfrentar, disuadir o esquivar la enorme sombra que la «Libertadora», instrumentada no sólo por las vías reseñadas más arriba sino también en el territorio cotidiano a través del estímulo o bien la libertad de acción operativa de los comandos civiles, buscó proyectar sobre todos los rincones de la población. Así la vitalidad y la persistencia del fenómeno peronista comenzó a expresarse a través de pintadas callejeras, gritos intempestivos de consignas en la vía pública, el canto de la marcha peronista de manera colectiva en estadios de fútbol, la celebración de misas y la elaboración altares a Evita en el seno domestico del hogar; pero también poniendo «caños» y salvando bustos, de Eva o de Perón, de la destrucción iconoclasta con el único fin de preservarlos para el tiempo que vendría. La acción callejera, subrayó Scoufalos, constituyó «un espacio privilegiado donde nuevas solidaridades nacían al calor del combate político y simbólico que desafiaba la acción represiva del gobierno provisional» (2007, p.73).[13] Las «organizaciones de abajo» aparecían «como hongos», recordó en sus memorias Juan M. Vigo, protagonista de los acontecimientos en Santa Fe (Vigo, 1973, p.45).

Tal como lo ha señalado Julio Cesar Melón Pirro para la primera resistencia, «no puede establecerse una correspondencia directa entre las luchas de los trabajadores y el ejercicio de la violencia». En tono con lo dicho por Daniel James, es posible identificar al menos dos lógicas para ese momento: una de orden sindical y otra —crecientemente desarrollada fuera de la fábrica— de base más territorial. De cualquier manera es importante subrayar que la divergencia de estas dos tendencias se dio de manera creciente sobre el mismo desarrollo de los acontecimientos.[14] Los sindicatos, con muchos de sus dirigentes históricos detenidos y toda una generación de cuadros medios jóvenes asumiendo roles de conducción, se convirtieron en el foco central de ataque de la «Libertadora» al mismo tiempo que en el más vigoroso articulador de la primera resistencia. Habrían de convertirse, en palabras de Melón Pirro, en «la red de poder más institucionalizada y organizada» del peronismo (2009, p.245). Tres días después de la asunción de Aramburu a cargo del ejecutivo la Confederación General del Trabajo (CGT) fue intervenida y quedó bajo la órbita del Capitán Alberto Patrón Laplacette. Así se avanzó en el desmembramiento de las comisiones internas y cuerpos de delegados que tuvieron que empezar a funcionar en la clandestinidad. La conflictividad sindical no tardó en escalar y en 1957 se convirtió en fuertemente corrosiva para la dictadura. Eso llevó a Laplacette a convocar, ese mismo año, un Congreso normalizador de la CGT. Así buscó darle un canal a la situación al mismo tiempo que operar para dejar la Central en manos de dirigentes afines. La maniobra fracasó y los sindicatos antiperonistas abandonaron el Congreso. El sector combativo, formado en su mayoría por peronistas y un puñado de comunistas, resultó mayoritario: así dieron cuerpo a las 62 Organizaciones, que habría de convertirse en una experiencia organizativa central para la nueva coyuntura. El «Programa de La Falda», de agosto de ese año, cristalizó la direccionalidad que estaban asumiendo los debates y se convirtió en un hito central de la resistencia a la dictadura. Las discusiones sobre el pasado nacional también calaron en las organizaciones sindicales de esta vertiente, donde proliferaron los cursos de historia argentina que se convirtieron en un ámbito de formación política constante para los años venideros.[15] Ello redundó en alimentar el renovado lenguaje nacionalista desarrollado por estos sectores. Ya para septiembre de 1958 en un acto de las 62 Organizaciones en Rosario que reunió miles de personas, la crónica periodística relató que:

El entusiasmo de la concurrencia fue creciendo hasta que el último orador, Damián Martínez, expresó que «a la línea oligárquica y liberal de Mayo y Caseros, opondremos la línea nacional y popular de Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Perón». Hubo entonces una enorme explosión de fervor patriótico. Importa destacar cómo a pesar de toda la propaganda liberal, está presente cada día más en nuestro pueblo los principios tradicionales de la nacionalidad, que encarnara —en su momento— ese gran argentino que fue Don Juan Manuel de Rosas.[16]

Esta concepción no solo había dejado de ser marginal al interior del peronismo, sino que había escalado a la centralidad del conflicto social. Otro de los sectores que asumió un enorme dinamismo durante la primera etapa de la resistencia, fue la juventud. Uno de los miembros fundadores de la Juventud Peronista resistente de la Capital Federal, Jorge Rulli, afirmó:

Nos formábamos con los cursos sobre Historia Argentina que enseñaba José María «Pepe» Rosa en el viejo Instituto Juan Manuel de Rosas, en unos altos de un antiguo edificio de la calle Florida. La concurrencia a esos cursos era casi religiosa por nuestra parte, estábamos profundamente convencidos que en ese proceso histórico que nacía con la Reconquista y continuaba con las montoneras gauchas, nosotros éramos como un último eslabón que predisponía y concitaba un futuro revolucionario y de resarcimiento justiciero para nuestro Pueblo (Rulli, 2013, pp.20–21).

Si uno de los andamiajes sobre los que se configuró este devenir ligó cada vez de manera más fuerte, y tal como lo muestran las palabras de militantes pertenecientes a generaciones y extracciones distintas (me refiero a Cesar Marcos, Damián Martínez y Jorge Rulli), a la experiencia rosista y a la experiencia peronista; también despuntó allí la persistente presencia de sectores nacionalistas rosistas —preferentemente católicos— que no habían comulgado con el peronismo, e incluso quizás habían colaborado en su derrumbe, pero entendieron de manera creciente —sobre todo a partir del desplazamiento de Lonardi en noviembre del 55— que en la irrupción de la «Libertadora» se había gestado un nuevo Caseros.

Quienes sí cobijaron una importante continuidad entre una coyuntura y la otra, con una fuerte cohesión hegemónica, fueron los sectores comprendidos dentro del heterogéneo universo antiperonista. El propio Aramburu, en el mismo día de su asunción, tomó distancia de la prosapia urquicista enunciada por Lonardi, y fustigó que «un solo espíritu alienta al movimiento de la Revolución: es el sentimiento democrático de nuestro pueblo, que afloró en 1810 y resurgió después de Caseros»[17]. Lejos de representar una novedad, desde un principio existieron sectores antiperonistas que utilizaron el recurso de igualar a la figura de Perón con Rosas, con ánimo de denostarlos a ambos. Este elemento, presente ya en distintas expresiones de la Marcha por la Constitución y la libertad del 19 de septiembre de 1945, también se expresó en la interpretación que estos sectores hicieron de lo sucedido un mes después: el 17 de octubre de ese año.[18] Otro hito que vale reponer corresponde a una de las maneras en que fue evocado el centenario de la batalla de Caseros en 1952. Ese día una conspiración de civiles y militares organizada por la logia «Sol de Mayo», al mando del Coronel (r) José Francisco Suárez, planeaba tomar la Casa Rosada, el Correo central y el Departamento central de la Policía Federal, además de asaltar la residencia presidencial y asesinar a Juan D. Perón y a Eva Duarte. La operación fue descubierta a tiempo y los implicados detenidos (Quatrocchi Woisson, 1995, pp.312–313; Archivo Nacional de la Memoria, 2010, pp.71–72)[19].

El problema excedió en mucho a la figura del líder, sea Rosas o Perón, y operó también sobre el lugar que le tocaba al sujeto motor del proceso político: aquellos «rostros anónimos color tierra» (Luna, 1971, p.321). Con los años se hizo claro que quizás el mayor surco que el peronismo dejaría a la sociedad argentina fue una profunda «subversión simbólica de los códigos de conducta» (James, 1990, p.49). Michael Goebel afirmó, haciendo foco sobre todo en Buenos Aires, que los «marcados contrastes sociales» fruto de la migración rural–urbana le confirieron «mayor verosimilitud» a las interpretaciones «biculturales» sobre el país (2013, p.182). Sea mediante el circuito que sea, todo aquello habría de volver como la actualización de una borrascosa memoria (inventada) de la barbarie decimonónica que, mediante complejas operaciones habría de distribuirse —mediante la aversión, o mediante la reivindicación— a un ala y otra del antagonismo social.

Con el triunfo de Arturo Frondizi en las elecciones presidenciales del 23 de febrero de 1958 y gracias al pacto suscitado entre este y Perón, que suponía garantizar –entre otras cosas– mayores libertades a los sectores del peronismo, se abrió un brevísimo ciclo de relativas aperturas democráticas. En julio se desencadenó el primer conflicto de escala tras el anuncio, por parte del ejecutivo nacional, de la firma de contratos de explotación del petróleo por empresas extranjeras. En septiembre estalló el conflicto denominado «Laica o Libre», que redundó en enormes despliegues de movilizaciones y enfrentamientos en las calles de Buenos Aires, y otros centros urbanos del país. Lejos de amainar, la conflictividad sindical fue en aumento durante los meses que siguieron. El 14 de noviembre, mediante decreto secreto n°9880, fue aprobado el plan de Conmoción Interna del Estado (CONINTES) en pleno estado de sitio. 1959 comenzó con la toma del frigorífico Lisandro de la Torre y signó un «crucial año de conflictos» (James, 1990, p.158). En esos días de enero aparecieron pintadas en el barrio de Mataderos con la consigna: «Patria sí, Colonia no» y «La patria de Rosas no se vende».[20] La imposibilidad de modificar la relación de fuerzas a favor de los trabajadores durante aquella escalada conflictiva, e incluso la perdida de posiciones en ese sentido, se tradujo —según la interpretación ya clásica de James— en una «derrota» con su consiguiente desmoralización y aislamiento de los sectores más combativos de las bases peronistas. Ello representó un punto de ruptura que tendría como corolario el despunte, de allí en más, del pragmatismo vandorista (James, 1990, p.220).

El 13 de marzo de 1960, y sobre la base del decreto secreto de 1958, se dio curso a uno nuevo: el n° 2628/1960. Así se puso en ejecución el Plan ConIntES, que estuvo vigente hasta el 1 de agosto del año siguiente. Todo este contexto modificó profundamente las condiciones de posibilidad de la acción política, y por lo tanto también las formas de organización. Ernesto Salas señaló que las formas de resistencia, que se habían ido construyendo hasta entonces, fueron «desbaratadas» a lo largo de ese año. Pero muchos de «sus componentes simbólicos se transformaron en experiencia, tradición y memoria viva en los barrios obreros y en las fábricas», que serán «diversamente interpretadas por las variadas coloraciones ideológicas del peronismo» de allí en más (Salas, 2015, p.14). El problema del pasado nacional para explicar el conflicto presente se había impreso tan fuerte sobre los imaginarios sociales, que funcionó a partir de allí como un sedimento sobre el cual se yuxtapusieron otras concepciones. Si tal como lo ha afirmado James, la reelaboración de las memorias de la clase trabajadora a partir del peronismo se habían convertido en un «encuadre» a través del cual se tamizaron las nuevas experiencias que dieron forma a su reinvención post 1955; los usos del pasado decimonónico adicionaron un nuevo prisma.[21]

Otro de los elementos que cambió el escenario para 1960, fue la recepción en nuestro país de la revolución cubana y la creciente influencia del marxismo como forma de explicar la conflictividad social.[22] Mientras un sector del peronismo incorporó estas concepciones, en el mismo sentido vale subrayar el rechazo que esto generó de manera creciente entre otras vertientes del movimiento de larga raigambre anticomunista. Este fenómeno redundó en alimentar fuertes enfrentamientos al interior del peronismo: persistió cierta concepción común del pasado nacional pero atravesado por una fuerte disputa por su sentido.

Prensa y resistencia

En línea con lo planteado en el apartado anterior, buscaremos concentrarnos aquí en el análisis de una selección de publicaciones que tuvieron un rol central en la construcción del sedimento interpretativo que propuso al acontecimiento Caseros y los contrapuntos entre Rosas y Perón, como un vector explicativo del conflicto social presente. Para eso nos centraremos en: Palabra Argentina, Azul y Blanco . Mayoría. Su elección respondió al hecho de entenderlas —tal como lo señaló Valeria Galván para el caso de Azul y Blanco, pero creemos que esta característica puede hacerse extensiva a las otras dos— como parte de una historia larga del «periodismo político» nacionalista que había tenido su auge en los años treinta y primeros cuarenta y, luego de experimentar una «contracción» durante la década peronista, buscó «recuperar su lugar en el concierto de los agentes formadores de opinión pública» posterior a 1955 (Galván, 2013, pp.24–25). En ese sentido estas tres publicaciones, fueron, a nuestro entender, las expresiones más eficaces y masivas con las que la prensa nacionalista buscó interpelar a la experiencia peronista entre 1955 y 1960.[23]

Un día después de la asunción de Aramburu, el 14 de noviembre de 1955, salió el primer número de Palabra Argentina: íntegramente dedicado a una «Carta abierta al gobierno nacional» firmada por su director, Alejandro Olmos. Con muchas interrupciones, cambios de frecuencia y formato, la publicación circuló entre 1955 y 1965. Hasta 1960 —fecha a la que prestaremos atención debido al recorte del presente artículo— circuló en papel diario formato tabloide de ocho páginas primero (del N°1 al N°4), y sábana de cuatro páginas después (del N°5 al N°105).[24] En su momento de esplendor, llegó a vender 100.000 ejemplares y en algunos casos hasta 300.000 (Carman, 2015, p.495). En junio de 1956 comenzó a publicarse Azul y Blanco. Dirigido por Marcelo Sánchez Sorondo, durante toda su primera época, sacó 232 números. Dejó de salir a fines de 1960 cuando quedó clausurado y su director detenido acusado de abonar a una conspiración de golpe de Estado contra el gobierno de Frondizi.[25] A excepción de números especiales, mantuvo las cuatro páginas de contenido en papel diario blanco y negro. Comenzó con 15.000 ejemplares, a los diez números ya tiraban 60.000 y al año aproximadamente 150.000 (Carman, 2015, p.93). El 8 de abril de 1957 se lanzó el primer número de Mayoría. Dirigido por Tulio José Jacovella salió en formato revista blanco y negro, con 16 páginas hasta junio de 1958 (N°60) y 32 páginas prácticamente en todas las ediciones que le siguieron. Tuvo un precio sensiblemente mayor que Palabra Argentina y Azul y Blanco. Los últimos siete números de la revista fueron dirigidos por Fernando García Della Costa. Publicó 147 números y fue clausurada en marzo de 1960. Más allá de excepciones, ediciones especiales e interrupciones, las tres publicaciones buscaron salir con una frecuencia semanal, contaron con distribución a nivel nacional y, tal como lo planteó Julio Cesar Melón Pirro, tuvieron «inequívocamente la vocación de competir y hasta de sustituir a las organizaciones partidarias» aunque «dudosamente tuvieran la capacidad de hacerlo».[26] Ejemplo de esto fueron acciones disímiles como: las marchas del silencio, organizadas desde Palabra Argentina, y el Partido Azul y Blanco, impulsado por el semanario homónimo.[27]

Debido a que se trató de iniciativas «fuertemente personalizadas» vale reconstruir mínimamente las trayectorias de sus direcciones (Ehrlich, 2022, pp. 35–36; Melón Pirro, 2002, p.1). El tucumano Alejandro Olmos era un nacionalista de larga trayectoria que había tenido una relación sinuosa con el gobierno peronista. Mientras que Marcelo Sánchez Sorondo y los hermanos —también de origen tucumano— Tulio y Bruno Jacovella, formaban parte de una generación anterior formada en los Cursos de Cultura Católica y con fuerte gravitación en las experiencias políticas nacionalistas de los años treinta y cuarenta, fundamentalmente la prensa. Sánchez Sorondo había dirigido entre 1940 y 1943 la revista Nueva política, además de colaborar de manera asidua con Sol y Luna. Bruno Jacovella, por su parte, con incursiones importantes en los estudios de Folklore, tuvo participación en publicaciones como Crisol y Nuevo Orden, además de la dirigida por Sánchez Sorondo. Junto a su hermano, Tulio, dirigieron Esto Es desde 1953 hasta marzo de 1956, cuando fue intervenida por la «Libertadora».

Palabra Argentina, mediante la pluma de Olmos, fue precursora en caracterizar a Perón bajo el halo del «mito», al afirmar que «su nombre» tenía «para las masas populares la sugestión de la leyenda». Representaba «la redención de esas masas.» Agregó que después de Caseros, Rosas —al igual que entonces Perón— había sido enjuiciado por traición a la patria, fruto del «odio y la pasión política» que «llevó a los más increíbles extremos». Pero no había faltado entonces, como no faltaba ahora «la palabra serena de quienes miden la trascendencia y la injusticia de los hombres.»[28]En 1956, con motivo de conmemorarse el 17 de octubre y volviendo sobre el rol de «las masas populares», se inscribió dicho hito como parte de una historia larga mayor —abierta en los días de la independencia— afirmando que estas «afloraron al primer plano» cada vez que «circunstancias determinadas» pusieron «en juego su destino».[29]

Ese mismo año, con una lectura menos vindicadora pero siempre dispuesta a encontrar los canales para seducir a las bases peronistas —y quizás aún con preocupación por rectificar el curso de la «Revolución Libertadora»— desde las páginas de Azul y Blanco se afirmó que el «mito de Perón» subsistía «para gran parte del pueblo argentino» y esa «actitud popular» no era posible contrarrestarla «prometiendo elecciones limpias, ni cerrando las bocacalles con ametralladoras».[30] Pasadas las elecciones para convencionales constituyentes de 1957, en las que ganó el voto en blanco en repudio a la proscripción peronista, el semanario editorializó al respecto bajo el título «Con la historia a favor». Allí subrayó que al peronismo «se lo debe exhortar desde la intimidad de la conciencia nacional, a partir de una comunión con el pueblo», ya que «nunca estuvo contenido en el estrecho marco de un partido». Por el contrario, había sido —y la referencia efectivamente era en pasado— «un movimiento en el sentido más estricto de la palabra: una fuerza no detenida, ni madurada.»[31] Todo eso explicaba su «energía», sus «posibilidades», muchas de sus «fallas» y su «carencia de forma»; pero era también lo que ponía «la historia a su favor».[32] Ya entretejiendo las lecturas del fenómeno peronista con elementos del pasado rosista y en una coyuntura atravesada por el triunfo electoral de Frondizi sobre una fuerte base de votos peronistas en febrero de 1958, Azul y Blanco llamó la atención sobre la manera en que un discurso pronunciado durante la inauguración de una estatua a Esteban Echeverría en la ciudad de Buenos Aires apuntó verborragicamente «contra Rosas» sumándolo « a Perón», sin darse cuenta de que «Rosas popularmente ayuda a Perón y viceversa; de suerte que se unimisman en un irresistible mito telúrico».[33]

Además de entretejer a las figuras de Rosas y Perón, estas publicaciones abonaron a enunciar la conflictividad social que estaban atravesando como una actualización de la batalla de Caseros. Palabra Argentina espejó los sucesos de febrero de 1852, con los de septiembre de 1955 al afirmar que ambos registraban «similar espíritu», en la medida en que «tuvieron la acción publicitaria de la lucha contra la “tiranía”, y la afirmación de los postulados de “libertad”». Los dos eventos compartían «una concepción antinacional sobre los valores criollos».[34] Por su parte, aún desde una posición lonardista y sumando elementos de complejidad, el núcleo editorial organizado alrededor deMayoría habría de ser sumamente reiterativo en instalar el espejo entre Caseros y el golpe setembrino.[35] Si la «secta liberal», en 1852, había tenido a su disposición «cerca de 60 años para poner a la Nación en una mesa de operaciones y hacerle las mutilaciones y reparaciones ortopédicas que se le ocurrió»; en cambio, en abril de 1958 —a días apenas de la asunción de Arturo Frondizi, por quien el semanario había hecho expresa campaña— no habían «dispuesto más que de dos años y medio, a partir del Pavón del 13 de noviembre» y sus «sus intervenciones quirúrgicas» iban a «contrapelo de la historia».[36] En línea con estas interpretaciones, Mayoría ensayó un acercamiento al peronismo.[37]

Azul y Blanco, por su parte, buscó desarrollar un lugar de enunciación que no estuvo tan centrado en la crítica del episodio Caseros, y menos aún en el derrocamiento de Perón del que habían formado parte en buena medida, sino de la llamada «línea Mayo–Caseros». En ese nudo se condensaba, según esta prensa y haciendo propia una perspectiva revisionista, un núcleo ideológico de sus antagonistas: naturalizar el liberalismo como un fenómeno argentino. En ese sentido, los cañones estarían enfocados en discutir con esa afirmación, al menos, desde dos frentes: por un lado, dando cuenta de que ese planteo incurría en una «tergiversación» de los hechos históricos; y por otro, recalcando su carácter faccioso. Es frente a esto último que debe ser entendida la insistencia en la unión entre argentinos y el reconocimiento a Urquiza y Lonardi como eslabones de una genealogía común.[38] Hacia comienzos de 1959 la situación ya era otra: a los ojos de los sectores nacionalistas que habían empujado la candidatura de Frondizi, entre los que también se había contado el núcleo político de Sánchez Sorondo —aunque de manera menos explícita que Mayoría— el presidente había «traicionado» a su electorado. Lo cual redundó en un «viraje hacia la oposición abierta» y un «recrudecimiento de posturas políticas corporativistas» que habrían de alcanzarse mediante una «revolución nacional» (Galván, 2013, pp.144–152). En ese contexto, y con motivo de la conmemoración del 3 de febrero de 1852, José M. Rosa publicó allí una nota donde afirmó que derrotado Rosas, y al entrar las divisiones brasileras a Buenos Aires, «el pueblo bajo» estuvo ausente; pero «el recibimiento de la oligarquía porteña fue clamoroso y entusiasta». Lo cual planteaba un contraste con su presente, en que «ni la oligarquía» se atrevía ya «a mostrarse». A lo que agregó que sobre «los Caseros de ayer y de hoy, no obstante la prédica de la prensa liberal, pesa como lápida ilevantable el silencio agresivo de los argentinos».[39]

Palabras finales

La llamada línea Mayo–Caseros fue identificada como un antagonismo para todos estos semanarios. Azul y Blanco ubicó como punto de quiebre de esa concepción, y por lo tanto figuración de su disidencia, lo sucedido a partir de noviembre de 1955. Por su parte, para Mayoría: septiembre de 1955 sería a noviembre de ese año, lo que Caseros había sido a Pavón. Mientras que Palabra Argentina explicó lo sucedido en septiembre de 1955 como un espejo de febrero de 1852.[40] Atendiendo a las dos primeras interpretaciones, vale decir que en la perspectiva nacionalista: Urquiza tenía las mismas posibilidades dialécticas con Rosas, que Lonardi con Perón. Pero Aramburu y Rojas, al igual que Mitre, eran puro antagonismo en todos los casos. Esa interpretación de los hechos, tuvo su correlato en las maneras en que la experiencia resistente configuró sus formas de antagonismo. El enemigo común, las formas de organización y la formación en nuevos y viejos métodos de lucha, se conjugaron con modos de leer el pasado para intervenir sobre el conflicto presente. Esa forma de ver el mundo, hecha de materiales que ya circulaban antes de 1955, se recreó de diversas maneras, al mismo tiempo que cursó un fuerte salto de escala durante el ciclo 1955–1960. Pero lejos de haber sucedido por cuestiones fortuitas, o por pura reacción a la línea represiva estatal de aquellos años, hemos intentado dar cuenta aquí de las maneras en que dichas ideas fueron elaboradas y reelaboradas dando forma a un repertorio que fue consumido, mediante distintos vectores —que comprendieron cursos de formación sindical, libros, diálogos intergeneracionales, etc. —entre los que las prensas aquí analizadas tuvieron un rol central. Tanto Palabra Argentina, comoAzul y Blanco . Mayoría fueron consumidas por miles de trabajadores, jóvenes y estudiantes, de distintas edades, con trayectorias y experiencias disímiles a lo largo y ancho del país que elaboraron a la par un territorio común que funcionaría como un sedimento sobre el cual habrían de yuxtaponerse otros elementos de allí en más.[41] A excepción de Palabra Argentina que siguió saliendo con el mismo sello hasta 1965 —aunque con un lugar muy marginal respecto al que había ocupado durante los años previos— Mayoría .Azul y Blanco, dejaron de hacerlo en 1960. Ambas fueron clausuradas fruto de la escalada represiva del plan CONINTES, y volverían a salir años después.[42] Las tres venían haciéndose parte en sus páginas de los debates que la revolución cubana abrió dentro de la política nacional.[43] Lejos de representar una cuestión ajena o lejana, hay que recordar que figuras de la talla de Rodolfo J. Walsh o John W. Cooke ya estaban instalados en la isla para 1960.[44]

Material suplementario
Bibliografía
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Notas
Notas
[1] Ministerio de Educación y Justicia. Programas de Educación Democrática para los ciclos de enseñanza primaria, secundaria, normal, especial, superior y técnica (Buenos Aires, 1956), p.54. La comisión estaba integrada de la siguiente manera: Presidente: Santiago L. Nudelman; Secretarios: Héctor Gregorio Ramos Mejía y Florencio D. Jaime; Vocales: Carlos A. Adrogué, Lucas Francisco Ayarragaray, Federico Fernández de Monjardin, Julio González Iramain, Emilio Julio Hardoy, Camilo J. Muniagurria y Manuel A. Portela Ramírez.
[2] Comisión Nacional de Investigaciones. Libro negro de la segunda tiranía, Buenos Aires, 1958, p.7.
[3] Comisión Nacional de Investigaciones. Libro negro de la segunda tiranía, op. cit., p.132 Sobre las comisiones investigadoras, ver: Ferreyra (2016).
[4] Decreto N° 4.161 del 5 de marzo de 1956.
[5] Cesar Marcos nació el 3 de septiembre de 1907 en la ciudad de Buenos Aires. Su madre, hija de campesinos asturianos, lo tuvo a los 17 años. Había llegado muy joven a la Argentina y trabajó desde pequeña en tareas de limpieza. Marcos cursó sus estudios primarios y luego comenzó a trabajar junto a un puestero del Mercado Dorrego, para instalarse más tarde allí como frutero. A los 20 años, terminada su conscripción, ingresó como suboficial a la Compañía de Archivistas Ciclistas del Ejército Argentino. A los 27 años contrajo matrimonio con la polaca Ana Opfer, con quien tuvo una hija. Para esa época ya estaba inserto en ámbitos nacionalistas y con la apertura del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (IIHJMR) se convertiría en uno de sus primeros afiliados. En 1944, ya retirado del Ejército, asumió como titular de la Dirección General de Espectáculos Públicos. Para esa época aproximadamente se conoció con John W. Cooke. Más tarde se incorporaría a la revista De Frente, dirigida por este último. Inmediatamente después del golpe de septiembre de 1955, dirigió junto con Raúl Lagomarsino, el Comando Nacional Peronista (CNP). En abril de 1957 comenzó a publicar el boletín El Guerrillero. Formó parte, junto a Alejandro «Gallego» Álvarez y Héctor Tristán, del grupo fundador de Guardia de Hierro en 1962. Lector autodidacta de marxismo y estudioso de la historia nacional, fue reconocido por su rol en la formación política de militantes de generaciones más jóvenes. Falleció en 1987 (Pastoriza, 1988, pp. 74–79).
[6] Entendemos que la configuración de fuerzas antagónicas durante aquella coyuntura se desenvolvió de manera dialéctica ya que como subrayó Scoufalos «el registro de las acciones de resistencia puestas en marcha apena derrocado el peronismo —que en muchos casos constituyeron ratificaciones de identidad social— fue la más importante de las razones que llevaron al gobierno militar a sancionar aquella legislación represiva» (Scoufalos, 2007, p.101).
[7] El concepto de «apropiación inversa» fue utilizado por Michael Goebel, en una revisión de su trabajo «La prensa peronista como medio de difusión del revisionismo histórico bajo la Revolución Libertadora» (originariamente publicado en 2003 por University College London y en 2004 por Prohistoria) que puede consultarse en: http://www.historiapolitica.com/datos/biblioteca/goebel.pdf. Por su parte Catalina Scoufalos refiriéndose en concreto a esta coyuntura, afirmó que el peronismo «se apropiaba» de «palabras y símbolos que habían creado sus opositores para combatirlos, invirtiendo su sentido» (2007, p.79). Este proceso también puede ser leído a la luz de la dialógica de Mijaíl Bajtín, quien ha señalado en un pasaje largamente citado que «Todo enunciado debe ser analizado, desde un principio, como respuesta a los enunciados anteriores de una esfera dada (el discurso como respuesta es tratado aquí en un sentido muy amplio): los refuta, los confirma, los completa, se basa en ellos, los supone conocidos, los toma en cuenta de alguna manera» (2002, p. 281).
[8] Si bien el peso específico de la Revolución Cubana, por la radicalidad del proceso político, por la circulación de militantes por la isla, pero también por su posición relativa en América Latina, tuvo una influencia central para la Argentina; es fundamental resaltar que hubieron otras experiencias que tuvieron importante impacto para la época. Uno fundamental, y al que nos referiremos lateralmente en el desarrollo de este capítulo, fue la recepción de la guerra de independencia que el Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia desarrolló contra el colonialismo francés entre 1954 y 1962. Tal como lo ha subrayado Juan L. Besoky es importante marcar que «tanto la Revolución cubana como la lucha de los argelinos contra la dominación francesa fueron vistas con simpatía por algunos sectores nacionalistas y la cuestión del peronismo no necesariamente se resolvió con su vinculación al marxismo y la promoción de la ‘patria socialista» (Besoky, 2016, p.16). También aparecen como hitos en memorias de militantes peronistas y nacionalistas con distintas trayectorias: la presidencia y posterior derrocamiento —en 1954— de Jacobo Arbenz, en Guatemala; y la incursión antiimperialista de Augusto Sandino en Nicaragua hacia fines de la década del veinte. Otra influencia importante fueron los derroteros de la Revolución Boliviana de 1952. Las corrientes nacionalistas revolucionarias de ese país habían entrado en circulación en el nuestro, de la mano de los exilios que figuras centrales del MNR tuvieron aquí. Luego de 1955, muchos argentinos exiliados esta vez en el vecino país siguieron alimentando esos vínculos. Otro tanto vale decir, para 1965–1966, sobre la resistencia a la ocupación estadounidense en República Dominicana.
[9] Si bien el concepto de «afinidad electiva» tiene una larga historia, aquí referiremos a su acepción weberiana. Este autor utilizó dicho concepto en muchos pasajes de su obra más renombrada: La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de 1905, sin definirlo de manera taxativo. En un esfuerzo por definir la «afinidad electiva» en la obra de Max Weber, Michael Löwy la ha explicado como «el proceso por el cual dos formas culturales —religiosas, intelectuales, políticas o económicas— entran, a partir de ciertas analogías significativas, en un parentesco íntimo o afinidad de sentido, en una relación de atracción e influencia recíproca, elección mutua, convergencia activa y reforzamiento mutuo» (Löwy, 2007, p. 101).
[10] La primera edición fue publicada en Caracas: Juan D. Perón, Los vendepatria. Las pruebas de una traición, Editorial Atlas, 1957. En Argentina durante 1958 se publicaron: Los vendepatria (de la editorial Línea Dura de Buenos Aires) y Los vendepatria. Las pruebas de una traición (de la editorial Liberación de Buenos Aires) y Los vendepatria (de Ediciones Palabra Obrera de Buenos Aires).
[11] Mariano Plotkin abonó a la idea de que Perón —al menos durante este ciclo— intentó apropiarse tanto de la versión «liberal» del pasado, como de la «revisionista», para lo cual atendió a un discurso dado por este el 12 de febrero de 1946 en la proclamación de su candidatura, en el que afirmó: «Porque la verdad verdadera es esta: en nuestra patria no se debate un problema entre “libertad” o “tiranía”, entre Rosas y Urquiza; entre “democracia” y “totalitarismo”. Lo que en el fondo del drama argentino se debate es, simplemente, un partido de campeonato entre la “justicia social” y la “injusticia social”» (Plotkin, 1994, p. 53).
[12] De Frente, N°94, 2 de enero de 1956, p. 3. En Centro de Documentación e Investigación acerca del Peronismo (CEDINPE) de la Universidad Nacional de San Martin, Provincia de Buenos Aires. Esa misma revista ya había llevado a Rosas en su portada en julio de 1954. De Frente, N°19, 15 de julio de 1954, CEDINPE). Hubo interpretaciones revisionistas de la historia nacional y usos reivindicativos de Juan Manuel de Rosas en la mayoría de los números de la revista.
[13] Ernesto Salas ha subrayado que: «Desde 1956 renació la bomba casera, conducida por hombres anónimos hacia su objetivo; la práctica del sabotaje industrial se hizo moneda cotidiana, mientras miles de manos impregnaron las paredes de nuevos símbolos de resistencia y la política se replegó a las cocinas, los clubes, las canchas de futbol y los bares. La masilla con la que se moldeó una cultura de resistencia fue variada y polimorfa, pero su centro fue la recreación de la liturgia y la iconología peronista: sus representaciones se transformaron en batallas callejeras contra la policía. Viejas tradiciones obreras fueron resignificadas y entremezcladas en un nuevo repertorio de condiciones de lucha. Renacieron los lenguajes gestual y simbólico; los gestos que comunicaban sin hablar y los símbolos que, usados en la ropa, permitían reconocer al compañero» (Salas, 2015, pp.28–29).
[14] Daniel James subrayó que «a partir de mediados de 1956 hubo una creciente diferenciación entre los comandos empeñados en el sabotaje y otras actividades clandestinas y el movimiento de resistencia en los sindicatos. Esto se reflejó en una tensión subyacente, que fue en aumento, en lo que se refería a las funciones de los sindicatos recién reconquistados» (James, 1990, pp.118–119). Por su parte Julio Cesar Melón Pirro afirmó que el «sabotaje en los lugares de trabajo se abandonó pronto, y a medida que el sindicalismo peronista fue recuperando niveles de representatividad ocurrió lo mismo con la colocación de explosivos, cuyo análisis amerita dos análisis. Los picos de manifestación de esa actividad coinciden menos con las grandes huelgas que con las efemérides más significativas del peronismo, las celebraciones patrias de las que este movimiento se consideraba legítimo heredero y las conmemoraciones de la historia más reciente que comenzaban a integrarse en su historia. Esto no pretende negar que el conflicto que se expresa mediante el ejercicio de la violencia política y lo que hemos considerado “resistencia en sentido estricto” encubre (e incluso potencia) una sustantiva dimensión social, sino que esta subsume a la experiencia del sindicalismo. A su vez creemos que esta es excedida por la adscripción de los actores a un conflicto cultural que empieza y termina teniendo una naturaleza definidamente política: la Revolución Libertadora fue, pues, un lugar histórico de reformulación, pero siempre de refuerzo de identidades políticas preconstruidas» (Melón Pirro, 2009, p.244)
[15] Estos cursos no representaban una total novedad para estos años ya que –como vimos en el apartado anterior– habían estado presente sobre el final del gobierno peronista. De todos modos en esta etapa asumieron una escala mucho mayor. Por ejemplo, véase la inauguración del Instituto Nacionalista Obrero «Raúl Scalabrini Ortíz» en Rosario, a cargo de JM Rosa, con la conferencia: «Los trabajadores y Juan Manuel de Rosas», en: Azul y Blanco (N°173, 6 de octubre de 1959, p.2 [CEDINPE]).
[16] Azul y Blanco N°120, 30 de septiembre de 1958, p.4 [CEDINPE]. Según este semanario la concentración reunió cuarenta mil personas. El acontecimiento también fue cubierto por Mayoría, en: Mayoría N°78, 6 de octubre de 1958, p.5 [CEDINPE]. Damián Martínez, representante del sindicato vitivinícola, habría de ser parte más tarde de la creación, en Rosario, del Peronismo Revolucionario de Acción Nacionalista (PRAN). Una organización cercana a John W. Cooke.
[17] Mensaje del Presidente Provisional de la Nación, general Pedro Eugenio Aramburu, con motivo de la asunción de su cargo el día 13 de noviembre de 1955». En La Revolución Libertadora en 12 meses de Gobierno, Buenos Aires, Presidencia de la Nación, 1956, p.8.
[18] Durante la Marcha por la Constitución y la libertad los partidarios de la Unión Democrática cantaron la Marsellesa, y movilizaron con pancartas de Mitre, Sarmiento, Urquiza (Corrado, 2016, pp. 39–42). En su edición posterior al 17 de octubre de 1945, el periódico La Vanguardia —órgano del Partido Socialista Argentino (PSA) — afirmó: «Las otras noches hemos tenido en Buenos Aires visiones de candombe. Sólo el color estaba ausente. Esos personajes que acaso no hayan sido mejor pintados que en ‘El Matadero’ de Echeverría, habían tomado las calles bajo segura protección oficial. Y no faltó el vítor amenazante y la injuria soez, la pared pintada con textos de torpeza, la agresión —faltó la brea pero estuvo presente la cachiporra— al transeúnte. Ese candombe blanco tenía de clase obrera argentina en 1945, lo que en 1845 tenía de pueblo porteño el candombe negro. Es decir, nada» (Panella. 2004, p. 158). Una figura potente para pensar ese correlato es la de José Antonio Ginzo, alias «Tristán». Fue, como dibujante de La Vanguardia, un gran constructor de imágenes del antiperonismo entre las que se contaron apelaciones a Rosas y Perón.
[19] El hecho se insertó en una cronología mayor que contuvo, como antecedente de envergadura, el fallido levantamiento de Benjamín Menéndez el 28 de septiembre de 1951; y como epílogo los atentados con bombas en Plaza de Mayo en abril de 1953 y los bombardeos sobe Plaza de Mayo en junio de 1955. En septiembre de 1955 la condena de Suarez fue conmutada y quedó en libertad. Tiempo después fue ascendido dentro de la fuerza.
[20] Azul y Blanco N°135 [bis], 22 de enero de 1959, p.1 (CEDINPE).
[21] Para eso, tal como lo veremos en el próximo apartado, fue fundamental la prensa pero también la publicación de una serie de libros que circularon mucho entre la militancia de esos años, y habrían de convertirse en clásicos posteriores: Civilización y barbarie en la historia de la cultura argentina, de Fermín Chávez en 1956; La caída de Rosas, de José María Rosa en 1958; Política nacional y revisionismo histórico, de Arturo Jauretche en 1959; Imperialismo y cultura, de 1957, y La formación de la conciencia nacional, de 1960, ambos de Juan José Hernández Arregui, entre otros.
[22] La recepción de la Revolución Cubana en la Argentina no fue para nada lineal. Los sectores antiperonistas fueron los primeros en ver con buenos ojos a ese proceso, en una lectura que unía a Perón con Fulgencio Batista: ambos concebidos como «tiranos» desplazados por su pueblo. Incluso entrada la década del sesenta quienes se inspiraron en el proceso cubano no necesariamente lo hicieron por sus principios marxistas (Manson, 2008, pp.262–265).
[23] Respecto a la cuestión de la masividad, más allá de los números de tirada que expondremos más adelante, es importante subrayar que, tal como lo ha señalado Ehrlich, «es probable que la cantidad de lectores superara la de ejemplares distribuidos, dada la circulación de estos impresos de mano en mano, incluso cuando existía distribución comercial». Aun cuando se tratara de prensa clandestina, agregó la autora, eso no fue en detrimento de que efectivamente existiera una «distribución» no solo militante sino también comercial y por «recorridos» hacia el interior del país (Ehrlich, 2022, p.47). Por otro lado, Melón Pirro subrayó el hecho de que las ideas peronistas hayan sido enunciadas desde varios lugares, como uno de los elementos que generó condiciones de posibilidad a entrecruzamientos ideológicos durante los primeros años de la proscripción (Melón Pirro, 2009, p.122)
[24] A partir de 1960 cambió su diseño a revista con colores y con más páginas que sus ediciones precedentes (desde el n°106). Sus últimos veinte números —de 1965— se publicaron como diario.
[25] Marcelo Sánchez Sorondo fue detenido en diciembre de 1960, junto a otros civiles y militares como corolario del intento fallido de golpe de estado conducido por Miguel A. Iñiguez, e instrumentado por el Comando de Organización Revolucionaria (COR), el 30 noviembre de ese año. Una vez suspendida Azul y Blanco, su núcleo editorial sacó 2da República (53 números, entre agosto de 1961 y junio de 1963) y Junta Grande (14 números, en 1963). Azul y Blanco. Para la segunda república, en su segunda época, volvería a salir en julio de 1966, y hasta 1969 (120 números) (Galván, 2013)
[26] Además de los propios periódicos, que hicieron referencia a su venta en distintos puntos del país, por ejemplo, el salteño Abraham Carral —director de El Justicialista en esa provincia— recordó también la circulación de Rebeldía, de Hernán Benítez y Palabra Argentina (Cafiero; Garulli; Charlier y Caraballo 2000, p.44; Melón Pirro, 2009, p.168).
[27] La empresa encabezada por Olmos escribió un capítulo central de la resistencia peronista al convocar a una «Marcha de Silencio» por el primer aniversario de los fusilamientos de junio de 1956. La iniciativa, desarrollada de manera paralela al Comando Superior Peronista, tuvo gran impacto. Según la propia prensa ese día se movilizaron 80.000 personas en la ciudad de Buenos Aires. En: Palabra Argentina N°28, 18 de junio de 1957, p. 1 (CEDINPE). Por su parte, Cooke puso en aviso a Perón de que la iniciativa había sido «muy importante» y si bien las «agencias americanas» habían calculado «quinientos o mil quinientos manifestantes», France Presse había llevado ese número a 30.000, y «testigos presenciales» a 20.000. Toda la calle Santa Fe, agregó Cooke, había quedado «repleta de inscripciones peronistas». También en Córdoba hubo una réplica, en la que se movilizaron 10.000 personas. El mismo desarrollo de los acontecimientos llevó al propio Perón a modificar su silencio y antipatía inicial, para pasar a incluirlo más tarde como un hito central de la constelación resistente. Para la época de la primera «Marcha del silencio» Cooke le subrayó —en carta— a Perón que este periódico «que se calcula que lo leen un millón de personas» es el único que tiene «tono verdaderamente peronista» (Duhalde, 2007, p. 178 y 193). El efecto político de la acción fue indudable. Jorge Rulli recordó que la «vinculación» con los que luego serían sus «compañeros» se hará en «las marchas del silencio, con Palabra Argentina. (…). Allí es donde conozco a otros jóvenes peronistas. Palabra Argentina comenzó a armar una red de grupos con la idea de reivindicar a los muertos, de recuperar la soberanía, que era parte de un entramado donde el pueblo reconstruía su identidad política. Después, en esa esquina mítica de Corrientes y Esmerada, donde se reunía el peronismo antiguo y se van sumando muchachos jóvenes como el Tuly Ferrari, Gustavo Rearte y otros.» Roberto Miguelez también recordó haber participado «en las marchas de silencio» (Cafiero; Garulli; Charlier y Caraballo, 2000, p.173 y pp.261–262). Unas acciones y otras le valieron una fuerte persecución al periódico y a su director, que se tradujo en el secuestro de ediciones, suspensiones y detenciones. La movilización volvió a repetirse al año siguiente: en Rosario tomó la forma de una marcha de antorchas y, según Palabra Argentina, se movilizaron más de 100.000 personas. en: Palabra Argentina N°79, 16 de junio de 1958, pp. 3–4 (CEDINPE). En el mismo número se dio cobertura a un acto organizado en Lanús por el Comando Táctico donde se difundió un audio de Perón. Según el semanario allí se concentraron 40.000 personas. También se desarrollaron homenajes en Quilmes y Olivos, dentro de la Provincia de Buenos Aires; así como en Tucumán, Salta, Córdoba, Catamarca, Entre Ríos, Santiago del Estero, Mendoza y Río Negro. Por su parte, en Mendoza se desarrolló el acto central de homenaje organizado por el Comando Táctico, con la presencia de Susana Valle (hija de Juan José Valle) y Alcibiadez Cortínez (hijo del Coronel Cortínez). La acción llevó el nombre de «Marcha de Silencio» y se estima que reunió unos 30.000 manifestantes. Mayoría N°63, 23 de junio de 1958, p.25 (CEDINPE). Por otro lado, en un primer momento el núcleo político organizado alrededor de Azul y Blanco apoyó fervientemente el experimento encabezado por Mario Amadeo: Unión Federal. En discusión abierta con el llamado de Azul y Blanco a construir un Frente Nacional, el periódico Rebeldía, del padre Hernán Benítez, aludió a las elecciones legislativas donde el peronismo había llamado a votar en blanco, bajo la afirmación de que: «El camino a seguir es muy claro. (…). El Pueblo acertó el 28 de julio, como acertaron los colorados de Rosas, los gauchos rotosos de Quiroga, los criollos humildes de Güemes, y como habían acertado antes de ellos, los anónimos héroes que salvaron a la Patria a las órdenes de San Martín…» (Rebeldía N°6, 7 de agosto de 1957, p.1 y 3 [CEDINPE]). El núcleo Azul y Blanco más tarde dio vida a la formación de Centros Populares de base territorial en distintos puntos del país. Luego, y a la luz del gran caudal de lectores que tenía el semanario, buscó expresar eso en representatividad política y fundó el Partido Azul y Blanco. La experiencia resultó ser corta, y terminó por disolverse cuando varios miembros de ese espacio migraron a las filas del frondizismo de cara a las elecciones de febrero de 1958, lo cual generó una crisis interna del espacio. Tal como lo mostró Valeria Galván a eso le siguió la construcción, cada vez mayor, de un lugar de enunciación descreído totalmente de las posibilidades de la democracia burguesa y cada vez más en tono con posiciones nacionalistas de las décadas del treinta y el cuarenta.
[28] Palabra Argentina N°1, 15 de noviembre de 1955, p.7 (CEDINPE).
[29] Fueron esas masas las que acompañaron a los jefes de nuestro Ejército en su lucha por la independencia, dándolo todo a cambio de una patria libre. Fueron esas masas las que siguieron a los caudillos para asegurar el triunfo de los ideales federalistas frente al unitarismo de los “intelectuales” porteños. Fueron esas masas las que defendieron el honor de la Nación en Martín García, en Obligado, peleando al lado de Rosas para evitar la humillación de la alianza anglo–francesa. Fueron esas masas las que estuvieron con Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen en la afirmación de nuestra democracia. Y, finalmente, fueron esas masas las que ese día de octubre estuvieron en la histórica Plaza de Mayo para proclamar su fe y defender sus esperanzas». Palabra Argentina N°8, 16 de octubre de 1956, p.2 (CEDINPE).
[30] En su segundo número, y habiéndose sucedido la represión al fracasado levantamiento del 9 de junio, la publicación salió con un recuadro de encabezado dirigido a sus lectores donde manifestó que se trataba de «un número signado por el contenido de dolor que debe provocar en todos los espíritus la sangre de hermanos derramada». Azul y Blanco N°2, 13 de junio de 1956, p.1 (CEDINPE); Azul y Blanco N°7, 18 de julio de 1956, p.5 (CEDINPE).
[31] Laura Ehrlich, que trabajó para la misma época sobre una base de publicaciones que comprendía a Palabra Argentina y otras más bien cercanas al peronismo —o bien a expresiones del neoperonismo— señaló como elemento común el hecho de compartir «al momento de su aparición el supuesto de que el peronismo era una experiencia concluida: una experiencia del pasado» (Ehrlich, 2022, p. 34).
[32] Azul y Blanco N°61, 13 de agosto de 1957, p.1 (CEDINPE).
[33] Azul y Blanco N°98, 29 de abril de 1958 p.5 (CEDINPE). Un año más tarde habría de recalcar que: «En las concentraciones populares y en los plenarios sindicales se aclama ya estruendosamente a Rosas y se silba, estruendosamente también, a falsos santones del liberalismo». Azul y Blanco N°170, 15 de septiembre de 1959 p.3 (CEDINPE).
[34] Palabra Argentina N°11, 6 de noviembre de 1956, p.1 (CEDINPE). Las analogías entre ambos sucesos seguirían presentes en la publicación. En una edición posterior, habría de exponerse allí el encadenamiento de ambos episodios como un ciclo a través del cual la «conjuración internacional triunfante en Caseros abrió el proceso colonialista que debía de prolongarse durante un siglo». Palabra Argentina N°20, 23 de abril de 1957, p.2 (CEDINPE). En una de las convocatorias a la primera «marcha del silencio», la denuncia de lo acontecido se expuso bajo la afirmación de que «así como los triunfadores de Caseros colgaron a los vencidos en los arboles de Palermo, los transitorios vencedores de hoy colocaron a sus hermanos contra el paredón de los fusilamientos». Palabra Argentina N°24, 21 de mayo de 1957, p.1 (CEDINPE). Además de lo expuesto aquí, volverían a aparecer contrapuntos en Palabra Argentina N°5, 10 de mayo de 1956, pp.1–2 (CEDINPE); Palabra Argentina N°19, 16 de abril de 1957, p.1 (CEDINPE); Palabra Argentina N°21, 30 de abril de 1957, p.2 (CEDINPE); Palabra Argentina N°41, 3 de septiembre de 1957, p.2 (CEDINPE)
[35] En agosto de 1957 subrayó que existió «una singular analogía entre lo ocurrido en Buenos Aires en 1852 y lo sucedido en septiembre de 1955» ya que la alianza que precipitó la caída de Rosas ofreció «los mismos elementos contradictorios» que «el frente sedicioso» que provocó «el derrumbe del gobierno constitucional de Perón». Mayoría N°19, 14 de agosto de 1957, p.9 (CEDINPE).
[36] Mayoría N°54, 21 de abril de 1958, p.3 (CEDINPE). Mayoría se plegó de lleno a la campaña presidencial por Arturo Frondizi, en julio de 1958. Ese mismo mes una portada llevó a Hipólito Yrigoyen, Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Perón. En su interior, una nota conmemorativa por los 25 años del fallecimiento del líder radical afirmaba que los tres caudillos compartían «una sola línea: la nacional y popular». Con respecto a Yrigoyen subrayó que «su movimiento representaba el desquite de Caseros y el restablecimiento de la política nacional sostenida por Rosas». Él como, en ese entonces, Frondizi tuvieron «conciencia» de estar «frente al ancho mar de un movimiento y no al estrecho canal de un partido». La valoración de Yrigoyen y «su misión histórica» pudo hacerse —continuó la nota— después de 1930, cuando «empezó a corporizarse, sistematizarse y difundirse el pensamiento nacionalista, cuyo triunfo, en octubre de 1945, significó el segundo gran desquite de Caseros para el pueblo argentino». Por último, afirmó que «a través del drama de Perón» era posible «comprender muy bien el drama de Yrigoyen». Mayoría N°65, 7 de julio de 1958, p.15 (CEDINPE).
[37] Un hito central de la resistencia, que tuvo lugar en sus páginas, fue la publicación, entre el N°8 —del 27 de mayo de 1957— y el N°15 —del 15 de julio del mismo año— de una serie de notas de investigación de Rodolfo J. Walsh, bajo el título: «Operación masacre». También se publicaron dos apéndices en los N° 17, del 31 de julio, y 39, del 30 de diciembre de 1957. Allí —través de la crónica que se convertiría en el libro del mismo nombre— denunció los fusilamientos del 1956. En junio de 1958 la revista publicó una entrevista a John W. Cooke, realizada en Venezuela, y salió con una foto de portada de él junto a Perón. Probablemente se trate de las primeras tapas de prensa que hayan circulado con una imagen del expresidente luego del golpe. Mayoría N°63, 23 de junio de 1958 (CEDINPE).
[38] Su primer número llevaba la leyenda a pie de página «Unión nacional sin vencedores ni vencidos.» Azul y Blanco N°1, 6 de junio de 1956, p.1 (CEDINPE). El proclamado: «Ni vencedores ni vencidos», que Urquiza hizo «lucir antes y después de Caseros», fue renovado por Lonardi: «el Jefe de la Revolución Libertadora», Azul y Blanco N°29, 2 de enero de 1957, p.2 (CEDINPE).
[39] Azul y Blanco N°138, 3 de febrero de 1959, p.3 (CEDINPE).
[40] Esta interpretación fue común de las prensas más estrictamente cercanas al peronismo. Por ejemplo, desde las páginas de Rebeldía, en respuesta a la afirmación de los diarios La Nación . La Prensa de que a lo largo de la historia argentina habían existido solamente tres revoluciones, a saber Mayo, Caseros y septiembre de 1955, el semanario contestó: «Las tres, más que restitución al pasado, son ruptura con el pasado. Son traición al pasado. Legitima la de Mayo. Ilegítimas las de Caseros y la de septiembre de 1955. Porque Mayo nos dio Patria autónoma, engendrando una nación que rompió su continuidad jurídica con la colonia virreinal. Caseros fue triunfo del invasor brasileño, triunfo del puerto–afuera contra la tierra–adentro, triunfo de la oligarquía porteña contra el paisanaje pajuerano. Y septiembre de 1955 fue invasión lisa y llana de las logias con la complicidad del formidable quintacolumnismo integrado por nuestra oligarquía liberal en mancomún con el socialismo y los politiqueros reaccionarios». Rebeldía N°39, 23 de abril de 1958, p.1 (CEDINPE).
[41] Besoky ha subrayado la importancia de esta función desarrollada por las tres prensas en momentos en que el IIHJMR se encontraba cerrado y José María Rosa en el exilio (Besoky, 2016, pp.77–78). Una vez reabierto el IIHJMR, por estas prensas circuló información publicitando sus actividades.
[42] Palabra Argentina también fue clausurada, pero a fines de 1961 y volvió a salir en febrero de 1962.
[43] En septiembre de 1959 Azul y Blanco publicó una nota con tintes diferentes a lo dicho hasta el momento sobre Fidel Castro. Si hasta entonces la mirada del semanario sobre el dirigente cubano había sido más bien de reprobación y crítica, el artículo «En qué se parecen Fidel Castro y Perón» de Luis Cicero representó un giro importante. Al menos por algún tiempo. Azul y Blanco N°167, 25 de septiembre de 1959, p.4 (CEDINPE).
[44] En agosto de 1959 Rodolfo Walsh publicó una en Azul y Blanco ya bajo la adscripción institucional de Prensa Latina. Azul y Blanco N°166, 18 de agosto de 1959, p.2 (CEDINPE). Un mes después ya introdujo la discusión del «Nacionalismo económico» en la Isla. Azul y Blanco N°172, 29 de septiembre de 1959, p.2 (CEDINPE). Al año siguiente el semanario habría de dar lugar en su publicación a un debate entre el propio Walsh y Marcelo Sánchez Sorondo sobre la «vía soviética». Azul y Blanco N°213, 20 de julio de 1960, p.2 (CEDINPE).
Notas de autor
* Leandro Nicolás Pankonin es Profesor y Licenciado en Ciencias Antropológicas y Doctor en Historia, por la Universidad de Buenos Aires, y Magister en Historia por la Universidad Nacional de San Martín. Ha trabajado en el Equipo de relevamiento y análisis documental de las Fuerzas Armadas, con asiento en la Dirección de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario del Ministerio de Defensa. Lleva varios años dedicado a investigar la historia de usos de la estrella federal durante el siglo XX. Ha sido becario doctoral del CONICET, forma parte del Programa de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de General Sarmiento y es docente de la asignatura Folklore General de la carrera de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires.
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