Artículos

Productores familiares capitalizados en un contexto de cambio agrario1

Capitalized family producers in a context of agrarian change

Mónica Bendini
Universidad Nacional del Comahue, Argentina
Graciela Preda
INTA - IPAF Patagonia, Argentina
Norma Steimbreger
Universidad Nacional del Comahue, Argentina

Pampa. Revista Interuniversitaria de Estudios Territoriales

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 1669-3299

ISSN-e: 2314-0208

Periodicidad: Semestral

núm. 20, 2019

revistapampa@gmail.com

Recepción: 24 Abril 2018

Aprobación: 12 Septiembre 2018



DOI: https://doi.org/10.14409/pampa.2019.20.e0009

Resumen: La expansión del capitalismo a fines del siglo pasado ha provocado profundas transformaciones en las estructuras y relaciones de producción en el agro. Se aceleró la penetración del capital concentrado en el control de recursos y se dinamizó la producción de materias primas y bienes de calidad para exportación afectando áreas de producción familiar con diferente grado de capitalización. La pregunta que orienta este trabajo es cómo se insertan económicamente los productores familiares capitalizados en la nueva organización social de la agricultura, cuáles son sus estrategias de persistencia y cómo se integran a los mecanismos de acumulación del capital. El desarrollo empírico aborda dos casos de estudio. Por un lado, un área de secano con reciente expansión agrícola y sustitución de actividades (norte de Córdoba); por otro, una zona de agricultura bajo riego con reconversión de una actividad tradicional (Alto Valle de Río Negro). La estrategia metodológica combina el análisis de datos secundarios con datos primarios provenientes de entrevistas en profundidad.

Palabras clave: Capitalismo agrario , Productor familiar capitalizado , Organización social de la agricultura , Estrategias productivas.

Abstract: The expansion of capitalism at the end of the last century has generated deep transformations in the structures and relations of production in agriculture. The process of agrarian restructuring accelerated the penetration of concentrated capital in the control of resources and boosted the advance of the production of raw materials and quality goods for export, affecting family production areas with different degrees of capitalization. The question that guides this article is how are capitalized family farmers inserted economically in the new social organization of agriculture, what are their strategies of persistence and how are they integrated into the mechanisms of capital accumulation. The empirical development addresses two cases of study. On the one hand, a rainfed area with recent agricultural expansion and substitution of activities (northern Córdoba); on the other, an area of ​​intensive agriculture under irrigation with conversion of a traditional activity (Alto Valle de Río Negro). The methodological strategy combines the analysis of secondary data with primary data from in–depth interviews.

Keywords: Agricultural capitalism , Capitalized family producer , Social organization of agriculture , Productive strategies.

1. Los rasgos contemporáneos del capitalismo agrario y diferenciaciones en la producción familiar

En las últimas décadas, el desarrollo del capitalismo agrario ha generado cambios en la organización social del trabajo, en la tenencia y tamaño de las unidades productivas (aumento de escala con inserción subordinada o desplazamiento de pequeños y medianos productores) y en el carácter de las actividades productivas (sustitución y/o ampliación de líneas de producción). Se incorporan nuevos sujetos sociales agrarios y se dinamizan los mercados, principalmente de tierras, de algunos commodities como es el caso de la soja, y también de productos agrícolas de calidad orientados a la exportación (Steimbreger y Bendini, 2017). Este nuevo ciclo de acumulación y dominio se caracteriza por la presencia y avance del gran capital y el empobrecimiento y exclusión de pequeños productores familiares y trabajadores rurales. Sus imágenes corresponden a una fase del capitalismo de tipo financiero flexible (Alonso Fradejas, 2015) que fortalece el patrón de desarrollo concentrador y excluyente pero también trasnacional y anónimo, fundamentalmente en la búsqueda de nuevas salidas para el capital financiero (Carámbula, 2015; Bendini et al., 2016).

Una forma interpretativa crítica es cuestionar la tendencia unívoca del desarrollo del capital en el agro (Santos, 2000), y dar cuenta de la diversidad de senderos de acumulación en la expansión del capital. Tsakoumagkos (2005) señala la territorialización multiforme del capital agrario y agroindustrial en Argentina, y las modalidades que adquiere la heterogeneidad social. Esta complejidad solo puede ser comprendida desde una visión que integre la diferencial penetración del capital según la jerarquización de los espacios regionales y la conformación de la estructura social agraria. En este sentido, Soverna, Tsakoumagkos y Paz (2008) advierten que una definición simplificada (entre unidades familiares y empresariales) pierde de vista una variedad de situaciones, que incluye estratos o tipos de productores con niveles y necesidades de atención muy diversos. La agricultura familiar en Argentina es un concepto heterogéneo y genérico que incluye a campesinos y chacareros como también a emprendedores y pequeños empresarios rurales (Lattuada et al., 2012; Bendini, 2014; Arach, 2011).

Los productores familiares se encuentran inmersos en un movimiento vertical de diferenciación social entre quienes pudieron mantenerse (e incluso capitalizarse) y aquellos que se encuentran en un proceso de descapitalización. Como bien señalan Grass y Hernández (2009), la propia definición de estos sujetos como empresarios familiares, chacareros o productores familiares da cuenta no solo del proceso que han atravesado sino también de la heterogeneidad que los caracteriza.

Reconociendo esa diversidad, este trabajo se focaliza en aquellos sujetos sociales definidos como productores familiares capitalizados, en su mayoría propietarios de la tierra que trabajan, que invierten capital y explotan su propia fuerza de trabajo. Situación que es, teóricamente, producto del no pleno desarrollo del capitalismo (Cloquell et al., 2007). Archetti y Stölen, citando a Wolf, dicen que «la economía del farmer se caracteriza porque acumula capital y se reproduce a una escala mucho más amplia, crece y se desarrolla» (1975:15). Y es precisamente la generación de un fondo de acumulación de capital, el criterio que distingue a una economía campesina de una poscampesina.

En el mismo sentido, Murmis (1991) marca una diferencia primordial entre la unidad familiar capitalizada y la típica unidad capitalista teniendo en cuenta «la composición orgánica del capital (papel del trabajo vivo frente al muerto), la capacidad de expandir el volumen controlado de riqueza social a partir de la parcela, y finalmente la participación en la plusvalía social» (44). Estos criterios se encuentran asociados en la unidad típicamente capitalista pero no así en la unidad familiar capitalizada, donde aún con procesos de capitalización por reproducción ampliada no necesariamente se produce la generación de proletariado. Precisamente este autor identifica en algunas zonas en Argentina «pequeños productores muy equipados, con inversión de capital[2] en medios de producción, [que] se ven en situación de apropiarse de plusvalor social, aún sin extraerlo directamente de sus propios asalariados» (1974:23).

Tort y otros (1991:567 cit. en Alvaro, 2013) también llaman la atención acerca de la existencia de situaciones heterogéneas en lo que a la estructura interna de la agricultura familiar se refiere. Afirman el despliegue de una variedad de situaciones que puede incluir, en un extremo, formas campesinas, y en el otro, unidades insertas en un intenso intercambio comercial con mercados nacionales y/o internacionales.

La vasta bibliografía existente en torno a estudios agropecuarios en contextos de desarrollo capitalista contiene necesariamente el análisis de las explotaciones familiares. Esto se debe a que, si se analizan las unidades productivas en base a sus relaciones internas de producción, gran parte de ese universo no puede considerarse plenamente capitalista, debido a que, al menos parte del trabajo en la explotación es realizado por productores y mano de obra familiar (Friedmann, 1981; Preda, 2012).

Por otra parte, existen diferentes racionalidades y modalidades en el uso de los recursos al interior de los sistemas de relaciones sociales de producción (Archetti y Stolen, 1975; Van der Ploeg, 1993). La comprensión de la presencia de la producción familiar plantea la necesidad de nuevas miradas sobre esta forma de producción agraria, así como la revisión de nuevos conceptos y perspectivas de análisis. Es importante en este contexto «deconstruir el concepto de la división de la unidad doméstica y unidad de producción, y hablar de una integración diferente en la familia rural moderna» (Cloquell et al., 2007:26).

Un elemento que contribuye a la complejidad del análisis de estas explotaciones es la heterogeneidad ecológica donde están insertas. Las áreas de estudio que se abordan en este trabajo se identifican por sus particularidades ambientales diferenciadas que tienden al desarrollo de diversos tipos de economías (Archetti y Stölen, 1975). El lugar donde se asienta la explotación es un componente que incide en las formas en que el productor establece sus relaciones sociales de producción.

Las transformaciones sucedidas en los últimos años como consecuencia del desarrollo de nuevas modalidades de producción, como puede ser la agricultura de materias primas exportables (noreste de Córdoba) o la agricultura orientada a la producción de calidad (Alto Valle rionegrino), han ido conduciendo a diferentes procesos dentro del mundo rural. La producción familiar capitalizada en su intento por adaptarse a los cambios del capitalismo agrario contemporáneo fue desarrollando diversas estrategias para permanecer en la producción e integrarse en los circuitos agrocomerciales y agroindustriales. El fortalecimiento del modelo de organización capitalista con predominio del mercado como asignador de recursos y exigencias de competitividad, actúa como un factor condicionante en la toma de decisiones de los productores, quienes en su rol de agentes conductores y organizadores de la producción van configurando el espacio productivo que caracteriza y dinamiza la vida de estas regiones (Preda, 2012).

La producción familiar capitalizada basó su sustento a lo largo de la historia en la articulación interna de la reproducción del ciclo doméstico con la unidad de producción. En la actualidad esa relación exhibe particularidades propias que se vinculan regionalmente a la intensificación de la presencia del capital en el marco de la economía de mercado (Preda, 2012). Si partimos de la consideración, que, si bien este tipo de producción está orientada a la obtención de ganancias, también puede compatibilizar sus resultados económicos con «lograr asegurar la reproducción del núcleo familiar de acuerdo con las pautas correspondientes al marco histórico–cultural en el que se insertan» (Azcuy Ameghino, 2007:17).

2. Presentación de los casos

En este trabajo se abordan dos estudios de caso de productores familiares capitalizados en un contexto de fuerte concentración productiva y de modernización tecnológica. Por un lado, una zona de agricultura intensiva bajo riego con reconversión de una actividad agroindustrial tradicional (Alto Valle de Río Negro), la vitivinicultura. En este caso, se observa una fuerte reestructuración del sector llevada a cabo por un número pequeño de productores bodegueros que lograron introducir los cambios necesarios en el proceso productivo para adecuarse a los requerimientos de un mercado de alta calidad enológica (Steimbreger y Bendini, 2017). Por otro, un área de secano con reciente expansión agrícola y sustitución de actividades (noreste de Córdoba). Este proceso de importación del modelo de agricultura pampeana (con centralidad en la soja), es conducido por agentes externos a la región que detentan el saber que el mismo requiere, y se expande en el norte de Córdoba a expensas de la tradicional producción ganadera extensiva. En su desarrollo fue seleccionando a los agentes con más disponibilidad de recursos y mayor capacidad de adaptación a los cambios (Preda, 2012).

2.1 Reactivación de la vitivinicultura en el norte de la Patagonia

Este acápite da cuenta de la génesis y desarrollo de una actividad tradicional renovada y en expansión, la vitivinicultura en Alto Valle[3] de la provincia de Río Negro, y del actual proceso de revalorización y reestructuración productiva y comercial. Si bien la matriz productiva de la región se basa en la producción de fruta de pepita (peras y manzanas) para exportación, la vitivinicultura es una de las primeras actividades que, hacia fines del siglo XIX, junto con la alfalfa dan inicio al desarrollo agrícola en la norpatagonia, destinándose una importante superficie al cultivo de vid para la elaboración de vino.[4] Esta producción se basaba en cepajes criollos y europeos de escasa calidad enológica y en detrimento de la calidad del producto (Llorente y Dye, 2011).

Con el transcurrir del tiempo, esa producción agroindustrial se reduce y cae en el olvido, coincidentemente con el auge y expansión de la producción de peras y manzanas. A pesar de ello, la superficie implantada con viñedos continúa creciendo lentamente como cultivo secundario, alcanzando en 1974 una superficie máxima de 17.000 ha. Posteriormente se inicia la erradicación voluntaria de viñedos como consecuencia de las sucesivas crisis que debió soportar el sector (ver Cuadro 1).

Cuadro 1.
Superficie cultivada en Alto Valle 1918–1957 (en ha)
Cultivo 1918 1925 1945 1959
Alfalfa 15.000 23.542 24.390 16.850
Vid 2.110 2.524 7.230 12.470
Frutales 540 1.168 12.970 23.400
Hortalizas 2.630 2.137 3.870 1.970
Cereales 2.610 1.890 2.820 2.050
Otros 1.400 s/d 230 470
Fuente: Álvarez, 2012, en base a datos de Pueblos del Norte de la Patagonia, 1779 –1957.

Sin embargo, en las últimas décadas del siglo pasado, y en un contexto de reestructuración y reconversión de la vitivinicultura argentina, se observa una revalorización de la actividad a nivel regional, caracterizado por la producción de vinos finos, de calidad, que implica alteraciones cualitativas y cuantitativas en el proceso agroindustrial, así como una mayor orientación exportadora.[5] El nuevo modelo productivo se vincula con los cambios en la demanda a nivel mundial y con la dinámica que adquiere el capital en ese sector de la economía regional. Se produce una fuerte expansión vitivinícola en la zona de El Chañar en la provincia de Neuquén, con la presencia de grandes bodegas de empresarios regionales, y más recientemente con la participación de capitales extranjeros. El fuerte posicionamiento de esta región productiva en el mercado nacional e internacional, estimula la reestructuración vitivinícola de una forma particular y diferencial en el tradicional Alto Valle rionegrino, área tradicionalmente productora de vinos comunes, con una organización social de la actividad de tipo familiar capitalizado (Steimbreger y Bendini, 2017).

Se inicia así la producción de vinos finos, de calidad, con identidad propia: los vinos finos de las zonas frías, caracterizándose el norte de la Patagonia como el territorio vitivinícola más septentrional de Argentina, condición que le otorga un posicionamiento diferencial en la comercialización.[6] En esta primera etapa, la publicidad que se le otorgó a los vinos de la Patagonia tuvo mucha importancia en esos procesos de reestructuración y reconversión productiva en la cual el estado no estuvo ausente. Para promocionar la actividad, el estado rionegrino elabora un programa que favorece la construcción de la imagen de los vinos finos de zonas frías y facilita la comercialización (Steimbreger y Bendini, 2017).

Era como una especie de sello, había un logo y las bodegas que se adherían lo ponían… El gobierno asumió un compromiso político que ayudó mucho comercialmente con costo cero. Tuvo carácter simbólico. A los vinos de Río Negro se los fueron identificando como los de la zona fría. El programa fue perfecto. Estaba ideado para salvar una actividad en caída, pero se olvidaron que había que reconvertir variedades para elaborar vinos de calidad, por eso fracasó. Había muchas cooperativas y muy grandes (de 8 a 10 millones de litros): Valle Fértil, Millacó. Muchos se fundieron. Se tributaba un impuesto interno, la forma de pagar era a medida que se iba vendiendo. Las estampillas se entregaban en planchas. Se empezó a no pagar. Se acumulaba la deuda y llegaron a tener deudas enormes y con la disminución del consumo, terminan desapareciendo esas cooperativas. Los productores socios se dedicaron a otros cultivos. (productor bodeguero local, 2016)

Avanzados los años 90 empieza la segunda etapa: la reconversión vitivinícola propiamente dicha. Este proceso profundiza la reestructuración productiva en la tradicional área frutícola del Alto Valle, con la reactivación de bodegas pequeñas y medianas de organización social del trabajo esencialmente familiar, de tipo «chacarero» (productor familiar capitalizado).[7] Sin embargo, es necesario mencionar, que la reconversión de la actividad vitivinícola en el Alto Valle no fue un proceso generalizado, sino más bien selectivo ya que no todas las unidades agrarias viñateras pudieron renovarse (Steimbreger y Bendini, 2017).

«Aparecen los nuevos jugadores como nosotros. Yo empecé en el año 80 en otro proyecto en Guerrico, mi padre fue productor, pero no de vino» (productor bodeguero local, 2016).

Así la actividad representa nuevamente una orientación productiva destacada, aunque con limitada inserción y con cambios sustantivos en la organización social del trabajo, en la incorporación de tecnología y en la comercialización. Se introducen cepas de ciclo vegetativo más corto y con mejores variedades como Merlot, Pinot Noir, Malbec.

Actualmente, en la provincia de Río Negro, existen 1659 hectáreas en producción de vid de las cuales 1400 son cultivos de uva de alta calidad enológica, variedades finas, nobles, en total se elaboran 6,7 millones de litros anuales (Instituto Nacional de Vitivinicultura, 2018).

La vitivinicultura se expande con producción de calidad. Ya casi desapareció la uva de baja calidad (…) Las 1600 ha existentes con uva para vinificar están en manos de algo más de 100 productores «chacareros», que detentan entre 8 y 20 ha aproximadamente. (productor bodeguero local, 2016)

Como puede observarse en el Cuadro 2, a diferencia de la producción neuquina, donde se pone de relieve una organización empresarial a escala y de capital concentrado[8] con orientación hacia el mercado nacional y mundial, en Río Negro la reestructuración de la actividad asume rasgos diferenciales en torno a la escala y al destino de la producción (Steimbreger y Bendini, 2017).

Cuadro 2.
Superficie según escala. Total país, región patagónica y provincias de Neuquén y Río Negro. Año 2015.
Superficie en ha
0 – 5 5,1 – 10 10,1 – 25 25,1 – 50 50,1 y más
Provincia Cant. % Cant. % Cant. % Cant. % Cant. % Total
PAÍS 32.470 14,4 33.419 14,9 57.220 25,5 40.919 18,2 60.679 27 224.707
REGIÓN 411 12 369 10,7 825 24,1 812 23,7 1.010 29,5 3.427
Neuquén 59 3,4 52 3 191 10,9 438 25 1.010 57,7 1.751
Rio Negro 352 21 317 18,9 634 37,8 374 22,3 - - 1.676
Fuente: Steimbreger y Bendini, 2017, en base al registro de viñedos y superficie. Instituto Nacional de Vitivinicultura, Argentina (2015).

El 60 % de los viñedos rionegrinos se concentra en explotaciones de entre 10 y 50 ha, con un tamaño promedio de los viñedos de 6 ha, evidenciando una organización social de la vitivinicultura menos concentrada, de tipo familiar capitalizada con reestructuración por reconversión. Estos productores son propietarios de la explotación y de la bodega, invierten capital y en general, el trabajo familiar se concentra en la organización y gestión del emprendimiento. El proceso de producción en los viñedos y bodega suelen ser supervisados por el productor, pero las tareas físicas están en manos de trabajadores asalariados. Es importante mencionar, que para la realización de las labores culturales que requiere el viñedo (poda, cosecha, limpieza, entre otros) contratan mano de obra estacional y en algunos casos migrante. Como se desprende de los testimonios, los productores coinciden en las dificultades existentes para la contratación de trabajadores temporarios.

Tenemos más problemas en época de poda que requiere más gente que la cosecha y no hay manera de mecanizarse. En el campo, más del 60 % son mujeres. No porque uno quiera mujeres sino porque no hay hombres. En la poda fina no hay problemas que la hagan mujeres, es más precisa y delicada que el hombre. (empresario bodeguero, 2016)

Una de las razones que se esgrimen acerca de la falta de mano de obra masculina para actividades agrícolas está vinculada con la competencia que significa la demanda laboral de la actividad petrolera y el fuerte requerimiento de trabajadores para la recolección de peras y manzanas. Esta situación implica recurrir a mano de obra femenina disponible localmente, y además se naturaliza la condición de género por sus cualidades estigmatizadas de mayor docilidad, habilidad, concentración, precisión y cuidado en el manejo manual de la viña.

Cuando había 18.000 ha, había un fuerte requerimiento de trabajadores. Venía gente del norte de Argentina. Pero para la vid venía más del norte neuquino o algunos productores los iban a buscar; también de la Línea Sur. Hoy, a pesar que la superficie es más pequeña, hay problemas de mano de obra. Algunos piensan en la cosecha mecánica, pero hay que adecuar el viñedo y las máquinas son caras. No hace falta demasiada calificación para la cosecha, pero igualmente escasea la mano de obra rural, el hombre prefiere la cosecha de manzana, le rinde más económicamente a pesar que es un trabajo más duro. En general, hay más mujeres en la cosecha de uva. Al ser predios chicos con varias variedades, hay baches en el tiempo. (productor bodeguero local, 2016)

En estos productores bodegueros se observa una fuerte interconexión entre acumulación de capital y bienestar familiar (Grass y Hernández, 2009). Al actuar la familia como núcleo integrador de la unidad de producción y de consumo posibilita que no haya una división del producto obtenido, destinando el mismo a la reproducción de su sistema de producción (Preda, 2006 y 2012). Asimismo, el productor e integrantes de la familia involucrados en la actividad, junto a otros productores bodegueros, suelen organizar eventos musicales o gastronómicos para promocionar la producción y venta de los vinos finos de la región.

Se configura un espacio de colaboración no solo en torno al emprendimiento familiar sino también al interior del sector vitivinícola regional, que van afianzando los vínculos de pertenencia con la explotación y con la actividad. Esta singular organización tanto interna como del sector productivo, viabiliza la persistencia de estos emprendimientos agroindustrias familiares y su adecuación a las transformaciones del contexto. De acuerdo a sus capacidades van definiendo estrategias conciliadoras con las modificaciones en el dominio externo (Van der Ploeg, 1993).

En este sentido, es importante mencionar la creación del programa La Ruta del Vino cuyo objetivo es promocionar y difundir la historia del vino teniendo en cuenta la experiencia de otros países sobre el turismo enológico.[9]

La ruta del vino es muy importante, por ejemplo, en California, es muy elevado el porcentaje de venta en bodega para el turismo. Es una venta directa, mejora la rentabilidad. Para las bodegas chicas es importante. (productor bodeguero local, 2016)

A partir de este momento, ya no se habla de los vinos de zonas frías, «hoy en toda la región, se publicitan como vinos de la Región Patagónica… igual es un sinónimo de zonas frías, pero más fuerte…» (empresario bodeguero, 2016).

La Ruta del Vino puede ser vista como una red, una trama de cooperación que se establece alrededor del tema del vino. El impacto económico es significativo para una acción colectiva entre bodegas, para establecer vínculos solidarios entre dos o más entidades en donde los esfuerzos de unión producen mejores efectos tanto cuali como cuantitativos (Brunori y Rossi, 2000). Adquiere importancia la calidad que constituye el contexto de cohesión junto al sistema simbólico de los vinos de la Patagonia (Steimbreger y Bendini, 2017). De esta manera, la red en tanto capital social, contribuye a la posibilidad de captación de mayores ingresos por parte de los productores bodegueros.

No hay complementación con Neuquén. Nuestra ruta del vino nació por sugerencia del estado provincial rionegrino con Ana Boschi (Cipolletti) en épocas del gobernador Sáez. Contrataron un especialista en rutas alimentarias y dejó cinco posibilidades: vino, peras y manzanas, sabores andinos, sabores del mar, sabores de la estepa (cordero). Lo único que se concretó fue la ruta del vino. Se gestionó la personería jurídica hace 10 años. (productor bodeguero local, 2016)

Las relaciones entre Neuquén y Río Negro son buenas, pero las rutas son independientes. El turismo vitivinícola en el mundo es un atractivo fuerte. Esto lo utiliza muy bien Mendoza. Es un ingreso muy importante para esa provincia. Más del 50 % del turismo que recibe Mendoza está relacionado con el turismo vitivinícola. (empresario bodeguero, 2016)

La Ruta del Vino Rionegrina está consolidada, sin embargo, el turista es quien organiza su propia ruta y la visita con cada bodega. Además de la cata de vinos y el recorrido por los viñedos y bodegas para mostrar el proceso de elaboración, se organizan otras actividades como conciertos.

Los primeros años éramos 4 bodegas y se hacían tres conciertos: Agrestis, Canale, La Falda. El concierto implica un costo importante, música comida, etc. Hace un año atrás se incorporaron más bodegas. Hoy somos 10. Posiblemente La Falda se reúna con los de Fernández Oro para hacer un concierto. Acá y en Canale se van a hacer posiblemente este año, tres conciertos. (productor bodeguero local, 2016)

En la ciudad valletana de Villa Regina se realiza la Fiesta Provincial de la Vendimia, y ese evento es utilizado para promocionar los vinos mediante actividades musicales, como la presentación de la Orquesta Sinfónica de Río Negro.

«Si bien estas fiestas tienen un gran componente político, tratamos de recuperar el protagonismo del vino y jerarquizar los espectáculos, por ejemplo, estableciendo la noche del Pinot Noir» (productor bodeguero local, 2016).

Actualmente, el estado rionegrino interviene muy débilmente, a pesar que el sector vitivinícola rionegrino es un sector muy pequeño.

«Hay una dirección de vitivinicultura que depende del Ministerio de Agricultura, pero cambiaron muchos directores y ministros [sustitución de autoridades] lo cual dificulta la elaboración de una política del sector sostenible en el tiempo» (productor bodeguero local, 2016).

Para el productor bodeguero las perspectivas para la actividad son muy buenas.

Tengo fe y apuesto a esta actividad, hacer vino implica una alta cuota de amor y pasión. Las perspectivas son buenas, la zona es muy buena para la producción. Falta más inversión en el mercado, más promoción y más consumo local. Actualmente se consumen 24 litros per cápita por año. (productor bodeguero local, 2016)

Más allá de desplazamientos previos por sustitución de actividades, y por dificultades financieras para la reconversión al tornarse selectiva la adopción tecnológica, la vitivinicultura en el norte de la Patagonia muestra una imagen distinta en las últimas décadas que deviene de la complementación de territorios de producción empresarial a escala y de producción familiar capitalizada como el estudio que se presenta. Este caso no se trata de la conjunción de formas antagónicas de la organización de la producción agraria y del uso la tierra, ni tampoco se trata de una expansión territorial del capital con complementación perversa tal como Martínez Valle (2015) señala en la sierra de Ecuador. Se trata de la coexistencia regional (en áreas irrigadas del norte de la Patagonia) de grandes empresas y productores capitalizados que podrían identificarse como pequeños empresarios, y en zonas geográficamente distintas en el origen y desarrollo.

2.2 Reciente expansión agrícola en el norte de Córdoba

El departamento Río Seco, noreste de la provincia de Córdoba, se caracteriza por el desarrollo de actividades primarias, fundamentalmente ganadería y extracción forestal. La cría de ganado vacuno, realizada por grandes y medianos productores, y de cabras y ovejas (en menor escala) por los pequeños productores (Salguero, 2007). La agricultura ha sido secundaria, siendo el cultivo predominante el maíz desde el punto de vista de la funcionalidad como alimento para el ganado (Preda, 2015).

Datos de los últimos Censos Nacionales Agropecuarios (CNA),[10] permiten observar que en la década del 90 se inicia un proceso de agriculturización en el departamento, explicitándose claramente en el incremento de superficie implantada con oleaginosas y cereales para granos.

Cuadro 3.
Departamento Río Seco. Superficie implantada, por grupo de cultivos.
Grupo de cultivo CNA Variación 2002–1988
1960 1988 2002 Ha %
Cereales para grano 2.544 1.929 22.574 20.644 1070
Oleaginosas 0 745 43.699 42.954 5766
Forrajeras anuales 869 15.940 9.099 -6.841 -43
Forrajeras perennes 1.566 20.596 49.687 29.091 141
Hortalizas 19 23 30 7 32
Frutales (vid) 4 2 0 -2 -100
Total 5.002 39.235 125.089
Fuente: Preda, 2012, en base a datos de los Censos Nacionales Agropecuarios (CNA) 1960, 1988 y 2002 (INDEC).

Entre los cultivos más relevantes de acuerdo a la superficie ocupada, se distingue la soja en primer lugar seguida por el trigo, ambos cultivos prácticamente inexistentes en períodos anteriores y que en el 2002 pasaron a ocupar más de 50.000 ha.[11] Este proceso de expansión del cultivo de soja es coherente con la dinámica provincial, ya que Córdoba es la provincia de la región pampeana que más incrementó la superficie sembrada con la oleaginosa; entre los períodos 1994/95 a 2003/04 la superficie se expandió en 2.576.000 ha (Azcuy Ameghino y León, 2005). Paralelamente, disminuye la superficie ocupada con pastizales naturales y bosques, lo que permite inferir que el incremento de la superficie implantada con cereales, oleaginosas y forrajeras, se realizó en detrimento de la vegetación natural existente en el área (Preda, 2013).

Cuadro 4.
Departamento Río Seco. Superficie destinada a otros usos.
Grupo de cultivo CNA Variación 2002–1988
1960 1988 2002 Ha %
Pastizales 163.613 197.949 160.767 -37.182 -19
Bosques y montes 67.183 147.379 105.776 -41.603 -28
Total 230.796 345.328 266.543 -78.785 -23
Fuente: Preda, 2012, en base a datos de los Censos Nacionales Agropecuarios 1960, 1988 y 2002 (INDEC).

El manejo de la implantación de cultivos en el marco del nuevo modelo productivo se basa en el desmonte, la siembra directa (con el requerimiento del paquete tecnológico ad hoc), así como la utilización de equipos, maquinaria de cosecha y pulverización con mayor capacidad de trabajo, imponiéndose un modelo de desarrollo ajeno a la realidad local, pero con un fuerte impacto sobre ella (Salguero, 2007).

Asimismo, el incremento en la superficie implantada con forrajeras perennes que se observa en el Cuadro 4, da cuenta del proceso de bovinización manifiesto en el territorio. La frontera ganadera avanza sobre áreas destinadas a otro tipo de uso y, mientras la cantidad de cabezas de ganado bovino disminuye en el total provincial, en el departamento se incrementa un 24 % entre los censos 1988 y 2002 (Preda, 2013). Es así que se establece un sistema productivo agropecuario que combina agricultura de altos insumos con ganadería en base a pasturas implantadas, convirtiéndose la soja en el cultivo preponderante. En palabras de Altieri y Pengue (2006), se trata de un caso de importación del modelo de agricultura pampeana que puede poner en riesgo la estabilidad ecológica y social de la región.

Las transformaciones descriptas también impactan en la estructura agraria, evidenciándose un proceso de concentración en el uso del suelo con acentuada disminución en el número de productores, especialmente los que operan pequeñas superficies. En el período intercensal 1988–2002 se observa una disminución del 22 % en el total de explotaciones, porcentaje que se eleva al 35 % para aquellas con superficie menores a las 200 ha (Preda, 2013).

El proceso de expansión agrícola en el departamento Río Seco ha sido conducido por actores ajenos al territorio, que detentan conocimiento del trabajo agrícola y con capital acumulado en trayectorias productivas previas en la región pampeana. Se trata de productores que desarrollan una estrategia de expansión de su propia frontera productiva incursionando en nuevos lugares y reproduciendo los sistemas de relaciones de sus lugares de origen (Preda, 2015). Lo que conlleva diferentes formas de concebir el territorio, porque si bien para estos nuevos agentes es un lugar de ampliación de su escala productiva, para los productores tradicionales (campesinos y productores familiares capitalizados) es un espacio no solo de producción sino también de vida.

Los productores familiares capitalizados representan poco más de un tercio de los tipos sociales existentes, son mayoritariamente propietarios de la tierra que trabajan y operan superficies que oscilan entre 250 y 3000 hectáreas (Preda, 2015). Esta amplitud en el rango de superficie se relaciona esencialmente con el tipo de suelo, ya que quienes se ubican en áreas de suelo salino requieren mayores extensiones para el desarrollo de la ganadería extensiva que realizan.

Asimismo, la condición del tipo de suelo es un elemento de diferenciación que surge en el relato de los productores al momento de definir tanto sus posibilidades productivas, como el desarrollo de estrategias para la complementación de sus ingresos. En los relatos distinguen el «norte» como el suelo de uso cuasi exclusivamente ganadero, de la «chacra», en referencia a la tierra con aptitud para el desarrollo de la agricultura. Y quienes disponen fracciones de tierra con esa condición la ceden en arrendamiento para la implantación de soja, a la vez que conservan su condición de productores desarrollando la actividad ganadera, representándose en un mismo sujeto la doble condición de productor y rentista (Preda, 2015).

«Al tener parte de «chacra», nos vimos beneficiados porque podemos alquilar parte del campo para agricultura» (Productora de Rayo Cortado, 2011).

La principal actividad productiva que desarrollan es la ganadería bovina (89 % de los productores) y más de la mitad poseen rodeos de entre 80 y 300 cabezas, mientras que el resto poseen rodeos de hasta 500 cabezas. La base principal de alimentación del ganado es el pasto natural y el 30 % de los productores suplementa con granos o con algún tipo de forraje conservado.

Los que se dedican exclusivamente a la ganadería detentan un grado de capitalización acorde a la actividad, todos disponen de al menos un tractor y demás implementos para la actividad ganadera (levanta rollos, embolsadora y picadora de forrajes, molinos, corrales, bretes, etc.). Mientras que aquellos que cuentan con parcelas aptas para la agricultura, generalmente no logran acceder al paquete tecnológico requerido ni tampoco disponen de la cantidad de superficie que el cultivo de soja demanda para ser rentable en ese territorio, es por ello que ceden esa porción de tierra en arrendamiento.

Para sembrar 200 hectáreas de soja invertí mucho dinero, no llovió lo necesario y perdí todo. El año que viene lo alquilo todo, porque ya no puedo afrontar ese gasto nuevamente (productor Villa de María, 2010).

Un productor para hacer agricultura en esta región debe disponer de 400 a 500 hectáreas como mínimo, porque el problema aquí son las lluvias, lo que hace que este sea un territorio con cierta fragilidad. Además, la temperatura media es mayor que en la región pampeana y por ende mayor es la evaporación. Por eso los cultivos aquí manifiestan sequía antes que en otras regiones (ingeniero agrónomo, 2011).

Como hemos mencionado, el productor tradicional de Río Seco es un ganadero con la posibilidad, si el tipo de tierra disponible se lo permite, de convertirse en agricultor. Pero en la mayoría de los casos carecen de la racionalidad que esta actividad requiere.

Una cuestión necesaria es que los productores tengan lo que nosotros llamamos «espíritu de agricultor», porque cuando conviven con ganadería, dejan enmalezar los campos, hacen aprovechamiento del rastrojo para la ganadería, largan la hacienda, y en ese lote donde largan la hacienda se comen la cobertura, más el pisoteo de las vacas. Se quedan sin cobertura y sin rastrojo (ingeniero agrónomo, 2011).

Hay productores que tienen todas las herramientas necesarias, pero tienen poco conocimiento de la agricultura, no tienen la especialización. Para hacer agricultura aquí se requiere cierto conocimiento, porque hay mucha presión de malezas e insectos (vendedor de insumos y asesor agropecuario, 2011).

En cuanto a la organización del trabajo, si bien la mayoría tiene residencia urbana (el 80 % vive en Villa de María de Río Seco o Sebastián Elcano, que son los centros urbanos más importantes del departamento), el trabajo familiar es preponderante en este tipo de producción. La familia actúa como una red social primaria que articula el espacio de trabajo que supone el hábitat en el pueblo y el proceso productivo en el campo, brindando una organización laboral dispuesta a funcionar en determinados momentos. Aunque no está presente en la explotación en la forma de aporte de trabajo continuo, está preparada para actuar ante la demanda (Preda, 2015).

Las tareas del campo las realiza mi hermano y mi hijo los fines de semana cuando regresa de la escuela (hija de una productora de La Rinconada, 2010).

Tenemos dos asalariados permanentes y contratamos por temporada para manejar la sembradora y la cosechadora, pero mi papá y yo estamos también en todas las tareas (hijo de productor de Sebastián Elcano, 2010).

En general son los hombres de la familia quienes tienen a su cargo el control del proceso de producción, interviniendo además (con diferente grado de participación) en las ocupaciones propias del trabajo de campo. Asimismo, un tercio de las mujeres tienen alguna participación en la explotación, generalmente contribuyen en tareas de apoyo como la compra de algún repuesto o la gestión de trámites.

«No, no tenemos asalariados, todo lo hago yo, pero mi mujer y mi hermana me ayudan en todo. También mi sobrina ahora que es grande» (productor de Los Eucaliptus, 2010).

La supervisión de tareas está a cargo de los productores y/o familiares, pero nunca se transfiere a los asalariados. Asimismo, son los productores quienes realizan las tareas administrativas (trámites bancarios, pago de impuestos, etc.) con la colaboración de familiares en algunos casos. Quienes contratan mano de obra asalariada, generalmente lo hacen en forma transitoria. Las unidades productivas agrícolas contratan asalariados permanentes, mientras que las ganaderas ocupan principalmente asalariados temporales y en muchos casos se trata de vecinos de la explotación.

En cuanto al lugar de vida, la residencia en centros urbanos brinda a los miembros de la familia que así lo quisieran la posibilidad de realizar elecciones alternativas en otras actividades. Es así que la familia tradicional rural se transforma en una familia moderna rural, que se ajusta a las características de residente urbana vinculada al sector rural. Al decir de Cloquell et al., la ruralidad se modifica en relación con el espacio de vivencia, «ya que campo y pueblos son parte de la construcción de una subjetividad diferente con respecto al estilo de vida» (2007:17).

Tenemos un comercio con mi mujer en el pueblo, ella está todo el tiempo en el negocio y yo alterno con el campo (productor de Villa de María, 2010).

Combino las actividades, alquilé una parte donde hacen agricultura y yo me quedo con la ganadería. Y como estoy organizado puedo dedicarme al comercio que tengo en el pueblo también (productor de Sebastián Elcano, 2010).

En los relatos se manifiesta un proceso de diversificación de actividades en base a la combinación del ámbito rural y urbano. Pareciera ser que los ingresos provenientes de la actividad agraria ya no se reinvierten totalmente en la misma, destinándose más bien a otras ocupaciones que involucran a otros miembros de la familia. Al decir de Murmis (1991:44),

una vez alcanzado el nivel de campesino rico, se pasaría a una situación en que el trabajo familiar se retira de la parcela, la que pasa a ser administrada como una propiedad correspondiente al nivel del pequeño capital, mientras que la unidad familiar se traslada al comercio y al transporte para funcionar allí como unidad pequeño–burguesa.

Vivimos con mi familia en Córdoba donde tenemos un comercio y yo viajo todo el tiempo para atender el campo. ¿Los ingresos? Son más importantes los del comercio que los del campo. (productor de Puesto de Castro, 2010)

Es así que la combinación de ocupaciones agrarias con otras actividades no agrícolas que se visualizan en el sector agropecuario actual ya no se asocia ineludiblemente a estrategias de persistencia de aquellas explotaciones con cierto grado de vulnerabilidad, sino que pueden representar además diversos senderos de acumulación (Steimbreger y Bendini, 2010).

3. Algunas reflexiones

Más allá de rupturas y continuidades entre la fase actual y las anteriores del desarrollo capitalista en el campo, las trayectorias que sigue el cambio agrario no es una historia predicha sino el producto de múltiples políticas y de dinámicas sociales (Alonso Fradejas en Bendini et al., 2016). Si bien, como fuera mencionado, la producción familiar capitalizada basó tradicionalmente su sostén en la articulación interna de la reproducción del ciclo doméstico con la unidad de producción, en la actualidad, esa relación adquiere especificidades propias relacionadas con la dinámica de expansión territorial del capital.

En este nuevo contexto, los productores familiares se encuentran inmersos en procesos complejos de inclusión subordinada, empobrecimiento y exclusión. Sin embargo, en su necesidad de continuar con la actividad productiva y adaptarse a los cambios que introduce el capitalismo agrario contemporáneo, algunos logran desarrollar formas de resistencia/permanencia e integración a los circuitos agrocomerciales y agroindustriales.

Los casos presentados permiten comprender cómo, en un contexto de fuerte centralización de la tierra y concentración del capital, estos productores lograron diferencialmente adaptarse al modelo y a la presencia de empresas nacionales y transnacionales vinculadas al comercio y a las finanzas (Clocquell et al., 2007). Por un lado, productores bodegueros rionegrinos que introducen los cambios necesarios en la producción vitivinícola para adecuarse a los requerimientos de un mercado de alta calidad enológica. Por otro, productores ganaderos tradicionales cordobeses que ceden en arrendamiento fracciones de tierra con aptitud agrícola para la implantación de soja.

La complejidad del análisis se profundiza si consideramos a estas unidades no solo como parte de una totalidad de unidades de producción familiar capitalizadas sino también que se desarrollan en coexistencia con unidades capitalistas plenas y donde el papel del Estado resulta clave en ambas zonas de producción, aunque con diferentes modalidades. En el caso rionegrino, acompañando la reconversión y la comercialización; y en el caso cordobés, facilitando la expansión del capital agrario que avanzó en áreas de monte, desplazando producciones y sujetos tradicionales.

Como surge del análisis, el trabajo familiar en la producción agropecuaria sigue conservando un papel relevante en las estrategias productivas, situación que concede flexibilidad al proceso de trabajo. Se constituyen espacios de colaboración en torno al emprendimiento familiar que van afianzando los vínculos de pertenencia con la explotación (Preda, 2012), no tanto en el sentido de ocupación permanente de la mano de obra familiar sino como una «red social de sustento» (Clocquell, 2007:24). Los productores familiares son quienes toman las decisiones sobre la gestion de la explotación, y específicamente en el norte de Córdoba, también tienen a su cargo las tareas físicas vinculadas al proceso productivo. En este sentido, como expresa Miguel Murmis (1974), el control del proceso de producción le otorga ciertas ventajas a la producción familiar capitalizada: no solo puede producir más, sino que incluso puede ganar más. «Lo fundamental para el productor familiar es el control familiar de la empresa, más que el cálculo de rentabilidad de tipo capitalista» (Cloquel, 2007:23).

Las particularidades en los procesos de cambio son las que enriquecen los estudios rurales, y lo que sucede en estos espacios territoriales muestra que a pesar de la marcada tendencia modernizadora de los procesos sociales agrarios, hay una gran diferenciación en las formas en que cada sector del mundo rural se reubica, adecua, integra o resiste esa modernización (Bengoa, 2003; Cloquell et al., 2007). Diferenciación que se evidencia además en las estrategias que se implementan al interior de este tipo social (Preda, 2012).

Por otra parte, los estudios de casos revelan, en su intento de adaptarse a la restructuración productiva, no solo el desarrollo de diversas estrategias de persistencia, sino también de ciertos niveles de acumulación acompañados de una suerte de alianzas tácitas y complementarias (Bendini, 2014); en contextos en el cual el capital coloniza nuevos espacios y recoloniza los ya existentes (Cavalcanti et al., 2011). Estos procesos de acumulación y de diferenciación no son dinámicas anónimas y unívocas sino productos concretos de prácticas de actores sociales específicos en contextos agropecuarios particulares (Azcuy Ameghino, 2012). En este sentido, el trabajo muestra la consolidación de actores reconvertidos y la re–emergencia de un tipo de productor tradicional renovado, vinculado a dinámicas propias de los territorios locales, ya sea por condiciones agroecológicas favorables o la posibilidad de insertarse en determinados nichos comerciales.

Como señalan Murmis (2016) y Friedmann (1978), si bien existe una tendencia a enfatizar los aspectos que impiden a estas unidades familiares avanzar en el camino de la capitalización, este trabajo nos acerca a la consideración que la permanencia y la renovada inserción acá descripta sea un rasgo excepcional, no reproducible; o que estuviera indicando el fortalecimiento de formas no plenamente capitalistas en territorios locales favorables para la acumulación.

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Notas

[1] Una versión preliminar fue presentada en las X Jornadas Interdisciplinarias de Estudios Agrarios y Agroindustriales Argentinos y Latinoamericanos.
[2] El subrayado pertenece al autor.
[3] El tradicional Alto Valle corresponde al área donde se inicia la fruticultura en 1930. Abarca el valle superior del río Negro y los valles inferiores de los ríos Limay y Neuquén, en las provincias de Neuquén y Río Negro.
[4] La producción de vinos en la región se inicia en los primeros años del siglo XX, asociada a la incorporación de la Patagonia al territorio nacional dando lugar a la primera agroindustria valletana. En esta primera etapa de la vitivinicultura regional se priorizaba la cantidad por sobre la calidad, por lo tanto, era una producción de baja calidad enológica destinada al mercado interno, principalmente local. A partir de los años 30 comienza a decrecer la producción de vid debido a la sanción de la ley nacional 12137 del año 1934, con la creación de la Junta Reguladora de vinos cuyo objetivo fue proteger el área productora de Cuyo (provincias de Mendoza y San Juan) a través de la fijación de un fuerte impuesto por hectárea cultivada en todo el país. Al ingresar los vinos comunes de Cuyo, elaborados a bajo costo y con condiciones ecológicas y productivas superiores, generó una importante reducción de las ventas de la producción local. Así comenzaron a erradicarse viñedos y a cerrarse bodegas (Llorente, 2007).
[5] Se produce un aumento sostenido en la producción de vinos finos, pasando de 500.000 a más de 2 millones de hectolitros (Neiman y Bocco, 2005). Así la Argentina se convierte en el quinto productor mundial de vinos, pero el nuevo perfil agroindustrial vitivinícola produjo un impacto desigual entre los diferentes actores que intervienen. Según los datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (2018), la superficie de vid de la República Argentina registrada al 31 de diciembre de 2017 alcanza las 220.848 hectáreas; las provincias cuyanas de Mendoza y San Juan concentran la mayor parte de la superficie con viñedos (92 %), el resto se distribuye principalmente entre las provincias de La Rioja, Salta, Catamarca, Neuquén, Río Negro y Córdoba (7,4 %).
[6] Las provincias de Río Negro y Neuquén abarcan apenas el 1,6 % de la superficie nacional implantada con viñedos (Instituto Nacional de Vitivinicultura, 2018). A pesar de ello, se trata de un área con condiciones agroecológicas favorables para la obtención de vinos de calidad. El clima tiene un valor decisivo en las características enológicas por los inviernos fríos, veranos calurosos durante el día y frescos en la noche, y otoños con gran luminosidad, frescos y secos.
[7] Al mismo tiempo, en la provincia del Neuquén se produjo la expansión agrícola hacia nuevas áreas productivas para la producción de vinos de alta gama, con características empresariales a escala, incorporación de tecnología de punta y de nuevas cepas (vinos varietales y blends de calidad) demandados por el mercado.
[8] En Neuquén el 58 % de las explotaciones con viñedos poseen una superficie superior a 50 ha, siendo el tamaño promedio de 20 ha. Focalizando en el departamento Añelo, principal área de producción agroindustrial, el 42 % de los viñedos ocupan el 91 % de la superficie vitícola provincial, poniendo de relieve una organización empresarial a escala y de capital concentrado, vinculado al desarrollo de nuevas áreas de expansión agrícola (El Chañar) (Steimbreger y Bendini, 2017).
[9] A partir de la Asociación Civil Ruta del Vino de Río Negro se configuró un circuito por las bodegas de la región: La Falda, Aniello, Favretto, Estepa, Agrestis, Noemía, Chacras del Sol, entre otras.
[10] No se considera el CNA 2008 por deficiencias en la captación y procesamiento de datos.
[11] El CNA 1988 indica 675 ha de sojas, mientras que en 2002 pasó a ocupar 43.574 ha. El trigo pasó de ocupar 30 ha a 16.391 ha en 2002.
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