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LAS RELACIONES DE PODER QUE INVISIBILIZA EL MODELO AGRÍCOLA. UN ABORDAJE DESDE LA ECOLOGIA POLÍTICA QUE INDAGA EN LAS BASES DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL. RESEÑA DE GIRALDO, O. F. (2018) UNA ECOLOGÍA POLÍTICA DE LA AGRICULTURA. AGROECOLOGÍA Y DESARROLLO. SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS (CHIAPAS) ED. EL COLEGIO DE LA FRONTERA
Diferencias. Revista de Teoría Social Contemporánea, vol.. 1, núm. 6, 2018
Universidad de Buenos Aires

Reseñas


GIRALDO O. F.. UNA ECOLOGÍA POLÍTICA DE LA AGRICULTURA. AGROECOLOGÍA Y DESARROLLO. . 2018. SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS (CHIAPAS). EL COLEGIO DE LA FRONTERA

Recepción: 28 Marzo 2018

Aprobación: 04 Abril 2018

El objetivo de Omar Felipe Giraldo en este libro es brindar un marco teórico a la agroecología, entendida como un proyecto político que debe formar parte de la transición a un mundo post-capitalista. Para ello, el autor comienza por situar el problema de la agricultura como un juego de relaciones de poder: se trata, entonces, de entender cómo el sistema crea activamente cuerpos dóciles, diría Foucault, necesarios para sostener el entramado de saber-poder que legitima el agronegocio como única forma posible-la única valiosa, rentable- de trabajar la tierra. Y se trata, también, de comprender que esa forma de practicar la agricultura corresponde al pasaje a una cosmovisión, la de las sociedades modernas capitalistas, que considera a los seres humanos como algo separado de su entorno natural, de la vida no humana.

Para Giraldo, la que vivimos no es sólo una crisis ambiental, sino civilizatoria, y es “un síntoma de los símbolos dicotómicos modernos, que incluyen la separación sujeto y objeto, naturaleza y sociedad, individuo y sociedad, mente y cuerpo” (p. 13). El autor va a los mismos orígenes de la civilización que, a falta de una palabra mejor, llamamos occidental; y encuentra el momento de quiebre en el salto argumentativo que da Parménides con respecto a Heráclito. Recuerda Giraldo (2018) que nuestros contemporáneos no entienden el apelativo de El Oscuro que se suele asignar al filósofo que decretó el movimiento como la esencia de la vida: Heráclito entendía que “a la naturaleza le gusta ocultarse” -esto es, permanecer en la oscuridad-, porque la vida requiere de descanso para su regeneración. Parménides, sin embargo, privilegia la presencia por encima de esa aparente ausencia que es el tiempo de descanso, y entiende que la esencia de las cosas es estática; una esencia que, dirá Platón, sólo puede percibirse a través de las ideas, de la mente racional. Este giro filosófico de inmensas consecuencias se condensa en el mito platónico de la caverna, según el cual el mundo de las ideas es superior al mundo de la materialidad, así como la mente es superior al cuerpo. Es en esta escisión entre mente y cuerpo donde se ubica la raíz de nuestra crisis ambiental y civilizatoria; y he aquí una clave del pensamiento ambiental latinoamericano, que encabezan autores como el colombiano Augusto Ángel Maya y el mexicano Enrique Leff. Superar esa crisis civilizatoria pasa por volver al cuerpo -y al territorio-, como pediría Baruch Spinoza. Destejer el entramado de sentidos de un pensamiento metafísico, dice Giraldo, que nos permitió concebir un “más allá” que es superior al “más acá” de la materia, de la Vida.

El agronegocio, como cualquier otra manifestación del modelo extractivista que avanza aceleradamente en toda América Latina -minería, megarrepresas, hidrocarburos; etc.- es heredero de esa “pulsión por extraer lo oculto de la naturaleza” (p. 14), reducida a recurso a partir del cual producir y acumular valor. Y sin embargo, la vida es de una complejidad que el ser humano, y su reducida visión binaria del mundo, es incapaz de entender. Para captar esa complejidad, Giraldo recurre a la teoría de la evolución por deriva natural, la crítica de Maturana y Varela al neodarwinismo: no se trata de que una especie se adapte a un entorno estático, sino que se da un “acoplamiento estructural” de unas especies y otras; la cultura humana, lejos de ser algo externo a la naturaleza, se integra con ésta en un proceso coevolutivo.

Maturana y Varela definen la vida por una característica fundamental: la autopoiesis, o capacidad de los organismos vivos para organizarse autónomamente en un proceso no-lineal que les permite regenerarse. De sus tesis toma Giraldo otra idea fundamental: pasar de una lógica prescriptiva a una lógica proscriptiva. Es decir, que “todo está permitido en la creatividad humana, salvo la única restricción que hace la naturaleza y que debe respetarse: que toda acción no impida la integridad del sustrato que necesita el agroecosistema para perdurar” (p. 17-18). En otras palabras: el único límite a la creatividad humana es que su intervención en el entorno no impida la reproducción de los ciclos que hacen posible la vida.

Ocurre que el capitalismo está basado precisamente en la premisa contraria: necesita acumular riqueza abstracta-valores traducidos, en una suerte de proceso alquímico que denunció Marx, al equivalente general: el dinero-; reproducirá los mismos problemas aquel discurso de la sostenibilidad que no se aleje de esa premisa -el discurso del desarrollo sostenible y, más recientemente, el paradigma de la economía verde-. El sujeto moderno cree superiores las ideas de la ciencia económica que las leyes de la termodinámica, las ideas que nos rigen se pueden cambiar, pero no pueden cambiarse las leyes que rigen los flujos de materia y energía. Como en la caverna platónica, las ideas son superiores a la realidad material que percibimos a través de los sentidos. Y, para llegar a ese punto, la vida no humana tuvo que ser denigrada, desvalorizada o, como dice Giraldo, despoetizada, reducida a “cosa”, a recurso. Por eso, subraya Giraldo, es necesario hacer una ecología política de la agricultura, que evite caer en los cantos de sirena del “desarrollo rural” para convertirse en un proyecto político de transición hacia un mundo pluriversal, que diría Arturo Escobar, en el que el progreso y el desarrollo capitalista dejen de ser el único horizonte para los pueblos. La agroecología debe portar, en fin, una ruptura mucho más radical, y apostar por una convivencia armónica entre el bienestar humano y el sostenimiento de las bases que hacen posible la vida en la Tierra.

Para ello será necesario, entre otras muchas cosas, cuestionar qué entendemos por eficiencia. El sistema capitalista sólo entiende de eficiencia en términos de ganancia: el agronegocio es rentable, luego es legitimado como la forma hegemónica de trabajar la tierra. Sin embargo, la trama de la vida es extremamente eficiente en términos entrópicos, mientras que la lógica extractiva del agronegocio lleva a una acelerada degradación de los suelos. Giraldo menciona, como botón de muestra, el caso de la soja: para producir una tonelada, “se requiere extraer 16 kg de calcio, 9 de magnesio, 7 de azufre, 8 de fósforo, 33 de potasio y 80 de nitrógeno” que no son retribuidos al suelo y minan así las bases requeridas por la vida para su reproducción (p. 26). El agronegocio, como cualquier otra actividad extractiva, pretende des-ocultar lo que la naturaleza oculta, volverlo presencia; pero la naturaleza, como sabía Heráclito, se oculta para poder regenerarse. La actividad extractiva supone un quiebre de la ciclicidad de los procesos de la vida que llevan inexorablemente a una “sociedad de desechos” (Angel-Maya, 2002). Las islas de plástico -la mayor de ellas, que flota sobre el océano Pacífico, suma ya una superficie mayor que la de Alemania, Francia y España juntas- es un ilustrativo ejemplo de ello. Es lo que ocurre cuando nos olvidamos de que, como productores, extraemos algo que no somos capaces de crear -y producimos desechos que no somos capaces de eliminar, cabría añadir-, luego debemos mantener la prudencia de su uso, como recuerda Giraldo citando a Porto Gonçalves (2006).

ACAPARAMIENTO TERRITORIAL

Como supo entender Marx, la operación fundamental que da paso a las relaciones capitalistas de producción es la separación del productor y sus medios de producción. Pero para lograrlo no es necesario arrebatarle la propiedad: de hecho, avanzan en todo el mundo nuevos modelos para la “tercerización” de la propiedad de la tierra, como sucede con el modelo de las alianzas productivas, gracias al cual se expanden las plantaciones de palma aceitera en Colombia (Castro, 2016). Giraldo insiste en que, aunque se siguen dando a día de hoy -intensamente en toda América Latina- procesos muy violentos, esa dinámica de despojo -los procesos de acumulaciónpor desposesión de los que habla Harvey (2004)- convive con formas de control territorial mucho más silenciosas y eficaces, que logran el consentimiento del conjunto de la población: como diría Deleuze (2006), pasamos del modelo de la fábrica al modelo de la empresa. Los campesinos pasan a ser “empresarios de sí mismos”, disciplinados por el régimen de la deuda que imponen esos modelos de control. Por eso propone Giraldo hablar no ya de acaparamiento de tierras (land grabbing), sino de acaparamiento territorial.

“El capitalismo crea a su Otro en dos fases: primero, destrerritorializando las formas de habitar existentes, para luego reterritorializar según su propia racionalidad. La separación de los medios de producción -dirían Deluze y Guattari- tienen como condición primaria la destrucción de territorialidades previas para luego incorporarlas como parte del sistema” (p. 83-84). Esos “cuerpos dóciles” de los que hablaba Foucault (2009) se construyen activamente a partir de una biopolítica del desarrollo de modo que “las personas tengan una percepción de sí mismos, distanciados unos de otros, desamarrados de la tierra” (p. 16).

El agronegocio supone “disciplinar la biodiversidad, seleccionando lo útil para el valor de cambio y eliminando lo inútil para la acumulación del capital” (p. 33). Y la estética de ese paisaje tiene consecuencias importantes en las subjetividades, enfatiza Giraldo. De ahí la relevancia de resignificar el binomio campo/ciudad, en tanto un pilar de la modernidad radica en esa concepción del espacio dividido, en la que la ciudad extrae recursos del campo. La apuesta de Giraldo, y de la agroecología como proyecto político, pasa por armonizar la vida humana y la sostenibilidad de la vida. Concebir que comunidades humanas puedan convivir armónicamente con animales y cultivos implica una propuesta antagónica a las políticas “conservacionistas” que deciden, en ordenamientos territoriales, qué territorios “conservar” y cuáles sacrificar al altar del progreso. Dice Giraldo que tales políticas “conservacionistas” son consecuencia del pensamiento metafísico y binarista que nos ha llevado a la crisis civilizatoria y ambiental actual, en tanto que considera que el ser humano no puede convivir armónicamente con con la tierra, sino sólo “conservarla”. Es así que la biopolítica se transforma en tanatopolítica (Agamben, 1998), en tanto que se decide qué ecosistemas deben ser mantenidos, vaciados de comunidades humanas, y qué territorios deben ser sacrificados ante el avance de las fronteras de extracción del capital.

Esta obra es, en definitiva, de un libro imprescindible para cualquier investigador ligado a los campos de la agricultura, la ruralidad, la geografía crítica, la Ecología Política o la Economía Ecológica; pero, también, para los estudiosos del valor y cualquier lector interesado en profundizar en la trama de sentidos de la modernidad capitalista. Sólo echamos en falta una mayor profundización en la imbricación entre el patriarcado y una modernidad basada en la abstracción y el despojo, pues, como han puesto de manifiesto las autoras ecofeministas -valga citar a la india Vandana Shiva (2014) y a la española Yayo Herrero (2014)-, los mismos supuestos están por detrás de la desvalorización de la naturaleza y de las mujeres. Como afirma Rita Segato (2016), el patriarcado es la primera forma de dominación que inventó la humanidad, y sirvió de modelo para las demás formas de dominación, incluyendo una visión del entorno natural no humano como un recurso del cual extraer valor.

BIBLIOGRAFÍA

Agamben, Giorgio (1998) Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida I. Valencia, Pre-Textos.

Ángel Maya, Augusto (2002) El retorno de Ícaro. La razón de la vida. Muerte y vida de la filosofía: una propuesta ambiental. Bogotá, PNUD.

Castro, Nazaret (2016) “No la llames africana. La violenta expansión de la palma de aceite en Colombia”. Carro de Combate. Disponible en: https://www.carrodecombate.com/2016/10/18/no-la-llames-afri-cana-la-violenta-expansion-de-la-palma-de-aceite-en-colombia/

Foucault, M. (2009) El orden de discurso. México D.F.: Tusquets Ed.

Giraldo, O. F. (2018). Una ecología política de la agricultura. Agroecología y desarrollo. San Cristóbal de las Casas (Chiapas): Ed. El Colegio de la frontera.

Herrero, Y. (2014). “Ecofeminismo, más necesario que nunca”, en Shiva y Mies (2014) Ecofeminismo. Barcelona: Ed. Icaria.

Harvey, D. (2004). El nuevo imperialismo. Madrid: Akal.

Maturana, Humberto y Francisco Varela (2003). El árbol del conocimiento: las bases biológicas del entendimiento humano. Buenos Aires: Ed. Lumen.

Porto Gonçalves, C. W. (2008). El desafío ambiental. México D. F.: PNUMA.

Segato, R. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.

Shiva, V. y M. Mies (2014). Ecofeminismo. Barcelona: Ed. Icaria.



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