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ETNICIDAD Y GÉNERO EN SAB (1841) DE GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
ETHNICITY AND GENDER IN SAB (1841) BY GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
Boletín de la Academia Peruana de la Lengua
Academia Peruana de la Lengua, Perú
ISSN: 0567-6002
ISSN-e: 2708-2644
Periodicidad: Semestral
vol. 64, núm. 64, 2018
Recepción: 05 Agosto 2018
Aprobación: 31 Octubre 2018
Resumen:
Las novelas hispanoamericanas del siglo XIX tienen como eje la representación de los caracteres nacionales afines a la interpretación de los lectores europeos. Por ello, responden a modelos patriarcales eurocéntricos que excluyen los biotipos ajenos a estos. En ese sentido, la novela Sab, de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicada en años en los que la isla era uno de los rezagos del imperio español, incorpora una visión exótica de los personajes no europeos considerándolos como agentes de una eminente modernización y recurre a un esclavo como prototipo de la subalternidad frente a los civilizados amos blancos. Por ello, nos proponemos demostrar cómo el relato mantiene los cánones patriarcales y patrimoniales de la nación cubana al legitimar la hegemonía blanca masculina para favorecer la subalternidad afrodescendiente. The Hispanic-American novels of the 19th century have as their central theme the representation of national characters related to the interpretation of European readers. For this reason, they respond to Eurocentric patriarchal models that exclude foreign biotypes. In this sense, the novel Sab, by the Cuban Gertrudis Gómez de Avellaneda, published in years when the island was one of the remnants of the Spanish empire, incorporates an exotic vision of non-European characters, considering them as agents of an eminent modernization and uses a slave as a prototype of subalternity as opposed to the civilized white masters. Therefore, we propose to demonstrate how the story maintains the patriarchal and patrimonial canons of the Cuban nation by legitimizing white male hegemony to favor the afrodescendant subalternity.
Palabras clave: Siglo XIX, esclavitud, hegemonía blanca.
Abstract: The Hispanic-American novels of the 19th century have as their central theme the representation of national characters related to the interpretation of European readers. For this reason, they respond to Eurocentric patriarchal models that exclude foreign biotypes. In this sense, the novel Sab, by the Cuban Gertrudis Gómez de Avellaneda, published in years when the island was one of the remnants of the Spanish empire, incorporates an exotic vision of non-European characters, considering them as agents of an eminent modernization and uses a slave as a prototype of subalternity as opposed to the civilized white masters. Therefore, we propose to demonstrate how the story maintains the patriarchal and patrimonial canons of the Cuban nation by legitimizing white male hegemony to favor the afrodescendant subalternity.
Keywords: 19th century, slavery, white hegemony.
1. Introducción
El Romanticismo en Hispanoamérica estuvo influenciado por los movimientos literarios aún vigentes en la península ibérica. Muchas de las producciones narrativas y poéticas que circularon entre los lectores respondieron a una política de construcción de la nación, de las costumbres y de modelos que respondían a estereotipos comunes a los europeos. Al estar muy ligado todavía a la tradición literaria peninsular, el Romanticismo peruano estaba más que alejado de los patrones europeos más puros como los de los autores ingleses, franceses y alemanes. Estos patrones consistían en la búsqueda del creador individual, la representación del pasado medieval, el descubrimiento de lo fantástico y lo monstruoso, y una lectura desafiante sobre las creencias religiosas. Por el contrario, las ideas románticas españolas e hispanoamericanas tuvieron como eje político el liberalismo y eje artístico lo tradicionalista, así como un apoyo fundamental en la creencia católica. Los autores románticos hispanoamericanos se sintieron rápidamente atraídos por los ideales tradicionalistas y hallaron en el discurso hispánico criollo el modelo a reproducir en sus creaciones literarias.
En efecto, una vez consolidada la independencia política del Imperio español e instauradas las diferentes repúblicas, los liberales criollos, hacendados y representantes de la burguesía en su mayoría, se preocuparon por establecer modelos artísticos y sociales que replicaran los modelos europeos. A pesar de la desestructuración del espacio imperial hispánico, las redes intelectuales y culturales continuaron casi intactas a ambos lados del Atlántico. De esta manera, siguió imponiéndose la preferencia por la poesía y el teatro, pero al mismo tiempo surgieron otros medios de divulgación literaria como la novela y el periodismo. Estas producciones tuvieron como eje central, sin embargo, la construcción de un modelo nacional que representara a las elites criollas como autoras y benefactoras de las nuevas repúblicas. Como señala Teodosio Fernández en la introducción de la novela argentina Amalia (1851-1852), «La aparición de la novela estuvo determinada por circunstancias externas, como el prestigio de los narradores europeos en el medio cultural hispanoamericano, y otras internas, como el extraordinario desarrollo del periodismo, que creó un nuevo público lector a la vez que facilitaba la publicación de los relatos» (42).
Las novelas románticas siguieron circulando en formato de folletín y algunas llegaron a ver la luz en formato de libro. El éxito de estas producciones dependía sobre todo del número de lectores y de las ventas que recibían los editores de los periódicos o semanarios en que aparecían, sobre todo a través de suscripciones las cuales podían ser mensuales o anuales (Ragas, 2009, p. 51). Por ello, el público lector de estas novelas no dependía de un lector modelo, sino de quienes accedían a las publicaciones periódicas y de quienes oían leer estas producciones en salones y veladas limeñas (Goswitz, 2015: 133).
La presencia africana en la narrativa cubana tiene en Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) a una representante singular, puesto que a través de su novela Sab (1841) se inserta el sujeto afrodescendiente. La novela describe la relación amorosa entre Carlota, bella y acaudalada hija del propietario de la hacienda Bellavista, y Enrique Otway, joven británico cuya intención es apropiarse de los bienes de Carlota. Esta, sin embargo, no conoce el amor apasionado que su esclavo, Sab, siente por ella, hecho que el narrador trata de ocultar eficientemente durante las primeras páginas. La construcción del relato obedece a una estructura narrativa típicamente romántica a través de la cual se observa cómo los sentimientos afloran de acuerdo con los roles adjudicados a cada personaje, con lo que se pretende legitimar los valores nacionales a partir de una conciencia de pertenencia a un determinado suelo. En el caso de Cuba, si bien estos valores descansan en la búsqueda de la emancipación de los cánones literarios que procuraran alejarse del dominio español aún imperante en la isla, no es de extrañar que los primeros autores estuvieran fuertemente influenciados todavía por la literatura hispánica.
Nuestra hipótesis se centra en que el texto mantiene los cánones patriarcales y patrimoniales de la nación cubana al legitimar la hegemonía blanca masculina para favorecer la subalternidad afrodescendiente. Por ello, consideramos que la novela no es un antecedente de La cabaña del tío Tom, sino que perpetúa el sistema esclavista. En ese sentido, nos serán útiles las categorías patriarcal, patrimonial . género. En el primer caso, el sociólogo Max Weber entiende por patriarcal a la autoridad doméstica; en este caso,
para los que están sometidos a la autoridad familiar, es la convivencia personal, permanente y específicamente íntima dentro del hogar, con su comunidad externa e interna. Para la mujer, es la superioridad normal de la energía física y espiritual del hombre. Para el muchacho, su necesidad de ayuda objetiva. Para el muchacho ya mayor, la costumbre, las influencias perdurables de la educación y los arraigados recuerdos juveniles. Para el siervo, su falta de protección fuera de la jurisdicción de su señor, al servicio del cual se encuentra desde la infancia por las circunstancias de la vida (2005: 753-754).
En el caso de lo patrimonial, el mismo Weber entiende también como parte de una relación de dominio sobre los otros a partir de un poder político y económico. Así, sostiene que obedece
a las exigencias personales del señor, especialmente de su hacienda privada. La obtención de un dominio político, es decir, del dominio de un señor sobre otros no sometidos al poder doméstico, significa entonces la agregación al poder doméstico de diferentes relaciones de señorío que, sociológicamente consideradas, difieren sólo en grado y contenido, pero no por la estructura misma (…). Los dos poderes específicamente políticos a los que nos referimos aquí —el poder judicial y el militar— son ejercidos por el señor ilimitadamente sobre las personas que le están patrimonialmente sometidas como partes integrantes del poder doméstico (2005: 760).
El tercer elemento que definiremos es el de género, por lo que el estudio significativo de Joan Wallach Scott será muy útil, especialmente su artículo «El género: una categoría útil para el análisis histórico». En este texto, Scott afirma que, si bien el término ha sido empleado esencialmente para designar exclusivamente a las mujeres, es necesario incluir también a los hombres. Al respecto, puede decirse que
el género también se emplea para sugerir que la información sobre las mujeres es, necesariamente, información sobre los hombres, y que lo uno implica el estudio del otro. Este empleo insiste en que el mundo de las mujeres forma parte del mundo de los hombres, que ha sido creado dentro de éste y por éste. Tal empleo desecha la utilidad interpretativa de la idea de las esferas separadas, y sostiene que el estudio separado de las mujeres contribuye a perpetuar la ficción de que una esfera, o la experiencia de un sexo, poco o nada tiene que ver con el otro (2009: 53).
2. La crítica sobre Sab y las lecturas opuestas de una novela
La novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda despertó casi de inmediato el interés de la crítica, especialmente por su condición de documento antiesclavista y de pretender prevalecer los valores nacionales cubanos. De esta forma, algunos acercamientos para decodificar el texto se centran en rescatar su condición de fundacional, pues recreaba aquellos valores sobre los cuales daba origen a una nación que era la última en alcanzar su independencia. El texto pretendía entonces cubrir un interés que no había sido alcanzado por las anteriores producciones discursivas en Cuba. En este capítulo expondremos algunas apreciaciones críticas aparecidas, especialmente recientes sobre Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
2.1. Sab como novela fundacional
Debido a la cuantiosa bibliografía existente en torno a la obra de Gómez de Avellaneda, nos centraremos solo en algunas publicaciones. Un primer acercamiento que tendremos en cuenta es el de la investigadora Helenas Percas, aparecido en la Revista Iberoamericana, pues se trata de una lectura que no tomaba en cuenta todavía los estudios latinoamericanos ni valores nacionales que rescataba Benedict Anderson en su ya clásico Comunidades imaginadas. La autora es sumamente dura con la novela, pues afirma que solo es rescatable por pertenecer a una categoría de literatura femenina. Agrega que
Aquello en que Gertrudis Gómez de Avellaneda sobresale es en el minucioso análisis psicológico que se desprende de páginas a veces no muy bien escritas, y ese análisis de personajes masculinos y femeninos hecho desde un punto de vista de mujer, basado sobre una experiencia real, proyecta una visión de la humanidad distinta de la que pudiera concebir un hombre (Percas, 1962: 357).
Se trata de una calificación negativa de la novela al mencionar que sus páginas están «no muy bien escritas», dado que la historia está escrita desde una perspectiva feminista. No obstante, Percas sostiene que la novela tiene como aspecto positivo el hecho de que «se desprende la injusticia del sistema social y la nobleza como patrimonio del alma. Todo él tiene por tema recurrente el del esclavo de alma libre, y el blanco de alma de esclavo por estar sujeto a sentimientos innobles» (1962: 358).
En segundo lugar, observamos cómo Lucía Guerra, en su artículo «Estrategias femeninas en la elaboración del sujeto romántico en la obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda», se aproxima al personaje femenino a fin de hallar un palimpsesto que permita observar la complejidad de Carlota en el desenlace del relato. De esta manera, al definir al sujeto femenino que nos presenta Sab, Guerra afirma que
el Sujeto Romántico de esta novela es también dual y palimpséstico, fenómeno que nos permite estudiarlo tomando en cuenta dos aspectos vitales en la narrativa femenina del siglo XIX: los elementos convencionales de representación observados en la figura de Sab y las modificaciones femeninas de la tipología romántica en la caracterización de Carlota, y que funcionan como un margen transgresivo plasmando los conceptos fundamentales de la ideología feminista de la autora (1985: 709).
Guerra agrega que, si bien la novela pretende un rigor antiesclavista, el discurso que se desprende del mundo representado es aparentemente contrario, dado que los personajes no pueden evitar exponer una ideología racista imperante en el periodo en que se escribe el texto.
Al examinar en detalle la situación del Sujeto Romántico representado por Sab se hace aún más evidente su relación homóloga con la ideología romántica europea, pues el fenómeno de la esclavitud se presenta desde una perspectiva eminentemente metafísica en la cual se concibe la perfección y armonía de un orden divino como un paraíso perdido bajo la influencia del orden imperfecto impuesto por los hombres (1985: 711).
Nora Araújo considera que la novela se aproxima a los postulados de la ilustración al introducir el término buen negro por el de buen salvaje, hecho que la autora encuentra a partir del desenvolvimiento de la emoción y la entrega de Carlota. Es más, afirma que el texto en sí pretende una visión reivindicadora del afrodescendiente al proponer que este desea desligarse del poder criollo. De esta manera,
La novela se estructura alrededor de una idea central: el hombre proscrito, sojuzgado, es capaz de experimentar sentimientos elevados y ser superior, moralmente, a un blanco. La formulación a favor del esclavo mulato se articula a un nivel general, humano. No se pretende, en el trazado de un mundo esclavista particular, el diseño de personajes negativos (1990: 716).
No obstante, creemos que Araújo yerra al describir la actitud de la autora por legitimar su proyecto antiesclavista. Dicha pretensión escapa de este modelo, por cuanto el Romanticismo hispanoamericano, al cual Sab no escapa, se centra en el patrón homogeneizador civilizatorio que reclamaban los intelectuales decimonónicos, como parte de un proyecto político mayor.
Por su parte, José Servera al preparar la introducción de Sab para la editorial Cátedra asegura que se trata de una novela histórica y feminista, por cuanto «prevalecen los sentimientos sobre las acciones» (Gómez de Avellaneda, 2013: 57). El editor explica, de esta manera, cómo, por ejemplo, a Sab se le adjudica un calificativo de «esclavo del amor», a Carlota, la «esclavitud femenina» y a Enrique, la «esclavitud económica», mientras que a Teresa, la «abnegación de la inteligencia». Se trata, en suma, de un cuadro de roles que se imponen para crear una dicotomía de valores positivos y negativos de acuerdo con la naturaleza de sus sentimientos. Así, al calificar a Sab, como esclavo del amor, el editor señala que «el amor está por encima de la libertad y de la justicia social, aunque sin duda es lo social lo que provoca la imposibilidad amorosa» (2013: 63).
Finalmente, la eminente investigadora norteamericana Doris Sommer articula la dicotomía narración y nación en un todo a partir del (auto)reconocimiento cubano en Sab, por cuanto la intención de Gómez de Avellaneda habría de ser mostrar la nacionalidad cubana como factor dependiente de un deseo mayor de libertad. Sommer explica, así, la función de la diégesis dentro de las identidades nacionales:
La novela insinúa, por lo menos, que la continua intimidad entre los sectores ya cubanizados haría avanzar la consolidación de la colonia hacia una nación independiente. Sab mismo representa un producto de esa intimidad y el precursor ideal de la autenticidad nacional. Su deseo por Carlota es también el deseo por una solidaridad nacional aún mayor (2004: 178).
La presencia del esclavo, por lo tanto, no es gratuita, pues es esta figura la que legitima el ideal mismo romántico, dado que se busca hallar en Sab la identificación racial a partir de las mezclas para oponerse al «sistema retórico que organizaba las razas de acuerdo con una jerarquía de color rígida, del más claro al más oscuro» (Sommer 2004: 163).
2.2. Sab: novela que perpetúa la diferencia racial
Algunos estudios recientes han hecho hincapié en la necesidad de hallar los puntos en común entre discurso racial y discurso reivindicativo de las minorías o grupos subalternos. Es aquí donde destacan algunas posturas que consideramos más acordes con nuestra propuesta de interpretación, por cuanto el texto se organiza a partir de una mentalidad sociocultural imperante en las sociedades latinoamericanas. Un primer acercamiento es el de José Gomariz, quien, en su artículo «Gertrudis Gómez de Avellaneda y la intelectualidad reformista cubana. Raza, blanqueamiento e identidad cultural en Sab», sostiene la idealización del elemento criollo como formulador del proyecto liberal que empezaba a establecerse en Cuba. De esta manera, indica que
En la novela se formula una crítica de la subalternidad de la mujer blanca en la sociedad patriarcal; sin embargo, el discurso sobre la esclavitud está delimitado en parte por la cultura y la clase de la narradora. Si por un lado se resalta la inmoralidad de la esclavitud y se apoya la emancipación progresiva del sujeto de origen africano; por otro, al suprimir cualquier expresión de rebeldía el discurso concuerda con el código delmontino del esclavo dócil (Gomariz 2009: 107).
Una autora que incorpora el contexto político criollo para decodificar las pretensiones narrativas de Gómez de Avellaneda es Adriana Méndez Rodenas, quien, a partir de la ecocrítica, inserta una herramienta interesante de interpretación mediante el uso del espacio ecológico y los paisajes naturales exóticos, como parte de la mirada eurocéntrica. De esta forma, observamos la minuciosidad del narrador no se centra en describir los espacios ecológicos, sino en privilegiar lo que un lector europeo espera,
what not only reinforces the Edenic trope configuring the tropics, but turns the garden into a metonymy of nation. Moreover, the narrator stresses the difference between the tropical garden and the continental tradition, for Sab’s garden, grown out of sentiment, does not conform to French or English styles of «enclosed» or artificially landscaped gardens[1] (Méndez 2017: 164).
La interpretación aquí señalada refiere a una construcción de valores naturales que incorporan el espacio como agente de control europeo, ya que se asocia los paisajes cubanos con el orientalismo utilizado por los viajeros y cronistas franceses e ingleses. No es de extrañar que la asociación de espacio exótico y el discurso del buen salvaje empleado por el mulato Sab respondan a un mismo proyecto homogeneizador de la autora.
Finalmente, nos centraremos en los aportes de Jenna Leving Jacobson, quien, a partir de su estudio «Nation, Violence, Memory: Interrupting the Foundational Discourse in Sab», propone una mirada de reconsiderar la propuesta de Avellaneda como novela que no se incorpora a un ente fundacional, sino que legitima la violencia como orden cuestionador del pasado prehispánico y de quienes optan por poseer las propiedades de Carlota. Esta clara referencia a Enrique Otway y la legitimación de la violencia como indicador de un modelo poco acertado para constituir una nación descartan de plano el interés de Avellaneda por afianzar el nacimiento de Cuba a partir de la memoria indígena y encumbrar más bien el modelo hispánico-occidental.
In order for the novel to unequivocally propose a political-literary project of cultural restitution and reconciliation, it would need to forget the violence central to the nation’s origins, a violence inscribed in Martina’s body-archive. Reading the Cubitas cave, a space belonging to Martina as well as a generator of particularly meaningful symbolism, as an archive of the violence suffered by slaves and indigenous people, is to recognize a geological-geographic space memorializing that violence forever inscribed in the earth-body of the Cuban nation, in the body of the indigenous mother, and in the pages of the novel. It is an indelible and threatening memory, destabilizing to the national allegory and to its community desires: a memory of the foundational violence of the Cuban nation[2] (2017: 187).
La lectura que puede trazarse de este fragmento es que el espacio geográfico condenaría a Martina y a sus descendientes como herederos de la nación y, por el contrario, realza a Carlota como heroína y justa heredera del orden social y político en que se inscribirá el proyecto civilizatorio.
3. La mujer y el esclavo como sujetos redimidos en Sab de Gertrudis Gómez
Un aspecto que ha resaltado la crítica en Sab es la construcción del sujeto femenino como elemento que fortalece el sistema patriarcal en la medida de que posee las características esenciales de belleza, ingenuidad y sumisión. Dichas calificaciones proponen un centro de aumento del poder masculino, ya que «es la sumisión personal al señor la que garantiza como legítimas las normas procedentes del mismo. En este caso, sólo el hecho y los límites de su poder proceden de ‘normas’ que, aunque no han sido escritas, se han visto consagradas por la tradición» (Weber 2005: 753). La tradición autoritaria que caracteriza a las sociedades hispanoamericanas de los siglos XIX y XX habría tenido su origen en la política hispánica, hecho que la novela no denuncia directamente, pero que puede apreciarse alegóricamente.
Otro elemento que da pie a la estructura sociocultural del texto radica en la esclavitud. La condición de los afrodescendientes expuesta en el relato constituye un valor diferente en la medida de que nos muestra un esclavo que «posee una fuerte personalidad, tal vez procedente de su origen noble, de madre africana, princesa, y de padre blanco» (Gómez de Avallenda 2007: 59). Se trata de un personaje abiertamente complejo, dado que sabe escribir y leer. Además, «Esa cultura adquirida le otorga una posición privilegiada —no en balde se informa que fue criado junto a Carlota— respecto a los otros esclavos, que se concreta en su cargo de mayoral (…). La educación recibida le permite ser inteligente, con capacidad para reflexionar» (60). La dominación impuesta en el sistema esclavista no influye en Sab, por lo que está exento de caracteres de exclusión y marginalidad.
3.1. Género y sumisión en Sab
Carlota reúne los estereotipos sobre los cuales se construye el sistema de dominación masculina, dado que se imponen valores sobre los cuales no cabe ninguna duda. Al describir su semblante, el narrador no escatima en describir la belleza de la protagonista, pues concibe que esta fortalecerá su inocencia y falta de malicia. De esta manera, la minuciosa mirada de quien la observa podrá ver que
Examinando escrupulosamente a la luz del día aquel rostro, acaso no hubiera presentado un modelo de perfección; pero el conjunto de sus delicadas facciones, y la mirada llena de alma de dos grandes y hermosos ojos pardos, daban a su fisonomía, alumbrada por la luna, un no sé qué de angélico y penetrante imposible de describir (Gómez de Avellaneda 2013: 115).
Cada detalle de la belleza de Carlota tiende a ser descrito a partir de una mirada masculina, lo cual comprueba las limitaciones a las que estaba expuesta la protagonista para no hablar por sí misma, sino desde una óptica patriarcal. El hecho de subrayar la «perfección de su rostro» o su carácter «angelical» dotan a la protagonista de patrones estéticos que le incorporan dentro y fuera del espacio de poder. Así, en palabras de Pierre Bourdieu, podemos afirmar: «La fuerza del orden masculino se descubre en el hecho de que prescinde de cualquier justificación: la visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en unos discursos capaces de legitimarla» (2015: 22). Además, al ser hija del propietario de la hacienda Bellavista, estaba exenta de trabajo, por lo que se resalta su condición de dependiente y angelical. Al respecto, Joan Scott sostiene que
La separación de un espacio masculino y femenino no acarreó consigo una división de papeles entre el marido y la esposa que acarreara la exclusión de las mujeres de una actividad salarial (…). Es cierto que a las mujeres se les exigía el cuidado de los hijos y de la casa, pero su actividad no se limitaba al ámbito doméstico; ni tampoco el trabajo realizado en casa tenía que ser necesariamente malo para las mujeres (2009: 136).
Aunque Carlota no realiza actividades domésticas, es obvio que no las necesita, por cuanto tiene a su esclavo, Sab, y a su aya, Teresa. Esta disposición de papeles en la novela cuestiona levemente el orden jerárquico masculino en tanto que reclama para la mujer una posición instruida antes que servicial. El apasionamiento de Carlota procede de su interés por la lectura en tanto medio que busca equiparar la lectura de novelas con el sentimiento que estas aportaban a la protagonista. Es, precisamente, ese sentimiento apasionado lo que conduce a Carlota a expresar sus sentimientos hacia Enrique Otway con mayor naturalidad. Así, cuando este se accidenta levemente al conducir su caballo junto a Sab, la joven exclama:
—¡Dios mío! ¿Se padece tanto siempre que se ama? ¿Aman y padecen del mismo modo todos los corazones o has depositado en el mío un germen más fecundo de afectos y dolores?… ¡Ah!, si no es general esta terrible facultad de amar y padecer, ¡cuán cruel privilegio me has concedido!… Porque es una desgracia, es una gran desgracia sentir de esta manera.
Cubrió sus ojos llenos de lágrimas y gimió: porque levantándose de improviso allá en lo más íntimo de su corazón no sé qué instinto revelador y terrible, acababa de declararle una verdad, que hasta entonces no había claramente comprendido: que hay almas superiores sobre la tierra, privilegiadas para el sentimiento y desconocidas de las almas vulgares: almas ricas de afectos, ricas de emociones (Gómez de Avellaneda 2015: 133).
El apasionamiento de Carlota se revela como un elemento integrador de la construcción cívica de los ciudadanos en la medida de que se muestra como amor natural y maternal que pretende mostrarse como una apertura al modelo romántico. Así, al identificar este sentimiento como parte de un imaginario social, el filósofo mexicano Roger Bartra indica que
La identificación constitutiva, en la cual los objetos aún no se diferencian del sujeto, corresponde a la simbiosis masiva del infante con la imagen materna que desearía ser: constituye el yo ideal del Imaginario lacaniano. La identificación constituida, por su parte, corresponde a la identificación del individuo con el punto de vista desde el cual se siente observado pero que adopta como propio: constituye el yo ideal de lo Simbólico lacaniano (Trigo 2012: 40).
La propia Gertrudis Gómez reafirma que la pasión es un elemento condicional de la mujer al ser el ángel del hogar, puesto que reúne todas las características para que el efecto de maternidad la una. Incluso, el periodista cubano contemporáneo de nuestra autora, Pedro Sabater, publicó un artículo intitulado «La mujer» en el Semanario pintoresco español en 1842, en el cual expone el arquetipo ideal de cómo debía actuar o pensar una mujer decimonónica.
El bello sexo, señores, ha sido arrojado a la tierra para personificar el amor; el orgullo, la vanidad y las demás pasiones que dominan en su corazón, están subordinadas a esta, que es su todo. Cumpliendo con su apacible destino, la mujer ama cuando niña a sus juguetes con mucho más cariño que nosotros; ama cuando madre a sus hijuelos con fuego más ardiente que nosotros, y siempre, por último, pero en particular en su ancianidad, ama a sus ángeles y a sus dioses con fe más pura y con mayor vehemencia que los hombres. No por eso se crea que el alma de la mujer se halla exenta de otras pasiones; desplazánla a menudo, como hemos anunciado, pero subordinadas al amor, el orgullo y la vanidad […]. Respecto de las demás pasiones que agitan a la mujer, quién desconoce que son hijas del amor (Sabater 1842: 116, citado por Gallo 2016: 113-114).
La realidad afirmaba a la mujer, representaba el orden a través del cual se transmitían los valores nacionales, por lo que era necesario que sobre ella se construyera un reconocimiento de virtudes y de abnegación. La herencia cívico-patriótica debía nutrirse adecuadamente, por lo que se consideraba oportuno que los hijos, además de conocer al amor maternal y filial, pudieran tener el rigor del perdón y el amor sin límites de la madre. Enrique, pues, constituye el espacio al cual se dirige el amor de Carlota y se considera necesario que este pueda encontrar más que un sentimiento erotizado, se hallara frente al idilio maternal que lo loara como a su hijo. Era en la mujer que se depositaba el amor duradero y sincero que los futuros constructores de la nación necesitaban hallar.
3.2. Sab y la esclavitud como paradigma de la continuidad blanca
Las condiciones a las que están expuestas los personajes de la novela legitiman su patrón de subalternidad a partir de un orden de dominación colonial impuesto desde España. Sab representa ese modelo de esclavitud que se desea romper a lo largo de la novela y frente al cual se presume una idealización del sistema económico del siglo XIX. Como han apuntado muchos investigadores del periodo, el texto en mención se adelanta a la novela de la escritora norteamericana Harriet Beecher Stowe: La cabaña del tío Tom, aparecida recién en 1852, es decir, once años después. A pesar de esta aparente inobjetabilidad, es necesario indicar que esta visión no es del todo cierta, ya que la pretensión de Gómez de Avellaneda de cuestionar la condición en que laboraban los afrodescendientes no impedía observar algunos elementos clave de actitud racista de parte del narrador como de los personajes.
Un primer factor a tomar en cuenta es la predilección por parte del narrador por incorporar a Sab en el espacio letrado blanco, ya que se asegura que este podía disfrutar de ciertos beneficios que se les negaba a los afrodescendientes. Esta aproximación del narrador se centra sobre todo en la proximidad de los valores culturales nacionales en tanto que el personaje representa un crisol de diversas razas y no un negro común. Así, el propio Sab se describe de esta forma ante Enrique Otway.
—¿Tu madre era negra, o mulata como tú?
—Mi madre vino al mundo en un país donde su color no era un signo de esclavitud: mi madre —repitió con cierto orgullo— nació libre y princesa. Bien lo saben todos aquellos que fueron como ella conducidos aquí de las costas del Congo por los traficantes de carne humana. Pero princesa en su país fue vendida en éste como esclava.
El caballero sonrió con disimulo al oír el título de princesa que Sab daba a su madre, pero como al parecer le interesase la conversación de aquel esclavo, quiso prolongarla.
—Tu padre sería blanco indudablemente.
—¡Mi padre!... yo no lo he conocido jamás! Salía mi madre apenas de la infancia cuando fue vendida al señor don Félix de B…, padre de mi amo actual, y de otros cuatro hijos. Dos años gimió la inconsolable la infeliz sin poder resignarse a la horrible mudanza de su suerte; pero un trastorno repentino se verificó en ella, pasado este tiempo, y de nuevo cobró amor a la vida porque mi madre amó (Gómez de Avellaneda 2015: 109)
De esta manera, se asegura un acercamiento que se constituye como el primer ingrediente de valor de Sab como sujeto que podría incorporarse al sistema sociopolítico de la Cuba decimonónica a partir de una incursión reivindicativa del modelo afrodescendiente, por cuanto se constituye en agente de los reclamos de justicia social de los americanos, ya sea mestizos o negros, antes que una lucha por la libertad antiesclavista. El prototipo de la esclavitud como reclamo político de los sectores subalternos se acercaría a reclamar ese espacio de poder que les es negado a los afrodescendientes o mestizos, hecho que probaría el amor imposible entre Sab y Carlota. No se trataría, en efecto, de un elemento que pretenda legitimar la voz de aquellos que obedecen, sino que anhela reclamar un lugar.
Encantados los negros respondían colmándola de bendiciones y celebrando la humanidad de don Carlos y el celo y benignidad de su mayoral Sab. Carlota se complacía escuchándoles, y repartió entre ellos todo el dinero que llevaba en sus bolsillos con expresiones de compasión y afecto. Los esclavos se alejaron bendiciéndola y ella les siguió algún tiempo con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Pobres infelices! —exclamó—. Se juzgan afortunados, porque no se les prodigan palos e injurias, y comen tranquilamente el pan de la esclavitud. Se juzgan afortunados y son esclavos sus hijos antes de salir del vientre de sus madres, y los ven vender luego como bestias irracionales (…). Cuando yo sea la esposa de Enrique —añadió después de un momento de silencio— ningún infeliz respirará a mi lado el aire emponzoñado de la esclavitud. Daremos libertad a todos nuestros negros. ¿Qué importa ser menos ricos? ¿Seremos por eso menos dichosos? (146).
Se trata de un efecto de confraternizar con lo sujetos afrocaribeños a partir de su condición de esclavos y pretende reunirlos en una agrupación política que los incorpore dentro de una aparente nación integrada. No obstante, José Gomariz sostiene que el hecho de que Sab practique la lectura y la escritura lo inserta en el espacio criollo (blanco) antes que considerar una solución que reivindique su condición de afrodescendiente. Al respecto, el crítico cubano sostiene que
Los reformistas cubanos concebían la sociedad cubana a su imagen y semejanza: una nación racial y culturalmente homogénea poblada exclusivamente con descendencia europea. Su deseo era blanquear la población para convertir a Cuba en la colonia más europea de América. El blanqueamiento no sólo se refiere al color de la piel, sino a los valores, a las prácticas culturales, al sistema económico, a las costumbres sociales europeas de la época identificadas en el pensamiento hegemónico con la modernización y el progreso (2009: 101).
Esta asociación con las costumbres occidentales que utiliza Sab lo convierte en un criollo más en la novela, lo cual alejaría levemente al texto de las pretensiones antiesclavistas de la autora. El texto se expone a partir de un afán por integrar los valores primigenios de la hegemonía criolla para rescatar los aires de modernización que se esperaba conseguir con la política liberal. Carlota representa al sector criollo altruista que pretende legitimar el proyecto civilizatorio hispanoamericano a partir de la educación y las buenas costumbres sobre las que debían instruirse los futuros ciudadanos. Sab es integrado a la sociedad cubana en tanto parte integral de la nación, por lo que sus amos ven en la futura libertad de los afrodescendientes la necesidad de renovar las sociedades recientemente liberadas del yugo español. Así, pues, se «había cruzado el doble umbral de la modernidad política y de la nacionalidad, educar significaba también crear los marcos de referencia que ayudarían a legitimar los cambios ocurridos. La instrucción cívica y la enseñanza de la historia pasarían a ser, entonces, los pilares de una anhelada renovación nacional» (Vallenilla 2003: 534).
En los últimos momentos de vida de Sab, este decide escribir una carta a su ama, Carlota, en la que le confiesa su amor al remitirle el texto a Teresa, aya de Carlota y cercana del esclavo.
¡Teresa!, el amor se apoderó bien pronto exclusivamente de mi corazón: pero no le debilitó, no. Yo hubiera conquistado a Carlota a precio de mil heroísmos. Si el destino me hubiese abierto una senda cualquiera, me habría lanzado en ella… la tribuna o el campo de batalla, la pluma o la espada, la acción o el pensamiento… todo me era igual: para todo hallaba en mí la aptitud y la voluntad… ¡sólo me faltaba el poder! Era mulato y esclavo.
¡Cuántas veces, como el paria, he soñado con las grandes ciudades ricas y populosas, con las ciudades cultas, con esos inmensos talleres de civilización en que el hombre de genio encuentra tantos destinos! Mi imaginación se remontaba en alas de fuego hacia el mundo de la inteligencia. «¡Quitadme estos hierros!», gritaba en mi delirio: «¡quitadme esta marca de infamia!, yo me elevaré sobre vosotros, hombres orgullosos: yo conquistaré para mi amada un nombre, un destino, un trono» (Gómez de Avellaneda 2013: 268).
El destino de Sab está trazado no por la rebeldía, sino por el conformismo y el no-deseo de recuperar la libertad. Se trata de un instrumento que revitaliza el dominio patriarcal y patrimonial criollo (eurocéntrico) en la medida de que no cuestiona las condiciones de subalternidad del afrodescendiente, pues no existe un discurso propio de un esclavo, sino de un mulato formado dentro del proyecto civilizatorio y modernizador hispanoamericano. En efecto, el mulato parece entregado a su suerte y desestima cualquier intervención rebelde frente a sus amos, ya que también ha sido partícipe de la adecuación eruocéntrica que estos le habían preparado. Este sistema de modernización debía incluir, por lo tanto, una adaptación a los patrones de instrucción que reclamaba la Iglesia como el perdón y la solidaridad.
Dichos factores tienden a deslegitimar todo aquello que desvaloriza la formación de una nación moderna como la esclavitud y el ansia de riqueza comercial del capitalismo británico. No es de extrañar que se cuestione la actitud de Enrique Otway, pues representa la consumación del colonialismo mercantil. Es posible que Gertrudis Gómez haya estado informada (al igual que muchos autores de su generación) de las condiciones poco afortunadas en que se desarrollaban los trabajadores ingleses en las nacientes fábricas londinenses y en sus sucursales en América. Por ello, el cuestionamiento a esta actitud convierte a Otway en un elemento de ironía y de antihéroe en el relato. Así, al describir la escena en que Teresa, aya de Carlota y enamorada de su pretendiente, Enrique, conoce de boca de Sab las verdaderas pretensiones del caballero inglés.
—¡Yo! ¿Qué estás diciendo, pobre joven? ¡Yo puedo ser la esposa del amante de Carlota!
—¡Su amante! —repitió él con sardónica sonrisa—. Os engañáis, señora, Enrique Otway no ama a Carlota.
—¡No la ama! ¿Y por qué, pues, le ha solicitado su mano?
—Porque entonces la señorita de B… era rica —respondió el mulato con acento de íntima convicción—, porque todavía no había perdido su padre el pleito que le despoja de una gran parte su fortuna; porque aún no había sido desheredada de su tío; ¿me entendéis ahora, Teresa?
—Te entiendo —dijo ella— y te creo injusto.
—No —repuso Sab—, no escucho ni a mis celos ni a mi aborrecimiento al juzgar a ese extranjero. Yo he sido la sombra que por espacio de muchos días ha seguido constantemente sus pasos; yo el que ha estudiado a todas horas su conducta, sus miradas, sus pensamientos…; yo quien ha sorprendido las palabras que se le escapaban cuando se creía solo y aun las que profería en sueños, cuando dormía: yo quien ha ganado a sus esclavos para saber de ellos las conversaciones que se suscitaban entre padre e hijo, conversaciones que rara vez se escapan a un doméstico interior (Gómez de Avellaneda 2013: 215).
La actitud de ambos caballeros ingleses tiende a legitimar el proyecto hispánico-cubano de cuestionar la presencia británica al exponerlos como interesados en las propiedades del padre de Carlota. El diálogo entre Sab y Teresa expone la maniquea intromisión de los comerciantes ingleses, Jorge y Enrique Otway, para quienes el deseo de poseer la hacienda Bellavista es un medio necesario para alcanzar su interés, a pesar de que luego este decide ofrecerle nuevamente su amor al enterarse de que la joven ha obtenido un premio de lotería.
4. Conclusiones
1. La novela mantiene los cánones patriarcales y patrimoniales de la nación cubana al legitimar la hegemonía blanca masculina para favorecer la subalternidad afrodescendiente. Por ello, se incorpora una visión exótica de los personajes no europeos considerándolos como agentes de una eminente modernización.
2. La mujer debe representar los valores más altos del orden social en que se construye el discurso, por lo que debe estar exenta de venganza y malicia. Al respecto, el narrador le adjunta características enaltecedoras como ingenuidad y amor filial para construir sobre esos pilares la educación de valores cívicos y políticos, propios de una nación moderna.
3. Sab representa al esclavo que no desea rebelarse ante sus amos porque, como todo agente de civilización homogeneizadora, debe ser producto de los valores que Carlota le transmite. Por ello, el amor entre ambos es inviable, ya que, como hijo alegórico de esta, quebrantaría los modelos sociales que el discurso intenta aplicar.
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Notas