Reseñas

Paul Braudy. El arte antiguo de la cetrería. Editorial Peisa. Lima. 2017, pp. 141.

Piero Gómez Carbonel

Boletín de la Academia Peruana de la Lengua

Academia Peruana de la Lengua, Perú

ISSN: 0567-6002

ISSN-e: 2708-2644

Periodicidad: Semestral

vol. 65, núm. 65, 2019

boletin@apl.org.pe

Braudy Paul. El arte antiguo de la cetrería. 2017. Lima. Editorial Peisa. 141pp.


DOI: https://doi.org/10.46744/bapl.201901.012

Quienes gustamos de la literatura del boom y especialmente de las escrituras de Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce y quizá de un Jorge Luis Borges tenemos en estos referentes una garantía suficiente para la lectura de este libro de cuentos. Si bien no es el calco de estos escritores, el lector puede encontrar sin muchos esfuerzos algunos de sus rasgos más característicos: el entrecruce de géneros dicursivos en algunos momentos, la referencia histórica para recrear un arco dramático que sirva de soporte para reflexiones sobre la humanidad, el humor irónico, las técnicas de la narración intercalada y, por supuesto, una historia siempre centrada en los personajes, como dicta Ribeyro: «El cuento debe contar una historia». Los cuatro cuentos se sirven como una recreación libre de todas estas formas narrativas para ofrecer relatos que avanzan sin dificultades en la comprensión de lo que verdaderamente se discute en cada uno de ellos: la muerte, simbólica, material o física.

En Del sentimiento trágico de la vida, Unamuno anota que el hombre es el único animal que se piensa a partir de la muerte. Cada uno de los cuentos es una constatación de ello. Todos abren o cierran a partir de escenas donde la muerte pulula, ya ha atacado o está por hacerlo. Los personajes aparecen en medio de cuadros de muerte, personales, familiares o de las que toman parte para elaborar meditaciones que, de la mano del narrador, el lector va recibiendo. No necesariamente elabora, sino que recibe. La muerte aparece como medio para la identificación de los personajes y como medio para repensar la humanidad.

El primer cuento es el mismo que intitula el libro. Es el espacio propicio de una doble muerte. La primera es la simbólica, la que se construye conforme el relato avanza y con este se va (re)elaborando notas biográficas de un Víctor Raúl Haya de la Torre del que se discute su lealtad, su valía política y también su hombría. Esta desmitificación va acompañada de un parricidio de igual jerarquía, aunque también se acompaña de un personaje que llega a dibujarse con extremos un tanto caricaturescos si se le compara al resto. De otro lado, la anáfora que cada cierto tiempo aparece resulta un agradable gesto estilístico que el lector puede bien apreciar. Es un relato que bebe del género policial y, por tanto, a mitad del camino va construyendo un final que podría llegar a sorprender a un puñado de lectores.

El segundo cuento es el más honesto respecto a su título, Miniatura de la muerte. Es el de más larga extensión (44 páginas en la edición que se comenta) y pone a prueba a otra gran figura que el Perú y el autor mismo peruanizan: María Reiche. La recreación de esta persona y una relación epistolar con el escritor Ray Bradbury permiten la entrada a cuestionar a la arqueóloga que aparece como un trazo más en la inmensidad del desierto que se va dibujando en la narración. Aunque el lector puede quedarse con la duda de por qué era tan importante adentrarse en el piloto Pichicollo o el despliegue de la escena con la cubana Ordanys, puede llegar a tener un final sincero.

El cuento La guerra de los langostinos es probablemente el más ambicioso y el mejor logrado del catálogo. Es un contrapunto que despliega métodos de desaparición de un escuadrón de la muerte francés en territorio argelino durante la guerra de su independencia con su espejo argentino, una década después. La lectura tiene la misma estrategia que los otros relatos: in media res. Poco a poco el lector empieza a comprender la relación entre ambas escenas de tortura, desaparición hasta la desensibilización y posterior cuestionamiento de los ejecutantes militares. También aparecen cuadros históricos de la pérdida de las colonias francesas de Indochinas, Ho Chi Min y las dictaduras de Latinoamérica. Es un cuento de la Guerra Fría y el cuestionamiento a quienes fueran los buenos de la historia. Aparece un Charles De Gaulle y varios generales sometidos a un examen de sí, alejados de sus mitos. La última parte resalta bien el avance de lo que el lector va descubriendo y relacionando desde la mitad de la narración.

Del último cuento, Historia de una rana, creo que se podría hacer dos anotaciones: pésimo título y trama que se pierde en sí misma. Es una reflexión sobre lo inestable y relativo que resulta tanto el arte como la vida de una mujer que de entrada aparece como la viuda adinerada de un cuasi famoso escritor, pero que tiene una historia a cuestas. El tema del cuento se puede resumir en esta línea: «Rana Chávez soñaba con un mundo paralelo donde el engaño no fuera una excepción sino la regla» (117). A pesar de que tiene momentos rescatables, no tiene la misma impronta que los anteriores. El final es desconcertante y no por las razones que uno esperaría.

Luego de su lectura, el lector puede juzgar el valor del libro como conjunto y saber si su elección como uno de los quince finalistas que disputaron el respetado premio García Márquez en su edición 2018 fue merecida.

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