Reseñas
Héctor Abad Faciolince: La oculta
Boletín de la Academia Peruana de la Lengua
Academia Peruana de la Lengua, Perú
ISSN: 0567-6002
ISSN-e: 2708-2644
Periodicidad: Semestral
vol. 66, núm. 66, 2019
Faciolince Héctor Abad. La oculta. 2014. Bogotá. Penguin Random House. 333pp. |
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Héctor Abad Faciolince ya gozaba de una gran reputación en el mundo literario en lengua española en 2014 cuando publicó está novela que no hace sino confirmar las grandes dotes narrativas que posee. La materia narrativa utiliza la técnica que Lawrence Durrell, el célebre novelista inglés, llamó «relativista», y que consiste en que inicialmente el lector tiene la impresión de que lo que se cuenta no avanza en una línea secuencial, que no se cuentan hechos desde un principio hasta un final, sino que está dando vueltas alrededor de un asunto conocido desde las primeras páginas. En el caso del escritor británico, su «Cuarteto de Alejandría» va narrando, desde la perspectiva de cuatro personajes, una serie de hechos, de antes y durante la Segunda Guerra Mundial. La sensación que tiene el lector es que cada personaje, narra los mismos hechos que el otro, pero los modifica según su perspectiva. El éxito de Durrell fue fulgurante y hasta se habló de que podía alcanzar el Premio Nobel de Literatura.
En el caso de la novela La oculta, de Héctor Abad Faciolince, hay matices técnicos respecto de Durrell que conviene destacar. Los personajes de la novela, hermanos que comparten intereses culturales y afectivos alrededor del fundo La oculta, situado en Antioquia, Medellín, cerca del poblado de Jericó, en Colombia, no contradicen las versiones que van apareciendo, sino que las llenan de matices que enriquecen el relato, lo hacen más interesante cada vez y van ganando la voluntad de lector, despertando su curiosidad y ganando su afecto. Los personajes de Abad son complementarios y cada uno tiene una voz diferente. Juntos construyen la historia de «La oculta» y metafóricamente la propia historia de Colombia en la segunda parte del siglo xx: país asolado por el narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares, la indolencia de los gobernantes, y la voluntad de numerosas personas de salir adelante en medio de esta violencia desoladora, que desea hacer tierra arrasada de la tradición y de la ética. Abad, en las entrelíneas de su texto, destaca la posesión de la tierra como un rasgo característico de la sociedad antioqueña colombiana. La importancia de la gran urbe, Medellín, no disminuye la de los pequeños poblados como Jericó ni mucho menos la de las fincas como «La oculta», que es un símbolo de un ideal que tiene sin duda la mano que escribe la novela, el pequeño dios, en palabras de Vicente Huidobro, que mueve los personajes: la complementación (inalcanzable como se ve en algunos pasajes) entre los grupos sociales, el trato afectivo entre los patrones y la servidumbre. Ya Augusto Monterroso, el destacado prosista guatemalteco, en su prosa «Las criadas» describe una situación común en el siglo xx en muchos países de Hispanoamérica: servidoras de las familias pudientes que son casi como familiares de los señores, pero que un día prefieren irse de esas casas benévolas, precisamente porque ellas mismas no son lo que parecen. En la novela de Abad hay un momento en el que los paramilitares que quieren apoderarse de la «La oculta», incendian la propiedad y tratan de matar a Eva, un personaje tratado con gran maestría, que escapa nadando y caminando hacia las fincas cercanas donde recibe la atención medrosa de la servidumbre. Los personajes principales que van desfilando en el relato están llenos de matices que se van mostrando en un gran fresco desolado: la imposibilidad de ser cabalmente la persona que uno deseó, construir el mundo que uno quiere en un sistema corrupto. Ana y Cobo, las cabezas del tronco familiar, quieren mantener la unidad familiar. Ella es emprendedora y, a través de la gran importancia que concede a la fiesta navideña, hace lo posible por restituir, aunque sea una vez al año la arcadia familiar que concentra a los hijos dispersos en Colombia y en Estados Unidos; uno de ellos, Antonio, guarda esa distancia física pues es homosexual y desea, según se advierte a lo largo del relato, guardar distancia de la sociedad colombiana intolerante y homofóbica. En todas las páginas de la novela, el tema de la sexualidad, masculina y femenina, heterosexual y homosexual, es tratada con un finura, un detalle, una levedad, no vistos en la novelística latinoamericana de los siglos xx y xxi. El juego de voces complementarias en el texto es notable: baste como ejemplo citar los perfiles de las hermanas Pilar y Eva, mientras la primera es formal, monógama, en cierto sentido convencional, Eva es aventurera, emprendedora, permanentemente en búsqueda de una felicidad que nunca llega. Jamás se amilana y está siempre dispuesta a cambiar de rumbo, a pasar la página, a dejar de lado a los galanes atrapados por las convenciones sociales y los temores cerriles. «La oculta», como queda dicho, es la historia simbólica de Colombia en estos años, familias que se tejen y destejen, antiguo mundo rural que va dando paso a una modernidad superficial y adocenada. En medio, personajes que sufren y gozan a su modo: Antonio, que reconstruye en su memoria la historia del burgo; Eva, símbolo de valentía; Pilar, la buena madera que resiste, y los que pululan, los anónimos paramilitares que amenazan la paz con misivas con faltas ortográficas y con acciones violentas; la temerosa servidumbre de las haciendas, Jon, la pareja de Antonio, hábil artesano del engaño en el arte que hace supuestas obras de calidad para satisfacer la ignorante presunción de compradores apresurados; Alberto, el marido de Pilar, que sabe también jugar bien su papel secundario, oculto entre las sombras.
Héctor Abad Faciolince, en sus impecables novelas, evidencia que la narrativa colombiana, después de la fulgurante obra de Gabriel García Márquez, alcanza una nueva madurez. A su lado, destacan, sin duda, Laura Restrepo, Juan Gabriel Vásquez, Pablo Montoya, cuyas novelas podemos leer con placer