Reseñas
Llosa Vélez Pedro. La medida de todas las cosas. 2017. Lima. Emecé Cruz del Sur. 284pp. |
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Pedro Llosa Vélez (Lima, 1975) se formó como economista y trabajó en este campo durante algunos años. Pronto, sin embargo, acicateado acaso por la vocación literaria, desplazó su interés hacia las humanidades y siguió estudios de posgrado en Literatura y Filosofía tanto en Perú como en Holanda. Desde entonces, se dedica —además de la escritura— a la docencia en temas relacionados con ciencias sociales. Todas estas circunstancias —el desplazamiento entre distintos ámbitos del conocimiento— han alimentado sin duda el genuino interés por el mundo de las ideas y las teorías que pone de manifiesto, con acierto, en su obra.
Antes de La medida de todas las cosas, este autor había publicado ya tres libros de ficción. Dedicados de forma exclusiva al cuento, cada uno le había permitido obtener algún premio literario: Viento en Proa, Premio Dedo Crítico 2002; Protocolo Rorschach, finalista del Premio PUCP 2005, y Las visitaciones, con el cual recibió el Premio de la Asociación Peruano Japonesa 2014 y una mención especial en el Premio Nacional de Literatura 2017 que entregó el Ministerio de Cultura.
Una cuestión similar sucede con el libro que reseñamos, compuesto por seis cuentos largos divididos en dos secciones. De estos, al menos un par resultó galardonado en versiones consecutivas del prestigioso Premio Copé: «El juglar de feria», finalista en 2012, y «Unas fotografías, apenas», con el cual obtuvo el Copé de Bronce en 2014. El trabajo literario de Pedro Llosa, evidenciado en la calidad de este conjunto, confirma su madurez narrativa, su consolidación como cuentista en nuestra tradición. Sus textos sintetizan un modo particular de narrar, acaso un sello personal, que privilegia el contrapunto entre el discurso intelectual —su inclusión funcional como materia narrativa— y la anécdota cotidiana.
En ese sentido, en la primera parte, además de «Unas fotografías, apenas», se incluyen los cuentos «Alboradas» y «Cazadores de ostras». El primero se disfruta como un reto, como si el lector debiera completar el cuadro que conforman dos historias paralelas: la del hombre que descubre, sin desearlo, fotos de carácter sexual que tienen como protagonistas a su actual pareja y un antiguo novio, y la de él mismo, en su trabajo como profesor universitario, afectado por la situación, que se vale de una serie de teorías políticas para traducir el mundo a una alumna suya, a quien desea. Quizá lo más atractivo en este texto sea la relación entre las ideas que expone el personaje, que organizan las sociedades actuales, y su vida privada.
Por su parte, el segundo cuento es la historia de una pareja que arrastra tensiones afectivas desde años atrás, las cuales, de pronto, se concentran en la decisión de mudarse o no a otra ciudad (Madrid o Róterdam). Es, asimismo, una demostración del uso eficaz de un lenguaje literario, de la forma en que lo entendía Ribeyro: decir el mundo de otro modo, con otras palabras; una reconstrucción necesaria, imprescindible, del lenguaje. Su primer párrafo es un excelente ejemplo de ello: «El despertador sonó como un animal herido y su chirrido deformado corrió por mis falanges directo a la médula y de allí a la pituitaria. Se me anidó allí, en el centro del cerebro, y se fue extendiendo como una bacteria» (p. 63). También, en este caso, se establecen reflejos a modo de vasos comunicantes entre la historia afectiva y la teoría social que enuncia el protagonista, un maestrista que debe sustentar pronto su tesis.
En «Cazadores de ostras», un simpatizante del marxismo descubre que, después de algunos años de noviazgo y frente a la inminencia del matrimonio, no desea casarse. Para contarnos el proceso que lo lleva a dicha iluminación, el autor integra tres historias: el presente de la ruptura; el pasado de la playa y la infancia, y los dilemas y contradicciones que descubre el pensador marxista J. Cohen, que alimentan sus decisiones. En este punto, resulta evidente que en esta «Primera parte» existe una forma de componer y de narrar común a las tres historias: el diálogo entre el discurso intelectual y lo cotidiano, que se enlaza con el nivel compositivo no solo a través de la narración de historias paralelas, sino, sobre todo, cuando se intercalan distintos discursos al interior de un mismo relato e incluso de un mismo párrafo. Esta es, sin duda, la mejor parte en cuanto al trabajo técnico de Llosa. Se define de tal modo el punto de vista de cada personaje que el lector puede reconocer a cuál pertenece cada línea.
La segunda parte está compuesta por el ya mencionado «El juglar de feria», así como por «El príncipe de la basura» y «La medida de las cosas». El primer título proviene de un epígrafe de Mariátegui en la evaluación que realiza de César Vallejo, usado para descalificar a los escribidores que lo pasaron por alto. Recrea la anécdota de un periodista que publica un artículo odioso, facilista, sobre el poeta y Ribeyro, como sucedió hace unos años en un diario limeño. No obstante, lo valioso del cuento radica en el punto de vista elegido (del director del semanario que lo publica, los problemas que a él le genera aquella decisión) y en la capacidad compositiva del autor para articular, una vez más, materiales diversos. Desde la ficción, el lector conoce los entretelones, llega a un terreno casi vedado: el ambiente, las decisiones, las tensiones y rivalidades y el día a día con relación a la política del diario más antiguo del país.
Por su parte, «El príncipe de la basura» (título limitante, predecible) es quizá el mejor del conjunto. En él, el autor sale plenamente de sí, de la subjetividad que ha construido en los textos anteriores, y se introduce en la sensibilidad de los de «afuera»; establece un contrapunto entre el drama particular y el drama social. Para ello, usa dos puntos de vista muy distintos: el del hombre que se busca la vida en la basura y el de un holandés que debe implementar un sistema de reciclaje tecnológico y que coincide con el primero en las calles de Lima. En ese sentido, la historia se inserta con naturalidad en la tradición del Ribeyro más clásico, acaso como una actualización del problema de la pobreza en el siglo xxi peruano. Resulta particular, en cuanto al mundo que recrea, que Pedro Llosa construya con el mismo talento la sensibilidad del limeño de clase media alta, de un extranjero, como la del hombre abandonado a su suerte por una sociedad avocada a la producción y a los pequeños centros sociales privilegiados.
Por último, «La medida de las cosas» reconstruye, por un lado, la historia de un profesor limeño venido a menos, que debe ganarse la vida como «negro literario» mientras aplaza una y otra vez su investigación sobre Wittgenstein. Al mismo tiempo, es la narración de un hipotético encuentro e intercambio de ideas entre este y su amigo Piero Sraffa, lo cual le permite a Llosa reconstruir el ambiente cultural e intelectual que motivó las ideas más brillantes del filósofo vienés. Un cuento ambicioso que se desplaza por varios espacios y registros, que resume lo ya presentado en los anteriores y que, quizá por ello, el lector puede sentir, aunque cercano, como si la fórmula se repitiera.
Dicho esto, se puede afirmar que La medida de todas las cosas resulta una lectura exigente y agradable. El puntal de Pedro Llosa es la inclusión natural de lo sociológico, económico, filosófico o literario como parte del tejido narrativo, que ayuda a los personajes a posicionarse en el mundo. En todas estas historias se establecen reflejos, se oyen resonancias entre una y otra parte, como aquellas de «Cazadores de ostras» en que se cierra la unidad narrativa con el ave que alza vuelo y el novio que, a poco de casarse, termina el compromiso y se marcha. Por lo demás, quizá el mejor modo de resumir la propuesta del libro sea recurriendo al epígrafe del cineasta británico Ken Loach que abre la obra: «Todas las historias humanas son políticas», que coincide, miles de años después, con el dicho atribuido a Protágoras («El hombre es la medida de todas las cosas») y que Llosa ha rescatado a través de sus historias, pues no existe una frontera clara entre lo político, lo colectivo y lo individual; un solo hombre representa a su sociedad, una especie de recreación de la micropolítica, de las relaciones de poder y su manifestación en lo cotidiano.
Con todo ello, vale aclarar que la recepción de este libro de cuentos fue positiva no solo en el ámbito nacional, sino también internacional. En 2018, el Premio Nobel peruano le dedicó una columna en el diario español El País («Historia de Peté») que, no puede negarse, representó un espaldarazo para su figura y su obra. A esto se suma, acaso como una constatación de lo que vendrá para este destacado narrador peruano, la reciente traducción al portugués de este libro, A medida de todas as coisas (São Paulo: É Realizações, 2019). No es casual. Se trata de un libro cuya lectura es muy recomendable, pues alcanza el exacto equilibrio entre calidad estética, variedad temática, dominio técnico y solidez de ideas. Un hito bastante difícil de superar, sobre todo, para el propio autor.