Notas
Para la historia de las lenguas en el Perú: noticias lingüísticas y etimologías en los reportes de Fannie B. Ward (1890-1891)
Boletín de la Academia Peruana de la Lengua
Academia Peruana de la Lengua, Perú
ISSN: 0567-6002
ISSN-e: 2708-2644
Periodicidad: Semestral
núm. 70, 2021
Recepción: 03 Julio 2020
Aprobación: 03 Julio 2021
Publicación: 02 Diciembre 2021
La historia del castellano en el Perú ha sido todavía poco estudiada, salvo en lo que respecta a la llegada del idioma y su progresiva imposición en la sociedad virreinal (Rivarola, 1990, 2006a), así como las políticas lingüísticas de la corona española dirigidas a la evangelización en las lenguas generales de los naturales, en lugar del castellano (Carrión Ordóñez, 1989).[1] El contacto con el quechua es el aspecto quizás más desarrollado de la historia lingüística peruana (Cerrón-Palomino, 2004a), junto a los trabajos sobre el español peruano del siglo XVIII de Buesa Oliver (1989) y, especialmente, de Carrión Ordóñez (1983). Respecto al periodo que nos ocupa, Eva Guggenheimer aporta una reflexión sobre la preeminencia del castellano en el proceso emancipador (1999-2000) y sobre el castellano hablado en el siglo XIX; tenemos, además, algunos acercamientos en los trabajos de Rivarola (2006b y 2008), sobre palabras y costumbres, junto a unas observaciones sobre fraseología limeña decimonónica de Augusto Alcocer (2007).
Entre las fuentes más interesantes que ofrecen noticias sobre la situación lingüística del Perú en el siglo posterior a la independencia, se encuentran los reportes de los viajeros, cada vez más numerosos, que recorren el Perú y otros países de Sudamérica, aunque no siempre sus intereses presten verdadera atención a la realidad del lenguaje. Por lo general son noticias dirigidas a lectores extranjeros que desconocen estos países y no pueden dar por supuesto, como ocurre a veces con viajeros nacionales, la posibilidad de una buena comunicación en las distintas provincias de la costa, sierra y selva. Su testimonio es también interesante cuando emplean palabras o expresiones del castellano, debido a que carecen de una instancia normativa que les imponga un uso académico o general, por lo que pueden emplear peruanismos con total transparencia (siempre y cuando el editor o la imprenta no perturben las grafías). Es lo que ocurre con los diarios de Enrique Witt: «formados después como bollos, como unos queques de chocolate» (Witt, 1987, p. 91), donde resalto el empleo de un anglicismo temprano. Es también el caso del botánico Spruce (1864):
I was surprised to hear these plots called not “woods”, but “pastures” (potreros), for the trees grow in them as thickly as trees do anywhere, and there is not underneath them an herb of any kind. (…) Twice in the year the algarrobo puts forth numerous pendulous racemes of minute yellowgreen flowers, which nourish multitudes of small flies and beetles, that in their turn afford food to flocks of birds —negritos (blackbirds), soñas, chirocas, putias, etc.— most of them songsters [Me sorprendía al escuchar que esos lugares no eran llamados bosques, sino pastos (potreros) cuando la espesura de los árboles crecía como en cualquier otro lugar y no crecía debajo ninguna hierba de ningún tipo (…). Dos veces al año el algarrobo saca numerosos racimos de diminutas flores verde amarillentas que atraen a multitudes de pequeñas moscas y escarabajos, que a su vez sirven de alimento a batallones de pájaros —negritos (pájaros negros), soñas, chirocas, putías, etc.— en su mayoría muy cantarinas]. (p. 36)
Efectivamente, además de los datos léxicos anotados: potreros, negritos, soñas, chirocas, putías, pertenecientes al léxico rural norperuano, se advierte la elisión de la palatal correspondiente al diminutivo castellano (putillas), con el que se denomina esta pequeña ave canora, caracterizada por su intensos colores rojo y negro, lo que motiva vivamente la denominación por un procedimiento de hipálage. La mayor dificultad reside en que los datos proporcionados por los viajeros se encuentran dispersos en un conjunto muy numeroso, y siempre son parciales, por más que ofrecen información valiosa sobre la historia externa y la evolución interna de la realidad lingüística del Perú.
1. Viajeros y reporteros
Estuardo Núñez, un gran conocedor de la literatura de viajes en el Perú,[2] reúne noticias de 25 viajeros que visitaron el país entre 1880 y 1900, los cuales dejaron testimonios escritos en forma de memorias, diarios, libros o reportes. Decenas de comerciantes, científicos, ingenieros, arqueólogos, botánicos, geólogos y otros muchos recorrieron estas costas o atravesaron los Andes para abrir nuevas rutas, siguiendo la estela de Alejandro de Humboldt, o para atraer inversiones o proyectar ferrocarriles, como el caso de Efraín Squier, demostrando que ni en los más remotos lugares podía haber obstáculos en el horizonte del mundo occidental y de sus intereses científicos y empresariales (Pratt, 1992, p. 127). El primero de todos fue un marino norteamericano llamado David Porter, quien publicó en Filadelfia sus impresiones del país en 1815 (Pareja Paz Soldán, 1945). Luego vinieron muchos más. Indudablemente, la navegación a vapor facilitó enormemente los viajes; a fines de siglo, era posible ya hacer ese viaje por turismo, es decir, simplemente por placer, iniciándose así una industria que será fundamental en la segunda mitad del siglo XX (Armas, 2019).
Fannie Bingham Ward (1843-1913) fue una reportera norteamericana que realizó un largo viaje por todo Sudamérica, luego de haber realizado un primer viaje a México, siempre acompañada de su hija menor soltera.[3] Igual que otros viajeros, Ward destaca las incomodidades de los viajes, los pésimos caminos, la antigüedad de las ciudades. Su primer reporte remitido desde el Perú está fechado el 30 de agosto de 1890 a bordo de uno de esos vapores ingleses que hacían la ruta de Sudamérica, y registra sus impresiones del viaje realizado desde Guayaquil rumbo al Callao, haciendo escala en Paita y Pacasmayo. Ward (1890a) aprovecha para referir detalles de la vida cotidiana de aquellos barcos a vapor, que trasladaban igual personas que caballos, ganado y toda clase de mercancías en un pequeño mundo en miniatura que iba deteniéndose en cada puerto de cierto interés comercial para enviar algodón, cacao, vino y azúcar rumbo a Europa: «Life on board one of these great English steamers that ply the Southern Pacific, has its peculiar features, but is by no means unpleasant» [La vida a bordo de esos grandes vapores ingleses que fleta la Southern Pacific tiene sus rasgos peculiares, que mal que bien no siempre son desagradables] (p. 2).
Ward tiene una visión más optimista que otros viajeros menos complacientes, aunque no aprueba todo lo que ve. Su perspectiva es algo distinta. Presta mayor atención a los detalles y, en realidad, busca igualmente las curiosidades que puedan llamar la atención a sus lectoras, con mayor sensibilidad hacia las mujeres que encuentra, ya sea vendiendo maíz en el mercado de Puno, confesándose en la iglesia de Mollendo, jugando carnavales en Arequipa o en los portales de Lima, o paseando en la cubierta del buque. Inaugura una visión femenina en esa serie de intereses por las personas de lugares lejanos y de extrañas situaciones que persiguen los nuevos «viajeros de la prensa». El enfoque femenino da otra dimensión a los relatos de viajes. Las redactoras forman ya parte integral del equipo de todos los periódicos, al punto que un editor del momento reconoce, aun con reparos, que eran imprescindibles: «every newspaper should have at least one woman on its staff» [Todos los periódicos debían tener por lo menos una redactora mujer] (Baldasty, 1992, p. 127). Algunos protestan respecto de que las mujeres «colored her reports with imagination [coloreaban sus reportes con imaginación]» (Baldasty, 1992, p. 122), y no faltan quienes consideran que su estilo era demasiado emocional y, por lo tanto, inapropiado para la objetividad del periódico, pero las protestas quedarían en nada: las redactoras mujeres habían llegado para quedarse. Las páginas del periódico les ofrecen la oportunidad de expresar sus ideas y reivindicar sus derechos y libertades a lo largo del país, también en el gesto simbólico de realizar largos viajes a lugares exóticos o peligrosos (Pratt, 1992, p. 173).
2. Noticias lingüísticas
Los reportes de Ward (1890c) ofrecen algunas observaciones interesantes sobre los idiomas que se hablaban en el Perú a finales del siglo XIX. Su segundo reporte se ocupa del Callao. Estima una población de 30 mil personas y señala que, aunque su importancia comercial se ha desvanecido,[4] es todavía un lugar lleno de extranjeros y que no le queda nada del glamor de su historia y tradición hispanas:[5]
On the contrary, it is the most cosmopolitan, common-place and matter of fact sort of city we have yet found in South America; a place where English is spoken almost as much as Spanish, and where people of all nationalities have crowdede the easy-going natives to the wall, so far as business is concerned [Al contrario, es el ejemplo más evidente de ciudad cosmopolita que yo haya encontrado en Sudamérica, un lugar en el que el inglés se habla casi más que el español y donde agentes de todas las nacionalidades han sobrepasado a los asequibles lugareños en todo lo que se refiere a negocios]. (p. 8)
Otros viajeros coinciden con este diagnóstico. Curtis señalaba también a fines del XIX: «One can hear all the languages of the earth spoken at Callao» [Uno puede escuchar todos los idiomas del mundo hablados en el Callao] (1888, p. 353).[6] Lima contaba ya, según el viajero argentino Carlos Eugenio Pioda, con un aproximado de 20 mil extranjeros de un total de 150 mil habitantes (López Martínez, 2000, p. 135). El mencionado comerciante alemán Enrique Witt (1987), representante de diversas firmas británicas desde 1824 hasta 1890 en el Perú, testimonia vivamente cómo los extranjeros habían hecho su aparición gradualmente desde la época de la independencia del país (p. 27). Menciona que en Arequipa, después de Ayacucho, el comerciante español Lucas de la Cotera dejó la ciudad con las autoridades españolas, y en su lugar se instaló el cónsul inglés Passmore y 28 comerciantes extranjeros, todos por firmas inglesas (p. 14). Justamente en Arequipa se concentraba, a fines de siglo, una importante comunidad inglesa. En las fiestas de carnavales, los jóvenes ingleses formaban un grupo de unos veinte o más, reconocidos por ser los más aguerridos luchadores por su energía y determinación y por tener gran cantidad de dinero para comprar suficiente número de cascarones, que lanzan como municiones a las señoritas que se asoman a los balcones: «Hereabouts, as in Mexico and other parts of Spanish America, all Anglo Saxons are designated by the common name of gringos; and when ever came the cry: “¡Los Gringoes! ¡Los Gringoes vienen!”; the excitement increased a hundred fold» [Aquí, como en México y en otras partes de Hispanoamérica todos los anglosajones son conocidos por el nombre común de «gringos» y cuando por ahí llegan los gritos: «¡Los gringos, vienen los gringos!», la excitación se incrementa y se multiplica por cien] (Ward, 1891b, p. 15).[7]
La migración aumentó considerablemente a partir de 1872 cuando se creó la Sociedad de Inmigración Europea, encargada de promover en Europa la imagen del país y sufragar los gastos que demandaba el transporte (Ruiz Zevallos, 2001, p. 81). Las cifras estimadas por Fannie Ward son marcadamente diferentes a las que señalara el viajero argentino. Considera que la población de Lima, a la que trata con cierto desdén, alcanza entre unos cien y ciento veinticinco mil habitantes, y los extranjeros, unos 1,500, aunque su estimación resultaba muy insuficiente:
There are English, French, Spaniards, North Americans, Belgians, Chinese, and negroes, black white, yellow and all intermediate shades of complexion, mingled among the leather hued native population, and one need no walk half a square to hear a dozen different languages spoken [Hay ingleses, franceses, españoles, norteamericanos, belgas, chinos y negros, mulatos, blancos y amarillos con todas las tonalidades intermedias en el color de su pellejo, y asimismo una no necesita caminar media cuadra para oír hablar una docena de idiomas diferentes]. (Ward, 1890d, p. 14)
Es muy interesante que esa enorme heterogeneidad de idiomas y de gentes no viviesen separados en calles o zonas separadas, sino que mantuviesen vecindad, según el testimonio de Ward, mezclados con la población local, lo que aseguraba un mayor número de interacciones con los limeños. Esta nueva realidad social dejó una impronta notable en el castellano limeño, que se testimonia en el Diccionario de peruanismos de Juan de Arona (seudónimo de Paz Soldán y Unanue) en 1882: «Los bebederos públicos o las tabernas que bajo el epígrafe de Cerveza y Lunch invadían Lima desde unos diez años atrás los principales centros de Lima» (Arona, 1882/1938, p. 175). Ricardo Palma registra también en sus Papeletas lexicográficas (1903) algunos vocablos introducidos del italiano, del francés y especialmente del inglés en ese periodo: mortadela, avalancha, macadán, repórter, sport, miting . lunch (Arrizabalaga, 2003). En algunos casos, Palma (1903) se sentía incluso motivado a dar una justificación, como en el caso de sport: «Este anglicismo hay que aceptarlo por carencia de vocablo equivalente» (p. 260).
Esto no quiere decir que el conocimiento de la lengua inglesa fuera algo común en la sociedad limeña de la época, ni mucho menos. Ward (1891a) nos presenta a un joven coronel que no era capaz de pronunciar ni una palabra en la lengua inglesa, por más que su amor lo llevaba a brindar serenatas a la joven hija de nuestra viajera:
The little colonel was very demonstrative in his love making, so far as sighs and “sheep’s eyes” go, but found himself wonderfully hampered by the restrictions of local etiquette. The object of his devotion could speak but little Spanish, and he not a word of English, and of course he could never see her at all without the presence of her mother [El pequeño coronel era muy efusivo en sus demostraciones amorosas, en lo que respecta a suspiros y ojitos de cordero, pero se veía él mismo en increíbles aprietos por las restricciones de la etiqueta local. El objeto de su devoción no podía hablar más que un poquito de español y él no sabía palabra de inglés, y por supuesto jamás la pudo ver ni una vez sin la presencia de su madre]. (p. 9)[8]
Otro momento de total incomunicación se da en Puno, cuando la viajera desea conversar con una madre que atiende sentada a sus pequeños, con su bebé en brazos, en las afueras de la ciudad. El otro niño, al que su madre llamaba Guillermo, lanzaba piedras a los pájaros con un tirachinas con increíble destreza:
I tried to talk with the mother, who seemed to be inclined to be communicative; but as her vocabulary was an odd mixture of Indian and Castilian, was unable to get much information except such as smiles, shrugs and gestures could convey [Traté de hablar con la madre, que parecía estar más inclinada a establecer comunicación, pero como su vocabulario era una curiosa mezcla de indígena y castellano, resultó imposible sacar nada en claro salvo sonrisas, muecas y lo que al encoger los hombros se puede trasmitir]. (Ward, 1890b, p. 3)
En esta ocasión, la reportera ofrece alguna información complementaria, al inicio de su reporte, señalando que se trata de una población mayoritariamente originaria: «It is essentially an Indian town, fully nine-tenths of its population (about 5,000 all told) being Aymaras and Quichuas» [Es esencialmente una ciudad de raza originaria, pues nueve de cada diez son aimaras y quechuas] (Ward, 1890b, p. 3). Destaca además que la población aimara es más numerosa, que tanto unos como los otros poseen sus propias casas, y que disponen de lo suficiente para comer y desenvolverse con libertad. Ward (1890b) describe igualmente el mercado, dividido en sectores separados, que se realiza en la misma plaza, pero a un lado los quechuas y a otro los aimaras: «In fronts the main plaza with its stately fountain (…) which runs a stream crossed by many funny little adobe bridges, which serves as a dividing line between the Quichua quarter and that of the Aymaras» [Delante queda la plaza principal (…) por la que corre un arroyo cruzado con cierta gracia por muchos pequeños puentes de adobe que sirve como división entre el sector de los quechuas y el de los aimaras] (p. 3).
Luego de haberlas observado detenidamente desde su alojamiento, en plena plaza de Armas de Puno, la viajera intenta obtener información de las vendedoras del lado quechua. Nuevamente la comunicación es precaria.[9] Ward quiere conversar con las mujeres que venden productos de panllevar en el mercado, pero el esfuerzo resulta infructuoso: «During the day I walked over to interview them –but alas, they could not speak a word of English or Spanish, and your scribe is not versed in Quichua–, so conversation languished» [Un día me di un paseo para entrevistarlas; pero, ¡caramba!, ellas no pueden hablar una palabra en inglés o en castellano y esta escritora no es muy versada en quechua, así que la conversación languidecía] (Ward, 1890b, p. 3).
Igual que Ward, otros también hacen ocasionales alusiones a la omnipresencia del quechua en extensas regiones de la sierra, como el inglés Archibald Smith en el departamento de Junín: «Estos pueblos divididos que hablan la misma lengua, el quechua, no se asocian en conjunto ni celebran sus festividades religiosas en fechas similares» (Smith, 1839/2019, p. 239).
El motivo de la desunión pudo ser, según interpreta Smith, que una de esas comunidades procede de población movilizada hasta ese lugar por los incas desde el lejano país de Quito. Es más detallado el comerciante anglosajón al referirse a las regiones del río Ucayali:
Estos lugares remotos de una jurisdicción civil débilmente sostenida tampoco parecen haber sido parte del antiguo Imperio de los incas, ni los territorios muy extensos y agrestes que se sitúan al oriente de las principales provincias. Y no solo las barreras escarpadas de la cordillera oriental, sino la diferencia de lenguas, separan hasta hoy a los indios de la montaña no sojuzgados de los verdaderos hijos del sol, cuya lengua común, como sabe el lector, es el quechua; mientras los salvajes descubiertos hasta la fecha hablan casi tantas lenguas como tribus distintas hay entre ellos, excepto en las orillas del Ucayali, y en la vecindad del asentamiento misionero principal allí, donde el pano es la lengua general y prevalece entre los nativos parcialmente cristianizados. (Smith, 1839/2019, p. 206)
Ward (1891b) señala también en Arequipa, finalmente, la vitalidad cultural de los distintos grupos étnicos y la falta de integración entre los mismos:
It is noticeable that in spite of their conviviality, the various tribes neves mingle socially, but Aymaras, Quichuas and Auracanas retain each the dress and manners of his own people and will have nothing to do with representatives of any other tribe [Es notable que pese a su larga convivencia hay varios grupos étnicos que nunca se asimilaron socialmente, sino que conservan sus vestidos y las costumbres de su propia gente: los aimaras, los quechuas, los araucanos, y nunca tendrán nada que ver con representantes de cualquier otro grupo]. (p. 15)
3. Interés por la etimología y otros
El interés por la etimología, tan propio de esa época, se manifiesta en varias ocasiones y recoge, en general, las interpretaciones más usuales respecto de la toponimia o de la onomástica andina. Sirve en los reportes de Ward para dar una nota colorida y de autoridad sobre la reportera, que demuestra así haberse documentado de forma conveniente con la literatura apropiada. El primer caso se refiere al nombre de Lima, pero ocurre lo mismo en Puno y Cusco:
Rimac is a Quichua word, the past participle of the verb rimay, to speak; and in this application it referred to a famous oracle of Inca times, whose shrine was in the valley, probably among those extensive ruins that may yet be seen near the present village of la Magdalena, and in honor of whom the river and surrounding country was named. The Quichua sound of the letter r is much like the Spanish l, and so it is not strange that in the mouth of another race it soon became transfomred to Limac and then to Lima. For many years the river was called lima too, but somehow it got back to its ancient cognomen [Rimac procede del quechua y es el nombre del valle en que se asienta la ciudad y es el participio pasado del verbo rimay, que significa ‘hablar’, y que aquí se refiere a un famoso oráculo de los tiempos del Inca, cuyo santuario se encontraba en el valle, probablemente entre aquellas extensas ruinas que pueden verse en el pueblo de la Magdalena, y en honor a esto se llamó así el río y también la campiña que atraviesa. El sonido quechua para la letra . es muy similar al español . y así no resulta extraño que, en la boca de otra raza, pronto llegase a transformarse en Limac y de ahí a Lima. Por muchos años el río se llamó Lima también, pero de alguna manera volvió a tomar su antiguo nombre]. (Ward, 1890d, p. 14)[10]
The name of the lake is of Quicchua origin, Titi signifying in that language “the gate of the mountains”, and caca, “high rocks of lead”, so called probably, because at certain place on the old Inca highway the first glimpse of its dark bluy waters may be seen between two enormous rocks [El nombre del lago viene del quechua. Titi significa en ese idioma ‘la puerta de las montañas’, caca ‘rocas altas de plomo’, y probablemente se debe a que en cierto lugar del antiguo camino inca se puede ver la primera imagen de sus aguas azul oscuro entre dos enormes rocas. Se ha tratado de explicar la etimología del topónimo desde el quechua (donde titi es ‘plomo’) o desde el aimara (donde titi es ‘gato’ o ‘puma’)]. (Ward, 1890b, p. 3)[11]
By the way the word Capac signifies “powerful” in the peruvian tongue, and was applied to several of Manco’s succesors – as was Yupanqui, meaning “rich in all he virtues”. Inca means king or monarch [A propósito, la palabra cápac significa ‘poderoso’ en el idioma peruano, y se aplicó a varios sucesores de Manco, igual que Yupanqui, que quiere decir ‘rico en todas las virtudes’. Inca significa ‘rey’ o ‘monarca’]. (Ward, 1891d, p. 15)
Con respecto a los problemas lingüísticos de los reportes remitidos por Fannie Ward desde el Perú, hay que notar la presencia de algunos hispanismos crudos en el inglés norteamericano: «The two sides of the Plaza Mayor are occupied by portales, with shops behind them (…). These portales are the favorite promenade of the ladies of the city» (Ward, 1890e, p. 7); «in the centre of an extensive patio» (Ward, 1891c, p. 13); «around the sala in the arms of some unknown young» (Ward, 1891b, p. 15).
Destaca a veces expresiones o frases en castellano: «a cobbler sits at his bench pegging the coarse shoes of los pobres» (Ward, 1890e, p. 7). También ocurre con americanismos de origen no hispano: «guano from distant islands» (Ward, 1891d, p. 15); «barrels of chicha (…) Every chicheria was filled with music, dancing and sounds of Cholo revelry» (Ward, 1891b, p. 15); «Not only is there soroche to contend with» (Ward, 1890b, p. 3). En ocasiones, la explicación es prolongada y describe algunos peruanismos bien conocidos: «Though visitors are often assured that “it never rains in Lima”, the most partial citizen is obliged to admit that what he calls la garua, a dense fog that forms itself into minute drops» [Aunque a los visitantes se les diga a menudo que nunca llueve en Lima, la mayor parte de los vecinos admiten que lo que conocen como garua, una densa niebla que forma diminutas gotas] (Ward, 1890d, p. 14)[12]. En este otro pasaje de Ward (1891b), se observa lo mismo:
The principal weapons of the belligerents are eggs emptied of their original contents through a small hole in one end, refilled with red water, flour or powder, and carefully sealed up again with cloth or paper. These are called cascarones, and one may buy bushels of them at the average rate of two dollars per hundred [La principal arma de los beligerantes son huevos vacíos de su contenido original y, a través de un pequeño agujero, rellenos de agua o harina o polvo de almidón cuidadosamente sellados de nuevo con algo de tela o papel pegajoso. Les llaman cascaronesy uno puede adquirir una buena provisión de ellos al precio de dos dólares por un ciento]. (p. 15)
Algunos términos se recogen en castellano, con sus equivalencias anglosajonas: «the patio or inner court yard» (Ward, 1890e, p. 7), «quebradas, or breaks» (Ward, 1891c, p. 13). La onomástica quechua, en ocasiones, se explica tal como lo hace Prescott en la tradición garcilasista: «it received the name of Coricancha, or “Place of Gold” [recibía el nombre de Coricancha, o plaza de oro]» (Ward, 1891c, p. 13). De hecho el Inca Garcilaso es descrito en estos reportes como «the most reliable of all the old chroniclers [el más destacado de todos los antiguos cronistas]» (Ward, 1890f, p. 14).[13] Se revela, finalmente, que se trata de un texto periodístico en la ligereza con la que evita mencionar el nombre del general que vence a Ollanta u Ollantay (cuyo nombre equivoca como Ollanto): «a warrior whose unspellable name means “man with stone eyes”» (Ward, 1891d, p. 15).
Parece que su fuente más cercana habría sido Efraín Squier (1877), quien a su vez recoge numerosas etimologías de Von Tschudi. Efectivamente Ward se refiere al general inca en los términos en que aparece mencionado en Squier (1877): «the old, astute and invincible inca general Rumiñani, whose name of Stone-eye fairly indicates his cold, implacable character» [el viejo, astuto e invencible general inca Rumiñahui, cuyo nombre ojo 14 de piedra claramente indica su carácter frío e implacable] (p. 513).[14] Igualmente en otros casos: «in the district of Coracancha, or Place of Gold, on the high bank of the Huatanay» (Squier, 1877, p. 439). Los significados de los términos inca y cápac, en cambio, los copia textualmente de una nota de Prescott:
Inca signified King or lord. Capac meant great or powerful. It was applied to several of the successors of Manco, in the same manner as the epithet Yupanqui, signifying rich in all virtues, was added to the names of several Incas. [Inca significa ‘rey’ o ‘señor’. Capac quiere decir ‘grande’ o ‘poderoso’. Se aplicó a varios de los sucesores de Manco, de la misma manera que el epíteto Yupanqui, que significaba ‘rico’ en todas las virtudes, era añadido a los nombres de varios incas] (1847, p. 5).
4. Conclusiones
Las noticias de viajeros destacan la presencia de extranjeros en el Perú y manifiestan el contacto de los idiomas y la posibilidad de influencia mutua de sus lenguas. El carácter políglota de Lima y Callao en un largo periodo que abarca buena parte del siglo XIX indudablemente dejó una huella en la evolución del castellano, suscitó una situación abierta al cambio y la innovación, y también explica la notable presencia de anglicismos tempranos (Arrizabalaga, 2016) y de términos de otros orígenes, algunos de los cuales fueron señalados por Ricardo Palma o por Juan de Arona (Arrizabalaga, 2003), que habían tenido como vía de entrada popular los inmigrantes (Benvenutto Murrieta, 1936, p. 96).
Es posible que convenga reconsiderar la jerarquización que siguen los estudios del español americano o por lo menos conviene dar mayor relevancia a los factores tradicionalmente no considerados en la lingüística peruana e hispanoamericana. Junto a la influencia africana y el contacto con las lenguas indígenas hay que considerar la situación de variedad de lenguas y culturas que construyeron una nueva sociedad republicana y analizar si la coyuntura pudo influir no solamente en la adquisición de algunos vocablos, sino también en las actitudes lingüísticas. Rivarola (1990) había afirmado hace tres décadas algo que merecería algunos matices en referencia a la realidad lingüística del Perú, producto de avatares históricos diversos: «La época republicana no introdujo cambios que hayan modificado sustancialmente la naturaleza lingüística y sociolingüística de los contactos y conflictos» (p. 146).
Habría que reconocer que las migraciones del siglo XIX supusieron en realidad un cambio de los contactos y conflictos que protagonizan o han protagonizado distintos momentos de dicha situación, que se volvió poliglota en alto grado. En este contexto cobra relevancia la expresión de Ricardo Palma (1899):
Los americanos de la generación que se va, vivíamos (principalmente los de las Repúblicas de Colombia, Centro-América y el Perú) enamorados de la lengua de Castilla. Éramos más papistas que el papa, si cabe en cuestión de idioma la frase. (pp. 227-228)[15]
Habría que ahondar en estos estudios para comprobar qué tan sustancialmente han podido modificarse los hechos y si esa conciencia de cambio de época que manifiesta el tradicionalista no solamente se debe al paso irrefrenable del tiempo, sino a la afluencia arrolladora de la migración extranjera y a sus consecuencias sobre el cuidado del lenguaje.
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Notas