Reseñas
Javier Morales Mena. La representación de la literatura en la ensayística de Mario Vargas Llosa.
Boletín de la Academia Peruana de la Lengua
Academia Peruana de la Lengua, Perú
ISSN: 0567-6002
ISSN-e: 2708-2644
Periodicidad: Semestral
núm. 68, 2020
Morales Mena Javier. La representación de la literatura en la ensayística de Mario Vargas Llosa. 2019. Buenos Aires. Katatay. 171pp. |
---|
Hay muchas formas en las que un libro puede dejarnos alegrías. Puede ser porque compartimos ideas con él o porque discutimos con lo que propone y nos deja contentos saber que tenemos un paso por fuera y más allá de lo que nos ofrece el autor leído, como indicación de que no vamos por mal camino. Otras veces, la felicidad viene de todo el caudal de ideas que nos deja no solo en la cabeza, sino en el pecho, como la corroboración de no estar solos en el mundo de la lectura, porque existe una secreta sintonía en los modos de entender el tiempo en el que vivimos. El encuentro con el libro, con uno bien elaborado, expande y mezcla las formas de júbilo de tal forma que siempre sentimos una ganancia por el tiempo dedicado.
En el caso del texto de Javier Morales Mena, podríamos decir que se proyectan varias formas de alegría citadas arriba, pero queda en el futuro lector identificar a cuál de ellas nos referimos en su encuentro personal con el libro. Desde ya, no dudamos en que hay un rico caudal de ideas e intensidades críticas, teóricas y emocionales que pueden ser aprovechadas, sobre todo, porque Morales Mena intenta crear una línea de fuga del lugar común. Un mérito que no se le puede mezquinar, ya que lo realiza en el campo de las investigaciones del magmático Mario Vargas Llosa, quien posee, como correlato, un magmático cauce de estudios sobre su producción creativa e intelectual. Hay que tener no solo valor para enfrentarse a ingente material, sino un agudo sentido de orientación, el cual es demostrado, sin dudas, en la presente investigación. Quizá lo que caracteriza a un investigador con ideas buenas no sean las ideas mismas que tiene y decide exponer, sino el filo que les ha dado para penetrar en el marasmo de la opinión y de concepciones formadas en el tiempo y asumidas como verdades inconmovibles.
Fruto de sus estudios de maestría, el trabajo de Morales Mena comprende la estructura de una tesis. Primero, se presenta el marco de recepción de los ensayos de Vargas Llosa y cómo la práctica crítica de estos se ha perfilado en el tiempo. Segundo, se estructura la propuesta teórica y sus proyecciones sobre la parcela vargasllosiana escogida. Finalmente, se despliega la aplicación hermenéutica de su reflexión teórico-crítica a siete textos escogidos; muestra representativa, según el criterio del investigador, de un corpus, sin lugar a duda, mayor. La prosa con la que se van desenvolviendo las ideas ha sido bien trabajada y permite al lector deslizarse sin contratiempos. Además de esto, la organización del estudio y sus constantes señas sobre los objetivos que procura permiten arribar a buen puerto hacia el final de su lectura.
El primer movimiento consta de cuatro aristas. Primero, se expone el peso del juicio de Ángel Rama sobre la valoración del ensayo vargasllosiano. El término que se acuña para esta perspectiva es el de vacío epistemológico. Es decir, para el crítico uruguayo, el Nobel peruano adolece del peso conceptual y teórico que respondía a la agenda de los intelectuales de la década de 1970. De este modo, Rama crea una frontera entre el mundo del crítico académico, quien está próximo de la formalización científica del objeto literario, y el del escritor como crítico, quien se remite a un mirar subjetivo y romántico, propio de un espacio que carece de rigurosidad, y se deja llevar por el sentir. En contraposición a este mundo, Rama pertenecería a su criticada y colonial ciudad letrada, para la cual sería importante recurrir a la objetividad, el metalenguaje y el método (p. 31), elementos verticales a los cuales no se adscribe Vargas Llosa, hasta el día de hoy, en su ánimo de horizontalizar la experiencia con la literatura.
En segundo término, y a una distancia temporal de diez años desde las apreciaciones de Rama (1972-1982), el peruano José Miguel Oviedo entiende que el conjunto ensayístico de Vargas Llosa se caracteriza por la autorrepresentación, según indica Morales Mena. Esto quiere decir que es imposible universalizar (p. 14) las explicaciones de lo literario que expone el autor de La ciudad y los perros. No habría cómo salir del círculo de la subjetividad para llegar al mundo de la «ciencia» de la literatura. Si bien el dictamen de Oviedo es condescendiente, no se puede desligar de la recta trazada firmemente por el autor de Más allá del boom. El tercer modo de aproximación aparecería seis años después (1988) y sería expuesto por Sara Castro-Klarén, quien equipara la esfera teórica con la creativa. A esta figuración poco explorada, y a la que el autor del libro se adscribe para ampliar su vertiente, se le denomina homologación conceptual. Según esta óptica, no habría pues un divorcio o una muralla entre crítica literaria e imaginación creadora, sino una interdependencia que necesita ser explicitada.
El cuarto tono del primer movimiento que desarrolla Morales Mena atiende a estas tres formas interpretativas en el tiempo con sus respectivos continuadores. La estudiosa polaca Ewa Kobilecka-Piwonska, la uruguaya Mabel Moraña y Raymond L. Williams seguirían las tres líneas de fuerza delineadas con anterioridad, respectivamente. Vale la pena indicar que, en el caso de Moraña, Morales Mena detecta su interés por desautorizar a Vargas Llosa en comparación al esfuerzo creativo de José María Arguedas (p. 48). Sin duda, hay un componente ideológico en dicha estratagema reforzada por una crítica que apunta a la espectacularización mercantil de la pluma del escritor arequipeño (p. 50). En otra orilla, se encontraría Williams, quien rompería con el automatismo de desciframiento (p. 65) impuesto al autor de La casa verde. Así, el nuevo panorama nos conduce a comprender que la insistente rebeldía contra la teoría y sus camisas de fuerza abrirá paso a una reivindicación feliz del arte y su relación tensa, pero enriquecedora, con la crítica y la teoría. A fin de cuentas, el punto es expandir la tercera vía (p. 62).
En el segundo movimiento de la pesquisa aquí reseñada, se nos despliega el summum de la meditación del autor. Aquí se puede notar su deuda con el posestructuralismo, pero no con un ánimo de rimbomba terminológica y difícil que lo ha caracterizado, sino con todo el interés puesto en establecer contacto (p. 71), interacción (p. 76), sintonía, familiaridad y/o parecido (p. 69). Como se puede percibir, la reivindicación a Vargas
Llosa también implica una reivindicación del quehacer del crítico literario, ya que tanto el escritor como el exégeta se alimentan de las potencias de la literatura (p. 72). Aquí una digresión merecida: en la estela de la filosofía poco ortodoxa y propia del posestructuralismo, Spinoza, Nietzsche y Deleuze se asoman en la pluma de Morales Mena de manera indirecta. Tal vez sea bueno volver a esas fuentes para darle mayor fundamentación a su lectura. No es que la crítica depende de la filosofía, sino que esta también ha sido un modo de crear próximo de los delirios del arte.
No es en vano que nos hayamos detenido en estos tres autores de filosofía, ya que uno de los puntos más arriesgados de la búsqueda de nuevas rutas que se vislumbra en Morales Mena encuentra su rumbo con «la rehabilitación de la experiencia sensible del sujeto, dentro del proceso de construcción de sentido» (p. 72). Ya no hablamos del deliquio intelectual, sino de la participación carnal o total del hombre en la experiencia estética que proporciona el arte literario y que había sido soslayada por la asepsia cientificista que la crítica había asumido como camino regio de iluminación de la obra literaria. En esta sección segunda, hay grandes deudas con Derek Attridge y Terry Eagleton, sobre todo, y también vale mencionar los toques de la neoaristotélica Martha Nussbaum. La plasticidad con la que se quiere operar en el presente estudio también depende de estos influjos. Siguiendo al primero, se afirma que habría que reconducir «el trabajo teórico y crítico por el campo de la performatividad de la literatura; esto es, interrogar y reflexionar sobre su potencialidad como acto, acontecimiento y revelación» (p. 79). Cabría, pues, entender un maridaje que conlleve a una lectura creativa (p. 84) no en el sentido clásico de participación, sino en tanto acontecimiento estratégico del ensayo como punto de encuentro singular (p. 84).
La literatura adoptaría un modelo de plan estratégico, según Morales Mena, quien coincide con Eagleton, en consonancia con lo encarnativo de la experimentación estética que abre la palabra (p. 100). Incluso, el investigador se aventura a invocar la participación de Dioniso (p. 102) para, tal vez, revertir el mal que Apolo le ha hecho al ejercicio teórico-crítico de la literatura. Habría, pues, una reconciliación de esta con la crítica, en tanto que la última se entienda como un hecho creativo.
El movimiento final quiere darle a Vargas Llosa su sitial con una pregunta clave: «¿Es que puede estar prohibido escribir sobre crítica o teoría desde el campo de la literatura?» (p. 114). Evidentemente, la respuesta es negativa, puesto que el ensayo, en consonancia con nuestro tiempo, heterogeniza (p. 116) y, en ese proceso, establece coordenadas entre el intelecto y el sentimiento, entre el cogito y el phatos (p. 117). Para demostrar este punto de encuentro, el académico nos propone tres pautas: una se refiere al perfil dialógico del ensayo vargasllosiano con especial énfasis en lo estético en tanto apelación al lector; otra nos conduce por el suspenso narrativo y los biografemas con los que se construye la aproximación a la vida del lector y la vida a la que se le hace partícipe, desde lo literario. Curiosamente, este aspecto es abordado a despecho de la muerte del autor de Barthes y, con él mismo, desde su ensayo, Sade, Fourier, Loyola. La última pauta crea un ritmo con los personajes conceptuales de Deleuze y Guattari presentes en ¿Qué es la filosofía? Morales Mena se permite dar un salto cualitativo de la personificación varia de los ensayos hacia lo conceptual como potencia de la literatura para crear mecanismos de comprensión.
No hay tregua en el camino argumentativo del investigador: «¡Recuérdese! que el espacio del ensayo literario [en Vargas Llosa], establece desde su inicio el objetivo de expresar el equilibrio perceptivo entre lo cognoscitivo y lo estético» (p. 129). Por tanto, la conjugación podría arribar en un juego nada ocioso de palabras. El escritor se encontraría en el vértice que ilumine el conocimiento del sentir y sentir del conocimiento. Esta relación solo sería posible en tanto que la Literatura sea un instrumento para penetrar en la sensibilidad y el conocimiento del hombre en sus instituciones y sus sistemas de vida y pensamiento, y entiéndase que dicha penetración no se hace desde un lenguaje especializado en neurociencia, nanotecnología, espionaje o psicoanálisis, sino a través de uno que combina todos los estilos, como herramienta para conocer estéticamente al hombre y sus sociedades (p. 140-141).
Así como Morales Mena pertenece al horizonte de la meditación posestructural, no se puede negar que, con el tiempo justo de maduración y de calibración, el autor de La guerra del fin del mundo pueda ser considerado, también, un posestructuralista, ya que su combate se remitió siempre a la inasibilidad de la creación verbal y su fidelidad en torno a estas tensiones e intensidades que la ficción recorre. Tal vez esto tenga relación con la filiación francesa del Nobel, ya que se puede afirmar su lazo con las múltiples inquietudes de Montaigne. Todo por la primacía de la multiplicidad del pensamiento sobre la multiplicidad de lo posible.
Para concluir, no queremos dejar de lado uno de los mayores riesgos teóricos y terminológicos del joven investigador: el neologismo creado entre el afecto y el concepto; es decir, el afecto como encuentro entre dos realidades aparentemente divorciadas, pero que el ensayo literario en Vargas Llosa y, ¿por qué no?, en otros autores conseguiría agenciar de tal modo que el devenir del encuentro entre teoría y creación permita la existencia de modalidades hermenéuticas dinámicas frente al anquilosamiento, el cual se ha confinado a las humanidades por un cientificismo mecanicista que pierde de vista la taxonomización de la vida. De esta manera, nos encontraríamos ante la expresión de lo afectivo como complemento olvidado por ambiciones loables, pero que terminan por mutilar el flujo de contradicciones inherentes al hombre y que solo pueden ser atendidas si se le permite al crítico crear en contrapunto con las obras y su llamado a la encarnación, la cual Morales Mena enfatiza hasta el final de su labor analítico-estética en favor del tesón vargasllosiano por iluminar ese poliedro llamado literatura.
Bajo estas luces, no nos cabe duda de que será provechoso tener noticias de un paso más arriesgado de este profesor sanmarquino, en la ruta de la tradición crítica, ya que él mismo se ha abierto las puertas para el ensayo literario que, definitivamente, le espera para hacerse un lugar en una dimensión más del rostro humano; siempre singular, siempre de carne y hueso, y poblado de sentidos.