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Clases de emociones. La experiencia subjetiva de la pandemia de covid-19 en sectores populares del Área Metropolitana de Buenos Aires[1]
De Prácticas y Discursos. Cuadernos de Ciencias Sociales, vol. 13, núm. 22, 2024
Universidad Nacional del Nordeste

Dossier

De Prácticas y Discursos. Cuadernos de Ciencias Sociales
Universidad Nacional del Nordeste, Argentina
ISSN-e: 2250-6942
Periodicidad: Semestral
vol. 13, núm. 22, 2024

Recepción: 06 Mayo 2024

Aprobación: 23 Agosto 2024

Resumen: La pandemia de covid-19 desató emociones vinculadas con la pérdida de lazos sociales, el temor a la muerte y la reclusión en el espacio doméstico. Superada la emergencia sanitaria, los sentimientos de desánimo, angustia, ansiedad o depresión fueron secuelas de principal importancia. Estas emociones, si bien ampliamente compartidas, se experimentan, relatan y afrontan de maneras diferentes según la ubicación social de los sujetos. En este artículo nos proponemos realizar un análisis cualitativo de las emociones en pandemia en los sectores de ingresos bajos, considerando las siguientes dimensiones: cómo se relatan y elaboran sus vivencias; qué acontecimientos desatan tristeza, miedo o angustia; qué actantes (familia, medios, trabajo) predominan en los relatos; qué recursos sociales, económicos y culturales se ponen en juego frente a estas situaciones. El reporte incorpora las contribuciones de la sociología de las emociones, así como reflexiones sobre la entrevista cualitativa como método para recuperar un material tan esquivo. El trabajo pone especial atención en las formas diferenciadas de experiencia y gestión emocional de varones y mujeres de sectores populares. El estudio se basa en ocho entrevistas en profundidad, incluidas en un proyecto de largo alcance realizado en el Área Metropolitana de Buenos Aires.

Palabras clave: pandemia, emociones, sectores populares.

Abstract: The Covid-19 pandemic unleashed emotions linked to the loss of social ties, fear of death and confinement to the domestic space. After the health emergency, feelings of despondency, anguish, anxiety or depression were major after-effects. These emotions, although widely shared, are experienced, recounted and dealt with in different ways depending on the social location of the subjects. In this article, we propose to carry out a qualitative analysis of the emotions in pandemics in low-income sectors, considering the following dimensions: how they relate and elaborate their experiences; which events trigger sadness, fear or anguish; which actors (family, media, work) predominate in the accounts; what social, economic and cultural resources are brought into play in the face of these situations. The report incorporates contributions from the sociology of emotions, as well as reflections on the qualitative interview as a method for recovering such elusive material. The work pays special attention to the differentiated forms of experience and emotional management of men and women from popular sectors. The study is based on eight in-depth interviews, included in a long-range project carried out in the Metropolitan Area of Buenos Aires.

Keywords: pandemics, emotions, working class.

Introducción

La pandemia de covid-19 implicó importantes cambios en esferas como la salud, la educación, el mundo del trabajo y el espacio doméstico, con impactos especialmente dramáticos para las clases bajas. En este marco, los recursos para mitigar esta crisis -tecnologías digitales, ayudas del Estado, lazos afectivos- también variaron según dimensiones como la edad, el género y la posición en la escala social. El objetivo del presente artículo es caracterizar las emociones experimentadas durante la pandemia por personas de sectores populares[4] en el Área Metropolitana de Buenos Aires, utilizando un enfoque cualitativo basado en los aportes de la sociología de las emociones. Dicha investigación se enmarca en el Proyecto de Investigación Plurianual (PIP) “Pandemia y vida cotidiana en el AMBA: un abordaje desde la heterogeneidad de las experiencias”, coordinado por Marina Moguillansky y Carolina Duek, financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (Conicet). En el presente artículo, nos enfocaremos en las experiencias y formas de gestión emocional de los sectores populares, indicando las diferencias más relevantes que surgen entre varones y mujeres. Del total de entrevistas en profundidad realizadas en dicho proyecto, seleccionamos ocho para analizar aquí: cuatro mujeres y cuatro varones adultos de entre 33 y 62 años.

En la primera sección del artículo recuperaremos algunos debates del campo de la sociología de las emociones, focalizados en contribuciones clave para nuestro análisis. Luego, presentaremos la metodología de nuestro estudio y algunos interrogantes vinculados a las potencialidades y desafíos de la entrevista en profundidad en el estudio de las emociones. En la tercera y cuarta sección se despliega el análisis empírico del material, que estará dividido en dos partes: el género como variable clave de la experiencia emocional y su relación con el mundo del trabajo, y los recursos movilizados por los actores sociales frente a las emociones de angustia, ansiedad, temor. En las conclusiones sintetizamos las contribuciones más relevantes del trabajo, tanto a nivel analítico como metodológico, para el estudio de las emociones en sectores populares.

Las emociones en perspectiva sociológica

Las emociones han gozado de un estatus ambivalente en las ciencias sociales, principalmente por considerarlas un fenómeno perteneciente a la esfera individual -asociada a la experiencia psíquica singular- y a la esfera de lo natural -asociada a lo universal-, lo que contribuyó a situarlas en uno de los dos polos fundadores de las ciencias sociales: individuo-sociedad y naturaleza-cultura (Coelho, 2010). Uno de los aspectos que subyacen a la prolongada ausencia de las emociones como objeto de reflexión sociológica es la arraigada antítesis entre razón y emoción (Ariza, 2016). Aunque la sociología y la antropología de las emociones abrevan en los aportes de figuras de referencia en ambas disciplinas (Mauss, Durkheim, Simmel, Elías), la sociología de las emociones como un área propiamente dicha empieza a sistematizarse en las dos últimas décadas del siglo XX (Ariza, 2016;Coelho y Rezende, 2011). De este modo, surgen conceptos como “reglas del sentir”, “cultura emocional”, “trabajo emocional”, inspirados en corrientes variadas, como la sociología durkhemiana, la dramaturgia social de Goffman, el interaccionismo simbólico y las teorías del intercambio (Ariza, 2016, p. 12).

En gran medida, la sociología de las emociones parte de un doble supuesto epistemológico: las emociones tienen naturaleza social; los fenómenos sociales poseen dimensiones emocionales (Bericat Alastuey, 2000). Asimismo, su análisis sociológico implica situarlas fuera de la psique y de la fisiología (aun reconociendo que estas participan), y entenderlas como experiencias sentidas mediante circunstancias sociales, como una propiedad más de la interacción social. Si bien la mirada sociológica no niega el carácter personal de las emociones y los afectos, las trata como encarnaciones individuales de experiencias con orígenes fuertemente sociales, generadas en configuraciones vinculares específicas (Denzin, 2009), y como bisagra entre lo institucional-estructural y lo individual (Barbalet, 1998). En esa línea, las llamadas emociones morales (como la vergüenza, el orgullo, la indignación, la culpa, la humillación, la gratitud) cobran relevancia sociológica, al conectar a la persona con la estructura social y la cultura.

A su vez, las emociones se generan en relación con códigos culturales compartidos y resultan parte medular de la formación de la identidad de los actores sociales, por medio de los roles que desempeñan en distintos ámbitos (Ariza, 2016). En sintonía, varios autores indicaron que las emociones deben comprenderse según cuánto una situación se adecúa o se distancia de cómo alguien entiende, define y percibe su propio “yo”. Hochschild (2002) subraya que las personas atraviesan día a día un desafío clave: “ajustarse en un rol, de tal modo que fluya algo del propio yo (self), pero minimizando el estrés que dicho rol necesariamente imprimirá sobre el yo” (Hochschild, 2002, p. 188). Del mismo modo, para Scheff (2000), la vergüenza -a la que define como la emoción sociológicamente más relevante- puede surgir de la imposibilidad de ajustarse a un modelo, engendrando resentimiento, odio o envidia, emociones que parecen las centrales, pero que, en verdad, encubren esa primera emoción primaria de vergüenza (Scheff, 2000).

Por otra parte, las emociones son una puerta de entrada para indagar cómo se vivencian las jerarquías del mundo social. Catherine Lutz y Lila Abu-Lughod (1990) abogan por un abordaje contextualista que atienda a la dimensión micropolítica de las emociones, en tanto vía de acceso para la comprensión de relaciones de poder y desigualdades sociales. La existencia de una dimensión micropolítica explica la capacidad que las emociones tienen de actualizar, en la vivencia subjetiva e intersubjetiva de los individuos, aspectos de nivel macro de la organización social (Coelho, 2010). Comprendidas de esta manera, las emociones son tributarias de relaciones de poder entre grupos sociales y sirven simultáneamente para expresar, reforzar y contestar estas relaciones. En suma, distintas corrientes mostraron cómo las emociones están amarradas a posiciones sociales. No surgen de un vacío o dentro de un mundo subjetivo aislado, sino en función de las expectativas y modelos sociales en que los actores viven su vida cotidiana. Siguiendo a Hochschild, las emociones operan según “reglas del sentir”, que se manifiestan en la distancia entre “lo que siento” y “lo que debería sentir”, una distancia que uno mismo percibe y que los demás actores sociales indican de distintas maneras, sancionando y recordando cuál sería la emoción apropiada para tal o cual evento (Hochschild, 2002, pp. 57-59). En nuestro análisis veremos cómo muchas veces la angustia y ansiedad surgen por el estrés de dar algo de lugar al “yo”, ajustándose, al mismo tiempo, a roles estipulados, sobre todo en el ámbito laboral. Un concepto clave será el de "trabajo emocional", entendido como el manejo de sentimientos para crear una demostración corporal públicamente observable a cambio de un salario, en función de las expectativas y el ideario de la organización, que provee reglas de demostración sujetas a sistemas de recompensa y castigo (López Posada, González Rubio y Blandón López, 2018).

Aspectos metodológicos: la entrevista cualitativa y el estudio de las emociones

En el presente apartado presentaremos los aspectos metodológicos del trabajo, junto a algunas reflexiones sobre las posibilidades de la entrevista cualitativa para la comprensión de las emociones en sociología. En principio, el trabajo de campo diseñado para el presente proyecto no tenía como prioridad el mundo emocional de los individuos, sino relevar experiencias vinculadas al trabajo, la organización de nuevas rutinas, la crisis económica, los hábitos informativos, los consumos culturales, las evaluaciones y percepciones sobre la gestión pública de la pandemia. Si bien son elementos ciertamente cargados e influidos por el universo emocional, esta dimensión no fue planteada a priori como el foco principal en la recolección de datos. En total, en la investigación realizamos 75 entrevistas a varones y mujeres residentes en el AMBA, de una diversidad de perfiles en términos de clase (sectores populares, clase media-baja y clase media-alta), género, edades (desde adolescentes hasta adultos mayores), inserción laboral (contemplando trabajadores considerados esenciales y no esenciales) e identificación política.

De este modo, diseñamos un cuestionario para entrevistas en profundidad, que fue implementado por unos veinte miembros del equipo, sin que el registro de lo emocional fuera el eje prioritario sobre el cual indagar. Ahora bien, a medida que implementábamos el instrumento durante el trabajo de campo, se hacía evidente que las emociones eran un componente recurrente y protagonista en muchos relatos. Por ello, sugerimos a los entrevistadores que encabezaran las transcripciones con un registro de impresiones personales, en función de qué les había llamado la atención de la entrevista, de dónde había surgido el contacto, cuáles eran las condiciones materiales del encuentro, así como otros aspectos vivenciales o del “clima” de conversación, muchas veces evanescentes. Dicho registro de impresiones por parte de los entrevistadores fue clave para relevar ciertos tonos e inflexiones ligados a lo emocional y afectivo que se ponían en juego en la conversación.

Por motivos de practicidad, y dados los temores al contagio en la primera mitad de 2022, muchas entrevistas fueron realizadas a distancia, por videollamada, y algunas otras de forma presencial. Esto marca una primera diferencia para nuestro análisis. En los encuentros presenciales era evidente que la persona a cargo de la entrevista tenía mayor capacidad de repreguntar y maniobrar frente a las reticencias del entrevistado, recuperando nuevamente una pregunta evadida al comenzar la entrevista o tomando por sorpresa al entrevistado con una intervención. Del mismo modo, al tomar en cuenta el registro, la entrevista presencial permite recuperar gestos que exceden la transcripción: risas, vehemencia, nerviosismo, velocidades, pausas, intensidad o timidez.

En contraste, las entrevistas por llamada o videollamada fueron de utilidad para recolectar datos sobre cómo se atravesó la pandemia, pero más difícil fue registrar qué emociones estaban asociadas a dichas experiencias. En estos casos, no sólo las pantallas y el sonido impiden un registro cabal por parte del entrevistador, sino que, además, en las entrevistas a distancia, las personas entrevistadas tiene mayor margen para saldar que hay temas sobre los cuales no hablará: muchas veces, ante preguntas que buscaban acercarse al universo emocional, eran típicas las respuestas afirmativas y breves, continuadas por un silencio firme e incómodo que el entrevistador debía completar realizando otra pregunta y aceptando así el cambio de tema.

A su vez, en términos generales, las entrevistas presenciales tendieron a ser más extensas, sobre todo cuando se realizaron en la casa del entrevistador. En muchos casos, esto ocurre porque el entrevistado o entrevistada vive la conversación como una situación de desahogo y alivio, lo que nos lleva a repensar aquellos enfoques que sospechan de los investigadores y ven en estas técnicas únicamente un acto de “extractivismo” hacia los sectores desposeídos. En muchas de nuestras entrevistas notamos momentos de desahogo, donde el entrevistado se salía del cuestionario y la persona a cargo de la entrevista habilitaba estas derivaciones. En ese sentido, el dispositivo entrevista se hace presente como una situación social que habilita la expresión y elaboración de las emociones experimentadas durante la crisis sanitaria.

En el transcurso de las entrevistas fue recurrente el relato sobre sentimientos y situaciones generadoras de angustia, ansiedad, pánico, estrés, elementos transversales de prácticamente la totalidad de los aspectos de la vida cotidiana por los que consultábamos. Al mismo tiempo, aparecieron distintas expresiones emocionales, como risas, lágrimas, silencios, manifestaciones de enojo. En ese sentido, es interesante notar que las emociones, más que una dimensión concreta abordable mediante preguntas directas, transversalizan todos los ejes del cuestionario.

Es útil pensar en la clave propuesta por Averett (2020), cuando analiza su propia investigación, conduciendo entrevistas con madres y padres enfrentados a la sobrecarga de tareas de cuidado en el contexto de virtualización de la educación. La autora registra, entre otros aspectos, la facilidad y la rapidez con que reclutó a las personas para la investigación, contrariamente a sus suposiciones iniciales acerca de lo difícil que sería conseguir que personas extraordinariamente sobrecargadas y demandadas pudieran cederle tiempo y, por otra parte, las expresiones de gratitud de los y las entrevistados/as al finalizar la entrevista, incluso calificando sus efectos como terapéuticos. Para Averett (2020), realizar entrevistas en contextos de crisis puede funcionar como una forma de trabajo de cuidado, al construir una situación de escucha, registro y atención a las experiencias de sufrimiento. El trabajo de entrevistar sobre la pandemia, en la pandemia, puede ser una forma de sociología pública feminista, con tres objetivos centrales: dar testimonio de las experiencias de los más afectados por la pandemia, registrar esas experiencias y ayudar a académicos y a la sociedad en general a pensar sobre la pandemia sociológicamente, idealmente de tal manera que contribuya en la creación de respuestas políticas que aborden y reduzcan este sufrimiento (Averett, 2020).

En el caso de la investigación conducida por Averett (2020), las angustias y padecimientos registrados son sobre todo las que experimentan las madres de clases medias que atravesaron una mayor sobrecarga de tareas de cuidado, contención emocional y acompañamiento escolar de sus hijos. En nuestro caso se trata de quienes sufrieron de manera más dura las consecuencias económicas de la crisis sanitaria y las medidas de confinamiento estricto debido a las características mayormente informales y precarizadas de sus trabajos. A la vez, la entrevista como método funciona de una manera particular en el caso de los sectores populares: mientras los sectores medios recrean un repertorio de desahogo ya modulado en otros contextos, las personas de los sectores populares, en muchos casos, no tienen otras instancias conversacionales de desahogo y la entrevista los enfrenta a un tipo de interacción poco frecuente.

Distintas autoras indagaron sobre el carácter “generizado” de la situación de entrevista (Broom et al., 2006; Pini, 2005). En este sentido, en un interesante reporte, Manderson et al. (2006) presentan las decisiones y desafíos metodológicos de una investigación grupal sobre enfermedades crónicas y discapacidad en Australia. En este caso, las autoras ponen de relieve cómo las mujeres tendían a elaborar historias más extensas y mostrarse colaborativas con quien hacía de entrevistador, mientras que los hombres se inclinaban a hablar de sus problemas de salud, apelando más a categorías médicas, manteniéndose dentro de un discurso objetivo (Manderson et al., 2006). En suma, los roles de género de entrevistados/as y entrevistador/a juegan un papel clave para comprender qué emociones surgen, se bloquean, ganan densidad o se soslayan en el transcurso de la conversación. Al recorrer las entrevistas de nuestro proyecto, en muchos casos la conversación con un hombre adulto realizada por una mujer más joven habilitaba una descarga emocional y un desahogo que, en los encuentros varón-varón, fueron bastante infrecuentes. En el transcurso del análisis, incluiremos algunas reflexiones metodológicas sobre esta dimensión.

Una picadora de carne: trabajo y pandemia en varones de sectores populares

Según Semán (2023), la pandemia de covid-19 en Argentina no hizo más que acelerar una larga crisis, caracterizada por el malestar socioeconómico y la ruptura entre el Estado y la sociedad. La pandemia no sólo profundizó la “pérdida de ingresos, trabajo, ahorro y patrimonio”, sino que también corroyó la legitimidad del Estado, con escándalos como el “vacunatorio VIP”, “la fiesta de Olivos” y un desorden general de criterios a la hora de aperturas y cierres. En suma, la pandemia provocó un sentimiento de “exasperación generalizada”, así como “una brecha entre ciudadanos e instituciones” difícil de remendar (Semán, 2023, pp. 19-20). En los sectores populares, el malestar anímico no fue sólo una reacción a la merma de ingresos, sino también a la sensación de injusticia por cómo el Estado distribuía sus ayudas (Policarpo y Del Río, 2022). En el presente apartado analizaremos la experiencia de los sectores populares durante la pandemia de covid-19, enfocándonos especialmente en las emociones ligadas al mundo del trabajo, la familia y el espacio doméstico, distinguiendo lo que ocurre con los varones y las mujeres[5].

El trabajo precario, inestable y de grandes exigencias físicas es la característica básica que condiciona la experiencia de la pandemia de los varones entrevistados. Sufren enfermedades y dolores corporales surgidos de trabajos extenuantes y peligrosos, que dejan secuelas para la búsqueda de próximas salidas. Por otra parte, se trata de trabajadores cuentapropistas y no asalariados, ya sea como reciclador, haciendo delivery o manejando un taxi. En los distintos casos se hace presente la “lógica del cazador” que describe Merklen (2009) para los sectores populares en los años 90: trabajadores pendientes de alguna oportunidad para hacer dinero que, cuando aparece, es explotada al máximo -explotando también el propio cuerpo-, ante la inseguridad acerca de cuándo aparecerá otra.

Ernesto tiene 31 años y vive con su esposa, tres hijos propios (dos en edad escolar) y otros tres de los que se hacen cargo, nietos de su esposa que, de lo contrario, corrían el peligro de quedarse en la calle. A inicios de la pandemia, trabajaba en una planta recicladora a cargo de una organización social, donde se accidentó y debió ser operado de los tendones de un brazo. A raíz de conflictos con la organización, abandonó ese trabajo y, en plenas políticas de aislamiento, consiguió prestada una camioneta para “cartonear” por su cuenta. Al igual que a otros varones, la pandemia los lleva a abandonar el trabajo estable y volverse cuentapropistas. Ernesto destaca que, de todas maneras, en la planta la situación era “terrible”. Ahora está “mucho mejor, porque ahora no me enfermo, porque ahí adentro me enfermé por tanto estrés, presión de parte de la gente que nos manejaba a nosotros”. Según cuenta, tras un pico de presión, tuvo que ser trasladado al hospital. Al perder el trabajo fijo en la planta, perdieron también la obra social que “igual… no servía para nada”. Tras varios meses de angustia a nivel personal y familiar, el gran alivio llegó cuando pueden salir de vacaciones en familia (Ernesto, comunicación personal, 8 de abril 2022).

Cuando comenzaron las políticas de aislamiento, Jorge estaba cerca de cumplir 60 años. A los pocos días de ese recordado 20 de marzo de 2020, un amigo lo llamó por teléfono para contarle que había conseguido barbijos y le ofrecía trabajo como repartidor. Durante esos primeros meses, donde muchos pasaron al trabajo remoto desde el ámbito doméstico, Jorge pasaba unas 12 horas por día recorriendo la ciudad en moto. Con el tiempo, el volumen de trabajo disminuyó por el fortalecimiento de Mercado Envíos, que terceriza el servicio y paga menos a sus repartidores. “A Mercado Libre la califico directamente como una picadora de carne”, dice Jorge. Como Ernesto, Jorge sufrió secuelas corporales por su trabajo: una hemiplejia del lado izquierdo, tras lo cual le dijeron que no debía “pasarse de rosca”, que debía disminuir las horas de trabajo. En un momento, la baja en las ventas y la creciente competencia provocó una disminución en picada de la demanda de su servicio, lo que lo condujo a un pico de angustia y tristeza.

Me bajó toda esa distancia emocional, no sólo con mis nietas y mis hijas, también con mis amigos, que me pegó esa falta de contacto, que no la había sufrido en 2020 porque estaba laburando a full (...) Todo el año pasado (2021) me bajó un estado depresivo importante que fue como una suma de cosas. No fue sólo la pandemia o la cuestión emocional o la falta de trabajo, fue todo eso junto, ¿entendés? El solo hecho de estar así, pensar que ya estoy grande, ¿y qué voy a inventar? Me voy a quedar sin laburo. (Jorge, comunicación personal, 23 de marzo 2022)

En su caso, la angustia lo llevó a distanciarse de su hija y sus nietas, porque no tenía su casa en condiciones y le daba vergüenza invitarlas allí.

Miguel, de 54 años, también perdió su trabajo a las pocas semanas de haber comenzado la pandemia, como vimos antes en el caso de Ernesto. Se desempeñaba como empleado de seguridad, revisando la actividad de las cámaras que cubrían la entrada y salida de vehículos de una empresa. Sin embargo, con las políticas de aislamiento y la reducción de la actividad, la empresa terminó por prescindir de sus servicios y, junto a varios compañeros, fue despedido. Miguel relata que la empresa les ofreció un acuerdo que él y otros compañeros no quisieron tomar, y tuvieron que iniciar un juicio. Sin embargo, como hacía poco tiempo se había endeudado para reunir el dinero necesario para alquilar su vivienda, terminó por aceptar el acuerdo del despido. Con lo obtenido cubrió parte de ese préstamo, adelantó el pago del alquiler y compró un horno para dar inicio a un emprendimiento familiar de comida. Sin embargo, la iniciativa jamás despegó. Desempleado y con muchas personas a cargo, Miguel intentó gestionar el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), pero no pudo obtenerlo porque la empresa en la que trabajaba todavía lo mantenía en sus registros.

Como Ernesto, Miguel recibe en su casa a distintas personas de su familia, subrayando su rol de sostén: sus tres hijos, su esposa y la madre de su esposa; antes, ya había recibido a su cuñada con sus hijos. La cercanía física extrema que le impone su condición habitacional coexiste, paradójicamente, con una gran sensación de soledad, una angustia que no puede comunicar a nadie. Como sucede con otros entrevistados varones, asocian el temor que sintieron en pandemia con la falta de compañía de sus seres queridos: sienten que atravesaron la pandemia aislados de sus afectos.

Yo soy… no demuestro. Trato de no demostrarlo. Sólo si voy a cualquier lado y puedo largarme a llorar, puedo estar mal. Pero no, trato de no demostrar a nadie, porque sé que muchos están dependiendo de mí, están esperándome y mirándome a mí, y viendo que yo sea fuerte y no yo demostrarles a ellos mi debilidad. Entonces, eso también se me hace muy difícil. Yo no cuento con quien… con quien hablar. Ni con mi señora hablo las cosas que yo tengo que hablar. Soy muy, trato de no… No sé, como que hay muchas cosas que no puedo contar, necesito contar. Necesito. (Miguel, comunicación personal, 2 de junio 2022)

Ramón vive en Berisso y tenía 56 años cuando llegó la pandemia. Trabajaba manejando un camión de cargas peligrosas y perdió su puesto, por lo que tuvo que subirse a un taxi. Según cuenta, es algo que hace en cada crisis, cada vez que el trabajo escasea. Ahora bien, los primeros meses de 2020 no fueron como cualquier otra crisis, ya que tenía muy pocos pasajeros y la situación era preocupante. Con el correr de los meses, el taxi comenzó a dar ganancias y recién en 2021 volvería a manejar el camión. En este caso, se pone de manifiesto un elemento clave de la estratificación interna de los sectores populares: la mayor calificación laboral de Ramón, que sabe manejar, le da acceso rápido a un trabajo mejor remunerado que los otros entrevistados, el taxi, e incluso conseguirá más adelante un puesto como cobrador en una empresa. Durante la pandemia, las dificultades que Ramón tuvo para trabajar, las presiones de su hijo adolescente para que saliera menos, así como la convivencia con su esposa, constituyen sus principales fuentes de angustia. Además, su miedo al contagio de covid-19 es el más notorio entre los entrevistados, ya que es fumador y sufrió una neumonía severa unos años atrás.

Cuando estuve enfermo, cuando se me metió el virus en los pulmones, ahí la peleé feo… Lo poco que dormía de los dolores. No sabía si despertaba. Hubo un momento que me quería dormir y no despertarme más. Yo lo único que decía era: “No quiero sufrir, no quiero sufrir”, porque sufrí mucho, duele mucho. (Ramón, comunicación personal, 10 de junio 2022)

Con esta vivencia previa, el terror a un nuevo virus le “taladraba la cabeza”. Ahora bien, subraya la imposibilidad de mostrar ese dolor, incluso con sus seres más cercanos:

Conmigo llevo un sufrimiento muy grande y, bueno, no tiene cura. Pero yo me trato de superar, me supero el día a día, trato de ser siempre el mismo. A mí la gente no me puede ver triste, porque enseguida me ataca, ¡qué te pasa loco!, ¿tenés algún problema o qué? Porque no me conocen triste. O sea, lo lastimado mío va por dentro. Ni siquiera en mi casa, ni mi mujer. Yo no puedo llegar triste ni siquiera a mi casa. Tengo que estar... siempre tengo que estar “pum para arriba”. Te mandé un chiste apenas abrí la puerta, ¿viste? Y a veces es bravo tener que ser así. (Ramón, comunicación personal, 10 de junio 2022)

Nuevamente, los varones comentan la imposibilidad de expresarse, en este caso, con un elemento clave: son los demás quienes determinan, en gran medida, esa dificultad. “A mí la gente no puede verme triste”, “Yo no puedo llegar triste”. Nos interesa especialmente remarcar que el mundo emocional de Ramón está amarrado a ciertas prohibiciones de su vida social, a “reglas del sentir” y guiones culturales ligados a la identidad de género, que ordenan quién es y quién debe ser él para los demás. Aparece un testimonio similar al que aportaba Miguel: más que no poder llorar, ocurre que no puede hacerlo frente a los demás. En el caso de Ramón, expresar o comunicar la tristeza o la angustia pondría en problemas a su identidad social como alguien “divertido y amigable”. Pero también esta tendencia a esconder las emociones puede leerse en clave de la necesidad de conservar cierto control y poder (Illouz, 2008), especialmente en relación con su lugar dentro del esquema familiar.

Según observamos, los varones entrevistados anclan sus experiencias de sufrimiento en afecciones físicas, antes que psíquicas, y lo hacen, en general, vinculándolo al mundo del trabajo. El cuerpo se erige como el territorio donde se manifiestan más brutalmente las consecuencias de la explotación y la precariedad laboral. A su vez, el trabajo es una fuente principal de estrés y angustia, ya sea por el temor a perderlo, por haberlo perdido o por condiciones de gran exigencia. El cuentapropismo tiene predominancia sobre el trabajo asalariado y, por momentos, parece una llave hacia un estado de mayor libertad y autonomía económica. En este sentido, la pandemia incentivó en los sectores populares la actual prevalencia de una moral “mejorista” (Semán y Welshinger, 2023): buscan crecer por sus propios medios, prefieren la formación en plataformas virtuales que en las instituciones públicas, se resisten a cualquier iniciativa de sindicalización, u optan por abonarse a una prepaga acorde a su bolsillo antes que hacer uso de la salud pública (Semán y Welschinger, 2023). Sin embargo, las actividades por cuenta propia -el reciclaje de residuos, el taxi, el horneado de pizzas, el delivery en moto- son duras y no cambian sustantivamente las condiciones de vida. En todos los casos, los varones atraviesan situaciones de tristeza o angustia en soledad. En las conversaciones, no se distinguen recursos claros que les permitan paliar la situación, o estos recursos son a corto plazo y poco eficaces. Según veremos, este es un punto que diferencia a los varones de las mujeres, donde los recursos son más variados y nítidos.

“Los míos”: las tareas de cuidado y las mujeres frente a la angustia

Durante la emergencia por covid-19 se profundizaron las desigualdades de género, especialmente en términos de la distribución inequitativa de los cuidados y en la exacerbación de los eventos de violencia de género en sus distintas etapas (Fernández Hassan et al., 2023). Los autores plantean que las redes de solidaridad y de afectividad son principalmente entre mujeres y eso constituye un apoyo relevante para pensar la experiencia de la pandemia. Por su parte, la Encuesta Rápida de Unicef de 2020 revelaba que 1 de cada 2 mujeres sentía una mayor sobrecarga de trabajo de las tareas del hogar, con respecto a los meses previos a la pandemia. Frente al aumento de las demandas de cuidado y de tareas domésticas, seguían siendo las mujeres quienes absorbían principalmente la carga adicional (Unicef Argentina, abril de 2020). Estos niveles no disminuyeron con el correr de los meses: los niveles de sobrecarga reportados por las mujeres en la Cuarta Ronda de Encuesta Rápida de Unicef se mantuvieron en niveles elevados, por encima del 50% (Unicef Argentina, junio de 2021). En la misma línea, Cepal (2020) señala cómo en la pandemia se puso de relieve, de forma inédita, la importancia de los cuidados para la sostenibilidad de la vida y la poca visibilidad que tiene este sector en las economías de la región, en las que se sigue considerando una externalidad y no un componente fundamental para el desarrollo.

Entre las mujeres entrevistadas existen elementos comunes que signan sus trayectorias y su inserción laboral. En principio, todas se desempeñan en trabajos de cuidados, con y sin remuneración[6]. En 3 de los 4 casos se trata de mujeres migrantes, provenientes de Paraguay y de Perú, que llegaron a la Argentina en su temprana juventud y desde muy chicas asumieron tareas de cuidado en el entorno familiar. En la adultez se dedican al cuidado de sus hijos, trabajan como niñeras en distintos hogares, cuidan a personas mayores y/o realizan tareas de limpieza en casas particulares. Las medidas de estricto confinamiento implicaron una suspensión temporal de la mayoría de estas actividades. Si bien, luego de un período, las tareas de cuidado fueron consideradas esenciales, muchas familias alargaron la suspensión por temor al contagio y reorganizaron sus rutinas, a veces con cambios drásticos. Fue el caso de Katy, que tiene tres hijos en edades escolares a cargo, tenía 36 años cuando inició la pandemia y trabajaba realizando limpieza de hogares y cuidando un niño en casa de una familia francesa, que decidió volver a su hogar en Europa a medida que se extendían los tiempos de confinamiento. Katy mantuvo su salario y luego cobró indemnización cuando finalmente la familia le comunicó que no regresaría a la Argentina. Uno de los núcleos afectivos centrales en su vida cotidiana tenía que ver con su trabajo, especialmente lo relativo a los vínculos que allí se tejían.

El trabajo es mayormente narrado por estas mujeres como una fuente de satisfacciones, tanto por la centralidad que tiene en el sentido y la imagen de sí como trabajadoras, como por la intensidad afectiva de los vínculos con las familias empleadoras y, más aún, con la persona cuidada, sean niños/as o personas mayores. Para los varones y mujeres entrevistados/as, se trata de trabajos que no pueden reconvertirse a la virtualidad ni adoptar formatos a distancia, pues involucran la presencia cotidiana y el cuerpo de manera directa. Aun cuando su suspensión temporal no implique la pérdida del vínculo laboral y la percepción del salario, como en el caso de Katy (elementos fundamentales para sostenerse en el contexto de pandemia) acarrean un fuerte sentimiento de tristeza y ansiedad. Katy habla de su trabajo al cuidado de un niño en términos de “prácticamente un hijo más” y recuerda los momentos en que estuvo en su casa como una de las cosas más duras de la pandemia. Cuenta que tuvo una crisis de ansiedad aguda que implicó un llamado a la ambulancia. La ansiedad provocada por el encierro y el impedimento de salir a trabajar se ve profundizada por la exposición a las noticias del virus, que le generan mucho temor por la posibilidad de morir y dejar a sus hijos desamparados: “Me preocupo y empiezo: “Ah, me voy a morir yo también”. Y empiezo a pensar, si me muero, mis hijos con quién se van a quedar, y todo eso” (comunicación personal, 1 de junio 2022).

En efecto, en las entrevistas a mujeres es notable el lugar que las emociones de sus hijos ocupan en el relato. Así, las entrevistadas registran más los estados de ánimo de sus hijos que sus pares varones, al tiempo que despliegan algún tipo de trabajo emocional, sea acompañándolos en el tránsito, en general angustioso, por la escolaridad virtual, sea conteniendo e impulsando el contacto de los niños con el afuera, en muchos casos temido y resistido por ellos.

Alicia (50 años) tiene cuatro hijos que en el comienzo de la pandemia tenían 7, 9, 12 y 18 años. Su marido trabajaba con un pequeño emprendimiento de costura en su casa, y los ingresos de la familia se vieron severamente afectados durante la pandemia. La situación económica es en su relato lo más difícil del período. Sin embargo, el acompañamiento hacia sus hijos en la escolaridad, la generación de instancias para compartir en familia y el registro de las vivencias, emociones y experiencias de los niños son los elementos que ocupan prácticamente la totalidad del relato de Alicia. Como aclara varias veces, la educación de sus hijos es una prioridad absoluta, a la que dedica mucho tiempo y esfuerzo. Esto se redobla en el contexto de pandemia, intensificado además por la precariedad del servicio de Internet y la insuficiencia de los dispositivos tecnológicos que llevan a que Alicia deba gestionar la recepción y el envío permanente de trabajos de sus tres hijos mediante su celular. En ese sentido, el trabajo de cuidados y acompañamiento que realiza es narrado tanto en sus dimensiones de sobrecarga y estrés, como en términos de satisfacción, orgullo y gusto.

A. Te juro que cuando enviamos los trabajos, el último trabajo que envié, lo envié con mucha alegría (risas). Dije: Con esto ya está, yo también quiero vacaciones (risas). No, en serio…

E. Fue mucho.

A. Sí, porque primero era sacar fotos, enviar; mi celular se moría.

E. Era todo desde tu celu, claro.

A. Era todo. De los tres, era yo tomarme el tiempo, de aparte de estar con los trabajos y todo, tomarme el tiempo de sacar fotos, enviar por grado y decía: ¡Uy!, ¿esto? Y ya agarraba una lapicera y marcaba cuál enviaba. Y enviaba uno y decía: “No, me falta un trabajo”.

E. Claro, eso lo hacías todo vos.

A. Yo lo hacía. Y era como muy cargado. Pero bien, yo estoy contenta, porque les apoyé mucho. (Alicia, comunicación personal, 13 de mayo 2022)

En su análisis de hogares en barrios populares en el Gran La Plata, Aliano et al. (2021) señalaron que la disponibilidad de dispositivos tecnológicos era bastante limitada, la mayoría de los hogares disponían principalmente de un televisor y un celular, mientras que las computadoras, tablets y consolas de juegos eran escasas. En este contexto, el celular, aunque diseñado para un uso individual, se convertía en una herramienta colectiva esencial para acceder a Internet y cumplir con las tareas escolares, así como con usos destinados al entretenimiento. El análisis evidencia el problema de la brecha digital en su complejidad. La mayoría de los hogares contaban con al menos un celular con conexión a Internet, pero la calidad de la cobertura era a menudo deficiente e intermitente. Este problema se vincula además con la cantidad de dispositivos en relación con el tamaño del hogar y el nivel de ingresos. En el caso de los niños, el uso del teléfono móvil se reservaba principalmente para las tareas escolares, limitando su uso con fines recreativos (Aliano et al., 2021). En contraposición a la tendencia observada en hogares de sectores medios, donde el uso de tecnología por parte de los niños durante el ASPO generó situaciones de descontrol y caos, en los hogares vulnerables el acceso a los dispositivos fue limitado y controlado. En contraste con las tendencias de individualización, segmentación y fragmentación de las audiencias observadas en otros sectores sociales, Aliano et al. (2021) registraron prácticas de consumo diferentes con relación a la televisión y el teléfono móvil. Por ejemplo, los niños tendían a reunirse alrededor de la televisión para compartir contenidos, y el uso del teléfono móvil no se individualizaba, sino que circulaba entre los diferentes miembros del hogar. Estas prácticas regulaban las formas de ocio infantil durante la pandemia (Aliano et al., 2021).

Los hijos de Alicia transitan su escolarización en escuela pública, que también experimentó los embates de la pandemia. Tanto en escuelas de gestión privada como pública, las madres fueron quienes más acompañaron la escolaridad de sus hijos/as, mientras sostenían sus propios trabajos, las tareas domésticas y el cuidado (Duek y Moguillansky, 2021).

Diversas investigaciones mostraron que, durante la pandemia, se profundizaron las desigualdades sociales en el proceso de escolarización de los niños y adolescentes (Tuñón, 2021). Según López y Hermida (2022), si bien las tasas de escolaridad virtual mostraban indicadores parejos para sectores altos, medios y bajos, la verdadera brecha tuvo lugar en la calidad educativa. En los grupos de menores ingresos, la interacción con los docentes fue mucho más escasa, recibían menos feedback y casi no hubo encuentros virtuales sincrónicos (López y Hermida, 2022). A su vez, mientras la conexión con la escuela de los hogares acomodados ocurrió a través de plataformas, los hogares vulnerables emplearon principalmente redes sociales, WhatsApp o fotocopias, dados los problemas de conectividad, la falta de computadoras en casa y las dificultades para el acompañamiento por parte de los adultos (Tuñón, 2021). La entrega de alimentos y mercadería jugó, ciertamente, un rol clave para sostener el vínculo con las familias. Ahora bien, la escasez de dispositivos, conexión a Internet, así como las dificultades de los adultos para acompañar la escolaridad (dado el desconocimiento de los contenidos, ya sea por la distancia temporal con su experiencia educativa o por no tener el nivel educativo) generaron, en suma, dificultades dramáticas para la continuidad pedagógica de los sectores populares (Tuñón, Passone y Bauso, 2021).

Como mencionábamos antes, el relato más significativo en términos de las emociones en el caso de Alicia no refiere a su propia vivencia, sino a los episodios de miedo y angustia de su hija de 9 años. Cuenta Alicia que dejaron de mirar noticieros en el hogar por el gran impacto que generaba en la niña, que de hecho pedía no ver noticias: “por ahí ella salía el patio y ahí yo ponía… no especialmente, pero si ella venía era: “Mami sacá eso; mami, sacá eso, por favor". En el momento en que empieza a aminorar el riesgo y se habilitan las salidas, cuenta que su hija no quería salir “ni a la puerta”. Incluso rememora que el día de su cumpleaños le ofrecieron una celebración, que antes le gustaba mucho ir a comer a McDonald's, pero ella les decía que no, que le trajeran la comida a la casa. Los padres insistían en que sería lindo tener una salida familiar, la madre le explicaba que habría distanciamiento, que no estarían junto con otras personas, pero la niña se negaba. Otro episodio similar de angustia que Alicia comparte es la visita de un amigo de la familia a su casa, cuando las medidas de distanciamiento ya eran mucho menos estrictas. Cuenta que la niña: “estaba angustiada. Después de mucho tiempo vino un amigo a casa. Ya no era como al principio, distanciamiento, que nadie se visite. Después de mucho tiempo vino a visitarnos… Pero ella, yo no me olvido nunca, lloró... "Decile mami que se vaya".

E. Le daba miedo.

A. Que se contagie la familia. Porque "él, mami, puede traer el virus…" O sea, era como muy…

E. Qué fuerte, claro, tenía mucho miedo ella.

A. Fue fuerte. Sí. Y entró a casa, lo recibimos en un patio en la entrada. Bueno, ahí, y antes de llegar a la casa nuestra le dije: Hijita… No, mami... ella no quería saludarlo. No, mami. Le hablé, le habló el papá, pero estaba llorando. Bueno, hijita, entonces no le vamos a dejar entrar, está en el patio. "¿Pero no va a pasar nada?". No, mi amor, nada. No va a pasar nada. (Alicia, comunicación personal, 13 de mayo 2022)

En el relato de Alicia se condensa la carga de las tareas de acompañamiento escolar mayormente asumidas por las mujeres, con el trabajo y la gestión de las emociones de sus hijos. A la vez, la familia aparece como el soporte existencial central, fuente de satisfacciones y sentimientos de orgullo. Así, en medio de la sobrecarga de tareas de cuidados y el estrés por la fragilidad de su situación económica, Alicia señala que lo que más rescata de la pandemia es la unión familiar que generaron, la convivencia intensiva significó una oportunidad para el trabajo de fortalecimiento de estos vínculos.

Entre la presión y la demanda emocional que le implicaba tener que “estar para todos” y la constatación de que “ellos me sacaban adelante”, se movía también el relato de la pandemia que hacía Mónica, esposa de Miguel. Si bien durante varios años trabajó como cuidadora de personas mayores, hace tiempo que Mónica padece una enfermedad que le ocasiona severos dolores y le impide trabajar fuera del hogar. Convive con su marido, que como vimos quedó desempleado en plena pandemia, sus cuatro hijos (dos en edad escolar y dos que tenían trabajos informales que se perdieron en el contexto de emergencia), una nieta pequeña y en la pandemia reciben a su hermana con el marido y dos hijos, y al padre, un señor mayor que deciden traer desde Misiones tras el fallecimiento de la madre de Mónica a causa de covid-19. La situación económica y habitacional se vuelve extrema cuando las personas que aportaban en el hogar quedan sin trabajo y el IFE les es negado. La precariedad se agrava con el padecimiento de la enfermedad y la exigencia de sostener a su familia; “tengo que estar para todos”, dice. A ello se suma la sensación de abandono y desamparo por parte del Estado, el ingreso de emergencia que no llega, un corte de agua por falta de pago (que luego es regularizado mediante su certificado de discapacidad), además de su propia enfermedad, el fallecimiento de su madre en el contexto de restricciones que le impiden acompañarla y la gestión de los cuidados de su padre. En la entrevista, Mónica despliega todo este relato con momentos de mucha angustia y refiere a estados de severa depresión, falta de sentido y crisis de ansiedad que la llevan a acudir a atención psiquiátrica.

El caso de Mónica pone en primer plano, además, la experiencia de atravesar procesos de enfermedad y muerte de familiares cercanos en un marco totalmente inédito. En su caso se trata de su madre, que finalmente fallece, y de su marido, una figura clave en el sostenimiento económico y afectivo del hogar, que enferma y es trasladado a un centro de aislamiento durante varios días.

M. Lo más duro fue cuando a Miguel lo internaron. O sea que uno no sabe qué va a pasar… Un terror que lo llevé y no lo voy a traer. No podía tener su celular allá en el hospital y no teníamos comunicación.

E. ¿No te podías comunicar con él?

M. No, se lo sacaron el celular.

E. Uy, ¿por qué?

M. Protocolo del hospital.

E. ¡Qué terrible!

M. No… si fue terrible de verdad todo lo que pasamos, pero ese momento fue el peor. (Mónica, comunicación personal, 30 de mayo 2022)

Aquí lo aprendido socialmente en términos de qué se debe hacer en estas situaciones se desvanece, y al dolor se suman intensas emociones de impotencia por la imposibilidad de cuidar y acompañar, como con la madre de Mónica que se encontraba en Misiones: “Yo no podía viajar porque yo estaba acostumbrada a viajar dos tres veces al año a asistirla, a verla, cuidarla. Diez días, quince días, no me importaba y no pude hacerlo… No pude hacerlo, cuando me fui a buscarla, ya era tarde (llora)”.

Las emociones de desconcierto y de bronca están asociadas a protocolos de acción que no se conocen ni se entienden, que implican la separación y el aislamiento del ser querido, y en casos de fallecimiento, la suspensión del ritual de despedida, algo que atraviesan muchas personas y cuyos alcances no hemos aún calibrado.

M. No, fue muy largo, ahí fue deterioro para todas las familias. El tema de no poder despedirte de tus seres queridos fue… yo no pude hacerlo con mi mamá porque hace cinco meses y me dijeron que ya falleció del covid y yo sé que no. No le pude dar un beso en el cajón. Sí estuve todo el tiempo con ella cuando estuvo internada, pero de un día para el otro me dijeron que fue del covid y estoy segura que no fue, porque yo cuando la interné, no tenía covid. Entonces, eso, cuando me hablan así, ya me da impotencia, bronca y de todo de vuelta. O sea que todos aquellos que perdieron a su mamá o a su hija, al que fuere, creo que sienten un dolor inmenso todavía…

E. Terrible por no poder acompañar.

M. A mí me pasó con Miguel, como te dije, y me pasó ahora con mamá. (comunicación personal, 30 de mayo 2022)

Como en el caso de Alicia, las actividades relacionadas al cuidado “de los propios”, que se intensifican para estas mujeres en la pandemia, parecen experimentarse a la vez como fuente de sobrecarga, motivo de satisfacción, motor para “salir adelante” y muy especialmente como espacio donde se pone en juego el reconocimiento percibido y el sentido de sí que deriva de ello.

Corina, de 40 años, representa el caso más extremo de vulnerabilidad y dificultades para obtener la ayuda del Estado. Corina migró desde Paraguay a los 15 años y desde muy temprano trabajó cuidando niños y como empleada doméstica. En marzo de 2020 alquilaba una habitación en Buenos Aires y había decidido irse a la costa unos meses a trabajar en limpieza. Cuando el aislamiento comenzó, regresó a Buenos Aires y ya había perdido su habitación. Durmió en la calle varios días, cuidó autos, hasta que consiguió que un amigo le prestara un sitio donde vivir en Merlo. Como había perdido el documento, no pudo acceder a la ayuda del gobierno y debió pagarle a un gestor para que la ayudase a conseguir uno nuevo. Permanentemente se lamenta en la entrevista de no haber terminado el secundario, como algunas amigas suyas, que lo hicieron y alcanzaron mejores trabajos que ella. Sin embargo, en la ocasión que quiso probar suerte e inscribirse a un secundario de adultos, su condición de migrante le jugó en contra de nuevo, ya que le exigían unos papeles que no tenía y era muy difícil traer desde Paraguay. Quizás porque no tiene un núcleo familiar sólido, Corina es quien más nombra a sus redes de sociabilidad para salir adelante, para contenerla, darle casa y alimento. En el siguiente apartado analizaremos qué recursos -emocionales, sociales, culturales y/o materiales- se pusieron en juego para mitigar la crisis, sobre todo en su dimensión emocional.

Estrategias y recursos. ¿Qué hacen los actores frente a la angustia?

En los apartados anteriores analizamos las emociones y experiencias de la pandemia por parte de algunas personas pertenecientes a los sectores populares, especialmente ligadas al sufrimiento, el dolor físico, la angustia propia y de los hijos, así como la incertidumbre asociada a la falta de trabajo. En la presente sección daremos cuenta de las posibilidades de maniobra de los actores sociales y los recursos que utilizan frente a las situaciones de angustia, poniendo de relieve especialmente las diferencias entre los varones y mujeres entrevistados.

En primer lugar, la indagación permitió quebrar una creencia muchas veces alentada por las investigaciones académicas, que suelen asociar a los sectores medios y medios-altos con el uso de terapias de inspiración oriental, el yoga, la meditación y el mindfulness; mientras tanto, el mundo espiritual de los sectores populares se fundamentaría sobre todo en el cristianismo, ya sea en sus vertientes católica o evangélica. Por el contrario, las entrevistas muestran que diversas terapias y consumos culturales ligados al cuidado de sí son bastante transversales a la clase social y conviven con las prácticas religiosas. Sin embargo, no sucede lo mismo con el género.

Cuando analizamos qué recursos manejan y cómo se enfrentan a las emociones originadas en la pandemia, las mujeres manifiestan diferencias respecto de los varones. En primer lugar, las redes familiares y de amistad operan como un importante sostén para salir adelante. En sus relatos aparecen redes formadas por otras mujeres, sean “madres” de las escuelas de sus hijos u otras “cuidadoras”. Por otro lado, ellas mismas son agentes de apoyo emocional en sus núcleos familiares, especialmente con los hijos. Además, manifiestan distintos consumos y prácticas culturales, como videos de meditación o de psicología y autoayuda en YouTube, así como asistencia a una iglesia, que ocurren para gestionar y paliar el malestar.

En cambio, los varones entrevistados parecen estar menos familiarizados con la “cultura psicológica” o lejos del “habitus terapéutico” (Illouz, 2008). En los entrevistados, los recursos para mitigar la angustia ocurren muchas veces en soledad, como una descarga, pero sin que eso construya una estrategia a futuro. Por ejemplo, Ramón decía: “Por desgracia, por ahí son cosas que no puedo descargar con mi mujer lo que siento. Entonces, voy a la pieza y lloro... porque en algún momento un poco tengo que descargar, porque me empiezo a sentir como mal, ¿me entendés? Entonces, bueno, qué hago, le digo; bueno, voy a dormir un rato. Mentira, me tapo hasta la cabeza, lloro, pienso, como que descargo lo que tengo de más, ¿viste?”. Del mismo modo, Miguel recuerda los últimos meses en que se sintió muy triste, pero no podía demostrarlo con nadie, ni siquiera con su esposa, subraya:

Hubo una época que necesité desahogarme, hablar con alguien. Como que me sentía mal. Sí, los primeros meses que me quedé sin trabajo… y digo yo ahora: ¿A dónde voy? Y busqué iglesia, busqué sacerdote, busqué y no encontré a nadie, y me fui a una plaza, y miraba una paloma y lloraba. Y decía yo, por todas las cosas que me estaban pasando. (...) Decía yo, la voy a llamar a mi mamá, le voy a comentar y después digo no, para qué. No, no me va a resolver tampoco. Entonces, dije: No, me quedo con esto y ya está, y veré cómo salgo. Y así estoy. (Miguel, comunicación personal, 2 de junio de 2022)

En ambos casos, el recurso para paliar la angustia es bastante similar: llorar en soledad. A diferencia de los videos de mindfulness o meditación, parece un recurso más a corto plazo, que ocurre como un desahogo, pero no elabora una herramienta con perspectivas a futuro o que suponga un lazo efectivo con otros. En el caso de Miguel se añade la sensación de falta de sentido, cuando se pregunta por qué le pasan estas cosas a él y no consigue respuesta. En este entrevistado conviven los tres factores que Bericat (2018) identifica, desde una perspectiva sociológica, como claves de la infelicidad, que se derivan de tres privaciones fundamentales: la falta de respeto, la falta de dinero y la falta de sentido.

Quienes estudiaron la crisis social argentina de los años 90, mostraron que un problema básico de los sectores medios empobrecidos era la herida subjetiva en su identidad social, la angustia que les generaba haber perdido su posición en la escala social (Lvovich, 2009). En el caso que estudiamos, el uso y acceso a recursos aparece fuertemente determinado por su identidad como “laburantes”, como trabajadores. No saben cómo -o se niegan directamente a- recibir la ayuda del Estado. Miguel remarca que para él “fue muy difícil, porque para mí más todavía, porque yo no estoy acostumbrado a nada de eso tampoco, porque yo siempre trabajé, siempre salí adelante con lo que pude, e hice todo lo que lo que se podía hacer”. Uno de los grandes dolores que la pandemia le impone es que su propia identidad, la de alguien que “siempre trabajó, siempre salió adelante”, se pone en crisis. No quiere o no puede hacer la maniobra de pedir una ayuda del Estado, cruzar la frontera que separa a “los trabajadores” de “los pobres”.

En este sentido, el uso de los recursos del Estado está mediado por las identidades de clase, emociones ligadas al orgullo y la autoestima que franquean el acceso a estas oportunidades. Según muestran Policarpo y Del Río (2022), el IFE y el ATP estuvieron sujetos a una “construcción social del merecimiento” y suscitaron múltiples controversias acerca de quiénes merecían esa ayuda y quiénes no. Dichas medidas erizaron las sospechas de que la distribución del Estado no fue justa y que muchas personas que la recibieron, en verdad, no la merecían, generando conflictos y rencores entre miembros del segmento social más golpeado.

E. ¿Y qué pensás de la ayuda social que dio el gobierno en la pandemia?

M. ¿Ayuda social? ¿Qué hablás? ¿Del IFE?

E. Sí, las ayudas económicas que hubo.

M. Pienso que eso está bien… Pero no supieron dar a las personas que realmente lo necesitaban, que no es que vos necesitás… Voy a tu casa y veo que necesitás, y si no necesitás, bueno, se lo das a otro. Pero fue un general que yo decía cobrando, no sé, una camioneta 4x4, auto de alta gama y cobrando un IFE, y nosotros no podíamos cobrar. Y eso sí te da bronca. (Mónica, comunicación personal, 30 de mayo 2022)

Resulta importante marcar que distintos investigadores indicaron cómo, cada vez más, el relato personal se posiciona como estrategia clave para comprender y calibrar la densidad de las problemáticas sociales estructurales. Por ejemplo, para el caso de la situación de calle, Gabriela Petti (2012) explica que la condición del sin techo se va moldeando como un proceso jalonado por distintos eventos desencadenantes, ligados a las trayectorias biográficas e individuales. En esa línea, la recolección de testimonios biográficos opera como un procedimiento de individualización de la desigualdad social (Castel y Haroche, 2003), lo que puede llevarnos a transformar la condición de pobreza extrema en un conjunto informe de historias de fracaso personal. Por su parte, Fassin advierte que traducir las desigualdades en términos de sufrimiento social, o la violencia en términos de traumatismo psíquico, nos lleva a reconsiderar estos problemas desde un punto de vista individual e inscribirlos en el espacio del cuerpo físico o mental (Fassin, 2017). Si en términos generales la mayor parte de los sufrimientos psíquicos se adscriben en las narrativas de las y los entrevistadas/os a situaciones individuales, a las que muchas veces no se les encuentra explicación o sentido, de las que es necesario salir movilizando los propios recursos, empleando estrategias como la meditación, el ejercicio, el consumo de videos de autoayuda, acudiendo a terapias psicológicas, medicación psiquiátrica o a respuestas espirituales que se buscan mayormente en la religión, en algunos pocos casos aparecen explicaciones que ligan las experiencias de sufrimiento personal con las circunstancias de injusticia social y permiten entender la distribución desigual del padecimiento en términos de la ubicación de las personas en la estructura social. En palabras de Mónica: “Muy duro para algunas personas; para las otras fue súper blando, pero el pobre, digamos, el que no tiene todos los medios como para sobrevivir, no”.

Conclusiones

El presente trabajo puso de manifiesto la relevancia de la sociología de las emociones como marco conceptual para analizar las crisis sociales, especialmente de los sectores más vulnerables. En los testimonios analizados, el sufrimiento, la violencia y el dolor corporal aparecen engarzados a situaciones de desigualdad y desposesión, que dejan de verse como factores estructurales, para pasar a ser vivencias signadas por intensos niveles de estrés emocional y angustia. En suma, el análisis social de las emociones pone de relieve que, para los sectores populares, la experiencia de la pandemia está lejos de ser simplemente un recuerdo amargo. Dicho proceso recrudeció condiciones habitacionales y laborales precarias, trayendo secuelas emocionales que tienen efectos hasta el presente en que las personas despliegan al contar su historia.

Por otra parte, el estudio nos permitió contribuir con algunas reflexiones sobre la entrevista en profundidad como método de la investigación cualitativa. En nuestro caso, la entrevista suscitaba desafíos vinculados a la vergüenza ante la aparición del grabador, pero, al mismo tiempo, la situación podía encuadrarse como un momento de desahogo y confesión, lo que surgía sobre todo con entrevistadoras mujeres. En este sentido, el artículo pone de relieve que las emociones no son simplemente un contenido a recolectar, sino una dimensión que atraviesa toda la conversación, incluso cuando los guiones apuntaban a conocer dimensiones como el trabajo o la vida doméstica.

A su vez, el material evidenció que varones y mujeres atravesaron de forma distinta las políticas de aislamiento, la retracción del mercado laboral y las tareas de cuidado. En los varones se verifican altos niveles de desgaste corporal y grandes dificultades para verbalizar y expresar las emociones, que aparecen sobre todo como un momento explosivo, un desahogo, pero con escasas posibilidades de elaborar, encauzar, transformar o comunicar dichas emociones. Por su parte, para las mujeres, el cuidado de los hijos operó como una importante carga y, a su vez, como una significativa fuente de alegrías, muchas veces el motor para resistir las dificultades de la pandemia.

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Notas

[1] Artículo recibido 6 de mayo de 2024. Aceptado 23 de agosto de 2024.
[2] Paula Simonetti (Licenciada en Letras, Especialista en Gestión Cultural, Magíster en Sociología de la Cultura, Dra.en Sociología). https://orcid.org/0000-0001-8924-0358 Escuela Idaes-Unsam-Conicet. Contacto: simonetti.pau@gmail.com
[3] Pablo Salas Tonello (Profesor en Letras, Magíster en Sociología de la Cultura, Dr. En Sociología) https://orcid.org/0000-0002-6789-1157 Filmuniversität Babelsberg Konrad Wolf. Contacto: p.salas@filmuniversitaet.de
[4] En este trabajo llamaremos “sectores populares” a trabajadores manuales calificados, no calificados y beneficiarios de planes sociales a personas (Benza 2016), contemplando no sólo su inserción laboral, sino también cómo dichos sectores “interiorizan los datos de su posición estructural” (Semán y Ferraudi Curto 2016, p. 141).
[5] Un antecedente importante a nivel local respecto de las emociones vivenciadas en pandemia es el trabajo de Cervio (2020), que presentó un informe temprano sobre prácticas y emociones durante el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio en los hogares urbanos de Argentina. Con base en la aplicación de un cuestionario online que abarcó 918 casos, se describen las prácticas cotidianas realizadas en las casas, los sentimientos respecto al aislamiento y las emociones respecto al lema de “quedarse en casa”.
[6] Durante la pandemia en Argentina se realizaron diversos estudios sobre el trabajo de cuidados y las desigualdades de género que complementan nuestros hallazgos y los insertan en un debate más amplio. Entre ellos, destacamos la publicación de Cepal (2020). Allí Camila Ariza analiza cómo la pandemia afectó a las familias y la organización del cuidado infantil, y su impacto en la desigualdad socioeconómica y de género. Anaïs Roig explora los cuidados como un problema público, centrándose en el aislamiento en barrios populares del AMBA y en sus organizaciones comunitarias. Eleonor Faur y Karina Brovelli investigan a mujeres que trabajan en sectores del cuidado en el AMBA, como trabajadoras domésticas, en centros de cuidado infantil y comedores comunitarios. Sebastián Fuentes examina las demandas educativas en los hogares durante la suspensión de la escolaridad presencial, destacando cómo el uso intensivo del trabajo de cuidado por parte de mujeres de sectores populares afecta su autonomía. Asimismo, Florencia Partenio (2022) presenta un informe sobre la situación de las trabajadoras de casas particulares en Argentina.


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