Un Rubén Darío para cada etapa de la vida: Despertemos el gusto por la poesía del Príncipe de las letras castellanas

Víctor Ruiz
Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, Managua , Nicaragua

Revista Lengua y Literatura

Universidad de Managua, Nicaragua

ISSN-e: 2707-0107

Periodicidad: Semestral

vol. 9, núm. 1, 2023

rvlenylit@unan.edu.ni

Recepción: 01 Noviembre 2022

Aprobación: 03 Enero 2023



Resumen: Que Rubén Darío no está de moda, eso lo sabe- mos. Que su lenguaje se ha vuelto críptico e inac- cesible, esto también lo sabemos. Que sus poe- mas de princesas, reyes, duendes y hadas después de la adolescencia ya no nos emocionan ni nos encantan es más que evidente en los rostros muertos de aburrimiento de los jóvenes de secun- daria que son obligados por sus maestros a me- morizar e interpretar teatralmente «A Margarita Debayle», «La sonatina» o «Los motivos del lobo».

Palabras clave: poesía, Rubén Darío, gusto, letras castellanas.

Abstract: That Rubén Darío is not in fashion, we know that. That their language has become cryptic and inac- cessible, this we also know. That his poems of prin- cesses, kings, elves and fairies after adolescence no longer excite or enchant us is more than evident in the bored faces of high school youth who are forced by their teachers to memorize and theatrical- ly perform "A Margarita Debayle», «La sonatina» or

Keywords: poetry, Rubén Darío, taste, Castilian let- ters.

Confieso

que ningún profesor en mi secundaria provocó que me apasionara por la poesía de Rubén, al contrario, sus métodos memorísticos y formalistas solo produjeron en mí una profunda aversión. Pero aclaro, este rechazo juvenil e iconoclasta no tiene su origen en su poesía, sino en la recepción que se ha hecho de ella en las escuelas; por un lado, tenemos al profesor “formalista” (no se confunda este término con las técnicas novedosas y poderosas del Formalismo ruso), a quien solo le interesa que el joven sepa contar las sílabas, identificar la rima y cazar figuras literarias. Luego, el profesor biografista que ve en el estudiante un ánfora para llenar de hechos y fechas, en lugar de leer un cuento o poema para discutirlo con ellos, elabora guías interminables que son llenadas por

sus pupilos con los datos obtenidos por la Wikipedia. Por último, el profesor que no declama ni inter- preta, pero obliga a sus estudiantes a que se aprendan poemas completos y dramaticen los musical- mente puros textos de Darío.

Ninguno de estos se preocupa por la profundidad del poema, y que yo recuerde, tampoco mis maestros de secundaria comentaron en sus clases la veta existencialista de Canto de vida y esperanza, el erotismo transgresor y blasfemo de Prosas profanas o los vínculos entre pintura y poesía de Azul…. No pretendo en este pequeño texto indagar las causas de este comportamiento docente, ni mucho menos averiguar por qué en las clases de Lengua y Literatura los sempiternos protagonistas son los bostezos y los refunfuños. Escribo esto y a mis espaldas mi hijo me confirma que sus maestros de Li- teratura jamás le han hablado de Darío y mucho menos abordan con ellos los grandes temas huma- nos de los pocos libros y poemas que leen.

Desde hace unos años he estado a cargo de la asignatura Estudios Rubendarianos, con ayuda de mis estudiantes que se preparan para ser docentes he podido darme cuenta que existe un Darío

para cada etapa de la vida: un Darío infantil, otro para la adolescencia y otro para la madurez. De

igual forma, mi rechazo hacia la educación tradicional me ha llevado a buscar estrategias y métodos para motivar la lectura e interpretación de la obra dariana.

Leer adecuadamente a Rubén en la niñez puede llegar a convertirse en una de las experiencias más fascinantes. Para nadie es un secreto que su poesía vibra y crepita, entonces, ¿Por qué no desa- rrollar esta capacidad en los niños? ¿Por qué no leer con ellos esos versos que llevan luz a sus peque- ños oídos? ¿No es acaso preferible esta experiencia estética a los sonidos monótonos y desagradables del reguetón con el que nos bombardea la vecina? No sé si les ha pasado a ustedes, pero a mí me dan ganas de bailar cuando leo «Del trópico», no necesito timbales ni trompetas ni la encantadora voz de Héctor Lavoe o Rubén Blades para que mi cuerpo se sacuda y mueva al ritmo de



Qué alegre y fresca la mañanita! Me agarra el aire por la nariz: los perros ladran, un chico grita y una muchacha gorda y bonita, junto a una piedra, muele maíz. Y la patrona, bate que bate, me regocija con la ilusión de una gran taza de chocolate, vida…. Víctor Ruiz….Un Rubén Darío para cada etapa que ha de pasarme por el gaznate con la tostada y el requesón.

Por favor maestros, por el bien de ustedes y de sus pequeños, no los obliguen a memorizar y recitar "Lo Fatal"; imaginen la escena: un niño llega a casa, les dice a sus padres que en la escuela le han dejado aprenderse un poema para declamarlo ante sus compañeros, se graba a fuerza de repe- tición y cansancio cada una de sus palabras, pero su misma naturaleza inquieta lo lleva a preguntar- se ¿Qué es lo Fatal? ¿Qué quiere decir “ser y no ser y ser sin rumbo cierto” o “y la carne que tienta con sus frescos racimos y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos"? Díganme, ¿cómo explica- mos un poema que a nosotros mismos nos eriza la piel y nos llena de temor a un ser humano que solo quiere saber de la vida, la alegría y el deleite?

El profesor de primaria debe convertirse en un experto cuentacuentos. Les aseguro que si se atreven a dejar de un lado los prejuicios y transforman los poemas de Darío en cuentos para niños se ganarán su amor y admiración. “Margarita, está linda la mar”, por ejemplo, es un hermoso cuen

to sobre el amor, el valor, el perdón y la obediencia. Desarticulen los versos y prosifíquenlo, incluyan detalles de su propia cosecha, descontextualicen la historia y si es posible, después de la lectura

vean esta hermosa adaptación de este poema, yo se los he puesto a mis estudiantes y les ha fasci- nado, jamás habían comprendido la narración de esa manera: https://www.youtube.com/watch? v=DOIa1jMzPgg

Recuerdo pocas cosas de mi adolescencia, podría decir que la pasé como un sonámbulo y eso que aún no existían celulares y tabletas, pero sí los juegos arcade a los que me entregué con una pasión desmesurada que tuvo nefastas consecuencias: cuando desperté ningún maestro se acorda- ba de mi nombre y era totalmente imposible rescatar mi segundo año de secundaria. Como castigo, mi padre me obligó a trabajar con él y me matriculó en una escuela nocturna. Eran los maravillosos 90´s, educación neoliberal y mercantilizada. Lengua y matemática eran las asignaturas que más me interesaban, pero fue la segunda la que robó mi atención porque el maestro nos enseñaba con ex- perimentos que se salían de la monotonía de trazar números incomprensibles en el cuaderno cua- driculado. Mientras el de español se limitaba a llevarnos poemas de Darío igual de incomprensibles que límites y derivadas, se vienen a mi memoria palabras como aliteración, sinalefas, métrica, rima, mensaje, consonante, etc. ¿Erotismo? ¿Transgresión? ¿Rebeldía? ¿Amor? Estas palabras estaban ausentes de los planes de clases y del vocabulario docente.

Mi educación sentimental y erótica fue totalmente deficiente. Todo lo tuve que aprender de la poesía. Y mi mejor maestro fue Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada me destapó los sentidos, no entendía nada, porque no había vivido nada, pero cada lectura, porque lo leí muchas veces, me transportaba a un mundo sensual y estético. Neruda era mi religión. Darío no le llegaba a los talones. Creía que ya había leído todo, bastaba y sobraba las aburridas clases de Pedrito para descartarlo de mi autoformación. Pero entonces se me reveló el perfume de carne de Prosas profanas. Fue ahí que comprendí que Darío era de los nuestros.

Si queremos conquistar a un adolescente tenemos que quitarnos la venda de los ojos y hablar del erotismo de Darío. Es una pena que la única experiencia sensual que conozcan los estudiantes sea el de las canciones de Bad Bunny, Maluma, entre otros. Leamos con ellos “El amor no admite cuerdas reflexiones” y que comparen lo que dice el texto con sus devaneos amorosos:



No pidas paz a mis brazos que a los tuyos tienen presos: son de guerra mis abrazos y son de incendio mis besos; y sería vano intento el tornar mi mente obscura si me enciende el pensamiento la locura. Mi gozo tu paladar rico panal conceptúa, como en el santo Cantar: Mel et lac sub lingua tua. La delicia de tu aliento en tan fino vaso apura, y me enciende el pensamiento la locura.

Qué delicia es repetir ese verso del Cantar de los Cantares Mel et lac sub lingua tua, miel y le- che bajo la lengua tuya, qué delicadeza decirle a la amada «La delicia de tu aliento/en tan fino vaso apura y me enciende el pensamiento /la locura…» Lo leo y yo también quiero decírselo a mi amada. Regreso a mi enloquecida y fantasiosa adolescencia.

No tengamos miedo de decirles a nuestros estudiantes que Darío fue un rebelde y un icono- clasta, un inconformista y un esteta. Se batió a duelo con la sacrosanta lengua de su tiempo e inco-

modó las mentes perezosas y estrechas de los conservadores intelectuales de finales del siglo XIX. Era católico, muy cierto, pero eso no lo limitó a escribir un poema como Ite, missa est, en el que análoga el misterio del amor con el de la eucaristía, la misa no es una misa sacra, sino sensual, la amada es una sacerdotisa y «su espíritu es la hostia de mi amorosa misa», el poeta un devoto que le rinde culto y pla- cer:



Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa, virgen como la nieve y honda como la mar; su espíritu es la hostia de mi amorosa misa, y alzo al son de una dulce lira crepuscular. Ojos de evocadora, gesto de profetisa, en ella hay la sagrada frecuencia del altar; su risa es la sonrisa suave de Monna Lisa, sus labios son los únicos labios para besar. Y he de besarla un día con rojo beso ardiente; apoyada en mi brazo como convaleciente, me mirará asombrada con íntimo pavor; la enamorada esfinge quedará estupefacta, apagaré la llama de la vestal intacta, ¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!

Llegué a los veinte y a los treinta, y como en un poema de Jaime Gil de Biedma, la vejez y la muer- te “eran tan solo las dimensiones del teatro”, pero ha llegado “la verdad desagradable”, este año cum- plo cuarenta y es momento de ajustar cuenta con las buenas y malas decisiones, “envejecer, morir, nos sigue diciendo la impertinente voz de Biedma, es el único argumento de la obra. Esto mismo le pasó al Darío de la madurez, el que escribió Lo Fatal y los Nocturnos. Tanto fue el golpe de esta revelación que Cantos de vida y esperanza se abre con un autorretrato sin nombre en el que nuestro poeta con apabu- llante serenidad y honestidad hace un repaso por su vida y obra:

Yo soy aquel que ayer no más decía el verso azul y la canción profana, en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.

Yo supe de dolor desde mi infancia, mi juventud. ¿fue juventud la mía?

Sus rosas aún me dejan su fragancia...

vida….

Víctor Ruiz….Un Rubén Darío para cada etapa de la

una fragancia de melancolía...

Potro sin freno se lanzó mi instinto, mi juventud montó potro sin freno; iba embriagada y con puñal al cinto; si no cayó, fue porque Dios es bueno.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte; con el fuego interior todo se abrasa; se triunfa del rencor y de la muerte,

y hacia Belén... ¡la caravana pasa!

Solo en la madurez se alcanza la suficiente sabiduría para escribir un verso como «La virtud está en ser tranquilo y fuerte» «Con el fuego interior todo se abrasa», esto es así porque inevitablemente ya no solemos mirar hacia afuera, sino hacia nuestro ser, es la edad en la que verdaderamente nos conocemos y quién mejor que Darío para enseñarnos el camino.

Existe un Rubén Darío para cada etapa de la vida. De cada una podemos aprender algo. Leer e interpretarlo es el único homenaje que nuestro poeta se merece. Estoy seguro que no pediría más. Él tiene algo que decirnos, dejemos que su voz nos susurre como si de un viejo amigo se tratara.

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