Artículos científicos

Acompañamiento post trauma: la violencia en El Salvador desde la perspectiva de sus víctimas

Support after trauma: violence in El Salvador from the victims perspective

Miguel Paniagua
Universidad Dr. José Matías Delgado, El Salvador
Adriana Nóchez
Glasswing International, El Salvador
Betsabé Vásquez
Glasswing International, El Salvador

Población y Desarrollo: Argonautas y Caminantes

Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Honduras

ISSN-e: 2221-7002

Periodicidad: Anual

vol. 17, 2021

mae.demografiaydes@unah.edu.hn

Recepción: 30/04/2021

Aprobación: 16/06/2021



DOI: https://doi.org/10.5377/pdac.v17i2.12744

Resumen: En El Salvador, la violencia, la delincuencia y la inseguridad son algunos de los temas de mayor preocupación. La población es víctima de sus múltiples manifestaciones frecuentemente. La atención brindada en los centros de salud se enfoca generalmente en servicios por daños físicos y se presta poca atención a los efectos psicológicos. Ante esto, una ONG en El Salvador desarrolló el programa de prevención de violencia Sanando Heridas. Aplicando análisis del discurso a 33 entrevistas a profundidad realizadas con víctimas de violencia atendidas en dos hospitales públicos, se busca describir la violencia, sus efectos y los mecanismos de afrontamiento, a partir de la experiencia de personas que han sido víctimas directas de violencia social y pacientes del programa Sanando Heridas. Se observa que los efectos de la experiencia violenta se agrupan en efectos en la salud mental, desplazamiento forzado interno y efectos económicos; de igual forma, se identifican múltiples mecanismos de afrontamiento: resignación, apelación a la religión, actitud práctica ante el suceso y naturalización de la violencia. Sanando Heridas brindó a sus participantes un espacio seguro para hablar y les permitió tener una mejor comprensión del hecho violento al cual fueron expuestos. La no atención al trauma de la experiencia violenta conlleva un alto costo, por lo que son necesarias más intervenciones que abarquen no sólo la restauración física, sino también la psicológica ante el trauma.

Palabras clave: atención integral al trauma, violencia, salud mental, El Salvador.

Abstract: In El Salvador, violence, crime, and insecurity are issues of greatest concern, and many people frequently become victims of its multiple manifestations. Usually the care provided by hospitals, after a violent event, is limited to services addressing physical injuries and little attention is paid to psychological trauma. Given this, an NGO in El Salvador implemented a hospital-based violence prevention program, “Healing Wounds”. Applying discourse analysis to 33 in-depth interviews with victims of violence treated in two public hospitals, this paper aims to describe the violence, its effects, and the coping mechanisms caused by a violent experience, from the perspective of victims of violence who have also been patients of “Healing Wounds”. The effects after a violent experience are grouped into effects on mental health, internal forced displacement, and economy. Similarly, multiple coping mechanisms regarding the violent experience are identified: resignation, religion, practical attitude to the event and naturalization of violence. “Healing Wounds” provided its participants a safe space to speak and made them have a better understanding of the violent event. Failure to attend trauma after the violent experience entails a high cost, which is why more interventions that include not only physical care, but also psychological restoration to the trauma are needed.

Keywords: trauma-informed care, violence, mental health, El Salvador.

I. Introducción

En El Salvador, la violencia, la delincuencia y la inseguridad son algunos de los temas de mayor preocupación. Con 36.5 homicidios por cada cien mil habitantes en 2019 (Asociación Civil Diálogos, 2019) y altos índices de otras expresiones de violencia, El Salvador se coloca a la cabeza de los países más violentos del mundo (Acevedo, 2008). Los costos de la alta prevalencia de la criminalidad son significativos: los hogares gastan para protegerse, las empresas reducen su inversión e incurren en pérdidas de productividad y los gobiernos cambian la prioridad en la asignación de recursos (Inter-American Development Bank [IDB], 2017).

La violencia no afecta a todos por igual; en El Salvador está monopolizada hacia las personas jóvenes y, mayoritariamente, a hombres. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (2019), alrededor del 81% de los homicidios registrados en el mundo en 2017 fueron contra hombres y niños. De los 44,334 homicidios reportados entre 2007 y 2017, 51.7% fue en contra de personas jóvenes, destacando una prevalencia mayor entre los hombres en 9 de cada 10 casos (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2018). Se calculó que el costo de la violencia contra personas jóvenes en 2017 representó un equivalente entre 2.4% y 3.3% del PIB (PNUD, 2018). Generalmente, la atención brindada en los centros de salud se enfoca en los daños físicos y se presta poca o nula atención a los efectos psicológicos de los pacientes.

Glasswing International desarrolla el programa Sanando Heridas, que busca reducir la vulnerabilidad psicológica en personas que han experimentado un evento traumático producto de violencia, a través de la atención integral al trauma provista por una intervencionista. De esta manera, se contribuye a reducir la reincidencia o represalias sobre otros o ellos mismos, cerrando el ciclo de violencia. El programa contempla tres componentes: (a) atención integral al trauma para personas que han experimentado violencia, que incluye diagnósticos para determinar las técnicas de afrontamiento más útiles; entrega de kits de materiales para practicar técnicas de relajación; y seguimientos telefónicos o presenciales. El segundo componente (b) es la capacitación sobre atención integral al trauma para personal hospitalario, que tiene el objetivo de sensibilizar al personal que atiende a víctimas de violencia. Finalmente, el programa cuenta con (c) un sistema de referencia comunitario, con el que se crea una red de instituciones para que los pacientes puedan acceder a servicios complementarios para su recuperación.

Este trabajo tiene como objetivo describir la violencia, sus efectos y los mecanismos de afrontamiento, a partir de la experiencia de personas que han sido víctimas directas de violencia social y pacientes del programa Sanando Heridas. Esto se logra por medio del cumplimiento de cuatro objetivos específicos: (a) conocer los efectos multidimensionales de sufrir un hecho de violencia; (b) identificar los mecanismos que las personas utilizan para lidiar con la experiencia traumática; (c) describir los factores asociados a la vida comunitaria en contextos altamente violentos; y (d) conocer si Sanando Heridas constituye una estrategia útil para el acompañamiento a víctimas de violencia.

II. Metodología

La metodología cualitativa se centra en la experiencia y vivencia de las personas, las cuales pueden capturarse a partir de fragmentos de observación o unidades de discursos desde los elementos sociales o desde la voz de los participantes (Saldaña, 2013). Asimismo, la recolección de los datos se realiza por medio de la observación, la entrevista, o el grupo focal, entre otros. Los datos se procesan bajo el gran esquema del análisis estructural; el lenguaje juega un rol preponderante y, en lugar de correlacionar y explicar (Hernández Sampieri et al., 2014), la metodología cualitativa pretende guiar hacia la comprensión y la interpretación (Saldaña, 2013).

Los objetivos de este trabajo se persiguen por medio de un análisis e interpretación detallado de consultas realizadas a participantes de Sanando Heridas, a través de entrevistas a profundidad, ubicando al discurso de estas personas como el andamiaje central para el análisis de esta investigación (Hernández Sampieri et al., 2014). Así, este trabajo ha sido concebido y diseñado a partir del paradigma hermenéutico (Ángel Pérez, 2011), y ha sido operativizado desde el método cualitativo (Tashakkori et al., 2021).

La estrategia de análisis fue el “análisis temático” (Auerbach y Silverstein, 2003). Se realizaron múltiples rondas de codificación, a diferentes niveles de granularidad, desde la categorización de unidades de análisis mínimas de discurso, la generación de familias de códigos, hasta la identificación y creación de ejes temáticos para la discusión. La herramienta básica utilizada fue la codificación de unidades de significado, a partir del discurso de los participantes. Puntualmente, la estrategia de codificación implementada fue la de “codificación enfocada” (focused coding) (Saldaña, 2013), (Charmaz, 2006).

A partir de los objetivos de investigación, la lectura inicial en profundidad de las transcripciones de las entrevistas y la literatura consultada, se logró generar un libro de códigos para etiquetar las unidades mínimas de discursos presentes en el corpus de las entrevistas realizadas, y con esto, identificar los ejes temáticos en el discurso de las personas consultadas. En total, se definieron 9 ejes temáticos, y 33 categorías de análisis (códigos de nivel 2), así como 99 códigos de nivel 1, con los cuales se etiquetó a cada uno de los fragmentos mínimos de las encuestas analizadas.

A continuación, se muestra el Cuadro N°1 que contiene los temas y categorías usadas en el análisis de este trabajo. Este esquema de sistematización ha sido empleado para analizar el discurso de los participantes y obtener los resultados de este trabajo.

Cuadro N°1
Temas y categorías usadas en el análisis cualitativo
Temas Evaluación del programa SH Salud Mental Vida comunitaria
Código Nivel 2: categoría Aspectos positivos Disposición hacia atención psicológica Discreción
Aspectos negativos Efectos/pensamientos iniciales Territorialidad de las pandillas
Cambios en los participantes Mecanismos de afrontamiento positivos Violencia atribuida a pandillas
Aplicación de herramientas o técnicas Mecanismos de afrontamiento negativos Consumo de drogas/alcohol y violencia
Necesidades no cubiertas Pérdida de tejido social
Rol de la intervencionista Apreciaciones de zonas
Temas Efectos de la experiencia violenta Desplazamiento forzado interno Antecedentes de las víctimas
Código Nivel 2: categoría Efectos económicos Interrupción de la dinámica familiar Antecedentes familiares
Efectos físicos Costos asociados Características sociodemográficas
Repercusiones familiares Comparación de las comunidades (origen-destino) Antecedentes como víctimas de violencia
Efectos en la dinámica de la comunidad Otras causas y efectos
Violencia como autorreflexión del carácter
Medidas de seguridad
Temas Fe y religión Institucionalidad
Código Nivel 2: categoría Protección Impunidad
Mecanismos de afrontamiento por medio de la religión Desconfianza en instituciones
Fuente: elaboración propia con base en las entrevistas realizadas.

III. Discusión de resultados

3.1. Descripción de los participantes

La muestra está conformada por 33 participantes de Sanando Heridas atendidos entre enero 2017 y julio 2019 en dos hospitales públicos del departamento de San Salvador, donde han recibido atención por lesiones físicas ocasionadas en eventos violentos (Cuadro N°2). La muestra está compuesta por adultos de edades entre 19 y 65 años, residentes de distintos municipios en San Salvador y Cuscatlán, de áreas tanto rurales como urbanas.

Cuadro N°2
Perfil de los participantes
Variable Media
Es mujer (%) 0.42
Edad 34
Tipo de lesión (%)
Arma de fuego 0.33
Vapuleado 0.31
Arma blanca 0.09
Violencia psicológica 0.09
Otro 0.18
Fuente: elaboración propia con base en los registros del programa.

3.2. Efectos de la experiencia violenta

En este apartado se describirán los efectos de la experiencia violenta en: (a) la salud mental de las víctimas; (b) las decisiones de migración (refiriéndose específicamente a desplazamiento forzado interno); (c) el ámbito económico y (d) la vida comunitaria. Dentro de este último tema, se abordan problemáticas que afectan a las comunidades en El Salvador, vistas a través de las experiencias de los participantes.

3.2.1. Efectos en la salud mental

La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como el estado de bienestar en el que la persona conoce sus capacidades y es capaz de afrontar el estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad. A continuación, se describen los efectos de los eventos violentos en la salud mental de la muestra.

Los efectos más inmediatos en algunas personas son coraje y deseo de venganza. De acuerdo con Echeburúa y Amor (2019), “la venganza va más allá del odio y consiste en el desquite contra una persona en respuesta a una mala acción” (p. 76). Sin embargo, en los participantes este no se transforma en una acción directa. Durante este proceso, se refleja la influencia de la intervencionista del programa, quien hace énfasis en el perdón, de forma alineada con la teoría de cambio del programa, pues la intervención busca romper el ciclo de violencia y la reincidencia en hechos similares. El deseo de venganza no se contempla como una posibilidad real cuando el ataque viene de una pandilla, pues esta estructura es temida y se consideran las posibles repercusiones.

Según Echeburúa y Amor (2019), “la renuncia al deseo de venganza es una obligación social inevitable en una sociedad civilizada, pero la negación social de su necesidad psicológica es una segunda agresión” (p. 77). Siempre existe afectación por el conflicto entre la necesidad de la venganza y la norma social de resignación, por lo que este efecto merece atención psicológica. La herramienta trabajada, el perdón, ha sido considerada como una estrategia de afrontamiento que puede neutralizar el estrés del trauma (Strelan y Covic, 2006). Este ha sido estudiado como estrategia de afrontamiento ante distintos eventos: relaciones laborales, ataques terroristas, discriminación y maltrato (Rocha et al., 2017), por lo que puede ser igualmente útil en este contexto.

Otro efecto inmediato es el cuestionamiento: ¿por qué a mí? Muchas personas se preguntan por qué han sido víctimas, pues la causa de los ataques no está clara y parece ser un evento azaroso. Según las personas, alguien que está involucrado en crimen organizado espera un ataque; pero para ellos, fue por una situación circunstancial o por ser testigos de un hecho delictivo anteriormente.

Sí, porque yo pensaba que me iban a matar, que me iban a matar y yo decía ¿Por qué yo? Si habiendo tanta gente, decía yo ¿Por qué me agarraron a mí?...

Una consecuencia que se refleja con mucha frecuencia en los pacientes es la reducción de la calidad del sueño, concepto que incluye la profundidad del sueño, la sensación de descanso al despertarse y la satisfacción general con dormir (Pilcher et al., 1997). Los participantes de Sanando Heridas afirman haber experimentado miedo, pesadillas, insomnio y la repetición de recuerdos no placenteros al momento de intentar descansar. Esta alteración puede ser un síntoma de reexperimentación de estrés postraumático (National Institute of Mental Health, 2020). Asimismo, las personas tienen sensación de persecución, sintiéndose inseguras en cualquier lugar. Esto, por un lado, reduce la confianza hacia otras personas y sus deseos de involucrarse con vecinos o familiares. Por otro lado, las personas sienten que sus conocidos no quieren estar con ellas, pues si intentan atacarlos nuevamente, piensan que sus allegados pueden resultar lesionados. De esta forma, una persona que ha sufrido un hecho violento puede llegar a auto aislarse o a ser marginada.

Sí ha cambiado bastante porque hoy… ya tienen miedo digamos a estar platicando conmigo un buen rato. Yo les entiendo que tengan miedo porque digamos uno nunca sabe lo que pueda pasar el día de mañana. Ellos han de pensar: estoy platicando con él, puede ser de que vengan y hagan algo a él y me perjudiquen a mí.

La experiencia de estar expuesto a un alto peligro hace que las personas encuentren mayor valor a la vida, provocando una transformación en sus acciones. De la misma forma, algunos participantes han pasado por un proceso de autorreflexión, que los lleva a ser más dóciles de carácter después de la experiencia violenta. Las personas que atribuyen el suceso violento a alguna causa que pueden controlar, efectúan cambios como mecanismos de protección para no vivir una segunda experiencia; por ejemplo, no pasando por los mismos lugares, no viajando por las mismas rutas de buses o no repitiendo ninguna condición de las que se dio al momento del evento violento.

Algunas personas muestran desesperanza por el futuro. Existen historias de intento de suicidio después del evento traumático o personas que cuestionan por qué no murieron de una vez. La falta de visión a largo plazo por desesperanza o la limitación de expectativas es un efecto conocido de las experiencias traumáticas (Center for Substance Abuse Treatment, 2014). Algunas personas lidian con la situación a través de la resignación o aceptación, que puede ser una adaptación a eventos negativos, al ayudar a mantener el bienestar psicológico y la capacidad de acción del individuo. La aceptación se refiere a enfrentar la realidad incluso si no se ajusta a las expectativas de la persona, y la voluntad de lidiar con esa realidad (Nakamura y Orth, 2005). Muchos de los participantes piensan que la experiencia no fue tan negativa, ya que no les quitó la vida y que hay otras personas a su alrededor que se encuentran en situaciones peores. Esto último es muy común, ya que las personas viven en entornos violentos donde otros también han pasado situaciones similares. Esto puede tener estrecha relación con la naturalización de la violencia, pues como el colectivo sufre la misma situación, esto es algo que le tenía que pasar a la persona en cualquier momento.

Una estrategia utilizada con mucha frecuencia para el afrontamiento es el recurrir a la fe o religión. Las personas buscan dar explicaciones a los sucesos por medio de lo divino. En su imaginario, la situación ha pasado debido a que Dios quería llamar su atención o acercarlos a él. Por tanto, la forma de lidiar con esto es una consecuencia lógica: el acercamiento a la fe o la iglesia. Muchas personas creen que el hecho de que no hayan muerto es causado por Dios, quien les ha dado una nueva oportunidad, la cual tienen que valorar. Esto lleva a una transformación de conductas, como no tomar bebidas alcohólicas, no salir en la noche y no cometer acciones que no agradan a Dios, las que, al mismo tiempo, les pueden poner en peligro. Las personas se apoyan completamente en su fe, dejando todo en las manos de Dios, incluyendo la justicia, pues sus casos no cuentan con justicia legal y restaurativa.

Según Tedeschi y Calhoun (1995), algunas personas que cambian después de una experiencia afirman que esta tiene un objetivo, por lo que el sufrimiento es necesario para alcanzarlo. Algunos estudios sugieren que la religión o las creencias espirituales pueden tener un efecto positivo en el manejo del trauma (Anastasova, 2014). “Las personas necesitan la religión para dar una explicación a la miseria y la fortuna en sus vidas: una explicación de por qué suceden las cosas y una razón de los acontecimientos que han vivido y que no se pueden explicar por sí mismos” (Weber, 1999, citado por Anastasova, 2014, p. 11).

La religión no sólo puede actuar como un factor protector, ya que se relaciona positivamente con la resiliencia, sino que también puede conducir al crecimiento postraumático (Christiano et al., 2015). Pocos autores están en desacuerdo con lo planteado, ya que, según ellos, no se puede racionalizar por no existir coherencia intelectual. Este argumento es refutado por la mayoría, pues afirman que la religión no tiene que ser verdadera o comprobable, sino que basta con que sea útil para adaptarse a contextos desafiantes (Pattison, 2019).

Otros afrontan la etapa de forma práctica, tomándola como una parte de su vida que ya finalizó. Esto puede ocurrirles a los pacientes si tuvieron un período para su asimilación o si su contexto no les permite tomar tiempo para una recuperación más profunda, pues requieren ser productivos urgentemente. Varios participantes son el sostén de su familia y toman como su fuente de motivación a sus hijos e hijas, volviendo el objetivo de su recuperación estar bien para ellos y brindarles lo que necesitan. Por esta misma razón, muchas personas no se permiten llorar, pues consideran que tienen que dar una imagen fuerte para proteger a su familia.

Muchos participantes evitan los recuerdos traumáticos y dicen querer olvidarlos; sin embargo, la mayoría de entrevistas, sin intentarlo (pues nunca se pregunta directamente), recoge recuerdos vívidos y detallados de sus experiencias. Echeburúa y Amor (2019) llaman a esto “olvido activo” o “evitación cognitiva”, que consiste en dejar de recordar información previamente adquirida, como una reacción protectora natural para mantener el equilibrio emocional. La estrategia adoptada por la persona no es exactamente olvidar, sino echar al olvido, lo que quiere decir que el individuo puede recordar lo ocurrido, pero lo aleja de su conciencia. La persona se esfuerza por enfocarse en los estímulos presentes y en las expectativas futuras (p.73).

Como le digo, para mí ese momento fue donde estaba con mi mamá o mis hermanos: “vos no tenés que llorar”. Se me metió eso en la cabeza de que “vos tenés que ser el apoyo de ellos” …

Si bien para algunas personas la evitación es útil, pues les permite proyectar el futuro sin peso del pasado, para la mayoría suele ser una estrategia contraindicada. Cuando la persona tiene episodios involuntarios y frecuentes de reexperimentación y sufre un alto nivel de irritabilidad, el olvido no es una estrategia adecuada. La acción de recordar y verbalizar lo sucedido en un ambiente de apoyo puede facilitar pasar de imágenes traumáticas caóticas a sucesos ordenados espaciotemporalmente, tratando de poner nombre a lo vivido (Foa y Rothbaum, 2001). De esta manera, los recuerdos se integran ya asimilados en la visión de la persona y del mundo que poseía antes del suceso traumático. Dicha tarea, según Echeburúa y Amor (2019), “se completa cuando la persona tiene la posibilidad de volver a los lugares y a utilizar objetos relacionados al suceso doloroso” (p. 75).

3.2.2. Desplazamiento forzado interno

Varias personas dentro de la muestra se vieron obligadas a dejar su hogar a raíz de la situación de violencia en su comunidad y al suceso. Ha sido muy raro encontrar a alguien que haya permanecido en su lugar de residencia habitual de forma cómoda. En su mayoría, las personas que no se han mudado están sufriendo una permanencia forzada e intranquila, debido a falta de recursos para desplazarse y miedo de ir a otra zona con igual o mayor peligro. Por ello, este apartado recoge las experiencias de los participantes en torno al desplazamiento: primero, se describen los efectos en los medios de vida y economía, así como en la vida familiar de las personas desplazadas, seguido de una descripción de sus experiencias con respecto a las comunidades de origen y de destino.

Es importante reconocer que el desplazamiento forzado interno no se puede reducir a un cambio de domicilio de las personas, sino que implica un rompimiento en el curso de vida de los afectados. Esta representa la única alternativa que han tenido las personas a raíz de la violencia (Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos [PDDH], 2020). La mayoría de personas tiene que moverse de manera urgente, perdiendo todo lo que posee, como negocios, bienes materiales, casas e incluso artículos de uso diario. El desplazamiento interno significa abandonar los medios de vida que por mucho tiempo se acumularon y con ello, empeorar sus condiciones económicas (PDDH, 2017). De acuerdo con la muestra encuestada, los efectos económicos son múltiples: pérdida de empleo por estar en la comunidad de origen, aumento del costo de vivienda por alquiler del nuevo lugar, incremento del pago de transporte colectivo por estar lejos de sus lugares de estudio o trabajo y pagos adicionales de transporte privado para protección.

Ante estas condiciones, reiniciar la vida se vuelve más difícil y costoso, situación agravada en la medida en que la persona desplazada tiene poco acceso a apoyos externos. Según un estudio realizado por Cristosal (2019), un poco más de la mitad de la muestra de personas desplazadas tuvo que abandonar sus actividades laborales normales, trabajo o negocio propio al abandonar el lugar de residencia. El desplazamiento para estas personas ha significado el desarraigo de uno de los componentes esenciales en el desarrollo humano: la posibilidad de trabajar y ganarse la vida.

Asimismo, hay muchos otros efectos fuera del ámbito económico. En los casos en que, por los costos, las personas no pueden huir juntas, se da un proceso de desintegración familiar. La vida familiar y específicamente, de los hijos e hijas, tiene muchos cambios. Por ejemplo, se enfrentan a una interrupción de sus actividades académicas. En el ámbito escolar es común que haya dificultad para reincorporarse cuando el año está avanzado, ya que en algunos centros escolares eso puede implicar obstáculos para recibirles, con lo que se puede llegar a perder el año (PDDH, 2020).

De acuerdo con la PDDH (2017), las víctimas de desplazamiento interno en El Salvador son jóvenes en edad productiva: una media de 28 años, con una proporción mayoritaria de niñez, adolescentes y jóvenes. 75% de la población afectada por el desplazamiento se encuentra casada. Esto reafirma los resultados obtenidos con la muestra de este estudio, pues las víctimas directas e indirectas, son grupos familiares enteros y no individuos de manera específica; es decir, son los grupos familiares los que se desplazan y no solo la persona afectada directamente por la violencia.

Las personas se mudan a zonas relativamente más seguras, donde sigue habiendo presencia de pandillas, pero en menor escala que en su comunidad. Algunas se sorprenden al llegar a las nuevas comunidades, pues creen que son mejores. Para otras, es difícil el proceso de adaptación, pero es la única estrategia para sobrevivir. Para López et al. (2011), “las personas desplazadas se encuentran en posiciones de desventaja por su desconexión de las redes locales, su dependencia de las ayudas de instituciones y las dificultades de acceso al mercado laboral tanto formal como informal” (p. 1).

Es bien feo, porque un ejemplo, dígame usted si allí donde usted vive le digan que se vaya y usted termina en un lugar que usted no conoce, usted tiene que empezar una nueva vida. Y eso que hay personas que tienen sus comodidades, pero nosotros que vivíamos de lo que íbamos vendiendo no teníamos ni para decir “Quizá me voy a llevar esta cama de mi mamá en una carrerita” …

Además de los efectos mencionados anteriormente, surgen distintas manifestaciones psicológicas a partir del desplazamiento, el individuo atraviesa por períodos de tensión y conflicto, apareciendo el miedo como principal mecanismo de defensa. Según Alejo (2005):

Se produce la inhibición en la expresión de sentimientos, de la capacidad de protesta y defensa de sus derechos, el miedo y todas las emociones unidas a él, son el reflejo de los eventos traumáticos vividos por la población, posteriormente a la vivencia de hechos que han puesto en peligro sus vidas o las de otras personas, se generan diferentes reacciones en el comportamiento, cogniciones y emociones de difícil interpretación dentro de un cuadro diagnóstico específico (p. 25).

El desplazamiento interno debido a la violencia es un problema no resuelto para El Salvador. Para 2016, el número de personas desplazadas ascendió a 286,502, de acuerdo con una encuesta nacional realizada por el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (IUDOP), en la que se evidenció que el 4.9% de los hogares había cambiado de residencia como producto de la violencia e inseguridad pública (PDDH, 2017). Para otras personas, migrar fuera del país es la única alternativa a la violencia, pues suelen estar amenazadas por estructuras delictivas.

3.2.3. Efectos económicos

Las personas perciben consecuencias económicas a raíz del evento violento, además de los efectos económicos del desplazamiento forzado. Los costos económicos de la violencia se refieren a todas aquellas erogaciones en las que una sociedad debe incurrir ya sea para prevenir o combatir situaciones de violencia o para enfrentar las consecuencias (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2005).

De acuerdo con la muestra, las recuperaciones de muchos de los pacientes son costosas, implicando pausas laborales hasta de un año, además de los costos en medicinas o gastos relacionados a salud. Esto tiene relación con los resultados presentados por el Banco Central de Reserva de El Salvador [BCR] (2016), donde se indica que, en 2014, el costo médico de atender cada paciente víctima de violencia para el país, fue aproximadamente de $1,411. Se estima que la red pública de salud gastó en 2014 $19.5 millones en atención a víctimas de la violencia, lo que representa un 0.1% del PIB, mostrando que la violencia es una situación de perder-perder tanto para el país, como para cada ciudadano, pues implica que se debe destinar un alto porcentaje de los ingresos en combate a la violencia, cuando pudiera ser invertido en rubros que podrían generar un mayor retorno para la sociedad: educación, salud, infraestructura, empleabilidad, etc.

Otro hecho preocupante es que la mayoría de personas en la muestra evidencia severa desprotección social: no cuentan con seguro social, seguro médico privado, ni prestaciones, pues son en su mayoría empleados en el sector informal o trabajadores por cuenta propia, por lo que sus ingresos también están pausados mientras ellos no pueden trabajar. Esto confirma la tesis presentada por Buitrago et al. (2017):

Las condiciones que perpetúan la pobreza y las condiciones que fomentan la violencia a menudo se cruzan y se refuerzan entre sí: estas personas viven en los lugares más peligrosos y, al ser afectadas por la violencia, sus ingresos y oportunidades laborales se ven mermadas, volviéndose doblemente vulnerables (p. 16).

Además, la preocupación permanente por la situación económica durante la recuperación puede tener afectaciones serias en la salud mental, pues la incertidumbre genera ansiedad en las personas y quieren recuperarse pronto para volver a tener ingresos.

Yo lloraba en la cama, pero por lo mismo que yo me ponía a pensar que no podía trabajar, que de dónde íbamos a subsistir mi hija, decía yo "ojalá que primero Dios no se me enferme, porque yo enfermo y ella enferma"…

El empleo y los ingresos se cruzan con el ciclo de pobreza, violencia y trauma en muchos puntos. Las disminuciones salariales explican una parte significativa de los aumentos en las tasas de delitos violentos, mientras que el aumento de los salarios reduce el tiempo dedicado a actividades delictivas. Los sobrevivientes de violencia enfrentan desafíos laborales debido al trauma y, además, poseen menor probabilidad de escapar de la pobreza: tienen altas tasas de desempleo y presentan síntomas traumáticos que dificultan su permanencia laboral. La incapacidad de conseguir y mantener trabajos bien remunerados es una de las principales causas de pobreza (Buitrago et al., 2017).

Uno de los componentes más difíciles para cuantificar los costos de la violencia lo constituyen los costos intangibles de la salud, los cuales intentan capturar el daño psicológico o emocional causado a las víctimas. En El Salvador, para 2014, el estimado del costo total del daño emocional causado por la violencia fue de $704.5 millones (2.8% del PIB) (Banco Central de Reserva de El Salvador, 2016). De acuerdo con los datos presentados, es evidente que el efecto que produce la violencia en el desarrollo económico del país es significativo, pues impone ciertas restricciones, tanto por pérdidas como por el freno a la inversión por falta de estabilidad y temor a los actos de violencia.

3.2.4. Cotidianidad en la Violencia

En este apartado se describen los efectos de la violencia en la vida comunitaria a partir de las experiencias de las personas entrevistadas: su percepción de la violencia, la discriminación hacia las personas jóvenes de territorios asociados con pandillas, las restricciones de tránsito por territorialidad, la pérdida de cohesión social y la falta de justicia legal.

La violencia es un fenómeno transversal a muchas dimensiones y la vida comunitaria no es la excepción. Las personas están acostumbradas a la violencia social de El Salvador, que para ellos se reduce en un solo concepto: las pandillas, considerando los demás tipos de violencia como algo poco frecuente o normal, probablemente porque la violencia infligida por las pandillas en su comunidad es lo más visible y constituyen las experiencias más fuertes vividas. Se considera como principales victimarios a las personas jóvenes, pues en el imaginario de las personas, las pandillas se componen por jóvenes. Esta visión puede llevar a la discriminación de las personas jóvenes con residencia en lugares con alta presencia de pandillas. Esto, a su vez, tiene implicaciones en las posibilidades de movilidad económica de la población. Algunas personas jóvenes entrevistadas han sufrido discriminación en la búsqueda de empleo, pues se les excluye por su zona de residencia y deben eliminar esta información de su hoja de vida para tener posibilidades de empleo.

Para Buitrago et al. (2017), “el lugar donde vive una persona determina de muchas maneras las oportunidades y amenazas que enfrenta diariamente” (p. 18). Los vecindarios que luchan con la desinversión y la desocupación, a menudo experimentan delitos más violentos. Las características a nivel de vecindario, como la pobreza concentrada y la proximidad a homicidios anteriores, son predictores de tasas de homicidio más altas, mientras que la fuerza de los lazos sociales del vecindario y la afluencia concentrada tienen un efecto protector contra el homicidio.

En El Salvador, la territorialidad de las pandillas es una regla que las personas deben considerar. Muchas se ven limitadas para trabajar o estudiar en ciertas zonas, mientras que otras han sido obligadas a desplazarse por vivir en territorios disputados. De igual forma, según las personas entrevistadas, existe violencia contra quienes no son de la comunidad y deciden entrar por cualquier razón. Esto aplica especialmente para los hombres jóvenes, los más afectados por estereotipos de formas de vestir y por las restricciones de tránsito impuestas. Esta situación se extiende también al trato de parte de los agentes policiales, quienes, según los participantes, tienen prejuicios hacia los jóvenes y hacen un uso excesivo de la fuerza, por lo que la comunidad también les teme. Por otro lado, a las personas les da una sensación de seguridad haber crecido con personas de la comunidad que son miembros de pandillas o haberlos visto desde que eran pequeños, pues sienten una especie de confianza o de protección al estar en su zona.

Una característica importante de las comunidades afectadas por la presencia de pandillas es la pérdida de la cohesión social, pues las personas son obligadas a la discreción y el aislamiento para sobrevivir. La actividad principal de una persona es trabajar: no sale, no se relaciona con otros porque puede generarle problemas y no puede comentar nada con nadie de su comunidad. En muchos casos, la regla de ver, oír y callar impera hasta en el hogar, pues emitir cualquier opinión les puede poner en peligro. Esto hace que las personas no se relacionen con su comunidad y que hayan perdido todos sus espacios públicos, pues las personas se encierran en sus casas como medida de protección. En los casos en que la persona entrevistada vive en un pasaje o espacio cerrado (con portón o pluma), se percibe un poco más de cercanía y apoyo entre los vecinos.

Al momento de la experiencia violenta, si está se da dentro de la comunidad, los vecinos auxilian para llevar a la persona a servicios médicos, pero el apoyo se limita a esto. Generalmente, las personas cuentan solamente con su familia, algunas amistades fuera de la comunidad y personas de su iglesia como apoyo. El apoyo que ellos pueden brindar es limitado: consejos, compañía y, en algunos casos, bienes materiales o cantidades de dinero que les ayuden a mantenerse por un tiempo.

La cohesión social puede definirse como el conjunto y la fortaleza de los vínculos entre los miembros de una comunidad, la cual les permite trabajar de forma coordinada, reconocerse como parte de una misma identidad y contar con un sentido de futuro compartido (Catholic Relief Services, 2019), (United Nations Development Programme, 2020), (WFP Turkey Country Office, 2018). Se trata de un constructo complejo que ha sido operativizado considerando dimensiones múltiples: (a) la inclusión, (b) el sentido de pertenencia, (c) las relaciones sociales, (d) la participación en la vida comunitaria, (e) la legitimidad de las instituciones y (f) la percepción de seguridad (de Haan y Webbink, 2011), (Schmeets y Coumans, 2013), (Stewart et al., 2017).

Altos niveles de violencia percibida pueden minar la cohesión social, debido a que se reducen los espacios para que las personas puedan interactuar. A nivel individual, queda patente que ser víctima de violencia aumenta la propensión a la autoexclusión del entorno social (debido al estigma o para reducir la probabilidad de volver a ser víctima), y la consecuente reducción en la vida comunitaria. Todos estos factores negativos se potencian cuando se conjugan con el desplazamiento forzado interno. Así, ser víctima de violencia puede despojar a las personas de sus redes de apoyo y muros de contención social, precarizando su condición material y emocional. A nivel agregado, menores niveles de cohesión social derivados de la violencia pueden coadyuvar al aislamiento generalizado, lo cual agrava la condición de vulnerabilidad de la ciudadanía frente al fenómeno de violencia.

La justicia no se ha aplicado de forma efectiva en ninguno de los casos de los entrevistados, pues la mayoría no denuncia por miedo a represalias. Igualmente, las personas que denunciaron no tuvieron respuesta favorable y han desistido del caso.

3.2.5. Evaluación de la intervención

Se identifica que algunos factores inciden en los efectos de la intervención: la etapa del proceso de recuperación (o tiempo desde el evento), la frecuencia de la atención y la disposición a recibir la misma. Sin embargo, no se pueden describir los efectos exactos, ya que existen varias combinaciones de estos factores, sumado a las diferencias en los perfiles de los participantes.

En general, el programa depende mucho del rol de la intervencionista, siendo esta persona el referente de un espacio seguro para hablar. Muchas personas mencionan que las conversaciones con la intervencionista son las primeras veces en las que han podido hablar de su situación. Tanto por la desconfianza a causa de la inseguridad como por mostrarse fuertes ante sus familias, las víctimas se reprimen hasta encontrar este espacio seguro, que les ayuda a desahogarse. Asimismo, la intervencionista ha logrado empatizar con los pacientes y hacerlos sentir importantes y valorados. Los participantes crean un compromiso con el programa y con la intervencionista, que podría ser mejor aprovechado para procurar espacios presenciales de terapia.

Los participantes mencionan que el programa fue una distracción durante la hospitalización y que utilizaron el material brindado, como libros de mandalas, colores y pelotas antiestrés. Sin embargo, en algunos casos, según la muestra entrevistada, éstas no son estrategias que repitan una vez están fuera del hospital. Por otro lado, varios participantes toman los aprendizajes del programa y los llevan a casa, practicando técnicas de respiración, utilizando su plan de seguridad e incluso, transmitiendo esto a sus familias, para que ellas también incrementen su bienestar.

Las personas tienen diferentes percepciones del programa a partir de su disposición a tener atención psicológica, pues en algunos casos, los participantes presentan fuertes prejuicios hacia recibir ayuda de parte de un profesional en psicología; pero asisten con confianza a las terapias proporcionadas por Sanando Heridas. Este tema podría ser mejor explorado en otro estudio, con el objetivo de ver los efectos de la disposición a atención psicológica en intervenciones orientadas a la atención al trauma. Por otro lado, hay varias personas que sí entienden el programa como atención psicológica profesional e incluso se unen a otros servicios prestados por medio del programa, como los grupos de apoyo de las áreas de salud mental de los hospitales.

Pero con ella, más antes no me había podido desahogar con nadie, pero no sé con ella me extendí y más que estas cosas no se podían hablar, por todo el problema que tuvimos nosotros así no lo podíamos andar hablando así a cualquier persona, pero ella me inspiró confianza y así fue como ella me aconsejó.

3.2.6. Análisis de las necesidades

Con base en la opinión de los participantes, se puede decir que Sanando Heridas brinda a las personas un espacio seguro para hablar, con el que no han podido contar antes. Quienes logran quedarse más tiempo dentro del programa y recibir información sobre técnicas y recursos, experimentan una internalización de los conceptos y aplicación de las prácticas. Los participantes expresan que tienen mayor control de sus emociones, que comprenden mejor el hecho violento y también, que han logrado reconstruir sus metas y recuperarse para una vida productiva. Por otro lado, se observan participantes que no logran llegar a esta etapa y describen solamente contribuciones del programa a un nivel de atención para necesidades inmediatas o de corto plazo.

El programa interviene en la recuperación para una vida productiva, a través de las referencias a cursos o capacitaciones en habilidades u oficios que pueden servir para generar ingresos. De la misma manera, brinda acceso a las personas que cumplen ciertos requisitos para recibir un apoyo económico temporal, que las personas califican como muy útil. Sin embargo, los efectos económicos de los sucesos son tales, que el apoyo económico no es suficiente.

Una necesidad no cubierta por el programa e identificada por los participantes es el apoyo para desplazamiento interno o para la búsqueda de asilo. Muchas personas se mueven de su lugar de residencia a raíz del suceso; pero muchas otras no logran hacerlo por falta de recursos, exponiéndose diariamente a peligros. A quienes desean migrar a otros países les falta información o recursos para hacer los trámites de forma correcta.

Los participantes mencionan que Sanando Heridas debería estar disponible para más personas, pues ellos conocen a muchos miembros de sus comunidades que han pasado situaciones similares y que no han recibido atención al trauma. Asimismo, algunos piensan que sería óptimo incluir a sus familias dentro del programa, pues los hechos violentos han tenido afectaciones en todos. Por ello, podría considerarse una necesidad el escalamiento o la implementación de más intervenciones de este tipo en el país, montándose en estructuras como la utilizada en Sanando Heridas, que garantiza buena cobertura a sectores vulnerables que no podrían acceder a estos servicios por sus propios medios.

Eso de poder, que tengan aliados para poder darle asilo político a personas, que es lo que creo que es necesario porque a veces ni en el mismo país, si salgo de una comunidad no me puedo ir a otra porque tienen contacto y ya van a saber que yo soy de acá, en cambio fuera del país…

Si bien la mayoría de participantes de la muestra afirmaron no haber recibido antes una atención similar a la de Sanando Heridas ni haber escuchado de intervenciones parecidas, existen algunas organizaciones que también abordan los efectos de la violencia en el país desde otras áreas. El abordaje de la violencia se da, sobre todo, desde la óptica de protección, poniendo énfasis en la exclusión social y económica de personas jóvenes. De esta manera, queda expuesta la necesidad de intervenciones que contemplen una atención integral al trauma. Es apremiante que se brinde atención para todo el núcleo familiar y, además, se ofrezca ayuda para obtener refugio temporal o permanente en otro país, pues para muchas víctimas es imposible completar su proyecto de vida en El Salvador debido a la gravedad de la experiencia traumática.

IV. Conclusiones

Se observa que los efectos de la experiencia violenta en la muestra se pueden agrupar en efectos en la salud mental, en el desplazamiento forzado interno y en la economía. En cuanto a los efectos en la salud mental, se muestra que, si bien los pensamientos más inmediatos de las personas son coraje o deseo de venganza, esto no se transforma en una acción directa, pues los participantes son conscientes de que las pandillas o los grupos delictivos que causaron su trauma son intocables.

Un mecanismo para lidiar con esta impotencia lo otorga el programa Sanando Heridas, a través de la intervencionista, quien hace énfasis en el perdón, el manejo de sentimientos y reconstrucción de objetivos para romper con el ciclo de violencia. El rol de la intervencionista es clave en el manejo del trauma si los participantes perciben empatía, interés en su bienestar y, especialmente, disposición para la atención. Otro mecanismo de los participantes que ha sido efectivo para lidiar con el hecho violento es la religión, que funciona como una fuente de consuelo, significado y propósito. Esta es útil para integrar el trauma aparentemente incomprensible en un orden sagrado.

Dado el contexto de violencia vivido en El Salvador, para muchas víctimas su única alternativa es desplazarse a otras partes del país que se consideren menos violentas, pues es imposible continuar su vida en el lugar de origen. En otros casos, no es suficiente moverse en el interior del país, sino que es necesario migrar al exterior. Las personas desplazadas se encuentran en un ciclo de revictimización, en el que, añadido a los hechos violentos que motivaron su huida, se enfrentan a una serie de dificultades que son victimizantes por sí mismas.

Cambiar de residencia conlleva una serie de efectos negativos para las personas: es complicado encontrar una fuente de empleo formal, carecen de vivienda digna, así como de seguridad personal. De igual manera, las víctimas suelen sufrir deterioro en su salud física y psicológica. Sin embargo, no todos los afectados por la violencia tienen condiciones para desplazarse, ni dentro ni fuera del país, una importante proporción no puede movilizarse y se mantiene en su lugar de residencia forzosamente, ya sea porque no reciben apoyo, no tienen los recursos para desplazarse o no encuentran lugares seguros donde refugiarse.

De acuerdo con los participantes de la muestra, lo más valorado del programa Sanando Heridas es que se presenta como un espacio seguro para hablar, pues normalmente tienden a reservarse sus sentimientos y pensamientos incluso con sus familias, como mecanismo de protección. Además, el programa les ha permitido una mejor comprensión del hecho violento, control de emociones y continuidad de su proyecto de vida. Sin embargo, aún existen áreas por cubrir como el apoyo para todo el núcleo familiar, ayuda para personas desplazadas e incluso, ampliar el alcance de las contribuciones económicas que minimicen la vulnerabilidad que el hecho violento propició.

Dado el costo que implica para el país la baja atención al trauma (Contreras, 2018), pues las personas pierden productividad y bienestar, son necesarias intervenciones que engloben no sólo la restauración física, sino también la psicológica ante el trauma. Es necesario que tanto organizaciones de la sociedad civil como el Estado trabajen en conjunto para construir una política para afrontar de forma integral el fenómeno de la violencia y superar la seguridad ciudadana.

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