Artículos
Trayectorias Dependientes del Modelo de Desarrollo Japonés: Crisis, Crecimiento y Estancamiento
Path Dependence on the Japanese Development Model: Crisis, Growth and Stagnation
Ciencias Sociales Revista Multidisciplinaria
Arkho Ediciones, Argentina
ISSN-e: 2683-6777
Periodicidad: Semestral
vol. 2, núm. 1, 2020
Resumen: El artículo explora los procesos de transformación económica de Japón desde el siglo XII a la actualidad. El método de análisis politológico procede del enfoque de las trayectorias dependientes (path dependence), perteneciente al institucionalismo histórico, y como enfoque teórico explicativo, se utilizan los modelos de capitalismo propuestos por Litan y Schramm. Los principales hallazgos del análisis institucional reflejaron que los siglos XII al XV formaron los aspectos contingentes de la inestabilidad política y social, hasta llegar a la formación del equilibrio múltiple en el periodo Edo (1568-1868), y más tarde, con la Restauración Meiji (1868-1912), se produjo la primera trayectoria reformista y una etapa de inercia en el desarrollo económico del país. Con respecto al análisis político, se hallaron las coyunturas críticas y los factores que permitieron el despegue económico de Japón, así como la construcción de la segunda trayectoria reformista derivada principalmente de las dos Guerras Mundiales hasta el denominado “milagro económico japonés” (1946-1972). A partir de ello, la retroalimentación positiva del enfoque de path dependence, se empleó a modo de balance general del estudio de caso, para explicar los aspectos que han formado la fase de recorte (retrenchment) en el proceso de expansión del Estado desarrollador japonés, a partir de 1973 a la actualidad.
Palabras clave: Trayectorias Dependientes, Japón, Estado Desarrollador, Modelos de Capitalismo.
Abstract: The article explores Japan's economic transformation processes from the 12th century to the present. The method of political analysis comes from the approach of dependent trajectories (path dependence), belonging to historical institutionalism, and as an explanatory theoretical approach, capitalism models proposed by Litan and Schramm are used. The main findings of the institutional analysis reflected that the twelfth to the fifteenth centuries formed the contingent aspects of political and social instability, until they reached the formation of multiple equilibrium in the Edo period (1568-1868), and later, with the Meiji Restoration (1868-1912), there was the first reformist trajectory and a stage of inertia in the economic development of the country. With respect to the political analysis, the critical junctures and the factors that allowed Japan's economic takeoff were found, as well as the construction of the second reformist trajectory derived mainly from the two World Wars until the so-called “Japanese economic miracle” (1946-1972). From this, the positive feedback of the path dependence approach, was used as a general balance of the case study, to explain the aspects that have formed the phase of retrenchment in the process of expansion of the Japanese developer State, from 1973 to the present.
Keywords: Path Dependence, Japan, Developer State, Capitalism Models.
Introducción
Escribir una reinterpretación de la historia japonesa en la actualidad, resulta una labor compleja debido a la existencia de un sinnúmero de investigaciones que abarcan desde la historia de unificación japonesa (Ferejohn y McCall, 2010); la llegada de los primeros extranjeros a la isla (Kshetry, 2008); los inicios del acercamiento con las armas de fuego (Lee, 2012); la tradición samurái (Turnbull, 2013); el nacionalismo (Wilson, 2013); la cultura (Stalker, 2018), la religión (Josephson, 2012), entre otras.
Sin embargo, especial interés para la academia ha sido la restauración Meiji, por los cambios acelerados que detonaron el desarrollo económico de Japón, y la transición hacia una rápida occidentalización. Esto permitió que los investigadores primaran sus análisis en las fases del desarrollo económico en los siglos XIX y XX (Ohno, 2017), otros, en los efectos de las crisis económicas, desde la Gran Depresión y las posguerras (Woronoff, 1996), y una tercera vertiente, sobre la recuperación económica del país (Allen y Allen, 2000).
Este capítulo, con el fin de aportar nuevas evidencias de los factores que permitieron que Japón se convirtiera en una potencia económica internacional hasta nuestros días, se empleará como metodología el enfoque de las trayectorias dependientes (path dependence), perteneciente a la corriente del institucionalismo histórico, y como elemento teórico explicativo del comportamiento del objeto de estudio, se analizarán los modelos de desarrollo capitalista.
La pregunta que centra este debate consiste en indagar, ¿qué aspectos contingentes propiciaron el desarrollo del capitalismo japonés?, y como objetivo general, se explicarán las fases de desarrollo del Estado japonés, específicamente identificando las variables que potenciaron el crecimiento económico y que lograron afianzar el capitalismo en una sociedad que históricamente se había mostrado resistente a la apertura ideológica, o importadora de modelos occidentales.
Para el logro de estos fines, el capítulo se divide en seis apartados. El primero de ellos, consiste en el encuadre teórico y metodológico del análisis. El segundo, explica el periodo de rebelión e inestabilidad política de los siglos XII al XV en la historia de Japón. El tercero, explora los procesos constructores de la estabilidad política en el periodo Edo. El cuarto, analiza los orígenes de la trayectoria reformista con la dinastía Meiji de 1868 a 1912 y los aspectos contingentes que permitieron el desarrollo económico del país. El quinto, estudia las coyunturas críticas de la Primera y Segunda Guerra Mundial y sus repercusiones en el desarrollo económico e industrial, que derivaron en el denominado “milagro económico japonés”. En el sexto, se exponen las fases que comprendieron el crecimiento económico, sus principales características y los factores que las originarios. En el séptimo, a modo de conclusión, se realiza un balance general del estudio de caso y su relación con la situación económica de Japón en la actualidad.
Teoría y método: Los modelos de capitalismo y las trayectorias dependientes
Una de las posibles respuestas al rápido crecimiento económico que logró la nación japonesa, puede encontrarse en la peculiaridad del capitalismo implementado a partir de la Restauración Meiji. Sin embargo, previo al abordaje del estudio de caso, es necesario aclarar que, a pesar de existir una visión generalizada sobre un monolitismo funcional y conceptual en torno al capitalismo, que de acuerdo a sus detractores se caracteriza por el desarrollo de la propiedad privada, el egoísmo, y un libre mercado arrasador de aquello que no resulte competitivo (véase: Monedero, 2011), la realidad es mucho más compleja.[2] Puesto que, en la historia de los países, no existe un solo modelo de capitalismo.
Por el contrario, existen variedades que han sido producto de estrategias complejas, disputas y negociaciones entre las élites para la construcción de instituciones detonadoras del crecimiento económico y el combate a la pobreza. En la actualidad, gracias a las investigaciones revisionistas, se pueden tener tipologías que permiten comprender las singularidades de los modelos capitalistas. Una de ellas, por su importancia en la clasificación que realiza a partir de las evidencias empíricas recabadas y los estudios de caso comparados, es aquella titulada Good capitalism, bad capitalism, and the economics of growth and prosperity (2008). Por tales razones, se empleará como elemento teórico explicativo del Estado desarrollador japonés.
Esto es, porque a pesar de existir una amplia bibliografía sobre el capitalismo, no es menester de esta disertación recopilar la discusión académica en torno a éste, sino emplear aquellas vertientes teóricas que puedan volverse operativas en el estudio de caso, distinguiéndose así de las investigaciones relacionadas con el tema de análisis que aquí se propone. En este sentido, lo relevante de la obra anteriormente citada, es la propuesta de clasificación de cuatro modelos de capitalismo: el “capitalismo empresarial”, el “capitalismo de las grandes firmas”, el “capitalismo guiado por el Estado”, y, “el capitalismo oligárquico”. De acuerdo a los resultados obtenidos en la investigación, los autores concluyen que existen formas más apropiadas de promover, con respecto al capitalismo, que otras. Veamos por qué.
El capitalismo empresarial fue característico de la economía estadounidense de la década de 1990. En la cual, surgieron élites empresariales con ideas innovadoras y radicales que sustituyeron las tácticas de las grandes empresas forjadoras de la economía del siglo XIX y XX. El empresario se comprende no como el “acaparador económico” de la clásica literatura marxista, sino como “aquella entidad nueva o existente, que proporciona un nuevo producto o servicio o que desarrolla y utiliza nuevos métodos para producir o entregar bienes y servicios existentes a menor costo.” (p. 3). Esto es, un actor innovador, capaz de desarrollar estrategias de producción que generen satisfacción al cliente a través de un producto o servicio de calidad.
Además de estas características, el capitalismo empresarial debe estar acompañado de la desregulación. Esto es, de la facilidad de formar un negocio sin trámites burocráticos costosos y largos, emblemáticos de las economías proteccionistas; la recompensa por parte de las instituciones, de la actividad empresarial socialmente útil, donde la ley garantice y salvaguarde los derechos de propiedad, los contratos establecidos y sancione la usura; el desaliento de actividades criminales o el soborno político para promover determinadas actividades económicas; y, el aseguramiento de que el gobierno incentive la innovación y el crecimiento empresarial (pp. 7-8).
Por su parte, el modelo de capitalismo de las grandes firmas o empresas es característico de Japón y de Europa en el periodo de la posguerra. Específicamente, consiste en la existencia de empresas grandes que son las forjadoras del crecimiento de un país, auspiciadas y protegidas por el Estado, solo para el cumplimiento de determinados fines. Éstas, se convierten en los “titanes” económicos que lideran el mercado interno y las exportaciones. Sin embargo, lo que un principio podría parecerse al capitalismo empresarial, difiere en que, a largo plazo, las empresas siguen una inercia o etapa de preservación del “status quo”, en la que se disminuye la innovación y los riesgos de enfrentarse a nuevos mercados. A la par, existen pequeñas empresas que ofertan escasos productos o servicios, y tienen un mínimo personal a su cargo que, en épocas de crisis económicas, sirven como anclas que permiten el desarrollo local, lo que en distintas obras se le ha denominado como “economía dual” (Suárez, 2019).
Los dos modelos anteriores, por las características y efectos positivos que produce, son las más apropiadas para que los países prosperen. En el plano opuesto, los siguientes dos modelos son menos viables. El primero de ellos es el capitalismo guiado por el Estado. Se caracteriza en que el gobierno trata de controlar el mercado, auspiciando empresas que considera “ganadoras”. Una de las explicaciones de este intervencionismo, obedece a que el Estado en parte, desea obtener ganancias o beneficios diversos a partir del control de las empresas, fomentándolo mediante el financiamiento de los bancos, los subsidios directos, incentivos fiscales, protección al mercado, entre otros (p. 63). Este modelo, aunque pareciera ser similar a una oligarquía, varía en diversos aspectos que a continuación se analizarán.
El segundo modelo, se denomina capitalismo oligárquico. Esto significa que una élite dominante utiliza al Estado para verse favorecida, expandirse y obtener financiamiento. A pesar de que en un momento puede generar un rápido crecimiento comercial e incluso generar empleos constantes, este sistema no es rentable a largo plazo, puesto que unas cuantas empresas no pueden detonar el crecimiento económico de todo un país (p. 60). El capitalismo oligárquico desincentiva la competencia y fomenta la corrupción, ya que el Estado se ve sometido a los intereses de una élite, y como efecto, se generan monopolios en donde los productos, bienes o servicios con el paso del tiempo, pierden calidad.
Visto lo anterior, ¿cómo podría analizarse el desarrollo del capitalismo de las grandes empresas en Japón? El método que permitirá datar el comportamiento del objeto de estudio deberá poseer la característica de analizar periodos de longue durée. La ciencia política se vale del institucionalismo histórico que, como corriente metodológica, propone dar respuesta a grandes interrogantes que no sería posible explicarlas sin el análisis de las trayectorias que toman los actores o las instituciones al producirse un cambio planeado o inesperado.
Las trayectorias dependientes, en el marco del nuevo institucionalismo histórico, surge como un modelo explicativo sobre las secuencias o caminos que resultan de un proceso evolutivo de las decisiones tomadas y ejecutadas por los actores (Sánchez, 2004, p. 97). La aplicación de este enfoque ayuda a comprender las distintas fases del desarrollo institucional o en su caso, de los periodos de recorte (retrenchment) de los Estados (Del Pino y Colino, 2006). Es una herramienta explicativa que “tiene una concepción del desarrollo político centrada en la existencia de “coyunturas críticas” y “trayectorias de desarrollo.” (Sánchez, 2004, p. 99). Dichas coyunturas resultan del proceso de la toma de decisiones ejecutadas por el Estado, motivado por diversos elementos que, por su complejidad, en este estudio resultaría difícil su abordaje y explicación.
Sin embargo, lo que resulta pertinente y “es algo fundamental, por un lado, el análisis de los momentos cruciales de formación de las instituciones pues éstos envían a los países a través de diferentes trayectorias de desarrollo, y, por otro, que las instituciones evolucionan adaptándose a las condiciones ambientales pero siempre sujetas o condicionadas por las trayectorias seguidas anteriormente” (Sánchez, 2004, p. 99). Para efectuar el proceso de análisis institucional, aplicando dicha teoría, se requiere tomar en consideración los tres elementos siguientes, resumidos en la tabla 1:
Esta metodología se aplicará en tres sentidos. Primero, mediante el análisis institucional, se datará durante los siglos XII al XV, los aspectos contingentes que propiciaron grandes etapas de inestabilidad política y social, hasta llegar a la formación del equilibrio múltiple en el periodo Edo,[3] donde se logra la estabilidad político-económica, y más tarde, con la Restauración Meiji, se efectuará el estudio de los elementos que produjeron una etapa de inercia en el desarrollo del país.
Segundo, con respecto al análisis político, aunque será evidente la búsqueda de trayectorias institucionales en todo el análisis histórico, específicamente, se trata de hallar las coyunturas críticas y los factores que permitieron el crecimiento económico de Japón durante la Restauración Meiji, y que construyeron una trayectoria reformista que incidió en los efectos económicos derivados de las dos Guerras Mundiales, hasta arribar al “milagro económico japonés”.
Tercero, la retroalimentación positiva se aplicará en el último apartado, a modo de balance general del estudio de caso, en donde se indagarán los aspectos elementales que permiten que Japón, a pesar de las complicaciones económicas experimentadas desde el 2008 con la crisis económica mundial, continúe siendo de los países más prósperos, aun con el estancamiento económico que ha tenido en las últimas décadas.
Inestabilidad y rebelión
Analizar el desarrollo económico japonés, requiere del estudio de los procesos constructores de la estabilidad política. Pues, a pesar de ser un gobierno caracterizado por la obediencia y el respeto a la figura imperial en la mayor parte de su historia, existieron etapas, principalmente entre los siglos XII al XV, de conflictos civiles e insubordinación de las élites políticas. El primero de gran trascendencia fue la disputa entre los clanes Fujiwara, Minamoto y Taira, denominado en la historia de Japón como Jishō-Juei (Guerras Genpei) que culminaron en 1185 con el triunfo definitivo del clan Minamoto sobre el Taira, cuando Minamoto Yoritomo se convierte en shōgun (primer comandante del ejército), en Kamakura, hasta 1333 (Pérez, 2013). Estableciéndose así, un gobierno militar y un sistema feudal que gradualmente debilitó la figura del emperador.
El segundo, se presentó en el periodo intermedio de 1203 hasta 1221, cuando el clan Hōjō controló la regencia de la ciudad e intentó desplazar al clan Minamoto, hecho que eventualmente derivaría en la Guerra Jōkyū (Mass, 1979, p. xiv). Los disputantes principales eran los regentes Hōjō y el emperador enclaustrado (daijō hōō) [4] Go-Toba Tennō. La guerra tenía por fin la restauración de la figura imperial y eliminar al shogunato. El resultado fue la continuación del gobierno militar y el exilio del emperador a las islas Oki (Saito, 2010). En cuanto a los aristócratas que apoyaron la insubordinación, se les confiscaron sus bienes, y sus vasallos, fueron puestos a disposición para el desempeño de actividades en el jitō,[5] como recaudadores de impuestos o realizando encomiendas de tipo militar.
Los intentos de restauración de la figura imperial no culminaron con ello. Cada vez se hicieron más frecuentes las rebeliones que debilitaron al shogunato. La más representativa fue en 1333 cuando el emperador Go-Daigo emprendió una campaña de sublevación, en cuya respuesta, el clan Hōjō envío al guerrero Ashikaga Takauji para reprimirla. Los resultados no fueron los esperados ya que, Takauji se alió con el emperador. La disputa culminó con la rendición del clan Hōjō, el final del shogunato de Kamakura, y el débil restablecimiento del emperador Go-Daigo (Pérez, 2013).
Ashikaga Takauji disolvería esta alianza política, debido a que fue acusado del asesinato del príncipe Morinaga, hijo del emperador. El poderío militar de Takauji era superior, obligando a Go-Daigo, huir a Kioto para instaurar su regencia en Yoshino. Tal fue la magnitud de la fractura política que, Ashikaga Takauji designó a un sucesor rival de la familia real para fungir como emperador. Cada uno se ostentó como legítimo y constantemente se enfrentaban por el reconocimiento de sus gobiernos. A este periodo se le denominó como las Dos Cortes (Lu, 2015). Evidentemente, ello benefició a Ashikaga Takauji, puesto que en 1338 se autonombró con el título de shōgun.
A pesar del control que ejercía el clan Ashikaga, la estabilidad política no fue duradera. Las rebeliones se intensificaron para derrocar al shogunato. Una de gran importancia por sus consecuencias político-sociales, tuvo lugar en los años de 1467 a 1478 entre el gobernador del shogunato de Tajima, Bingo, Aki, e Iga, Yamana Sōzen; el Kanrei (diputado del shōgun) y yerno de Yamana, Hosokawa Katsumoto; y los daimyōs más importantes, conocida como Guerra de Ōnin. La disputa, de acuerdo a los especialistas, produjo aproximadamente un siglo de inestabilidad al cual se le denominó como Sengoku Jidai (Estados en guerra) (Pérez, 2013), que perduró hasta 1568 con el inicio del periodo Azuchi-Momoyama.
Dicho periodo, que abarcó de 1574 a 1600, propició las bases de la unificación política, gracias a la centralización del poder bajo el régimen del daimyō Oda Nobunaga, y posteriormente, con Toyotomi Hideyoshi. Logrando afianzarse con Tokugawa Ieyasu, en el periodo Edo, hasta 1868 (Sadler, 2009).
El equilibrio múltiple: la construcción de la estabilidad política en el periodo Edo
Oda Nobunaga fue uno de los líderes con la visión de unificar a Japón. Para ello, tuvo que recurrir a la consolidación de su poderío militar y desmembrar a los clanes que se disputaban el shogunato. Además de los grupos budistas que ejercían una férrea influencia en las provincias y que propiciaron la emergencia de liderazgos de resistencia y beligerancia. Una vez que tomó la ciudad de Kioto en 1568, venció a sus oponentes con el uso de estrategias que en la actualidad se considerarían de la guerra moderna. No obstante, en 1582 fue asesinado por el general Akechi Mitsuhide (Valenzuela, 2012).
Toyotomi Hideyoshi impidió la propagación del poderío militar de Akechi y derrotó al resto de los rivales de Nobunaga. Primero, haciéndose con el control de las provincias del norte (Shikoku en 1583 y Kyushu en 1587), y segundo, derrotando definitivamente al clan Hōjō en 1590. Acontecimiento que logró la unificación de Japón (Berry, 1989). Sin embargo, al analizar a fondo los sucesos contingentes que permitieron la estabilidad política, los historiadores coinciden que pueden considerarse cuatro de gran envergadura.
El primero de ellos fue el decreto Katana kari de 1588, que posibilitó la confiscación de armas a los civiles, principalmente a agricultores, monjes y comerciantes. El segundo, el sometimiento de los samuráis al desempeño de actividades agrícolas. El tercero, el control de los recursos del Estado, mediante la encuesta de posesión de tierras en 1583 (kenchi) y el censo de población en 1590; y, cuarto, la expulsión de las órdenes religiosas que intentaban convertir al cristianismo a Japón (Kshetry, 2008), permitieron la estabilidad política al interior.
No obstante, existen otros aspectos contingentes para tal cometido, que desde la óptica de la ciencia política es importante develar, como la política shiro wari, que incidió en la reducción del poder de las provincias al destruir los castillos más importantes de los nobles. Así como la implementación de una división de clases inspirada en el confucianismo chino, a la que se denominó shi-nō-kō-shō (cuatro categorías del pueblo),[6] permitió que la población se asentara en diferentes territorios para mantener una organización feudal eficiente, y autorizó el libre tránsito para promover el mercado local (Asakawa, 1912). En suma, gracias a los alcances de la unificación, el crecimiento económico y la estabilidad, permitieron que el final de la trayectoria política de Toyotomi Hideyoshi fuera pacífica. Sin embargo, dentro de sus avatares se encuentra el no haber logrado la conquista de Corea en dos ocasiones, en 1592 y 1597.
Al finalizar el gobierno de Hideyoshi, Tokugawa Ieyasu toma el poder después de una serie de disputas. La más representativa fue la batalla de Sekigahara en 1600, entre los vasallos de Hideyoshi, dirigidos por el daimyō Ishida Mitsunari. Una vez que resultó victorioso, logró asentar el shogunato que duraría hasta el año de 1868. Las características de este periodo se pueden resumir en tres aspectos. El primero es que el gobierno era de tipo centralizado. El poder se concentraba en el Bakufu y se distribuía hacia las provincias o gobiernos locales (Hans) (Mass, 1993). Esto permitió que se mantuvieran controladas las sublevaciones y que, a cambio de la lealtad hacia el shogunato, se repartieran tierras para cultivo y se brindara protección a los daimyōs. Cabe mencionar que la obediencia no se obtuvo únicamente por el sistema clientelar-feudal, sino por el castigo público de las disidencias y las conspiraciones, con el exterminio de las familias o con rituales de suicidios (seppuku) (Deal, 2007, p. 148).
En segundo, la política económica del Bakufu no fue homogénea. Cada han podía establecer sus propios criterios impositivos o regulaciones al comercio, siempre y cuando no estuvieran prohibidos o sancionados por el Bakufu (Mass, 1993). Esto, en el largo plazo, permitió a pesar de la centralización, un crecimiento económico más rápido de los gobiernos locales y el fortalecimiento del mercado interno.
Tercero, la adquisición de obligaciones de los hans con el Bakufu, permitió el desarrollo de infraestructura en las áreas remotas de Japón. Entre las responsabilidades se encontraban el vivir un año en Edo y al siguiente en el han de origen, repitiéndose esta actividad a perpetuidad (Mass, 1993). Lo cual produjo, además de elevados gastos en el traslado del personal que laboraba en los castillos y en los daimyōs, un compromiso social con el desarrollo de la capital y de la provincia. Activando de manera conjunta la economía y la creación de servicios para una población altamente rotativa.
Para el logro de tales cometidos, el Bakufu ordenó a cada han, la construcción de obras para el mejoramiento de la vida. Entre ellas estaban la edificación de castillos, la construcción de canales de riego para el cultivo, obras de drenaje, caminos, carreteras, escuelas, entre otras que se complementaron con la capacidad de extracción fiscal a las provincias (Mass, 1993). Aspectos que paralelamente permitieron la pérdida de capacidad de sublevación al disminuir el poderío económico y militar a los hans.
En este periodo se pueden encontrar otros sucesos contingentes que permitieron sentar las bases del desarrollo japonés, tales como el cultivo de arroz de forma masiva y el cobro de impuestos a dicho cereal. La agricultura sin duda fue el punto de partida que desplazó a la población a las zonas que anteriormente se consideraban inhabitables y se volvieran económicamente prósperas, que a la par de la infraestructura desarrollada, permitió el crecimiento económico de Japón y el incremento de la demanda de mano de obra (Freiner, 2018).
La sobreexplotación de las tierras ocasionó erosiones y escasez de mano de obra. Pero para el siglo XVIII, los japoneses habían adquirido experiencia en el cultivo, conocimiento que socializaron a otros agricultores para el aprovechamiento apropiado de la tierra. Desarrollaron nuevas variedades de arroz, fertilizantes y herramientas de cultivo. El transporte a caballo fue desplazado por el marítimo y la infraestructura permitió que el comercio se expandiera en gran parte del territorio. Aunque la prosperidad económica no era para todas las clases sociales, la población mayoritariamente podía subsistir del autoconsumo (Von Verschuer y Cobcroft, 2016).
Todos estos avances, combinados con el patrón oro y plata, impactaron en el desarrollo preindustrial de Japón. Paralelamente, algunos hans desarrollaron productos que incentivaron el comercio y el fortalecimiento del mercado interior (como el té, la seda, algodón, sake, papel, etc.), propiciando que, tres de ellos, tejieran redes comerciales con otras naciones, entre los más relevantes destacan el han Tokushima, con la producción de índigo; el han Takamatsu, con la manufactura de azúcar; y el han Satsuma, con la importación de tecnología militar de Occidente (Ohno, 2017, pp. 30-33).
Sin embargo, el avance tecnológico no es posible comprenderse sin el desarrollo educativo de la población. De acuerdo a los especialistas, cuatro escuelas difundieron valores de emprendimiento y cooperación, que más tarde posibilitarían la industrialización (véase: Kokunai y Kyōiku, 1973). La primera categoría la integran las escuelas Bakufu, difusoras del confucianismo, la obediencia al poder y el mantenimiento de la sociedad de clases. Entre los contenidos relevantes que enseñaban a los estudiantes era disertar cómo adaptar los conocimientos de la antigua literatura china a la cultura japonesa, además del aprendizaje del holandés, y la capacitación tecnológica en materias como medicina, milicia, navegación, comercio, entre otras (Maruyama, 2014, p. 357, Dore, 2010).
La segunda de ellas, eran las escuelas han, que reproducían el currículo ofertado por las escuelas Bakufu. La diferencia es que éstas comenzaron a aceptar a estudiantes que no fueran de la casta samurái (Jansen y Rozman, 2014, pp. 198-199). La tercera, son las escuelas profesionales privadas. En ellas se educaron tanto samuráis como no samuráis. La relevancia de esta tipología es que, el currículo ofertado era el mismo que las dos anteriores. Primaban la enseñanza de literatura japonesa antigua, el idioma inglés, ciencia, y el análisis de la importancia de Japón en el mundo (Anderson, 1975). Lo cual, produjo más tarde, un movimiento nacionalista y la emergencia de los principales precursores de la reforma Meiji. La cuarta y una de las más importantes, fueron las escuelas Terakoya (primarias privadas), que contribuyeron a la alfabetización masiva de la población. Tenían un currículo basado en la lectura, el aprendizaje de la escritura, el mejoramiento de la caligrafía y el cálculo matemático (Courcier y Nasu, 2013, pp. 161-174).
A pesar de este apogeo, el periodo Edo no pudo transitar a la apertura pacífica con Occidente. La llegada de estadounidenses y europeos en la década de 1850, incrementó las tensiones internas que, conjugados con la decadencia económica, la pérdida de lealtad tanto al Bakufu como a la figura imperial, y la resistencia samurái ante lo que consideraron como una violación a la soberanía nacional, permitieron el ascenso del gobierno Meiji.
Primera trayectoria reformista: La Restauración Meiji
Previo al abordaje de los logros de la Restauración Meiji, es necesario analizar no solo los aspectos contingentes que permitieron el ascenso del emperador Mutsuhito, sino, además, las coyunturas críticas que detonaron la industrialización y construyeron una nueva trayectoria o path reformista que produjo el crecimiento acelerado de Japón, en una época de difícil supervivencia en el llamado “concierto de las naciones”.
La trayectoria reformista del periodo de Restauración Meiji,[7] inicia con la toma del último shōgun, Tokugawa Yoshinobu. Esta coyuntura crítica fue resultado de la capacitación militar que recibían los guardianes públicos del Bakufu, auspiciadas por Francia durante el Segundo Imperio; y por la apertura de Japón hacia el extranjero, iniciada una década atrás, que desde la óptica de los clanes familiares y de los samuráis, constituía una eminente violación a la soberanía nacional (Shiba, 2004). Estos aspectos contingentes derivarían en un prolongado proceso de insubordinación civil y más tarde, en la Guerra Boshin (Boshin Sensō), entre los años de 1868 y 1869, durante la Restauración Meiji (Esposito, 2020).
Posterior al gobierno de Tokugawa Yoshinobu, Kōmei-tennō, gobernó entre los años 1846-1867. Enfrentó dificultades a consecuencia de la apertura que en este periodo se tuvo a los tratados internacionales entre Japón y las grandes potencias (Shiba, 2004). A pesar de morir en 1867, su segundo hijo, Meiji Tennō, popularmente conocido como Mutsuhito, fue designado en la línea sucesoria del emperador en 1860. Adquiriendo posteriormente el nombre “Meiji”, en la ceremonia de coronación de 1868 (Inazo, 2013, pp. 74-76).
Lo relevante de esta etapa puede resumirse en seis logros estratégicos. Primero, la culminación del régimen feudal y los privilegios asociados a la tenencia de la tierra, que gradualmente permitieron la adquisición de propiedad privada (Jansen, 2014, p. 406). El resultado, de acuerdo a las estimaciones, produjo que el ochenta por ciento de la clase campesina se convirtiera en propietaria; el cincuenta por ciento de ella, además, adquirió parcelas para el autoconsumo; y aquellos que poseían una mayor proporción de tierras de las que podían aprovechar, se les exhortó a rentarlas para quienes no tenían liquidez suficiente para comprarlas. A otros, como los señores feudales de la casta guerrera, se les asignaron pensiones y bonos. Sin embargo, los más perjudicados en este nuevo sistema fue la clase samurái, quienes obtuvieron pensiones menores que las recibidas en el shogunato Tokugawa (King, 2018).
Segundo, el diseño de una constitución denominada “Carta de Juramento” o “El juramento Imperial de Cinco Artículos” (Gokajō No Goseimon),[8] de abril de 1968, eliminó definitivamente el feudalismo y promovió cambios sustanciales en el sistema político japonés, aparejados de la institucionalización del parlamentarismo que supuso pesos y contrapesos a las élites gobernantes (Washburn, 2007, p. 79). Con ella, también se posibilitó que la familia imperial tomara protagonismo en las decisiones fundamentales de la nación, papel que durante siglos le había sido relegado por el shogunato (Breen, 1996). Sin embargo, cabe mencionar, que el sistema parlamentario no fue posible instaurarse hasta 1890.
Tercero, la protección de la soberanía nacional mediante la constitución de un ejército adiestrado y equipado, que sustituyó a los antiguos samuráis (Wallace, 2013). Con ello, emergió una nueva “clase guerrera” construida por el Estado moderno que, fomentó la lealtad y el nacionalismo acorde a la clase gobernante, ya que todos los hombres, especialmente los antiguos samuráis, estaban obligados a prestar servicio militar. Este militarismo permitió que Japón se presentara al mundo como una nación fuerte con capacidad de defensa ante las posibilidades de invasión.
Cuarto, la construcción de un sistema educativo que democratizó la educación al ser decretada de tipo universal. Posibilitando la pronta alfabetización de la sociedad, anteriormente condicionada a los privilegios de clase (Duke, 2009). Quinto, el desarrollo de un sistema de comunicaciones y transportes que detonó la rápida industrialización del país, además del desarrollo del Estado y la difusión de los valores de las élites gobernantes (Mann, 2006); y sexto, la política de fomento a las industrias.
De acuerdo a Takajusa (1990), esto último fue uno de los logros más relevantes del periodo Meiji. El cual, se basó en cuatro estrategias:
1) al principio del periodo, préstamos de dinero y fomento de los bancos nacionales; 2) formación de la red de ferrocarriles, correos y telégrafos como empresas directas del gobierno; 3) establecimiento de fábricas y minas estatales y la venta de estas propiedades del estado al sector privado; 4) préstamos de capital e instalaciones a las compañías privadas y venta de éstas. (p. 95)
Lo relevante es que a la par del desarrollo industrial, las industrias domésticas también crecieron. Este dualismo permitió que las clases sociales, anteriormente desprovistas de tierras, ahora podían ser pequeñas productoras. De hecho, los campesinos acomodados y la casta samurái se convirtieron en dueños de las principales empresas de Japón, a las cuales se les conocieron como zaibatsu (p. 115).
Entre otros aspectos, la socialización de las élites en universidades occidentales y la institucionalización de la burocracia, produjeron un cambio en el paradigma de desarrollo económico japonés, que permitió mejorar las condiciones de vida de las zonas agrícolas y potenciar la industrialización nacional. La idea era occidentalizarse por voluntad propia, mediante sus valores y estrategias, antes de que otra nación lo hiciera coercitivamente con invasiones, anexiones o guerras. Desde la visión de las élites japonesas, esto desincentivaría el interés internacional en disputarse el territorio de la isla.
Las coyunturas críticas: guerras, posguerras y crisis económicas
Para entender el denominado “milagro económico japonés”, es necesario explicar las consecuencias de los periodos bélicos que sucedieron durante la Restauración Meiji y posterior a ésta que, como coyunturas críticas, permitieron el despegue económico (take-off) de “El sol naciente”. La primera de gran envergadura fue la Guerra Sino-Japonesa, en la que China y Japón se disputaron el territorio de Corea entre los años de 1894 y 1895, por dos aspectos: la posición estratégica del país, y los recursos naturales que poseía (carbón y hierro) (Paine, 2005).
Los enfrentamientos duraron aproximadamente seis meses. Japón demostró su poderío militar al atacar por mar y tierra con estrategias de guerra moderna y un ejército recién consolidado. El conflicto llegó a su fin debido a la pérdida del puerto de Weihaiwei, la península de Liaodong y la isla de Taiwan, además de otros puertos de igual relevancia, y la obtención de pagos en efectivo como indemnización (Correa, 2017, p. 63). El efecto derivado fue la rendición de China, en la cual, la dinastía Qing demandó la paz a Japón en 1895.
Entre este periodo, Correa (2017, pp. 65-66) señala que las estrategias industrializadoras del Estado consistieron en tres aspectos. Primero, al existir un mercado local poco fortalecido, a causa de los conflictos que durante siglos se desarrollaron en Japón, las materias primas fueron importadas de países como la India. Segundo, una vez que se superó el abasto de recursos, los zaibatsu fueron los encargados de la producción al interior del país. Tercero, cuando el mercado logra consolidarse, se inicia el periodo expansivo de las exportaciones, aunque “a inicios de la primera guerra mundial Japón tuviera un Estado grande, quizás con un gasto excesivo, un déficit de balanza de pagos importante y una deuda pública alta en proporción al PIB.” (p. 66).
Sin importar estas condiciones económicas poco alentadoras, las inercias internacionales llevaron a Japón a participar como aliado de Francia, Reino Unido y Rusia, durante la Primera Guerra Mundial. Esta segunda coyuntura crítica, tuvo dos consecuencias importantes para el desarrollo económico de Japón. En primer lugar, las importaciones se redujeron debido a la entrada de los países europeos a la guerra, los cuales, emplearon sus reservas para el financiamiento bélico. Japón se vio perjudicado puesto que el comercio exterior se aminoró, pero dentro de las ventajas, fue posible que, al comenzar la escasez de productos, más tarde logró exportar materias primas al “Bloque de los Aliados” (River, 2019, Correa, 2017).
En segundo, la agricultura fue desplazada como actividad preponderante y gran parte de la población se dedicó a la producción nacional industrial, “De esta manera, Japón paso de tener déficit en balanza de pagos durante la era Meiji a tener un superávit en dicha balanza lo cual llevo a que el PIB creciera a tasas del 10% anual, aunque igualmente el nivel de precios se duplicó.” (Correa, 2017, p. 66).
La tercera coyuntura crítica fue el periodo de la Gran Depresión en la historia japonesa, que comprendió los años de 1930 a 1932. A causa de los efectos internacionales del colapso de Wall Street, conocido como “el jueves negro” (Black Thursday), y por las decisiones tomadas por el partido gobernante Minsei que, a través del Ministro de Hacienda, Inoue Junnosuke, consistieron en la implementación de una política deflacionaria, la eliminación de bancos y empresas que se consideraban incapaces de competir nacional e internacionalmente, el regreso al patrón oro, la disminución del consumo, el gasto público y las importaciones, además de una campaña intensiva para promover el ahorro familiar, entre otras (Takajusa, 1990, p. 146). Todo ello condujo a la dimisión del Ministro de Hacienda a causa de la agudización de la crisis económica.
Koreyiko Takahashi, al remplazar a Junnosuke, “retira el talón oro, devalúa la moneda, reduce la tasa de interés y aumenta el gasto público hasta llegar a un déficit fiscal equivalente a 30% del gasto. Su política es considerada una de las más exitosas y brillantes políticas “expansionistas” mundiales, e inclusive se dice que concibió el multiplicador de la inversión. Por ello se le ha llamado el “Keynes japonés”.” (Suárez, 2019, p. 128). Sin embargo, al lograr el crecimiento económico de 4.3 por ciento, Koreyiko Takahashi, decidió para detener el desequilibrio fiscal producido por el excesivo gasto público, la reducción del gasto militar. Tal fue la impopularidad de dicha medida que el ministro fue asesinado por los radicales militares quienes, tras su muerte, dieron continuidad al financiamiento del ejército (pp. 128-129).
La emergencia del poderío militar japonés produjo nuevos conflictos internacionales. El más destacado que derivó en la cuarta coyuntura crítica, fue la segunda Guerra Sino-Japonesa que abarcó de 1937 a 1945. Aunque la guerra llegó a su fin por la alianza chino-estadounidense, con la cual, Japón fue incapaz de competir militarmente, durante este periodo hubo algunos cambios en la política económica. De acuerdo a Suárez (2019, pp. 129-130), esta etapa se caracterizó por la creación del Ministerio de Municiones que remplazaría al antiguo Ministerio de Comercio Internacional e Industria. A juicio del autor, con ello, Japón se convirtió en un “Estado Mayor Económico” auspiciado por programas y estrategias diseñados por la primera Agencia de Planeación.
El problema, sin embargo, fue el excesivo interés en el sostenimiento de la guerra que lo condujo a la ruina económica, debido a que el Estado controló todo lo relacionado con el enfrentamiento militar con China. La población se desplazó ocasionando flujos migratorios de gran trascendencia para producir armamento militar, con lo cual, los bienes y servicios para el consumo civil escasearon. Además, la sequía de 1939 agudizó la crisis alimentaria e hidroeléctrica, obligando al gobierno a tomar medidas desesperadas por la austeridad, como la restricción en la compra e ingesta de arroz, y posteriormente, se adoptó el sistema de cupones de racionamiento para cualquier tipo de consumo (Takajusa, 1990, p. 162).
Como parte de las estrategias conciliatorias existieron negociaciones entre EE. UU y Japón, que no prosperaron. En consecuencia, Japón invadió Tailandia en 1941; atacó las colonias británicas de Singapur, Malaya y Hong Kong; y las bases militares estadounidenses en Isla Wake, Hawai, Guam y Filipinas. El conflicto llegó a un punto cúspide con el bombardeo a Hiroshima y Nagasaki en 1945, por EE.UU. Con ello, Japón aceptó la rendición el 14 de agosto de 1945.
Esta quinta coyuntura crítica produjo la muerte de 1, 140, 000 personas en el ejército y 410 mil enlistados en la marina; 530 mil heridos y desaparecidos; y el desplazamiento forzado de 3 millones de japoneses (Takajusa, 1990, p. 169). Entre los daños materiales “fueron de 64 mil 300 millones de yenes, y la riqueza nacional subsistente llegaba a 188 mil 900 millones. Se había destruido aproximadamente una cuarta parte y la riqueza nacional subsistente era igual al total de la que existía en 1935. De un solo golpe se destruyó la acumulación lograda durante 10 años, desde 1935.” (p. 169). A partir de este proceso, se produce una nueva trayectoria institucional (branching point), con el inicio de la Administración Militar Norteamericana (Supreme Commander for de Allied Powers), dirigida por Douglas MacArthur, que contribuyó en gran parte, al desarrollo del milagro económico japonés como a continuación se analizará (Suárez, 2019, p. 130).
Segunda trayectoria reformista: “el milagro económico japonés”
Los sucesos analizados en el segmento anterior conducen a cuestionarse, ¿qué factores contingentes permitieron el acelerado crecimiento económico de Japón, a pesar de las continuas guerras y crisis económicas? Para responder a esta interrogante, resulta imperativo esclarecer lo que en la historia se ha denominado como “el milagro económico japonés”. Se llama así a la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial y al periodo comprendido entre la Guerra Fría (1945-1991), en el cual, se registró un crecimiento exponencial y positivo de los indicadores económicos del país, gracias a las estrategias implementadas por EE. UU durante la ocupación, que tenían por fin, evitar el avance de la Unión Soviética y del comunismo en el pacífico.
El plan norteamericano consistió básicamente en la “democratización de la economía” japonesa, esto es, la desarticulación de los zaibatsus para terminar con los monopolios y debilitar militarmente a Japón, al disolver las casas matrices y poner a la venta al público las acciones. A la par, se implementó una reforma agraria de grandes alcances, que consistió en la comercialización de las propiedades no cultivadas o las de aquellos dueños que se consideraban “ausentes”. Lo anterior, estuvo aparejado de una ley sindical, una ley laboral y una ley reguladora de las relaciones laborales. El efecto de estas normativas fue el mejoramiento no solo de las condiciones de trabajo, sino que el salario repuntó, extendiendo el mercado interno y el consumo hacia las clases pobres (Takajusa, 1990, pp. 176-182).
Estos aspectos contingentes permitieron que se desarrollara el milagro económico japonés en cuatro etapas: recuperación, crecimiento rápido, crecimiento sostenido, y decrecimiento económico. La fase de recuperación abarcó los años de 1946 a 1954. En este periodo, las estrategias se centraron en potenciar la industrialización, principalmente con el impulso a la explotación de algodón, carbón y acero (Kiprop, 2019). El ministro Tanzan Ishibashi, en 1948 implementaría diversas estrategias para estabilizar la economía (9 en concreto). Entre ellas destacan: lograr el equilibrio del presupuesto, incrementar la recaudación fiscal (con persecución criminal a la evasión), orientar el crédito a los proyectos detonadores de la recuperación económica; entre otras (Suárez, 2019, p. 133).
Sin embargo, en 1948 se envía a Joseph Dodge como representante del gobierno americano, quien pondría en marcha tres planes económicos: el equilibrio financiero para conseguir superávit (denominada Ley de Finanzas de 1947); la suspensión de préstamos de la Caja de Financiamiento para la Reconstrucción (CFR), creada durante los años de 1948 y 1949; y, la reducción y eventual extinción de los subsidios (Takajusa, 1990, p. 191). Junto con ellas, se estructuró entre 1956 y 1960, el Plan Quinquenal para la Autosuficiencia Económica, para aminorar la dependencia con EE. UU. Con ello, las expectativas de crecimiento pasaron de 5% anual a 9.1%. (Suárez, 2019, p. 135). A pesar de estos avances, en 1949 los indicadores macroeconómicos vaticinaban una recesión mundial, pero el estallido de la guerra de Corea produjo que en Japón:
los índices económicos, entre 1949 y 1951 la exportación creció 2.7 veces y la producción aumentó 70%. Además, fue muy notable el crecimiento de la tasa de ganancia de las empresas debido al alza de precios, particularmente al mayoreo, y al aumento de la producción. […] lo importante para la economía japonesa de ese periodo fue el ingreso de divisas procedentes de los gastos de las fuerzas norteamericanas […] de esta manera Japón tuvo un ingreso extraordinario, en dólares, que alcanzó el 60 o 70 % del total de las exportaciones. (Takajusa, 1990, pp. 193-194)
Sumado a ello, se implementó una política de acumulación de capital con tres estrategias: la creación del Banco de Desarrollo de Japón, que sustituyó a la CFR, su función consistía en otorgar créditos a las industrias; la modificación del sistema fiscal mediante impuestos proporcionales; un sistema de asignación de divisas para equilibrar la balanza comercial; y, la introducción acelerada de técnicas productivas extranjeras. Además, con la firma del Tratado de Paz de San Francisco y el Tratado de Seguridad Nipón-Norteamericano en 1951, Japón recuperó su independencia, pero permitió que EE.UU. dirigiera la política de seguridad, alcanzando un rápido crecimiento económico al no invertir en milicia (Takajusa, 1990, pp. 196-199).
Los aspectos contingentes anteriormente analizados, hicieron que Japón transitara a la fase de crecimiento rápido, entre 1954 y 1972. En este periodo había un ambiente mundial en el que se estaba experimentando altas tasas de crecimiento económico, como efecto de la posguerra. Al interior del país, la desintegración de los zaibatsus produjo que la actividad de las empresas mejorara con la administración de profesionales, quienes tenían una visión de expansión basada en la calidad y en el equilibrio presupuestario. Existía un gran progreso tecnológico derivado de las guerras anteriores, que impactaron positivamente en la industria siderúrgica, eléctrica, la construcción de barcos, maquinaria eléctrica, manufacturas, la industria automotriz, petroquímica y de fibras sintéticas. Junto a estos avances mejoró la calidad de vida, el patrón de consumo, la ocupación de las viviendas, el uso de aparatos eléctricos, pero también, supuso nuevos retos en materia ambiental (Takajusa, 1990, pp. 201-250).
En esta sinergia de ideas, para Ohno (2006, p. 162), cinco fueron los factores que permitieron el crecimiento acelerado: racionalización, gestión macroeconómica, política industrial, reintegración global y, cambio social. Primero, la racionalización consistió en el mejoramiento de la producción mediante la inversión en nuevas tecnologías, como maquinaria, aunado a la reorganización de la administración y la producción (p. 164). Segundo, la gestión macroeconómica residió en que el presupuesto era estable y generador de superávit; el gobierno se fue redimensionando, convirtiéndose en un Estado eficiente; se prohibió la monetización de los déficits fiscales, caracterizados por la emisión de bonos del gobierno; y, la paridad cambiaria yen/dólar era estable (p. 167). Tercero, la política industrial fue guiada por la creación del Ministerio de Comercio Internacional e Industria, que aportó directrices para el establecimiento de la misión y visión en las empresas, los consejos de deliberación, el desarrollo de relaciones empresariales y redes humanas, una política de rotación de personal, y un sistema de jubilación anticipada (pp. 170-172).
Tercero, la reintegración de Japón en una economía global, supuso la liberalización del mercado y la eficiencia de las empresas al volverlas más competitivas. Aunque esta tarea no fue fácil para todo el territorio, el Estado tuvo un gran papel al primar su intervención en áreas estratégicas (pp. 175-176). De acuerdo a Suárez (2019, p. 139) esta etapa pudo propiciarse por la eliminación del proteccionismo en el comercio exterior, a consecuencia de que, entre los años de 1963 y 1964, Japón aceptó las medidas del Fondo Monetario Internacional (FMI), del General Agreement on Tariffs and Trade (GATT), y es el primer país asiático en ser admitido en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Cuarto, el cambio social se afianzó en lo que se analizó en líneas anteriores: en las modificaciones de los patrones de consumo y en el mejoramiento de la calidad de vida. Sin embargo, esto no habría sido posible sin la política para doblar el ingresonacional, implementada de 1961 a 1970 que, “significaba crecer al 7.2%. […] [No obstante] Las proyecciones ambiciosas del Plan […] fueron rebasadas por un crecimiento de 11%. El coeficiente de inversión aumentó a 37% del PIB, y el ahorro doméstico, a 34%.” (Suárez, 2019, p. 138). Esto mantuvo a Japón dentro de las cinco economías más importantes del mundo en este periodo. A pesar de ello, en 1971 el país deja de crecer. ¿Por qué? Las razones se explorarán en el apartado subsecuente.
Japón en la actualidad: fase de recorte (retrenchment) de la trayectoria desarrollista
Las otras dos fases en la historia económica de Japón, corresponden al crecimiento sostenido y el decrecimiento. En este apartado se abarcarán ambos periodos, puesto que en ellos se encuentran los aspectos contingentes que han delineado el desarrollo económico de Japón hasta la actualidad. El crecimiento sostenido comprendió de 1973 a 1992. En esta etapa hubo una crisis petrolera a causa de la cuarta guerra de Medio Oriente, en octubre de 1973. De acuerdo al análisis de las fuentes, el conflicto árabe-israelí se manifestó en el desarrollo de estrategias concernientes al abastecimiento petrolero. Los productores disminuyeron o incluso, negaron el envío de petróleo a aquellos países que no mostraron su apoyo en el conflicto, y decretaron el aumento del precio, seis veces más de lo habitual. Esto impactó seriamente a Japón, puesto que, dependía de la importación de crudo para la generación de energía (Shojai y Katz, 1992, p. 97, Takajusa, 1990, p. 270).
En consecuencia, los bienes derivados del petróleo, experimentaron un aumento exponencial de precios, y ante el anuncio de la escasez de los productos de autoconsumo, la población nipona realizó compras masivas, impactando en la inflación del país. Esto orilló al gobierno a orientar la política económica al control de la inflación (Lindberg y Maier, 1985, p. 143). Así, todo el proceso desarrollador desde la década de 1970 comenzó a fisurarse por otros aspectos contingentes, que versan sobre la política del país.
Como refieren algunas fuentes, Japón tuvo la característica de tener un Estado fuerte e intervencionista. En temas de democracia, el gobierno estuvo controlado por un sistema de partido único. En cuanto a la burocracia que cimentó el desarrollo en por lo menos tres décadas, se caracterizó por su discrecionalidad, fuerza y en muchos casos, por corrupción con el sector privado, las instituciones crediticias, entre otros (Suárez, 2019, p. 144). En concreto, “A finales de los años noventa, Japón y toda Asia del Este fueron agitados por la enfermedad del “capitalismo de cuates” (el crony capitalism).”[9] (p. 145).
Todo esto incidió para que Japón experimentara un periodo de estancamiento económico, a partir de 1989, que daría inicio a la fase de decrecimiento. Ello se explica por tres variables. En primer lugar, el modelo de política económica se orientó a la protección de los denominados Keiretsus.[10] Sus características principales se basaron en el apoyo mutuo, a partir de la compra y venta de bienes y servicios. Eran extremadamente burocráticos y poco flexibles. La toma de decisiones era difícil y lenta. Este modelo clientelar logró sobrevivir desde la década de 1950 hasta por lo menos a principios del año 2000, debido a que el gobierno impulsó estas empresas con financiamiento del Banco Central de Japón. Sin embargo, sus efectos eran de tipo dominó, puesto que el éxito o fracaso de una, influía en las otras (Grabowiecki, 2006).
En segundo lugar, como consecuencia de la crisis petrolera de la década de 1970, las exportaciones disminuyeron, y para aumentarlas, se decidió devaluar la moneda. Lo cual, repercutió en que a partir de 1985 comenzaran a manifestarse externalidades económicas de gran amplitud, a consecuencia del Plaza Accord o también conocido como Plaza Agreement (Acuerdo Plaza), que consistió en la firma de EE. UU, Japón, Reino Unido, Francia y Alemania para depreciar el dólar, con el fin de reducir el déficit comercial (Iwamoto, 2006, pp. 64-65). Sin duda, la medida tuvo éxito en cuanto al impulso del crédito en el corto plazo, pero gradualmente repercutió en los tipos de interés, como resultado de la espiral de la deuda a la que se enfrentaba Japón y a la burbuja inmobiliaria y financiera (Lien, 2008).
El tercer aspecto que ha contribuido al estancamiento de Japón, son sus características poblacionales, ya que se sitúa como uno de los países más envejecidos del mundo. Se calcula que más del 27.47% de la población tienen más de 65 años. De ellos, el 12.9% representa la fuerza laboral del país, y alrededor de 2.31 millones de personas se encuentra en el ciclo etario de 90 años. Su tasa de natalidad es de 7.6%, y tienen una esperanza de vida de 84.1 años (El País, 2007). Esto incide en el aumento del gasto público para la población geriatra, que, sumado a la política antinmigración, ha hecho que Japón no pueda fortalecer el mercado interno. Esta política se ha tratado de sustituir con la incorporación de la robótica para el desempeño de trabajos, principalmente en la industria y en el sector servicios (BBC News, 2019).
En suma, ¿qué se puede rescatar de la experiencia japonesa? La respuesta a partir de la evidencia empírica recabada, podría versar en dos explicaciones que produjeron un efecto de retroalimentación entre los actores como detonadoras del crecimiento económico y la modernización, y paradójicamente, de la fase de recorte de la trayectoria desarrollista. En primer lugar, la capacidad de control de las élites políticas a las disidencias civiles se logró al extraer el poderío económico y militar, y en imposibilitar el asentamiento humano en el largo plazo, a partir de desplazamientos forzados y constantes durante el periodo Edo. Estas precondiciones lograron compartir el desarrollo del poder infraestructural del Estado entre las élites y la sociedad, que consistió principalmente, en la expansión del comercio y del mercado interno, el mejoramiento de la producción agrícola, y la socialización de la población en las escuelas que ofertaban valores nacionalistas y un currículo estricto para lograr la alfabetización y el rápido desarrollo científico.
Todo ello logró que emergieran élites con visiones sobre el progreso, la industrialización y evitar a toda costa, la invasión extranjera. Con ello, Japón en menos de cien años produjo una inercia en la que logró transitar del régimen feudal a una economía capitalista de las grandes firmas, durante la Restauración Meiji. Donde el Estado intervino con fines específicos, tales como la creación de una burocracia meritocrática, un sistema de planeación y rendición de cuentas, y una reactivación económica profunda. Diferenciándose así del capitalismo dirigista. Sin embargo, ello no lo excluyó del capitalismo clientelar y de patrones de corrupción para facilitar los negocios. Lo significativo de este caso, es que Japón a pesar de la devastación producto de las guerras, logró consolidarse como la segunda economía más próspera del mundo, a partir de la implementación de medidas keynesianas, y posteriormente de libre mercado, que lo condujeron a expandir su influencia tecnológica y poderío comercial hacia el exterior.
Finalmente, la segunda explicación radica en que la fase de recorte de la trayectoria desarrollista obedece principalmente a factores macroeconómicos, y a la toma de medidas para depreciar el dólar que, a pesar de surtir efectos positivos en el mediano plazo, para el 2008 con la crisis económica mundial, Japón no estuvo preparado para solventar los retos económicos derivados de la burbuja inmobiliaria y comercial. Aunado a su decreciente población juvenil que está imposibilitada para reactivar el mercado interno, y al cierre de fronteras contra la inmigración que, podrían ocasionar que Japón continuara en la fase de estancamiento por varias décadas.
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Notas