Reseñas
Recepción: 08 marzo 2025
Aprobación: 15 marzo 2025
Publicación: 30 abril 2025

![]() | Adamovsky Ezequiel. La fiesta de los negros, una historia del antiguo carnaval de Buenos Aires y su legado en la cultura popular, 1810-1910. 2024. Buenos Aires. Siglo Veintiuno. 286pp.. 978-987-801-371-8 |
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La fiesta de los negros, una historia del antiguo carnaval de Buenos Aires y su legado en la cultura popular, es un libro que nos invita a la fiesta de la transgresión, el goce y la construcción de un nosotros desde el sur de América. Ezequiel Adamovsky, es Doctor en Historia por el University College London, Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires, e Investigador principal del CONICET. La trayectoria investigativa de Adamovsky, nos muestra una inquietud por la formación cultural de las clases populares y de la nación argentina, ahondando en las contradicciones del nacimiento del país. La capacidad del autor, para escudriñar en la historia de las clases populares dan una interpretación de un protagonismo que muchas veces en la historiografía nacional es pasado por alto. En este sentido, es imposible negar la influencia de Europa en la construcción de la historiografía, tanto así que las categorías de análisis para Latinoamérica son del viejo continente. Ezequiel Adamovsky propone una visión diferente, planteando categorías desde el sur para analizar las realidades del sur. Aquí una virtud insoslayable del texto.
Primeramente, en la introducción del libro, deja en claro la serie de preguntas que son necesarias responder para poder avanzar en la comprensión e investigación del carnaval del Rio de la Plata centrado en Buenos Aires. Es aquí, donde el autor se pregunta y nosotros debemos pensar: “¿Por qué tanta pasión en Buenos Aires?” (p. 12) Esta pregunta impulsa la cuestión esencial del carnaval, las transgresiones y limites constantemente tensionados, y con su impactante memoria cristalizada en la cultura popular haciendo énfasis en la tensiones étnico-raciales entre blancos y negros en las márgenes del plata.
La investigación de Adamovsky, con un gran trabajo documental y con amplias producciones a lo largo de una década, nos permite adentrarnos en una realidad muchas veces negada de la conformación de la Argentina moderna. Es decir, la segunda mitad del siglo diecinueve es representada como una imposición implacable de las clases altas y dirigentes, logrando su visión de una argentina blanca y europeizada, sin que las clases populares tengan posibilidad de expresarse en este parto de la nación. Por esta razón, el carnaval se convierte en una arista importante para explorar las reacciones y la participación de los plebeyos en la definición del “nosotros”nacional. A partir de sus primeros capítulos podemos ver una descripción de fiestas similares en Europa, como ese encuentro en las calles se intenta trasladar al Virreinato, y como aquí adquiere formas propias. En este sentido, se realizará un rápido recorrido por los momentos que atraviesa la fiesta del carnaval en las postrimerías del orden colonial, y veremos cómo esta fiesta constantemente perseguida con prohibiciones de los distintos actores sobrevive obstinadamente para llegar a la segunda mitad del siglo diecinueve, que el autor expondrá con más énfasis. El carnaval es un lugar donde, a primera vista, todos juegan con igual intensidad y sin etiquetas de clase, genero, o etnia. Por eso, los negros mojan a los blancos, por eso las mujeres en grupos bañan a algún varón desprevenido, por eso la criada le canta al amito (el amo o patrón) que cuando quiera puede darle de mamar. Es un espacio donde todos se divierten, donde el baile con caderas salidas de su centro y cuerpos empapados de sudor y agua encuentran una libertad con la que aún pueden soñar. La comunidad afro porteña, tendrá un momento de protagonismo impensado, donde podrá exponer sus propios bagajes culturales en una fiesta masiva. Y aquí, me detengo quizás en el momento que más destaco en el libro: la obstinación de la cultura popular que parece dormida, que parece vedada en una sociedad supuestamente blanca y con ansias de ser la pequeña replica de la Europa decimonónica, subterráneamente logra imponer su propia versión de la nación y llega incluso a desplazar a las clases altas de la festividad. En efecto, la cultura popular, la “negritud popular” según el autor, logrará reafirmarse destacándose un dudoso acatamiento a las distintas ordenes de jefes de policía, virreyes, y toda autoridad en las postrimerías del orden colonial y en el siglo diecinueve, sino imponiéndose y dominando la festividad con sus propias formas. Este punto es muy importante, ya que para algunos estudiosos la cultura popular y sus representaciones son desplazadas del verdadero lugar que ocuparon y que constituye el legado que se intenta esconder para que los pueblos no tengan su historia.
Por otro lado, en el capítulo dos y tres podemos ver como las transgresiones tanto entre clases, como sexual, o de género y de etnia son constantemente ignorados por la algarabía de la fiesta que por supuesto lo habilita. Esto, no implica para nada que esas transgresiones se logren materializar en una liberación constante, pero son pequeños pasos que marcaran la cultura nacional más allá de lo que pretenden las clases altas y dirigentes. Aunque generara tensiones en las familias más acomodadas de Buenos Aires, las transgresiones de clase y etnia, la relación que se establece con los negros y las negras, algunos domésticos, esos días de carnaval, dejaran huella. Los principales diarios de las clases acomodadas reniegan de la indecencia cuando no rigen las normas de la sociedad, pero es poco lo que podrán hacer en sus desesperados intentos de frenar los encuentros que pueden sucederse cuando toda la ciudad es un escenario. Incluso los diarios de una pequeña elite de la comunidad afro, quizás para congraciarse con los blancos, repudian algunas de las practicas del carnaval. Serán los jóvenes de esas familias acomodadas y decentes, quienes las lleven adelante en el ardor de la juventud como las más desafiantes de las transgresiones. Con esto, el autor sugiere que pensar que el tiempo en el carnaval como un tiempo diferente, en pos de la intensidad y no de las normas, es un tiempo de candombe y libertad.
Paralelamente, las mujeres toman iniciativas que serían impensadas en épocas de tiempo normal, y en el carnaval se verán con más énfasis esas transgresiones de género que serán importantes porque subvierten un lugar sensible para los varones. Así, los jóvenes de la clase alta, urgidos de la necesidad de romper las tensas correas de la moral que sujetaban sus padres y madres, aprovechan el carnaval como un momento para deslices y contactos poco comunes en otra época del año. Las relaciones de género que se establecen, señala Adamovsky, implican una liberación para las niñas de la clase alta como para las de clase baja de finales del siglo diecinueve que encontraban en los juegos del agua la oportunidad de seducir, aunque mas no sea como un juego, a muchachos de otras clases, a negros, o a los de la propia clase. En cuanto a las mujeres de las clases populares, gozaran de la impunidad y de su fuerza en grupos para someter a algún varón descuidado que terminara en una bañera. Las transgresiones nacionales son otra de las grandes representantes de la fiesta. Así, veremos nacer a “El cocoliche”: el italiano que pretende ser criollo de pura cepa, y que disfrazado de gaucho habla mal un español recién aprendido. Lo cosmopolita de esta aldea que hace poco recibió una oleada de migrantes europeos, a quienes las clases dominantes les asignaron la tarea de blanquear a la criollada, quizás por la vinculación reproductiva o por la osmosis en las costumbres, no solo no cumple su tarea, sino que se mezclan y entreveran con los criollos y los negros creando una cultura de la resistencia que ya anidaba en los espíritus del Río de la Plata.
Sin embargo, la más importante es la transgresión de raza o etnia. Aquí veremos a los jóvenes de clase alta, portadores de apellidos como Alvear, Varela, y hasta los Mitre, formando comparsas de blancos tiznados. Esto puede verse en el capítulo tres, donde se destaca la fascinación de la juventud acomodada por los ritmos africanos y los bailes atribuidos a los negros venidos de ese continente. Aunque quizás no conozcan cabalmente la cultura afro, se inspiraran en la interpretación que hagan de ellos otros grupos. El tiznado del rostro, las caretas negras utilizadas por blancos en un contexto de liberación cuando las clases acomodadas intentan en 1869, tomar por asalto el carnaval, son la expresión de tensión y superación de límites que el espacio habilitó. Adamovsky, es insistente con que el sentido del tiznado nada tiene que ver con la idea de racismo, sin negar su existencia, subrayando que el tiempo del carnaval es otro. Es importante que entendamos, que una manera de demostrar el avance de la sociedades eliminando las diferencias entendidas estas como parte de una sociedad “primitiva”. Ante todo, la igualdad, la fraternidad, y la libertad.
Asimismo, la composición de las comparsas, sus canciones desde 1869 y su inevitable devenir hacia lo negro, son poderosas formas de analizar este periodo y los orígenes de estas expresiones. Existe una evocación de la negritud en lo musical, a veces en la vestimenta, caras blancas tiznadas que serían impensadas hace algún tiempo atrás cuando el autor recuerda el terror que generaba el ruido de los tambores del sur de la ciudad. Nos preguntamos con Adamovsky, ¿Qué paso culturalmente? ¿Un país pretendidamente blanco desde sus orígenes fascinado con lo negro y con un escenario preponderantemente negro a finales del diecinueve? También, es costumbre que los participantes canten en bozal: una imitación del castellano de los esclavos que venían de áfrica, y otra forma de ver la inmensa penetración de todo lo negro en el carnaval.
Al mismo tiempo, es necesario que destaquemos en el capítulo cuatro, la irreverencia de las clases bajas y de los negros: los personajes que la cultura popular revaloriza, aunque la clase alta crea que ganó también la guerra cultural. Máscaras de Moreira, disfraces de gauchos, incluso de indios, las milongas totalmente influenciadas por los ritmos candomberos serán una forma de desafiar lo que la cultura oficial creía que era la nación. La vuelta de todo lo que se creía salvaje, bárbaro, ahora como símbolo de fiesta e irreverencia. En otras palabras, la forma en la que los plebeyos rescatan al gaucho en su sentido más subversivo, a los gauchos matreros, a los que serán los caudillos (Rosas aún está demasiado fresco para aparecer) es una forma de construir ese nosotros en el que se incluye ese sentir plebeyo de una forma materialmente desafiante. Una contracultura que dice presente, y que para desagrado de las clases porteñas viene para quedarse. Es la muestra de los deseos de esos pobres, de esos negros, que reivindican en el carnaval cuando todo está permitido, a sus propios símbolos que todavía no son asimilados por la cultura oficial.
El capítulo cinco, presenta un debate entre quienes creen que la máscara negra o el tiznada es una forma de discriminación a la comunidad afro en Buenos Aires. El autor debate con un gran cumulo de evidencias, rebatiendo los argumentos que atan la cultura del tiznada con el Minstrlsy. Se intenta discutir, como la mirada de algunos autores de la historiografía argentina ligan a las máscaras negras y tiznados en el carnaval con el acto de Minsrtrlsy de EEUU. Esta expresión artística del norte anglosajón es un acto racista, en él se realiza una degradación de los negros en funciones de teatro a las que no podían entras los afronorteamericanos, y los chistes y representaciones son peyorativos al ser negro. En nada se compara con la evidencia existente del tiznado de blancos en el carnaval rioplatense. Por el contrario, en la investigación el autor logra reconstruir el vínculo de la comunidad negra con los blancos pobres en la primera mitad del siglo diecinueve en donde no había diferencias significativas. Si bien alerta que esto no significa que los negros no sufrieran por su condición étnica, sino que no hubo un apartheid estructural como en la nación del norte. La diferencia sustancial es que la influencia del Minsrtrlsy no fue tan importante, mientras que la influencia de la zarzuela, de la cultura de los negros caribeños, de las habaneras si fue determinante en la composición de ritmos y de interpretaciones en el Plata. En cambio, aquí se logra visualizar una forma de compañerismo en los días del carnaval en donde no importaba el origen, en esos tiempos carnavaleros no existen barreras y todas las bromas son un ida y vuelta con otro que está a la misma altura.
Por último, en el capítulo seis, el autor nos propone un debate teórico sobre tres categorías que se entremezclan y que darán origen al nosotros, a la comunidad argentina con sus tensiones y acuerdos. Para este trabajo, la condición de clase, el mestizaje desde abajo, y la etnogénesis, son los elementos más importantes que constituyen el argumento de la obra. El autor, relaciona tanto la condición de clase de blancos pobres y negros de sectores populares, con un potencial herético característico que se materializa en las formas que tomará la cultura popular y en donde lo negro estará presente irremediablemente. En el carnaval, podremos verlo cuando las elites abandonan el escenario que son las calles apabulladas por los tambores del candombe y las tapadas que para la década de 1880 ya domina el carnaval, y es la clase popular quien toma el timón. Por otro lado, mestizaje de abajo, tomado de Rita Segato, expresa la posibilidad de construirse de las clases subalternas con los fragmentos que dejaron la colonia y los flujos demográficos posteriores. Y, por último, la etnogénesis, es utilizada para describir el desarrollo en un sentido distintivo de grupalidad, ya no individuos separados sino un etnos, un nosotros. Señala el autor, “un grupo distintivo se puede formar por la agregación de individuos, familias o clanes sueltos, o por la fusión de dos o más grupos étnicos que existían previamente” (p.198). Agrego, con aportes de múltiples miradas en nuestra América. Construcción y reelaboración cultural que abrirá camino para la categoría que propone Adamovsky: “transpropiación cultural”. Esta categoría, es propuesta con la intención de repensar desde el sur las realidades que se viven en este sur, que no pueden ser pensadas con categorías anglosajonas y que tampoco pueden pensarse si no se lo hace en movimiento y en constante devenir. La transpropiación cultural, implica un tipo de flujo interétnico; en lugar de pensar la apropiación de raíz anglosajona, la transpropiación cultural transforma verdaderamente al sujeto por la asimilación del otro sujeto en lo propio. En este devenir, no hay sustitución ni expropiación: supone una participación tanto del receptor como de quien aporta en la constitución del nuevo nosotros. Supone el surgimiento de algo nuevo, sin que lo viejo muera del todo, sino que se integra a algo nuevo. Propone una forma de entender las realidades nacionales de este sur, complejo, revolcado y mestizado. Podemos apreciar ese movimiento conceptual múltiple, cuando los blancos que tocan candombe ya en el siglo veinte reconocen que este ritmo fue de invención de los negros del rio de la plata. Sirve para explicar qué pasó con toda esa fascinación con la negritud que no desaparece del todo, con el candombe que influye en nuevos ritmos, con el tizando y como lo popular, la negritud popular se comenzó un proceso de construcción colectiva de los distintos grupos que presionaban desde abajo en una Argentina que se piensa a sí misma con categorías anglosajonas como blanca y europea.
Para finalizar, en la conclusión Adamovsky nos presenta sus principales argumentos para pensar la Argentina y sus distintos ritmos históricos. La Argentina blanca, con una supuesta clase popular totalmente europea, es arrasada por la combatividad de los sectores trabajadores negros, blancos, marrones, que irrumpen en la escena sin pedir permiso. El carnaval, solo fue una de las formas de la resistencia que las clases populares encontraron para expresarse, y quizás podemos reflexionar con el autor, que el miedo que inspiraron una vez los tambores en el sur de la ciudad son luego las manifestaciones de principios de siglo que hicieron que tiemblen las clases dominantes. Quizás allí anida la torpeza y la represión desatada sobre cualquier expresión de “los negros” o “de los cabecitas” que realizara nuestra mal formada burguesía. Dice el autor en las partes finales, que Eros, representando una fuerza creadora, y Tanatos, la pulsión de destrucción, son las características que en el carnaval se manifiestan. La burla socarrona, la posibilidad erótica de cuerpos mojados, dos puntos entrelazados que hacen parir a la historia una nación embravecida entre juegos de agua y caras tiznadas.
Que los blancos se tiznen la cara para parecer negros es impensado. ¿Quién en su sano juicio osaría ser negro en el siglo diecinueve? El carnaval, como demuestra el recorrido que realizamos es una transgresión de los límites que la propia sociedad se impone, y allí quedan expuestas las pieles y el deseo que son difíciles de esconder. La moral burguesa, liberal, siempre se pretende pulcra, impoluta, pero el estudio del carnaval nos demuestra que no es así, que la juventud de las distintas clases se encuentra y tienen el deseo inherente de experimentar y de ser amamantados por la negra que mañana será la que le sirva la cena. También, nos demuestra que lo popular a fuerza de obstinación, nuca salió de escena. Es importante a mi modo de ver, que estudiemos el carnaval en detalle para comprender las simbiosis que sucederán en las postrimerías de siglo. De aquí nace un país contradictorio, después de todo, ¿no es eso el carnaval?

