Dossier
Recepción: 25 febrero 2025
Aprobación: 10 marzo 2025
Publicación: 30 abril 2025

Resumen: El artículo tiene por objeto la vacunación contra la viruela en el Ejército en la Argentina desde los inicios de la organización del servicio de sanidad moderno en esa Fuerza en 1881 hasta la aprobación de la ley de vacunación antivariólica obligatoria de la población en la Capital Federal y territorios nacionales en 1903. Sostenemos que en este período el Ejército desarrolló una política y capacidades institucionales que le permitieron avanzar desde la práctica de vacunaciones asistemáticas de las tropas hasta la concreción efectiva de la vacunación del personal de todas las unidades militares del país.
Palabras clave: vacunación, viruela, médicos militares, Ejército, Argentina..
Abstract: The article aims at smallpox vaccination in the Army in Argentina from the beginning of the organization of the modern health service in that Force in 1881 until the approval of the law of mandatory smallpox vaccination of the population in the Federal Capital and national territories in 1903. We maintain that in this period the Army developed a policy and institutional capacities that allowed it to advance from the practice of a-systematic vaccinations of troops to the effective vaccination of personnel of all military units in the country.
Keywords: vaccination, smallpox, military doctors, Army, Argentina.
Introducción
El análisis de los procesos de diseño, desarrollo, producción y aplicación de vacunas y de los actores sociales e instituciones científicas, universitarias y estatales involucradas en dichos procesos en la Argentina del cambio del siglo XIX al XX, actualmente es objeto de renovados estudios en el campo de la historia social de la salud y la enfermedad, abordándolos desde perspectivas que reconocen sus conexiones con similares procesos en Europa, América Latina y Estados Unidos. El caso argentino en ese período tiene, sin embargo, una cuestión hasta el momento escasamente explorada: el papel que le cupo a los médicos militares y el servicio de sanidad del Ejército.[1]
El presente trabajo aborda esta cuestión en relación con la vacunación antivariólica entre el año 1881 cuando se aprobó el reglamento provisorio del cuerpo de sanidad militar del Ejército y de la Marina de Guerra y el año 1903 con la aprobación de la ley 4202, reglamentada en 1904, que dispuso la vacunación y revacunación antivariólica obligatoria de la población en la Capital Federal y en los territorios nacionales. Para dar cuenta de ello, nos serviremos de un relevamiento e interpretación de fuentes documentales oficiales del Ministerio de Guerra y Marina, Ministerio de Guerra y publicaciones profesionales militares especializadas de la Inspección General de Sanidad del Ejército.
La vacunación antivariólica en el Río de la Plata/Argentina del siglo XIX
María Silvia Di Liscia (2011) señala que la viruela se presentó en el Río de la Plata en forma epidémica desde la génesis del proceso de conquista y colonización en el siglo XVI con la llegada de los europeos y que a principios del siglo XIX se practicaba la inoculación y variolización. Esta historiadora también destaca que a mediados de este último siglo la inmunización de la población encontraba dificultades debido a la resistencia ofrecida por los sectores populares a la vacunación, los problemas materiales que existían para distribuir las vacunas y la escasa disponibilidad de personal preparado para aplicarla.[2]
En el contexto de las transformaciones demográficas y urbanas de la segunda mitad del siglo XIX se produjo un aumento significativo de la morbilidad y mortalidad de la viruela, especialmente en la población argentina o nativa, pues -como observara en la época el médico Emilio Coni- los inmigrantes europeos vivían en la ciudad de Buenos Aires en “peores condiciones higiénicas” pero sus organismos estaban en mejor preparados para afrontar la enfermedad debido a que la vacunación era obligatoria en Europa y, en consecuencia, la inmunización entre ellos estaba más extendida (Di Liscia, 2021b: 37).[3]
Por tal motivo, en las décadas de 1870-1880, los médicos higienistas propusieron proyectos de ley que dispusieran la obligatoriedad de la vacunación y revacunación de toda la población. En 1886, la Legislatura porteña aprobó la aplicación obligatoria de la vacuna antivariólica en la ciudad de Buenos Aires y también algunas provincias obraron en este sentido como Entre Ríos (1883), Buenos Aires (1886) y San Juan (1887). La normativa porteña establecía que los recientemente creados registros civiles debían enviar cada seis meses la nómina y domicilio de los recién nacidos inscriptos a la Dirección de Asistencia Pública para disponer su vacunación y que los niños incorporados a la enseñanza pública -conforme lo dispuesto por la ley 1420 de Educación Común de 1884- debían presentar un certificado de vacunación.[4]
La intervención del Departamento Nacional de Higiene en las provincias era aceptada de hecho por los Consejos Provinciales de Higiene en ocasión de epidemias, pues aportaba recursos necesarios -vacunas y vacunadores-, tal como sucedió en 1892 en las epidemias del norte del país y Cuyo (Veronelli y Veronelli Correch, 2004: 257). Sin embargo, en situaciones ordinarias, la intervención del Estado nacional en jurisdicción provincial colisionaba con el ordenamiento político federal de la Argentina. La vacunación antivariólica en las provincias era competencia de sus respectivos Consejos de Higiene, en la ciudad de Buenos Aires de la Asistencia Pública y desde 1913 en los territorios nacionales de sus Asistencias Públicas (Di Liscia, 2022: 14).
En la década de 1890, la producción de la vacuna antivariólica se concentró en el Conservatorio Nacional de la Vacuna -creado en 1891 dependiente del Departamento Nacional de Higiene- y en el Instituto Veterinario Santa Catalina en la provincia de Buenos Aires (Di Liscia, 2021a: 690).
La vacunación asistemática en el Ejército
La historia de la medicina sitúa el origen de la sanidad militar en el Río de la Plata/Argentina con la creación del Protomedicato en 1798 o el dictado del primer curso de medicina por el doctor Cosme Argerich en Buenos Aires en 1801 (Pérgola, 2014). Desde entonces, la presencia de médicos en las fuerzas de guerra terrestres y navales ha sido referida en diversas campañas militares en la Guerra de Independencia en América del Sur (1810-1824), en la Guerra contra el Brasil (1825-1828), en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay (1865-1870) y en las guerras de fronteras en la Pampa y Patagonia y en el Chaco contra las poblaciones indígenas desde la década de 1870.[5] Sin embargo, la organización moderna de la sanidad militar recién se produjo en el contexto de consolidación del Estado nacional con la aprobación del reglamento provisorio del cuerpo médico militar en 1881, la sanción de la ley 2377 Orgánica del Cuerpo de Sanidad del Ejército y de la Armada en 1888, y la reglamentación de esa ley para el Ejército en 1891 (Soprano, 2019). Estos últimos progresos normativos e institucionales fueron decisivos, pero no acabaron con numerosos problemas que el cuerpo de sanidad del Ejército continuaba teniendo en su organización y funcionamiento e incluso para reclutar médicos para su servicio (Soprano, 2021a, 2021b, 2024). A pesar de ello, desde principios de la década de 1880, los médicos militares concretaron -aunque no sin dificultades- iniciativas de vacunación y revacunación antivariólica en las unidades militares del país.
El 16 de marzo de 1882, el médico militar Eleodoro Damianovich informó al inspector y comandante de armas del Ejército, el general Joaquín Viejobueno, que en 1881 el sarampión y la viruela elevaron la cantidad de enfermos entre el personal militar destinado en unidades en la Capital Federal, pues esas dos enfermedades se habían manifestado en forma epidémica en los cuarteles de esa Guarnición ocasionando dos muertes entre los cuarenta afectados de sarampión y ninguna entre los de viruela atendidos en el Hospital Militar Central. Damianovich hacía constar que la vacunación y revacunación de 1880 y 1881 en esa Guarnición había contribuido en el “poco incremento” de la viruela y en la “benignidad de los casos presentados”.[6] Aquella noticia fue acompañada de la advertencia de un problema: el tratamiento de esos pacientes de sarampión y viruela debió efectuarse en el Hospital Militar Central, pues el lazareto de San Roque, que alojaba en la ciudad de Buenos Aires a los enfermos afectados por epidemias, no pudo recibirlos y, por tal motivo, hubo que atenderlos en un espacio ad hoc organizado en dependencias del Hospital a cierta distancia del resto de las salas. Afortunadamente, aquel improvisado lazareto -que estuvo bajo la dirección del cirujano principal Carlos Villar- cumplió satisfactoriamente sus funciones sin ocasionar contagios a otros pacientes o al personal sanitario.[7]
Aunque se practicaba la vacunación y revacunación del personal, las epidemias de viruela era un problema persistente en la década de 1880, incluso en una jurisdicción militar como la Guarnición de la Capital Federal que contaba con una dotación relativamente superior de oficiales médicos, equipamiento e infraestructura sanitaria que en las unidades distribuidas en el interior del país. La “Memoria” del Ministerio de Guerra y Marina observaba que las enfermedades prevalentes en 1882 en la tropa destinada en la Capital Federal eran las del aparato respiratorio y circulatorio, la sífilis y otras venéreas; en tanto que las enfermedades que habían causado mayor mortalidad eran la fiebre tifoidea, las afecciones del aparato circulatorio y respiratorio y la viruela. Ese año el Hospital Militar Central asistió 983 enfermos, de los cuales 751 fueron dados de alta una vez curados y 70 fallecieron por sus dolencias (no se precisaba cuántos lo fueron por viruela). Sólo los enfermos con cuadros más graves eran atendidos en el Hospital, mientras que los enfermos leves lo eran en la unidad militar en la que estaban destinados.[8] Como había sucedido en 1881, los enfermos graves -entre los que estaban los afectados por “viruela hemorrágica”- fueron trasladados desde sus unidades hasta una carpa ambulatoria -el improvisado lazareto arriba aludido- montada en el Hospital Militar Central; este recurso efectivo -pero inadecuado para el tratamiento en enfermedades contagiosas graves- fue sostenido por un tiempo adicional hasta que la Municipalidad de Buenos Aires habilitó “un paraje para estas enfermedades que tenían en continuo peligro al Establecimiento [el Hospital Militar Central] por estar próximos a las enfermerías”.[9]
La viruela continuaba afectando a las tropas en la Guarnición de Capital Federal en 1882. La vacunación y revacunación de las tropas permitían alcanzar “resultados favorables”, pero los oficiales médicos y la conducción superior del Ejército percibían que aquellos resultados no tenían adecuada correspondencia con los esfuerzos depositados. De todas formas, la “Memoria” dejaba constancia que:
[…] la cifra decreciente de los variolosos en la clase de la tropa como igualmente el número de fallecidos por esta enfermedad autorizan a creer que las medidas tomadas han contribuido en mucho a disminuir el número de atacados, abrigando la esperanza que este mismo disminuirá siguiendo con perseverancia la vacunación y revacunación de las tropas.[10]
En 1882 también se registraron casos de viruela en unidades militares destinadas en el interior del país, de las cuales tenemos referencia a aquellos casos ocurridos en las Guarniciones de Río Cuarto y General Acha, que no ocasionaron decesos en la tropa; en este último caso debieron afrontar el tratamiento de los enfermos durante seis meses careciendo de un médico.[11] En ambos casos, en la “Memoria” del Ministerio de Guerra y Marina no se registró si previamente la tropa había sido objeto de vacunación y revacunación; puede que esto sea consecuencia de una omisión, pero en otros registros hemos constatado que en la década de 1880 la práctica de la vacunación y revacunación no se efectuaba en forma sistemática y continua en las unidades del Ejército en todo el país. Así pues, el cirujano de brigada Gustavo Eyle, destinado para atender el servicio de sanidad de unidades del Chaco Austral, el 18 de octubre de 1884 recibió la orden impartida desde Buenos Aires por la conducción del cuerpo de sanidad militar de proceder a vacunar y revacunar al personal, sin embargo, no pudo cumplimentarla “por hallarse la tropa fraccionada en varias comisiones y destacamentos y por la clase de trabajo a la que tienen que dedicarse”; de todas formas -continuaba el informe- “se conserva la vacuna animal en buen estado esperando mejor oportunidad”.[12] Esta última referencia no sólo es importante para constatar las dificultades que enfrentaban los médicos militares, particularmente aquellos destinados en el interior del país, para aplicar la vacunación y revacunación, sino también porque es una de las pocas en la documentación castrense en la que se especifica el tipo de vacuna utilizada, en este caso, la “vacuna animal”.[13]
En la segunda mitad de la década de 1880 se fue afirmando la tendencia a vacunar y revacunar al personal de las unidades militares en todo el país. En 1885, el jefe de la Segunda División del Ejército, Lorenzo Vintter, informaba que: “Gracias a las vacunaciones oportunamente practicadas, la viruela importada por los indios prisioneros no se ha propagado, felizmente, en el Ejército”.[14] Ese mismo año, un informe del practicante mayor José de Vecchi dejaba constancia que las tropas de la Guarnición de Victorica no habían padecido ese año enfermedades endémicas o epidémicas como el sarampión, la viruela, difteria o coqueluche.[15] Al año siguiente, las unidades destinadas en la región de la Pampa Central no registraron casos “malignos” sino apenas “benignos y aislados” de viruela debido la vacunación y revacunación efectuada precedentemente.[16] En tanto que desde Choele Choel, en la Patagonia norte, el cirujano de brigada Enrique Galanz informaba que había practicado en 1884 la vacunación antivariólica de la tropa “tan prolijamente como he podido” y la revacunación en 1885, por lo que esperaba buenos resultados “en cuanto a preservar el campamento de un ulterior desarrollo de la enfermedad”.[17] Otro tanto sucedió en 1888, dado que la vacunación no se descuidó, presentándose algún caso “aislado y benigno”, de modo que no se registraron epidemias como las sucedidas en años anteriores que habían alcanzado sobre todo a los “contingentes de indios”. Las enfermedades prevalentes por entonces en las tropas continuaban siendo las del aparato respiratorio -tuberculosis- y las venéreas -sífilis-.[18]
En 1890, el Hospital Militar Central atendió veinticinco casos de viruela que inmediatamente fueron derivados a la Casa de Aislamiento de la Capital Federal. A su vez, en el Chaco Austral se registraron casos de viruela entre los meses de septiembre y noviembre de ese año y una sola defunción ocasionada por esa enfermedad.[19] La “Memoria” del Ministerio de Guerra y Marina informaba que en 1890 se había procedido a la vacunación y revacunación de los soldados y se envió a las “fronteras en diversas ocasiones numerosos pedidos de placas de vacuna humana”, notándose por ello que los casos de viruela y la mortandad causada por esta enfermedad había “disminuido notablemente con relación a los años anteriores”. Esta referencia también es importante no sólo porque testimonia los esfuerzos por vacunar y revacunar al personal de las unidades de todo el país, sino porque es una de las escasas fuentes documentales castrenses que alude al empleo de “placas de vacuna humana”.[20]
Hacia el año 1891 la situación sanitaria de las tropas en relación con la viruela parecía progresar conforme constataba un informe del responsable del cuerpo de sanidad militar del Ejército, Eleodoro Damianovich, quien comunicaba a sus superiores:
Creo oportuno llamar la atención a V.S. sobre el cuadro de enfermedades generales del Ejército, donde no se presenta ningún caso de viruela, mientras que en la población civil sigue esta afección haciendo sus estragos. Esto se debe a que la sanidad ha tenido siempre presente la conveniencia de establecer periódicamente la vacunación y revacunación del Ejército, tanto en la Guarnición de la Capital como en los puntos más distantes de nuestras fronteras guarnecidas por fuerzas nacionales cuya salud e higiene ha sido encargada.[21]
En 1891 también encontramos referencias a la vacunación antivariólica en determinadas unidades del Ejército. La Inspección General de Sanidad dejaba constancia en su publicación oficial que el Batallón 3º de Infantería no era el primer cuerpo que era vacunado porque existían otros antecedentes, pero sí era “el primero que dando el ejemplo ha llevado a la práctica este principio profiláctico en una forma regular y uniforme”.[22] Este Batallón tenía su asiento en un cuartel situado en la intersección de la avenida Brasil y Santiago del Estero, próximo a la estación de trenes de Constitución en la ciudad de Buenos Aires, y su jefe era el teniente coronel Fraga al que se caracterizaba como “uno de los oficiales más brillantes de nuestro ejército”.[23] Las autoridades sanitarias castrenses señalaban por ello críticamente que:
Nos complaceríamos sin embargo en que los señores jefes de cuerpo, siguiendo el ejemplo, abriesen su `libro de sanidad´ para establecer el control de todas las medidas de higiene adoptadas en sus cuarteles. Hasta tanto no podremos decir otra cosa sino que la higiene militar no ha sido la preocupación favorita de los señores jefes de cuerpo.[24]
Este informe de la Inspección General de Sanidad nos advierte que la iniciativa del jefe del Batallón 3º de Infantería de la Guarnición de la Capital Federal no era una implementada todavía en forma sistemática y periódica por los jefes de todas las unidades del país, debido a que algunos jefes no siempre cumplían efectivamente las órdenes impartidas por el cuerpo de sanidad de vacunar y revacunar a su personal. El carácter asistemático de la vacunación y revacunación de todo el personal del Ejército que registramos en la década de 1880 acabará evolucionando en el curso de la década de 1890 hacia una efectiva vacunación y revacunación sistemática y periódica en jurisdicción militar.
La vacunación obligatoria en el Ejército
Entre 1891-1892, los oficiales médicos dejaron constancia en su “Boletín de Sanidad Militar” que seguían con atención la vacunación antivariólica, las medidas profilácticas y las acciones terapéuticas para el tratamiento de la viruela experimentadas por los Ejércitos de Francia[25] y Alemania;[26] y en 1893 comunicaron instrucciones para su diagnóstico y tratamiento terapéutico al personal del cuerpo de sanidad del Ejército destinado en diferentes dependencias castrenses.[27] No disponemos de un registro completo de las vacunas enviadas a los cuerpos del Ejército distribuidos en todo el país en esos años, pero sabemos que la Inspección General de Sanidad remitió en 1892 doscientas placas de vacunas para vacunar en las unidades destinadas en los territorios nacionales del Chaco y Formosa: cincuenta placas a Resistencia, cincuenta a Puerto Bermejo, cincuenta a Rivadavia y cincuenta a Formosa.[28]
La Inspección General de Sanidad seguía con celo el proceso de vacunación y revacunación antivariólica en las unidades, institutos y establecimientos militares. En 1894, el Ministerio de Guerra y Marina dejaba constancia que en el año anterior la viruela había sido “casi desconocida en el Ejército” y que incluso las unidades militares próximas a poblaciones que la padecieron habían permanecido indemnes e inmunes a esa enfermedad, dejándose constancia que ese “benéfico resultado” fue alcanzado por medio de la vacunación y revacunación “de todas las guarniciones de la República y en todo el personal activo del Ejército”.[29]
Al finalizar la década de 1890, el inspector general de Sanidad, Marcial Vicente Quiroga, informaba a sus superiores que en 1899 no se había manifestado en el Ejército ninguna enfermedad de carácter epidémico y que cuando eventualmente ocurrió en alguna unidad militar no se había propagado y desapareció tras un breve período; en relación con la viruela, decía que esta había sido controlada merced a la vacunación y revacunación de la tropa. Por tal motivo, la información estadística relevada y producida por la Inspección General de Sanidad determinaba que las enfermedades predominantes en el Ejército continuaban siendo las del aparato respiratorio -como la tuberculosis- y las venéreas -como la sífilis-.[30]
Tras el brote epidémico de viruela producido en la Argentina en 1901, encontramos referencias a la vacunación y revacunación antivariólica en los cuerpos del Ejército y a la eliminación de la viruela en jurisdicción militar. Por tal motivo, el inspector general de Sanidad había remitido en el mes de mayo de 1902 a los jefes de servicio regionales de sanidad del Ejército una comunicación que exigía el estricto cumplimiento de la vacunación de todos los soldados que fuesen “enganchados” en las unidades, pues -decía- “sería muy triste que por olvido o negligencia de esta medida profiláctica, tuviéramos que lamentar la aparición de la viruela en los Cuerpos del Ejército, enfermedad que por hoy ha casi ya desaparecido de la morbilidad militar de la República”.[31] Esta comunicación puede ser considerada como una evidencia de que hacia 1902 la vacunación y revacunación antivariólica había alcanzado un resultado eficaz en el Ejército.[32]
Conforme aquella comunicación de mayo de 1902, el 14 de mayo, el cirujano de cuerpo Francisco M. Niño, desde la localidad de Tostado (norte de la provincia de Santa Fe), envió al inspector general de Sanidad, Marcial Vicente Quiroga, una planilla con el resultado de la vacunación y revacunación antivariólica aplicada a oficiales, tropa y sus familias en el Regimiento 6 de Caballería de Línea.[33] Nótese que el Ejército vacunaba no sólo a su personal sino a las familias que los acompañaban en campamentos y cuarteles. Del mismo modo, el jefe del Servicio Sanitario de la Región Cuyo, Leopoldo R. Casal, el 12 de junio de 1902, remitió el resultado de la vacunación y revacunación de los “enganchados”[34] como soldados en el mes de mayo en la ciudad de Mendoza y destinados al Regimiento 4 de Artillería Ligera, el Regimiento 1 de Infantería, el Regimiento 1 de Artillería de Montaña, el Regimiento 9 de Infantería de Línea y el Batallón 2 de Cazadores de los Andes.[35]
Para los años 1901-1904 disponemos de información sobre la cantidad de vacunados y revacunados en el Ejército incluyendo oficiales, suboficiales y sus familias (Tabla 1). Estos datos permiten registrar un significativo incremento interanual de las aplicaciones de vacunas, una cobertura de alrededor del 50% de la tropa en 1903 y un potencial aumento porcentual de la vacunación/revacunación en la tropa para el año 1904 (del cual sólo tenemos datos entre enero y mayo).[36]

Este incremento significativo de la aplicación de la vacuna antivariólica en la tropa en los años 1902-1903-1904 coincide no sólo con la incorporación de los soldados conscriptos al Ejército desde 1902 en virtud de la aplicación de la ley 4031 del 6 de diciembre de 1901 -conocida como “ley del servicio militar obligatorio”-, sino también con la sanción el 27 de agosto de 1903 de la ley 4202 (reglamentada el 12 de abril de 1904) que impuso la obligatoriedad de la vacunación y revacunación antivariólica de la población de la Capital Federal y los territorios nacionales.
Desde la sanción y reglamentación de la ley 4202, el Departamento Nacional de Higiene desplegó intensas campañas de vacunación antivariólica en Capital Federal y en los territorios nacionales, dado que -como hemos dicho- esta agencia estatal nacional tenía competencia en jurisdicción federal. Como sucedía en otros casos, las iniciativas del Departamento Nacional de Higiene pretendiendo imponer su autoridad en la definición y aplicación de las políticas sanitarias nacionales se confrontaban con las autonomías provinciales establecidas por el régimen federal prescripto en la Constitución Nacional.[37] En 1912 se presentó un proyecto para implantar la obligatoriedad de la vacunación antivariólica en todo el país, pero no fue aprobado debido a que esta iniciativa “implicaba una injerencia, quizá intolerable” para las provincias; no obstante ello, como interpreta Di Liscia, “la Ley 4202 sancionada en 1903 se mantuvo y fungió para todo el territorio nacional hasta su derogación” (Di Liscia, 2021a: 692).[38]
La ley 4202 también dispuso la obligatoriedad de la vacunación y revacunación antivariólica de los jefes, oficiales y soldados de la Armada y del Ejército que se encontraban en servicio activo y del personal civil contratado que prestaba servicios en dependencias de esas Fuerzas o de los Ministerio de Guerra y el Ministerio de Marina (artículo 4º). El Ministerio de Guerra ordenó que desde el día 16 de septiembre de 1903 se diera a conocer esta ley en jurisdicción militar y que la Inspección General de Sanidad se haría cargo -como hasta entonces- del cumplimiento de la vacunación y revacunación en el Ejército.[39] La reglamentación de la ley el 12 de abril de 1904 determinó en su artículo 31º que los soldados conscriptos debían ser vacunados/revacunados dentro de los ocho días de su incorporación al servicio militar obligatorio y que el Ministerio de Guerra debía remitir al Departamento Nacional de Higiene una nómina completa con información consignando nombre, edad, unidad y lugar donde se encontraban destinados.[40]
Resulta significativo tener presente que el Ejército -en tanto agencia estatal nacional- tenía competencia para aplicar en forma obligatoria y masiva la vacunación y revacunación antivariólica sobre los ciudadanos -tanto los residentes en jurisdicción federal como en jurisdicciones provinciales- que eran incorporados anualmente a sus filas desde el año 1902 para el cumplimiento del servicio militar obligatorio. Al igual que con las denominadas “escuelas Láinez” creadas desde 1905 por el Estado nacional en las provincias (Petitti, 2021), desde 1902 el Estado nacional a través del Ejército ejecutó una política pública nacional en jurisdicción provincial con la vacunación antivariólica obligatoria de los soldados conscriptos. Asimismo, la aplicación obligatoria de la vacuna antivariólica a la tropa en la primera década del siglo XX es un indicio de que el Ejército disponía de autoridad no sólo legal sino la capacidad efectiva para aplicar la vacunación a ciudadanos-soldados que pertenecían en su amplia mayoría a sectores populares que, como se ha dicho, habían sido resistente a esa práctica sanitaria en el siglo XIX; o quizá sea un indicio de que para entonces aquellas resistencias sociales a la vacunación no eran tan extendidas como en las décadas anteriores en correspondencia con la obligatoriedad impuesta desde 1903 por la ley 4202.
Poco después, en 1914, la Inspección General de Sanidad promovió la vacunación antitífica obligatoria en el Ejército y en 1915 el Ministerio de Guerra dispuso su aplicación en todo el Ejército. La iniciativa contaba con el antecedente de una vacuna antitífica desarrollada por Rudolf Kraus y Salvador Mazza en el laboratorio bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene siguiendo el diseño de la “técnica de Vincent”, esto es, un esterilizando por agitación con éter emulsiones de solución fisiológica de bacilos de Eberth procedentes de cultivos. En 1918 -habiéndose incorporado Mazza al Ejército como médico militar desde 1915- la Dirección General de Sanidad de esa Fuerza comenzó a producir la vacuna contra la tifoidea “B.T. al éter (tipo Mazza)”. Esta vacuna se aplicó en los primeros meses de ese año a todos los soldados conscriptos de la Primera y la Segunda División y a parte de la Tercera División del Ejército (un total de 13.019 hombres); en tanto que el resto de esta última División y las tropas de la Cuarta y Quinta División (8.160 hombres) fueron inoculados con la vacuna antitífica del Departamento Nacional de Higiene (Soprano, 2023).
A principios del siglo XX, las placas para la vacunación antivariólica eran provistas por el Instituto Bacteriológico -como se denominó la agencia estatal nacional que dio continuidad a la Oficina Sanitaria Argentina que subsumió al Conservatorio Nacional de la Vacuna- también dependiente del mencionado Departamento (Di Liscia, 2011: 419).[41] Las campañas de vacunación del Departamento Nacional de Higiene extendieron su cobertura entre 1904-1910 y la mortalidad de la viruela disminuyó entre 1911-1914 alcanzando un número de casos insignificante (Di Liscia, 2021a: 693). En las décadas de 1920-1930, la producción de la vacuna antivariólica en la Argentina se concentró en forma exclusiva en el ámbito público y se distribuía gratuitamente.[42] La viruela acabó siendo en esos años una enfermedad controlada, aunque no desapareció, transformándose en una enfermedad endémica con brotes periódicos que obligaban a vacunar nuevamente (Di Liscia, 2021a: 704).
Reflexiones finales
En el marco del diseño institucional e implementación del proceso de organización moderna del cuerpo de sanidad del Ejército iniciado a principios de la década de 1880, los médicos militares procuraron hacer efectiva la vacunación y revacunación antivariólica en las unidades, establecimientos e institutos de esa Fuerza en todo el país. Sin embargo, en esos años, estas iniciativas se efectuaron de un modo asistemático y sin asegurar su periodicidad hasta que hacia el final de la década de 1890 la aplicación de la vacuna amplió su cobertura sobre el personal militar y en muchos casos entre los miembros de sus familias. La incorporación de los soldados conscriptos desde el año 1902 fue acompañada por un incremento de la aplicación de la vacuna antivariólica, alcanzando alrededor del 50% de la tropa en 1903. De modo que, cuando la ley 4202 de 1903 impuso la vacunación y revacunación obligatoria en las Fuerzas Armadas, desde hacía al menos dos años que no se registraban casos de viruela en jurisdicción del Ejército.
Las fuentes documentales del servicio de sanidad militar, del Ejército y del Ministerio de Guerra y Marina y el Ministerio de Guerra relevadas para el período objeto de análisis de este artículo mencionaban la vacunación y revacunación del personal, pero muy pocas veces especificaban cuál fue el tipo de vacuna y cuál el modo de aplicación. En un caso hemos reconocido referencias explícitas a la utilización de la “vacuna animal” y su conservación -posiblemente usando el ganado bovino como reservorio orgánico- para futuros empleos y, en otros casos, alusiones a “placas de vacuna humana” -suponemos que placas de vidrio- que contenía y preservaban el material distribuido para vacunaciones en distintas unidades y establecimientos militares del país. Tal como ha señalado más ampliamente María Silvia Di Liscia (2022c) en sus investigaciones, las fuentes documentales disponibles para el Río de la Plata/Argentina decimonónico no siempre aportan conocimientos técnicos suficientes para dar cuenta del tipo de vacuna antivariólica usada y el modo del aplicación, ya sea porque los autores de aquellos documentos carecían de los conocimientos técnicos necesarios para abundar en dichas especificaciones o, por el contrario, porque disponían de esos saberes expertos y les resultaba demasiado evidente para consignarlo. Diferentemente, la elaboración y aplicación de la vacuna antitífica dispuesta desde 1914-1915 por el Ejército fue contemporáneamente objeto de numerosos registros y análisis técnicos en la documentación oficial castrense y en publicaciones profesionales de la sanidad militar, quizá por el hecho de que los propios médicos militares estuvieron involucrados en su diseño y producción (Soprano, 2023).
Los resultado alcanzados en este artículo permiten apreciar el poder o, más específicamente, la eficacia social de las capacidades institucionales que disponía hacia la década de 1890 una organización militar basada en los principios de jerarquía, disciplina y en el ejercicio del mando para implementar sistemáticamente un dispositivo sanitario como la vacunación y revacunación de sus oficiales, suboficiales y soldados (estos últimos, desde 1902, principalmente ciudadanos que prestaban el servicio militar obligatorio). En este sentido, las iniciativas de los oficiales médicos promoviendo y aplicando la vacuna antivariólica y desde 1915 de la vacuna antitífica en forma obligatoria en el Ejército pueden ser interpretadas como expresivas de los proyectos y procesos de medicalización propiciados por el “higienismo” en la Argentina del cambio del siglo XIX al XX (Di Liscia, 2011). ¿Por qué? Por un lado, porque los propios médicos militares compartían con los médicos civiles aquella concepción médica acerca de la salud y la enfermedad (Soprano, 2022b); y, por otro lado, porque existían afinidades entre la concepción de medicalización de la sociedad del “higienismo” y la doctrina castrense de la “nación en armas” (Cornut, 2018) sustentada por el Ejército que otorgaba una jerarquía estratégica a la promoción de la salud física y moral de los ciudadanos para la prestación de servicios actuales y futuros en la defensa nacional en tiempos de paz y de guerra. Esta afinidad entre las concepciones del “higienismo” y de la “nación en armas” en relación con la salud física y moral de la población y el modo en que ambas encarnaron en las perspectivas y experiencias de los médicos militares, constituye una cuestión relevante de la historia de la sanidad militar y de la historia social de la salud y enfermedad de la Argentina que debe ser tratada en un trabajo específico.
Asimismo, en futuras investigaciones cabrá también determinar qué otras vacunas comenzaron a ser aplicadas en el curso del siglo XX por las Fuerzas Armadas Argentinas a oficiales y suboficiales, cadetes y aspirantes de institutos militares y a los jóvenes ciudadanos incorporados como conscriptos para cumplir con el servicio militar obligatorio.
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