Dossier
Recepción: 05 abril 2025
Aprobación: 07 abril 2025
Publicación: 30 abril 2025

Resumen: Las vacunas son instrumentos complejos, capaces de generar al mismo tiempo el control y la erradicación de enfermedades y de producir tensiones y conflictos científicos, políticos, económicos y sociales. En este escrito realizamos un repaso bibliográfico del nacimiento de la vacuna con Edward Jenner, su expansión por la península Ibérica y América Latina, dando cuenta de las tensiones que se ocasionaron no sólo en el campo científico sino también en los larvados sistemas sanitarios. Abordamos también los desarrollos científicos de fines del siglo XIX, enmarcados en el nacimiento de la bacteriología en Occidente y la complejidad de la puesta en marcha de las vacunas y las campañas de vacunación en Iberoamérica.
Palabras clave: vacuna, vacunación, Iberoamérica, expedición Balmis, Bacteriología.
Abstract: Vaccines are complex instruments, capable of simultaneously generating the control and eradicating of diseases and producing scientific, political, economic, and social tensions and conflicts. In this article, we review the literature on the birth of the vaccine with Edward Jenner and its expansion throughout the Iberian Peninsula and Latin America, highlighting the tensions generated not only in the scientific field but also in the larval healthcare systems. We also address the scientific developments of the late 19th century, framed within the birth of bacteriology in the West, and the complexities of the implamentation of vaccines and vaccination campaigns in Ibero-America.
Keywords: vaccine, vaccination, Ibero-America, Balmis expedition, bacteriology.
Introducción
La pandemia de COVID-19 ha puesto en el centro de la escena social la vacuna. La misma constituyó para los Estados y grandes sectores de las sociedades de una porción importante de los países del globo una herramienta estratégica para combatir la crisis sanitaria. A lo largo del año 2020 se presentaron a nivel mundial más de 130 proyectos con diferentes principios: vacunas con virus inactivado o atenuado, basadas en proteínas, con vectores virales, con ARN y ADN. Hacia noviembre de ese mismo año, 48 eran las vacunas experimentales que se encontraban en ensayos clínicos en humanos, de esas sólo 11 habían entrado en la fase tres, la última etapa antes de la homologación por las autoridades sanitarias, según la Organización Mundial de la Salud (OMS)[1] (Zurita, 2020).
La mayoría de las vacunas fueron elaboradas por grupos científicos en laboratorios privados o estatales en la Comunidad Europea, EEUU, China y Rusia. A fines del 2020 estos mismos países habían comenzado la fabricación y aplicación de distintas vacunas, lo que generó disputas para hacerse con un bien tan preciado que permitiera superar las vicisitudes sociales, políticas y económicas que generaba el desarrollo de la enfermedad pandémica en sus poblaciones (Mlambo, Mlambo, 2022). A esto se sumaron competencias geopolíticas por anunciar el descubrimiento de la vacuna (Köncke, Schmalz, 2024). Al mismo tiempo este instrumento de prevención generaba también reacciones en ciertos sectores de las sociedades, en especial las occidentales, que desconfiaron de sus principios, desafiando las lógicas científicas y que, por lo tanto, se mostraron decididos a no utilizarla (Latkin, Dayton, Yi, Konstantopoulos, Boodram, 2021).
De manera que podemos pensar a las vacunas como instrumentos de una alta complejidad con una fuerte carga social, política y económica. Stern y Markel (2005) afirman que las vacunas son intervenciones médicas poderosas que inducen fuertes reacciones biológicas, sociales y culturales. Lo cierto es que las vacunas constituyen herramientas socialmente complejas que actúan para mejorar la salud de la población mediante la prevención de enfermedades y, al mismo tiempo, generan fuertes tensiones y conflictos a nivel inter e intra estados, en los sistemas científico-tecnológicos, a nivel de la percepción social y sobre aspectos de carácter económico. Estas tensiones se observan a nivel local y global ya que generan un sinnúmero de intereses que colisionan entre sí. Este proceso de esperanzas, disputas y rechazos no es exclusivo del presente (Moulin, 2007). Desde el momento en que Jenner comenzó a generar la primera vacuna contra la viruela a fines del siglo XVIII (San Miguel-Hernández y Ramos-Sánchez 2013), creó rechazos, no sólo por parte de la medicina académica sino también de una parte importante de la población (Adaboh, 2018; Blume, 2024).
América Latina, a partir de la conformación del sistema mundo (Wallerstein, 2005) fue tributaria primero del desarrollo científico europeo y, posteriormente, del occidental y, por lo tanto, se benefició de los progresos que se dieron en el viejo continente.
La historia de las vacunas comenzó con Edward Jenner, quien siendo un médico rural, a través de la observación clínica, descubrió que las mujeres lecheras estaban protegidas contra la viruela de forma natural después de haber padecido la viruela bovina, a partir de esto elaboró una sustancia en base a la viruela vacuna extraída de las pústulas de las mujeres y la aplicó al niño James Phipps de ocho años de edad (Rusnock, 2016). Jenner, que había sido formado por el médico John Hunter en el Hospital St. George’s en Londres, envió a la Royal Society un relato sobre su experiencia con Phipps, sin embargo esta institución lo rechazó solicitando más pruebas. En 1798, un año más tarde Jenner publicó un nuevo panfleto en el que difundía su descubrimiento: “An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae”.
En 1799 comenzaron los ensayos en el Hospital para la Viruela y la Inoculaciónde Londres, a los que sucedieron ensayos en Hannover (Alemania) y Ginebra (Suiza). Ese mismo año, se efectuaron las primeras vacunaciones contra la viruela en Lisboa. En 1800 un comité especial la probó en Francia, en niños huérfanos después de lo cual se recomendó la vacunación. También se la aplicó en Viena (Austria) y Boston (EEUU), y según ha señalado Andrea Rusnock, “En las dos primeras décadas del siglo XIX, varios gobiernos hicieron obligatoria la vacunación: Baviera (1807), Dinamarca (1810), Suecia (1815), Alemania (1818) y Egipto (1819)” (Rusnock, 2016,). En Portugal, a partir de 1812, se dio un nuevo impulso a la vacunación contra la viruela mediante la creación de la Instituição Vacínica en el seno de la Academia Real de las Ciencias de Lisboa, lo que permitió el establecimiento de Comisiones de vacunación a lo largo del país y la generación de condiciones favorables para la extensión de la vacunación (Ferreira y Porras Gallo, 2022:18-19).
En España, en 1799, se publicó el primer texto recogiendo escritos franceses y británicos relativos a la vacuna contra la viruela, que fue administrada en 1800 por primera vez por el médico catalán Francisco Piguillem, procedente de Francia (Piguillem, 1801; Danon, 2000). Aunque su introducción generó un intenso debate como había ocurrido antes con la variolización, su difusión fue rápida hasta 1803, cuando se inició la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna” (Balaguer Perigüell y Ballester Añón, 2003; León Sanz y Barettino Coloma, 2007; Olagüe de Ros, 1995; Olagüe de Ros y Astrain Gallart, 2004; Ramírez Martín, 2002, 2021). La vacuna fue bien acogida por los médicos de la corte (Valera Parra, 2023), pero hubo problemas para desarrollar instituciones que facilitaran la extensión de la vacunación en el país a lo largo del siglo XIX (Porras Gallo, 2004). De la metrópolis pasó a las colonias, así, se realizaron campañas de vacunación contra la viruela por el método Jenner, primero por medio de linfa vacunal en pequeños focos en Puerto Rico, Cuba, México, Guatemala, Perú y Chile (Bennet, 2020). La “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, planeada y dirigida por Francisco Xavier Balmis a iniciativa de la corona española, fue un plan mucho más basto que buscó difundir la vacuna contra la viruela en los territorios hispanos de ultramar y fue llevado a cabo entre 1803 y 1810 (Tuells y Martínez, 2011). Se trató de una acción sanitaria planificada en todos sus detalles por la cual se trasladó la vacuna de la metrópolis a las colonias en niños que fueron auténticos reservorios biológicos, se crearon Juntas de Vacunas que no sólo eran puntos de vacunación sino centros de preservación y transporte de la linfa y contó con reglamentos y la difusión de documentos sobre los beneficios de la vacuna para facilitar su aceptabilidad (Tuells y Martínez, 2011). Morales Cosme y Aceves Pastrana, (1997: 171) afirman que la expedición formó parte de las políticas borbónicas destinadas a mejorar la salud de la población y de esta forma generar un aumento de la misma, al “promover su bienestar como fuente de trabajo y riqueza; por este medio no sólo se aseguraba una mano de obra barata, sino que también se lograba el reconocimiento de los súbditos y la legitimación del poder ejercido”.
Sin embargo la expedición y las medidas sanitarias que se implementaron en especial con la “Expedición Balmis” desde la metrópolis chocaron con las estrategias sanitarias y la infraestructura de salud que se habían generado en las colonias y que habían posibilitado llevar a cabo las campañas de vacunación focales a las que nos hemos referido en párrafos más arriba “y en las que estaban involucradas diversas autoridades e instituciones y una organización profesional provista de instrumentos, métodos teórico-prácticos y publicaciones científicas”, generando fuertes conflictos en los distritos donde se pretendió llevar a cabo la vacunación (Morales Cosme y Aceves Pastrana, 1997: 172).
En Brasil, la difusión de la vacuna antivariólica tuvo lugar en el mismo período y de forma similar -a través de la distribución brazo a brazo de los niños esclavizados enviados a Lisboa en 1804 por Felizberto Caldeira Brant, futuro Marqués de Barbacena (Chalhoub, 1996). La empresa privada se extendió a otras regiones del territorio y fue ampliamente fomentada y apoyada por los poderes públicos desde el traslado de la Corte portuguesa a Brasil (1808). Durante el período imperial, la práctica de la vacunación se amplió con la creación de juntas de vacunación y de una vasta red de comisarios de vacunación, nombrados por las autoridades provinciales entre la población civil, inspirados en el trabajo de la Junta de Vacunación de la Corte, creada por el Príncipe Regente Dom João VIII en Río de Janeiro en 1811 (Chalhoub, 1996; Fernandes, 1999; Silveira e Marques, 2011).
Posteriormente, con las investigaciones de Pasteur, la elaboración de vacunas contra el ántrax y la rabia, y la obtención de la seroterapia para combatir la difteria, que se describió como el vínculo “entre el entusiasmo público por la vacuna contra la rabia de Pasteur y el establecimiento de campañas nacionales contra la tuberculosis, sustentando el desarrollo del Servicio de salud pública basado en bacteriología” (Rodríguez Ocaña, 2007: 21-22), se consideró que con las vacunas y los sueros se podrían prevenir o curar las enfermedades infecciosas en las sociedades de Occidente (San Miguel Hernández y Ramos Suarez, 2013). En suma, la formulación de la doctrina bacteriológica en el siglo XIX y el enorme protagonismo que alcanzó redujeron prácticamente la lucha contra las enfermedades infecciosas a la búsqueda y puesta a punto de una vacuna eficaz, segura y de fácil aplicación (Porras Gallo et al., 2016).
A partir de ese momento, se multiplicaron las investigaciones y comenzaron a desarrollarse vacunas destinadas a la prevención y/o terapias de distintas enfermedades, sin embargo, este emprendimiento científico nunca estuvo ajeno de debates. Algunos se dieron solo dentro del mundo académico, mientras otros, vinculados a enfermedades que por la importancia de los contagios o por su condición controversial, alcanzaron las esferas políticas (Moulin, 2007).
El desarrollo científico en la América hispana siguió siendo tributario de los avances que se daban en la medicina europea, en varios países se establecieron laboratorios destinados a desarrollar los avances científicos. Hebe Vessuri (1994) da cuenta de ello, señalando que “El proceso de institucionalización de los laboratorios científicos, que todavía estaba en marcha a nivel internacional, cobró nuevos impulsos con el apoyo de los gobiernos, interesados en la salud pública y en la producción agrícola”. García (1981, 73) encuentra en estos institutos de investigación bacteriológica un gran desarrollo cualitativo y cuantitativo; en la mayoría de los casos de carácter estatal, siguiendo “el modelo dominante de la época, constituido por el Instituto Pasteur” donde se combinaba “la producción, el servicio de diagnóstico y la investigación”.
Zabala y Rojas (2020: 154) completan que los grupos científicos vinculados a estas instituciones se apropiaron de los conocimientos seroterápicos, “tanto a través de la importación de sueros –comprados a los institutos alemanes o al Instituto Pasteur– como de las estadías formativas y la formación autodidacta” a lo que se debe agregar el desarrollo de vacunas. Tal vez los casos paradigmáticos y más tempranos en América Latina sean la creación del “Instituto Patológico Nacional” en 1899 en México que, a principios del siglo XX, comenzó a fabricar y aplicar sueros y vacunas para diferentes enfermedades como la peste (vacuna y suero pestosos) y la tuberculosis (tuberculina) (Cuevas Cardona, 2007). En Brasil, los dos principales institutos dedicados a la investigación y producción de sueros y vacunas en la naciente república -el Instituto Butantan, en São Paulo, y el Instituto Manguinhos, en Río de Janeiro- surgieron del trabajo de investigadores involucrados en una acción coordinada por los institutos bacteriológicos estatales, instalados en las dos capitales desde finales del siglo XIX,[2] para combatir un brote de peste en el puerto de Santos en 1899 (Benchimol y Teixeira, 1993; Teixeira, 2021; Almeida, 2005). El “Instituto Soroterápico Federal de Manguinhos”, el mayor de América Latina, creado en 1803, pasaría a llamarse “Instituto Oswaldo Cruz” en 1908, y su función sería realizar estudios sobre sueros y vacunas, especialmente sobre tres epidemias preocupantes: la fiebre amarilla, la peste y los virus (Caponi, 2002).
El Instituto Bacteriológico Nacional de Argentina creado a principios del siglo XX en el ámbito del Departamento Nacional de Higiene y bajo la dirección del médico bohemio Rudolf Kraus, tenía la finalidad de estudiar los problemas relacionados con la higiene además de preparar los medios terapéuticos y profilácticos en la lucha contra las enfermedades infecciosas (Carbonetti, 2021). De modo que también este instituto comenzó a generar vacunas y sueros, en la mayoría de los casos, a partir de las teorías y métodos que arribaban desde Europa, aunque resignificados (Zabala y Rojas, 2022).
Sin embargo, este proceso no estuvo exento de tensiones, Vessuri (1994, 47-48) da cuenta de los conflictos y tiranteces que se daban en diversos ámbitos de la ciencia americana entre aquellos profesores que llegaban desde Europa y Norteamérica a fin de desarrollar estudios de científicos y los “sabios americanos”, dentro de los cuales se encontraban conspicuos integrantes de la bacteriología. De esta forma los países hispanoamericanos, si bien fueron tributarios del desarrollo científico europeo y luego norteamericano también generaron conocimiento científico propio, comenzando a desarrollar y elaborar vacunas y sueros para los problemas singulares de sus propios países (Carbonetti 2021, Benchimol e Teixeira, 1993). De esta forma en la investigación microbiológica, elaboración de medicamentos tanto para la prevención como para la terapéutica subsistieron e interactuaron iniciativas tanto europeas como americanas no sin resistencias y conflictos (Rojas, 2024). Estas tensiones se dieron también en las agencias internacionales americanas como la Oficina Sanitaria Panamericana, fundada en 1902 en cuyo boletín escribían partidarios y opositores a las vacunas que se querían promocionar como la BCG (Carbonetti y Rodríguez, 2024).
Esas ambigüedades no sólo se dieron en el ámbito político o científico también se desarrollaron en la población. Las diferentes vacunas generaron en las sociedades americanas la aceptación, esto observaba Agostoni (2011) para el caso mexicano en las campañas de vacunación contra la viruela entre fines del siglo XIX y mediados del XX y Hochman (2011) para el Brasil del siglo XX. Pero también formaron parte de accidentes sanitarios, tal es el caso que relata Víctor Manuel García (2012) acerca de la contaminación de 49 niños con vacuna contra la difteria, de los cuales murieron 15 en la región de Medellín, Colombia, en 1930 y el accidente con BCG ocurrido en México en 1950 que tuvo bastante menos repercusión internacional que el ocurrido en Lübeck (Carrillo, 2022).
Las vacunas también generaron o fueron parte de pretextos para levantamientos populares de resistencia. El caso más exhaustivamente analizado es el de la revolta da Vacina acaecida en Río de Janeiro en noviembre de 1904 en oposición a la vacunación contra de la viruela (Pôrto y Fidelis Ponte, 2003; Carvalho, 1987; Sevcenko, 2001; Lopes, 2021). Moulin (2003) expone otros dos casos ocurridos en Egipto y Argelia. En ambos países se generaron levantamientos contra las vacunaciones obligatorias contra la viruela. Muchas veces esas fuertes revueltas se transformaron en resistencias individuales o sectoriales (Blume, 2024).
Más allá de la complejidad y las tensiones, conflictos, desconfianzas y resistencias, las vacunas se han transformado en instrumentos de salud pública en muchos países del mundo en general y de América Latina en particular y en factores de erradicación mundial de ciertas enfermedades como la viruela y la poliomielitis. La primera de ellas ya ha sido desterrada de la tierra, mientras que el proceso de erradicación de la segunda, iniciado en 1988 con el objetivo de conseguir erradicar la polio en el año 2000, ha logrado reducir los casos en un 99% y limitar su condición endémica a Afganistán y Pakistán, pero también ha mostrado las desigualdades en el acceso universal a la vacuna y la multiplicidad de factores condicionantes que operan. Los beneficios de la inmunización están restringidos a las poblaciones más vulnerables, no sólo por falta o escasez de dosis de vacunas e infraestructuras sanitarias, sino también por conflictos bélicos, razones religiosas, desinformación y rechazo por la población de estos instrumentos preventivos indispensables para eliminar la poliomielitis y sustentar “la seguridad sanitaria mundial”.[3] Es por eso por lo que la historia de las vacunas es fundamental para entender la historia social de la salud y la enfermedad en toda su amplitud. Este dossier problematiza la vacuna y la vacunación en perspectiva histórica en dos países de América Latina: Argentina y Brasil contribuyendo a dilucidar aspectos hasta ahora escasamente estudiados en ambos países. Con esta mirada diversa sobre diferentes tipos de sueros y vacunas situados en estudios de caso procedentes de entornos temporales y geográficos variados se proporciona una muestra transnacional que posibilita la detección de continuidades y discontinuidades desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX en el afrontamiento de problemas sanitarios diversos como viruela, rabia, gripe y tuberculosis, pero también códigos que pueden ser de utilidad para las sociedades actuales para comprender y gestionar la puesta a punto y utilización de vacunas frente a nuevas patologías epidémicas.
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Notas

