Artículos
“Desharrapados”. Empleados postales y telegrafistas a la huelga general (Mendoza, Argentina, 1918)
"Desharrapados”. Postal employees and telegraphists at the general strike (Mendoza, Argentina, 1918)
Estudios del ISHIR
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
ISSN-e: 2250-4397
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 14, núm. 40, 2024
Recepción: 13 marzo 2024
Aprobación: 30 julio 2024
Publicación: 30 diciembre 2024
Resumen: Se aborda la huelga de los empleados de correos, postales y telegráficos en Mendoza desarrollada en 1918. Enmarcada en una investigación de mayor alcance abocada a desentrañar la dinámica de formación de la clase trabajadora local, el artículo analiza el proceso de reconfiguración obrera a partir de dicho conflicto. Para esto, observamos los enfrentamientos entre trabajadores y patrones, e identificamos las disputas al interior de la clase obrera indagando en la intervención de los rompehuelgas y las consecuencias en la lucha. Desde la historia social del trabajo en cruce con las escalas de análisis, el estudio debate con las visiones que exaltan el pragmatismo del movimiento obrero local y subestiman su participación en los debates político/ideológicos desarrollados por las izquierdas intervinientes en el proceso.
Palabras clave: Clase trabajadora mendocina, historia social, rompehuelgas, huelga general, deportación ilegal.
Abstract: The strike of postal, postal and telegraph employees in Mendoza that took place in 1918 is addressed. Framed within a broader investigation aimed at unraveling the dynamics of formation of the local working class, the article analyzes the process of worker reconfiguration based on said conflict. For this, we observe the confrontations between workers and bosses, and we identify the disputes within the working class, investigating the intervention of the strikebreakers and the consequences in the struggle. From the social history of work in intersection with the scales of analysis, the study debates with the visions that exalt the pragmatism of the local labor movement and underestimate its participation in the political/ideological debates developed by the leftists intervening in the process.
Keywords: Mendoza working class, social history, strikebreaker, general strike, illegal deportation.
Introducción
Detengamos la mirada en la siguiente imagen.
Observe, recorra los rostros y actitudes asumidas en la fotografía, pues ella es la responsable de una serie de indagaciones que intentaremos parcialmente abordar en la siguiente investigación. La instantánea fue realizada frente al local de la Asociación Argentina de Trabajadores del Estado y Telegrafistas seccional Mendoza (AATEPM), inmediatamente después de haberse celebrado una, de varias asambleas, convocada por el comité de huelga. Un conflicto que finalmente despuntó a escala nacional a partir del 7 de septiembre de 1918.
Evidentemente se trataba de un colectivo laboral netamente masculino que realizaba diversas tareas para el Correo Argentino a lo largo y ancho de la provincia y el país. Casi todas las miradas de los huelguistas se dirigieron a la lente, mostrándose interesados por el retrato grupal. El resultado final, deja entrever la importancia que le asignaron al acontecimiento. Con gestos adustos, casi nada exaltados, probablemente a sabiendas del “click” posó la mayoría. Sus mejores prendas, saco, moño, sombrero en mano. Algunos de ellos, dejaron traslucir su orgullo, piernas cruzadas, notas de distinción, bastones, brazos en jarro. Otros, sentados en el piso, se dispusieron con igual dignidad. Si presta atención, el grupo mayoritario compuesto por alrededor de 80 trabajadores clarifica una especie de pirámide cuyo vértice se conforma hacia el tercio superior derecho del encuadre. Aquella disposición, no parece implicar ningún tipo de rango, al contrario, ¿no es que acaso las huelgas abren ese intersticio en el que las jerarquías parecen desvanecerse?
Curiosamente, surgen de la imagen dos pequeños triángulos invertidos. Sus contornos son definidos por árboles, cuyas ramas irrumpen en el prolijo encuadre. Trepados sobre ellas, otros obreros se muestran con una actitud más propensa a asumir la algarabía de la lucha. Más descontracturados, cuasi antagónicos en relación a los que están abajo. Arriba, bien arriba, dan la sensación de querer dejar sus huellas dactilares marcadas en las nubes. De esos detalles, comenzaron a brotarnos nuevas inquietudes referidas al colectivo trabajador y, por extensión, a una preocupación que viene ocupando nuestras mentes hace un tiempo en relación a los procesos de formación de la clase trabajadora, al sur del sur global y periférico respecto del centro histórico e historiográfico social argentino.
Si la fotografía dio el primer puntapié para pensar las diversas formas en la que estos trabajadores expresaron su corporalidad y emociones ante el conflicto que estaban sosteniendo, los límites taxativos de la imagen impresa no condicen del todo -y no tiene por qué hacerlo- con los contornos difusos, porosos que aquel dejó plasmado en los medios gráficos de la época. Mas bien, y conviene adelantar, en el reverso simbólico de aquella foto, al finalizar la contienda emprendida por esos obreros contra el Estado, la inmensa mayoría de los sujetos allí presentes resultaron exonerados y no lograron su reincorporación a sus puestos de trabajo tras una extensa e intensa batalla librada. La derrota de aquella huelga nacional que se prolongaría durante más de dos meses dejaría una postal completamente alterada, sobre todo en la provincia de Mendoza, compuesta por otros trabajadores, otros rostros, otros gestos y disposiciones, que a resultas triunfantes, no fueron captados por la lente de una cámara fotográfica.
En este trabajo propondremos la reposición del conflicto emprendido por AATEPM entre septiembre y octubre de 1918, asumiendo una perspectiva local en conexión con la primera huelga nacional emprendida por el sector, advirtiendo que la reducción de escala responde a la necesidad de enmarcarla en una investigación de mayor alcance que busca desentrañar la dinámica de formación de la clase trabajadora mendocina con la expresa intención de complejizar la denominada “historia nacional” durante las primeras décadas del siglo XX.
Lo que aquí abordaremos no ha sido explorado por la historiografía social, y nos brinda la oportunidad de ofrecer un marco explicativo sobre diversas variables, tales como las tácticas antihuelguistas desplegadas por el Estado para quebrar el conflicto y lograr sumar adeptos a su causa “obrerista” o las disputas generadas al interior de la propia clase trabajadora para lograr triunfar. Para ello, se torna imprescindible prestar atención a las nociones subjetivas que se pusieron en juego entre huelguistas y rompehuelgas.
El recorrido que les proponemos consta de 4 apartados: el primero desarrolla una contextualización general y local para desentrañar una aproximación estructural vinculada al poder estratégico de ese colectivo laboral (Womack, 2007). El segundo, desliza un breve desarrollo del conflicto, identificando tres momentos por los que transcurrió, siguiendo la propuesta metodológica de Van der Linden (2019), en donde se entrelazan: a) los preparativos e inicio; b) el sostenimiento, y c) su finalización y desenlace. Asimismo recupera la idea de conflictividad laboral como un concepto más amplio a la huelga, la cual la contiene, pero también la desborda (Simonassi, 2023). El tercer apartado, aborda la disputa desenvuelta a nivel intraclase, inmiscuyéndose en las nociones sobre lo que representaba ser huelguista y ser rompehuelga, no solo entre los protagonistas directos del conflicto, sino también en relación a las familias proletarias que fueron parte del mismo. A su vez, observa la lucha obrera contra el Estado, exponiendo las tácticas, alianzas y diversas manifestaciones de solidaridad para el sostenimiento de la huelga. El cuarto apartado, focaliza en la dimensión estatal/patronal, sus acciones represivas, su estrategia, la formación de nociones sobre quiénes eran los huelguistas y por qué era necesario quebrar el conflicto.
Entre las fuentes utilizadas ponderamos el valor de la imagen por su potencia transmisora de lo evidente, inquietante y ausente (Burke, 2005). Empero, se entramarán con otras materias primas de origen gráfico para dar vida a un proceso social que quizá resulte tan estimulante como frustrante. Todo lo pesado que puede resultarle a la historia social centrarse en uno más de los tantos procesos de lucha que devino en una derrota categórica que, como muchos otros, había comenzado con proyecciones de lograr -al menos- la mejoría en las condiciones de vida, trabajo y reproducción social, tanto para el sector implicado como así también, y por elevación, para el conjunto de la clase. Por ello creemos que bien vale la pena escudriñar ese proceso.
Cartas, cables y redes: posición estratégica del sector
En un contexto mundial marcado por la finalización de la 1ª Guerra Mundial y el comienzo de la Revolución Rusa se registraron altos niveles de conflictividad obrera en Argentina. En este sentido, si bien hay conocimiento de importantes procesos huelguísticos como los paros ferroviarios de 1917 o la Semana Trágica en 1919, poco se sabe sobre la huelga telegráfica de 1918. Este conflicto se desarrolló en todo el país entre septiembre y octubre de dicho año y tuvo un gran despliegue en Mendoza, llegando a convertirse en huelga general. A nivel nacional gobernaba el radicalismo encabezado por Yrigoyen, quien entre 1916 y 1918 desarrolló una política de arbitraje en los conflictos capital/trabajo resultando, en algunos casos, favorable a los trabajadores, lo cual fortaleció la relación del gobierno con la Federación Obrera Regional Argentina del 9º Congreso (FORA IX) durante dicho período. Sin embargo, el yrigoyenismo mostró los límites de su política obrerista y se exhibió como fuerte represor en aquellos procesos en los que el movimiento obrero no seguía la dirección de la tendencia sindicalista y en donde había una mayor radicalización, siendo la Semana Trágica el ejemplo por excelencia en este sentido.
En Mendoza a partir de marzo de 1918 gobernó José Néstor Lencinas, quien formó parte del avance democrático de los primeros años del radicalismo, ejerció una gran influencia sobre la clase obrera mendocina e implementó leyes protectoras para los trabajadores (mejores ingresos y condiciones de trabajo) y los sectores populares. Sin embargo, de la misma forma que el yrigoyenismo, estableció una relación ambigua con el movimiento obrero, intermediando favorablemente en algunos casos y, en otros, mediante la utilización de coerción y represión legal e ilegal (Richard-Jorba, 2013).
Adentrándonos en el sector de correos, telégrafos y postales, es importante remarcar que a principios del siglo XX, Argentina era uno de los países con mayor flujo de cartas y telegramas del mundo, lo cual se daba no solo por la gran cantidad de inmigrantes europeos que recibió, sino también por el uso que le daba a la comunicación telegráfica el Estado, las empresas, la elite vinculada a la diplomacia y, particularmente, la prensa (Caimari, 2019). En efecto, los diarios modernos hacían uso de manera permanente del servicio telegráfico y hubo un aumento importante del mismo en el contexto 1916-1919. Por otro lado, el lugar geográfico que ocupaba Argentina, la permanente adecuación a las exigencias de organismos internacionales que dictaban las normas de comunicación a nivel mundial y las inversiones en el mantenimiento y construcción de infraestructura telegráfica que realizó el Estado nacional desde fines del siglo XIX habían colocado a la red de comunicaciones argentina como la intermediaria entre los tendidos del Atlántico y del Pacífico por la vía trasandina. Por esto, el sector representaba un lugar estratégico para el desarrollo de las relaciones sociales, económicas, diplomáticas y políticas tanto del territorio nacional, como de los países cuyas comunicaciones dependían de la red argentina.
En relación a los trabajadores del sector es importante enfatizar que hay poca información disponible tratándose de una fracción de la clase obrera nacional escasamente abordada por la historiografía. Desde la historia militante solo encontramos menciones en la obra de Marotta (1961) quien describe las causas y el desenlace de la huelga y hace hincapié en la particularidad del conflicto en Mendoza y San Juan. Asimismo, expone el rol que cumplió la FORA IX en la contienda, logrando solo promesas desde el gobierno para la reincorporación del personal que había sido despedido y la incorporación de la AATEP a dicha federación. Si bien desde la historia académica no hay trabajos que aborden específicamente este conflicto, encontramos una interesante referencia realizada por Leyes (2022) en torno a la dinámica del movimiento obrero de la provincia de Entre Ríos. Otros estudios vinculados a la problemática del sistema telegráfico, brindan información sobre los trabajadores empleados en el área. Las investigaciones de Rieznik abocadas a la unificación horaria del país y a la velocidad del telégrafo en un contexto de conformación del Estado nacional dan pistas sobre cómo surgieron los primeros integrantes del sector. En primer lugar es importante recalcar que los primeros telegrafistas estuvieron ligados al ejército ya que en las misiones que se proponía éste (campañas del desierto por ejemplo) comenzaron a hacer uso de los avances en la comunicación para alertar a toda una línea sobre posibles ataques, transmitir órdenes, informar bajas, etc. De hecho, fueron los miembros de las tropas quienes colocaron postes, aislantes, alambres y demás en las zonas más inhóspitas del país. Son conocidos los casos en los que los oficiales eran los operadores, los suboficiales y soldados tomaban las tareas de guardahilos, y desde ahí se enlazaba con los mensajeros y con el correo (Rieznik, 2015). Por otro lado, desde los inicios de la telegrafía militar se enfatizó en la falta de personal adecuadamente instruido para llevar adelante las tareas telegráficas, tomándose diversas iniciativas para formarlos, pero dicho inconveniente se potenciaba en el personal civil que no estaba obligado a educarse en esas labores. Formar un buen operador telegráfico llevaba tiempo y presupuesto que el ejército reclamó reiteradas veces al Estado, incluso alertando que, en caso de guerra, un operador podía ser un gran valor del ejército o su peor enemigo, lo que mostraba el poder estratégico del sector. Estas exigencias al Estado dejaban entrever la necesidad de aumentar sueldos, mejorar condiciones de trabajo y disminuir las largas y extenuantes jornadas laborales, lo que provocaba muchas bajas en el área ya que hasta los puestos de peones eran mejor remunerados que los telegrafistas (Rieznik, 2015). Otra arista del sector, además del militar, era el relacionado al ferrocarril, ya que en las estaciones podíamos encontrar una variedad de oficios y tareas, entre las que estaban las de telegrafistas y mensajeros. De hecho, los mensajeros y practicantes comenzaban a ejecutar sus tareas siendo menores de 16 años y no se les pagaba a menos que tuvieran que hacer reemplazos. En muchas estaciones de campaña era común que el puesto de telegrafista fuera ocupado por menores cuyos padres –quienes probablemente eran empleados en las estaciones- querían que aprendieran el oficio aunque no recibieran ninguna paga (D´Uva, 2021). Esta era la base en la formación de un oficio donde se podía hacer carrera ya que los mensajeros y practicantes podían ascender al puesto de telegrafista después de pasar un examen en el que se evaluaban diferentes capacidades. Si bien el trabajo de menores era reglamentariamente aceptado a partir de los 16 años, había excepciones en las que niños por debajo de esa edad se desempeñaron como telegrafistas en el ferrocarril Pacífico (D´Uva, 2021). Problemática que también observamos en Mendoza en diferentes áreas pero particularmente en los trabajos del Estado, donde a través de los municipios se hacía trabajar a niños como mensajeros en la sección Telégrafos de la Ciudad y en el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (Richard-Jorba, 2010). El trabajo de menores en estos sectores era el peor remunerado –y a veces sin ningún tipo de remuneración- que el de adultos lo cual, como es sabido, despertaba ciertos recelos entre éstos últimos que veían tal situación como perjudicial para sus condiciones laborales (Palermo, 2016). Por otro lado, el trabajo femenino también podía encontrarse en el sector. D´Uva (2020) plantea que eran casos excepcionales y no un fenómeno generalizado, dando algunos ejemplos de mujeres telegrafistas en la década del 10. En Mendoza, encontramos escasas menciones a trabajadoras del sector, particularmente en el proceso de huelga.
Adentrándonos en las particularidades provinciales, a partir del Censo de 1914[1] observamos que el sector de trabajadores postales y telegráficos venía creciendo, registrándose un total de 288 empleados divididos entre los puestos de telegrafistas (176), telefonistas (25), radiografistas (2), guardahilos (15), mozos de cordel (39), mensajeros (22) y estafeteros (9). Estos eran en su gran mayoría varones, registrándose solo 2 mujeres telegrafistas y 16 telefonistas. De los 270 varones, 83 eran extranjeros, siendo estos en su mayor parte mozos de cordel (37), telegrafistas (22), estafeteros (7), guardahilos (6), mensajeros (6) y telefonistas (5). Asimismo, la provincia ostentaba un lugar estratégico en el área telegráfica y postal ya que el 8º Distrito (Mendoza) conectaba los bultos despachados desde Buenos Aires y el Litoral que luego eran distribuidos hacia la región de Cuyo e, inclusive, hacia el sur patagónico y, a su vez, contaba con la principal comunicación con Chile.
Sintetizando, el sector telegráfico era en general personal dependiente del Estado (ligados al ejército y/o al transporte) aunque también, si tenemos en cuenta que había empresas ferrocarrileras, podemos afirmar que, en menor medida se encontraban trabajadores con este carácter. En su mayoría eran varones mayores, no obstante existían menores y personal femenino. Sus tareas requerían de una importante formación y especialización, sus salarios eran bajos, y sus condiciones laborales precarias y extenuantes. En Mendoza, se encontraban en una posición estratégica[2] desplegando el manejo de las comunicaciones con Chile, lo que les permitió, entre otros factores, desarrollar una lucha dura con importantes consecuencias para la región.
Hilos cruzados y epístolas sin destino
La huelga inició el 7 de septiembre a raíz del incumplimiento por parte del Estado nacional del pago del salario mínimo acordado el mes anterior.[3] La medida de fuerza tuvo como epicentro la sección de AATEP Rosario (Santa Fe) cuando la policía arremetió contra una asamblea dejando como saldo a una importante cantidad de afiliados heridos.[4] Sin embargo, un vistazo por el pliego de condiciones devela los reclamos que los trabajadores venían barajando por mejoras salariales, laborales y familiares: salario mínimo de 100 pesos mensuales para mayores de 18 años y de 60 para los menores; escalafón de sueldos progresivos para el personal de la repartición según la antigüedad, pago regular de haberes, viáticos para estafeteros y empleados ambulantes, y aumento del 40% para manutención de animales. Desinfección diaria de los lugares de trabajo, jornada de 6 horas diarias, pago de horas extras y supresión total de las multas que afectaban drásticamente los salarios. El cese de despidos sin causa comprobada y la normalización del proceso sumarial con intervención del inculpado se conjugaba con otra que apuntaba a un mayor control sobre los traslados, por tratarse de tramitaciones frecuentes y compulsivas tomadas por la patronal en detrimento de los trabajadores y sus familias. Para los empleados que portaban uniforme se exigía la provisión de varios trajes e impermeables por año. Además, se intimaba a pagar las licencias por enfermedad, accidentes laborales y vacaciones. Finalmente, pujaron por el reconocimiento de la AATEP como entidad representativa del gremio.[5]
La AATEP había surgido en 1912, nucleaba a trabajadores del Estado y tenía seccionales en diversas provincias. Según Marotta (1961), y lo que puede desprenderse de las fuentes, esta asociación no se encontraba afiliada a ninguna de las centrales sindicales existentes hacia 1918 (FORA IX, FORA V), por lo que inferimos se trataba de un gremio autónomo, compuesto por trabajadores de diversas tendencias (anarquistas, sindicalistas, socialistas, e inclusive, radicales), que no alcanzó un acuerdo común de dirección. Sin embargo la huelga fue rápidamente acatada por las seccionales de Capital Federal, Córdoba, Paraná, Catamarca, Rosario, Río Cuarto, Santa Fé, Tucumán y otros puntos del país. Inmediatamente el Estado nacional envió numerosas tropas a las reparticiones afectadas. En el 8vo distrito, correspondiente a Mendoza, el movimiento fue contundente y sólo se mantuvieron trabajando los “jefes de secciones y algunos empleados”, mientras que el servicio telegráfico se mantuvo clausurado.[6] Durante la primera semana de conflicto, la suerte corrió del lado de los huelguistas debido al alto grado de unidad interna. Dos sectores estratégicos se solidarizaron: el comercio y la principal prensa gráfica de la provincia (diario Los Andes). Las denuncias persistentes de los usuarios muestra la solidaridad extendida, pese a que el jefe de distrito –Sr. Marana- insistió al público para que concurriera a retirar la correspondencia.
Entretanto, el 10 de septiembre, fue realizado un mitin en la ciudad de Mendoza.
En la fotografía puede observarse la apretada concentración de los empleados postales frente a la sede de la AATEPM momentos antes de movilizarse.[7] Entre la multitud habían algunos niños, observables en el lado izquierdo de la imagen y probablemente subidos a los árboles, a la que se sumó otra gran cantidad de trabajadores que participaron solidariamente.[8] Si bien el evento contaba con el permiso otorgado por la jefatura de policía, al comenzar la manifestación callejera compuesta por una nutrida columna de 4000 personas, los agentes policiales procedieron al secuestro de estandartes, banderas, insignias y carteles en los que podía leerse: “Reclamamos nuestros derechos”, “Que se cumpla la ley!”, “Pedimos que se dé cumplimiento a lo convenido el 20 de agosto”, “Reclamamos observancia a la ley de presupuesto”.[9] La Montaña quizás justificando el accionar policial, remarcaba que algunos carteles “no estaban en armonía con el espíritu sereno”, haciendo alusión a una pancarta que decía: “El servicio a merced de malevos e inexpertos”.[10] Durante el trayecto el comercio cerró sus puertas en adhesión a la manifestación.[11]
Llegada la columna a la Alameda se organizó la tribuna para dar comienzo al mitin. Emilio Quellet -jefe de policía- intentó prohibir que los oradores José Mancebo, secretario general de la Federación Obrera Ferrocarrilera de Mendoza (FOFM) y Gregorio Acorinti, del gremio panadero, pudieran expresarse por tratarse de “personas sindicadas como ácratas”.[12] Sin embargo, los obreros se expresaron públicamente junto a otros entre los que se encontraba el secretario general de AATEPM -Julio Jardón- y un representante de la Federación de Estudiantes.[13]
Durante los días posteriores la huelga continuó con los servicios postales prácticamente paralizados. La acción directa, además de confrontar contra la patronal generó problemas de comunicación interna y con otras seccionales del país, dificultando la organización y dirección. Mientras tanto, el comité de huelga programó la realización de otro mitin para el día 15 que fue prohibido por el ministro de gobierno provincial, por considerarlo un acto propagandístico y extorsivo contra las autoridades.[14]
De aquí en más, el Estado asumió una posición más ofensiva. Los huelguistas fueron cesanteados y sus puestos cubiertos con nuevos empleados, logrando restablecer precariamente el servicio postal. Los despachos telegráficos comenzaron a realizarse por medio del servicio privado prestado por las empresas ferroviarias y la comunicación enviada por los huelguistas fue bloqueada por la patronal, evidenciando el apoyo de los empresarios del riel hacia el gobierno. En paralelo, los empleados postales fueron coaccionados a devolver los uniformes so pena de no pagarles los salarios adeudados. Se abría un proceso de intimidaciones e instigaciones que hicieron que el pliego inicial de condiciones presentado por los trabajadores se circunscribiera al pago regular del salario mínimo y, sobre todo, a lograr la pronta reincorporación en los puestos laborales anteriores a la huelga.
Tras 18 días de conflicto, el 25 de septiembre, un decreto presidencial pretendió ponerle fin. Si bien en él se intimaba a retomar al personal exonerado, carecía de un procedimiento claro del modo en que se realizaría.[15] La reglamentación finalmente se conoció el 1 de octubre instando a mantener en sus puestos de trabajo al nuevo personal reclutado durante el paro, y ofreciendo las pocas vacantes disponibles a los huelguistas. Ante esto, diversos gremios provinciales conformaron un Comité de Huelga General (CHG). Sin embargo, se presentaron cada vez más dificultades en la comunicación entre AATEPM y el Comité Ejecutivo sobre el estado de las negociaciones que se realizaban en Buenos Aires, situación que entorpecía enormemente la organización y coordinación del llamado a una huelga general nacional. Dos días después, desde la seccional Mendoza se comunicaba al presidente de la república la decisión de proclamar una huelga general por incumplimiento efectivo del decreto del 25 de septiembre.[16] La medida se articulaba con otras del mismo talante decididas en las seccionales de San Juan, Córdoba, Tucumán, Santa Fe y la ciudad de Rosario.[17] Ante la falta de respuesta, la provincia amaneció “totalmente paralizada” el día 7. La huelga fue declarada por tiempo indeterminado. Cerraron cafés, confiterías, restaurantes y hoteles; los diarios no circularon, y el comercio se mantuvo cerrado. El diario Los Andes afirmó que Mendoza no había “presenciado nunca un movimiento de solidaridad obrera tan intenso y expontáneo (sic)” y que gozara de “simpatía pública”.[18]
Entretanto, el gobernador Lencinas se comprometió a reincorporar al personal huelguista progresivamente conforme se fuesen produciendo las vacantes, “debiendo mantenerse en sus puestos respectivos al personal existente”.[19] El compromiso alcanzado satisfizo al CHG y se acordó levantar la medida de fuerza. El personal de AATEPM continuaría en huelga hasta conseguir los objetivos del lábil compromiso alcanzado. Ese día, más de 50 empleados huelguistas se presentaron con solicitudes de readmisión y la jefatura se comprometió a examinar los requerimientos y dar contestación.[20] Si bien la huelga general dejaba importantes lecciones y una alta moralidad,[21] pasado un mes del decreto presidencial, la mayoría del personal huelguista no fue reincorporado. El modo en que fue quebrada la acción y desestimado el reclamo será explayado en los próximos apartados.
Uniformes en el perchero y guitarras sin cordel
Al comenzar las huelgas, una de las principales amenazas a sortear por los huelguistas era justamente, sopesar y ejercer el control sobre aquellos otros obreros que asumieron la posición de romperla. Los rompehuelgas comenzaron a convertirse en protagonistas de este conflicto y, advirtiendo esta situación, El Socialista publicó una nota de pedagogía obrera donde aclaraba algunos términos referidos a estos sujetos: “El carnero es el tipo que no se pliega al movimiento y continúa el trabajo”, “simula compañerismo”, “pero cuando toca obrar, al primer grito del amo vuelve a él y va, sonriente, a lamerle las manos” y los “pies”. En cambio, “el crumiro” es aquel que “reemplaza en las huelgas a los que se niegan a continuar el trabajo”. Y acotaba, “son tipos reclutados entre el elemento maleante y miserable que ignora el mal que hace a su clase, pero que sabe, sin embargo, quejarse aunque merezca ser esclavo.” Ambos fueron definidos como “traidores”, seres “infelices”, “hipócritas”, “ignorantes” y “miserables”, entre otras connotaciones.[22] Nombres y apellidos de carneros fueron publicadas en listas, a los que adosaron adjetivos tales como: “borracho”, “degenerado”, “baboso”, “cuadrado”, “burro”, etc. La Voz del Gremio, además de exponer a unos 20 “krumiros”, llamaba a “despreciar” a esa “inmunda canalla, traidora y cobarde”.[23] Estas fueron las nociones in situ mediante las cuales se buscaba interpelar públicamente a la comunidad obrera y frenar el avance de rompehuelgas. De sus posibilidades de intervención dependió en gran medida el lado para el que se balanceaba el fiel de la balanza en las contiendas proletarias.[24]
Si bien los rompehuelgas comenzaban a hacerse cada vez más presentes, la huelga continuó con firmeza. Las áreas de clasificación, despacho y distribución del correo se mantuvieron prácticamente paralizadas dado que la mayoría de los trabajadores había resuelto sumarse a la huelga.[25] Apenas unos escasos 24 carteros continuaron con sus tareas pero custodiados por el ejército.[26] Una vez dictaminadas las exoneraciones a los huelguistas, el Estado nacional convocó a cubrir los puestos dejados vacantes. Las oficinas de correos estuvieron muy concurridas por aspirantes, llegando a “interrumpir las tareas de los pocos empleados que trabajan”, lo cual es solo una muestra de la grave situación de desempleo y carestía de la vida del contexto.[27]
Por su parte, los “nuevos carteros” retornaban con la casi totalidad de correspondencia por “serles imposible encontrar a sus destinatarios”.[28] Detalle que resulta interesante, a fin de determinar el grado de compromiso y acción de los usuarios durante el conflicto: la correspondencia y encomiendas se acumularon en los depósitos durante gran parte de la contienda ya que no fueron retiradas. Los Andes y La Palabra repararon en la falta de idoneidad y de escrúpulos con que era realizado el trabajo.[29] El personal retornaba a las oficinas “con la mayor parte de las piezas” porque no encontraban a las personas a quienes iban dirigidas. En los departamentos la situación era aún peor, ya que en algunos de ellos, se suspendieron por completo las tareas.[30]
Los huelguistas además de denunciar las irregularidades en los medios gráficos, realizaron sabotajes, buscando con estas acciones reforzar la paralización del servicio postal y, también, desactivar el avance de los rompehuelgas. Persistentemente cortaron las líneas del telégrafo, entorpeciendo e imposibilitando las reparaciones realizadas por los guardahilos. Las interrupciones se producían “al lado de los postes”, sobre los “aisladores de loza” y unían hábilmente los cables con “una cuerda de guitarra”, de tal manera que para comprobar el desperfecto era menester “treparse a cada poste a revisar detenidamente a los alambres”.[31] La Palabra informaba que el telégrafo funcionaba cuando podía, pues “la mayor parte del tiempo están las líneas interrumpidas” y remarcaba que el empalme realizado con las cuerdas de guitarras resultaba tan audaz que imposibilitaba visibilizarlos desde el suelo.[32] Otra medida consistió en ubicar los alambres en contacto con la tierra para distorsionar los mensajes y atentar contra las máquinas transmisoras. Los guarda hilos en cuanto lograban restablecer las comunicaciones debían volver al día siguiente ya que los sabotajes se activaban con celeridad.[33] En paralelo, similares acciones se desplegaban en otras provincias que afectaban el servicio a escala nacional y también con otros países, cuestión que despertó la solidaridad obrera internacional. Por ejemplo, los cortes de hilos realizados en Cacheuta obstruyeron las comunicaciones con Santiago de Chile[34] y los telegrafistas transcordilleranos hicieron llegar mensajes de aliento al movimiento.[35] En simultáneo, diversas sociedades obreras de Mendoza realizaron donaciones monetarias y organizaron colectas para sostener la huelga.[36]
Los huelguistas además de organizar un comité, conformaron comisiones encargadas de convencer a los carneros de deponer su actitud. Durante todo el conflicto fueron constatados muy pocos enfrentamientos entre ambos bandos obreros.[37] En relación a las mujeres, la AATEPM protestó especialmente por los actos de presión que se ejercían contra el personal femenino, a quienes amenazaron con la expulsión si no continuaban con el servicio.[38] Los niños también fueron amedrentados por la policía, por gritar “¡carneros!” en la vía pública. El tono peyorativo se inscribía con mayor ahínco ya que los rompehuelgas “traicionan al pan” de los “hijos”, “hermanos” y “padres” de la clase trabajadora.[39] Si bien las informaciones referidas a la participación de las infancias y mujeres son escasas, en algunas fotografías podemos captar su presencia durante el conflicto.
Las manifestaciones públicas además de visibilizar los reclamos y pujar por la apropiación territorial de la calle, mostraban la heterogeneidad de sujetos que componían a la clase trabajadora. La fotografía es una muestra de ello: niños, mujeres, jóvenes y adultos mancomunados detrás de un objetivo común que compelía no sólo a la movilización individual o sectorial, sino también, a la participación familiar. Siguiendo a Asquini y Koppmann (2023), “en momentos de confrontación social, la presión comunitaria podía ser un instrumento poderoso para que algunos desistieran de seguir trabajando durante un conflicto. La vergüenza de formar parte de ‘los traidores’ podía forzar que las esposas y familias se involucraran en el conflicto y jugaran un rol clave en desarmar la estrategia patronal” (52). Como veremos a continuación, los siguientes eventos transcurridos durante el conflicto refuerzan esa afirmación.
Uno de ellos se dio al cumplirse el primer aniversario de los asesinatos de Josefina Biandini y Adela Montaña, víctimas de la represión realizada por el ejército durante la manifestación del 25 de septiembre de 1917 en el marco de la Gran Huelga ferroviaria (Badaloni, 2022). Ambas habían marchado, junto a una nutrida columna, por las vías del tren para obstruir la salida del Trasandino y convencer a los “carneros” de que depusieran su voluntad de romper la huelga (Lloveras, 2017). El homenaje fue organizado por la FOFM y, como puede observarse en la Figura 4, la manifestación concitó la participación infantil y familiar. De hecho, unas 2000 personas acompañaron hasta el cementerio a las dos pequeñas hijas de Adela que “iban sentadas sobre la capota” del carruaje fúnebre. En la necrópolis ofrendaron sobre sus tumbas flores y semblanzas a cargo del secretario general de la FOFM, José Mancebo y Gregorio Acorinti.[40]
La procesión devenida en protesta exponía la importancia de la participación de las mujeres en la lucha, los valores imponentes sobre la familia y actualizaba la protesta ante las víctimas caídas a manos de las fuerzas de seguridad. Además, en el marco de la huelga de los postales potenciaba la centralidad de la lucha contra el carneraje. La conmemoración realizada en un contexto imperante de lucha social, reactualizaba la memoria e identidad de la clase trabajadora en una situación que también resultaba potencialmente amenazante.
Otro hecho luctuoso ferroviario ocurriría a los pocos días cuando un tren de carga que avanzaba rumbo a la estación de La Paz fue desviado por una vía muerta e impactó contra un paragolpe. El Socialista responsabilizó a la empresa y al obrero señalista encargado de realizar el cambio de riel. El obrero aludido, había oficiado de “carnero” durante la última huelga ferroviaria (1917). De la terrible catástrofe lograron salvarse el maquinista y el foguista, no así el pasaleña. Su cuerpo quedó atrapado y murió calcinado, dejando “una numerosa familia e hijos”.[41] La impericia “carneril” se ubicaba como otra noción palmaria cuya deriva era capaz de provocar la muerte de obreros conscientes y atentar a la reproducción de sus familias.
El siguiente caso ocurrió el 9 de octubre, en plena huelga general. Jacinto Savasta era un empleado del correo de “temperamento tranquilo”, “vida retraída” y “buen concepto entre sus compañeros de trabajo”.[42] Tras 9 años de servicio decidió formar parte de la comisión que se ocupaba de convencer a los “carneros” durante el conflicto. En la madrugada del segundo día de huelga general participó de una asamblea convocada por el CHG. Al finalizar, Savasta y su compañero Emilio Meizina dejaron sus revólveres en el local de AATEPM para evitar un posible “trance desgraciado”.[43] Camino a sus respectivos hogares se toparon con un grupo de rompehuelgas que se dirigía a trabajar y se produjo un violento intercambio verbal que escaló hasta culminar con un disparo de bala que impactó en el pecho de Savasta. Según la versión de los testigos, los rompehuelgas “hicieron disparos a diestra y siniestra”. El obrero herido emprendió la huida hasta desfallecer. Los presuntos asesinos resultaron aprehendidos por la policía.[44]
El cadáver de Savasta fue trasladado hasta la seccional AATEPM para dar lugar a la capilla ardiente. Al día siguiente, “todos los gremios obreros organizados en grupo” acompañaron sus restos. Una carroza encabezó el cortejo portando coronas florales y detrás el féretro fue trasladado a pulso. Miles de personas acompañaron el recorrido hasta el cementerio ante una “enorme” concurrencia estacionada a ambas aceras de las calles (Figura 5).
La procesión marchó hasta el cementerio. Al borde de la tumba nuevamente hicieron uso de la palabra Mancebo, Acorinti y representantes de AATEPM. Durante ese lapso de tiempo corto, el camposanto tornó en otro territorio de disputa (Figura 6), momentos en los que -como señalan Lobato y Palermo-, “las ceremonias fúnebres abandonaban sus tonos íntimos, privados y familiares para convertirse en un evento ciudadano. En estos casos el dolor personal se expresaba en un ritual público y las formas del duelo articulaban un mensaje político” (2011: 66).
Los tres eventos fúnebres se constituyeron en contundentes formas de comunicación e interacción social y política (Gayol, 2015). Por un lado, las muertes transmitían un mensaje sobre la fragilidad y el desamparo a la que los trabajadores y sus familias estaban expuestos en sus trabajos cotidianos y, más aún en contextos de protesta. Asimismo, de manera muy concreta e intensa, las ceremonias potenciaron y tornaron visibles los vínculos, los afectos, la solidaridad, los ideales de compañerismo y la “unidad de clase” (Lobato y Palermo, 2011). A su vez, el modo en que las familias trabajadoras procesaron esas muertes tomando las calles nos permite tematizar la centralidad del crumiraje como problema social. Las acciones obreras desplegadas durante las jornadas luctuosas invitan a pensar el modo en que intentaron inflexionar y frenar la posición antihuelguista asumida por otros trabajadores y que involucraba también a sus familias. Las y los caídos en el combate de clases, eran la imagen vívida de cómo sus ausencias precarizaban aún más las posibilidades de reproducir material y afectivamente la vida de sus parientes. La instalación pública de la muerte agilizó el logro de un arreglo que dio por finalizada la huelga general.
Lucen ropajes de tallas impropias
Desde el inicio del movimiento las líneas editoriales de los dos principales diarios lencinistas afirmaron que el conflicto había sido preparado con antelación por los “dictadores de la huelga”. Según La Palabra, los trabajadores postales se habían lanzado “con sórdida inconsciencia” a una “revuelta inmotivada”. Habían sido engañados mediante la instalación de una “propaganda tendenciosa”, inescrupulosa e ilegítima organizada por “agentes perturbadores”.[45] Por su parte La Montaña, insistía en señalar que las exigencias no habían nacido de las masas obreras, sino de infiltrados en su seno, “agitadores de oficio” que no ponían en juego la reproducción de sus vidas, puesto que cobraban un sueldo en “concepto de embaucadores” y provocadores.[46] Ambos periódicos solicitaron al gobierno nacional que tomara “cartas en el asunto de una manera más enérgica”, a fin de cortar “por lo sano” el conflicto[47] y glorificaban el accionar de los jefes de policía de otras provincias que mediante la aplicación de la Ley de Residencia habían deportado a los “factores malsanos”. Como solución final proponían hacer “desaparecer” a los indeseables.[48]
Si bien los elementos señalados no eran ni remotamente novedosos ni más sofisticados que los que circulaban durante aquella época en diversos territorios del país (Franco, 2019; Lvovich, 2020; López Cantera, 2021) y fuera de éste (Domenech, 2015; Albornoz y Galeano, 2017), lo que aquí nos interesa analizar es cómo esas nociones simbólicas se fueron materializando y encarnando en intervenciones concretas por parte de las fuerzas represivas nacionales y provinciales (Barry, 2019; Bohoslavsky y Franco, 2020).
Observemos la progresión. Al iniciarse el conflicto, el Estado nacional no se predispuso a negociar sitiando con el ejército todas las seccionales para prevenir la destrucción de locales y cercenar la realización de piquetes obreros que imposibilitaran la entrada de rompehuelgas.[49] Unos 42 soldados de guarnición se apostaron armados con “máuser” en la cabecera provincial del correo. La abultada guardia custodiaba y, también, acompañaba a rompehuelgas durante sus repartos callejeros. En algunas seccionales departamentales, ellos mismos devinieron en crumiros y realizaron los repartos postales. Si bien la intervención del ejército podría enmarcarse dentro de un marco más preventivo que coactivo -ya que no se vislumbran en las fuentes enfrentamientos directos entre las FFAA y los obreros- cumplieron un rol crucial para el restablecimiento parcial del servicio. Sin embargo, conforme avanzó el conflicto, la policía cobró un rol más protagónico, agregando nuevas capas materiales a las nociones ya señaladas.
La AATEPM sólo pudo realizar uno de los 3 mitines programados. Durante el primero (10 de septiembre), los estandartes y carteles con consignas fueron confiscadas, dos oradores fueron sindicados como anarquistas e intentaron cercenarles el uso de la palabra. El segundo evento, fue prohibido (15 de septiembre), así como el último, correspondiente al primer día de huelga general (7 de octubre). Sin embargo, dado que muchos obreros ignoraban la prohibición, un importante contingente se congregó alrededor de la plaza Chile hasta formar una “crecida masa”, que decidió manifestarse espontáneamente (Figura 7).
La nutrida columna fue interceptada por el escuadrón de seguridad y el jefe de policía E. Quellet, acusó con vehemencia a “unos cuantos inmigrados que venían a traer al país el desorden” y amenazó que avanzaría con “mano de hierro”, si la orden de desalojo callejero no era acatada. Ante el toque de clarín, la masa obrera se desconcentró.[50] Desde la policía se arremetía contra la importante población obrera extranjera residente en la provincia.
Fue durante los primeros días de octubre que la división de investigaciones comenzó a requisar los uniformes de los huelguistas aduciendo que eran “propiedad de la repartición”. Los huelguistas se ampararon en que no habían sido fehacientemente despedidos y se negaron a entregar sus vestimentas. La policía procedió violentamente a quitárselos y los acusaron del delito de “defraudación”. Decenas de obreros resultaron detenidos y fueron criminalizados, mientras que los restantes comenzaron a entregar paulatinamente sus ropajes de trabajo.[51]
Durante la huelga general las calles céntricas mendocinas estuvieron pobladas de trabajadores.
A través de lo observable en las figuras 3, 7 y 8 podemos inferir que la agitación obrera fue intensa. Sin embargo, las principales arterias de la ciudad comenzaron a ser copadas por la policía ofreciendo un inquietante aspecto de “estado de sitio”[52] que provocó temor en la población e hizo que la paralización fuera aún más pronunciada. En la figura 9 puede reconocerse la fachada del local de AATEPM y, frente a ella, los mismos árboles. Pero en esta oportunidad sus ramas han sido despojadas de aquel peso humano que las torcían (véase Figuras 1 y 2). Para esta toma, evidentemente nadie posó para el obturador de la cámara. El movimiento y la acción, sobre todo de los tres policías montados a caballo nos alerta sobre el desalojo propinado a los obreros postales y telegrafistas. La avanzada policial lograba deshabitar las calles y cortar aún más las comunicaciones y reuniones obreras.
Levantada la huelga general (10 de octubre) retornó cierta normalidad. La guardia de infantería que custodiaba las puertas de acceso al edificio del 8º distrito de correos y telégrafos fue retirada y la presencia policial pareció distenderse. No obstante, una novedosa estrategia represiva se pondría en marcha e involucraría la acción coordinada entre agentes represivos provinciales y nacionales.
La súbita desaparición de José Mancebo, secretario general de la FOFM, despertó la alarma de sus compañeros y allegados. Mancebo fue secuestrado el 19 de octubre en pleno centro capitalino en horas de la noche, por dos “pesquisas” que se acercaron pidiéndole que los acompañara a la comisaría. Ante la negativa, fue inmediatamente forzado a subir a un automóvil que lo llevó hacia la estación del ferrocarril del departamento de Luján. Incomunicado por completo, lo trasladaron en un tren de carga hasta Las Cuevas, límite próximo a la frontera con Chile, y luego fue forzado a caminar 3 km hasta el cuartel de gendarmería. Allí le informaron que debía pasar a tierras chilenas, so pena de matarlo de “cien azotes” si regresaba. Sableado de canto por los gendarmes y adolorido por los golpes fue obligado a cruzar el túnel fronterizo. De puño y letra aseguraba:
me libré de una muerte segura y calculada. Pasé el túnel y ya era el domingo a las 5 de la tarde cuando se desencadenó un temporal de viento y nieve que hacía imposible caminar. Con mi ropa de verano, sin sombrero, sin comer desde el día anterior y enfermo como estaba, tuve que pasar la noche a la intemperie, entre nieve, y a 3500 metros de altura. Luego tuve que cruzar toda la cordillera a pie y sobre piedra en una longitud de 75 kilómetros hasta Santiago de Chile, donde he llegado tan lleno de miseria, privación, hambre y frío que he dado con mi humanidad en un hospital, desde donde escribo.[53]
Para Los Andes, el jefe de policía había sido el principal instigador y, aunque difícil probarlo, parece verosímil. Lo llamativo del asunto es que el desterrado había nacido en Argentina, circunstancia que no habilitaba legalmente su deportación. Con lucidez, el mismo diario advertía que “ya nadie podrá sentirse tranquilo en esta provincia, por los procedimientos insólitos que la autoridad emplea para liberarse de quien le place, sean extranjeros o nativos”.[54] La medida buscaba ser aleccionadora ante el conjunto poblacional que había osado levantarse en huelga general. Julio Jardón, secretario de ATTEPM, también fue amenazado por la policía con la deportación.[55]
Como anticipamos, la huelga general se levantaría habiendo alcanzado un lábil compromiso por parte del Estado nacional y provincial. Y es necesario insistir, que las medidas de control y disciplinamiento se profundizaron aún más a partir de este caso. Por fuera del accionar netamente represivo, las administraciones gubernamentales tomaban las siguientes medidas: las autoridades municipales de la Capital, de signo radical, oficiaron de agencia de colocación de rompehuelgas[56] y la dirección de correos y telégrafos fue sometida a las influencias radicales. La huelga había significado un momento de oportunidad para entronizar a jefes leales y obreros conciliados con los comités políticos.[57] La Vanguardia denunció que el gobierno había aprovechado para ubicar a sus “elementos” en los puestos huelguistas.[58] La Protesta,[59] informaba que los trabajadores radicales plegados a la huelga fueron amenazados con la expulsión del comité si continuaban protestando.[60] Asimismo, las prensas mencionadas coincidieron en señalar que los obreros pertenecientes a la seccional de correo de Mendoza resultaron entre los más afectados del país. Los huelguistas presentaban solicitudes de readmisión y solo fueron reincorporados según se producían las vacantes, quedando a merced del llamado a una huelga general nacional convocada por la FORA IX que nunca se efectivizaría.[61] Pasado un mes del decreto presidencial del 25 de septiembre, “ni el 30%” del personal había sido reincorporado.[62] Las singularidades del caso conviene analizarlas a partir de un extenso –y contundente- informe realizado por El Socialista, del que reproduciremos el siguiente fragmento:
la readmisión es exclusivamente para ciertas y privilegiadas personas seleccionadas entre todo el personal en huelga, y para los que llevan recomendaciones de Lencinas […]. A los otros que son de la lista negra se les entretiene con excusas y mentiras, […] para no readmitirlos y [….] dejarlos cesantes.
Los afortunados que son recibidos, […] son rebajados a la última categoría, es decir a ganar el salario mínimo de cien pesos.
Aparte de ser los readmitidos descendidos de tres y hasta cuatro categorías, son desterrados a donde el subdiácono de Yrigoyen se le antoja.
A todos estos se les presiona y amenaza para que hagan cargos contra sus compañeros no readmitidos, para en esta forma tener pretexto donde basar las cesantías de éstos y si aquellos se rehúsan, las amenazas y las iras del señor Marana les hacen confesar hechos inexistentes.[63]
Las medidas tomadas implicaron la depuración del personal, tal como lo expresó el jefe del 8º distrito a cargo –Marana-: “esto daría lugar a sanear un poco el personal que tenía, pues en la repartición había algunos elementos bastante malos”.[64] El reclutamiento fue realizado entre miembros pertenecientes a los comités radicales, mediante lo cual se garantizaba un mayor control patronal sobre el trabajo y la vinculación ideológica de los nuevos empleados estatales. Para los huelguistas reincorporados, hubo humillación y coacción para incurrir en delaciones que perjudicaban a sus propios compañeros cuyos nombres engrosaron la formación de listas negras. Además de la rebaja en sus categorías y su correlato salarial, curiosamente fueron desterrados –cuasi deportados- bajo la figura del traslado laboral. Otro mecanismo de disciplinamiento consistió en elevar de categoría a carneros y crumiros para que ocuparan lugares de mando sobre los “insubordinados”.[65]
Los “desharrapados” postales dejados cesantes observaron a sus otrora uniformes de trabajo cubriendo los cuerpos de los nuevos empleados mientras realizaban los repartos de correspondencia por las calles.[66] Numerosos telegrafistas solicitaron trabajo en el exterior ofreciendo sus servicios.[67] ¿Pretendían emigrar, huir o, de alguna manera, también habían sido desterritorializados?
Retomando el problema fundamental planteado, ¿los rompehuelgas fueron un mero instrumento de la patronal?, ¿un simple objetivo de impugnación por parte del movimiento huelguista?, ¿conformaron un colectivo ubicado en el medio (un limbo) entre patrones y obreros? O acaso, ¿tomaban decisiones voluntariamente para hacer jugar grupalmente su poder, su agencia?
Reparemos en la única voz de un rompehuelga encontrada en las fuentes en el que un asociado a la AATEPM publicaba un telegrama afirmando lo siguiente: “Sabemos que somos irremplazables pero no debiéramos abusar haciendo daños grandes al país”. Llamaba a “reanudar las tareas”, “sin humillaciones” pero subordinándose a la ley, lo cual redundaría en “resultados benéficos para el pueblo y muy especialmente para el gremio”, del cual se vanagloriaba “formar parte”. Y luego finalizaba su “firme protesta al ver rotas en estos momentos nuestras costumbres más delicadas”.[68] Como puede desprenderse, se posicionaba como contrincante político impugnando el daño que producía la huelga a las costumbres gremiales, al pueblo y al país. Su voz interpelaba al colectivo obrero. Desde esa perspectiva, no serían un mero instrumento de la patronal, sino que ejercían un cálculo. Como afirma Womack (2007) “usar una posición estratégica para cualquier propósito es actuar”, y “si hay estrategia, hay agencia” (76).
En ese mismo sentido es que hemos capturado, en parte, las nociones subjetivas que permitieron delimitar factores de tolerancia a la agencia ejercida por sujetos que se propusieron de modo complejo hacer fracasar la huelga y al mismo tiempo inflexionar hacia el triunfo de una nueva línea política de clase, que contó con la cobertura del oficialismo lencinista. Así, una operaria que boicoteó la medida de lucha fue premiada por permanecer fiel a su puesto,
gracias a cuya actividad los servicios postales y telegráficos han funcionado en ésta con relativa regularidad. Dicha señorita con celo digno del mayor encomio se ha multiplicado por decirlo así, durante estos días en que la insuficiencia de personal ha dado lugar a continuas reclamaciones, viéndosela tan pronto atender al reparto de la correspondencia depositada en lista de correos como el despacho de telegramas y giros postales.[69]
Si bien hubo coincidencias en las prensas obreras, comerciales y, también, oficialistas que señalaron que se trataba de sujetos sin experiencia laboral u oficio y que no tomaban con seriedad el empleo, el reclutamiento y reemplazo contó con soporte patronal para sostener a personas en ubicaciones laborales con poca o nula destreza, o, en algunos casos registrados en Capital Federal,[70] recurrieron a personal telegrafista ya jubilado que sí contaba con el conocimiento suficiente. A pesar de las consecuencias drásticas ocasionadas al desenvolvimiento productivo, la estrategia patronal se explayó bajo el siguiente fundamento: el reclutamiento de rompehuelgas no pretendía que el trabajo se desarrollara con las mismas destrezas que los obreros anteriores, sino que buscaba como objetivo desmoralizar a los huelguistas, impugnar a sus direcciones, cortar los lazos solidarios y disciplinar a la clase obrera.
Ese objetivo fue reforzado con tácticas antihuelguistas y estrategias represivas desplegadas por el Estado. En primer lugar, observamos una mirada victimizante sobre los huelguistas, caracterizados como fácilmente manipulables por “agitadores de oficio”. Sobre esa noción se fue solapando otra muy extendida en la época anclada en una propaganda anti extranjera. Ambas cruzaron el umbral de las palabras y devinieron en ensayos represivos perpetrados en el ámbito público. La participación de las fuerzas de seguridad durante todo el conflicto resultó crucial: custodiaron y protegieron a crumiros y carneros, se dispusieron hacer funcionar el correo, reconquistaron la calle, dictaminaron un virtual estado de sitio e inclusive deportaron ilegalmente a un importante referente de la clase. El accionar conjunto de las fuerzas provinciales y nacionales diseminó el terror y lo irradió –amenaza mediante- con el fin de quebrar las subjetividades y la disposición combativa de “la clase”. La sofisticada estrategia patronal lograba de ese modo desarticular la protesta, desbaratar la estructura gremial y recalibrar las relaciones de fuerza entre las clases contendientes (Asquini y Koppmann, 2023).
Reflexiones finales
En el famoso párrafo inicial de La formación de la clase obrera en Inglaterra, E. P. Thompson inquiere: “La clase obrera no apareció como el sol, en un momento determinado. Estaba presente en su propia formación” (1989). En alguna medida este episodio de la lucha de clases muestra un proceso de formación de la clase trabajadora, en la que ella no está -ni estuvo- allí como cosa, ni determinada solo por elementos estructurales y externos a ella. En sus múltiples heterogeneidades participó de su propio proceso de formación (Thompson, 1989: XIV). En la configuración histórica abordada, palpamos su auto-reconocimiento en combate contra el Estado y sus aliados capitalistas. Relacionalmente se hacía “así misma” pero también, se deshacía en luchas intestinas. Huelguistas y rompehuelgas aun partiendo de experiencias comunes de explotación y opresión, desplegaron diversas estrategias y de este modo evidenciaron sus agencias. Sin embargo, sus posiciones fueron antagónicas y entraron en colisión. Las luchas producidas en su interior develan la complejidad de un fenómeno dinámico y cambiante basado en la solidaridad, pero también, en los intentos por “hacerse a sí misma” puede basarse en la violencia étnica, etaria y de género, así como en la exclusión y la jerarquización (Carbonella y Kasmir, 2020: 5). Al asumir la agencia de los carneros y crumiros, “la clase trabajadora” no aparece como un constructo compacto ni mecánico. Obreros y obreras convencidas, voluntariamente disputaron otra línea política de clase contraria a la contestataria. Por caso, ¿el origen nacional y las ideologías nacionalistas habrán influido al momento de hacer valer la prioridad de contratación? ¿Acaso no contaban con el auspicio gubernamental y estatal para lograrlo? Considerando el desenlace, la AATEPM resultó parcializada y fragmentada por el chauvinismo obrero de los nuevos empleados, el encaje de otros trabajadores del estado trasladados a mejores puestos de trabajo, la idea de ascenso social o el reclutamiento probable de niños y mujeres con menores remuneraciones para ocupar los puestos dejados cesantes, son conjeturas que dejamos abiertas para continuar indagando. Otras especulaciones abren más y más interrogantes, acaso ¿el lencinismo se propuso inmiscuir una especie de cadena de espionaje laboral en la seccional del correo para vigilar una actividad sindical clave para el Estado, prevenir próximas huelgas y/o disuadirlos de tomar nuevas iniciativas? O ¿podría implicar esta acción la construcción de organizaciones sindicales estables afines o “amarillas” (Van der Linden, 2019)? Por lo pronto, es posible establecer una conexión entre el resultado de este conflicto con las pretensiones lencinistas de conformarse en una tendencia obrera patriótica y de armonía de clases, movilizada al año siguiente durante la jornada del 1º de mayo bajo esas banderas contrarias al internacionalismo obrero (Latorre y Pereyra, 2023).
Para finalizar, captar la fluidez de las relaciones y las experiencias de clase ha permitido aprehender la convivencia de múltiples etapas del hacerse y deshacerse de la clase. Los rompehuelgas, otrora marginados por los huelguistas, habían pasado a ser los protagonistas del conflicto, sin embargo, la derrota de los trabajadores en lucha no significó un retroceso de conjunto para el movimiento obrero provincial. Por el contrario, la tensa calma alcanzada tras el conflicto de postales y telegráficos vaticinaba tormentas venideras, cuando la huelga general se impusiera como la forma de lucha obrera predilecta en los albores de un año clave para la clase obrera: 1919 ¿Es que en su proceso continuo de rehacerse de clase aquellos que oficiaron de seres cuasi espectrales y amparados en el anonimato se abismaran bajo el influjo de nuevas experiencias al conflicto de clase contra clase? Tal vez sea probable.
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Notas