Dossier
Revisitando la “frontera interna” en las márgenes del río Negro: el rol de Carmen de Patagones[*]
Revisiting the “internal border” on the Negro river shores: the role of Carmen de Patagones
Estudios del ISHIR
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
ISSN-e: 2250-4397
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 14, núm. 40, 2024
Recepción: 05 noviembre 2024
Aprobación: 20 noviembre 2024
Publicación: 30 diciembre 2024
Resumen: El término “frontera interna”, en tanto línea divisoria entre dos sociedades, la indígena y la hispano-criolla, ha perdido buena parte de su significado o al menos se ha complejizado sobremanera a partir de numerosos avances historiográficos especialmente referidos al interior bonaerense. Sumaremos a ellos, en este caso, el análisis pormenorizado del asentamiento fronterizo del Fuerte de Carmen de Patagones, en la desembocadura del río Negro, lo cual permite ampliar la mirada hacia el conjunto del corredor pampeano-norpatagónico, con visibles extensiones hacia la Patagonia austral y el occidente cordillerano, para dar cuenta de un “espacio fronterizo” muy dinámico y permeable, ciertamente con importantes conflictos, pero también con innumerables contactos y diversas formas de convivencia
Palabras clave: frontera interna, rol, Carmen de Patagones.
Abstract: The term "internal border", as a dividing line between two societies, the indigenous and the Spanish-Creole, has lost a good part of its meaning or at least has become extremely complex due to numerous historiographical advances especially referring to the Buenos Aires inland. In this case, we will add to them the detailed analysis of the border settlement of Fuerte de Carmen de Patagones, at the mouth of the Black River, which allows us to broaden our gaze towards the whole of the Pampas-North Patagonian corridor, with visible extensions towards southern Patagonia and the western mountain range, to account for a very dynamic and permeable “border space”, certainly with important conflicts, but also with innumerable contacts and various forms of coexistence.
Keywords: Internal Border, Role, Carmen de Patagones.
Introducción
La “frontera interna” parecía ser, según la historiografía tradicional argentina, una línea divisoria prácticamente infranqueable entre sociedades indígenas e hispano-criollas, sólo atravesada por los malones que, en tanto “actos delictivos” de los pueblos preexistentes, asolaban permanentemente las estancias bonaerenses. En los últimos años, esa visión ha sido revisada por innumerables escritos donde antropólogos e historiadores dan cuenta de un “espacio fronterizo” muy dinámico y permeable, ciertamente con importantes conflictos, pero también con innumerables contactos y diversas formas de convivencia.[1]
Tales revisiones historiográficas, no obstante, suelen referirse mayoritariamente a los espacios fronterizos del interior bonaerense y sólo excepcionalmente a aquellos que tuvieron mayor vinculación con los dominios indígenas patagónicos, como es el caso de los asentamientos ubicados en la desembocadura del río Negro.
En ese contexto, analizaremos el rol del Fuerte de Carmen de Patagones –hoy localidad del mismo nombre ubicada en el extremo sudoeste de la provincia de Buenos Aires–, desde su fundación en 1779 hasta la definitiva ofensiva militar iniciada en 1879.[2]
La temprana instalación del fuerte y sus pobladores en territorios indígenas debe necesariamente incluirse como parte de las medidas políticas conocidas como “reformas borbónicas” producidas en la segunda mitad del siglo XVIII, aunque, pese a su importancia, tampoco suele aparecer como tal en la construcción historiográfica nacional.
El Virreinato del Río de la Plata y la importancia del frente atlántico
A partir del gobierno de los Borbones el frente atlántico se volvió importante para la corona española, cuando se tomó real conciencia de la amenaza que significaba la constante presencia extranjera en los mares del sur. Carlos III proyectó, entonces, la fundación de cincuenta nuevas poblaciones en América, que se extenderían desde California hasta el sector más austral de sus dominios. De allí la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, la incorporación del puerto de Buenos Aires al monopolio español en 1778 y la fundación de fuertes con poblaciones estables en la costa patagónica a los efectos de evitar entradas marginales al territorio. A ello se sumó la intención de encontrar una vía fluvial que permitiese llegar al Reino de Chile desde el Atlántico para enfrentar el interés británico por ocupar el sur del continente, cuestión oportunamente alentada por el misionero jesuita Thomas Falkner, quien expresamente mencionara en 1774 la importancia de fortalecer la presencia inglesa en el área atendiendo al peligro que implicaba el pacto de familia establecido entre España y Francia a través de la casa de los Borbones.[3] A esos fines, el propio Falkner mencionaba la existencia de un río cuya navegación supuestamente permitiría llegar por el norte de la Patagonia hasta Valdivia, en Chile, evitando el obligado cruce interoceánico a través del estrecho de Magallanes.
La tarea de fundar algunos fuertes en sitios estratégicos de la Patagonia fue encargada a los comisarios superintendentes Juan de la Piedra y Francisco de Viedma y Narváez, quienes partieron de Montevideo en 1778 con cuatro naves y poco más de doscientas personas, contando con recursos militares y alimentos suficientes como para asegurar la manutención inicial de los colonos.[4]
El proyecto incluía la fundación de tres fuertes: uno en la bahía San Julián, el de mayor cercanía al estrecho de Magallanes, al que denominaron “Floridablanca”; otro al borde de una gran península (luego llamada Valdés), en la actual provincia de Chubut, al que denominaron “San José”;[5] y un tercero en la entonces conocida como bahía Sin Fondo, en la desembocadura del río Negro, denominado luego “Fuerte del Carmen”. A esos fines, la expedición de Francisco de Viedma y Narváez exploró por primera vez este último lugar a comienzos de 1779, fundando en la margen sur del río Negro, el 22 de abril de ese mismo año, una incipiente población conocida inicialmente como Fuerte del Río Negro, trasladado luego a la banda norte, menos expuesta a las crecientes. Ambas márgenes del río tendrían desde entonces núcleos de población estables, favorecidos por el acuerdo previo con el cacique Chanel –o Negro–, quien habría cedido –o vendido según otros autores (Marfany 1944, Varela y Manara 2009, Vezub 2016)– al rey borbón Carlos III las superficies que rodeaban el curso inferior del río. La erección de una capilla dedicada a la Virgen del Carmen daría finalmente nombre a la fundación, llamada desde entonces Fuerte ‘Nuestra Señora del Carmen’ o Fuerte del Carmen.[6] No obstante el traslado, algunos pocos pobladores permanecieron residiendo en la margen sur, en la actual ciudad de Viedma, denominada inicialmente como Mercedes de Patagones, en homenaje a la Virgen de la Merced, patrona de su capilla.[7]
Del Fuerte del Carmen, única de las tres colonias españolas antes mencionadas que logró sobrevivir, partirían las primeras expediciones fluviales como la de Basilio Villarino en 1782, quien navegó el río Negro hacia el oeste con el objeto de demostrar la supuesta conexión fluvial entre los océanos Atlántico y Pacífico, finalmente inexistente.
Francisco de Viedma y Narváez, designado comisario superintendente del Fuerte entre los años 1779 y 1784, desplegó una acción marcadamente negociadora con las comunidades originarias del lugar, lo cual permitió la sobrevivencia de estas poblaciones, aisladas y muchas veces desprotegidas y desabastecidas por los españoles.[8] Mientras tanto, comenzaban a arribar a la zona sucesivos contingentes de colonos, la mayoría procedentes de las zonas más pobres de España, como Galicia, Castilla, Asturias y León, especialmente de la Maragatería.[9] Cinco leguas al oeste, en 1782, se fundó otro fuerte de resguardo llamado “San Xavier Laguna Grande del Río Negro” –más conocido como San Javier–. Muchos de los primeros pobladores vivieron allí en cuevas cavadas en las barrancas del río, algunas de las cuales se conservan hasta la actualidad.
El propio Francisco de Viedma había elevado un extenso informe al virrey Loreto en el que sostenía la importancia de mantener estas poblaciones con fines estratégicos, militares y económicos, destacando la conveniencia de explotar los recursos de la región, particularmente la pesca de ballenas y la extracción de sal, mediante la instalación de puertos seguros para los barcos españoles. La buena relación establecida con los pueblos tehuelches fortalecía su opinión (Entraigas 1960: 259-266).
Un mundo de relaciones y conflictos en tiempos de dominación hispana
Ya sobre fines del siglo XVIII, y formando parte de una dinámica “sociedad de frontera” entre hispano-criollos e indígenas, estos últimos manejaban una vasta red de caminos y comercio que abarcaba un ancho corredor interregional entre la Araucanía y las Pampas, con estricto control de las áreas irrigadas ubicadas en la travesía, ricas en pastos y capaces de alimentar abundantes cantidades de ganados, como es el caso de la isla de Choele Choel en el curso medio del río Negro. Se fue conformando entonces una sociedad indígena de ganaderos y comerciantes, que requería de nuevos patrones de funcionamiento para responder a la creciente demanda de la población hispano-criolla. Importantes cantidades de sal, carnes, cueros y sebo circulaban entre el Río de la Plata y la Gobernación de Chile, ya fueran para el consumo interno o para la exportación a los centros mineros del norte y a otros asentamientos españoles sobre el Pacífico sur. En esas condiciones, las áreas cordillerana y precordillerana del norte patagónico resultaban excelentes para el acondicionamiento de los ganados antes de someterlos al esforzado cruce de los Andes. Aunque la situación de conflicto era muy importante y estaba siempre presente, las relaciones entre ambas márgenes de la cordillerana siguieron incrementándose durante largo tiempo, alcanzando niveles significativos de intercambio económico y social (Pinto Rodríguez, 1996; Bandieri, 2017).
La fundación del Fuerte del Carmen incrementó los contactos con el área atlántica.[10] Las tolderías se instalaban en sus adyacencias y los intercambios de ganado que proveían los indígenas –producto muchas veces de sus propias incursiones sobre las estancias bonaerenses– por cereales y bienes diversos eran permanentes e incluso indispensables para asegurar la supervivencia de la población. La vida en el fuerte era muestra fiel de los innumerables vínculos de interdependencia e interacción que tejía la cotidianidad fronteriza, derivando en frecuentes lazos personales y variadas prácticas de reciprocidad en planos muchas veces igualitarios. Regalos, informaciones y espías circulaban permanentemente en “la frontera”, mientras que eran habituales las deserciones de peones y soldados que se refugiaban en las tolderías.
La mencionada acción negociadora de Francisco de Viedma con uno de sus primeros aliados, el cacique Negro (cuyo antecesor fue el cacique Bravo y los hermanos Cheuqueta y Chocori,[11] sus sucesores), le permitió asegurar la sobrevivencia del enclave y cumplir con la tarea de reconocimiento y protección que le encomendaran las autoridades virreinales. Viedma demostraba una especial capacidad para relacionarse con los caciques a partir del aprendizaje de conductas, actitudes y tácticas discursivas propias de la sociedad indígena. En un documento de época se decía:
En las cercanías del fuerte se encontraban el cacique Capitán, con 100 toldos y Quiliner, con mucha toldería; al norte del río Negro el cacique Francisco con 35 tolderías; el cacique Negro con 60 toldos en el Colorado; y Chullilaquin –o Churlaquín en otras fuentes– con numerosísima indiada cerca del Colorado o el Negro (Ratto, 2008).
El sucesor de Viedma, Juan de la Piedra, asumió el cargo en 1784 y ordenó, ese mismo año, el primer censo oficial de la población del fuerte y de las existencias pecuarias que eran de 149 personas y 2.033 vacunos.[12] Al contrario de su antecesor, encaró una gran ofensiva contra las poblaciones indígenas que se apostaban pacíficamente en las cercanías al solo efecto de intercambiar bienes. Con ese objetivo, y el manifiesto apoyo del Virrey Nicolás del Campo –más conocido como marqués de Toledo–, se enviaron tropas a las tolderías que dieron muerte a un número importante de indígenas, entre ellos a familiares y aliados del cacique Negro instalados en el río Colorado.
Al emprender el funcionario una campaña a Sierra de la Ventana, se produjo un gran enfrentamiento con varios caciques, incluido el propio Negro. Como resultado de esta acción, morirían muchos indígenas, así como también perderían la vida el propio de la Piedra y Villarino. En enero de 1786, Negro, por entonces el más importante cacique de la zona de los ríos Negro y Colorado, estaba en Buenos Aires planteándole al Virrey que “quería paz estable, no obstante los daños que le causó Juan de la Piedra”.[13] Un año más tarde, el jefe indígena moriría en manos de un joven, hijo de otro cacique a cuyo padre había dado muerte, siendo reemplazado en la hegemonía pampeana por su descendiente, el cacique Yanquetruz–o Yanquitruz o Llanquetruz o José María Bulnes Yanquetruz–, quien se convertiría en uno de los más importantes caciques del área norpatagónica, como veremos más adelante.
Finalmente, el marqués de Loreto atendió a la conveniencia de mantener y sostener a estas poblaciones costeras, para lo cual ordenó la reanudación del comercio a través de la firma, en 1790, de un tratado con Lorenzo Calpisqui, el cacique de Sierra de la Ventana, abriendo una etapa importante de relativa paz en la frontera oriental.
Aun cuando seguían asentándose colonos provenientes de España, resultaba difícil prosperar en centros enclavados en territorios indígenas, sin comunicación fluida con Buenos Aires, razón por la cual la supervivencia de la población del fuerte siguió dependiendo, en gran medida, de los pactos políticos y de las redes comerciales establecidas con los grupos indígenas. Estos contactos cotidianos y las relaciones interétnicas forjaron importantes procesos de mestizaje entre ambas sociedades. Como veremos más adelante, tanto los habitantes del Carmen como las poblaciones indígenas establecieron alianzas parentales, políticas y económicas que les garantizaron prestigio o influencia en el interior de sus propias poblaciones y también entre ambas sociedades, hasta la ruptura definitiva que implicó el avance militar de fines del siglo XIX.
La desembocadura del río Negro en los orígenes de la república
Como resultado de los importantes cambios políticos ocurridos luego de la revolución de mayo de 1810, las poblaciones ubicadas en la desembocadura del río Negro perdieron gran parte de la importancia geopolítica que habían tenido en la etapa colonial. El Fuerte del Carmen se convirtió en un lugar de confinamiento de presos políticos, particularmente españoles. Dos años después, un serio amotinamiento volvió a ponerlo en manos realistas hasta su definitiva recuperación por el almirante Guillermo Brown en diciembre de 1814. Una serie de malos gobiernos y pésimas administraciones provocaron, de allí en más, una sucesión de conflictos. Un nuevo motín de reclusos, producido en 1817, facilitado por los integrantes del Regimiento de Dragones liderados por Juan Villada, fiel a Fernando VII, terminó con el fusilamiento de militares y civiles, dotando al fuerte de una pésima reputación, mientras los pobladores mostraban una creciente politización cuyas expresiones se reflejaban en los ámbitos de sociabilidad de la época, como ranchos y pulperías.
Entretanto, se suprimieron los estímulos a la agricultura y se redujeron los empleos públicos y los servicios. Se inició así una crisis que puso a los españoles y a los criollos afincados en el área al borde de la desaparición. Las nuevas autoridades produjeron deportaciones y confiscaron bienes como castigo a los pobladores que mantenían su fidelidad a la corona, agravando cada vez más la situación.[14]
Producido el derrumbe del Directorio en el año 1820, cuando se impusieron las autonomías provinciales, el área del Fuerte del Carmen pasó a depender del gobierno de la provincia de Buenos Aires. El nuevo comandante del fuerte, José Gabriel de la Oyuela, informaba entonces a sus superiores sobre el estado caótico y lamentable en que se encontraba la población, prácticamente en ruinas. Muchos de sus habitantes habían migrado, en tanto que también habían disminuido las cabezas de ganado existentes en el lugar. Una reforma político-administrativa se puso en marcha de inmediato, designándose un alcalde –que ejercería además funciones de comisario y juez de paz–, con tareas básicas de disciplinamiento social. Se estimuló asimismo el repoblamiento del lugar, ofreciendo solares y chacras para los interesados, y se inauguró una escuela pública. Desde Buenos Aires se enviaron semillas y útiles de labranza, colocándose un gravamen para la importación de sal extranjera con el objeto de fomentar la extracción en las salinas próximas al lugar, que ya poco antes de la década de 1820 habían comenzado a dinamizar la economía de la zona, instalándose dos saladeros en la banda sur del río, además de algunos pulperos que atendían a la creciente población de esa margen y comerciaban con las poblaciones indígenas.
Hacia 1822, un servicio marítimo hacía con cierta regularidad el recorrido entre Buenos Aires y el fuerte, mientras el lugar lograba alguna prosperidad. No obstante, la vida cotidiana en la zona, debido a su aislamiento, seguía siendo precaria. La provisión de ganado desde Buenos Aires, cruzando territorios en manos indígenas, era muy dificultosa, razón por la cual los animales se seguían adquiriendo a las propias parcialidades que habitaban la región (Bustos, 1993). Para detener este intercambio, muy resistido por los hacendados bonaerenses, las autoridades de la provincia intentaron prohibir en 1821 el comercio de cueros marcados provenientes de las tolderías, pero los comerciantes del Carmen alegaron la necesidad de mantenerlo para asegurar la supervivencia del sitio (Martínez de Gorla, 1969).
Cuando en 1823 Martín Lacarra se hizo cargo de la comandancia del fuerte, el gobierno provincial encargó a los vecinos que realizaran una comisión a los toldos de las cercanías para afianzar las relaciones de paz. Mateo Dupin, un conocido comerciante, cumplió el encargo y dejó un documentado relato de su paso por las tolderías, donde consta la necesaria entrega de bienes en concepto de pago de “derechos de cacicazgo” por los distintos territorios que atravesaba, particularmente en el cruce de los ríos Negro y Colorado, lo cual confirma el fuerte sentido de territorialidad de las distintas jefaturas. Los caciques pampas y tehuelches con los que se entrevistó en las cercanías de la Sierra de la Ventana se mostraron muy molestos por la reciente avanzada del gobernador bonaerense Martín Rodríguez hasta las sierras de Tandilia y la creación en el lugar del Fuerte Independencia. Sostenían que sus dominios se extendían “desde la costa del mar hasta la Guardia de los Ranchos”, pidiendo la destrucción del fuerte por encontrarse enclavado en tierras “que el ser Supremo nos ha dado para vivir en ellas y que ningún poder humano tiene derecho de quitarnos” (Bandieri, 2005: 93).
Dupin hizo un minucioso reconocimiento de las tolderías ubicadas entre los ríos Negro y Colorado, aconsejando a las autoridades el mantenimiento de buenas relaciones con los caciques del lugar para asegurar la paz, con lo cual se intensificaron los tratados con los llamados “indios amigos” a los cuales se entregaban mercaderías variadas por parte de los comerciantes del lugar (Ratto, 2012: 165). Esto facilitó y aumentó las vinculaciones entre los grupos criollos y los indígenas, mientras estos últimos comenzaron a instalarse más asiduamente en las cercanías de los poblados de ambas márgenes del río.
En 1825, la situación del lugar sufrió un cambio drástico a causa de la declaración de guerra que Brasil hiciera a las Provincias del Río de la Plata por la incorporación de la Banda Oriental, territorio que el Imperio brasileño buscaba anexar a sus dominios. Se inició entonces, en enero de 1826, el bloqueo del Río de la Plata, quedando el Fuerte del Carmen como único puerto habilitado y seguro. La victoria brasileña sobre la escuadra del almirante Brown había consolidado la posición de Brasil, en tanto que el bloqueo ocasionaba serias pérdidas a la economía bonaerense. El gobierno provincial estimuló entonces el otorgamiento de patentes de corso a todo aquel que tuviera posibilidades de enfrentarse a la escuadra brasileña. Un número importante de corsarios nacionales y del extranjero comenzaron a operar entonces desde el Carmen.
En febrero de 1827, Brasil tomaría medidas al respecto enviando una expedición con tres naves y más de seiscientos hombres –la mayoría de origen británico y estadounidense– con órdenes precisas de destruir el sitio y aniquilar a su población. El comandante del fuerte, Lacarra, anoticiado del inminente ataque, pidió insistentemente refuerzos a Buenos Aires mientras preparaba una apurada defensa. Finalmente, descontentos por tal improvisación, los propios vecinos se organizaron para hacer frente a la invasión. Soldados, corsarios, comerciantes y pobladores rurales, junto a sus mujeres, enfrentaron a los invasores con una fuerza de alrededor de cuatrocientas cincuenta personas y cuatro naves. Mientras tanto, la escuadra brasileña había desembarcado y ocupado el cerro de la Caballada, a unos dos kilómetros al sudeste del fuerte. La escuadrilla de los defensores los cañoneó desde el río Negro, cortándoles la retirada. El capitán inglés James Shepherd, que dirigía el ataque brasileño, murió en el enfrentamiento y los invasores se rindieron rápidamente. Este hecho es recordado en la actualidad como una verdadera victoria popular y el acontecimiento más importante en la historia del lugar.
Superada esta situación, los asentamientos poblacionales ubicados en ambas márgenes de la desembocadura del río Negro comenzaron lentamente a prosperar gracias a sus salinas y a los establecimientos que las procesaban. La presencia regular de barcos que llegaban por sal abrió mercados para el trigo y derivados de la ganadería, lo cual hizo que el área rural se expandiera con rapidez. Ello acentuó la integración de intereses con las poblaciones indígenas proveedoras de ganado, quienes también aportaron mano de obra para las nuevas explotaciones. Alrededor de doscientos de los más de dos mil afroamericanos apresados por las naves corsarias se integraron a la población.[15]
El explorador y naturalista francés Alcide d’Orbigny estuvo en la zona en 1829 y, a modo de reseña, relató en sus escritos de viaje la situación de ambas márgenes del río:
Llegué‚ finalmente, frente al establecimiento situado al norte, sobre la barranca y sus laderas, que presenta un conjunto irregular de casitas diseminada, colocadas a distintas alturas en la pendiente, en medio de arenas, dominadas por un fuerte en ruinas, que podría servir a lo sumo de defensa contra los indios. En la barranca se veían agujeros practicados por excavaciones que fueron moradas de los primeros colonos españoles de esas comarcas, así como otras que vi en el camino. Al sur del río, vi algunas miserables casas cubiertas de rastrojos; y lo que me agradó mucho fue ver, en medio de la campaña, grupos de tiendas o toldos de diversas tribus de indios amigos, casi todos de naciones patagones o tehuelches, o puelches. (d'Orbigny 1945)
Para ese entonces, en 1828, ya se había instalado la Fortaleza Protectora Argentina en Bahía Blanca, que comenzó a rivalizar con Patagones en el comercio con los indígenas, ante lo cual los comerciantes del Carmen expresaban su descontento.
El orden rosista en un mundo de estrategias encontradas
Cuando Juan Manuel de Rosas asumió el gobierno en 1829, la preocupación por asegurar la frontera en la provincia de Buenos Aires se acentuó, particularmente luego de que las divergencias intertribales provocadas entre los líderes indígenas que tenían relación directa con el fuerte y aquellos que eran sus enemigos generaron el malón del 21 de mayo de 1829 –presenciado y documentado por d'Orbigny– que atacó la población del Carmen llevándose sus ganados. En esa ocasión participaron las fuerzas chilenas prorrealistas de los hermanos Pincheira, entonces instalados en el extremo noroeste de la actual provincia de Neuquén (Manara, 2021).
Rosas había fortalecido la política del llamado “negocio pacífico de indios”, sumando a la entrega de raciones un presupuesto específicamente destinado a esos fines y una estrategia de captación de caciques aliados que se asentaban a lo largo de la frontera, con el compromiso de no realizar ataques a los establecimientos vecinos y prestar auxilio militar contra los grupos hostiles (Ratto, 2012: 168).
Los jefes indígenas profundizarían en esta etapa sus enfrentamientos por el control de las principales fuentes de ganado y sal. El asentamiento de Calfucura[16] a mediados de la década de 1830 en el sudeste de la actual provincia de La Pampa, con el apoyo del propio Rosas, según testimonia el propio cacique,[17] prontamente lo convertiría en una de las figuras más importantes dentro de las estructuras de poder indígenas, cuando fue reconocido como jefe del área de las Salinas Grandes y extendió su influencia hasta el oeste bonaerense y el sur de las pampas. Otros jefes controlaban distintas zonas, como es el caso de Chocori, que ejerció su poder territorial sobre toda la cuenca media del río Negro. Estos importantes caciques formarían más tarde nuevos líderes en la persona de sus hijos: Saygüeque –hijo de Chocori–, Foyel –hijo de Paillacan–, Inacayal –hijo de Huincahual– y José María Bulnes Yanquetruz –hijo de Cheuqueta–.
Este proceso de concentración del poder político parece haberse acentuado en la medida en que la consolidación del gobierno rosista aumentaba los conflictos entre “unitarios” y “federales”, cuando diferentes jefaturas se sumaron a uno u otro bando. Recuérdese también que los grupos ubicados en las áreas andinas y aquellos procedentes de la Araucanía habían avanzado más masivamente hacia las pampas a mediados de la década de 1820, empujados por las luchas entre realistas y republicanos y el avance triunfal de los últimos en Chile, que los expulsaron en oleadas sucesivas hacia el oriente cordillerano, adonde hicieron sentir su presencia en ataques sucesivos sobre las zonas fronterizas, como es el caso de los ya mencionados hermanos Pincheira (Manara, 2021). En tanto esto ocurría en la “frontera interna”, la revolución de Lavalle jaqueaba al gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, mientras unitarios y federales seguían intentando ganarse el favor de las agrupaciones indígenas.
El fusilamiento de Dorrego, sumado al levantamiento rural en la campaña bonaerense en el año 1929, favoreció la llegada de Rosas al poder. El llamado “Restaurador de las Leyes” debía restablecer el orden, pero no cualquier orden, sino uno “tradicional” que permitiese consolidar la autoridad del Estado provincial y asegurar las condiciones para los cambios radicales que la nueva economía, surgida de la revolución y cada vez más adaptada a las condiciones del mercado mundial, exigía. Rosas pactó entonces con las agrupaciones boroga –o boroa o borogana, también con v–,[18] les entregó regalos, les devolvió cautivos y les envió oficiales del ejército a convivir en las tolderías, en una muestra del proceso de “orden” social que el Estado provincial –y los sectores dominantes– esperaban de él. Valiéndose de hábiles estrategias y aprovechando a su favor las disidencias que las parcialidades indígenas tenían entre sí, alejó a los boroga de los Pincheira y de su resistencia realista al dominio republicano en Chile y los colocó más firmemente en el escenario de las Pampas, lo cual promovió también nuevas estrategias políticas por parte de los caciques.
Cheuqueta –hermano de Chocori– residía por entonces en cercanías del río Colorado y mantenía buenas relaciones con Rosas, en tanto que su gente acentuaba de manera significativa sus vínculos con las poblaciones del sur del río Negro, los cuales se volverían cada vez más complejos en el marco de una frontera interna absolutamente permeable. Aunque no hay evidencias sobre la firma de un pacto, hay referencias a prácticas de parentesco que muestran la cercanía entre el linaje de Cheuqueta y la población del Fuerte, que pudieron sellarse de forma simbólica, como el posterior padrinazgo de su hijo Yanquetruz por notables del lugar, así como el uso de su nombre cristiano.
Entre los años 1831 y 1832, nuevos conflictos provocaron la ruptura de la paz y de las obligaciones mutuas esperadas de los vínculos anteriormente descritos. En ese marco, Rosas realizó su campaña militar de 1833. El avance de las tropas provinciales hasta la isla de Choele Choel lo enfrentó con el cacique Chocori quien, como vimos, compartía el liderazgo y el control de la región junto a su hermano Cheuqueta. Chocori también mantenía por entonces buenas relaciones con el Fuerte del Carmen, pero la derrota infringida por Rosas lo obligó a arrinconarse en la cordillera. Si bien el nuevo avance del gobernador no garantizó el control sobre la totalidad del área pampeana-norpatagónica, tuvo efectos punitivos muy importantes sobre la sociedad indígena, obligándola a replantearse, de aquí en más, sus estrategias políticas (Foerster y Vezub, 2011).
Hacia 1845, Chocori y las autoridades bonaerenses volvieron a mejorar sus relaciones y el cacique recuperó la condición de “indio aliado”,[19] que a su muerte heredaría su hijo Saygüeque, cuyas tolderías se encontraban ubicadas en el valle del Caleufu, cercano al actual Junín de los Andes, en la provincia de Neuquén.[20] La construcción de un gobierno autónomo en el llamado “País de las Manzanas”[21] les permitió convertirse en intermediarios de los innumerables vínculos entre criollos e indígenas de ambos lados de la cordillera, así como intervenir en las relaciones entre distintos caciques y entre éstos y Carmen de Patagones (Vezub, 2009).
Las agrupaciones boroga instaladas en las pampas no participaron de la operación militar de Rosas, aunque se les encargó custodiar a los cautivos ranqueles, sus antiguos aliados. Finalizada la campaña a Choele Choel, ante la demanda del gobernador, se negaron a entregarlos. Poco tiempo después, fueron atacados por guerreros de Calfucura. Allí murieron dos de los principales caciques boroga, Rondeau y Merlin, en un hecho que se reconoce como el golpe final a esta parcialidad indígena.
Los sectores dominantes, por el momento, habían ganado la partida. Rosas, cual hábil estratega, cruzó alianzas y movió piezas del amplio damero de la Confederación, se valió de las diferencias entre las propias parcialidades indígenas, a la vez que aprovechó la compleja situación chilena. Los grupos indígenas, pese a manejarse con similar habilidad ante las estrategias criollas, desplegando varias aptitudes, no pudieron resistir el avance de los grupos hegemónicos. Los boroga prácticamente sucumbieron en esta etapa, mientras que los ranqueles continuarían brindando batalla hasta 1879.
La relativa paz instalada luego de la expedición de Rosas permitió el crecimiento de las poblaciones ubicadas en la desembocadura del río Negro. Los cultivos en las chacras prosperaron y los ganados se reprodujeron con rapidez. Numerosos comerciantes fueron atraídos por la situación de la zona y la posibilidad de hacer buenos negocios con los indígenas. La extracción de sal de la cercana salina de La Espuma seguía siendo una de las actividades dominantes, dando lugar a un activo comercio marítimo con Buenos Aires, que la demandaba de manera creciente para su industria saladeril. Las pieles, cueros, plumas y aceites de lobos marinos, provenientes del sur, que se comerciaban con los indígenas, eran también productos característicos del importante movimiento portuario, intensificado a partir de entonces.
Las relaciones de Cheuqueta con el gobierno y las de su gente con las poblaciones del lugar fueron acentuándose de manera significativa. El hijo de este cacique, José María Bulnes Yanquetruz, nombre cristianizado, lo sucedería en el mando. Otro tanto haría su primo Saygüeque en el País de las Manzanas. Ambos consolidaron el eje de poder que sus padres venían gestando entre el Atlántico y las zonas cordilleranas, asentado en su linaje tehuelche-mapuche, ya mestizado.
Consecuencia de los procesos señalados fue el notable crecimiento urbano de ambas márgenes del río Negro. Simultáneamente, la jurisdicción de la zona se extendería a la Patagonia austral, tal y como se evidencia en la relación de la comandancia con los caciques patagónicos que aquí firmaban sus tratados y recibían sus raciones, y con las colonias galesas de Chubut. Mientras tanto, la muerte de Chingoleo aceleró la decadencia de su cacicato. La comandancia del Fuerte impuso a su sucesor, Miguel Linares,[22] como jefe de los “indios amigos” de Patagones y consolidó su poder en la zona.[23]
Se ha cerrado un capítulo más en la complejidad de esta historia. Pero todavía la inserción de la Argentina en el mercado mundial no demandaba la incorporación masiva de nuevas tierras para ampliar las fronteras productivas del país; aún el Estado nacional no había iniciado su proceso de construcción plena como para pretender afirmar su soberanía territorial sobre los espacios indígenas; ni tampoco los sectores hegemónicos estaban dispuestos a ofrecer el financiamiento necesario como para sostener una ofensiva militar más definitiva. Pero la misión de Rosas estaba cumplida, los grupos indígenas más resistentes fueron arrinconados en los contrafuertes andinos. El orden en la provincia de Buenos Aires fue impuesto y la “frontera interna” estaba, al menos de momento, “protegida”. La cantidad de “indios amigos” se incrementó y, con ello, la posibilidad de intervención de estos grupos en los conflictos internos de la propia sociedad criolla, que las autoridades necesitaban dirimir a su favor. La capacidad de acumulación de riqueza por parte de los hacendados bonaerenses pareció encontrarse, por entonces, asegurada.
Después de Caseros
Derrotado Rosas por Urquiza en la batalla de Caseros en 1852, se inició el proceso de organización nacional, refrendado por la firma de la Constitución nacional de 1853. La provincia de Buenos Aires, en disidencia, se constituyó en un Estado autónomo hasta la batalla de Pavón en 1861, donde Mitre venció a Urquiza, consolidando el desarrollo formativo del Estado nacional bajo la supremacía porteña. En coincidencia con estos acontecimientos, la compleja situación en el interior de las pampas y en el norte de la Patagonia distaba todavía mucho de modificarse, mientras las poblaciones de ambas márgenes de la desembocadura del río Negro seguían manteniendo relaciones de todo tipo con los caciques del lugar.
José María Bulnes Yanquetruz –LLanquitruz o Yanquitruz, según otras fuentes–[24] sucedió en el mando a su padre Cheuqueta tras su muerte en 1852, convirtiéndose en un hábil estratega e interlocutor. Establecido en las cercanías de San Javier, logró la alianza y la subordinación de varios cacicatos de la región y, entre presiones y negociaciones, se impuso en poco tiempo como aliado indiscutible del Fuerte del Carmen. Se creó fama de buen guerrero, organizando malones sobre los campos del sur bonaerense a fin de forzar el reconocimiento de su poder, respaldado por alianzas y redes de parentesco que lo fortalecían como jefe, cuestiones que utilizó para imponer o consensuar tratados (Villar y Jiménez 2000, Varela y Manara 2009, Vezub 2011). Yanquetruz estableció cordiales relaciones con importantes caciques instalados en la provincia de Buenos Aires, como Coliqueo, Catriel y Cachul. Asimismo, estaban subordinados a él, entre otros, los caciques del área andina: sus tíos Paillacan –instalado cerca del Limay–, Huincahual –en el valle del Quemquemtreu (Cox, [1863] 1999: 23 y 93) y el importante cacique Chocori, asentado por ese entonces en Choele Choel. A la muerte de este último, parte de su gente, establecida en el área del río Negro, quedó bajo las órdenes de Yanquetruz.[25] Calfucura, consciente de ese poderío, intentó sin éxito eliminarlo, produciéndose entre ambos varios enfrentamientos que acrecentaron la enemistad.
Con posterioridad al Congreso Constituyente de 1853, las nuevas autoridades entraron en buena relación con Calfucura, con quien firmaron pactos de orden comercial, militar y político, descuidando las aspiraciones de Yanquetruz. El cacique, sin el apoyo oficial de las autoridades nacionales, comenzó entonces a malonear, tanto a las poblaciones criollas[26] como a su enemigo Calfucura, entonces aliado de Urquiza. En un ataque a Salinas Grandes logró quitar a su contrincante centenares de cabezas de ganado que comercializó en Carmen de Patagones (Vignati, 1972: 108). Los posteriores comandantes del fuerte, Murga y Villar, advirtieron sobre la importancia de contar con Yanquetruz como un aliado propio y de Buenos Aires, en la etapa de secesión, dada su tradicional enemistad con el cacique salinero. En 1855, el coronel Benito Villar recibió expresas instrucciones de hacer la paz con los indígenas del sur, razón por la cual trabó amistad con el cacique, logrando en pocos meses su alianza. Esto fue fruto de una difícil negociación en la que no faltaron los malones, la apropiación de ganado y la toma de rehenes por parte de ambos bandos.
En este sentido, cabe destacar que, pocos meses antes de llegar a un acuerdo definitivo, el comandante del fuerte escribía al ministro de Guerra y Marina, Bartolomé Mitre que los establecimientos al sur del río Negro habían sido invadidos “[...] por 300 indios tehuelches, pampas y chilenos al mando de los caciques Yanquetruz, Colohuala, Paillacan y Huincahual, quienes arrebataron 1.700 cabezas entre vacunos y yeguarizos”.[27] En realidad, este tipo de malones sobre Carmen de Patagones, en esta época, no se hacían con la intención de destruir el asentamiento, sino como una presión para que las autoridades del fuerte accedieran a nuevas peticiones (Varela y Cúneo, 2006: 67).
Según marcan muy bien estas autoras, la abundante correspondencia que mantuvieron el comandante Villar y el cacique Yanquetruz, que han estudiado profusamente, deja al descubierto los mecanismos usuales de las negociaciones: entrega de regalos, intercambio de prisioneros y mutuo envío de rehenes en garantía. Al analizar estos documentos, se percibe un juego de atracción y amenaza constante entre el comandante del Carmen y el cacique, en el que cada uno de ellos trata de sacar el mayor provecho de la relación establecida. Dice Villar:
Me he llenado de gozo al recibir tu querida carta, pues reconoce que sois nuestro verdadero amigo [...] Ahora, yo de mi parte, querido hermano, te hablo con mi corazón, no como jefe, sino como a un verdadero amigo, y te aconsejo que hagas la paz con nosotros que te miraríamos con todo aprecio y nada te faltaría en Patagones, a vos ni a tu gente. Advirtiéndote como amigo que, en adelante, no creas que nos has de sorprender, pues todos estamos dispuestos a morir, pero a Uds. se los ha de llevar el diablo si nos atacan. Así hermano, hagamos las paces [...] Tiene juicio, Yanquetruz y hagamos las paces mira que a vos te conviene más que a nosotros”.[28]
Simultáneamente, el gobernador de Buenos Aires, Pastor Obligado, invitaba al cacique a Buenos Aires con el objeto de firmar la paz, llevando todos los cautivos que tuviera en su poder.[29] Yanquetruz, por su parte, consciente de que el Carmen necesitaba de su apoyo ante un eventual ataque de los grupos enemigos, también expresaba: “[...] sin mí Patagones no ha de ser nadie”, puesto que “[...]yo soy cabeza principal de todas las indiadas”.[30] En estos momentos, eso era sin duda cierto, hasta el punto que logró que todos los caciques subordinados a él firmaran un compromiso de pacificación y defensa del fuerte,[31] con lo cual quedó sellada la garantía de paz, indispensable para asegurar la defensa ante eventuales ataques lanzados por Calfucura u otros potenciales enemigos.
Ahora bien, la concreción de la alianza significaba para el Carmen la entrega de variados y numerosos obsequios, incluidos objetos de hierro y finas prendas de seda y cuero.[32]
Resulta evidente que, en esta etapa, el “negocio pacífico de indios”, para el cual el gobierno de la provincia disponía de fondos específicos, resultaba fundamental para asegurar el apoyo de las agrupaciones indígenas que se comprometieran a defender la frontera bonaerense de incursiones enemigas (Ratto, 2003). Otra de las formas de negociación por parte de ambos bandos era el intercambio de prisioneros y la mutua devolución de rehenes.[33] Eran especialmente importantes las invitaciones para residir en Carmen de Patagones o para viajar a Buenos Aires con singulares agasajos.
También la institución del compadrazgo, que se efectivizaba una vez que los caciques aceptaban bautizarse, ellos o sus hijos, sumándose los nombres de sus respectivos padrinos cristianos, apuntaba a fortalecer este complejo mundo de relaciones.[34] Tales son los casos del ya mencionado Yanquetruz, o de Inacayal, que “por su gusto se ha hecho cristianar saliendo de padrino un capitán mío que yo distingo mucho”,[35] o el de Chingoleo Cheuqueta, hermano de Yanquetruz. Ambos residían en el Carmen, se habían integrado rápidamente a la vida de la población y participaban activamente de los preparativos de defensa del fuerte.[36] Se ponía así en marcha un proyecto político que incluía la captación de los jefes y de sus familiares directos, con el intento de atraerlos a la “civilización”.
El comandante Villar puso de manifiesto a Yanquetruz del buen trato que le dispensaban a su hermano Chingoleo:
los chasques te pueden decir con la consideración que yo trato a tus indios, y a Chicoleo [sic] lo considero lo propio que si fuera hermano mío, pues, anda paseando por donde se le antoja, bien vestido y sin que le falte nada, pues he mandado en una pulpería que le den cuanto necesite que yo pago.[37]
Poco tiempo después, el propio Yanquetruz viajó a Buenos Aires para ratificar y firmar el tratado de paz y alianza, siendo recibido en esa ocasión con gran deferencia por Pastor Obligado, quien le dispensó numerosos agasajos. El cacique concurrió incluso al acto de asunción del nuevo gobernador, Valentín Alsina, usando en todas las ocasiones el uniforme de teniente coronel que le había otorgado el gobierno bonaerense. Finalmente, se suscribió el tratado el 24 de mayo de 1857. El cacique quedaba obligado a ponerse a disposición del gobierno de Carmen de Patagones para protegerlo y defenderlo de ataques enemigos e informar periódicamente cualquier acontecimiento que ocurriera en las costas patagónicas. Se reconocía a Yanquetruz la posesión del sur del río Negro, en todo su curso y de todos sus pasos, debiendo oponerse al tránsito de cualquier cosa o persona en la parte norte del río, “ya fueran indios, negociantes, bienes o animales”. Recibió, en este mismo acto, el cargo de “Comandante en Jefe de todo el territorio de la pampa adyacente a la jurisdicción de Patagones”,[38] comprometiéndose a fijar su residencia “con una fuerza de 80 hombres, de la que formarían parte 8 caciques, en el Paso de Valcheta, a 55 leguas de Patagones. Sólo cuando se estableciera en ese lugar se lo recompensaría a él y a su gente con sueldos y raciones”.[39] El propio cacique habría puesto a disposición, en las cercanías de San Javier, sobre la margen norte del río Negro, trece leguas de campo para que se formara un pueblo. En él residiría su gente, a quien el gobierno proporcionaría elementos tales como herramientas, arados, bueyes, granos, etc. para “procurar la civilización y adelanto de los indios” (art. 3 del tratado).[40]
En 1858, Yanquetruz se instaló en Chichinales con el propósito de cortar el paso a los maloneros provenientes de Chile o del centro-oeste neuquino. Ese mismo año, escribió dos cartas: una para el presidente de Chile y otra para el intendente de Valdivia. Les comunicaba que recientemente había firmado las paces con Buenos Aires y con Patagones y que se hallaba en acción de guerra con Calfucura. Al mismo tiempo, les solicitaba que no permitieran la venta de armas a los indígenas, ya que se corría el riesgo de que algunos de ellos pasaran al bando del cacique salinero.[41] Este acuerdo reforzó la figura de José María Bulnes Yanquetruz sobre los demás caciques patagónicos. Otros jefes, y también algunos caciques menores, se fueron plegando por sugerencia suya a este compromiso de paz, entre ellos Valentín Saygüeque, quien no era todavía el gran jefe manzanero en que se convertiría tiempo después.
Un año más tarde, Yanquetruz moriría en plena juventud, no en el campo de batalla, sino a consecuencia de su adicción al alcohol. En una ignota pulpería de Bahía Blanca produjo algunos disturbios debido a su ebriedad y fue apuñalado en un enfrentamiento con un grupo de soldados. Cuando Yanquetruz murió, según el relato efectuado por el dragón Celestino Muñoz a Guillermo Cox, las autoridades de Bahía Blanca le hicieron honras fúnebres como si hubiese sido un general argentino, aunque con la intención, más política, de evitar un alzamiento indígena (Cox, [1863] 1999: 177).
Heredó el liderazgo su hermano menor, el cacique Benito Villar Chingoleo Cheuqueta, más conocido como Chingoleo, quien firmó un nuevo tratado de paz con Buenos Aires, reafirmando en todas sus partes lo que su fallecido hermano había acordado el año anterior.[42] Hacia 1865, según consta en uno de los más antiguos mapas del valle inferior del río Negro, levantado por Díaz y Heusser, varios de los terrenos entre San Javier y Sauce Blanco estaban a nombre de Yanquetruz (Casamiquela, 2001).
Al igual que su hermano, Chingoleo también se mostraba plenamente adaptado a las costumbres cristianas y vivía en el lugar. A esos fines se le construyó una vivienda en la margen sur del río, en la actual Viedma. Según dicen las fuentes, tomaba parte en las procesiones de la iglesia y, en alguna ocasión, habría pagado todos los gastos, lo cual era considerado un honor. Gozaba de un buen pasar, a tal punto que tenía sirvientes y convidaba a sus invitados con mate montado sobre armadura de plata y bombilla del mismo metal, con boquilla de oro. Para esa época, ya se le había otorgado el rango de oficial del ejército con el grado de coronel (Schmid, 1964: 80).
Consecuencia de los procesos señalados fue el notable crecimiento urbano de ambas márgenes del río Negro, en especial la del sur, Carmen de Patagones, erigida en puerto franco desde 1856, lo cual acrecentó el desarrollo de la zona y su influencia política y económica, tal y como lo demuestra la relación de la comandancia con los principales caciques tehuelches del sur patagónico, como es el caso de Casimiro,[43] que allí firmaban sus tratados y recibían sus raciones.[44]
La ampliación del área económica demandó la instalación de mayores poblaciones como lo fueron Guardia Mitre y Fortín Conesa, en 1862 y 1869, respectivamente, parte hoy de la provincia de Río Negro.[45] En este contexto, Carmen de Patagones se había convertido, desde 1854, en el primer municipio del área, mientras que su importancia se consolidaba con la señalada expansión de las explotaciones agrícolas y ganaderas a más de treinta leguas aguas arriba. Especial significación tuvo la colonización italiana de Cubanea y la ocupación de los aledaños a Guardia Mitre y, más tarde, de Conesa. Finalizada la etapa, las explotaciones ganaderas ya se extendían por el litoral marítimo hasta la bahía San Blas. Las márgenes del río Colorado también comenzaban a ocuparse con pobladores que mantenían una aceptable armonía con los indígenas de la zona. En tanto, las condiciones internacionales[46] generaban escasez de lana y un alza sostenida de su precio, lo cual, sumado a las buenas condiciones agroecológicas de la región para la crianza de ovinos, estimularon esta importante expansión.[47]
La ganadería comercial, para este entonces, ya se había consolidado como economía dominante también en las comunidades indígenas que habitaban el corredor pampeano-norpatagónico. El ganado obtenido por cría, por raciones o por malones a las estancias fronterizas se comercializaba en la costa atlántica y allende la cordillera, en tanto que una buena porción de yeguarizos se usaba para el consumo, junto a productos obtenidos de la caza y del cultivo de huertas y cereales. La cría de ovinos era muy apreciada por la calidad de su lana, usada por las mujeres para tejer los finos ponchos pampas, muy codiciados por los pobladores de Buenos Aires y del Litoral. No sólo los comerciantes cristianos se adentraban en las tolderías, sino que comitivas indígenas cruzaban frecuentemente las fronteras para intercambiar sus productos, a veces en sitios preestablecidos, recibiendo a cambio variados bienes que la sociedad criolla les proveía. Las sociedades indígenas, por lo consiguiente, continuaron oficiando como actores fundamentales del activo comercio ganadero que circulaba por el corredor pampeano-norpatagónico, ya fuera para abastecer las necesidades de la población chilena como de aquellas ubicadas en la desembocadura del río Negro, así como para cubrir el importante intercambio realizado por los puertos del Pacífico y del Atlántico.
Una nueva perspectiva económica y social se abrió para la zona con una importante expansión de las explotaciones agropecuarias, que quedaron a mayor resguardo por la acción combinada de la Guardia Mitre, el Fortín Conesa, el Fortín del Colorado y el asentamiento de pueblos indígenas aliados ubicados en sitios estratégicos. Puede decirse que, en esta etapa, se consolidó la configuración mestiza del Carmen, evidenciada en el estrechamiento de los lazos económicos, parentales y sociales entre las familias indígenas asentadas en la aldea y los maragatos (Davies Lenoble, 2009).
A la muerte de Yanquetruz, los caciques que de él dependían habían reconocido a Chingoleo como jefe de “todas las indiadas”. Sin embargo, poco tiempo después de la muerte de este último, en 1867, se advirtió el aumento del poder de algunos caciques hasta entonces menores, como es el caso de su primo Saygüeque (Hux, 1991: 34). Comenzó así un proceso de disgregación de las parcialidades aliadas que en gran parte adhirieron al nuevo jefe manzanero. De hecho, el propio Musters advirtió que la unión que había logrado Yanquetruz comenzaba a disolverse: “después de su muerte, las viejas querellas se reanudaron” (Musters, [1873] 1964: 184).
En efecto, pronto empezaron las discordias. Una parte de los grupos que antes respondían a Chingoleo se unieron a Valentín Saygüeque, quien a partir de entonces comenzó a consolidar su poder.[48] El nuevo líder había participado en su juventud en el gran malón a la estancia de San Antonio de Iraola en 1855, a la vez que acompañado a su primo Yanquetruz a ofrecer su cooperación al comandante Villar del Fuerte del Carmen. Años más tarde, durante el liderazgo de Benito Chingoleo, comenzó a tomar mayor protagonismo, integrando las comitivas que viajaban a Buenos Aires a consolidar los tratados de paz antes firmados por Yanquetruz.[49]
Pese a las presiones de Calfucura, enemigo acérrimo de Carmen de Patagones, Saygüeque había firmado varios acuerdos con las autoridades del lugar. Era consciente de la necesidad de mantener amistosas relaciones que le permitieran sostener un fluido comercio, tanto con los valdivianos como con los habitantes del sur del río Negro. En un parlamento presenciado por Musters, el jefe manzanero y el cacique tehuelche del sur, Casimiro, decidieron defender el asentamiento bonaerense. El mantenimiento de la paz les aseguraba seguir percibiendo las raciones que les otorgaba el gobierno (Musters, [1873] 1964: 318).[50]
Sin duda que la figura del cacique manzanero se fue acrecentando no sólo por sus condiciones personales de liderazgo, sino también porque representaba una barrera de contención frente a los avances de Calfucura. En 1869, el presidente Sarmiento lo consideró “el mejor Cacique” y un inestimable intermediario para lograr con los demás jefes nativos una paz duradera (Varela y Cúneo, 2006: 83).
En los años previos a la campaña militar, comenzó a observarse un resquebrajamiento de las buenas relaciones con el fuerte del Carmen. Francisco Pascasio Moreno pudo constatar el comienzo de desacuerdos y tensiones entre Saygüeque y el gobierno, debido a que su gente “no recibía buen trato y no se le entregaban las raciones pactadas”. Para esa época, el jefe manzanero era consciente de que “los gobiernos argentino y chileno se habían unido para pelearlos” (Moreno, 1876: 171), aun cuando el propio Roca lo había reconocido como “Gobernador del País de las Manzanas” y la bandera argentina flameaba en sus tolderías, reafirmando su compromiso de mantener la paz (Hux, 1991: 182).
Los contactos cotidianos y la “lógica mestiza” al sur del río Negro
Resulta importante destacar que, también dentro del mundo indígena, las alianzas de todo tipo sellaban tratados de comercio y de paz. Los matrimonios, por ejemplo, podían darse entre miembros de una misma parcialidad o entre aquellas con las que existía algún tipo de disputa territorial o comercial. Al intensificarse las relaciones con el mundo criollo, las vinculaciones parentales a través de matrimonios, concubinatos, nacimientos, padrinazgos o compadrazgos, también fueron comunes y sirvieron para garantizar la paz, el prestigio y el comercio entre ambas poblaciones (Davies Lenoble, 2013; 2017).
Asimismo, el “rescate o compra” de niños era una práctica común en el Carmen desde los tiempos coloniales y se habría acentuado durante el siglo XIX. Estas modalidades se hicieron más frecuentes en la medida en que el contacto cotidiano fortalecía la “lógica mestiza” instalada en las poblaciones del lugar –entendiendo como tal la extensión de prácticas que supuestamente buscaban “asimilar al otro a través de la mezcla”– (Davies Lenoble, 2009: 21), ya fuera para crear o reforzar vínculos diversos de carácter político, comercial, diplomático o simplemente parental, especialmente con los “indios amigos”.
No obstante, la apropiación de niños indígenas para acogerlos a la “civilización” no borraba las diferencias sociales claramente identificadas en las fuentes. En los libros de bautismo, por ejemplo, se usaban categorías distintas para “indios/chinas o negros/as”, casi nunca anotados como “legítimos” (Davies Lenoble, 2009: 17-18).
La mayoría de las 92 constancias de personas “rescatadas o compradas” que estudia esta autora en la etapa colonial eran indígenas menores de catorce años. Figuran en esta documentación 50 mujeres y 42 hombres, seguramente las primeras para trabajos domésticos y los segundos como peones. También se destaca su función como intérpretes o mensajeros en las áreas de frontera (Davies Lenoble, 2009: 9).
Con el tiempo, se observa sugestivamente que el término “rescate” suple al de “compra”, cuando en realidad se trataba de una práctica de compra-venta destinada a la obtención de mano de obra específica, ya sea para tareas urbanas o rurales, mediante un pago no necesariamente igualitario y en pesos, sino mayoritariamente en vicios (tabaco, aguardiente, etc.).[51] Asimismo, con el correr del siglo XIX, la documentación da muestras de un intento “homogeneizador” de la población del lugar, según el que los indígenas pierden su condición étnica para transformarse en “argentinos”, lo cual no es más que otra manera de invisibilizarlos, sin que por ello desaparezcan las diferencias sociales.
Efectivamente, varios años después, en el “Censo poblacional de 1886 del departamento Viedma”, citado por Bustos y Dam (2012: 4) puede verse como el cacique Miguel Linares y su gente, que habitaban el paraje San Gabriel, a tres leguas de la capital del entonces Territorio Nacional de Río Negro, fueron asentados como “argentinos”. Los mismos autores analizan, para el año 1887, el Registro de Vecindad de Patagones[52] en el que se censó a 2.733 habitantes, de los cuales 2.019 eran urbanos y 714 rurales. Cabe mencionar que, de ese total, 130 están consignados como “indios/indias/chinas” bajo la tenencia de las familias más destacadas del lugar. De ellos, 104 eran menores de edad, de los cuales 97 se encontraban a cargo de familias criollas o de origen inmigrante, figurando en los registros de la parroquia como “hijos de padres indios desconocidos”. Los 7 niños restantes eran miembros de familias indígenas (Bustos y Dam, 2012: 2). Merece destacarse que las familias pudientes receptoras de estos niños (funcionarios, comerciantes, hacendados, militares, etc.) rara vez los escolarizaban.[53]
Los autores consideran que, ya sobre fines del siglo XIX, la continuidad de estas prácticas debe relacionarse con la distribución de niños producida después de las campañas militares de sometimiento y desestructuración del mundo indígena, en las que el Estado y la Iglesia cumplieron una “eficiente” labor. Transcriben como elemento probatorio, entre otros muchos hallados, una carta remitida a Lino de Roa, que completó la campaña militar hacia el sur de la Patagonia:
Amigo Roa, necesito que me haga el servicio de separarme dos chinitas buenas de las que trae y que ya el General Vintter sabe sobre esto, y le agradecería si pudiera mandármelas en la primera oportunidad, estas chinitas son para mi familia. También le encargo cualesquier curiosidad que pueda encontrar en duplicado pues estoy arreglando una pequeña colección y desearía obtener algo de por esos parajes.[54]
La entrega de niños y niñas aparece entonces en los documentos como una práctica muy extendida en el tiempo, que fue mutando de características según avanzaban los procesos de conquista de los territorios indígenas. Los salesianos, instalados en el Carmen desde 1880, no promovieron actitudes opuestas a estas prácticas. Muy por el contrario, ejercieron ampliamente su rol “civilizatorio” a través de la evangelización. De hecho, se le adjudicó a la rama femenina de la orden –María Auxiliadora–, la “custodia” de niños y mujeres que hubieren “delinquido” (Argeri y Chía, 1997).[55]
Otra mención merece la situación del “rescate de cautivos” en el caso de las abundantes poblaciones afrodescendientes que habitaban el lugar, dado que la tenencia de esclavos negros era preferida por los poderosos del Carmen. Puesto que muchos pobladores de ese origen fueron hechos cautivos por los indígenas, su “rescate” también era una forma de “incorporarlos” a las sociedades criollas y migrantes del sur rionegrino (Persi, 2004: 85-86).
Teniendo en cuenta las investigaciones señaladas, pareciera entonces tratarse de una serie de prácticas muy extendidas en el tiempo. Si bien podría argumentarse, con una mirada ingenua de las fuentes, que se trataba de estrategias vinculares y económicas de un espacio fronterizo en permanente cambio, en el que se buscó la articulación de ambas sociedades y la generación de relaciones perdurables, también debe tenerse en cuenta que los asientos de información oficial muchas veces esconden prácticas de hecho que, en este caso, se parecen más a formas de esclavitud bajo condiciones jurídicas permitidas o “socialmente aceptadas”, como podría ser la del “rescate”. Muchas de las fuentes, además, están impregnadas de prejuicios sobre el “otro” indígena, por lo que incluso sería muy aventurado afirmar que la entrega de niños y niñas, por ejemplo, haya sido siempre voluntaria, sin que hayan mediado sistemas de coacción violenta en el contexto del aumento de las presiones de todo tipo sobre el espacio fronterizo o a través del avance militar.
A manera de cierre
El término “frontera interna”, en tanto línea divisoria entre dos sociedades, ha perdido significado, o al menos se ha complejizado sobremanera, a partir de los estudios aquí mencionados. A los más difundidos avances historiográficos referidos al interior bonaerense, el análisis del asentamiento fronterizo de Carmen de Patagones, en la desembocadura del río Negro, permite ampliar la mirada hacia el conjunto del corredor pampeano-norpatagónico, con visibles extensiones hacia la Patagonia austral y el occidente cordillerano.
El “espacio fronterizo”, como de preferencia cabría denominarlo, muestra desde esta óptica un complejo mundo de relaciones entre las comunidades indígenas y las poblaciones hispano-criollas que habitaban el fuerte, con diversos alcances políticos, económicos y sociales. Esto en el contexto de diversos pactos de gobernabilidad entre los caciques y las autoridades de la provincia y del Carmen, donde la entrega de ganado a cambio de raciones y “vicios" diversos sin duda jugaba un rol muy significativo.
En el marco de estas relaciones de mutua dependencia, los términos de la sociedad criolla se fueron imponiendo cada vez con mayor determinación. En efecto, mientras la proximidad de las locaciones indígenas permitía a estos pueblos la adquisición de nuevas costumbres, a la vez los subordinaba a las reglas y normas de la comunidad hispano-criolla que los necesitaba para su sobrevivencia.
Recuérdese que, luego de la campaña militar de Juan Manuel de Rosas en 1833, fue posible contar con un espacio fronterizo más o menos estable y una convivencia relativamente aceptable con las comunidades originarias. Esto facilitó a los ganaderos de la pampa húmeda, sector al cual pertenecía el propio Rosas, aumentar su producción y asegurar la colocación de cuero, sebo y tasajo en los mercados de ultramar. Este primer ciclo de la economía exportadora argentina no requería todavía de una ampliación de las fronteras productivas y, por ende, de un avance definitivo sobre los territorios que habitaban los pueblos preexistentes. Los ciclos posteriores del patrón de crecimiento inducido por las exportaciones, el de la lana entre los años 1850 y 1880, y el de los cereales y la carne refinada en el período de la gran expansión de los años 1880-1914, marcarían el momento en el cual la compleja pero dinámica convivencia entre ambas sociedades ya no sería posible.
Poco tiempo después, cuando la expansión de las fronteras productivas fue una necesidad ineludible del sistema, se impondría una solución más drástica y definitiva al “problema indígena”, según la cual ni siquiera la condición de “indio aliado” o “indio amigo” tendría valor.
No caben dudas de que la entrega de raciones, aunque difícil de cuantificar, y los tratados recíprocos, habrían tenido una incidencia mayor en estos años que el producto de los malones, incrementando el poder de los jefes en el interior de las comunidades, a la vez que sometiéndolos a una subordinación creciente al orden político provincial. Esto no haría otra cosa que preparar el terreno para la avanzada definitiva sobre los dominios indígenas por parte de un Estado nacional ya consolidado hacia fines de la década de 1870.
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Notas