Artículos

Wittgenstein contra Russell en el Cuaderno Azul. Deconstruyendo la explicación causal del significado

Wittgenstein vs. Russell in the Blue Book. Deconstructing the Causal Theory of Meaning

Víctor Hugo Chica Pérez
Universidad de Antioquia, Colombia

Revista Filosofía UIS

Universidad Industrial de Santander, Colombia

ISSN: 1692-2484

ISSN-e: 2145-8529

Periodicidad: Semestral

vol. 22, núm. 2, 2023

revistafilosofia@uis.edu.co

Recepción: 03 Marzo 2023

Aprobación: 03 Abril 2023



DOI: https://doi.org/10.18273/revfil.v22n2-2023009

Resumen: este artículo evalúa los alcances del Cuaderno Azul como crítica sistemática en contra de la que se ha denominado una concepción o explicación causal del significado, específicamente la que formula Russell en The Analysis of Mind. Tal evaluación procederá, primero, aclarando la manera como la concepción causal defiende una noción de significado entendida como la conducta adecuada según el acontecer de leyes causales de orden psicológico. En segundo lugar, desarrollando la crítica que Wittgenstein elabora en el Cuaderno Azul contra la concepción russelliana en tres momentos: 1) la crítica a la hipótesis de las imágenes; 2) el rechaz o a la existencia de un proceso interno y oculto; 3) el abandono de una noción psicológica de comprensión para explicar el concepto de significado. Finalmente se aclarará de qué manera toda la crítica del Cuaderno Azul está orientada a debilitar la pretensión que subyace a la explicación causal de explicar científicamente el concepto de significado.

Palabras clave: significado, comprensión, concepción causal, Cuaderno Azul, Russell, Wittgenstein.

Abstract: this article assesses the scope of Wittgenstein’s Blue Book as a systematic critique against what has been called a "causal theory" of meaning, specifically the one formulated by Russell in The Analysis of Mind. Such evaluation proceeds, first, by clarifying the way in which the causal conception leads to understand meaning as the appropriate conduct according to the occurrence of psychological causal laws. Secondly, it develops Wittgenstein’s BlueBook critique against Russell’s conception in three steps: 1) the critique to the image hypothesis; 2) the rejection of the existence of an internal and hidden process; 3) the abandonment of a psychological notion of understanding to explain the concept of meaning. Finally, it will be clarified how this criticism aims to weaken the claim of explaining the concept of meaning scientifically, claim that underlies the causal conception.

Keywords: Meaning, understanding, causal conception, Blue Book, Wittgenstein, Russell.

Introducción

Las primeras críticas que elabora Wittgenstein en contra de la concepción causal del significado formulada por Russell en The Analysis of Mind, publicado en 1921, tienen lugar en los manuscritos de 1930. Dichas críticas, como bien muestra Engelmann (2013), obedecen fundamentalmente a la incompatibilidad que Wittgenstein encuentra entre la perspectiva causal y los presupuestos conceptuales fundamentales de su primera obra, el Tractatus, en lo relativo a la explicación sobre cómo la proposición llega a expresar un sentido[1]. Es relevante el hecho de que unos años después, específicamente durante el dictado del Cuaderno Azul a sus estudiantes en Cambridge a lo largo del periodo 1933-1934, Wittgenstein continúe dirigiendo ataques en contra de la perspectiva causal, exponiendo toda una serie de consecuencias derivadas de tal concepción que contradicen el presupuesto conceptual fundamental de su nueva filosofía, la idea de que el significado de las palabras radica en la gramática del lenguaje, idea que aparece por primera vez en el Gran Escrito a Máquina [TS 213] de 1933: “lo que a la filosofía interesa acerca del signo, el significado que es decisivo para ella, es lo que yace en la gramática del signo” (Wittgenstein, 2014, p. 88). Esta noción de gramática, que se introduce en el TS 213 como sustituta de la vieja idea de ‘sintaxis lógica’ utilizada en el Tractatus[2], se refiere a las reglas del uso de los signos, pero incorporando ahora toda la dimensión contextual vinculada con nuestras operaciones con palabras y expresiones; de hecho Wittgenstein la reintroduce en el Cuaderno Azul explícitamente como sinónimo de ‘uso’[3](Cf. Wittgenstein, 2009, p. 53). Ahora bien, mientras la explicación causal supone que los signos de nuestro lenguaje tienen la función de inducir procesos mentales y que el significado es una relación psicológica, la idea de gramática asume que los signos tienen distintos usos en escenarios concretos que son públicos y de interacción, considerando la significatividad no como una relación sino como dependiendo de un conjunto de reglas que se pueden hacer explícitas de forma sistemática[4].

Buscando contrarrestar definitivamente la concepción causal y sus consecuencias, el Cuaderno Azul, que constituye uno de los últimos peldaños del denominado periodo intermedio del pensamiento de Wittgenstein[5], articula una deconstrucción crítica de tal concepción que consiste fundamentalmente en rechazar tanto el recurso a conceptos psicológicos para responder a la cuestión ‘¿qué es el significado?’ como su estrategia de introducir procesos ocultos específicos, de carácter mental, responsables de la significatividad. Tal rechazo se entrelaza con una serie de argumentos que defienden la posibilidad de una concepción externa de tales procesos permitiendo así una aproximación no psicológica a la pregunta por el significado.

Este artículo pretende, en primer lugar, ofrecer una reconstrucción de la explicación causal del significado que propone Russell en The Analysis of Mind. A continuación, y sobre dicha base, se procederá, a través de tres momentos, a identificar y analizar las principales objeciones expuestas en el Cuaderno Azul en contra de tres de los presupuestos conceptuales esenciales a la explicación causal russelliana, haciendo énfasis en las dificultades que supone el recurso a las nociones de ‘imagen’, ‘pensamiento’ y ‘comprensión’, nociones que desde la explicación causal fundamentan lo que usualmente denominamos el significado de una palabra. Finalmente se aclarará en qué sentido el propósito general de la crítica del Cuaderno Azul contra la concepción causal es controvertir cualquier pretensión de introducir en filosofía un tratamiento cientificista del problema del significado.

1. La concepción del significado en The Analysis of Mind

El contexto que rodea las explicaciones de Russell acerca del significado en The Analysis of Mind[6], (desde aquí AM), es la pretensión de caracterizar lo que él denomina ‘el fenómeno de lo mental’ estableciendo para ello diferencias claras entre lo mental y su contraparte lo material, pero a la vez argumentando, que ninguno de los dos ámbitos sirve como fundamento del otro, sino que tanto lo mental como lo material tienen un mismo y único fundamento que es neutral, es decir ni material ni mental, tal elemento es denominado por Russell ‘sensación’ y su estudio corresponde a la metafísica[7]. A lo largo de quince capítulos Russell se propone caracterizar el fenómeno de lo mental analizando nociones como el instinto, el hábito, la conciencia, el deseo, la memoria, la sensación, entre otras; sin embargo, para nuestros propósitos, llama especialmente la atención el capítulo décimo que tiene por título Palabras y Significado. Allí Russell se propone aclarar el concepto de significado tomando como modelo para el análisis lo que sucede con los nombres propios, por ejemplo, el hecho de que la palabra ‘Napoleón’ significa una persona específica, y al hacer tal afirmación, según Russell (2001), “estamos afirmando una relación entre la palabra Napoleón y la persona así designada” (p. 131)[8]. Este constituye el primer paso en el análisis de Russell, introducir la idea de que el significado es una relación. Claramente uno de los objetos que entra en la relación es la palabra ‘Napoleón’, la cual desde una perspectiva sensible o física, no es otra cosa que un conjunto de ocurrencias, es decir, para cada ocasión diferente en la que alguien escribe, o produce el sonido o conjunto de sonidos ‘Napoleón’ tiene lugar una instancia de la palabra en cuestión, y todas estas instancias u ocurrencias, que no son sino eventos que consisten en alguien produciendo el sonido ‘Napoleón’, están vinculados entre sí solamente por su semejanza o parecido. Aquí Russell presupone que nosotros articulamos una asociación por semejanza de todas esas ocurrencias en virtud de la cual podemos hablar de la palabra ‘Napoleón’.

El otro objeto que entra en la relación, al menos para el caso de los nombres propios y siguiendo el ejemplo de Russell, es Napoleón, el personaje. Según el argumento de Russell (2001), Napoleón es “una complicada serie de instancias” (p. 134), ligadas o conectadas por leyes causales, justamente el tipo de leyes que dan lugar a eso que denominamos una persona cuando todas esas instancias se consideran juntas o ligadas, ya no por vínculos de semejanza sino por un vínculo causal. Russell (2001) afirma que “ni la palabra ni lo que ella nombra es uno de los constituyentes últimos e indivisibles del mundo[9] (...) yo llamo a estos simples últimos particulares[10]” (p. 135). De esta manera se puede afirmar que nosotros damos el nombre ‘Napoleón’ a todo el conjunto de particulares que constituyen la cosa o persona para la cual usamos tal nombre.

Russell supone que inicialmente las palabras operan coordinadas con imágenes, especialmente en casos en los que se usan las palabras para describir o traer lo que él denomina una ‘imagen-mnémica’, por ejemplo, cuando describimos un retrato de Napoleón que hemos visto antes o cuando las usamos para describir una experiencia pasada, como para describir un sueño donde me encontraba dialogando con Napoleón. Las palabras se pueden usar igualmente para describir o crear una ‘imagen-imaginada’, por ejemplo, para describir un evento de tal manera que alguien más se forme la imagen adecuada de algo que se supone es real. Este sería el caso de un sujeto A quien hace una descripción de los rasgos físicos de Napoleón a un sujeto B, el cual nunca ha visto una imagen suya, de forma tal que en una ocasión posterior B pueda reconocer una imagen pintada de Napoleón[11]. Sin embargo, según el argumento de Russell (2001) en algún momento las imágenes ya no se necesitan pues “mientras más familiarizados estemos con las palabras, más nuestro pensamiento avanzará en palabras en lugar de imágenes” (p. 144), hasta el punto en el cual las palabras solas permanezcan en nosotros por la fuerza del hábito.

Es importante el hecho de que las imágenes, al igual que las palabras, poseen significado, esto es, entran en el mismo tipo de relación que entran los nombres propios con esos conjuntos de particulares que denominamos personas, objetos, etc. De hecho Russell sugiere que el significado de las imágenes constituye una forma más primitiva del significado con respecto al significado de las palabras, lo que puede querer decir que nosotros de forma natural y sin ninguna instrucción vinculamos, por ejemplo, una imagen de Napoleón con Napoleón de manera tal que la imagen de Napoleón me recuerda a Napoleón, si lo he visto antes y conservó su recuerdo, sin necesidad de nada más que mi capacidad de asociar una cosa con la otra por vía de su semejanza. Para el caso de las palabras es diferente ya que la relación entre la palabra ‘Napoleón’ y Napoleón, el personaje, no es de semejanza sino de índole puramente causal, pero esto se aclarará más adelante. Aquí es importante no perder de vista que existe una manera especial de entender esa relación que denominamos ‘significado’ y que tal delimitación requiere del concepto de ‘eficacia causal’, que se aplica no sólo a las palabras sino también al caso de las imágenes:

Lo que se llama una imagen “de” algún objeto definido, digamos de San Pablo, tiene algunos de los efectos que tendría el objeto. Esto se aplica especialmente a los efectos que dependen de la asociación. También los efectos emocionales suelen ser similares: las imágenes pueden estimular el deseo casi con tanta fuerza como los objetos que ellas representan (Russell, 2001, p. 145).

Russell habla por supuesto de efectos psicológicos, y lo que propone es que las mismas leyes causales que conciernen a los objetos, por ejemplo, a Napoleón, conciernen también a las imágenes, digamos a una pintura de Napoleón, y por extensión a las palabras, es decir al sonido ‘Napoleón’, lo que implica que las tres cosas tienen la misma eficacia causal, es decir, tienen un mismo efecto en nosotros. De esta forma la imagen, tanto como la palabra, pueden desempeñar la misma función que el objeto, en relación con nuestro psiquismo y nuestro comportamiento, desde una perspectiva puramente causal.

La función de la imagen, y por extensión de la palabra, es pues doble: por un lado, inducir efectos en la memoria[12], y por otro inducir comportamientos y conductas. Sin embargo, como se ha señalado, entre las palabras y las imágenes debe existir una diferencia. Para aclararla Russell utiliza un caso diferente al de los nombres propios y propone considerar el caso de un término general como la palabra ‘perro’[13]. Supóngase que tengo, por un lado, una imagen mental de un perro y, por otro, que tengo la palabra ‘perro’. Ambas cosas constituyen para mí estímulos que tienen sobre mí el mismo efecto, por ejemplo, el de evocar mi temor a los perros. Esto es lo que Russell denomina mnemic causation, expresión que él mismo deriva de los trabajos en biología y psicología de R. Semon,[14] y que define como un tipo de causalidad en el que la causa próxima consiste no meramente en el darse un evento presente con la subsecuente consecuencia inmediata, algo que según Russell (2001) puede expresarse de la forma “X ahora causa Y ahora” (p. 61), sino en el darse el evento presente junto con un evento pasado, algo que puede expresarse como “A, B, C,… en el pasado, junto con X ahora, causa Y ahora” (p. 61). Se trata pues de una causalidad en la que intervienen leyes psicológicas que incorporan en eventos presentes la influencia del pasado[15]. Este es el tipo de causalidad que envuelve los fenómenos del lenguaje y según Russell (2001) es lo que acontece cuando afirmamos, por ejemplo, “que la imagen o la palabra significan aquel objeto” (p. 146). Ahora bien, la diferencia entre las palabras y las imágenes radica en que “para delimitar el “significado” de una imagen, tenemos que tener en cuenta tanto su parecido con uno o más prototipos, como su eficacia causal” (p. 145), mientras que el significado de una palabra, a diferencia del de una imagen, “está enteramente constituido por leyes causales mnémicas, y no en grado alguno por semejanza” (p. 146). Aquí se revela la esencia del significado de las palabras: que tal significado es un efecto en nuestra conducta y en nuestro psiquismo estimulado por un evento completamente constituido por leyes causales de carácter psicológico.

Otro componente conceptual clave de la concepción causal del significado es la noción de comprensión. Según Russell (2001): “Podemos decir que una persona entiende una palabra cuando (a) las circunstancias adecuadas le hacen usarla, (b) el oírla causa en él el comportamiento adecuado” (p. 137), es decir, la comprensión de una palabra o expresión se define como la conducta adecuada en una circunstancia específica, según determinadas leyes causales ‘mnémicas’ relativa a dicha palabra o expresión; también se puede explicar como un evento interno de asociación[16] entre la palabra y algún objeto que es su significado o que es representativo de eso que es su significado. Al respecto es importante considerar que:

Los efectos que una palabra puede compartir con su objeto son aquellos que proceden de acuerdo con leyes distintas de las leyes generales de la física, i.e. aquellos que, según nuestra terminología, involucran movimientos vitales[17] en oposición a movimientos meramente mecánicos. Los efectos de una palabra que entendemos son siempre fenómenos mnémicos (…) (Russell, 2001, p. 61).

Un “fenómeno mnémico” tiene lugar cuando un organismo genera una respuesta de tal índole que dicha respuesta está sujeta a leyes causales que incluyen eventos o suceso pasados de la historia del organismo como parte de las causas de la respuesta presente (véase Russell, 2001, p. 55), por tanto, la comprensión de una palabra o expresión no se puede considerar como una especie de contenido existente en la mente, al que se acude en el momento en el que se requiere, más bien la comprensión hay que pensarla como una disposición [disposition], algo que se despierta en el momento en el que escuchamos la palabra o cuando pensamos en ella, siendo tal disposición no una cosa realmente presente en nuestras mentes sino “la parte mnémica de una ley causal mnémica” (Russell, 2001, p. 62). Esto no quiere decir que la noción de ‘contenido’ no juegue ningún papel en la explicación de Russell, pues esta idea de contenido permanece ligada a la explicación acerca de lo verdadero y lo falso en la concepción causal dado que apela a la idea de un ‘contenido de juicio’. Russell (2001) define la noción de contenido de la siguiente manera: “Aquello que se cree, por verdadero que sea, no es el hecho real que hace verdadera la creencia, sino un evento presente relacionado con el hecho. Este evento presente, que es lo que se cree, lo llamaré el “contenido” de la creencia” (p. 163). Sin embargo, la naturaleza de dicho contenido queda indeterminada pues Russell mismo no explica qué es o en qué consiste dicho evento presente en términos del cual pretende definir la idea de contenido. No obstante, Russell (2001) caracteriza de cierta forma eso que él denomina ‘contenido’ cuando afirma:

[E]ste es siempre complejo… el contenido de una creencia involucra no sólo una pluralidad de componentes, sino relaciones definidas entre ellos… este debe contener al menos un constituyente que sea una palabra o una imagen, y puede o no contener una o más sensaciones como constituyentes (p. 195)[18].

Teniendo como base la reconstrucción hecha hasta aquí de la explicación causal del significado que ofrece Russell en AM, me ocuparé en lo que sigue de los aspectos fundamentales de la elaborada crítica que articula Wittgenstein en el Cuaderno Azul en contra de tal concepción causal.

2. El Cuaderno Azul contra la concepción causal: La inoperatividad de la imagen

Uno de los primeros ataques que encontramos en el CA en contra de la teoría causal russelliana consiste en cuestionar la necesidad de postular una imagen mental para explicar cómo las expresiones de nuestro lenguaje son significativas. Es importante no perder de vista el hecho de que en la explicación russelliana del significado la imagen constituye una forma más primitiva del uso de palabras y expresiones, además, según sugiere Russell (2001), las palabras inicialmente operan coordinadas con imágenes pues “inicialmente a través de su conexión con las imágenes, nos ponen en contacto con lo que está distante en el tiempo o en el espacio” (p. 141). Wittgenstein problematiza este supuesto evaluando un caso sencillo de uso de palabras en el que parece indispensable el recurso a una imagen para explicar cómo operamos con ellas:

Si yo doy a alguien la orden "tráeme una flor roja de esta pradera", ¿cómo sabrá él qué tipo de flor traerme, puesto que yo le he dado solamente una palabra?... la respuesta que uno podría sugerir en primer lugar es la de que él fue a buscar una flor roja llevando una imagen de rojo en su mente... (Wittgenstein, 2009, p. 29)[19].

Nótese que Wittgenstein afirma que esta es la respuesta que podríamos ofrecer en primer lugar, pues parece natural suponer, como hace Russell, que la palabra ha causado una imagen mental y que ésta, a su vez, está vinculada causalmente con el comportamiento de ir y tomar una flor roja. No obstante, aunque ciertamente podemos usar imágenes mentales, por ejemplo, para entender la palabra ‘flor’, ‘rojo’, o la palabra ‘pradera’, hay dos objeciones importantes al supuesto de que la imagen mental es necesaria para explicar nuestras operaciones con esas palabras: la primera está dirigida al carácter ‘mental’ de la imagen, puesto que no se requiere suponer que la imagen de la cual nos valemos para operar con las palabras es de naturaleza mental, excepto en casos especiales, como cuando se da la orden a alguien de imaginar una flor roja para luego pintarla.

Según el argumento del CA, podemos utilizar tal modo de operar con palabras recurriendo a imágenes pintadas o diseños en un papel, por ejemplo, si enviamos a alguien a traernos una flor de un color determinado entregándole una fotografía o un dibujo de la flor que necesitamos con una muestra de color (véase Wittgenstein, 2009, p. 29); aquí ya no jugaría ningún papel el recurso a alguna hipotética imagen mental adicional a la imagen contenida en el papel, pues sería un absurdo el recurso a una instancia mediadora entre la imagen pintada y el objeto físico. La segunda objeción está dirigida contra el postulado de que es necesaria una imagen para llevar a cabo el acto de buscar una flor roja luego de escuchar la instrucción ‘tráeme una flor roja’. Todo lo que sucede, según el argumento del CA es que “vamos, miramos a nuestro alrededor, damos unos pasos hasta una flor y la cogemos, sin compararla con nada” (Wittgenstein, 2009, p. 29). Para Wittgenstein la imagen no es necesaria y en la mayoría de los casos, ni siguiera se involucran imágenes mentales, por lo cual, aunque el recurso a la imagen en algunos casos es posible, no existen razones para que tal forma de operar con palabras constituya un modelo o paradigma de toda operación lingüística. Constituye un paso ilegítimo el suponer que en todos los casos de uso de palabras y expresiones se da un tránsito de las palabras a las imágenes u otro tipo de contenidos mentales análogos, especialmente cuando utilizamos palabras que se refieren a objetos, personas o lugares. Este es el paso que da Russell (2001) en AM cuando afirma:

podemos establecer que en general, siempre que usamos una palabra, ya sea en voz alta o en el discurso interno, hay alguna sensación o imagen (cualquiera de las cuales puede ser ella misma una palabra) que ha tenido lugar frecuentemente al mismo tiempo que la palabra, y ahora, por el hábito, causa la palabra. De ello se deduce que la ley del hábito es adecuada para explicar el uso de palabras en ausencia de sus objetos (p. 143).

Nótese que Russell enfatiza la presencia de un contenido mental ligado a un componente psicológico denominado por él ‘ley del hábito’. En contraste Wittgenstein privilegia el recurso a las nociones de ‘uso’ y ‘operación’ para referirse a esos aspectos que juegan como fundamento de lo que denominamos ‘el significado’ de las palabras, y es sobre estos elementos conceptuales que argumentará la posibilidad de articular una explicación alternativa a la causal russelliana resistiendo nuestra inclinación a introducir el supuesto de un contenido mental que acompaña las palabras o expresiones.

Podemos admitir que en muchas circunstancias es posible justificar la intervención de una imagen o contenido mental, por ejemplo, cuando se le da a alguien la orden de ‘imaginar una flor roja’. El problema es que tendemos a suponer la existencia de una imagen mental siempre que usamos nombres propios o términos generales dado que nuestras formas de expresión nos sugieren ese escenario, según el cual, todo aquel que aprende a usar un término general, por ejemplo, el término ‘hoja’, lo logra en virtud de una especie de imagen general de una hoja, de la que ha entrado en posesión en algún momento del aprendizaje de la palabra. Según Wittgenstein (2009) la explicación que tendemos a construir de lo que sucede es la siguiente:

Cuando aprendió el significado de la palabra "hoja" le fueron mostradas diferentes hojas; y el hecho de mostrarle las hojas particulares fue sólo un medio para el fin de producir "en él" una idea que pensamos que es algún tipo de imagen general. Decimos que él ve lo que es común a todas estas hojas; y esto es cierto si queremos decir que, al ser preguntado, puede describirnos ciertas características o propiedades que tienen en común. Pero nosotros nos inclinamos a pensar que la idea general de una hoja es algo semejante a una imagen visual, pero conteniendo sólo lo que es común a todas las hojas (p. 46).

La confusión radica en que se busca algo que dé vida al signo, que sirva como fundamento al modo y manera como operamos con él, bajo el prejuicio de que tiene que ser un tipo de objeto, adicional al signo, pero distinto de este. La estrategia de reemplazar la imagen mental por algún objeto exterior, como una imagen pintada o modelada ayuda a comprender que no hay razones para suponer que un signo escrito, por ejemplo ‘flor roja’, junto con dicha imagen pintada, tiene propiedades de las que carece el signo escrito sólo sin ninguna imagen, “tan pronto como se piensa en reemplazar la imagen mental por, digamos, una imagen pintada y tan pronto como la imagen pierde de este modo su carácter oculto, deja de parecer que imparte cualquier tipo de vida a la frase” (Wittgenstein, 2009, p. 31).

El recurso a la imagen mental está conectado con la idea de que hay ciertos procesos mentales definidos, vinculados con el lenguaje, y suponemos que es a través de esos procesos, que pueden consistir, por ejemplo, en traer a la mente una imagen de la cosa mencionada por la palabra, que ésta adquiere su significado. En suma, aunque es válido suponer una estrecha conexión entre las experiencias que tenemos al ver flores y cosas rojas y las experiencias que se tienen al mirar una imagen de una flor roja, tal y como Russell sugiere en AM, no es posible justificar el supuesto de que siempre que alguien utiliza las palabras ‘flor roja’ tenga lugar también una imagen mental, tanto en quien pronuncia las palabras como en quien las escucha. Mucho menos será legítimo el supuesto de que el significado de toda palabra de nuestro lenguaje se fundamenta en la presencia de una imagen o algún contenido análogo de carácter mental.

3. El rechazo a la hipótesis del proceso interno y oculto

La segunda objeción que se identifica en el CA es contra la idea de un hipotético proceso, que podría denominarse ‘pensamiento’, para explicar el significado de las palabras. Si bien Russell no ofrece claramente una definición de lo que sea ‘pensar’[20]se refiere a este como un tipo de operación de carácter psíquico y advierte sobre la necesidad de aclarar cuál sea la eficacia causal de las palabras para explicar en qué consiste el pensar. Como se ha visto atrás, para Russell las palabras tienen la función de inducir efectos en nosotros, igual que las imágenes, como sustitutos de aquellos objetos que originariamente nos generan tales efectos. Por la fuerza del hábito, las palabras se establecen como sustitutos permanentes de forma tal que ya no se requiere de la mediación de imágenes, como resultado de un proceso que el mismo Russell (2001) denomina ‘telescópico’: “[...] mediante un proceso telescópico, las palabras llegan con el tiempo a producir directamente los efectos que habrían producido las imágenes con las que estaban asociadas”[21] (p. 144), y en virtud de tal proceso las palabras adquieren para nosotros eficacia causal.

El pensar se entendería entonces como el proceso de traer palabras o imágenes a la memoria de manera que produzcan en nuestras acciones ciertos efectos de forma inmediata. Wittgenstein inicia la crítica a esta manera de entender el pensamiento llamando la atención sobre la forma como nosotros hacemos uso de las palabras “pensamiento” y “pensar” que genera confusión cuando se habla del ‘pensamiento’ como de una actividad puesto que tendemos a hacer una analogía entre el ‘pensar’ y actividades como el ‘hablar’ o el ‘escribir’. Y así como para éstas últimas buscamos un lugar donde tiene lugar la actividad, por ejemplo, decimos que el habla se ejecuta en la laringe y la escritura se ejecuta normalmente con las manos, aunque bien puede ejecutarse con los pies, buscamos también un lugar donde resida el mecanismo de la mente, y usualmente se postula la cabeza.

Adicionalmente existe otra analogía que nos induce a señalar la cabeza como el lugar donde tiene lugar la actividad de pensar, y es la que construimos entre la palabra ‘pensamiento’ y la palabra ‘frase’ u ‘oración’. El primer paso de la analogía es la estipulación de que el pensamiento y la frase son cosas distintas: “decimos: «El pensamiento no es lo mismo que la frase, pues una frase inglesa y una frase francesa, que son completamente diferentes, pueden expresar el mismo pensamiento.»” (Wittgenstein, 2009, p. 34); y dado que la frase siempre está en algún lugar, se supone que el pensamiento debe de estar también en algún lugar, la cabeza[22]

Para contrarrestar esta tendencia, Wittgenstein propone una manera distinta de expresarnos en filosofía, acerca del pensamiento, con el fin de evitar las confusiones que inducen a construir el modelo de un hipotético mecanismo responsable del significado de las palabras, podemos decir, afirma Wittgenstein (2009), “que pensar es esencialmente la actividad de operar con signos” (p. 33). Esta conocida observación wittgensteiniana es parte de la estrategia del CA para contrarrestar el carácter oculto de los procesos vinculados con el lenguaje y que delimitamos con nociones como ‘pensar’, ‘comprender’, ‘significar’, etc., reconduciendo dichas nociones desde lo interno hacia lo externo.

A partir de esa nueva manera de expresarnos acerca del pensamiento es que cobra sentido la idea de que “las actividades de la mente están abiertas ante nosotros” (p. 33). Y llamo aquí la atención sobre la manera como Wittgenstein se expresa, cuando afirma que “podemos decir que pensar es esencialmente la actividad de operar con signos.” Que se pueda decir esto hace evidente que nuestras propias forma de expresión, especialmente cuando hacemos filosofía del lenguaje, son las que contienen la imagen, bien sea del pensamiento como algo de una esfera oculta que viene a dar vida a las palabras, o la que se propone en el CA que sustrae al pensamiento de esa esfera de lo oculto y misterioso y lo coloca en el ámbito de lo manifiesto y familiar, justamente como la operación con signos que llamamos hablar, dar una orden, responder a una orden, etc. Es claro entonces que si “hablar del pensamiento como de una "actividad mental" produce confusión” (Wittgenstein, 2009, p. 33), el antídoto contra estas confusiones es cambiar nuestro modo de hablar acera del pensamiento. Wittgenstein (2009) sostiene en el CA que “esta actividad [operar con signos] es realizada por la mano, cuando pensamos escribiendo; por la boca y la laringe, cuando pensamos hablando; y si pensamos imaginando signos o imágenes, no puedo indicarles un agente que piense” (p. 33).

Considero que Wittgenstein sugiere en el fragmento citado que todas estas afirmaciones sobre el lugar donde se realiza el pensamiento son igualmente correctas, es decir, todas estas actividades pueden considerarse formas del pensar, o mejor aún, para todas ellas podemos usar la palabra pensamiento, y por tanto todos estos ‘lugares’ (el papel, la laringe, el cerebro, etc.) constituyen efectivamente lugares del pensamiento. Desde esta nueva perspectiva no hay inconveniente en afirmar que ‘pensar’ es una actividad que realiza la mano, o el pie, cuando escribimos o la boca y la laringe cuando hablamos, aunque para el caso de imaginar signos o imágenes ya no es posible indicar un agente que piense, y aquí es esencial la aclaración de Wittgenstein (2009):

Si se dice entonces que en estos casos es la mente la que piensa, yo llamaría solamente la atención sobre el hecho de que se está utilizando una metáfora, de que aquí la mente es un agente en un sentido diferente de aquel en que puede decirse que la mano es el agente al escribir.

[…] Y si hablamos de la cabeza o del cerebro como del lugar del pensamiento, lo hacemos usando la expresión "lugar del pensamiento" en un sentido diferente (p. 33).

Como cuando decimos, por ejemplo, que el corazón es ‘el lugar’ de los afectos. Wittgenstein no explica claramente cuál es el cuidado que hay que tener con la gramática de esas expresiones que asignan un lugar al pensamiento, sea en el papel, la laringe o el cerebro, aunque podemos ver allí una advertencia sobre la dificultad que surge cuando se entiende la palabra ‘lugar’ de forma equívoca para el caso de lo que también erróneamente denominamos ‘el pensamiento’. Si el pensamiento no es un proceso oculto y misterioso se puede afirmar que son las acciones mismas de escribir, hablar, elaborar imágenes o dibujos las que lo constituyen, y podemos afirmar que uno de los rasgos característicos de todas estas actividades y procesos es que involucran signos, y más aún, que son operaciones con signos. Los ejercicios de reemplazar procesos que parecen ocultos por procesos observables, cotidianos y claramente descriptibles, como operaciones con la mano al escribir con un lápiz, el acto de elegir un objeto entre muchos otros, etc., ayudan a contrarrestar la mitología subyacente a la explicación causal, según la cual aquello que “hay que añadir a los signos muertos para lograr una proposición viva es algo inmaterial, con propiedades diferentes a las de todos los meros signos” (Wittgenstein, 2009, p. 31).

A manera de síntesis se puede afirmar que, frente a la explicación causal, la cual conduce inevitablemente al supuesto de la existencia de elementos ocultos que confieren su ‘significado’ a los signos, el CA contrapone el carácter visible y manifiesto de esos signos que tenemos ante nosotros en conexión con las acciones que ejecutamos con tales signos. Esta estrategia permite invertir la tesis de que los signos necesitan del ‘pensamiento’ (una operación interna) para afirmar que lo que denominamos pensamiento (una operación externa) necesita de los signos. También es importante la aclaración wittgensteiniana relativa a la distinción entre el uso del concepto de ‘mente’ vinculado con las cuestiones de psicología, y el recurso a ese mismo concepto para tratar las cuestiones relacionadas con la pregunta por el significado. Cuando se trata de cuestiones de psicología es legítimo apelar a un concepto de mente, que puede incluso delimitarse adoptando determinados modelos conceptuales, pero cuando se trata de las cuestiones relativas al significado, el recurso a dicho concepto se torna problemático: “si lo que nos concierne no son las conexiones causales, las actividades de la mente están abiertas ante nosotros” (Wittgenstein, 2009, p. 33).

4. Redefiniendo la ‘comprensión’ desde una perspectiva externa

Un tercer ataque a la concepción causal del significado lo constituye el dirigido contra uno de los principios fundamentales de dicha perspectiva, el de la comprensión entendida como la conducta adecuada, en circunstancias específicas, conforme a leyes causales ‘mnémicas’. Wittgenstein propone esclarecer la idea de comprensión[23] a través de un caso relacionado con el aprendizaje de las palabras el cual ofrece un escenario adecuado para evaluar los problemas que suscita ese concepto en el marco de una explicación del significado. La razón es que en ese contexto de la enseñanza y el aprendizaje de palabras hablamos naturalmente de comprender o interpretar alguna palabra o expresión, bien sea de forma errónea o adecuada, y es esta manera de hablar la que permite reconocer que la comprensión está vinculada esencialmente con los criterios de los cuales disponemos para decidir si el otro entiende correctamente o no el significado de la palabra que se le ha enseñado. Wittgenstein llama la atención sobre el concepto de 'criterio' que puede definirse, en el contexto del CA, como un punto de apoyo con base en el cual se decide lo ‘correcto’ o ‘erróneo’ en la comprensión o interpretación [24]. La estrategia de Wittgenstein será pensar acerca del tipo de criterios que intervienen cuando determinamos, en situaciones ordinarias, si la comprensión de una palabra o expresión es adecuada o no, y así esclarecer qué tipo de actividad es esa que denominamos ‘comprender una palabra’. Para tal fin el CA considera el caso de una palabra que se le da a alguien por primera vez y que se refiere a algo que este nunca ha visto antes, la palabra 'banjo'. Luego de explicarle ostensivamente al aprendiz la palabra, la única forma de saber si la comprende adecuadamente es a través de una instrucción, por ejemplo:

Supongamos que entonces le doy la orden «ahora elige un banjo de entre estas cosas». Si elige lo que llamamos un 'banjo' podemos decir que «ha dado a la palabra "banjo" la interpretación correcta»; si elige algún otro instrumento podemos decir «ha interpretado que "banjo" significa "instrumento de cuerda"» (Wittgenstein, 2009, p. 29) [énfasis propio].

El caso de la palabra ‘banjo’ ilustra cierto tipo de criterios que ordinariamente utilizamos para decidir si la comprensión o la interpretación de una palabra ha sido adecuada o no: se trata de evaluar una acción, en este caso la de elegir un banjo, que se sucede a la orden dada al aprendiz de traer un ‘banjo’. Nótese que para Wittgenstein todo el énfasis recae en las acciones del aprendiz puesto que la acción de tomar el banjo se introduce como criterio último de comprensión, y por tanto de significación, contrarrestando de esa manera la idea de que existe una operación específica que siempre tiene lugar cuando se afirma que alguien ‘comprende el significado’, idea que se introduce debido a que “nos inclinamos a suponer un acto definido” (Wittgenstein, 2009, p. 29), lo que nos lleva de nuevo a la exigencia de justificar, para todos los casos, un hipotético mecanismo responsable de la significatividad de las palabras. El énfasis en las acciones, contrariamente, conduce a introducir criterios externos para la comprensión y excluye la posibilidad de un único ‘acto definido’, puesto que las acciones, que para cada caso de uso de palabras pueden ser diferentes, nos obligan a delimitar el contexto específico en el que las palabras tienen lugar, lo que reconduce el tratamiento del problema del significado desde lo interno hacia lo externo, dado que es en las circunstancias concretas del uso de las palabras donde tiene lugar lo que se denomina su significado. Mientras la explicación de tipo causal supone que el aprendiz se ha valido, por ejemplo, de una imagen mental de un banjo con base en la cual, de entre los múltiples instrumentos, seleccionó aquél que producía la sensación que colma la expectativa que le genera la imagen del banjo o la palabra ‘banjo’, el CA simplemente asume que el aprendiz ha actuado conforme a las reglas que le fueron dadas en el momento de la instrucción, siendo todos estos componentes -las acciones, las reglas y la instrucción misma- eventos externos y visibles que vinculan el significado de ‘banjo’ con todo lo relativo a operaciones específicas con esos signos en las prácticas lingüísticas ordinarias.

Quiero aquí hacer una mención breve al denominado Cuaderno Amarillo[25], que data de la misma época del CA, donde se reitera que el concepto de comprensión se usa en una doble vía, tanto para referirse a un evento interno, de carácter mental si se quiere, como a uno externo, vinculado con el uso concreto de las palabras:

podemos afirmar lo siguiente: que "comprender una palabra" se usa ciertamente de dos maneras, para referirse a un proceso mental concomitante y al saber usar la palabra. Las gramáticas de "sentir algo cuando escuchamos la palabra" y "conocer el uso de la palabra" son completamente diferentes. Para ver cómo difieren, considere el caso paralelo de conocer las reglas del ajedrez (Wittgenstein, 2001, p. 50).

Es interesante aquí la alusión a las reglas y al caso del ajedrez, pues de la misma manera que sólo podemos afirmar que alguien comprende el ajedrez si puede ejecutar los movimientos adecuados de las fichas sobre el tablero según las reglas del ajedrez, análogamente podemos decir que ha tenido lugar o no la comprensión de las palabras con base en las acciones concretas y específicas que alguien ejecuta según las reglas que acompañan el uso de las palabras. Aunque se admita que el movimiento de una ficha durante una partida de ajedrez puede estar acompañado por algún tipo de evento de carácter interno, la comprensión del ajedrez radica solo en el recurso a las reglas que, en la práctica del juego, se traduce en acciones concretas; de la misma manera para el caso de las palabras, el supuesto de cualquier elemento de carácter interno se torna irrelevante para determinar si se ha dado o no su comprensión, “puede haber estados mentales correspondientes a cada juego, pero estos estados no presuponen ni contienen las reglas.” (Wittgenstein, 2001, p. 49) Todo el énfasis recae aquí sobre la gramática (las reglas) que es la que finalmente constituye el significado de una palabra o expresión.

5. El abandono de toda perspectiva cientificista en torno al problema del significado

En este apartado final, y a manera de conclusión, se hará énfasis en dos cuestiones generales que, desde la óptica del CA, han fortalecido el tratamiento erróneo que hace la concepción causal russelliana del problema del significado. La primera cuestión es la introducción de consideraciones que Wittgenstein denomina ‘mitológicas’ acerca del significado en la reflexión filosófica sobre el lenguaje; la segunda, consecuencia de la anterior, es la relativa a la perspectiva cientificista que está implícita en una explicación de tipo causal.

Inicio llamando la atención sobre el argumento de Wittgenstein según el cual, en la reflexión filosófica acerca del lenguaje se ha introducido lo que él denomina una ‘mitología de la psicología’[26] que nos induce a postular alguna clase de objeto o evento, de naturaleza distinta a la del signo y que fundamente su significatividad: “[…] se tiene la tentación de imaginar aquello que da vida a la frase como algo de una esfera oculta que acompaña a la frase” (Wittgenstein, 2009, p. 32), y que a la vez tiene efectos visibles. Tal postulado reviste un atractivo especial para el filósofo quien se ve conducido finalmente a aceptar la existencia de hipotéticos procesos ocultos en la explicación acerca del significado. puesto que esa separación entre el signo y otra cosa que le es esencial constituye la raíz de la idea según la cual lo esencial en una palabra es eso que la compaña: su significado (Cfr. Wittgenstein 2007, §22). Esa tendencia a separar los signos de eso otro que les confiere operatividad es tan fuerte que a veces da la impresión de que no puede explicarse lo que sucede con las palabras y expresiones de nuestro lenguaje de otra manera y para responder a esta exigencia se postula un intermediario entre la palabra y la acción, algo que sirva como garante de la vida de esos signos pues “los signos de nuestro lenguaje parecen muertos sin estos procesos mentales” (Wittgenstein, 2009, p. 30). Como ya se ha dicho, tal intermediario en la explicación causal es ‘la mente’ que “puede producir efectos que ningún mecanismo material podría causar” (p. 30), por lo cual se confiere al pensamiento y a otros procesos análogos como la comprensión o la interpretación, la apariencia de ser, análogamente, un mecanismo extraño y difícil de comprender. Wittgenstein mismo reconoce que es factible construir un modelo de mente con base en investigaciones psicológicas, el cual puede resultar tan complicado e intrincado que, con todo derecho, podríamos hablar de la mente como de un extraño tipo de medio.

Sin embargo, Wittgenstein será enfático al afirmar que “este aspecto de la mente no nos interesa. Los problemas que puede plantear son problemas psicológicos y el método para su solución es el de la ciencia natural” (Wittgenstein, 2009, p. 33). Esta observación pone en evidencia de qué manera las consideraciones mitológicas en torno al significado fortalecen el segundo aspecto mencionado al inicio de esta sección: el tratamiento cientificista de la pregunta por el significado. La crítica del CA a la explicación causal evidencia cómo Russell introduce una manera específica de hablar acerca del significado, que se caracteriza por incorporar toda una red conceptual conformada fundamentalmente por nociones psicológicas, donde la significatividad aparece como un tipo de ‘fenómeno’, producto de leyes causales de carácter mnémico. Considerar la significatividad como un ‘fenómeno’ ha conllevado a que se aborde la pregunta por el significado científicamente y, en consecuencia, que su estudio se adjudicara en últimas a la psicología. El mismo Russell (2001) admite que la investigación sobre ciertos aspectos esenciales en la explicación del significado es de carácter científico:

Al considerar las leyes causales de la psicología, es importante la distinción entre generalizaciones aproximadas y leyes exactas. Hay muchas generalizaciones aproximadas en psicología, no sólo del tipo por medio del cual gobernamos nuestra conducta ordinaria unos con otros, sino también de un género más científico. El hábito y la asociación pertenecen a tales leyes (p. 212).

Recuérdese que tanto el hábito como la asociación intervienen en la constitución de esa relación que Russell denomina significado, y ambas son consideradas por el autor leyes causales de género científico, constitutivas de la ciencia psicológica, por lo cual la explicación acerca del significado tiene lugar exhibiendo la naturaleza de dichas leyes en el marco de una teoría explicativa de carácter psicológico, como Russell pretendió mostrar en AM.

Wittgenstein consideró importante combatir este tipo de explicación en el CA dado el atractivo que ejerce en filosofía la imagen de un mecanismo responsable de la significatividad que pueda describirse, análogamente a como describimos el funcionamiento de una máquina o de un organismo. De hecho, cuando Wittgenstein (2009) afirma que “los filósofos tienen constantemente ante los ojos el método de la ciencia y sienten una tentación irresistible a plantear y a contestar las preguntas del mismo modo que lo hace la ciencia” (p. 47), está refiriéndose específicamente a Russell y su concepción causal. Y dada la estrecha conexión entre la perspectiva cientificista y las consideraciones mitológicas acerca del significado, no es de extrañar que Wittgenstein sea reiterativo sobre el hecho de que los problemas relacionados con el lenguaje en general y el significado en particular no son en absoluto problemas de carácter científico:

Pero no olvidemos que una palabra no tiene un significado dado, por así decirlo, por un poder independiente de nosotros, de tal modo que pudiese haber una especie de investigación científica sobre lo que la palabra realmente significa (Wittgenstein, 2009, p. 58).

significado

Referencias

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Notas

[1] Engelmann identifica tres puntos claros de incompatibilidad: en primer lugar, que la explicación causal pareciera transformar la lógica en una disciplina empírica; segundo, que en la explicación causal la función del lenguaje es causar un comportamiento, mientras que la función del lenguaje, desde la concepción del Tractatus, es describir la realidad. Finalmente, que la comprensión entendida en el Tractatus como la traducción según reglas de proyección (véase Wittgenstein, 1995, 3.11-3.13; 4.024), se explica desde la concepción causal como un fenómeno determinado psíquicamente (Cf. Engelmann, 2013, pp. 71-72).
[2] La proximidad entre los conceptos de lógica y gramática tiene lugar sólo en la etapa previa a 1933. A partir del Cuaderno Azul es clara la crítica de Wittgenstein a la concepción del significado fundamentado en reglas fijas a priori. Según Addis el Cuaderno Azul ratifica dicha crítica a la imagen del lenguaje como un cálculo (cfr. Addis, 2006, p. 67). Según Stern, es hacia mediados de 1930 que Wittgenstein se da cuenta de que las reglas de nuestro lenguaje se asemejan más a las reglas de un juego que a las de un cálculo, pues aquellas implican acciones dentro de un contexto que es social (Cfr. Stern, 1991, p. 216).
[3] Engelmann (2013, p. 171) llama la atención sobre el hecho de que el concepto de ‘gramática’ se transforma en el pensamiento de Wittgenstein a partir de la Gramática Filosófica, desde la cual adquiere un nuevo significado, entendiéndose ya no como sinónimo de ‘sintaxis lógica’ sino como la descripción del uso de las palabras en un sentido amplio, llegando a identificarse con la noción de ‘uso’ en el Cuaderno Azul(Cf. Engelman, 2013, pp. 173). Para una aproximación exhaustiva al concepto de gramática en la obra de Wittgenstein durante el periodo medio y la época de redacción del Cuaderno Azul, véase también Stern (2018)Wittgenstein and Moore on Grammar. También existen elementos importantes para la reflexión en el conocido texto de Schroeder (2016) Grammar and Grammatical Statements.
[4] Uso la noción de significatividad con el fin de evitar confusiones con relación al concepto de ‘significado’ que durante la época del Cuaderno Azul es ampliamente criticado por Wittgenstein dadas las consideraciones mitológicas que acompañan su uso en filosofía, consideraciones que conllevan a una comprensión del ‘significado’ como algo adicional a la palabra, por ejemplo, un objeto o un contenido mental. La misma estrategia de diferenciar ‘significado’ de ‘significatividad’ aparecen en Bronzo (2019, pp. 164-166) y Glock (2019, pp. 185 y 194).
[5] Distintos intérpretes, pero especialmente Engelmann (2013), muestran de qué manera entre 1929 y 1933, periodo usualmente denominado como el periodo medio de Wittgenstein, las ideas del autor cambiaron gradualmente dando como resultado no sólo una transformación en su concepción acerca del lenguaje sino también en su método de hacer filosofía, por ejemplo: Addis, 2006, p. 57; Bouwsma, 1961, p. 144; y Hauptli, 2014.
[6] La concepción russelliana del significado experimentó grandes cambios desde la etapa de Sobre el denotar y Los problemas de la filosofía hasta la construcción de AM. Mientras en la primera etapa el significado se fundamenta en el conocimiento directo de entidades de algún tipo [por ejemplo: Russell, 1905, pp. 153-154; Russell, 1970, p. 56], en AM dicho conocimiento directo es sustituido por un principio de causalidad donde el significado se entenderá como dependiendo de leyes causales de carácter psicológico.
[7] El interés general de Russell en AM es armonizar dos tendencias aparentemente disímiles e inconsistentes, una tendencia materialista en psicología y una inmaterialista en física. Esta tendencia filosófica es conocida como monismo neutral. Según Tully (1988) Russell ya simpatizaba con esta perspectiva antes de AM, pues en su ensayo de 1919 titulado On propositions hace ya explícita su adhesión al monismo neutral (p. 217). (Véase también Pincock, 2006, pp. 101-102).
[8] Las referencias al texto de Russell The Analysis of Mind corresponden a la versión electrónica del texto original publicado por la Universidad del Estado de Pensylvania. En todos los casos se trata de mi traducción.
[9] Para Russell no existe en el lenguaje una forma directa de designar uno de los existentes últimos que conforman el conjunto que nosotros llamamos cosas o personas, pues a ellos sólo nos podemos referir por medio de elaboradas frases del tipo de las descripciones definidas como ‘el tal y cual’ (Véase Russell, 2001, pp. 134-135).
[10] Curiosamente afirma Russell (2001) “Los particulares podrían tener nombres propios, y sin duda los tendrían si el lenguaje hubiese sido inventado por observadores con entrenamiento científico para propósitos de filosofía y lógica” (p. 135). Sin embargo, ya que el lenguaje ordinario tiene una finalidad puramente práctica, en él los particulares carecen de nombre propio.
[11] Russell habla de forma un tanto imprecisa de distintas maneras de comprender palabras o maneras en que las palabras pueden significar. Además de las dos arriba indicadas menciona otras cuatro que refiero aquí separadamente ya que en estas no se aprecia con claridad el papel que juega la imagen en los procesos de comprensión o significación: 1. Cuando se usa la palabra adecuada en la ocasión adecuada. 2. Cuando se actúa adecuadamente conforme a la palabra que se escuchó. 3. Cuando se asocia una palabra con otra que tiene el efecto apropiado en la conducta. 4. Cuando se aprende por primera vez y se puede asociar con un objeto que es su significado o es una muestra representativa de lo que constituye su significado (Russell, 2001, p. 139).
[12] Apostolova (2017) resalta el papel de la memoria en la justificación russelliana del conocimiento tanto en AM como en escritos previos. Según la autora la memoria, en tanto capacidad cognitiva vinculada con el conocimiento de eventos pasados, el conocimiento directo de particulares pasados o con los juicios que dependen de imágenes en el momento presente, juega un papel fundamental a la hora de explicar cómo nuestros juicios constituyen creencias verdaderas acerca de lo real; además siempre construye un vínculo entre nuestra experiencia presente y nuestra experiencia pasada (pp. 321-326).
[13] Tales palabras, según Russell significan una clase completa que colecciona particulares bien sea por semejanza o a través de una propiedad común. La explicación causal trata las distintas clases de palabras de forma semejante: la palabra se conecta con un conjunto de ocurrencias o instancias, vinculadas causalmente o por semejanza, y esto es su significado. Aquí no entran en consideración cuestiones lógicas relativas a las diferencias entre tipos de palabras, pues aquí lo que nos ocupa son cuestiones de psicología.
[14] Russell menciona específicamente Die Mneme, publicado en 1904 y Die Mnemischen Empfindungen, publicado en 1909. Para un análisis detallado sobre la influencia de Semon en la construcción de AM véase Pincock, 2006, pp. 118-123.
[15] Segun Bernecker (2001) la idea de causación mnémica es introducida por Russell en contraposición a la noción de causación contigua (p. 164). Esta última presupone la existencia de lo que se ha denominado ‘trazas’ o ‘huellas’ de memoria, puntos intermedios que permiten el tránsito desde un evento pasado, que está lejano en el tiempo, hacia uno presente, dada la distancia temporal que los separa. Sin embargo, se carece de evidencia conclusiva que respalde la existencia de dichos intermediarios (p. 164).
[16] Según Russell (2001) lo fundamental de la asociación, desde el punto de vista de lo mental, es que al tener una experiencia de algo que ya se ha experimentado antes, se tiende a traer el contexto de esa experiencia inicial (p. 56).
[17] Para Russell (2001) los movimientos vitales, a diferencia de los mecánicos que dependen de las leyes causales de la materia en general, dependen de propiedades especiales del sistema nervioso (p. 33).
[18] Green (2007) comenta a propósito de la noción de contenido “It is hard to say what this ‘present event’ might be and to describe it in terms that are not merely circular (that it is the content of the belief); but Russell’s definition does point to a fundamental problem, and that problem is precisely that of defining content” (p. 93).
[19] Todas las citas del Cuaderno Azul (a partir de aquí CA) corresponden a la última versión castellana, 5ª Edición, de la traducción de Gracia Guillén.
[20] Es importante el hecho de que Russell incorpore en múltiples ocasiones la palabra ‘thinking’ resaltada entre comillas, lo cual es un indicio claro de la naturaleza peculiar e indeterminada de dicha operación en el marco de las aclaraciones de AM. De hecho, Russell no ofrece en ningún lugar del texto una definición clara de lo que sea el ‘pensamiento’.
[21] “La ley general de los procesos telescópicos es que, si A causa B y B causa C, sucederá con el tiempo que A causará C directamente, sin el intermediario de B” (Russell, 2001, p. 144). El autor mismo enfatiza que este rasgo telescópico es característico de la causalidad psicológica.
[22] La estrategia de asignar un lugar al pensamiento no es exclusiva de Russell. Frege suponía que el pensamiento era algo singular que debería estar en algún lugar, de alguna manera, en una especie de reino de los pensamientos: “...los pensamientos no son ni cosas del mundo exterior ni representaciones. Hay que considerar un tercer dominio. Lo que a este pertenece coincide con las representaciones en que no puede ser percibido por los sentidos, con las cosas, en cambio, coincide en que no requiere de un portador a cuyos contenidos de conciencia pertenezca” (Frege, 2017, p. 171).
[23] Un análisis análogo al del CA se encuentra en algunos de los primeros numerales de la Gramática Filosófica, cuya fecha de composición coincide con periodo de redacción del CA. Biggs y Pichler (1993, pp. 14-15) datan los numerales del 1 al 142 justo de ese periodo comprendido entre 1933-1934. Wittgenstein afirma, por ejemplo, que ““comprender una oración” puede querer decir: “saber lo que la oración dice”, esto es, poder responder a la pregunta ‘¿qué dice esta oración?’” (Wittgenstein, 2007, §6) Y unos parágrafos más adelante afirma: ““comprender una palabra” puede querer decir: saber cómo se usa, poder explicarla” (Wittgenstein, 2007, §10).
[24] Addis (2006) bien aclara que “The meaning of the word 'criteria' and its philosophical significance remain the subject of controversy. There is almost no sustained discussion of it in Wittgenstein's writings with the notable exception of the famous passages towards the start of the Blue Book.” (p. 72). Sin embargo, no es claro, y es materia de debate, si Wittgenstein ofrece en el CA las bases para una teoría acerca del término criterio (Cfr. Addis 2006, pp. 73-74).
[25] El denominado Libro o Cuaderno Amarillo (Yellow Book) es una recopilación de notas tomadas por Alice Ambrose y Margaret Masterman que datan de la misma época del CA y, según refiere Ambrose, dicho material corresponde a conferencias y discusiones privadas antes y durante el dictado del CA. Dicho material se encuentra publicado en las Wittgenstein’s Lectures 1932-1935, sin indicaciones acerca de las fechas precisas de las notas, sin embargo, ofrece pasajes interesantes que detallan algunos aspectos relativos a los problemas de los que se trata en el CA. [Para todas las citas la traducción es propia.]
[26] Para una exposición detallada acerca la génesis de la idea misma de ‘mitología de la psicología’ en el pensamiento de Wittgenstein, remito al estudio de Engelmann (2013, pp. 88-93).

Información adicional

Información sobre el autor: colombiano. Doctor en Filosofía. Docente de la Universidad de Antioquia, Colombia.

Información sobre financiación: este artículo es producto del proyecto de investigación “La filosofía del Cuaderno Marrón. Estudio acerca de la génesis y consolidación de la perspectiva antropológica en el análisis filosófico del lenguaje durante el periodo medio de Ludwig Wittgenstein”, finalizado en enero de 2023, adscrito al grupo de investigación Conocimiento, filosofía, ciencia, historia y sociedad del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, y fue financiado por el Comité para el Desarrollo de la Investigación (CODI) de la misma universidad.

Forma de referenciar (APA): Chica Pérez, V. H. (2023). Wittgenstein contra Russell en el Cuaderno Azul. Deconstruyendo la explicación causal del significado. Revista Filosofía UIS, 22(2), 221-242. https://doi.org/10.18273/revfil.v22n2-2023009

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