Editorial

Editorial. La cultura de la cancelación o la tiranía de la censura

Editorial. Cancel Culture or Tyranny of Censure

Johana Rojas-Sierra
Universidad de Santander, Colombia

Revista Filosofía UIS

Universidad Industrial de Santander, Colombia

ISSN: 1692-2484

ISSN-e: 2145-8529

Periodicidad: Semestral

vol. 21, núm. 2, 2022

revistafilosofia@uis.edu.co

Recepción: 23 Junio 2022

Aprobación: 30 Junio 2022



DOI: https://doi.org/10.18273/revfil.v21n2-2022017

“La cultura de la cancelación es el refugio de quienes son

incapaces de contrastar libre y pacíficamente con los que piensan

distinto” (Munilla, 2022)

El gran despertar o el permanecer despierto (woke) es el apelativo que hace referencia al movimiento defensor de causas de justicia social y racial, surgido en Estados Unidos en tiempos marcados por la legitimación de la segregación relacionada con el color de la piel. Con el tiempo ha tenido ligeras adaptaciones, conforme a los hechos que trascienden los medios, como el Stay Woke, y etiquetas como MeToo, cuéntalo, yo sí te creo, Blackout Tuesday, Black Lives Matter, entre otros. Sin embargo, esta aplicación más amplia de la expresión woke ha dado paso a la adaptación del movimiento por parte de comunidades fuera del contexto estadounidense y se distingue como “cultura de la cancelación”, de marcada tendencia ideológica y cultural, que se presenta como altamente sensible ante lo que se considera injusto.

Por un lado, se tienen aquellos que se enfrentan a la colonización de pensamiento y a cualquier opresión, incluso si está regulada por las leyes y avalada por organizaciones mundiales. Tienen la libertad como bandera. Critican que otros censuren el derecho natural de elección y abogan por la diferencia y la autonomía.

En la otra orilla, están aquellos que cancelan la ciencia, la biología, la libertad y expresión del otro, por el mero hecho de la diferencia y del pensamiento distinto a la tendencia; no se acepta lo evidente y todo aquello que es diferente a la línea de pensamiento en tendencia. Tienen la igualdad, la inclusión y la diversidad como bandera y cancelan para buscar la uniformidad o el triunfo del pensamiento único y un nuevo orden; rompen con los metarrelatos para originar nuevas metaverdades; se promueve y se hace relectura de todo y se vuelven a procesar los hechos.

la persona que cancela no es tan benévola como se espera, no está enriquecida de valores humanos como muchos pudieran pensar. El que cancela, en este caso, lo hace motivado por emociones y no por la razón. Gobernado por la venganza y no por evidencias. El cancelador de oficio es un vengador muy astuto. Se escuda detrás de la democracia, de la libertad de expresión, finge ser un sujeto moral, habla de justicia y de Estado de derecho, retórica para cautivar a adeptos. (Burgos & Hernández, 2021, p. 145)

Se invierten las normas (deconstrucción), para llamar a lo bueno malo y a lo malo bueno, apoyándose de la legislación y lo que dicta la agenda se cancela en nombre de una deformada unidad.

La manifestación de la cancelación opera, inicialmente, desde las etiquetas, pues estas no solamente conforman u ordenan la colectividad entorno a la “intención” social, sino que funcionan como medio para promover impunemente la censura. Las etiquetas son, en la mayoría de los casos, el disparador actual para movilizar y conmover. A partir de la instauración de un colectivo sensible, que pone de relieve el lenguaje y actuar de lo políticamente correcto, se instala un modo de operar que en últimas bloquea el libre pensamiento, la diversidad, la elección, entre otros aspectos que, irónicamente, dicen promover, a partir de una pretensiosa justicia social.

Además de las etiquetas, que pueden ser en lenguaje “positivo” o que inviten a la empatía, también surgen publicaciones —en medios no convencionales como las redes sociales y la difusión voz a voz masiva como la mensajería instantánea— en los que se difunde un discurso de disociación y restricción, acompañado de etiquetas, que incluso ha movido a acciones intimidatorias, quizá con el ánimo de forzar la voluntad o la conducta en determinado contexto, convirtiendo las redes sociales en estrados y patíbulo cuando en ellas se ha manifestado abiertamente oposición a alguien o a cierto acontecimiento local, regional o mundial.

Como es sabido, grosso modo, en el ejercicio de la cultura de la cancelación hay cierta búsqueda, de alguna forma, de condicionar todas las áreas de la sociedad desde el lenguaje, la educación, la legislación, la cultura y hasta la cotidianidad. Se vigila a través de lo políticamente correcto, para que aquello que se hace, se haga de equis forma, de la manera como lo dicte el colectivo o minoría, la cual se adjudica una afectación en caso de que se obre o se diga algo de manera diferente, con el fin de que se ciña a la tendencia del pensamiento que circula. Entonces, surge que todas o algunas de las áreas de la esfera social se cohesionan con el fin de cuidar o vigilar el lenguaje, el comportamiento y demás[1], para no “herir susceptibilidades”[2] o para la “inclusión”; y cuando surge oposición a estos modos de operar, la cancelación empieza con una etiqueta que va más allá de la censura hasta tornarse en hostigamiento lingüístico.

Además de las etiquetas, se ha podido ver, cada tanto, que este discurso de anulación, que se distingue por lo políticamente correcto, opera, también, desde la relectura del pasado para procesarlo. Este frente de operación —uno de varios[3]— se apoya en la ambigüedad, la siembra de duda, la incertidumbre y la confusión. A lo largo de nuestra historia, la sociedad humana se ha caracterizado por el conflicto —interno y externo— que surge por la apropiación de sí, del territorio, del otro, etc., de forma ordenada o no; y a veces quizás como una suerte de “seréis como dioses” que se mezcla con un ethos quebrado o hendido, para hacer más dramática la situación de la sociedad. Sin discurrir en lo anterior, al final, la pretensión de procesar el pasado hace parecer que la historia hay que reescribirla, dejando de lado que sin importar si se reescribe o no, si se procesa o no, la sociedad es proclive al dominio, la mayoría de las veces fuera del orden y doblegando la voluntad y tiranizando la libertad humana.

Ahora bien, si la libertad se asienta en la voluntad, y en la cual participa la razón, ¿qué pasa cuando es usada de cierta forma que vincula la dimensión moral?, ¿dónde queda la deliberación y la elección? La elección puede orientarse de dos formas: mira al pasado o al futuro. En ese orden de ideas, si la voluntad mira al pasado para revisarlo, entonces, la elección se sitúa al servicio de “lo que uno ya es, y al modo en que convive con su propia realidad” (Yepes & Aranguren, 2003, p. 120), que en consecuencia es cuando el pasado se aprueba o se rechaza. Así las cosas, sin perder de vista lo anterior, cuando surge la tendencia de la cancelación esta se manifiesta como un acto de la voluntad (la elección) desconectada de los demás usos que la voluntad tiene (deseo, creación, amor), trayendo como consecuencia un motivo irreal o deforme, que en muchos casos se exagera o se reduce en otros escenarios. Si la elección mira al futuro permite decidir, se le conoce como dominio o poder, por lo tanto, ese uso de la voluntad es decisorio con libertad y determinante; razón por la cual requiere un orden y escala de valores.

En esa misma línea, huelga decir que la censura, que se aplica (además a la libertad de oponerse) en los distintos escenarios o contextos, no parte de la justificación para aplicar desaprobación, sino que hoy la cancelación se legitima sin orden: “por fuera del poder. […] no hay valores nacionales ni textos sagrados, sino “minorías”, “oprimidos”, “excluidos”, en virtud de quienes ha de cancelarse todo aquello que pueda ofenderlos. Se trata de la dictadura del buenismo” (Laje, 2020, párr. 5). A partir de un individualismo colectivo, que no dialoga y que se considera autosuficiente del orden social, se exaltan causas lejanas que poco o nada se aplican a sí mismas el mismo método de investigación: la medida sobre los demás no sobre sí: lo ancho para sí mismos y lo angosto para los demás. Una deformación de la causa. En consecuencia, una relectura del pasado viciada y fuera del rigor.

Por consiguiente, como el plan de acción de quienes procuran la cancelación a diestra y siniestra no es solamente lanzar etiquetas, revisar el pasado, permear todas las áreas y el actuar de la sociedad, la tendencia a la cancelación ha extendido sus tentáculos hasta la esfera privada de los sujetos, lesionando al Otro y olvidando que resguardar la otredad es esencial para crecer y sostener la sociedad, la libertad y el orden. Con todo lo dicho hasta aquí, al parecer, lo que busca la cultura de la cancelación es otro orden, un nuevo orden.

En este nuevo orden —ideológico—, si no se está con ellos, se está en contra: la cancelación se vuelve persecución para quienes objetan conciencia, quienes hacen llamado al orden, aquellos que defienden familia, tradición y fe y demás personas que de alguna y otra forma no participan ni comulgan con la dictadura de ir cancelando todo y a todos por que sí y porque no, abanderados de una aparente liberación para tomar el lugar del opresor que tanto denuncian. Entonces, se ve cómo surgen expresiones que se convierten en palabras clave del discurso de la cancelación: patriarcado o sistema patriarcal, misoginia, violencia de género, machismo, femicidios, fascismo, opresión, derecha…, que hoy no son simples palabras, sino que también se pueden considerar como munición lingüística, referentes peyorativos del diccionario la lengua viva de la cultura de la cancelación para censurar, encasillar y anular al otro cuando hay una mínima manifestación de oposición por parte de quienes no están en misma línea de pensamiento.

Si bien la cancelación puede convertirse en el recurso inmediato para poner en evidencia y denunciar, esta no puede quedarse en lo subjetivo. En los casos más ordinarios o cotidianos que se dan en las redes sociales se utiliza el gesto del pulgar abajo para desaprobar, y cuando este recurso no está se acude a otros similares o a la réplica para ofender, provocar o atacar. Los más pasivos, que se quedan viendo desde la barrera, como buenos espectadores de la cruzada del santo oficio de la cancelación, aprueban aquellas réplicas con el gesto de la mano arriba. Así, de esta forma, se produce una sintaxis de la cancelación que más allá de ser actividad de redes sociales, es el caldo de cultivo para las manifestaciones de cancelación mayores que trascienden los medios y roban la libertad de pensamiento.

Es así como la esfera privada de los usuarios de redes sociales se quiebra ante la cancelación. Por poner un ejemplo de los que más trasciende, alguien es señalado en el banquillo del escarnio público actual (Facebook, Instagram, Twitter, etc.), se da por hecho, sin pruebas en muchos casos y en otros con manipulación de estas, que esa persona hizo algo que está tipificado en la escala de palabras clave o jerga de la cancelación. Entonces, no siendo suficiente el oprobio en las redes sociales, aquel señalamiento se convierte en amenaza y posteriormente en agresión a personas o instituciones en particular, con evidente desconocimiento de la ley y los medios de denuncia regular y efectiva. ¿Qué busca el escarnio público? [4]

Bajo la premisa de cancelar en nombre de la justicia social nos topamos, paradójicamente, con acciones que soslayan o minimizan a la otredad, dado que, en esta acción de querer expulsar a alguien, bloquear por redes sociales o retirar nuestro apoyo anulando su existencia, supone irremediablemente la primacía de una sociedad que se centra en la subjetividad personal. (Burgos & Hernández, 2021, pp. 154-155)

De ahí que, con la actual sociedad particularizada, surgen “minorías” cada tanto (fragmentación de la fragmentación social), nacidas a fuerza por imposición y comercialización de sufrimientos y marginaciones donde realmente no hay, y lo que sí se halla es un ethos roto. En consecuencia, se masifican causas sociales fragmentarias-divisoras-descontextualizadas, que apelen al discurso emotivo y a las vías de “hecho”, donde se duda y se cosecha la incertidumbre sobre todo y se cree en todo a la vez; es en esta sociedad en la cual “[l]a gente se siente cada vez menos libre para expresarse, en un mundo donde absolutamente todo es potencialmente ofensivo” (Laje, 2020, párr. 9).

A partir de la línea de razonamiento que plantea Laje, hoy se cancela en virtud de todos aquellos que quizás se puedan ofender, de modo que la cultura de la cancelación se convierte en el dispositivo necesario de la agenda globalizante. Tan solo hay que echar un vistazo a algunos de los numerosos casos en los que ha operado la tiranía de la censura.

Hace unos años surgió la invocación de reeditar libros clásicos de la literatura que tienen por protagonista a un hombre[5]. En España, el Teatro Clásico de Sevilla realizó el montaje La Principita, como una adaptación que se presentó a partir de la historia original a modo de continuación, con mensajes implícitos a las situaciones sociales de la actualidad, es decir, una versión en femenino. Sin embargo, el caso de mayor trascendencia se dio con la editorial española Espejos Literarios que lanzó el libro La Principesa, según dicen, para “construir una visión del mundo más amplia e inclusiva”:

Una protagonista aviadora, una serpiente que no come elefantes y hasta la desaparición de la rosa, entre los principales cambios. […] derivados de la obra matriz, las personas pertenecientes a grupos tradicionalmente discriminados pueden ver reflejada su realidad sin necesidad de renunciar a nuestras joyas literarias. (Infobae, 2018, párr. 9)

En el mismo año, la editorial argentina Ethos puso en el mercado la versión de El Principito con lenguaje inclusivo. Mientras tanto, en España surgía la versión La casa de Bernardo Alba, que según Librería Berkana (2018) “además de introducir cambios en el género de algunos de sus personajes, reorienta sus inclinaciones sexuales para mostrar un nuevo universo” (párr 1). Estas “nuevas versiones” que se introducen con miras a promover la identificación de algunos colectivos se conjugan con lo que llaman causas justas; sin embargo, se cruza hacia la zona gris de la defensa de minorías en la que se plantean interrogantes sobre si en realidad se busca una visión amplia o si más bien se apela a una reducción de opiniones y multiplicidad. Estrategia de descomposición. ¿Quizás se trata de una apología a la estigmatización-cancelación del hombre que debe ejecutarse?

Cuando se ha propuesto la reescritura y la relectura de El Principito por un significante femenino, para “reformular” y “dotar de significado a su carácter universal”, se eliminan los referentes históricos, religiosos, geográficos, etc., para borrar todo rastro bajo criterios de adoctrinamiento ideológico y totalitario. Se cancela el texto original por uno que funcione comprometido con la línea de pensamiento vigente que se ciña a la agenda globalizante.

En oposición a estas apariciones literarias, quienes ondean la bandera de la defensa y no partidaria de lo políticamente correcto usaron la etiqueta libros con modificación de género con el fin de denunciar y censurar el “caballo de Troya” surgido en la literatura[6]. De esta forma tuvo lugar una de las contiendas de la cultura de la cancelación, mientras los de un lado insertan un discurso de estigmatización de género, los del otro lado apelan a la cancelación para censurar el desatino que se presenta en forma de causas justas. A pesar de este gesto de oposición y defensa, hay una mayoría silenciosa que se autocensura,[7] envuelta en lo políticamente correcto, ante la agenda de división y los sensibles grupos pequeños, por miedo a ser acusados de políticamente incorrectos.

El caso similar más reciente sobre versiones o relecturas comprometidas[8] se da con la adaptación al cine de la obra literaria Orgullo y prejuicio en versión queer para el servicio streaming Star plus. Una puesta en escena más por la validación, la identificación y la cancelación. Pero quizá el caso más recordado de la cultura de la cancelación con relación a la literatura fue al escritor a Mark Twain porque, según algunos, hablaba de “negros” en sus textos; cuando se sabe que el escritor fue un acérrimo defensor de la libertad de los afrodescendientes. En aquel momento lo políticamente correcto supuso un progreso social (para no ofender al Otro), pero como otras tantas cosas, en el camino se deformó e impulsó el amorfo tribunal acusatorio. Con todo, el problema racial continua.

En los casos anteriores, la cancelación y el uso comprometido de la literatura no trasciende de la iniciativa de buenas intenciones de los colectivos y la industria que la promueven, aunque no deja de ser un panfleto inquietante como parte de una agenda ideológica mundial. Se sabe que estos movimientos de la cultura de la cancelación no van más allá si no se adhieren a la política, a su política. Empieza a ser más preocupante cuando se presentan casos como lo dispuesto por el Ministerio de igualdad en España, el cual hace víctima de violencia a las mujeres sin ninguna denuncia o proceso, según el boletín de Estado 267, vulnerando la presunción de inocencia de los hombres. Lo anterior es la punta del iceberg de la agenda de segregación de género a nivel mundial.

En otras áreas, como parte de los frentes de operación de la cancelación y a favor de una aparente política social, se da el caso de la Lomloe. Esta nueva ley de educación en España “legisla el vacío y la defunción de la institución” (Sánchez Tortosa, 2022, p. 15). A partir de legislación, la Lomloe ha sellado el futuro de la educación al arrinconar la filosofía, la historia y la religión para anular el libre pensamiento. “Es el canto del triunfo sobre la escuela republicana y la celebración de una modalidad de control social reaccionario con el cual se ha ido implantando una feudalización estamental” (p. 15). Con la instauración de la Lomloe y la modalidad subjetiva del conocimiento que promueve, la historia se vuelve fragmentos sin cohesión, la filosofía se troca por lecturas de autoayuda, y se emula el conjunto de creencias, para enriquecer la uniformidad, la búsqueda de “perfil” perfecto, en la línea de un nuevo orden, con un único pensamiento, hacia el uso utilitario que hace la dictadura de la cancelación: manipulación de las conciencias, en detrimento de siglos de avanzada.

Asimismo, en cuánto a la salud, la carrera por la aprobación de la eutanasia se integra a la agenda como “respuesta salvadora”; se trata, pues, de la inversión del derecho natural a la vida digna por una disolución “digna”. Es decir, bajo el paralogismo “muerte digna” se introduce la cancelación de la vida. Solamente se puede vivir dignamente pues la muerte o la forma de morir nunca podrá tener carácter de dignidad. La eutanasia es la sentencia para que no se intervenga social y disciplinariamente en la salud y los cuidados paliativos; se muestra como solución cuando en realidad se cancela la persona por su estado de salud; lo cual fue el sueño de las grandes dictaduras eugenésicas, con la única diferencia de que la muerte (cancelación) es solicitada por el propio individuo, movido por el sometimiento al pensamiento único de lo políticamente correcto, desde mucho antes.

El caso de Jordi Sabaté, activista español enfermo de ELA (esclerosis lateral amiotrófica), quien denuncia que el gobierno solo ofrece eutanasia, defiende que se proporcione ayuda integral holística y se apoye la investigación sobre la enfermedad que padece y que contribuya a una vida digna. Jordi, además, ha promovido la visibilización de la enfermedad para que el Congreso apruebe ayudas para los enfermos terminales. Por lo anterior, se le ha tratado de cancelar la vida[9] por causa de la enfermedad que padece, en tiempos donde las personas no se pueden enfermar, porque la eutanasia es otra forma disfrazada de opción que cancela a la persona que la padece, pues ya no son productivos, y no a la enfermedad. En tiempos y gobiernos donde enfermarse es declararse proscrito.

A los casos de censura mencionados se puede sumar la cancelación mediática que le hicieron al tenista Novak Djokovic por negarse a la vacunación contra el COVID-19 y presentarse al torneo de Australia, censurando con esto la autonomía, la voluntad y la libertad que tiene, por derecho natural, de negarse a que se le introduzca en el cuerpo algo que no desea. La sanción se sustentó en que “ponía en riesgo la salud de otros”, sin embargo, la salud que se puso en riesgo fue la del tenista, quien gozaba de buena condición cuando arribó a Australia. Cabe mencionar que para ese momento ya se tenía conocimiento, a nivel mundial, sobre casos de personas vacunadas que se enfermaron y algunas que incluso murieron teniendo las dosis reglamentadas. Se sabía además que la vacuna consiste en un mecanismo para reducir los efectos agresivos de la enfermedad en caso de contagio y que no evita la infección.

En pocas palabras, a través de este caso —controversial—, se mostró que el derecho positivo atropelló el primordial derecho que tenemos de elegir. Al tenista se le tildó de militante “antivacunas” y fue expulsado del país; ahora corre el riesgo que algo similar suceda en el Abierto de Estados Unidos; aunque es ilógico que un tenista estadounidense que tampoco se ha vacuno sí pueda participar del torneo, en palabras de Djokovic “no hay lógica científica”.

¿Dónde queda la libertad de elección?, pero sí quedó el mal sabor de los gobiernos que han obligado la vacunación bajo pena de exclusión social, como censura propia de una tiranía sanitaria. En casos como estos, el papel de los medios, “jueces de moralidad”, se encargan de replicar falacias, alineados con la agenda mundial. ¿Cómo quitar el veredicto que proporcionan los medios? La apología a la manipulación de masas. Con todo, un caso de opiniones dividas.

Se puede desbordar ríos de tinta con la cantidad obscena de casos y situaciones donde la cultura de la cancelación o la tiranía de la censura son el dispositivo de la agenda ideológica que nos permea y que permitimos. Hoy se cancelan cuentas personales de redes sociales en Twitter, Facebook[10]; se cancela lo masculino, al hombre, como si fueran ciudadanos de segunda categoría por parte de discursos feministas radicales que se creen con el derecho de hacer tal cosa, en contra de lo que tanto nos costó en el pasado: el Estado de derecho con su presunción de inocencia; se deben poner cuotas iguales de contratación para hombres y mujeres, dejando de lado la idoneidad y la competencia requerida para el cargo profesional; se filtran deportistas con capacidad biológica diferente en las competencias de categorías femeninas y viceversa; se cambian marcas e imágenes de productos[11] para no caer en el tribunal de la intocable ideología; se desaprueban dibujos animados por considerar que “normalizan la violencia de género”,[12] pero se promueve cine de categoría infantil con contenido ideológico de género para normalizar la tendencia de la autopercepción y censura de la identidad —cancelación selectiva y tendenciosa—. La aprobación o desaprobación son la muestra de cómo se cede el poder, para decidir de acuerdo con las tendencias de la subjetiva sociedad que impone una “voz de las masas movidas por cualquier cosa menos rigor” con poder decisorio. Todos con poder ilimitado para censurar.

La cultura de la cancelación es la estrategia de anular la libertad y usa la colectividad para ir en contra y borrar las identidades particulares y uniformar el pensamiento: “colonización ideológica” (Francisco, 2017)[13]. Este modo de operar promueve el retiro, la modificación, la deconstrucción, la tergiversación, la incertidumbre, etc., en todas las esferas posibles, no porque se requiera de facto, sino porque se impone un nuevo orden social en el que se promueve cierto sesgo ideológico. No se puede procesar el pasado como sugiere la irreverencia y el resentimiento. Y a punta de cancelación no se consigue una paz, equidad y libertad verdaderas. En este punto de la historia humana es imperativo que todas las disciplinas y ciencias, en particular la Filosofía, se pronuncien en favor del derecho de libertad que tiene la humanidad y en denuncia de la estrategia de la dictadura de la cancelación o la paradoja Woke: promete libertad y esclaviza, que se suscita en la agenda mundial. Ojalá no llegue “un día en que sea necesario desenvainar una espada para decir que el pasto es verde” (C. K. Chesterton).

Referencias

Burgos, E. & Hernández-Díaz, G. (2021). La cultura de la cancelación: ¿autoritarismo de las comunidades de usuario? Comunicación: estudios venezolanos de comunicación, (193), 143-155.

Francisco [Papa] (21 de noviembre de 2017) No a las colonizaciones ideológicas. En Meditaciones Diarias. Misas matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

Infobae (28 de octubre de 2018). "La Principesa": lanzan una versión inclusiva y feminista del clásico de Saint-Exupéry. Infobae.https://n9.cl/pv1fb

Laje, A. (2020). Agustín Laje: La lógica de la “cultura de la cancelación” es que las minorías censuran a las mayorías [entrevista]. https://www.expreso.com.pe

Librería Berkana (2018). Libros de la editorial: Espejos Literarios. Berkana. https://www.libreriaberkana.com/libros/editoriales/espejos-literarios/988/

Munilla, J. I. (28 de enero de 2022). “La cultura de la cancelación es el refugio de quienes son incapaces de contrastar libre y pacíficamente con los que…” [Descripción de imagen] Facebook. https://n9.cl/8rwnb

Sabaté Pons, J. [@pons_sabate]. (10 de noviembre de 2021). Que bonita sociedad estamos creando. Hoy ha venido una trabajadora social a verme. [Tweet] Twitter. https://twitter.com/pons_sabate/status/1458401952379899904?lang=es

Sánchez Tortosa, J. (13 de abril de 2022). La purga republicana de la Santa Pedagogía. El Mundo.

Yepes, R. & Aranguren, J. (2003). Fundamentos de Antropología. Un ideal de la excelencia humana. EUNSA.

Notas

[1] Cultura de la cancelación para moldear el lenguaje y el entorno discursivo. Véase deconstrucción del lenguaje, pérdida de significado y significante y psicopolítica.
[2] Como la resolución en Argentina para promover el llamado “lenguaje inclusivo”, aunque dicha resolución ha sido vetada en Buenos Aires en junio de 2022.
[3] Varios frentes reunidos en grandes grupos: política, educación, salud, costumbres… (v. gr. Unidas Podemos).
[4] El término que hoy día se usa es "escrache", y es un recurso legal que solo pueden usar los grupos considerados como débiles, pero no el atacado (A. Botero, comunicación personal, 2022).
[5] De lejos es lo que podría considerarse una mediática cancelación al hombre, lo masculino y lo que se asemeje.
[6] Otro ejemplo similar podría ser Harper's Letter (7 de julio de 2020).
[7] Véase “Autocensura: destruyendo la democracia”, Adela Cortina, El País, 7 de junio de 2022.
[8] Véase Qu’est-ce que la littérature?
[9] Una trabajadora social le ofrece la eutanasia (Sabaté Pons, 2021).
[10] Por mencionar las más comunes cuando el logaritmo hace su trabajo de detección, facilitando así que los administradores del sitio se conviertan en verdugos y promotores de la censura que se instala en estos tiempos. El icono de pulgar arriba como incentivo de aprobación y manita abajo (en YouTube) como un “no me gusta” funcionan como dispositivos de cancelación; en algunos casos el señalamiento a particulares o instituciones ha traspasado los límites de la esfera virtual y las redes ha funcionado como dispositivo de movilización, en casos como el 21N, paro nacional en Colombia; 9JBanderazoNacional en Argentina, “Gran Marcha por nuestra Libertad y Democracia” 4 de junio de 2022 en Perú.
[11] la decisión de Nestlé de eliminar la imagen y el nombre del producto “Beso de negra”, así como la de otras marcas que han revisado sus productos como consecuencia del caso Floyd.
[12] Véase Pepe Le Pew.
[13] [L]as «colonizaciones ideológicas y culturales» que suenan como verdaderas y propias «blasfemias» y suscitan «persecuciones» furiosas. Introduciendo «novedades» malas, hasta llegar a considerar normal «matar a niños» o perpetra «genocidios» para «anular las diferencias», tratando de hacer «limpieza» de Dios con la idea de ser «modernos» y al compás de los tiempos. (Francisco [Papa], 2017).

Información adicional

Forma de referenciar (APA): Rojas-Sierra, J. (2022). Editorial. La cultura de la cancelación o la tiranía de la censura. Revista Filosofía UIS, 21(2), 11-18. https://doi.org/10.18273/revfil.v21n2-2022017

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