Artículos

Ramiro Guerra y Sánchez: una lectura de Mudos Testigos, Crónica Del ex-cafetal Jesús1 Nazareno

Ramiro Guerra e Sánchez: uma leitura de Mute Witnesses, Chronicle of ex-cafe plantador Jesús Nazareno

Ramiro Guerra e Sánchez: uma leitura de Mute Witnesses, Chronicle of ex-cafe plantador Jesús Nazareno

Dalín Miranda Salcedo
Universidad del Atlántico, Colombia

CEDOTIC Revista de Ciencias de la Educación, Docencia, Investigación y Tecnologías de la Información

Universidad del Atlántico, Colombia

ISSN-e: 2539-1518

Periodicidad: Semestral

vol. 2, núm. 1, 2017

editor.cedotic@gmail.com

Recepción: 23 Abril 2017

Aprobación: 03 Junio 2017



Resumen: Este ensayo analiza la trama discursiva de Mudos Testigos: crónica del ex-cafetal Jesús Nazareno, una de las obras más importantes del historiador cubano Ramiro Guerra y Sánchez. El foco está centrado en las figuras y metáforas que encuadran la idea idílica que Guerra y Sánchez construye del campo cubano. Se propone que en la estructura narrativa de la obra existe una visión teleológica de la historia, desde la cual el autor examina las dinámicas del agro en la Isla a lo largo del siglo XIX, y al mismo tiempo sugiere las respuestas redentoras del mismo.

Palabras clave: Ramiro Guerra, Colono, Cuba, Jesús Nazareno, pequeña propiedad.

Abstract: This essay analyzes the discursive plot of Mudos Testigos: crónica del excafetal Jesús Nazareno, one of the most important works of the Cuban historian Ramiro Guerra y Sánchez. The focal point is centered in the figures and metaphors that insert the idyllic idea that Guerra y Sánchez built of the Cuban farm. It is proposed that in the narrative structure of the work it exists a thelogical vision of the history, from which the author examines the dynamics of the farming in the island along the XIX century, and at the same time suggests the redeemer answers of it.

Keywords: Ramiro Guerra, Tenant Farmer, Cuba, Jesús Nazareno, small property.

Resumo: Este ensaio analisa o argumento discursivo de Mudos Testigos: crónica do ex-plantador de café Jesus Nazareno, uma das obras mais importantes do historiador cubano Ramiro Guerra e Sánchez. O foco é sobre as figuras e metáforas que enquadram a idílica ideia que Guerra e Sánchez constrói no campo cubano. Propõe-se que, na estrutura narrativa do trabalho, exista uma visão teleológica da história, a partir da qual o autor examina a dinâmica da agricultura na Ilha ao longo do século XIX e, ao mesmo tempo, sugere as respostas redentoras do mesmo.

Palavras-chave: Ramiro Guerra, Colonista, Cuba, Jesus Nazareno, pequena propriedade.

Ramiro Guerra y Sánchez: una lectura de Mudos Testigos[2]

A la memoria de Alex Támara Garay

Ramiro Guerra y Sánchez, es uno de los tantos intelectuales latinoamericanos que sobre los cuales poco se conoce en los centros académicos del continente. La ignorancia rampante y desafortunada sobre la obra de este intelectual y maestro de escuela es el motivo de esta comunicación. Ramiro Guerra fue un académico erudito, de mirada aguda y una capacidad de observación abarcadora, un poder narrativo como pocos y una inmensa información sobre los procesos históricos del Caribe y América Latina. Elaboró una amplia obra sobre economía, historia, y sociología del Caribe. Fue uno de los intelectuales cubanos que discutió con mucho vigor y con la fuerza que exigían las circunstancias el impacto de la presencia de Estados Unidos en el Caribe hispano, particularmente en Cuba.

Durante el breve y traumático período republicano cubano, se desencadenaron intensos e interesantes debates políticos e ideológicos entre los intelectuales cubanos. En medio de estos tensos enfrentamientos teóricos, que por demás produjeron una estela de miedo y terror en muchos casos, estuvo siempre de por medio el tema de la cubanidad o nacionalidad cubana. Personajes como Fernando Ortiz, Enrique José Varona, Rafael Montoro, Manuel de la Cruz, Ramiro Guerra, entre otros, plantearon, desde espacios diferentes, sus concepciones personales respecto de las tradiciones hispánicas donde se nutría la nacionalidad. La intervención de Estados Unidos en 1898 produce, de manera directa, una ruptura de orden instrumental y cultural frente al estado de cosas que desde siglos había prevalecido en la Isla.

En este sentido el historiador Rafael Rojas argumenta que

cuando la tradición que identifica una cultura nacional se niega o se transforma bruscamente, a los ojos de quienes viven la discontinuidad se dibuja un cuadro contradictorio y desorientador de la circunstancia histórica. El afán por hacer corresponder la ideología genésica a la nueva morfología de la sociedad, y el miedo a la pérdida de los valores que aseguran el destino desde el pasado, agobia a quienes experimentan la ruptura (Rojas, 1992, p. 123).

Ramiro Guerra, influyente y dinámico analista de Cuba, experimentó este fenómeno, y fue uno de los que escribió sobre el tema, al convertir gran parte de su obra en una plataforma contra el neocolonialismo, el latifundio y la defensa de los elementos que, en su criterio, integraban la nacionalidad cubana: el pequeño y mediano agricultor, definidos en la retórica de la época como colonos. Sus escritos se publicaron en el prestigioso Diario de la Marina, un periódico proclive a las tradiciones españolas, y en un momento difícil para la sociedad cubana. Manuel Moreno Fraginal, la referirse a la obra de Ramiro Guerra y Sánchez, (Guerra, Ramiro, 1947), en particular a Azúcar y población en las Antillas, subrayó la importancia del mismo, pues se publicó en un momento crítico de la sociedad cubana, cuando la expansión azucarera norteamericana en Cuba había llegado a su punto culminante.

¿A quién se le podría ocurrir en Cuba durante la década de los cuarenta, un período difícil para la historia de esta nación, desplazar la atención hacia algo sin aparente importancia y trascendencia? Pues bien, fue a Ramiro Guerra y Sánchez a quien se le ocurrió este ingenio. Este maestro de escuela y pensador cubano, se ocupó en años, después de una dispendiosa pesquisa de evidencias escritas y orales y un formidable acopio de la imaginación, relatar la historia de una finca rústica que tuvo por nombre Jesús Nazareno, y que en los primeros tiempos de su existencia fue un cafetal.

De manera que se tiene como objetivo elaborar un análisis hermenéutico de la discursiva en Mudos Testigos: crónica del ex-cafetal Jesús Nazareno,[3] una de las obras más importantes del historiador cubano Ramiro Guerra y Sánchez. El foco está centrado en las figuras y metáforas que encuadran la idea idílica que Guerra y Sánchez construye sobre el campo y la nacionalidad cubana. Se propone que en la narrativa teleológica de la obra se configura un proyecto de validación nacional fijado sobre una clase social y unos valores históricos de corte hispánicos. Esta narrativa anticolonial, sin embargo, comportaba unas ambigüedades y contradicciones en la medida en que validaba unos conceptos de raza y cultura notablemente excluyentes, donde el negro era invisibilizado.

La primera edición de Mudos Testigos estuvo a cargo de la Editorial Lex hacia 1948. El documento, originalmente, es una composición de 11 piezas o apartados narrativos, dos de las cuales cumplen funciones de introducción una y epílogo la otra. Es un cuadro pintoresco, nostálgico e idílico del mundo rural del occidente cubano y del campesino libre, donde el análisis, basado en evidencia histórica y el despliegue de la imaginación creadora, hacen de la obra un híbrido complejo donde racionalidad e imaginación se sitúan para abordar los diversos planos de la realidad que Ramiro Guerra inquiere: el problema de la propiedad de la tierra –cónsono con la nacionalidad- y la crisis de la economía azucarera durante la primera mitad del siglo XX (Balboa, Imilcy, 2014).

Dentro de esta composición narrativa, encuadre de la razón y la imaginación, subyace una inexorable linealidad del tiempo, una teleología que conduce los acontecimientos dispares que a Ramiro Guerra le interesa enunciar. “Es un viaje a la semilla”, en el sentido de Alejo Carpentier, una búsqueda de la imagen primigenia y espermática de la gran metáfora que representa la nación; también el relato de sus traumas y peligros, de sus logros y esperanzas, que quedan en suspenso al término de la Independencia. Esta genealogía de la tierra sugiere el forjamiento de una conciencia cubana que tiene un sustento histórico en la tierra y el campesino libre que se ata a ella como el árbol que da frutos: este es el planteo oculto de Mudos Testigos.

En la trama narrativa existen nociones, significados y metáforas, que poseen un sentido bien definido, hay, del mismo modo, el empleo recurrente de un juego de oposiciones que propicia demarcaciones, y éstas denotan un cuadro complejo que fija unas diferencias, unas separaciones, pero también articulan; un contrapunteo incisivo que advierte un fondo moral y político. Estas antinomias son claves para el desciframiento de los significados que guardan las metáforas dentro de estas artimañas narrativas de Mudos Testigos.

El principio

Ramiro Guerra sitúa el origen del cafetal Jesús Nazareno a principios del siglo XIX, cuando don Agustín Valdez, conde de San Esteba de Cañongo, se hace propietario de los terrenos y decide fundar un cafetal sustentado en la mano de obra esclava. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII el campo cubano –la zona occidental de la isla- experimentó una lenta transformación. Las viejas estructuras hacendatarias dedicadas a la ganadería empezaron a descomponerse en razón de la apertura del comercio agrícola impulsado por España. Bajo estas circunstancias surge y se fortalece la hacienda cafetalera, (Le Riverend, (1972).

Por entonces la producción de café resultó ser un negocio atractivo, dado los altos precios en el mercado, y Jesús Nazareno, fue uno de los tantos cafetales que proliferaron en Cuba, tanto en occidente como oriente. Incluso, el mismo Agustín Valdez fue propietario de muchos otros cafetales en la región occidental según Guerra (1947). Desde un principio en Mudos Testigos las descripciones son completamente idílicas y románticas, sobre la tierra, por ejemplo, dejo

La tierra colorada de Jesús Nazareno, es buena tierra. En Jesús Nazareno se da de todo… los árboles frutales crecen bien, se conservan sanos y tienen buena parición. Plantados alguno de ellos hace ciento veinte, ciento treinta años o más, mudos testigos de cuanto ha ocurrido en Jesús Nazareno, sus troncos robustos, carcomidos y rugosos, se aferran con numerosas y fuertes raíces a la tierra (Guerra, Ramiro, 1947, p. 27-28).

Con estas imágenes Ramiro Guerra funda el cafetal en su narrativa, y esta última metáfora posee una carga significativa en los enunciados de la obra. La imagen del árbol robusto y esbelto aferrado a la tierra con raíces fuertes, una metáfora para representar el sujeto determinante de la cultura nacional.

Después de todo, la verdadera época de Jesús Nazareno corresponde al tiempo en que el predio, dejando de ser un cafetal, pasa a ser propiedad de don José Guadalupe Sánchez quien fuera abuelo del autor de la crónica Mudos Testigos. Lo interesante de esta parte de la historia es la necesidad de marcar una ruptura y establecer unas fronteras que dé cuenta de un antes y un después. Aquí empieza Guerra y Sánchez a deslizar unas imágenes antinómicas, unas oposiciones, que son parte de la hechura o artimañas narrativa, donde subyace un fondo moral y político.

El Jesús Nazareno de la aristocrática familia Valdez -los primeros dueños-, fue un cafetal concebido para el negocio de exportación del grano, movido con mano esclava, en una época de furor de precios, producto de la caída de la economía haitiana a fines del siglo XVIII en razón de la revolución. Este hecho, es decir, la hacienda cafetalera sustentada con esclavos, es una mácula indeleble del predio rústico. Por esto, en la narrativa de Mudos Testigos, hay una fractura de la linealidad de la historia, que alcanza una expresión clara con la demolición del cafetal, por las crisis económicas, y después de la furia intensa de un huracán, que dejó desolación en toda la Isla, una especie de diluvio universal que apagó una historia para crear otra (Guerra, Ramiro, 1947, pp. 81-82).[4]

Es una partición que cumple una misión de limpieza histórica. El Jesús Nazareno de don José Guadalupe –los nuevos dueños y parientes del autor de la obra- no es el cafetal de la familia Valdez, ahora es un predio rústico dedicado al cultivo de la vida. Este Jesús Nazareno se concibe para el sustento de la familia de don Guadalupe, campesino libre. Hay dos elementos importantes a este respecto que Ramiro Guerra registra: uno es el hecho de que el Jesús Nazareno de don Guadalupe es propiedad de una persona no absentista[5], y el otro, es el término recurrente demolido cafetal. Con estas dos nociones que se articulan en la crónica lo que el autor propone es una especie de refundación de Jesús Nazareno.

Para el autor resultaba imperativo fijar estas fronteras que separarían dos momentos en la línea del tiempo de Jesús Nazareno. “Al pasar J Nazareno a manos de un agricultor no absentista, don José Guadalupe, el demolido cafetal entraba en una nueva, estrecha y trabajosa vida”, (Guerra, Ramiro, 1947, p. 90). Este pasaje marca efectivamente un cambio, una transformación, en otras palabras, fija dos instancias definitivas. Refiriéndose a la instancia del Jesús Nazareno de don Guadalupe, recalca que “este no será ya, como lo había sido desde 1801, tierra cultivada con el sudor y sangre del esclavo, con fines de lucro exclusivamente, del propietario” (Guerra, Ramiro, 1947, p.90).

Durante la época del Jesús Nazareno propiedad de don Guadalupe, el predio “iba a servir de asiento a familias dedicadas a la labranza de la buena tierra, con el propio trabajo personal, para asegurarse el necesario sustento y demás medios de vida y criar los hijos, generación tras generación” (Guerra, Ramito, 1947, p. 90). Esta familia limpia, trabajadora y arraigada a la tierra, como los árboles que dan frutos para la vida, es la gran metáfora del relato de Ramiro Guerra. Por esto la protege –a la familia- y la encuadra fuera de toda mancha, se trata de la familia patricia portadora de la cultura nacional, es el sustento del proyecto nacional cubano.

Aunque el autor se preocupa por trazar una línea divisoria entre lo que fue el antiguo cafetal -manchado, según él, por el trabajo esclavo y el carácter absentista de sus propietarios, la familia Valdez- y la nueva realidad del predio rústico, Ramiro Guerra no deja de reconocer que hay un vínculo fino y definitivo, imborrable entre un momento y otro. Entonces, para salvar la prestancia de Jesús Nazareno recurre a la despersonalización de la responsabilidad por la mácula de la esclavitud. De esta manera, deja constancia, los Valdés también contribuyeron a la historia de Jesús Nazareno. El autor dice al respecto: “Descuajaron y talaron el bosque, sustituyeron el arbolado salvaje por otro de utilidad y embellecimiento, algunos de cuyos restos viven todavía… invirtieron capital” (Guerra, Ramiro, 1947, p. 91).

Y respecto a la esclavitud en el antiguo cafetal registra que “la esclavitud era una institución legal”, y agrega Ramiro Guerra, “la falta –o el crimen, si se quiere- no era de ellos, sino de la época en que vivieron”. De esta forma exonera, mediante una profilaxis narrativa, a la familia Valdez de la culpa y la mancha histórica de la esclavitud. En cuanto al carácter absentista del propietario Valdés dice que “tampoco se le puede imputar como falta. Gente de ciudad, habituada a la vida urbana, no estaba en sus gustos ni en su verdadera capacidad el dedicarse personalmente a la producción agrícola”, (Guerra, Ramiro, 1947, p. 91). Este planteamiento es un acto de redención, para situar, después de una fina limpieza moral, en un escalón de la historia a esta familia de patricios, pues cumplieron una misión histórica en la constitución y desarrollo de la comunidad cubana.

Hasta aquí el autor reconoce el vínculo entre las dos etapas de Jesús Nazareno, y destaca el papel histórico de la familia Valdés, pero, los primeros tiempos del cafetal difieren notoriamente de los tiempos en que dejó de serlo, es decir, durante la época en que se convirtió en un predio rústico. En un tono poético Ramiro Guerra subrayaba que “los mudos testigos sobrevivientes (de la demolición del cafetal) iban a dar fe de la creación por ellos realizada”, en esta misma línea de ideas complementaba “[los mudos testigos iban también] a contemplar nuevas y distintas cosas y a ser un vínculo espiritual y material entre el pasado muerto y los tiempos por venir, llenos de vida, pero también de dificultades, problemas y luchas”, (Guerra, Ramiro, 1947, p. 91).

Estos enunciados, observemos, son apartes de una obra publicada en 1947; seguramente, fue redactada uno o dos años antes, es decir, el autor está narrando desde un presente, por tanto, todo el plan de la trama debería ser conceptuado como pasado, como historia. Sin embargo, cuando el autor registra un pasado muerto, esta noción posee una doble significación: asocia el pasado, o sea lo que fue y ya no es, con la muerte, y, por otro lado, relaciona la muerte con esa etapa del cafetal donde el trabajo cruel de la esclavitud había sido la garantía y el sustento de los Valdés. Del mismo modo, Ramiro Guerra otorga a los mudos testigos una dimensión simbólica, destaca que éstos “eran la tradición del esfuerzo constructivo, materializada en el árbol benéfico que da sombra, brinda sus frutos y ofrece asilo a las aves y ramas para los nidos”, (Guerra, Ramiro, 1947, p. 91).

El nudo intermedio

En este segmento intermedio Ramiro Guerra discurre sobre el sujeto verdaderamente nacional en Cuba. Bajo un discurso dramático y romántico el autor enuncia la forja de la gran metáfora. Propone que el sujeto que representa la nacionalidad cubana es producto del trabajo duro en y con la tierra, dentro del marco de las dificultades más adversas que les impuso las circunstancias históricas. Lo primero que advierte el análisis es la postulación de una familia ejemplar, que en medio de los problemas conserva su estabilidad y unión de sus miembros. Las descripciones que hace de la familia de don Guadalupe y los Guerra son exaltaciones idílicas que identifican a la familia de los “hijos del país. “Don Guadalupe y doña Antonia estuvieron siempre ligados por un acendrado cariño recíproco, viviendo en santa paz, sin la menor diferencia de criterio nunca ni otra preocupación que la del cuidado de la familia”, (Guerra, Ramiro, 1947, p. 97). Durante el tiempo de los Guerras, observaba igualmente “Ninguno de los hijos de don Pepe y doña Papilla recuerda que el más pequeño disgusto alterase alguna vez la paz permanente del hogar. Pepa era la mujer perfecta para su marido, y Pepe la devoción constante de su esposa” (Guerra, Ramiro, 1947, p. 133).

Esta postulación idílica de la familia de los “hijos del país”, donde impera la armonía, la paz, la honradez y cualquier tipo de valor dignificador, que se puede verificar en la música guajira y jíbara[6], es una metáfora, una elaboración conceptual que posee una significación bastante densa que sustentará el proyecto de nacionalidad de Ramiro Guerra. Esta familia está ligada a la tierra, al trabajo familiar difícil, con el cual arrancaban los frutos de subsistencia a la tierra generosa que habitaban. La inexistencia de trabajadores libres y la postura ética que, según el autor de la crónica, poseía José Guadalupe frente al trabajo esclavo, fueron razones que presionaba el trabajo familiar.

En el marco de esta apreciación la familia aparece como una entidad primaria, donde no se produce para mercado alguno, sino para la subsistencia. Este rasgo es esencial en la narrativa de Ramiro Guerra, puesto que propone un sujeto arraigado en la tierra, desprovisto de una mentalidad capitalista o empresarial, que ha construido una identidad con trabajo y dificultad.[7] “Don Guadalupe”, decía Ramiro Guerra, “podía llegar a ser un criador, aun cuando prefería el cultivo a la cría de ganado mayor, pero sus habilidades, para comprar como para vender, era nulas, no por falta de inteligencia, sino por su inclinación negativa a tratar de sacar ventaja, ni en una operación ni en otra”, (Guerra, Ramiro, 1947, p.99). Esta imposibilidad para dedicarse a la ganadería, a la producción de café, tabaco y azúcar conllevaron a la deuda y finalmente a la venta de partes de la finca. En estas condiciones de endeudamiento el autor fija un contraste definitivo entre el pequeño propietario, campesino libre, y el comerciante, de origen peninsular. Este último, ante la ausencia de un sistema crediticio moderno, resolvía los problemas de falta de capital líquido ejerciendo la usura.

En esta dinámica agrícola los hacendados casi siempre estaban presionados económicamente por las necesidades de inversión y de refacción en la hacienda (Fraginal, Manuel, 1978). El resultado de estos endeudamientos fue, casi siempre, la pérdida de las tierras, hecho que se constituyó en un factor de resistencia hacia estos negociantes españoles, que exacerbó lo cubano frente a lo peninsular. El protagonista de Mudos Testigos, José Guadalupe Guerra, fue víctima de esas circunstancias. El endeudamiento y los problemas familiares derivados de estas deudas conllevaban la mayor parte de las veces al desmembramiento de la propiedad

Final con esperanza

Estas diferencias marcadas entre los hijos del país, los campesinos libres, y los peninsulares, registradas en Mudos Testigos, es uno de los binomios que atraviesan efectivamente la obra de Guerra, y que alcanza una mayor relevancia cuando el autor sitúa la trama de la crónica en el cauce de las independencias. Ramiro Guerra registra las independencias como los actos más legítimos de afirmación de la cubanidad. Y al mismo tiempo termina la composición dramática de Mudos Testigos con la guerra de independencia de 1895.

Cuando se refiere a la primera guerra de independencia subraya que “el cubano había sido durante los diez años de guerra”, (Guerra Ramiro, 1947, p. 157). Esta expresión es bastante contundente, por dos razones: en primer término, puesto que, valida la guerra de independencia como escenario para la realización del proyecto nacional, y en segundo término porque fue el sujeto nacional quien dirigió el proyecto de ruptura. En otras palabras, fue durante una república en armas en la que el campesino libre realizó su condición de cubano. [8] La crónica Mudos Testigos termina con un apocalipsis. La independencia representa el fin, constituye el término de un mundo-social que degradó y el fuego de la guerra destruyó. Así propone el final su autor

Todo era desolación y ruina. Sólo los viejos árboles de las dos guardarrayas, las dos grandes ceibas, algunas palmas y otros árboles cercanos al batey, se erguían entre la maleza. Tan impresionante como las ruinas y la invasión de éstas por la vegetación a sus anchas, resultaba ser la soledad y el pavoroso silencio. En la tierra yerma, sin un alma viviente, oíase sólo el rumor del viento entre los árboles y el canto de los pájaros (Guerra, Ramiro, 1947, p. 217).

Esta pieza llena de fatalidad, es suavizada cuando Guerra, narrando la desolación que provocó el apocalipsis de la independencia, registró:

El silencio resultaba tan desolador como los restos calcinados de cuanto habían creado las generaciones. En las horas del mediodía… reverberaba un sol inclemente, en un cielo vacío… comenzando el crepúsculo, el silencio hacíase más y más grave… ya más tarde, obsesionada por las oscuras siluetas de los árboles cercanos, la mirada no tenía otro escape que hacia lo alto, a lo más alto, a la célebre bóveda, resplandeciente de estrellas, en la solemne majestad de la noche; pero abajo quedaba también, en el barrio mudo y desolado, una riqueza y una esperanza, la tierra fecunda (Guerra, Ramiro, 1947, pp. 217-218).

De este binomio, cielo y tierra, se deriva la nueva vida, la promesa de una nueva Cuba. Estas hermosas figuras cargadas de una profunda significación política, ética y religiosa se encuentran en el fondo narrativo de esta crónica. Hay aquí una relación entre ficción y realidad histórica encuadrada en un bello texto que se le escapó de las manos al autor. La esperanza estaba depositada en la tierra pero esa tierra debe ser del cubano. Durante el período en que Ramiro Guerra escribe esta microhistoria, las corporaciones estadunidenses se había apropiado de las mejores tierras tierra para la agricultura de la caña, (Guerra, Ramiro, 1935). Por eso su alegato, cargado de metáforas en esta obra, sugiere la relación tierra-nacionalidad colono. Si esta relación se fractura, por el latifundismo, por la inmigración de braceros haitianos y jamaiquinos, entonces la cubanidad entraría en riesgo.

Consideraciones finales

Un principio idílico y romántico, un intermedio dramático, y un terrible final esperanzador constituyeron la línea teleológica de Mudos Testigos. En esta narración histórica se observa un rastreo, la búsqueda de un comienzo, de un origen. Esta búsqueda, en criterio de Guerra, “facilita la lucha de los cubanos contra el subversivo latifundio”, (Díaz, Arcadio, 1992, p. 41). En esta narrativa de Ramiro Guerra puede observarse una plataforma de defensa de lo cubano, de la nacionalidad cubana, que está relacionada con la propiedad; al mismo tiempo hay una defensa de las tradiciones hispánicas, contrapuestas a los valores anglosajones que en el Caribe antillano están asociados a la Plantación azucarera.

La historia de la finca “Jesús Nazareno”, es la historia del agro cubano, de sus traumas y dificultades; es la historia de los colonos, pequeños y medianos propietarios de tierra de los cuales hizo parte la familia del autor. El latifundio del siglo XX en Cuba, auspiciado por las corporaciones estadounidenses, había liquidado casi por completo a este sector de propietarios, que según Ramiro Guerra eran la base de la nacionalidad cubana. La metáfora del árbol que da frutos y se arraiga a la tierra es la representación más poderosa de su planteo. En este plan, sin embargo, hay unos silencios de Ramiro Guerra frente a la nueva esperanza que surgió de la independencia. ¿Será que la respuesta a esta pregunta debemos encontrarla en Azúcar y población en las Antillas, escrita veinte años atrás? Después de todo, en este plan creador y fundador del sujeto nacional quedó excluido el negro; también Ramiro Guerra, como los líderes de la guerra de los diez años, y como los dirigentes de la guerra del 95, poseían una agenda política de construcción de la nación notablemente recortada.

En el cuadro narrativo de Ramiro Guerra, a imagen y semejanza del colono, no había espacio para el negro. Ashis Nandy (1992) ha sugerido que “el colonialismo es una experiencia muy íntima. Hasta el punto que con frecuencia sus paradigmas de raza y cultura perduran, interiorizados, aun cuando se lucha contra él y se trata de dislocar su aparato institucional de saber y de poder”, (Citado en Díaz, Arcadio, 1992, p. 16). Ramiro Guerra resistía al poder colonial, pero lo hacía desde la racionalidad desatada por este.

Referencias

Diario de la Marina, año CXV, domingo 5 de enero de 1947, p. 44. (C.I.H.) (U.P. R.).

BALBOA, Imilcy. (2014). Ramiro Guerra y la construcción del campesino. Entre la nostalgia del pasado y el imaginario del futuro. En Josef Opatrný (coordinador), El Caribe hispanoparlante en las obras de sus historiadores. Praga: Universidad de Carolina de Praga, Editorial Karolinum.

DÍAS, Arcadio Q. (1992). El enemigo íntimo: cultura nacional y autoridad en Ramiro Guerra y Sánchez y Antonio Pedreira. Revista Op.cit, No. 7, pp. 11-65.

GONZÁLEZ, José. (1980). El país de cuatro pisos y otros ensayos. Río Piedra, PR: Ediciones Huracán, pp. 11-42.

GUERRA, Ramiro (1921). Historia de Cuba. T. I. Habana: Imprenta “El siglo XX”.

GUERRA, Ramiro (1935). Azúcar y población en las Antillas. Cuba: Segunda edición, Cultura S.A.

GUERRA, Ramiro (1944). Filosofía de la producción cubana. Habana: Cultural, S.A.

GUERRA, Ramiro (1947, 8 de abril). Desarrollo instintivo, irregular e incompleto. Diario de la Marina, p. 18.

JERREZ, Villarreal (1930). La Historia de Cuba y Ramiro Guerra Sánchez. Habana: Ediciones Atenas, Carasa y Compañía, Impresores.

LE RIVEREND, Julio. (1971. Historia económica de Cuba. Barcelona: Ariel.

MORENO-Fraginal M. (1978). El Ingenio. Complejo económico-social cubano del azúcar. 3 vols., La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

ORTIZ F. (1973). Los factores humanos de la cubanidad. En: Orbita. La Habana: Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

ORTIZ F. (1973). Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. La Habana: Editorial Ariel.

ROJAS, R. (1992). La memoria de un patricio, en: revista Op.cit., No. 7, Boletín del Centro de Investigaciones Históricas (C.I.H.), Universidad de Puerto Rico (U.P.R).

ROJO B. (1989). La isla que se repite: El Caribe y la perspectiva posmoderna. Hanover: Ediciones del Norte.

SANTAMARÍA-García A. y Mora García L. (1998). Colonos. Agricultores cañeros, ¿Clase media rural en Cuba? 1880-1898. En Revista de Indias Vol. LVIII, No. 212.

SCARANO F. (1989). Inmigración y clases sociales en el Puerto Rico del siglo XIX. Rio Piedras: Ediciones Huracán.

Notas

[1] Una versión preliminar de este artículo se leyó en el XIX Taller de Historia y Archivología, organizado por el Archivo Nacional de la República de Cuba, en la Habana, entre los días 21 a 23 de junio de 2016.
[2] Una versión preliminar de este trabajo fue leída en el XIX Taller de Historia y Archivología, organizado por el Archivo Nacional de Cuba en la Habana, entre los días 21 y 23 de junio de 2016.
[3] Para este ensayo, utilizamos la publicación de Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1974.
[4] Sobre el problema del agro en Puerto Rico durante el siglo XIX cfr. Bergad, L. (1989). “Hacia el grito de Lares: café, estratificación social y conflicto de clase 1828-1868”. En Scarano F. Inmigración y clases sociales en el Puerto Rico del siglo XIX. Rio Piedras: Ediciones Huracán.
[5] Este término posee una connotación peyorativa, y hace referencia a los propietarios de plantaciones que no residían en las empresas agrícolas, por ser extranjeros la mayor de las veces, por dedicarse a la atención de muchos negocios semejantes. Las plantaciones, por supuesto, fueron estructuras productivas sustentadas con mano de obra esclava.
[6] Podría escucharse para este caso la música jíbara y guajira, particularmente La loma del Tamarindo y La libertad del campo. Ambos discos hacen alusión a este idilio por el campo y la familia campesina.
[7] En este aspecto, Ramiro Guerra sugiere la diferenciación de la plantación tipo Barbados y una economía agrícola de pequeños y medianos propietarios desprovista de los caracteres socioeconómicos de la Plantación inglesa y francesa. El punto es que la plantación y en el siglo XX el Central pone en riesgo el proyecto nacional debido a que estas corporaciones se apropian de la tierra, despojando de ella al colono -pequeños y medianos campesinos- quien es el sujeto nacional.
[8] Se refiere a la guerra de independencia cubana conocida como Guerra de los Diez años, iniciada en 1868 en la región oriental de la isla.
Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
HTML generado a partir de XML-JATS4R