Resumen: Después de la Segunda Guerra Mundial, durante la guerra fría, 1965 – 1966, se registró una de las más grandes masacres del siglo XX ejecutadas en menos de un año por paramilitares en Indonesia, gracias a la ayuda de gobiernos occidentales.
Palabras clave: Ejecuciones extrajudiciales,Falsos positivos,Estrategias de guerra,Dominación social,Manipulación.
Abstract: After World War II, during the Cold War, 1965-1966, one of the largest massacres of the XX century was carried out in less than a year by paramilitaries in Indonesia, thanks to the help of Western governments.
Keywords: Extrajudicial Executions, False Positives, Strategies of War, Social Dominance, Manipulation.
Reseña
Al son de las trompetas latinoamericanas. Masacres: forma de expresión de falsos positivos. Reseña del texto: Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX.
To the Sound of Latin American Trumpets. Massacres: Form of Expression of False Positives. Text Review: Workers and Popular Massacres in Latin America during the XX Century
![]() | Grez Toso Sergio, Caro Jorge Elías. Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX. 2021. Buenos Aires. Ediciones Imago Mundi . 496pp.. 978-950-793-367-7 |
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Matar está prohibido. Por lo tanto, todos los asesinos son castigados, a menos que maten en grandes cantidades y al sonido de las trompetas. –Voltaire-.
Una forma de manifestarse del falso positivo corporativo es a través de masacres cometidas por agentes del Estado. Aunque se realicen de manera aislada en territorios diferentes, no se ejecutan sin que exista la mano invisible de transnacionales que, motivadas por intereses de expansión y de poder, buscan recursos naturales fuera de sus países de origen. Para ejecutarlas hay un trabajo estatal de planeación y de manipulación.
La estratagema tiene la finalidad de que la población quede totalmente convencida de que el actuar de las fuerzas armadas al momento de asesinar obreros, o integrantes de colectividades, se da en cumplimiento de normas legales que benefician a toda la sociedad. Con el tiempo, la memoria colectiva y la pericia de investigadores se encargan de desnudar el relato oficial destrozando mantos de silencios y revelando la verdad.
Después de la Segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Fría (1965-1966), se registró una de las más grandes masacres del siglo XX ejecutadas en menos de un año por paramilitares en Indonesia, gracias a la ayuda de gobiernos occidentales: “A todo aquel que se opusiera a la dictadura militar se le podía acusar de ser comunista, sindicalista, campesino sin tierras, intelectuales y de la etnia china” (Oppenheimer, 2012; citado por Pringle, 2015).
Todos fueron asesinados por gánsteres, quienes al narrar la forma como asesinaban a las víctimas no dejan de sonreír, aún más aquellos que se encuentran ocupando cargos oficiales. Las Naciones Unidas no se inmutaron, de igual manera como tampoco lo hicieron otros organismos. Una posible explicación del silencio de organismos internacionales por la matanza, en la que se asesinaron más de un millón de personas (Pringle, 2015), es que la mayor parte de las víctimas eran comunistas, quienes, para simpatizantes de ideologías de extrema derecha, son los enemigos de la humanidad y se les debe asesinar. Mientras que los gánsteres realizaban el trabajo sucio bajo la complicidad del ejército, editores de medios de comunicación, además de participar en interrogatorios y guiñar el ojo para autorizar asesinar, desarrollaban estrategias de manipulación psicológica convenciendo a los lectores de la maldad de los comunistas. “Como hombre de la prensa mi trabajo era que el público los odiara” declaró Ibrahim Sinik, editor de prensa, al director Joshua Oppenheimer (Pringle, 2015).
Hasta el día de hoy, la gran masacre del siglo XXI en Latinoamérica son los falsos positivos militares, desarrollados durante el periodo de la política de seguridad democrática en Colombia. La matanza se llevó a cabo durante el periodo entre 2002 y 2008, donde se registraron, por lo menos, 6402 falsos positivos militares según la Jurisdicción Especial para la Paz, componente de justicia del Sistema de Justicia, Verdad, Reparación y No repetición creada por el Acuerdo de Paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP). De acuerdo a nuestros estudios, y lo declarado por oficiales del ejército ante la Justicia Especial para la Paz (JEP), la cifra de asesinados supera las 10.000 víctimas durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez (Rojas, 2021). La investigación Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002 – 2010, Obediencia ciega en campos de batalla ficticios, describió el falso positivo a partir del body count, estrategia con la que Estados Unidos convencía a sus ciudadanos de que la guerra contra los comunistas del Viet Cong se estaba ganando.
En Colombia, durante el periodo de la seguridad democrática, de igual manera que en Norteamérica durante la guerra de Vietnam, la maniobra tenía el propósito de convencer que la ofensiva contra el enemigo se estaba ganando. Las fuerzas armadas, de manera sistemática y generalizada, en coordinación con el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) —policía secreta del palacio de Nariño—, y grupos criminales de extrema derecha, paramilitares, gracias al programa de recompensas, ilusionaban a jóvenes de bajos recursos con la promesa de trabajo, los aprehendían en retenes militares y de policía, o los secuestraban en sus vecindarios. Las personas, no combatientes ni militantes, unos sanos y otros con enfermedades de locomoción o psiquiátricos, eran trasladadas a varios kilómetros de distancia del lugar de residencia donde se les emborrachaba, drogaba, o se les decía que estaban realizando ejercicios como si fueran a filmar una película. Posteriormente se le asesinaba a sangre fría.
Se les vestía con prendas militares con las insignias de los movimientos guerrilleros, FARC-EP o ELN, plantándoles armas de fuego y otros elementos para meter en cintura, aún más, de que se habían enfrentado de manera beligerante a las fuerzas militares, por lo que se les daba de baja. La estrategia aparentemente terminaba en ruedas de prensa, donde los cuerpos, trofeos de guerra, evidenciaban que los eventos se realizaban a la luz de la normatividad. Los medios de comunicación, gracias a la gestión de personal especializado en guerra psicológica, se encargaban de manipular a la opinión pública a través de la radio, la televisión y la prensa escrita, con el propósito de que no dudaran de la legalidad de los eventos, generando una mayor lealtad hacia el gobierno.
A pesar de los alcances de la investigación, ésta no terminó allí. Un nuevo trabajo, Teoría social del falso positivo. Manipulación y guerra, concibió una acepción más cercana a la estrategia, además de presentar la tipología del falso positivo: militar, de policía, judicial, cultural, territorial, de intereses compartidos, corporativo y de Estado (Rojas et al., 2020). El estudio evidenció que la estratagema de guerra sucia, psicológica y política al que recurrieron los militares no era un fenómeno casero, local o regional sino universal. Sin embargo, la investigación aún no ha terminado, puesto que a medida que se indaga nuevas evidencias surgen y con ellas nuevos cuestionamientos.
Durante la investigación, se ha abordado la lectura de tesis doctorales, artículos científicos, expedientes judiciales e informes periodísticos, entre otros, además de continuar profundizando en el tema entrevistando a involucrados en los eventos. Entre las fuentes consultadas, el trabajo publicado por los compiladores Sergio Grez Toso, de la Universidad de Chile, y Jorge Elías Caro, de la Universidad del Magdalena (Colombia), Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX, con el sello de la editorial Imago Mundi, permite en sus 470 páginas, distribuidas en 17 capítulos, encontrar hilos entre las masacres y los falsos positivos. La obra hace un recorrido de las masacres desde Centroamérica hasta la Patagonia. Se concentra en masacres acontecidas en México, Guatemala, El Salvador, República Dominicana, Cuba, Colombia, Ecuador, Bolivia, Brasil, Chile y Argentina.
En el libro Francisca López Civeira participa con el artículo Matanzas de obreros en una década crítica en Cuba, en el que reconstruye el papel represivo de la Cuba de comienzos del siglo XX, en donde terratenientes, apegándose a conservar un orden social y económico, no dudan en realizar matanzas de obreros. Examina la matanza realizada entre los meses de marzo y julio de 1926, donde se lleva a la horca como escarmiento, sin juicio alguno, a 40 canarios de plantaciones de caña de azúcar en la provincia de Camagüey, como respuesta oficial al secuestro de un coronel terrateniente abusador de trabajadores. Acompaña el análisis de los asesinatos las matanzas, por parte del ejército y grupos de paramilitares, de 30 personas el 29 de septiembre de 1933 en La Habana, quienes asistían al funeral del líder comunista Julio Antonio Mella, asesinado a comienzos de ese año en México por orden del presidente Gerardo Machado y Morales; y las cometidas en 1934 sobre trabajadores del azúcar en Jaronú, el Preston, Tacajó, Báguanos, Senado y Media Luna (Cuba).
Por su parte Marilú Uralde Cancio en su trabajo, Cuba 1956: La Matanza de las Pascuas Sangrientas, se encarga de recrear la masacre realizada durante los últimos años de la dictadura de Fulgencio Batista, ejecutada el 24 de diciembre de 1956. A través de una cacería en Holguín, Mayarí, Banes, Puerto Padre y Victoria de las Tunas, los agentes del dictador asesinan a veintitrés revolucionarios, en su mayoría militantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y del Partido Socialista Popular, quienes aparecieron abaleados, apuñalados y torturados. La intención era la de paralizar la lucha de los trabajadores que entorpecían los intereses de empresas norteamericanas.
El general Maximiliano Hernández Martínez, al servicio de terratenientes de El Salvador, lideró las acciones de exterminio étnico entre enero y febrero de 1932, en la que el ejército y milicias civiles asesinaron entre diez mil y treinta mil personas. La masacre se da como respuesta al levantamiento popular provocado por la anulación de las elecciones de alcaldes y diputados, donde el partido comunista logró un importante triunfo. Al régimen no le bastó llevar a cabo la masacre, sino que a través de maniobras hizo desaparecer de la Biblioteca Nacional, y de archivos nacionales, evidencias sobre lo ocurrido. Los acontecimientos de la matanza de Izalco son relatados por Andrés Mora Ramírez, en el artículo El Salvador y el etnocidio de 1932, Los orígenes de la locura.
Por su parte, Roberto Cassá recrea la matanza de más de quince trabajadores del azúcar de la Central La Romana, ejecutada por el ejército de la República Dominicana durante el 6 y el 7 de marzo de 1946 en el capítulo, La represión de la huelga azucarera de La Romana (República Dominicana) de marzo de 1946. Indaga acerca de la alianza entre la frutera norteamericana South Porto Rico Sugar Company, la oligarquía del país y los militares en el evento. Analiza la estrategia de miedo, terror y silencio al que recurrió el ejército al colgar los cadáveres de dirigentes obreros en las calles de la ciudad y en el campo, como medio para opacar e impedir huelgas y movimientos reivindicadoras de los derechos de los trabajadores.
Rafael Cuevas Molina en su trabajo Genocidio en Guatemala en la década de 1980, no solamente realiza una descripción de la violencia vivida en el país centroamericano, sino que presenta, a través de cifras, el balance del conflicto. La guerra contrainsurgente en Guatemala desarrollada en tres olas de terror - 1960, 1970 y 1980 -alcanzó la primera mitad de la década del noventa del siglo XX. Se pretendía, a través de prácticas genocidas de control social, la aniquilación de las bases sociales que daban soporte al movimiento guerrillero aglutinado en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Se apeló a las Patrullas de Autodefensa Civil —milicia civil bajo órdenes de militares— las que devastaron comunidades indígenas, dejando como resultado más de 250.000 refugiados en México, 40.000 desaparecidos, 400.000 asesinados, miles de exiliados alrededor del mundo y más de un millón de desplazados internos. Solamente durante los años setenta y ochenta, el ejército de Guatemala en alianza con grupos de paramilitares, realizaron alrededor de 669 masacres.
Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX, además de transportar a los lectores al tema de asesinatos colectivos registrados en los años 1907, 1932, 1946, 1969, 1980 y 1992 en el continente, invita a pasar de la casuística local a la historia comparada. Ubica las primeras masacres de Latinoamérica del Siglo XX en 1907 con La revuelta del Río Blanco en México, descrita por Bernardo García Díaz, en la que el Estado responde a las peticiones del movimiento obrero con todo el aparato militar, provocando miles de víctimas que no se han logrado precisar. La lectura del libro da elementos para que se encuentren elementos en común en las matanzas registradas en el continente. Al respecto, Jorge Elías Caro (2021) llama la atención de que existen puntos de encuentro en las masacres del siglo inmediatamente anterior.
Aunque no se mencione de manera directa, entre los puntos comunes se encuentra la calidad de las víctimas, el de ser obreros; el de pertenecer a agrupaciones de trabajadores asalariados; y el hecho de que detrás de ellas se encuentre la mano impalpable de corporaciones transnacionales. Como referencia, la United Fruit Company desde el momento de expandirse por Centroamérica y alcanzar la costa atlántica colombiana, ha estado comprometida en matanzas, usurpación de tierras y golpes de Estado. En Colombia ejerció presión, a través del Congreso norteamericano, sobre el gobierno de Miguel Abadía Méndez, quien delegó al general Carlos Cortés Vargas para ejecutar la Masacre de las Bananeras. Sobre ella, uno de los compiladores, Jorge Enrique Elías Caro, presenta el artículo La masacre obrera de 1928 en la zona bananera del Magdalena, Colombia. Una historia inconclusa.
Acompaña el relato de la Masacre de las Bananeras, el trabajo de Renán Vega Cantor y Luz Ángela Núñez Espinel titulado La masacre artesanal del 16 de marzo de 1919 en Bogotá, y el de Germán Andrés Jáuregui González, La huelga de los trabajadores de «Cementos El Cairo» y la matanza de Santa Bárbara, Antioquia, Colombia, ocurrida el 23 de febrero de 1963. Vega Cantor anteriormente había escrito que la masacre de 1919 de los artesanos, era el bautizo de sangre del movimiento obrero y socialista en Colombia, en momentos en que se cierra una etapa histórica de la lucha de los artesanos colombianos inaugurándose una nueva, la lucha por los trabajadores asalariados ligados al sector público, principalmente a las comunicaciones, transportes y a los enclaves imperialistas (Vega Cantor, 2002).
Jáuregui González reconstruye en el libro los sucesos donde el ejército asesina diez trabajadores y la hija de un sindicalista en su artículo La huelga de los trabajadores de cemento El Cairo y la masacre de Santa Bárbara (Colombia). La masacre de Cementos El Cairo se registra después de un mes de huelga, que conduce a la empresa a sacar la materia prima para la ciudad de Medellín, acto que es rechazado por los huelguistas, quienes protestan tirando piedras. Ante la reacción de los obreros, se le ordena a la tropa disparar a matar. Las miradas de Jorge Enrique, Renán, Ángela y Andrés frente a las masacres llevadas a cabo en territorio colombiano lo finiquitan Vallejo e Insuasty en el artículo Juicio histórico contra el Estado colombiano: genocidio político, crímenes contra la paz y la impunidad 2021: “En Colombia, de manera particular, se ha aplicado toda una tecnología refinada del exterminio, una sumatoria de prácticas sociales genocidas que han desplegado y desarrollado la aplicación de toda una tecnología del poder y la dominación”.
German Rodas Chaves aborda sucesos registrados en el Ecuador durante los primeros años de la segunda década del siglo XX en su artículo La masacre de Guayaquil del 15 de noviembre de 1922. La convocatoria a una huelga general terminó con la represión militar dejando centenares de muertos, así como la implementación de nuevas medidas económicas frente a la caída en las exportaciones cacaoteras, principal sustento de la economía ecuatoriana. Magdalena Cajías de la Vega con su artículo Las masacres en la historia de los mineros bolivianos y en la lucha por la defensa de la democracia, realiza un recorrido a la historia social y política de Bolivia durante el siglo XX centrándose en la masacre de Catavi (1942); las de mayo y septiembre de 1965 y de junio de 1967; la resistencia minera al golpe de Estado del general Banzer en 1971; y los golpes de Busch (1979) y García Meza (1980).
Dos masacres son abordadas de la Argentina de comienzos de siglo. Nicolas Iñigo Carrera aborda La Semana de enero de 1919 en Argentina, y Miguel Auzoberría, Elida Luque y Susana Martínez La violencia como herramienta para la constitución de un territorio social. Patagonia (1920-1922). Iñigo Carrera ambienta, con gran detalle, uno de los acontecimientos de alto impacto en la historia de la clase obrera argentina iniciada el 7 de enero de 1919 cuando chocan huelguistas, rompehuelgas y policías en el barrio porteño de Nueva Pompeya.
A la fuerza policial se le suman soldados de infantería, artillería, caballería y de la marina de guerra, quienes ocupan militarmente la ciudad de Buenos Aires a fin de enfrentar al movimiento de trabajadores declarados en huelga. Miguel Auzoberría y su equipo de trabajo, se centran en las diferentes huelgas de peones rurales registradas en la Patagonia argentina a principios de la segunda década del siglo XX, que son atendidas con una fuerte represión por parte de las fuerzas armadas, arrojando durante dos años centenares de obreros muertos entre los que se encontraban argentinos, chilenos, españoles e inmigrantes de otras nacionalidades. La fuerte represión ocurrida en diciembre de 1921, en la estancia Anita, en la zona del Lago Argentino, cegó la vida de alrededor 150 trabajadores, quienes confiando en el Ejército se entregaron, siendo asesinados por la tropa.
Sergio Grez Toso presenta su trabajo Matanza de la escuela Santa María de Iquique (1907): guerra interna preventiva del Estado chileno contra el movimiento obrero, en el que analiza el evento y remembra los centenares de obreros asesinados por el ejército, quienes se encontraban aglutinados en la Escuela Santa María y la plaza Manuel Montt de Iquique. Pedro Montt, presidente de la República, le ordena al general Roberto Silva Renard disparar sobre los manifestantes del salitre, quienes solicitaban mayor seguridad laboral y el pago salarial en dinero y no en fichas. Con los obreros del salitre, fueron ejecutados otros trabajadores solidarios con sus mujeres y niños que llegaron a apoyarlos. Rolando Álvarez aborda la matanza de la Coruña realizada el 4 de junio de 1925 en el poblado de Alto San Antonio, Iquique, en la pampa salitrera de Chile.
La fuerza policial interrumpe la asamblea de la Federación Obrera de Chile, perdiendo la vida dos uniformados. Este evento se convierte en el preámbulo de enfrentamientos entre obreros y policías que sacudieron al desierto tarapaqueño durante una larga semana. Ángela Vergara Marsall recrea las matanzas de El Salvador (1966) y la de Puerto Mont (1969) bajo el gobierno de la Democracia Cristiana en Chile. La primera, en la que el ejército asesina ocho trabajadores, se da en momentos en que el gobierno de Eduardo Frei Montalva ordena poner fin a la huelga de trabajadores del cobre en el mineral de El Salvador.
La matanza de Puerto Mont, conocida también como la matanza de Pampa Irigoin, arrojó diez adultos muertos y un infante de tres meses, a consecuencia de los gases a los que recurrieron los Carabineros de Chile al momento de desalojar un terreno que había sido invadido.
Vera Lucía Viera se encarga del cierre de la obra a través del artículo El lado más violento del Estado brasileño. La “masacre del Carandiru” en 1992 e impunidad. En él aborda el asesinato de 111 reclusos, en una sociedad que hasta finales del 2019 albergaba 755.274 reos, ubicando a Brasil como el tercer país con más población reclusa en el mundo, sólo por detrás de Estados Unidos y China, como lo da a conocer Aurore Bayoud en su trabajo El infierno de las cárceles latinoamericanas: entre corrupción, hacinamiento e insalubridad (2021).
Aunque la matanza no se dirige hacia el sector obrero, refleja el panorama de los sistemas penitenciarios y la situación de las cárceles latinoamericanas, donde se combinan factores de hacinamiento, precariedad y abandono estatal.
Toso y Caro contribuyen al trabajo que vienen realizando historiadores y sociólogos, acompañados por otros profesionales y organizaciones de derechos humanos, dramaturgos, directores de teatro, cineastas, pintores, poetas, entre otros, alrededor del rescate de la historia oculta, distorsionada y amañada de la historia oficial. Precisan que su trabajo es la de sentar bases historiográficas que contribuyan a los análisis comparativos de las experiencias de represión y masacres en países latinoamericanos. Los trabajos realizados, desde un mural hasta ensayos doctorales, evidencian que las masacres son ejecutadas por agentes del Estado, y en oportunidades gracias a alianzas con agrupaciones criminales de extrema derecha, paramilitares.
Aunado a lo anterior, el muralismo se ha convertido en componente para el no olvido, contribuyendo a los procesos de memorias de hechos traumáticos del pasado reciente como es el caso del mural Masacre de Panzós en Guatemala (Jean, 2020) o los que se vienen realizando en Colombia frente a ¿Quién dio la orden? y que aluden a los falsos positivos (Osorio, 2021).
Masacres obreras y populares en América Latina durante el siglo XX, abre el camino hacia el desarrollo de próximos trabajos a fin de recuperar la memoria y descubrir eventos de falsos positivos en la región. Invita a depurar la historia oficial, la que, además de distorsionar la realidad, ha manipulado la sociedad convenciéndola de sucesos falsos como si fueran verdaderos. Más que un texto, es el preámbulo que incita tanto a historiadores a desarrollar temas alrededor de la historia comparada, como a otros profesionales. Las conexiones entre las matanzas realizadas por ejércitos regulares, permiten descubrir que, por encima de los Estados, existe una mano invisible que orquesta asesinatos para usurpar y despojar.