Artículos de investigación

La experiencia cotidiana y el espacio simbólico: Percepciones de los habitantes del asentamiento El Árbol en Cali

Daily Experience and Symbolic Space: Perceptions of Inhabitants in the El Árbol Settlement in Cali

Erika Castrillón
Universidad del Valle, Colombia
Natalia García
Universidad del Valle, Colombia
Milton Trujillo
Universidad del Valle, Colombia

Revista Kavilando

Grupo de Investigación para la Transformación Social Kavilando, Colombia

ISSN: 2027-2391

ISSN-e: 2344-7125

Periodicidad: Semestral

vol. 12, núm. 1, 2020

revistakavilando@gmail.com

Recepción: 01 Abril 2020

Revisado: 15 Abril 2020

Aprobación: 01 Junio 2020



Nuestra revista y contenidos editoriales cuentan con acceso abierto y se rigen bajo la licencia Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0)

Resumen: El texto resalta las voces de una comunidad que experimentó formas de ser, habitar y defender un asentamiento en el marco de la exclusión espacial, económica, social y cultural dentro de la estructura urbana; recuperado desde el método de la Historia Oral junto al enfoque de la Educación Popular para respaldar elementos teórico-empíricos que aportan a otras formas de indagación con modos de interacción más justos y adecuados a las realidades sociales actuales.

Palabras clave: Apropiación del espacio, Identificación simbólica, Asentamiento, Memoria Histórica.

Abstract: The text highlights the voices of a community, which experienced ways of being, inhabiting and defending a settlement within the framework of spatial, economic, social, and cultural exclusion within the urban structure; recovered from the oral history method alongside the popular education approach in order to support theoretical-empirical elements, which contribute to other forms of inquiry with more fair modes of interaction and appropriate to today's social realities.

Keywords: Space Appropriation, Symbolic Identification, Settlement, Historic Memory.

Introducción

Este artículo expone los resultados de un ejercicio académico de investigación[i] que exploró percepciones en torno a la experiencia socio-histórica del proceso de asentamiento urbano informal El Árbol en el municipio de Santiago de Cali.

Los asentamientos urbanos como fenómenos sociales que se agudizan diariamente por la falta de soluciones estatales, dejan entrever ciudades que, además de expandirse sin límites geográficos, excluyen social, cultural y económicamente a los grupos de personas que integran estos espacios. Socialmente este fenómeno se ha denominado “invasión”, dinámica que ha sido catalogada como proceso de crecimiento “desorganizado e ilegal”; sin embargo, si hacemos una lectura minuciosa de ellos, se puede encontrar diversas maneras de organización cultural, comunitaria, social, entre otras, que tejen nuevas maneras de crear con los otros y resignifican las relaciones de ser, habitar y convivir.

El interés del ejercicio de investigación se centró en comprender el proceso de apropiación del espacio, dinámica vivida en el asentamiento El Árbol en el municipio de Santiago de Cali; sin perder de vista el contexto socio-histórico del asentamiento, que se encuentra ubicado en la comuna 18 (zona de ladera), y que fue “fundado” por personas en situación de desplazamiento, que huyeron del campo, y encontraron en la toma de un terreno deshabitado, la única posibilidad de recuperar lo perdido o reconstruir lo soñado.

El texto expone como “experiencia cotidiana” a la vivencia de las personas en el espacio específico del asentamiento, mediada por confrontaciones entre lo colectivo y lo individual, entre las apuestas comunitarias y las familiares. Para analizar la información recolectada, acudimos a tres componentes de la acción, que nos permitieron evidenciar el puente entre la teoría y la praxis, a saber: acciones cotidianas, acciones hacia el lugar y acciones con proyección al lugar. Esto da lugar, posteriormente a la identificación simbólica que las personas, desde sus distintos orígenes geográficos y culturales, construyen en torno al espacio común, conformando un sentido comunitario para conservar el espacio donde se vive y se convive.

Metodológicamente, vale la pena mencionar que el ejercicio de indagación fue abordado como una experiencia de investigación-intervención, con base en la metodología de la Investigación Acción Participativa (I.A.P) en su modalidad I.P, en el método de la Historia Oral, en la Cartografía social, y a partir de otras fuentes de recolección de información -como el diario de campo, la entrevista semiestructurada, la encuesta y la observación clásica; con la información recolectada, pretendimos reconstruir la memoria desde los relatos de los sujetos, identificar las acciones que, ejercidas de manera consciente e inconsciente transforman el lugar y los sujetos, y, finalmente, reflexionar sobre la identificación que deriva de la relación entre los habitantes y el espacio, pensado no solo como un espacio físico sino, y sobre todo, una dinámica de construcción simbólica.

En otras palabras, reconocer a los sujetos como actores que generan saberes de acuerdo a sus vivencias, nos exige pensar en una metodología que posibilite el reconocimiento de la voz de quienes hacen, viven, crean y recrean a cada momento su historia; que facilite no solo la voz de los sujetos en tanto describen abiertamente sus realidades, sino también que propicie la participación en la transformación de estas. Por tanto, concebimos este proceso investigativo “no sólo como una metodología de investigación sino al mismo tiempo como una filosofía de la vida que convierte a sus practicantes en personas sentipensantes” (Fals Borda, 1999, p. 9). Definimos, por tanto, que nuestras opciones metodológicas deben aportar a un proceso reflexivo del conflicto que se desarrolla al interior de El Árbol y su rol en el esquema urbano de la ciudad; con el ánimo de que los habitantes reconozcan una base problematizadora de sus realidades, e intenten lograr, en el mejor de los casos “(…) un proceso dialéctico continuo en el que se analizan los hechos, se conceptualizan los problemas, se planifican y se ejecutan las acciones en procura de una transformación de los contextos” (Calderón y López, 2013, p. 4).

De este modo, la indagación sobre el contexto social en el que se encuentran los habitantes del Árbol, parte de las realidades colectivas sin desligarse de los saberes y significaciones de los individuos inmersos en ellas, reforzando que

La actividad de investigación e intervención no puede ser imaginada como un proceso aislado. El desarrollo [de la metodología] es un proceso con carácter colectivo. Se trata de un proceso, en el cual se integra la investigación social, la educación y la acción. (Fals, 1990; en Arango, 1995, p. 5).

Metodología

La información se recolectó en 56 encuestas, 5 entrevistas y dos talleres de cartografía implementados con miembros de la comunidad, quienes, en su mayoría, se caracterizan por su situación de desplazamiento, y con una mixtura en la composición étnica y social, toda vez que provienen de diferentes zonas rurales del país.

Se realizó un análisis categorial derivado de la información recogida gracias a las encuestas y entrevistas. Se buscó indagar y difundir la experiencia alcanzada por los pobladores, las acciones que adelantaron para la construcción de su realidad, como también los procesos de exclusión socio-política, subordinación e incidencia en los que se ven sometidos en relación con el modelo de desarrollo local y nacional.

El problema abordado

Los asentamientos son considerados como un fenómeno extendido a nivel global en los sectores y periferias más pobres de Latinoamérica, Asia y África por acciones migratorias rurales-urbanas, como señala Davis (2008), dirigidas por los regímenes capitalistas. En estas comunidades es común el abandono y el “ataque estatal”, ya que son consideradas como amenazas y focos de formación subversiva ante los poderes nacionales e imperiales, por lo que se justifica que operen sobre ellas y sus territorios acciones sociales, ideológicos y militares (Zibechi, 2007). El proceso de asentamiento, en la constitución de la ciudad, se desarrolla como una tendencia surgida, entre otros aspectos, por la acción u omisión del Estado y la dominación geográfica, económica, cultural, política y social del modelo Neoliberal que opera en los ámbitos rurales y urbanos de un país; en palabras de Uribe (2011, p. 191) “los asentamientos subnormales son la representación de una anomia que no sólo es social, sino institucional (estatal)”. Además, la diversidad cultural de los grupos sociales asentados en los diferentes lugares no es tenida en cuenta y frecuentemente los asentamientos son vistos desde una sola perspectiva, como suburbios, lugares de miseria o zonas degradadas; de esta forma cada uno de ellos pierde sus particularidades, y hace ilegible los impactos específicos que se despliegan en la vida urbana.

Ahora bien, aunque el fenómeno mencionado requiere un abordaje complejo, por su naturaleza misma, nuestro interés en el campo de la Educación Popular está en el reconocimiento de la subjetividad de aquellos que protagonizan el proceso del asentamiento. En este sentido, apuntamos a indagar por la memoria como dinámica de recuperación de las particularidades que el fenómeno del asentamiento ha tenido en unas personas en concreto, en un lugar definido por el tiempo y el espacio. Consideramos que antes de los estudios económicos, urbanísticos o de intervención asistencialista, nuestro deber académico debe ayudar a fortalecer la identidad de los sujetos con el reconocimiento de su vida, acción, sentir, pensar y proyectar.

En nuestro contexto cercano, en el municipio de Santiago de Cali, según cifras oficiales de la Secretaría de Vivienda Social (Zambrano, 2010, pp. 8-9) la cantidad de asentamientos sólo en la comuna 18 es de 9, de los que se encuentran La Choclona, La Esperanza, Palmas II, La Cruz, Alto Polvorines, entre otros; sin embargo, estos datos no contemplan la existencia de otros asentamientos constituidos para la época y recientemente conocidos por durante la investigación. Este es el caso del asentamiento El Árbol, fundado en el año 2009 por 202 familias en su mayoría desplazadas por violencias múltiples, tales como el conflicto social y armado, el narcotráfico, la pobreza, la violencia política, entre otras; este espacio se constituyó en nuestro referente de investigación después de habernos cruzado con él en circunstancias laborales, donde se sobrepusieron posteriormente el interés académico y político, que pretendía entender una de las condiciones actuales más importantes en la formación de poblados urbanos en ciudades mercantilizadas y excluyentes, en contraste con la significación de los espacios para la gente que los construye, para el Estado local-nacional y para la academia; pretendimos transcender los clásicos estudios de diagnósticos y las explicaciones de los expertos disciplinares que en la materia ofrecen información, y centrarnos en otros aspectos que permiten acercarse de manera “alternativa” al fenómeno.

Entre los años 2009 y 2014 los habitantes de El Árbol han ido transformando un lugar físico, conformado por casas, calles, servicios comunitarios y espacios comunes; y han ido construyendo el lugar social en donde se tejen relaciones familiares, comunitarias y otras mediadas por actores externos; así mismo, sustentan un lugar simbólico en donde dinamizan valores comunitarios y sentires generalizados; estos lugares reflejan las marcas históricas, las prácticas cotidianas y proyección a lo largo del tiempo; todo esto en torno a la solvencia de una necesidad fundamental como la vivienda. A pesar de las adversas condiciones por las que atraviesan estas personas, han dedicado suficiente esfuerzo y tiempo para habitar, resistir y permanecer en el lugar; por esta razón, la recuperación de la memoria individual y colectiva de esta experiencia se hace necesaria en tanto da cuenta de un proceso social que repercute en las formas de vida -a nivel individual y comunitario, e impacta la ciudad.

Por lo anterior, nuestra pretensión está encaminada a explorar la experiencia socio-histórica en el proceso de asentamiento urbano a través de la reconstrucción del proceso, ya que siendo inacabado, despliega diversas dinámicas, y por tanto, determinados discursos y prácticas consensuadas en la cotidianidad de la vida que fluye en el territorio. Este ejercicio lo consideramos pieza fundamental en la comprensión compleja del fenómeno, pues en su interior confluyen distintas prácticas, creencias y concepciones, que van a determinar la vida de las personas y el “estilo” del proceso.

Estas prácticas constituyen, entre otros aspectos, la forma de ser y estar de los sujetos y del asentamiento en la organización urbana. De esta manera, es preciso conocer los sentidos individuales, los significados colectivos y la relación entre el grupo social en la producción del espacio que habitan. Por ello, los distintos momentos para la constitución del asentamiento (como la ocupación hasta el momento actual) y su estrecho vínculo con la reivindicación del derecho a la vivienda, toman relevancia para reconocer las acciones individuales y comunitarias que han modificado el espacio y las características propias de los sujetos en torno a este proceso.

Esto último es teorizado como “apropiación del espacio”, el cual supone una aproximación conceptual desde la identidad simbólica y de acción-transformación en el lugar (Vidal, 2005). En nuestro caso, la interacción y construcción del espacio habitable está dada por la diversidad cultural de los sujetos, ya que son personas originarias de distintos departamentos colombianos. Así, se visibiliza la participación de los pobladores en la construcción de su realidad en el marco de exclusión socio-política en los que se ven sometidos en relación con los planes de ordenamiento territorial a nivel local y nacional.

La experiencia cotidiana

La experiencia de vida que se refuerza cotidianamente en el relacionamiento con los otros, encuentra en la diversidad étnica, cultural y social nuevas formas de recrear un escenario propicio para la convivencia de la diferencia y la construcción de nuevos elementos que cohesionan la comunidad. Las personas sueñan con la posibilidad y garantía de estar y permanecer en un espacio físico, dando paso a iniciativas individuales, familiares y colectivas entorno a lo imaginado y necesitado, de ahí que las “familias realizan esta toma para acceder a un lugar donde poder vivir y donde poder construir su proyecto de vida” (Uribe, 2011, p. 190).

Los habitantes de El Árbol en medio de las necesidades han ido construyendo un espacio físico a lo largo de estos cinco años, construcción que ha implicado “la voluntad y decisión (…) no siempre totalmente consciente y voluntaria, de actuar” (Santos 2000, p. 67), dando lugar por un lado, la realización de tareas, actividades y acciones en los momentos más intensos y por otro, la pasividad y acomodamiento como resultado de permanecer a través del tiempo en el territorio.

En ese sentido, la ejecución de tareas y labores establecen formas particulares de hacer y actuar en un espacio común y familiar; así, las acciones modifican el espacio y a los sujetos, en tanto dotan al lugar de significados y sentimientos, y entran a jugar un papel importante en la construcción del proyecto de vida de quienes habitan en El Árbol, pues depende de ellas el uso, el sentido de pertenencia y la participación en el propio entorno.

Nos acercamos, entonces, a lo que Enric Pol y Tomeu Vidal (2005, p. 283) denominaron “modelo dual de la apropiación, y que se resume en dos vías principales: la acción-transformación y la identificación simbólica”. Dedicaremos las siguientes páginas a la primera vía. La acción-transformación entendida como un proceso mediante el cual se generan modificaciones impulsadas por necesidades sentidas, elaboradas o creadas

(...) sobre el entorno, [y donde] las personas, los grupos y las colectividades transforman el espacio, dejando en él su 'huella', (…). Mediante la acción, la persona incorpora el entorno en sus procesos cognitivos y afectivos de manera activa y actualizada (Pol & Vidal, 2005, p. 283).

Dado que las acciones se expanden en diversos y complejos componentes, nos interesa caracterizar tres de sus componentes: “acciones cotidianas en el lugar; acciones orientadas hacia el lugar y acciones en torno a los proyectos de futuro del lugar” (Pol & Vidal, 2005, p. 283), con las que pretendemos evidenciar la experiencia cotidiana que construyen las personas en el asentamiento El Árbol.

Con base en el aporte de los autores referenciados, destacamos aquí las acciones cotidianas como aquellas dinámicas que hacen parte de las actividades diarias “(Compra en el barrio, pasar tiempo en el barrio, relación, conocimiento y confianza con gente del barrio, (...) ubicación (dentro o fuera del barrio) de la red de relaciones primarias y secundarias (familia, amigos, compañeros de trabajo”; las acciones orientadas hacia el lugar son todas aquellas actividades relacionadas a la “Pertenencia a entidades del barrio, informarse de lo que pasa en el barrio, conocimiento de actividades organizadas en el barrio, asistencia a las actividades, asistencia a actividades colectivas (asambleas, reuniones sobre el barrio), asistencia a las fiestas del barrio”; y, en tercer lugar, las acciones orientadas al futuro del lugar están relacionadas con el

Conocimiento de los proyectos, [donde] la opinión propia es tenida en cuenta, [y recoge la] iniciativa de los responsables, compartiendo las decisiones, [o la] iniciativa de la gente del barrio sin compartir decisiones, [e inclusive la ] iniciativa de la gente del barrio compartiendo decisiones desde el principio” (Vidal, 2004, p. 34).

Acciones cotidianas

El espacio entendido “(…) como un conjunto de formas representativas de las relaciones sociales del pasado y del presente, y por una estructura representada por las relaciones sociales que ocurren ante nuestros ojos y que se manifiestan por medio de los procesos y las funciones” (Santos, 1990, p. 138), posibilita no solo guardar la memoria y los sueños de quienes lo habitan sino también que crea un abanico de posibilidades para reconocerse con los otros en medio de lo que es semejante o distante.

Este, como un proceso dialógico entre las necesidades actuales de las personas y el momento histórico, es dinámico de acuerdo a las condiciones y necesidades sociales, culturales, políticas y económicas, “la verdad es que el espacio está muy lejos de ser ese cuadro neutro, vacío, inmenso, en que la vida se puede producir" (Santos, 1990, p. 143); por lo tanto, las acciones ejercidas sobre éste lo transforman estructuralmente.

La necesidad en El Árbol, despertó la realización de actividades organizacionales, legales y comunitarias que permitieron adecuar el espacio de acuerdo a lo deseado o requerido, se evidencia, por tanto, que “uno de los resultados de la acción es, pues, alterar, modificar la situación en la que se inserta” (Santos, 2000:67); en nuestro caso, las acciones se encaminan principalmente a la elaboración de los espacios habitacionales, en donde hombres, mujeres y niños, con enfoque de equidad y cooperación, se coordinaron para jugar un papel relevante.

En esa dinámica se pueden identificar diferentes aportes en las tareas comunitarias, por lo que se distribuyen roles; por ejemplo, se observa que, por un lado los hombres son quienes realizan la mayor parte del trabajo físico para el levantamiento de las viviendas; y de otro lado, las mujeres, además de contribuir con una parte del trabajo físico, son las encargadas de conseguir los materiales y de la colecta de alimentos para las ollas comunitarias; juntos, sinérgicamente, trabajaron para sostener el proceso de toma del territorio, cuidaron y vigilaron el espacio, tanto de los desalojos como de situaciones externas (robos, drogas); los niños, por su parte, colaboraron y apoyaron, según sus capacidades, en la carga de materiales.

Hasta este momento, las acciones realizadas por las personas que hicieron la toma tuvieron la intención de establecer una marca de “propiedad” en el terreno, con las que se alimentó la defensa del espacio, exponiendo directamente que “la acción sobre el entorno, las personas, los grupos y las colectividades transforman el espacio, dejando en él su “huella” (Vidal, 2005, p. 283).

Ahora bien, la intervención de los habitantes sobre el lugar permite observar el cambio físico de El Árbol a lo largo del tiempo; así, las casas, los callejones y el espacio en su totalidad no tiene la misma forma de hace cinco años, pues las aspiraciones familiares y comunitarias han llevado a transformar poco a poco ese lugar, que, de acuerdo a las nuevas intereses, va mutando gracias a las diferentes acciones, estrategia definida como “(...) el medio básico a través del cual las personas movilizan y renuevan los recursos” (Osorio, 2007, p. 3).

Es significativo encontrar que, de acuerdo a lo anterior, existen prácticas y relaciones culturales que prevalecen al interior de estos espacios; ejemplo de ello es la relación que se mantiene con la estética rural, pues la mayoría de los habitantes provienen del campo, y por lo tanto, crean en sus casas pequeñas huertas, que se disponen también para la comunidad. En ese sentido, la dirección de impacto es inversa a la mencionada anteriormente, pues la siembra, que en este caso es parte de la labor diaria, y que genera beneficios comunitarios a través de “plantas curativas, limoncillo, pronto alivio, hojas de sauco, árbol de guayabo, tomate, plátano y noni”[1], contribuye simbólicamente a mantenerse cercanos al lugar de origen, y estéticamente aporta elementos para afianzar la “apropiación” e identificación del espacio.

Algunas costumbres campesinas incorporadas en El Árbol son reflejadas en las compras que se llevan a cabo en las tiendas, ya que se ofrecen víveres en pequeñas cantidades y se hace una negociación para el pago; sin embargo, este acto no es exclusivo para el intercambio de producto-dinero, sino también para el reconocimiento de las condiciones de los otros. Por otra parte, hay quienes tienen la posibilidad de comprar fuera de El Árbol, no obstante los lugares a los que se dirigen son cercanos, tales como las tiendas y los supermercados de los barrios vecinos.

Lo anterior es diferente de las compras que se realizan en el centro de la ciudad, pues las personas adquieren elementos sin que necesariamente medien relaciones de confianza y solidaridad; esta parte de la ciudad es también utilizada como lugar de trabajo, ya sea como empleados o trabajadores informales.

Las acciones mencionadas hasta aquí, se ejercen en el reconocimiento de las necesidades y los afectos a los demás, y modifican el entorno en beneficio individual-colectivo. Podemos decir que algunas acciones operan desde la memoria por cuanto se hacen en función de las marcas históricas de los sujetos, es decir que, las personas actúan desde la experiencia y los saberes adquiridos en otros lugares y circunstancias, evidenciando que las acciones no están desprovistas del pasado y la historicidad del sujeto.

Por otro lado, hay acciones-rituales que se han establecido a lo largo del tiempo y que han ayudado establecer relaciones cercanas o distantes al distinguir roles entre lo que realizan los líderes y el resto de personas, entre quienes se recorren el espacio sin excluir ningún lugar y los que prefieren permanecer en la tranquilidad de sus hogares, entre los que trabajan lejos de El Árbol y quienes han encontrado en este la posibilidad de estar y subsistir.

Los niños habitantes del sector son quienes tienen más confianza para recorrer los espacios de El Árbol; juegan en los callejones y el control de buses, se divierten y encuentran en la torre eléctrica un lugar tranquilo para estar con sus pares, podríamos afirmar que ellos son quienes recorren y reconocen el espacio en su totalidad; algunos niños y niñas asisten al espacio amigable como única opción para alimentarse en el día y/o para aprender, en otros casos los pobladores más pequeños viven el espacio buscando sustento económico, pues el recorrido por sus callejones está mediado por el trabajo informal que han emprendido junto a sus familias .

Los jóvenes por su lado, recorren ciertos espacios, tales como la manzana 3 y el árbol, lugar donde se reúnen y permanecen durante largas horas para conversar y dar vía libre a sus gustos musicales, otros proyectan el espacio y lo ven como una manera de reivindicar el estar y ser parte de un lugar construido por la comunidad misma y han creado pequeñas huertas que sirven para el encuentro con los otros, algunos más han entrado en la dinámica violenta de la ciudad e integran bandas delincuenciales, junto a ello las apuestas en los juegos de azar son una salida a la difícil situación a la que se ven enfrentados a diario.

Por otro lado, las mujeres lideresas promueven en El Árbol, procesos educativos para los niños y jóvenes, donde se realizan actividades lúdicas y educativas extra clases, no como la reproducción de la escuela sino, por el contrario, como un escenario para aprender a proteger a los demás y a ellos mismos; cabe mencionar, por ejemplo, que gran mayoría de mujeres y algunos hombres del sector no terminaron la primaria, pero se disponen a ofrecer sus saberes empíricos para aportar a una “educación comunitaria” que promueva los valores cooperativos. Otras mujeres salen del sector a trabajar, y otras encuentran en el juego de dominó y parqués unos escenarios para contar las situaciones familiares y comunitarias.

Los hombres, en su gran mayoría, son trabajadores informales o contratados que realizan su actividad fuera de El Árbol; por este motivo son quienes recorren muy poco el espacio, pues la dinámica laboral absorbe la mayoría de su tiempo; y otros encuentran refugio en el licor, y durante algunos días y noches derrochan en cantinas y lugares de apuestas (galleras).

El fin de semana, sobre todo el día de “descanso” y encuentro familiar, es utilizado por algunos habitantes para organizar paseos al rio Meléndez, lugar que utilizan para la recreación, el baño y el descanso, para “distanciarse del movimiento de la semana”, mientras que otras familias asisten a diversos rituales religiosos (cultos y misas).

Acciones hacia el lugar

Las acciones orientadas hacia el lugar responden a factores más amplios y comunitarios que comprometen a los sujetos en las realidades del sector y permite vínculos profundos y de arraigo en el espacio. En ese sentido, el hacer de manera consiente algunas prácticas, evidencia los diferentes compromisos e intervenciones colectivas, pero también algunos actos sin medida reproducen situaciones de alto riesgo para la tranquilidad y mejoramiento comunitario de El Árbol.

La mejora de los servicios comunitarios como una de las acciones más elaboradas en el sector, ha permitido una interacción compleja y destacada, aunque también es cierto que, si bien en las primeras etapas la mayoría de los habitantes colaboraron en la construcción del alcantarillado, la instalación de los tubos para el agua y la conexión de la energía eléctrica, hoy en día pocos le apuestan al cuidado, mantenimiento y mejoramiento de estos servicios.

Esta situación, producto del paso del tiempo en el lugar, y los cambios en intereses y circunstancias familiares, ha hecho notable la diferencia en los aportes que cada manzana realiza frente a su espacio; la realización de reuniones, asambleas y encuentros orientados hacia el mejoramiento de los servicios comunitarios, la organización física de las casas, la entrada de organizaciones no gubernamentales como “apoyo” a los procesos educativos y comunitarios han sido dinámicas lideradas por la manzana 3; la manzana 1 es reconocida como la manzana menos unida, que presenta pocos vínculos en su interior y débiles relaciones con las demás manzanas; la manzana 2 es identificada como la manzana que aporta poco al trabajo colectivo, y se señala como un grupo que trabaja para sus intereses concretos de impacto particular (individualista).

Lo anterior pone en evidencia que las relaciones entre los habitantes de El Árbol se “(…) distinguen según los diversos grados de intencionalidad y racionalidad” (Santos, 1990, p. 21), y sopesando las acciones sobre el lugar, y sobre el futuro del espacio, se deja entrever que la manzana 3 es la más “comprometida” con la transformación y apropiación, abanderando el sentido de pertenencia, la obligación y responsabilidad de la comunidad en general.

La poca participación en las actividades comunitarias y en las acciones de mejoramiento de El Árbol han estado permeadas por las intervenciones que han realizado algunas ONG e instituciones, ya que lejos de fortalecer el tejido comunitario y los sentidos de pertenencia, han fragmentado gravemente el espacio físico y social; tal es el caso de la Organización “Techo para mi País” que ingresó al sector realizando sorteos entre las familias de manera “igualitaria” para definir quiénes pueden mejorar la infraestructura habitacional. De este tipo de situaciones afloran inconformidades en todo el sector, que se reflejan en las tensiones y rupturas de las relaciones vecinales y la generación de obstáculos; tales como, la contención de las acciones que materializan los beneficios comunitarios.

Hasta este momento, las acciones orientadas hacia el lugar se enmarcan en un “proceso permanente de construcción territorial [que ha estado fuertemente] marcado por diversos conflictos y manejos de estos”, (Osorio, 2007, p. 32), que se agudizan cuando se evidencia una ruptura entre el momento inicial, donde se consiguió la apropiación del lugar y se unieron sentimientos de lucha y sueños compartidos, y el momento actual, que expresa cuestionamientos por la pérdida de lo anterior y la presencia del conformismo de las situaciones.

Los cambios generados por ese conformismo, han repercutido en la generación de otro tipo de acciones, menos consientes por el colectivo, que se han presentado como respuesta a las necesidades emergentes en la construcción social, simbólica y física de El Árbol; pese a no poseer la titulación legal de la tierra y las viviendas, las acciones continúan y se sitúan en la decisión de permanecer en el espacio o de comenzar un proceso de reubicación para las familias que integran el sector.

Hay quienes aún sin desconocer lo que significa no tener legalizado el sector, alimentan la idea de que El Árbol es un barrio formalmente establecido, y continúan gestando actividades y encuentros comunitarios en donde se plantean los derechos ciudadanos y se proyectan las relaciones colectivas. Esto alimenta en algunos la esperanza, en otros genera incomodidad, pero, a pesar de todo, se sigue –aunque en menor medida- participando en los encuentros que se hacen en el espacio, aportando en la realización de tareas para la organización de los callejones, apoyando la realización de actividades en pro de la infancia y la adolescencia, acciones que si bien podrían estar enmarcadas en lo meramente cotidiano, se resaltan aquí porque implican un interés por el bienestar común que “(...) les permiten interactuar generando relaciones de solidaridad, cooperación,” y reciprocidad. (Osorio, 2007, p. 32).

Acciones con proyección al futuro

Las acciones con proyección al futuro del lugar tienen directa relación con lo que se desea y se sueña, que motiva una dinámica a largo plazo y con grandes impactos para una comunidad, y que, muchas veces, “puede articularse en torno a su carácter más colectivo y compartido” (Vidal, 2005, p. 293).

La construcción conjunta del espacio ha llevado, a través del tiempo, a evidenciar diferentes tipos de necesidades y, con ello, acciones para modificarlas. En los deseos de los habitantes de El Árbol, aparece la urgente creación de un parque, espacio que posibilitaría el entretenimiento de los niños y recreación de las familia; esta necesidad se contrasta con las “imposiciones” de la ciudad, pues, en el caso concreto, la comunidad afirma que existe una disputa entre sus líderes y los representantes del Sistema de Transporte Masivo Integrado de Occidente de la ciudad de Santiago de Cali -MIO, pues ambos desean el espacio que posiblemente dejará disponible la empresa de buses de la Cañaveral, que por las disposiciones gubernamentales podría salir del entorno. Esta acción, que es proyectada como un proceso de larga duración, ha movilizado nuevamente el hacer comunitario, pues al ser una situación que impacta la cotidianidad de la comunidad, toma mayor grado de relevancia.

Por otro lado, existen otras aspiraciones colectivas que se repiten a lo largo del trabajo investigativo, por ejemplo, el deseo de tener un lugar más digno y legalmente propio que convierte la lucha en acciones con proyección a largo plazo; ya que no solo es accionar para poseer un espacio sino que es el reconocimiento de El Árbol como un espacio que fue construido por las manos de personas que al tiempo que levantaban su casa, estaban construyendo una comunidad.

Los habitantes reconocen que lo que hasta el momento han realizado y conseguido es un ejemplo a seguir, y pese a que en este momento prevalece más la acción individual o familiar que la comunitaria, ven en el regreso al trabajo colectivo y la “reconstrucción del discurso del nosotros (…) [una forma] que permite pensar en común un futuro, el cual orienta la acción misma” (Osorio, 2007, p. 33).

También reconocen, la necesidad de accionar en torno a las iniciativas que proponen otros habitantes, pues en muchas ocasiones sólo se ha tenido en cuenta la voz de unos pocos, aumentando la dispersión en las tareas comunitarias. Las acciones desarrolladas por unos pocos evidencia la necesidad de pensar, plantear y poner en juego acciones que vinculen de nuevo los intereses conjuntos y reavive los sueños comunes, para implementar nuevas maneras de transformar el espacio y transformarse a sí mismos, desde lo individual y colectivo.

El espacio simbólico en el árbol

En la cotidianidad de vida en el Árbol se forja la construcción de sentidos en los procesos de interacción social entre las personas, que permiten la formación y afirmación de características o peculiaridades que emergen a través de las acciones en el lugar, configurando en este proceso la identificación social de la comunidad. La identificación “comprende los procesos simbólicos, cognitivos, afectivos e interactivos, tanto evolutivos como estructurales, a través de los que un espacio deviene lugar y se produce la identificación del sujeto o grupo social con el entorno” (Aguilar, 2013, p. 37).

Estos procesos de identificación no necesariamente son alcanzados por acuerdos explícitos, sino en el flujo natural de las contradicciones y los consensos en las situaciones emergentes que intentan superarse a diario. Cabe aclarar, que estas particularidades son también resultado de las confrontaciones con las representaciones dominantes que, respaldan un interés particular y de las condiciones socio-económicas y culturales del contexto que impone el municipio en un proceso de segregación de estas comunidades. La identidad entonces, vincula a los individuos, los grupos y la comunidad en torno a sus procesos afectivos (sensación de bienestar) cognitivos (desarrollos cognitivos, representaciones, mapas, actividad taxonómica) Interactivos (personalización, privacidad-intimidad, escenificación dramatúrgica) (Aguilar, 2013, p. 24).

De esta circunstancia nacen señales propias del proceso que marcan la dinámica interior haciendo claros sus confines geográficos y sociales para distinguirse de las construcciones exteriores; y para delimitar los diversos componentes que surgen de este proceso, nos centramos en tres indicadores que “de manera dialéctica provocan la continuidad y el cambio en la identidad: identificar el entorno, ser identificado por el entorno e identificarse con el entorno” (Graumann en Vidal, 2005, p. 288).

A partir de estos marcos, se resaltan aspectos que tienen que ver con “el vivir el barrio, gusto por vivir en el barrio, diferencia con otros barrios, memoria personal en lugares del barrio, orgullo de ser del barrio, tener todo lo que se necesita para vivir en el barrio, pertenencia al barrio, identificación con el barrio, nombre del barrio, nombre de lugares del barrio” (Vidal, 2004, p. 11).

En el caso particular de El Árbol, la identidad se configura en el entramado de las marcas históricas en los sujetos, las necesidades internas y los conflictos con el medio exterior, que operan en la construcción de una experiencia propia que conlleva al desarrollo de formas comunicativas, aprendizajes, un ambiente social tranquilo, las nuevas percepciones de la realidad y de las personas, entre otros.

El espacio y su resignificación

Hasta aquí, nos hemos referido a El Árbol como asentamiento, lugar, territorio, espacio y escenario, conceptos que difieren no sólo en su carácter formal sino en el sentido otorgado por sus habitantes. Entonces, aunque el término que en general utilizamos es asentamiento, aclaramos que hacemos uso de este porque hace alusión al fenómeno de poblamiento informal en términos institucionales, pero consideramos que un concepto políticamente correcto debe ser resultado de un consenso y de la autodeterminación de la comunidad.

De acuerdo entonces, en que el lugar es una “porción discreta del espacio total”, y adquiere importancia relativa a “aquello que hace que el lugar sea específico, un objeto material o un cuerpo” (Santos, 1990, p. 137); podemos decir, que El Árbol ha atravesado un largo y continuo proceso de contenidos materiales y significados que lo han constituido en un espacio que adquiere parte de sus moradores, e incorpora un lenguaje propio que engloba los diferentes términos que les ayude a sus habitantes a entender su relación con el espacio, a cohesionar sus actitudes en torno al él y a consolidar sus procesos sociales, simbólico e identitarios.

Durante el camino de la investigación se visualizan dos maneras en cómo la gente denomina el espacio, referencias que los sujetos han elaborado a partir de su historia vivida y diversas interpretaciones en el desarrollo de la experiencia. Asentamiento y Barrio son dos acepciones compartidas y diferenciadas por los pobladores, que aún no han sido problematizadas explícitamente, ni tenidas como tema de discusión, pero que se usan de acuerdo al nivel de riña que se tiene con la denominación institucional impuesta, que los señala y “condena” a asumirse como asentamiento humano, y que los encierra en un marco jurídico que nos les permite salir de allí; problemática inicial para un proceso de identidad colectiva.

Las personas que lo conciben como asentamiento sustentan esta apreciación a partir de un acto central que llaman “invasión”, la cual es llevada a cabo por personas y grupos desplazados que actuaron de esta forma dada las condiciones de precariedad económica que se les imponían; posterior a esta afirmación plantean una serie de elementos que lo caracterizan como un escenario donde no existen las figuras representativas de organización barrial como la Junta de Acción Comunal, la ausencia de la legalización territorial y titulación predial de las viviendas; donde las casas están elaboradas con esterilla, no se paga arriendo y “no existe” un ordenamiento físico y organizativo, por lo que concluyen que el lugar no es propio. Sin embargo, en la mayoría de casos estas personas basan su opinión en el imaginario colectivo instalado desde los inicios de la ocupación, y que además se reafirma por el sostenimiento de algunos indicadores calificados para asentamientos desde el discurso oficial y disposiciones gubernamentales.

De otro lado, la concepción de barrio es más argumentada, en comparación con la anterior, dejando en evidencia que es una elaboración propia y alimentada por las vivencias dentro del lugar. Un barrio, para los habitantes de El Árbol, es un escenario donde se han organizado para construir con esfuerzo todo lo que hasta el momento tienen, refiriéndose a las instalaciones físicas y a la configuración de una comunidad unida que es capaz de transformar el medio en un ambiente propicio para habitar; señalan que han hecho una “pelea jurídica” intentando la legalización del espacio. A partir de esto, se referencia un conjunto de características tales como el pago de servicios públicos, una demografía amplia, una cantidad considerable de casas, el reconocimiento por otros barrios, la pertenencia a la ciudad, concluyendo que son dueños y propietarios del producto de tal esfuerzo, es decir del barrio.

A partir de estos planteamientos, podemos decir que la figura de barrio no representaría en el momento una sofisticada estructura física, sino el conjunto de construcciones materiales y no materiales que permanecen en el tiempo. Esto es debido a que la formación del asentamiento atraviesa una frontera temporal que se sobrepone a la relación con el Estado y la legalización, y parte de ello para exaltar el significado de lucha, en este sentido, el asentamiento es un lugar de paso mientras que el barrio se establece y emerge como nuevo sentido de lucha y justificación para no permitir el desalojo. En otras palabras, tiene una continuidad que permite la consolidación del espacio sin la intervención estatal. Para Korosec-Serfaty (1976, en Vidal, 2004, p. 7),

La apropiación del espacio es un proceso dinámico de interacción de la persona con el medio. No es una adaptación. Es el dominio de una aptitud, la capacidad de apropiación. Independientemente de su propiedad legal, es el dominio de las significaciones del espacio lo que es apropiado.

El espacio de El Árbol reafirma el sentido de lo comunitario, porque la gente produce lo que necesita, marcando la diferencia con otros barrios de la ciudad que son más pasivos para la superación de sus propias problemáticas; sin embargo, la introducción y operación del Estado y otras organizaciones es concreta así no sea percibida claramente por las personas, pues de hecho existen ánimos generalizados que acatan la entrada de instituciones, ONG y partidos políticos. De otra parte, el movimiento espacial cuenta con unos puntos distribuidos en el espacio que canalizan la historicidad, lo potenciable presente y la proyección futura de las producciones colectivas e individuales. Algunos de estos puntos, se materializan en lugares físicos, los cuales podemos discernir como referentes funcionales y emblemáticos. En El Árbol, los lugares más representativos son donde confluyen los procesos colectivos, es decir aquellos que tienen una carga comunitaria que en el pasado, presente o futuro impulsaron o pueden impulsar la defensa del espacio, las reglas de convivencia, los proyectos educativos, de recreación, entre otros. Estos lugares de imbricación, son poseedores de diversas significaciones que se han transformado a través del tiempo por los distintos modos de entender y necesitar el espacio.

Una forma concreta de lo anterior, es el control de Transportes Cañaveral que queda en la parte baja del Árbol, el cual es un lugar que trazó una marca en la memoria de los habitantes ya que constituía el sitio de encuentro masivo para preparar acciones defensivas frente al desalojo, este uso colectivo que resguardaba una intención común generó un contenido de apropiación en el lugar, que hoy les permite proyectar en el tiempo sus propios sueños, como la instalación del parque de diversiones para los niños y niñas en cuanto sea desmontada la empresa de transportes.

Como referente de lugar emblemático está el gran árbol ubicado en la manzana 3, este se ha convertido en un símbolo que representa el sentido comunitario construido con base en la lucha por conservar el espacio, de acuerdo a esto, los pilares que sostienen este símbolo son los distintos orígenes culturales, sociales y geográficos de los habitantes que componen la diversidad cultural en El Árbol.

Según las necesidades emergentes en determinados periodos, los sujetos van moldeando una nueva definición de uso hacia los lugares, que se adaptan según determine la situación: por el crecimiento de población infantil en relación a la necesidad de espacios para el cuidado, los reducidos espacios para los distintos intereses de las personas, el sostenimiento de encuentros para el proceso organizativo, entre otros.

Entre los sitios más frecuentados por adultos, jóvenes y niños, para dar vía a los rituales cotidianos de socialización, recreación, educación, juegos, etc., se encuentran las casas de los vecinos, el control, la caseta comunitaria, la tienda, la torre, las calles y el billar. Ahora bien, todos estos componentes interdependientes de las actitudes de las personas que periódicamente transforman los usos y concepciones, conforman una totalidad, que en este caso representa la espacialidad permanentemente dinamizada por las representaciones y prácticas de los habitantes.

Acorde con lo dicho anteriormente, El Árbol, es el hogar de convivencia vecinal que desde los valores sociales de unidad y colaboración, constituidos desde la lucha por la vivienda, la mediación con otros actores y la construcción autónoma de sus propios satisfactores materiales y no materiales, modelaron un espacio cómodo y tranquilo para ofrecer una expectativa de vida a sus familias.

La construcción del espacio hacia afuera

El proceso interno de identificación social, se ha configurado de un lado por los criterios adquiridos en el proceso que han tenido desde su primera etapa hasta este momento, y de otra parte en contradicción y similitud de los otros barrios y los asentamientos vecinos, es decir que se recrean y reconocen a sí mismos en contraste con otros lugares, desde donde resaltan las características personales y espaciales propias en relación con las ajenas.

Desde esta perspectiva, lo que hace diferente al Árbol de otros lugares es que sus prácticas de violencia no han alcanzado los niveles más fuertes de otras experiencias, hasta el momento ha sido asesinada una persona y los escasos reportes de robo han sido autoría de personas ajenas al lugar; expresan que el problema de bandas o pandillas aun es controlable, y que los consumidores de sustancias psicoactivas llevan su adicción fuera de sus límites geográficos. Así mismo, plantean que las construcciones de las viviendas son en esterilla, no tienen escritura de estas y hace falta inversión de parte del gobierno, pero aprueban, al tiempo, el esfuerzo colectivo que difícilmente encontrarían en otros lugares.

En cambio, los aspectos que forman las semejanzas con los demás espacios, tienen que ver con sus aspiraciones de progreso y de la imitación del esquema físico de los barrios, lo cual revela la importancia de la dimensión estética del Árbol en los habitantes que pretenden realizar el cambio de los “ranchos” de esterilla a la casa de ladrillo, elemento que además hace parte de la conceptualización que ellos mismos hacen de barrio y sus representaciones.

La interacción social con otros barrios es poca y se hace concreta por vínculos familiares y de algunos pasos para la conformación de redes organizativas con otras comunidades que reivindican también el derecho a la vivienda, pero generalmente son interdependencias funcionales que tocan las necesidades de los individuos y familias, en casos como los sitios de trabajo, los centros de salud, los supermercados, los centros educativos, etc. Esto devela un espacio demarcado en el interior por la posibilidad de problematizar y actuar frente a sus propias afectaciones, contrario a la brecha que ha generado el modelo urbano imperante, que no permite un entendimiento orgánico y solidario con otros espacios.

Conclusiones

Esperamos que este documento refleje una experiencia cargada, ante todo, de la lucha de una comunidad por tener un espacio físico donde habitar, un espacio social para convivir y un espacio simbólico para ser. A partir de esto, el trabajo académico se acercó al reconocimiento del sujeto y el proceso por el que ha pasado en la construcción de El Árbol; no para encerrarlo en su categoría de asentamiento, sino para permitir explicar las condiciones que se viven para llegar a la movilización de este problema urbano.

Creemos que las causas que estructuran este fenómeno, las características de las personas que ocuparon el terreno, el cómo llegaron al lugar y las condiciones en que éste se encontraba, la justificación a su actuar, las condiciones de vida, el surgimiento de un sentido comunitario y la construcción de comunidad, constituyen aspectos que se desprenden del proceso de apropiación que emprendieron estas familias desde hace cinco años, y para conocerlos implicó indagar la memoria en torno a su espacio y las formas en cómo hoy continúan transformándolo.

Los recuerdos nos permitieron reconstruir una concepción del espacio, el cual no es meramente un lugar en el que se encuentran determinadas condiciones físicas; sino aquél en el que ocurren las relaciones sociales y culturales; en donde las personas que lo viven generan un sistema propio de símbolos, valores, y aspiraciones, generando un sentido de pertenencia, en clave de sus necesidades de vivienda. Estas narraciones, aun cuando se les considere en forma aislada, bosquejan la conflictividad que viven los asentamientos en particular y en el municipio de Santiago de Cali.

En el marco contextual de violencia, el proceso de apropiación del espacio para cada sujeto que, en este caso, encarnan los individuos, familias, grupos étnicos-sociales, comunidad y ciudad, se puede explicar de diferentes formas, ya que el entorno se vive de acuerdo al grupo que lo conforma: el de las mujeres, el de los hombres, niños, jóvenes y otro desde las diferentes composiciones étnicas-sociales, y podemos agregar otra explicación desde el Estado, donde entre todos se genera una forma de negociación constante.

El Árbol es entonces, un lugar de anclaje para estos actores sociales que atraviesan un proceso sistemático de violencia y exclusión. Este se inició en tierras rurales cuando los despojaron por diversos motivos de sus territorios, lo cual es fuente de las marcas históricas del sujeto y sus experiencias pasadas (historicidad del sujeto); y continuó en las condiciones actuales en las que se establecieron como asentamiento, en donde además de enfrentar repetidamente los intentos de desalojos, son excluidos del plano económico, social y cultural de la ciudad (condiciones del espacio), lo que arroja historias y contextos conectados en el problema de la tenencia de la tierra, y los coloca en un ámbito de proyección familiar y comunitaria que confronta sus sueños con las condiciones concretas del periodo.

De esta forma, el asentamiento representa el esfuerzo por recrear sus vidas en un nuevo espacio a partir de los elementos que los identifican como sus pasados y necesidades, y de acuerdo a esto generan unas dimensiones que están compuestas por una serie de acciones no intencionadas y otras con sentidos cooperativos y experienciales que producen el espacio físico. De un lado, los grados de intencionalidad permiten que las transformaciones de este espacio sean de diversas maneras, y de otro lado, el asentamiento permanece en el tiempo por el principio comunitario y rector de la vida cotidiana de sus habitantes, que se agrega a la apuesta conjunta de configurar la identidad social con base a un propósito común, este espacio social es donde además se desarrollan las relaciones de convivencia, el espacio simbólico y los relaciones de poder en la comunidad, que están contenidos en la memoria de los habitantes .

En suma, los sujetos como sus espacios emergen de un contexto de violencia que intenta ser superado en la construcción de comunidad. Las acciones y la identidad se generan en un proceso complejo de relaciones, que desde la diversidad social son conducidos por un sentido de cooperación que se fortalece por las amenazas externas desarrolladas por el sistema urbano; sin embargo, estas amenazas a su vez, afectan el interior del proceso y genera contradicciones y otros conflictos en el escenario. El espacio se transforma y su significación también, por tanto la memoria y el sentido de las experiencias individuales y colectivas como fuentes de este estudio, nos permiten suponer lo necesario y permanente que deben ser los ejercicios investigativos a este movimiento urbano y la necesidad de exigir espacios dignos, reales y legales para los pueblos y ciudadanos de este país.

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Notas

[i] La investigación se realizó como ejercicio académico para optar en 2014 al título de Licenciadas en Educación Popular, del Instituto de Educación y Pedagogía de la Universidad del Valle. El trabajo se tituló “Proceso de apropiación del espacio en el contexto socio-histórico del asentamiento El Árbol en la ciudad de Santiago de Cali” realizado por las estudiantes Erika Castrillón y Natalia García, con el apoyo del profesor Milton Trujillo.
[1] Datos encontrados en la Encuesta No. 20, Pregunta 9, realizada el 16 de mayo del 2014.
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