Artículos

La primera vez en política. La construcción del compromiso político en la escuela secundaria

First Time in Politics. The Building of Politic Commitment During High School

Marina Larrondo
Universidad Nacional de Tres de Febrero / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) / Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), Argentina

Revista Argentina de Estudios de Juventud

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN-e: 1852-4907

Periodicidad: Frecuencia continua

núm. 18, e084, 2024

direccion.publicaciones@perio.unlp.edu.ar

Recepción: 22 Agosto 2023

Aprobación: 03 Mayo 2024

Publicación: 19 Junio 2024



DOI: https://doi.org/10.24215/18524907e084

Resumen: En el presente artículo se analiza el inicio del primer compromiso político en jóvenes estudiantes secundarios/as de la provincia de Buenos Aires, Argentina. En particular, se focaliza en aquellos factores que contribuyen a la conformación de disposiciones y de aprendizajes políticos que colaboran en el pasaje a la acción, es decir, en la decisión de comenzar una participación activa en espacios políticos. Se analizan las continuidades y los cambios que presentan las formas en las se inician los compromisos distintas generaciones políticas entre los años 1983 y 2023.

Palabras clave: militancia, carrera, secundaria, política.

Abstract: The following paper analyzes the beginning of the first political commitment of high school students from the province of Buenos Aires, Argentina. In particular, it centers in the factors that contribute to the formation of dispositions and political learnings which contribute with the course of action, that is to say, in the decision to initiate an active political participation in public places. Continuity and change produced by the way of initiating the commitments between the different political generations from 1983 up to 2023.

Keywords: activism, careers, high school, politics.

Introducción

El objetivo de este artículo es presentar los resultados iniciales de una investigación en curso sobre cómo se construye la primera experiencia de compromiso político en el caso de los/as jóvenes estudiantes secundarios. Más precisamente, se busca indagar cómo inician sus carreras de militancia y qué factores contribuyen a ello. Los hallazgos se presentan como «pinceladas» que comparan las características más generales y sobresalientes de estos compromisos y de sus inicios. Se privilegió un volumen importante de datos que permitió captar regularidades de época, en lugar de enfatizar y de detallar aspectos más interpretativos en relación con las subjetividades políticas juveniles, lo que se realizará en otros trabajos. En este sentido, los resultados son un puntapié inicial para desarrollar posteriores hipótesis de trabajo que focalicen en las diversidades de cada subperíodo.

La participación política en la escuela secundaria reviste de un particular interés por dos motivos: por su interés como forma de militancia en sí misma y porque contribuye al campo de los estudios de las carreras de militancia en general, dado que suele ser el primer compromiso de los militantes jóvenes e, incluso, de militantes y de activistas consagrados. Las características que se presentan constituyen una primera aproximación empírica en un doble sentido: por un lado, se rastrea el momento en el que se construye la disposición al compromiso; por otro lado, se indaga en las condiciones de posibilidad y en los factores que contribuyen al ingreso a grupos, espacios y causas de militancia concretos. Así, se da cuenta de un proceso de socialización política que se nutre de múltiples experiencias y que, en ocasiones, comienza en la infancia.

Para ello, se analizaron y se compararon entrevistas biográficas producidas en distintos contextos de investigaciones propias, las cuales recogen los testimonios de militantes y de ex militantes secundarios/as de la Provincia de Buenos Aires, Argentina que participaron en política por primera vez en y/o desde la escuela secundaria entre los años 1983 y 2022. El análisis se focaliza en la entrada a la militancia.

Devenir militante: aspectos conceptuales y metodológicos

El marco con el que trabajamos parte de la noción de carrera (Becker, 2009) y retoma conceptos clave provenientes de la sociología del compromiso militante, el cual propone pensar la militancia como un proceso: interesan aquí qué factores hacen a la predisposición a la militancia, cómo se produce el pasaje de la adhesión a la militancia activa y de qué modos se desarrolla el quehacer militante en el marco de espacios y de agrupaciones que condicionan ciertas decisiones «subjetivas» (Fillieule, 2015; Agrikoliansky, 2017). Considerada una decisión aparentemente «subjetiva» y/o «individual», el pasaje a un compromiso activo se concibe como una síntesis de decisiones personales y de atribuciones de sentido en el marco de procesos y de relaciones sociales que las condicionan y las posibilitan: «Si la unidad pertinente es el individuo, este no se considera al margen de las lógicas sociales colectivas que se le imponen y de las condiciones en las cuales trama con otros individuos relaciones sociales determinantes de sus compromisos» (Fillieule, 2015, p. 202).

Se desprende de lo anterior que uno de los conceptos clave es el de socialización política. Así, la sociología del compromiso propone mirar las disposiciones construidas en ciertos ámbitos socializadores y cómo estas se activan (o no) y culminan en un pasaje al acto (un comienzo en la militancia) en diferentes contextos. Para dar cuenta de este proceso, es necesario analizar la construcción de las disposiciones al compromiso, es decir, la socialización política (Benedicto, 1995; Fillieule, 2013; Jennings, 2007; Masclet, 2016), entendida como un proceso dinámico en el que tienen fuerte peso las primeras experiencias que generan esquemas de percepción y prácticas (disposiciones) (Lahire, 2007, 2012), que se reactualizan y se retroalimentan, en forma permanente, a partir de los diferentes ámbitos y espacios sociales en los que los sujetos construyen aprendizajes políticos. Estos espacios incluyen la familia, la acción colectiva, los movimientos sociales y los consumos culturales iniciales (Fillieule, 2013; Lahire, 2006, 2012; Jennings, 2007; Masclet, 2016) y, más recientemente, las redes sociales.

La noción de disposición, en lugar del más frecuentemente utilizado habitus, rescata la pluralidad y la complejidad que suele encontrarse en el análisis empírico de los relatos experienciales. Como señala Bernard Lahire (2012), los esquemas de apreciación que constituyen las disposiciones suelen ser más bien heterogéneos y contradictorios, antes que unificados y unificadores, debido a la pluralidad de espacios en los que los sujetos se socializan. El ámbito familiar es un espacio central en el cual se forjan las disposiciones al compromiso. De acuerdo con Camille Masclet (2016), la herencia de disposiciones políticas o militantes no se hace de manera automática: la socialización se estudia a través de sus vectores, de su contexto, así como de la forma en que se la apropian los sujetos que no son receptores pasivos. En coincidencia con lo anterior, para Lucie Bargel y Muriel Darmon (2017), el estudio de los procesos de socialización debe incorporar una visión más amplia, que incluya, por ejemplo, la exposición a diversos bienes culturales o grupos de pares extra-familiares. Por supuesto, la socialización familiar y su influencia muestran una variación en función de la intensidad del compromiso familiar. De allí que sea probable que las identidades políticas se hereden más fielmente cuanto mayor compromiso militante activo (afiliación partidaria, militancia activa) tengan los padres (Jennings, 2007).

En relación con las organizaciones propiamente dichas, y en línea con lo propuesto por Olivier Fillieule (2020), podemos decir que la labor de socialización de las organizaciones se entiende como «una asunción de roles que le permiten al individuo realizar sus tareas correctamente e identificar los roles con los que está tratando» (p. 10). Esta «socialización institucional», como la llama el autor, se vincula con dos cuestiones: la adquisición de recursos y la conformación del saber-hacer militante, por un lado, y la «adquisición de una ideología», esto es, la interiorización de una visión del mundo, del lugar del grupo en ese mundo y del propio lugar dentro del grupo, por otro lado. Asimismo, es de destacar que la adquisición de estos esquemas y aprendizajes políticos hacen a la construcción de un capital militante (Poupeau & Matonti, 2007) capaz de valorizarse, con sus propias reglas, en distintos espacios políticos y no políticos.

En el marco de este trabajo, insistimos, centramos el análisis no tanto en los efectos de larga duración de la socialización dada en los espacios políticos en sí, sino en la construcción de las predisposiciones y en la asunción del primer compromiso político. En dicho alcance, analizamos las potencialidades y la construcción de capitales militantes.

Por último, es importante reponer que la militancia secundaria tiene actores establecidos y formas organizativas de larga data (Larrondo, 2014), pero que se van conjugando, adhiriendo y mixturando con nuevas causas públicas que los trascienden. Esto se vincula con un rasgo que debe tenerse en cuenta a la hora de trabajar con la categoría de carrera: la presencia de puntos de viraje y de acontecimientos que hacen a los cambios de perspectiva de los sujetos y que, muy frecuentemente, se vinculan con estos cambios macrosociales. En otras palabras, importan los eventos / encuentros y acciones fortuitas que motorizan la vida de los sujetos y el modo en el que se mixturan con aquellas condiciones y, particularmente, con las causas públicas disponibles en cada momento. Es decir, las causas y los espacios disponibles condicionan e impulsan la entrada a la militancia (Berardi Spairani, 2020). Como sostiene Annie Collovald (2002),

las disposiciones hacia el compromiso […] son impulsadas por el encuentro entre las dinámicas de las trayectorias sociales y de las oportunidades, construidas socialmente y políticamente, ofrecidas a las aspiraciones, los proyectos o los ideales preconstituidos para realizarse (p. 194).

La estrategia utilizada para analizar el comienzo del compromiso es el enfoque biográfico bajo el abordaje teórico metodológico denominado Life Stories (Meccia, 2020). Se trata de un enfoque interpretativista mediante el cual se busca identificar y reconstruir procesos subjetivos como foco central, y que tiene como telón de fondo la reconstrucción de las realidades macrosociales, lo que contribuye a explicar las perspectivas del actor. De este modo, en esos relatos retrospectivos se buscan puntos de inflexión (Sautu, 1999) que marcan momentos significativos de cambios en la dirección del curso de vida (Güelman, 2013). Los aspectos macrosociales –esto es, causas militantes disponibles, contextos sociohistóricos y características de los espacios políticos en los que se desarrollan estos relatos– son condicionantes y posibilitadores objetivos sobre los que trabaja la subjetividad (Meccia, 2020; Fillieule, 2015) y, por ello, son reconstruidos en secciones posteriores. También se consideraron estudios que analizan los compromisos juveniles desde perspectivas metodológicas similares, para enriquecer y para corroborar las lecturas de los datos. Es importante recordar que el acceso a los/as entrevistados/as no siempre resulta fácil, especialmente, en los últimos periodos. La pandemia y el carácter de menor de edad de muchos/as jóvenes hace que su reclutamiento y la posterior entrevista presencial redunden en un desafío extra.

En relación con la estrategia de análisis de los datos, el enfoque biográfico es compatible con diversas perspectivas y tratamientos. En este caso, optamos por el análisis de emergentes temáticos en el marco de la teoría fundamentada con el fin de registrar regularidades que den cuenta de factores comunes y de diferencias típicas (Kornblit, 2004). Estos emergentes de los datos son aquellos vinculados a la predisposición a la militancia, a los modos y a los espacios de compromiso / involucramiento (Strauss & Corbin, 2016).

A continuación, se presenta el listado de los/as entrevistados/as seleccionados/as para este trabajo. Junto a su seudónimo se indican los años y la ciudad en los que cursaron la escuela secundaria, el tipo de militancia y el espacio / identidad política de pertenencia. La selección de los casos se basó en la pertenencia a los periodos estudiados, la diversidad geográfica, el tipo de militancia prevalente en cada periodo y los espacios políticos e identidades más relevantes en cada momento.





Caracterización de los/as entrevistados/as seleccionados/as para este trabajo

Fuente: elaboración propia

Generaciones políticas, espacios y causas disponibles en los distintos ciclos políticos

La militancia secundaria se enmarca en un contexto sociopolítico más amplio que contribuye a explicarla. Estudios previos han reconstruido y han analizado el movimiento estudiantil secundario (Larrondo & Nuñez, 2021), mientras que otros trabajos dan cuenta de las características de la militancia juvenil durante los años de la transición democrática en la Argentina, la década de 1990 y los 2000 (Bonvillani, Palermo, Vázquez & Vommaro, 2008; Vommaro, Larrondo, Nuñez & Vázquez, 2021). Durante la transición democrática, la militancia se constituyó a partir de una clara oposición a la militancia revolucionaria de la década de 1970. En esos años, se trataba de hacer política desde, para y por las reglas del juego de la democracia formal y a partir de instituciones: partidos políticos, centros de estudiantes, sindicatos. El movimiento estudiantil secundario se estructuró desde las ramas de secundarios de los partidos políticos que proveían a sus militantes herramientas discursivas, políticas y organizativas para incidir y para promover la formación de centros de estudiantes y de coordinadoras a nivel local. Los reclamos se vinculaban a la modernización de los planes de estudio, el boleto escolar gratuito, una mayor democratización de las escuelas y el pedido por «hacer política en serio», y no mera actividad cultural y cooperativa.

Este escenario cambió durante los años noventa. La «larga década neoliberal» estuvo caracterizada por el distanciamiento de los/as jóvenes de la política institucional (partidos políticos) y por la canalización de su participación política a través de movimientos sociales territoriales, agrupaciones u organismos de derechos humanos y/o independientes. Todo ello, en el marco en un proceso sociohistórico que redefinió la relación entre la ciudadanía y la política, pero también los lugares de las instituciones políticas y estatales, conocido como territorialización de la política (Rossi, 2019).

Este proceso será muy relevante y tendrá efectos en el mediano y en el largo plazo. En la escuela secundaria propiamente dicha comenzó un período de luchas en oposición a la reforma educativa llevada adelante por el entonces presidente Carlos Menem, que incluía la transferencia de servicios educativos de la jurisdicción nacional a las provinciales, cambios en las estructuras de las modalidades y los ciclos, y recortes en los sucesivos presupuestos educativos. La protesta en contra de dichas reformas, los reclamos en solidaridad con docentes y con movimientos de trabajadores desocupados y la alianza de los/as militantes secundarios/as con la causa antiviolencia policial hacia los/as jóvenes y otros movimientos de derechos humanos caracterizaron al movimiento estudiantil secundario en ese período. En los primeros años de la década de los dos mil, el movimiento estudiantil entró en una relativa latencia.

A partir de los años 2009-2010, se vislumbra una revitalización de la participación en organizaciones del movimiento estudiantil secundario, motorizada por dos factores interrelacionados. El primero, se relaciona con un proceso general de emergencia y de «auge» de una militancia juvenil kirchnerista, fuertemente interpelada por el Estado, entre los años 2008-2009 y 2015. El segundo, con la implementación de políticas públicas y educativas que impulsaron, de modo estratégico, la participación en el ámbito escolar, social y comunitario (Vázquez, 2016). El actor «juventud» y, de manera más específica, los/as estudiantes secundarios/as se instalaron como protagonistas luego del conflicto con las patronales rurales, en 2008, un evento que polarizó a la sociedad argentina y que llevó a muchos/as jóvenes a expresarse en las calles y en las redes sociales. Este crecimiento se acentuó tras el fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, en 2010, que promovió una fuerte adhesión de jóvenes al denominado proyecto nacional y popular (Artola, 2012; Pérez & Natalucci, 2012).

Esta «juventud que se hacía visible» fue tomada como hito simbólico por el discurso oficial –especialmente, por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner–, lo que contribuyó a engrosar la idea de que los/as jóvenes retornaban o se sumaban a la política de un modo masivo. El «conflicto de la 125»,1 en 2008, y su extensión, generó no solo el aumento de una militancia juvenil oficialista sino que propició la visibilización de otras juventudes partidarias opositoras que habían cobrado fuerza en años recientes o que surgieron en ese contexto. Los trabajos de los/as autores/as que investigaron a las juventudes del PRO, principal partido de la alianza Cambiemos, de orientación de centro derecha (Cozachcow, 2013; Vommaro & Morresi, 2014), muestran que una parte importante de estos/as jóvenes comenzó a participar políticamente debido a esa coyuntura. Como era de esperar, este «auge» de las juventudes políticas repercutió en las organizaciones del movimiento estudiantil secundario, en el que las agrupaciones kirchneristas tomaron una visibilidad y una presencia indiscutibles. Pero, principalmente, la irrupción de los grupos estudiantiles de orientación kirchnerista generó un desafío y planteó una disputa en las identidades que, hasta entonces, tenían un protagonismo casi único en el movimiento estudiantil. Los espacios juveniles independientes sostenían una mirada crítica en torno a las identidades político-partidarias y, aun en sus diferencias, tenían una notable actuación en barrios, en universidades y en escuelas secundarias.

Por su parte, fueron las juventudes de izquierda que estaban organizadas las que quizás más respondieron en el espacio público al advenimiento de la juventud kirchnerista. Por supuesto, lo hicieron a partir de marcar una fuerte distancia y oposición, y de rechazar el discurso oficial acerca del encantamiento de los jóvenes con el «proyecto nacional y popular». El asesinato del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra, durante una protesta sindical, desató el reclamo de justicia, pero también habilitó la construcción de un hito simbólico diferenciador. Su figura se constituyó como emblema de la «verdadera juventud militante», la que siempre estuvo «en la calle luchando» y expresada en el eslogan «la juventud militante es la que lucha por el socialismo». Por su parte, si bien el partido PRO, por su estrategia partidaria y su orientación ideológica, no formó parte del movimiento estudiantil secundario, resulta relevante dado que desde fines de la década de 1980 no se conformaba una juventud política con esa orientación ideológica.

El año 2015 marcó un nuevo hito para el activismo juvenil y para la militancia secundaria. En primer lugar, el cambio de signo del nuevo gobierno, de centro derecha, implicó un relativo declive de las organizaciones juveniles kirchneristas, en general, y de aquellas que actuaban en el movimiento estudiantil secundario, en particular. Algunas medidas del nuevo gobierno, como los intentos de establecer recortes presupuestarios en el área educativa, implicaron la movilización masiva de las juventudes y de los centros de estudiantes, tanto kirchneristas como de izquierdas. Lo mismo sucedió en algunas localidades del conurbano bonaerense frente a episodios de violencia policial dirigidos a jóvenes. Sin embargo, el hecho que más fuertemente marcó la militancia secundaria e implicó una verdadera ruptura en cuanto a demandas, formatos y actores fue la irrupción del feminismo en las juventudes (Larrondo & Ponce Lara, 2019) y en la escuela secundaria. El movimiento iniciado por #NiUnaMenos, las masivas movilizaciones en torno a la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE)2 y las demandas por Educación Sexual Integral en las escuelas confluyeron en un movimiento que se reflejó en infinidad de protestas, de sentadas y de denuncias públicas que, a partir de 2015, recorrieron las escuelas secundarias tanto públicas como privadas.

Por último, la emergencia de la militancia en las nuevas derechas, especialmente en partidos liberales y en el espacio libertario que comenzó en 2019, se intensificó durante la pandemia de la covid-19, particularmente, en la etapa de aislamiento obligatorio. Desde entonces, se observa el advenimiento de sectores juveniles militantes que se definen abiertamente como antikirchneristas, anti-populistas, anticomunistas y liberales o, incluso, de derecha (Vázquez, 2022). Entre sus consignas, demandan un Estado mínimo, la baja de impuestos, el ultraliberalismo económico y la dolarización de la economía, pero también la defensa de valores tradicionales y conservadores como la familia y el derecho a portar armas, al tiempo que se declaran «antiprogres» y son mayormente opositores a lo que denominan «ideología de género». Esta militancia juvenil se caracteriza, por construir comunidad y sentido de pertenencia –identidad– a partir de la generación de contenidos en redes sociales (Kessler, Vommaro & Paladino, 2021) y de la difusión y la utilización de consumos culturales bien específicos como libros, videos producidos por influencers e intelectuales y profesionales de dicha orientación (Saferstein & Goldentul, 2022; Vázquez, 2022).

En definitiva, diversos movimientos conviven en el activismo juvenil actual: las militancias de izquierdas; las militancias kirchneristas / peronistas; la militancia de derechas, que incluye a los/as jóvenes libertarios/as; y el movimiento feminista y de la disidencia sexual, que atraviesa los tres primeros y que tiene cierta presencia en el último. Todos ellos están presentes en la escuela secundaria y, desde ya, en la militancia secundaria.

El recorrido hecho hasta aquí da cuenta de las características de las causas públicas, las militancias y los espacios políticos sobre y desde los cuales se van a iniciar y a construir los compromisos politicos juveniles, que serán asumidos por sujetos predispuestos –de determinadas maneras– a involucrarse. Sobre ello avanzamos en la sección siguiente.

Disposición, socializaciones políticas y paso a la acción

Si bien la literatura sobre socialización política marca que la familia tiene un lugar preponderante en este proceso, y el presente trabajo no es la excepción, lo cierto es que existen distintos matices y situaciones que conectan la socialización familiar y las predisposiciones políticas.

En primer lugar, encontramos una muy bien documentada y frecuente, la situación de «herencia»: jóvenes militantes que encuentran en la política un medio natural, relativamente dado. Socializados en una familia en la que la política se vive y se practica, lo más común es que inicien un compromiso en el centro de estudiantes y/o en un espacio ideológico afín (o el mismo) al del hogar. Un segundo tipo de socialización familiar se da en aquellas familias en las que la militancia político partidaria no necesariamente está presente, pero se encuentra algún tipo de participación o de involucramiento político vinculado a estar interesados/as, a hablar sobre temas políticos y, esporádicamente, a comprometerse en algunos espacios o causas. En tercer lugar, aparecen situaciones de desinterés por la política, aunque se reconocen afinidades o simpatías. Por último, el caso de las familias totalmente indiferentes a la política o, incluso, reacias o que se oponen a la participación. Es importante destacar que la «nula» referencia familiar es poco frecuente: la gran mayoría de los/as entrevistados/as alude a algún tipo de posición política familiar y la ubica en el espectro ideológico.

Como menciona Lahire (2007), la familia no es el único espacio de socialización y de construcción de las disposiciones políticas, sino que interactúa con otros: los grupos de pares, eventualmente, los espacios religiosos o académicos y/o las denominadas «culturas juveniles». Si bien este es un término considerablemente amplio, lo asumimos, aquí, en tanto grupalidades juveniles, virtuales o presenciales, en las que los/as jóvenes se subjetivan y construyen identidad a partir de ciertos objetos culturales, discursos y prácticas. En los casos analizados, aparecen otros agentes –que, en ocasiones, se entrelazan con estas grupalidades, dado que se conforman como parte de ellas– capaces de construir disposiciones políticas que «compiten» y se complementan con la familia, o bien se constituyen como el ámbito principal de socialización y de aprendizajes políticos. En primer lugar, podemos mencionar a los referentes: personas concretas que aparecen en los relatos como aquellas que revelan o que transmiten ciertos saberes o ideas sobre la política y que pueden ser docentes, amigos o compañeros. Ubicamos también en este rol a influencers, periodistas o tuiteros que en este último período se presentan como actores centrales. En segundo lugar, los propios espacios actúan como ámbito de formación política; estos son los centros de estudiantes, las actividades partidarias, el colectivo o el movimiento en el que se participa. Por último, encontramos una figura de socialización política muy específica: los eventos. Se trata de encuentros de jóvenes, casi siempre con alguna agenda de trabajo, discusión, tarea solidaria o puesta en marcha de proyectos didácticos, que forman parte de distintos programas y que son llevados a cabo por organizaciones estatales (políticas públicas o políticas educativas), partidarias o por ONG de distintas orientaciones políticas. Las marchas y las acciones de protesta también pueden considerarse eventos. Un ejemplo son las ferifiestas, festivales culturales al aire libre organizados por la Federación Juvenil Comunista durante la década de 1980, o los festivales de rock que en los años noventa organizaban coordinadoras de movimientos sociales. Durante los años posteriores a 2010, hubo, además, una fuerte presencia de políticas públicas participativas, muchas de las cuales incluían eventos. Estos se conformaron como espacios en los que los/as jóvenes tomaban contacto con la participación y/o con la política por primera vez (Vázquez, 2016; Roizen, Vázquez & Kriger, 2021). A modo de ejemplo, podemos mencionar los programas Parlamento Juvenil del Mercosur, (https://parlamentojuvenil.educ.ar/) Consejo Deliberante / Parlamento Joven, Jóvenes y Memoria, entre otros. Desde el ámbito de las ONG, se destacan las charlas TED o Junior Achievement.

De modo particular, cada relato sobre el inicio del compromiso combina estos factores: la influencia familiar y la configuración de sensibilidades o de intereses políticos «propios», el encuentro con una causa pública o espacio político (centro de estudiantes, rama partidaria, movimiento social), a través de un evento (o de varios), de un referente o, incluso, de lo que podemos denominar autoagenciamiento. Sugerimos esta última categoría para especificar un tipo de predisposición que se inicia desde la elaboración más «solitaria» que hacen algunos/as jóvenes sobre la política, a partir de lecturas, del uso de redes sociales y de consumos musicales que, luego, actúan como puntapié para buscar el espacio de militancia concreto más afín a estos intereses.

En síntesis, estos elementos que hacen a la construcción de una disposición al compromiso son distinguibles analíticamente, pero en los relatos –y, naturalmente, en la propia práctica– aparecen de modo más o menos simultáneo. Lo mismo sucede con el «pasaje a la acción», es decir, con la decisión de asumir un compromiso y de involucrarse en una serie de actividades que denominamos militancia, activismo o «participación activa». Cabe destacar que estos tres modos de compromiso no son sinónimos, pero la distinción propuesta resulta operativa en el marco de describir los inicios del compromiso.

Un primer grupo de emergentes de las entrevistas muestra que el comienzo de la militancia activa se produce, por lo general, a través de la entrada a la participación en dos espacios simultáneos: el centro de estudiantes o el espacio participativo de la escuela, por un lado; un espacio partidario, coordinadora estudiantil u otra causa / movimiento por fuera de la escuela, por otro lado. Incluimos en estos últimos a los espacios de activismo constituidos a través y por las redes sociales, que resultan clave, sobre todo, en el período de pandemia y de pospandemia. Ambos espacios suelen aparecer vinculados en el propio relato militante como mutuamente implicados. En el caso de las ramas de secundarios de los partidos políticos, el compromiso suele iniciarse desde el partido hacia la escuela, o bien, en la escuela a partir del centro de estudiantes y, desde allí, a través de referentes, comienza una participación en el espacio partidario o territorial / identitario. Asimismo, es posible encontrar una forma participativa netamente escolar o cooperativa que no trasciende de la causa escolar / estudiantil, aunque no es lo más común. En otras palabras: lo más frecuente es que el compromiso sea simultáneo y que la militancia secundaria trascienda lo escolar. En los relatos, estas instancias aparecen como indisociables, como parte de un compromiso político en el que lo escolar se entrelaza con cosmovisiones políticas más amplias. Estas formas de compromiso van a cambiar a lo largo de las distintas generaciones políticas, al igual que las características de las disposiciones y sus condiciones de producción.

El «pasaje al acto» y sus modalidades concretas varían, entonces, de acuerdo con las características de las disposiciones de los/as jóvenes y con cómo estas fueron construidas, pero también en función de los espacios y las causas disponibles en el entorno (presencia o no de centro de estudiantes en la escuela, ocurrencia de eventos políticos y culturales, acontecimientos, presencia de militancia partidaria o de movimientos a nivel ciudad / localidad) o, incluso, de acuerdo con lo azaroso de los encuentros con otros/as militantes o referentes, sobre todo, en ciudades pequeñas y, más aún, en la web. Las causas públicas que se constituyen como propiamente juveniles en cada momento histórico también forman parte de este locus que determina el pasaje a la acción, la elección de una causa o de un espacio político concreto al cual adherir. Este «menú» de formas de adhesión, de identidades y de causas se amplía a través de las décadas.

En definitiva, el inicio del compromiso concreto se juega en ese intersticio entre las disposiciones y las causas e identidades disponibles y próximas, las organizaciones y los «acontecimientos» en los que se puede participar. Se pasa a la acción no solo desde lo que se piensa y se adhiere, si no también desde lo que está disponible y cercano. Esto se modificó en los últimos veinte años a partir del uso de las redes sociales como constructoras de identidades, de comunidades y de grupalidades juveniles (Feixa, 2022), momento en el que aparece un autoagenciamiento de las causas y los compromisos, y una multiplicación de espacios, de causas y de formas de adherir. En las próximas secciones mostramos en mayor detalle como esto se despliega en los distintos momentos.

Como veremos en los siguientes apartados, los rasgos de los inicios en la carrera militante cambian a medida que lo hacen las generaciones políticas y combinan, de una manera particular, las disposiciones y los factores que posibilitan un pasaje al acto, con las formas concretas de militar, de «activar» o de participar.

Los inicios en la carrera militante

Los años ochenta y las herencias militantes

Durante la recuperación democrática, la militancia política se caracterizó por la figura del militante democrático (Vommaro, Larrondo, Nuñez & Vázquez, 2021). Quienes reconstruyeron las instituciones se plantearon un esfuerzo por la positiva: la institucionalidad fue la herramienta y la sociedad civil se lanzó a revitalizar los partidos politicos –mediante afiliaciones y una vigorosa vida partidaria–, los centros de estudiantes secundarios y universitarios, y hasta las asociaciones cooperativas, barriales y territoriales. El saber hacer militante que posibilitó participar en la democracia estaba distribuido entre algunos grupos que tenían experiencia previa y aquellos sujetos (sobre todo, jóvenes) que se lanzaron a aprender desde cero las nuevas reglas de juego. En este marco, en los relatos de la militancia joven prevalecen jóvenes de distintas identidades pero provenientes de familias con cierto involucramiento político y expertisse militante.

Para este período, se observan formas «hereditarias» de construcción de la disposición al compromiso. La socialización política familiar redunda en una transmisión bastante directa de las ideas, las cosmovisiones y las identidades político-partidarias y en la decisión de comenzar a militar en espacios políticos acordes a ello. Casi la totalidad de los/as entrevistados/as refiere a una familia militante con una identidad política bien definida (peronismo, radicalismo, izquierda) y entusiasmada con el retorno de la democracia. A partir de esta efervescencia que «se mama» en casa, los/as jóvenes comenzaron a participar en la coordinadora estudiantil de la localidad y/o en la rama juvenil del partido político (es el caso de Ariel P., en el peronismo; de Lorena, en el radicalismo; o de Ariel B., en la unidad básica del peronismo renovador de su localidad). Asimismo, los estratos sociales de procedencia de los/as entrevistados/as suelen ser muy similares. Mayormente, se trata de jóvenes de clase media, con un alto capital cultural de origen, que concurren a escuelas públicas reconocidas en sus ciudades.

Al respecto, resulta muy interesante el caso de Ariel B., porque ilustra la presencia de estos aprendizajes políticos que redundan en la construcción de un interés propio por la política y por ciertas causas de corte progresista que fueron transmitidas en la familia, pero que no necesariamente culminaron en la «copia» de la identidad política de sus padres, que se identificaban con la izquierda. En la entrevista, Ariel B. señala que construyó su preferencia y su elección a partir de la atmósfera política familiar, de la lectura de libros y de revistas que encontraba en su casa, y de las charlas con su amigo peronista presidente del centro de estudiantes. Los casos de Marcos y de Marcelo, jóvenes provenientes de una clase media no politizada en términos partidarios, representan formas de militancia menos típicas: se trata de una militancia puramente escolar / cooperativa. Ambos integraban y participaban en centros de estudiantes secundarios de corte cooperativo / solidario sin vinculación con causas o con espacios político-partidarios, pero relacionados con ámbitos de socialización comunitaria previa (scoutismo e Iglesia Católica). La militancia cooperativa no se explica tanto por la influencia familiar sino por la fuerte injerencia de los ámbitos de sociabilidad y de acción colectiva en los que ambos estaban inmersos: la iglesia y el grupo scout o la biblioteca escolar. La centralidad de esos espacios como ámbitos de socialización política (en su versión participativa) será muy diferente en la generación siguiente.

Los años noventa y los cambios en los estilos del compromiso

Los relatos de los/as militantes de los años noventa y comienzos de la década de los dos mil muestran claras diferencias con los anteriores. En primer lugar, si bien muchos/as provienen de familias con un interés por la política o, incluso, con experiencias en la militancia sindical, no en todos los casos hay una familia militante. En los relatos, aparece otra figura: la familia «que simpatiza» o en la que «siempre se habló» de política, pero que no necesariamente participó o participa. Asimismo, se trata de jóvenes que no solo concurrían a escuelas «reconocidas» en el ámbito local, sino también a escuelas consideradas como «periféricas» o menos prestigiosas. En segundo lugar, ninguno/a de los/as jóvenes se involucró a partir de partidos políticos, sino de causas (principalmente, de derechos humanos), de la asistencia a eventos de protesta y de trabajo comunitario en movimientos sociales territoriales y/o de trabajadores desocupados; incluso, desde espacios culturales como los recitales de rock, considerados de «resistencia», de oposición al gobierno y, en términos más amplios, al neoliberalismo.

Los casos de Paola y de Yamila son ejemplos paradigmáticos en este sentido. Ambas iniciaron su militancia en la escuela, pero, a la vez, comprometidas con el trabajo barrial y con organizaciones de derechos humanos vinculadas a la militancia anti represión policial e institucional. También aparecen relatos sobre una participación más anfibia y «distanciada», desconfiada. Es el caso de Santiago, quien proviene de una familia a la que describe como bastante politizada y define su ideología como «antineoliberalismo» y más cercana a la música como identidad política. Su involucramiento comenzó desde la radio de la escuela, con una participación muy marginal en el centro de estudiantes. La afinidad política y el espacio identitario que describe es con ciertas bandas de rock que expresaban críticas sociales y mensajes políticos.

La presencia de estos relatos no implica el borramiento de los estilos de compromiso que prevalecían en la década anterior: una parte importante de los/as jóvenes militantes de los noventa proviene de familias militantes y de alto capital cultural y asistía a escuelas públicas reconocidas (como los casos de Santiago L. y de Dolores, quienes hasta el día de hoy sostienen una militancia en un partido de izquierda). Justamente, lo que se muestran son estilos de compromiso que emergen y que se destacan como característicos de una generación.

El kircherismo y la diversificación de las formas de inicio del compromiso

Durante el período de auge del kirchnerismo en términos de participación (2008-2015), y en relación con los cambios antes señalados, se observa una nueva configuración, dada por una ampliación en las formas de inicio del compromiso. Estos cambios se explican por la ampliación en términos de jóvenes predispuestos a participar y por la diversificación de los espacios de socialización política, de aprendizajes políticos y de «reclutamiento». Los relatos evidencian la presencia de familias sin experiencia militante y de orígenes más humildes, lo que se explica por la ampliación de la matrícula que, en términos socioeconómicos, experimentó el sistema educativo desde los años noventa.

En este período, se vuelven a encontrar jóvenes que provienen de familias militantes y que inician su compromiso en los centros de estudiantes, en coordinadoras y en espacios partidarios. Muchos/as, además, comparten en su familia un fuerte entusiasmo con el proyecto «nacional y popular» (kirchnerista). Tal es el caso de Luciano, de Luci y de Ludovico (La Cámpora) y de Melany (La Gloriosa UES), quienes se definen como miembros de familias peronistas. Sin embargo, también aparecen otras identidades políticas como las de Juan (Juventud Guevarista), Pedro (Unión de Juventudes por el Socialismo) y Lucas (izquierda independiente) que remiten a una militancia familiar.

Pero, como anticipáramos, también se encuentran inicios más diversos. Por un lado, jóvenes que provienen de familias de sectores populares que no reconocen una militancia orgánica, sino experiencias de trabajo barrial o sindical, como es el caso de María. En estos casos, se mencionan ciertos eventos o experiencias que contribuyeron a construir un primer interés en la política y que surgieron más allá de la familia o de los/as amigos. Para María, el compromiso se inició con su participación en el centro de estudiantes y en el programa Concejo Deliberante Joven, simultáneamente. Por otro lado, encontramos jóvenes con familias que no tienen experiencia militante de ningún tipo, pero que reconocen ciertas simpatías e interés en «lo que pasa» a nivel político. Como ejemplo, puede mencionarse el caso de Yesica, quien proviene de una familia trabajadora que nunca militó. Al relatar el inicio de su interés en la política, recupera el posicionamiento de sus padres respecto del conflicto con los sectores agropecuarios en el denominado «conflicto del campo», en 2008. Yesica marca ese momento, en el que era casi una niña, como un punto de quiebre en el que se empezó a interesar por la política y, desde allí, a acercarse a un referente de la agrupación Peronismo Militante del partido de Tres de Febrero. Al momento de la entrevista, participaba de actividades de formación en dicha agrupación e intentaba conformar un centro de estudiantes en su colegio.

Como mencionamos, un rasgo muy característico de este momento, que lo diferencia de las décadas anteriores, es que, más allá de una socialización política familiar, se observan nuevos espacios de socialización política que son centrales en la construcción de la disposición y catalizadores del inicio del compromiso: los espacios participativos vinculados a programas y a políticas públicas que fomentan la participación, por un lado, y los consumos culturales y las formas de relacionarse a través de la web, por el otro. Surgen relatos en los que los/as jóvenes parecen investigar y autogestionar sus inquietudes y sus opiniones políticas y, desde allí, buscar los espacios de militancia, online y offline, que más se acercan a ellos.

Por último, y vinculado a lo anterior, se encuentran relatos de jóvenes que no provienen de familias militantes o interesadas en la política, sino indiferentes o, incluso, desconfiadas de la política. Es el caso de Nicanor, a quien un referente barrial lo invitó a un encuentro de estudiantes secundarios organizado por la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) y al que, por curiosidad, asistió y le gustó. A partir de entonces, comenzó a participar en el centro de estudiantes de su escuela y, al momento de la entrevista, deseaba militar de modo más orgánico en una organización kirchnerista. Nicanor relata que su elección le trae problemas con su familia (su madre no lo acompaña, incluso, se mostró disgustada con esa decisión) y con el director de la escuela, que lo tilda de «politizado». Pablo, en tanto, explicó que su militancia en la Federación Juvenil Comunista (FJC) fue el resultado de una elección como consecuencia de haberse interesado por la izquierda a partir de la fascinación que le produjo Iván Drago, el personaje del filme Rocky IV. Paralelamente a la elección final de este espacio concreto de militancia, comenzó a participar en la coordinadora de estudiantes secundarios y del programa Parlamento Joven de su municipio. Luciano, militante muy activo, se define como el hijo de una empleada doméstica que «ni idea de política» e identifica su comienzo en la militancia a partir de toparse en las redes sociales con una frase de Perón y de comenzar «una investigación» propia que derivó en el acercamiento al Movimiento Evita de su localidad, el cual lidera.

En síntesis, los hitos significativos que aparecen en estas carreras militantes se van tornando más diversos y distantes de un tipo de familia de origen, de un tipo de escuela e, incluso, de un tipo de reclutamiento militante.

Las redes sociales y el devenir militante en los años recientes

El último período ocupa pocos años y permite distinguir tres subperíodos que, si bien en algunos momentos se solapan, remiten a fenómenos y a actores con rasgos muy específicos y distintivos. Debido a esta complejidad, este apartado es más extenso que los anteriores.

El activismo juvenil en esta última etapa muestra a jóvenes de clase media y de clase media baja que comparten ciertas características: crecieron durante gobiernos kirchneristas, y devinieron adolescentes y jóvenes en momentos en los que el estancamiento económico, la inflación, la crisis del empleo joven y la pandemia enmarcaron y constituyeron sus experiencias vitales. Estos años, que coinciden con el gobierno de la alianza Cambiemos (2015-2019), la pandemia y pospandemia, el retorno del peronismo al gobierno (2019-2023) y el ascenso de la extrema derecha (2023), fueron escenario de una acentuación aún mayor de este último tipo de inicio del compromiso que encuentra en las redes sociales, en espacios de socialización y en comunidades online su escenario privilegiado. Es decir, la ya descripta emergencia de renovados espacios ideológicos y causas se dio junto con una inusitada y acelerada preponderancia de redes sociales, contenidos web y acciones online / offline para la socialización, la formación política y la propia organización y conformación de grupalidades y hasta de espacios formales de participación.

La totalidad de los/as entrevistados/as reconoce en las redes sociales, en influencers y en personajes destacados en redes la mayor fuente de aprendizajes políticos, incluso quienes provienen de familias militantes. Asimismo, sobresalen los eventos (marchas de protesta, encuentros organizados por fundaciones, presentaciones de libros) como espacios centrales de socialización política y como puntapié para los inicios en la militancia. Esto sucede tanto en los movimientos feministas y de la disidencia sexual como en aquellos del espacio liberal.

Eugenia, Guadalupe y Tamara se acercaron a la militancia secundaria conjuntamente con el feminismo, aunque sus recorridos son muy diferentes. Tamara proviene de una familia que tiene participación política no partidaria: su madre es licenciada obstétrica y la define como una militante de la salud pública y contra la violencia obstétrica. Comenzó su participación en la escuela debido a su interés por la campaña nacional por el aborto legal, seguro y gratuito. Eso la acercó al centro de estudiantes, donde participó de las protestas en contra de las reformas curriculares implementadas por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Poco después, comenzó a militar en La Mella, una agrupación de izquierda independiente en la que integra la comisión de género. Guadalupe, en cambio, proviene de una familia sin militancia a la que define como «progre»: se encuentra con sus tías y con su madre a partir de la asistencia a las marchas #NiUnaMenos y #8M. Comenzó su participación en la escuela secundaria católica desde la iniciativa de organizar acciones en demanda de educación sexual integral y a favor de debatir abiertamente sobre la ley de aborto legal, seguro y gratuito que se estaba discutiendo en el parlamento. Como menciona, construye sus posturas y sus argumentos a partir de leer feministas en Twitter y en otras redes sociales. Eugenia, en contraste, proviene de una familia que en su juventud tuvo militancia universitaria. Ella referencia a las agrupaciones y a las asambleas del centro de estudiantes de su escuela universitaria como el mayor espacio de aprendizajes políticos. El año en el que comenzó a militar (su primer año de secundaria) coincidió con la primera marcha #NiUnaMenos y con la irrupción de un conjunto de reclamos de estudiantes mujeres en clave feminista. En ese marco, Eugenia decidió comenzar militar en una agrupación en formación de carácter independiente en la que había mayoría de mujeres, es decir, en su caso, la militancia política, estudiantil y de género aparecen fuertemente imbricadas.

El caso de los/as jóvenes liberales y libertarios/as también combina de un modo particular la herencia familiar, la centralidad de las redes, los eventos, las marchas y las reuniones, aunque su componente más fuerte se encuentra en las redes. Como espacio político que creció exponencialmente durante la pandemia, las redes se constituyen como lugar de acercamiento, de reclutamiento, de aprendizajes políticos y de formación ideológica. En todos los relatos, aparece una especie de formación autodidacta: a partir de videos producidos por fundaciones, influencers y líderes; de reportajes y de otros materiales, los/as jóvenes señalan haber aprendido las bases «doctrinarias», los postulados, las estrategias políticas y las cosmovisiones de sus espacios políticos. Son también las redes sociales sus ámbitos de reunión, de capacitación y de organización institucional.

Ciro, militante de Republicanos Unidos, comenzó su compromiso a partir de la búsqueda de un espacio en el contexto de la discusión por la Ley IVE. Su posición antiaborto remite a su membresía en un grupo parroquial católico. El interés por lo público y por la política comenzó en la escuela secundaria cuando, en el marco de una materia, presentó un proyecto de ordenanza municipal para la construcción de una plaza en un barrio. Esta información la buscó por Internet, donde también encontró Secundarios por la Vida, un grupo de estudiantes de todo el país que en el contexto de efervescencia por la discusión de la IVE, se hizo escuchar en las redes y en marchas de protesta. El grupo se reunía a través de Zoom y se encontraba en marchas y en eventos. Desde este espacio, Ciro conoció a otros jóvenes y eligió conformar en su localidad una filial de Republicanos Unidos. Además, a través de Internet, y junto con otros jóvenes, generaron la plataforma de adhesión y de presentación para formar el partido político en la Provincia de Buenos Aires. Ciro proviene de una familia politizada, pero en un signo ideológico contrario: su padre es sindicalista y a su madre la define como «medio progre, medio de izquierda». En su casa se respeta lo que cada uno piensa y «está todo bien» con su militancia liberal.

Similar es el recorrido de Valentina, quien al momento de realizar la entrevista era Secretaria de Juventud de La Libertad Avanza. De su paso por la escuela secundaria, reconoce una permanente sensación de incomodidad y una abierta confrontación con docentes a quienes identificaba como transmisores de «pensamiento único» y de orientación kirchnerista. Un día, su hermano mayor le acercó un video de Javier Milei y sintió que estaba de acuerdo con lo que proponía. A partir de entonces, comenzó a informarse, a leer, y decidió estudiar Ciencia Política y participar en la juventud libertaria de su ciudad. Más que participar, Valentina organizó la juventud libertaria de la Provincia de Buenos Aires. Con una nula experiencia militante, en pocos meses, pasó a coordinar reuniones, a organizar las acciones juveniles y a abrir filiales locales en toda la provincia. Durante la pandemia, mientras cursaba el último año de la escuela secundaria, su militancia fue 100 % virtual. «Era esto o irme del país», explica. Valentina proviene de una familia sin militancia política, aunque definida como muy antikirchnerista. Si bien sus padres son profesionales, hacen un gran esfuerzo para ayudarla a estudiar. «Yo vivo en calle de tierra», define.

Gastón, proviene de una familia que define como trabajadora y muy antiperonista. Comenzó su militancia en la escuela secundaria, pero en el espacio partidario de Juntos por el Cambio, la coalición que llevó al gobierno a Mauricio Macri. Actualmente, coordina las acciones de la rama de estudiantes secundarios/as de La Libertad Avanza. Gastón hizo un «pasaje» de la militancia en Juntos por el Cambio al espacio libertario a partir de un evento: una marcha de protesta en contra de las medidas de aislamiento dispuestas en la pandemia. Allí sintió una mayor afinidad con las consignas libertarias y con su modo de intervención. La otra fuerte influencia para «pasarse» fueron los videos del periodista e influencer libertario El Presto. Gastón participó del «armado» de la juventud libertaria de la Provincia de Buenos Aires y, desde allí, promueve que los/as jóvenes participen en los centros de estudiantes y en eventos como el Parlamento Joven, a partir de dos líneas de acción: llevar las ideas libertarias a los centros de estudiantes y espacios juveniles, y condenar el «adoctrinamiento» en las escuelas secundarias. Los/as jóvenes libertarios/as consideran que tanto en las escuelas como en las universidades las ideas kirchneristas, de género y de izquierda tienen el monopolio y que se obliga a los/as estudiantes a estudiar desde esa cosmovisión.

Un punto en común en el relato de estos/as jóvenes es la sensación de hartazgo frente a un ciclo –el kirchnerismo– que ven agotado. El populismo, destacan, fracasó en ofrecer un modelo de país «viable» y con futuro para ellos/as, y solo está interesado en mantener un público cautivo a partir de planes sociales, con una propuesta económica basada en el populismo y contraria al crecimiento económico. Defraudados por el gobierno de Mauricio Macri, que «no cambió nada» o «fue tibio», buscaron opciones que «realmente» propusieran un cambio para toda la sociedad, a partir de un diagnóstico que coincide con una mirada neoliberal y ortodoxa en lo económico, basada en la «baja de impuestos» para no ahogar a los/as ciudadanos/as, y conservadora en lo social, aunque este aspecto presenta matices entre los/as entrevistados/as, por ejemplo, en relación con la comunidad LGTB, la educación sexual integral y el aborto.

Algunas palabras finales

El primer cambio que se visualiza en las disposiciones al compromiso es el lugar de la familia y, más precisamente, la erosión del vínculo familia-militancia como principal «predictor» del compromiso. A lo largo de las décadas, la familia mantiene un lugar preponderante como agente de socialización, como espacio de aprendizajes políticos, y como formadora de inquietudes y de intereses. No obstante, a medida que se suceden distintas generaciones políticas, va perdiendo exclusividad y centralidad en este rol: aparecen nuevos relatos en los que cobran preeminencia otros agentes y referentes de socialización política.

En segundo cambio que se observa a través de las décadas se produce en la disponibilidad de causas y de espacios político-ideológicos, pero, sobre todo, en los modos de reclutamiento y de construcción de referentes capaces de motorizar aprendizajes políticos y adhesiones. En este sentido, se destacan, por un lado, las políticas públicas participativas y las políticas educativas que promueven la participación escolar y la formación ciudadana: como hemos mostrado, aparecen en los relatos como lugares centrales de aprendizajes políticos y espacios de una primera adhesión. Por otro lado, se acentúa la cada vez mayor centralidad –y, en ocasiones, exclusividad– de las redes sociales, no solo como espacios de aprendizajes políticos, sino como ámbitos organizativos para las agrupaciones, vinculadas tanto con la política institucional como con formas menos orgánicas y descentralizadas. Desde ya, esto no es exclusivo de la militancia secundaria en la Argentina, sino que remite a formas globales de activismo juvenil (Pleyers, 2018; Feixa, 2022).

En otras palabras: la centralidad de las redes como espacio de construcción de comunidades libera al activismo de su limitación geográfica, y expande y amplía las posibilidades ideológico identitarias. Esto, que parece una obviedad, tiene un fuerte impacto en los activismos políticos partidarios, feministas y del espectro de las nuevas derechas y, en parte, es lo que explica la diversificación entre los orígenes culturales o de clase y los activismos juveniles. Los espacios feministas, liberales y libertarios no se pueden entender sin las redes.

Para finalizar, una reflexión que queda pendiente es si la relativa erosión de la familia como lugar privilegiado de las «herencias militantes» puede implicar una mayor democratización de ciertos capitales militantes necesarios para iniciar y para mantener un compromiso político. La presencia de una mayor diversidad de espacios desde donde construir un saber hacer en política parece ser un rasgo amplificador en este sentido.

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Notas

1 El «conflicto por la 125» polarizó a la sociedad argentina y generó una línea divisoria en amplios sectores de la sociedad. Se produjo en 2008, durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, cuando el gobierno emitió la resolución 125, mediante la cual decretaba cobrar una retención del 35 % a las exportaciones de soja que tenían ganancias extraordinarias. Frente a esto, el sector agropecuario se opuso con medidas que incluyeron cortes de ruta. Finalmente, el proyecto enviado al Congreso por el Ejecutivo fue rechazado. La militancia oficialista y opositora se reactivó y creció al calor de este conflicto.
2 La Ley 27610 de Interrupción Voluntaria del Embarazo (https://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/345000-349999/346231/norma.htm) fue sancionada por el Congreso de la Nación Argentina el 30 de diciembre de 2020 y promulgada el 14 de enero de 2021.
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