EL MUNDO EN QUE VIVIMOS
Proyecciones geoestratégicas de los Estados Unidos de América hacia el Ártico (2009-2021)
Política Internacional
Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García", Cuba
ISSN: 1810-9330
ISSN-e: 2707-7330
Periodicidad: Trimestral
vol. 5, núm. 2, 2023
Recepción: 25 Enero 2023
Aprobación: 18 Febrero 2023
Resumen: El cambio climático ha sido el catalizador de un elevado número de desafíos y oportunidades que ha renovado el interés por el Ártico. La región está adquiriendo una nueva visibilidad internacional y ha llegado a considerarse un espacio de gran importancia geopolítica y geoestratégica. En esta zona se superponen los intereses de grandes potencias, y donde las tensiones políticas pudieran tener graves consecuencias para la paz y la seguridad internacional. En este contexto, Estados Unidos ha intentado posicionarse frente al predominio de la presencia rusa en la región y a los intereses de China en este espacio. El presente artículo evalúa los principales rasgos de la proyección estratégica de los EE.UU. en el ártico, su actividad económico-comercial en la zona, y su política energética frente a las exigencias de protección de un medio ambiente tan vulnerable como el del Ártico. Asimismo, se examina la forma en que los EE.UU. ha consolidado su actuación mediante el incremento de la militarización en dicha región y sus aspiraciones de ampliar allí su espacio marítimo.
Palabras clave: Estados Unidos, Ártico, cambio climático, Geopolítica, Geoestrategia, militarización.
Abstract: Climate change has been the catalyst for a number of challenges and opportunities that have renewed interest in the Arctic. The region is gaining new international visibility and has come to be seen as an area of great geopolitical and geostrategic importance. It is an area where the interests of major powers overlap and where political tensions could have serious consequences for international peace and security. In this context, the United States has tried to position itself in the face of the predominance of the Russian presence in the region and the interests of China in this area. This article evaluates the main features of U.S. strategic projection in the Arctic, its economic and commercial activity in the area, and its energy policy in the face of the demands of protecting an environment as vulnerable as the Arctic. It also examines the way in which the US has consolidated its actions through increased militarization in the region and its aspirations to expand its maritime space there.
Keywords: United States, Arctic, climate change, Geopolitics, Geostrategy, militarization.
INTRODUCCIÓN
El Ártico se localiza al Norte del Círculo Polar Ártico (66° 34' Norte). Está compuesto, principalmente, por islas, cordilleras sumergidas y una serie de cuerpos marítimos significativos rodeados por los márgenes continentales de América y Eurasia.
Los estados árticos con derechos soberanos y jurisdiccionales en la zona son: Finlandia, Suecia, Islandia, Noruega, Canadá, Dinamarca, Rusia y Estados Unidos (EE.UU.), siendo estos cinco últimos los países costeros o ribereños.
EE.UU. constituye un país ártico en virtud del territorio de Alaska1, comprado al Imperio Ruso2 en 1867 por un valor de 7,2 millones de dólares. Este espacio, calificado como inmensamente rico en recursos, era entonces un atractivo para el capital norteamericano en un momento de disminución de los suministros globales.
El entonces secretario de Estado de EE.UU., William H. Seward, también contempló adquirir Groenlandia e Islandia como territorios estadounidenses en la región y encargó el mapeo de sus recursos. Se obtuvieron como resultados informes positivos sobre su potencial para la exploración geológica, el cultivo del mar y la comunicación estratégica a través de cables telegráficos (Emmerson, 2010). Sin embargo, su expansión hacia esos territorios no se materializó, estando ambos bajo dominio del reino danés.
En principio, la política dirigida hacia la zona ártica se ejecutó en correspondencia con la expansión de las estructuras gubernamentales de EE.UU., con el propósito de facilitar la explotación de las riquezas en esta región.
Durante el apogeo de la Guerra Fría, la región del Ártico se consideró un campo de juego geopolítico para los EE.UU. y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), debido, sobre todo, a que los bombarderos estratégicos y los submarinos nucleares cruzaban por debajo del casquete polar. Asimismo, Alaska constituía una frontera directa con la entonces Unión Soviética y hoy con la Federación de Rusia como su sucesora. Tras la disolución de la URSS, la región disminuyó en importancia estratégica para los EE.UU.
Sin embargo, los efectos del cambio climático han incidido en que altos funcionarios militares y diplomáticos estadounidenses hayan vuelto a centrar su atención en la zona. El derretimiento de los hielos en el Polo Norte ha alterado drásticamente esta región. Recursos como el petróleo, el gas, los minerales, el pescado y las rutas de transporte, antes bloqueadas por una gruesa capa de hielo, se están convirtiendo en fuentes de ganancias cada vez más accesibles y viables. Al mismo tiempo, se generan contradicciones por el dominio de esta área, en especial entre EE.UU. y Rusia, que consideran su presencia en el Ártico un asunto de seguridad nacional.
En estas circunstancias, para EE.UU. como actor fundamental en el sistema internacional, es cardinal la articulación de sus intereses estratégicos y el desarrollo de un plan de acción que garantice allí su liderazgo. De ahí que este artículo se propone evaluar los principales rasgos de las proyecciones geoestratégicas de Estados Unidos hacia el Ártico. El marco temporal del estudio se corresponde esencialmente con el periodo que va desde el 2009, año en que se emitió la Directiva Presidencial de Seguridad Nacional-66 (NSPD-66) con énfasis en los temas de seguridad, recursos naturales y reclamos de soberanía en el área, hasta el año 2021, cuando Joseph Biden asumió la presidencia de EE.UU.
DESARROLLO
Estado de las reclamaciones de EE.UU. en el espacio marítimo ártico
Se espera que la desaparición del hielo en zonas árticas podría incrementar el comercio, al permitir que buques mercantes crucen con mayor facilidad a través de rutas como el Paso del Noroeste y la Ruta del Mar del Norte (NSR, por sus siglas en inglés)3. Dichos trayectos supondrían un ahorro de alrededor del 40% en la distancia a recorrer en los viajes del Sudeste asiático hacia Europa o América. Ello se traduciría en ahorros potenciales de tiempo, combustible y dinero que, a primera vista4, hacen atractivas estas rutas como alternativas a los Canales de Suez y Panamá (Requejo Cruañas, 2020). Este hecho adquiere importancia si se considera que en la actualidad alrededor de un 90% del comercio internacional se realiza a través de vías marítimas.
Coherentemente, los estados árticos se han apresurado en proporcionar información científica que contribuya a respaldar sus reclamos sobre límites exteriores de su plataforma continental, extendida en correspondencia con lo establecido en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CNUDM), que constituye el principal marco regulatorio en el área.
El Dr. Juan Sánchez Monroe (2018) refirió que la posición estadounidense hacia esta convención ha padecido de una ambivalencia en la que se enfrentan dos posturas5: la del Ejecutivo que, en mayo del 2011, reiteró desde la Secretaría de Estado la promesa de ratificarla en ese año, y la del Senado, que sigue sin hacerlo hasta hoy. Esta situación indica la forma en que el gobierno de EE.UU. ha elegido resolver los asuntos relacionados con el Derecho del Mar, al margen de los mecanismos de negociación, usando la imposición unilateral de sus intereses.
De manera particular, la Ruta del Mar del Norte (NSR, por sus siglas en inglés), en disputa con la Federación de Rusia, se ha convertido en una preocupación para los legisladores estadounidenses. Esta es una ruta marítima que une Europa y Asia a través de las aguas que corren a lo largo de la costa ártica de Rusia.
El Kremlin considera que las extensiones de la NSR son aguas internas rusas, debido a que este Paso atraviesa su Zona Económica Exclusiva (ZEE). De hecho, ha reafirmado su derecho a regular la navegación comercial a través de este espacio marítimo.
Esta posición crea una fuente de tensión con EE.UU., que asegura que esas aguas son internacionales. Estas contradicciones sobre el estatus legal de la NSR estuvieron en gran parte inactivas durante muchos años. Sin embargo, el debate se avivó cuando en marzo de 2019, el periódico ruso Izvestia anunció que Moscú había elaborado un conjunto de reglas para la navegación de buques de guerra extranjeros en la NSR (Congressional Research Service, 2021).
Hasta el momento, Rusia es el país que dedica mayores esfuerzos a la conversión de este paso a través del Ártico en una alternativa viable para las actuales vías de navegación. Esto se debe, sobre todo, a la larga experiencia acumulada por los rusos en el uso de las distintas secciones de esta ruta marítima.
Otra de las reclamaciones de espacios marítimos en el Ártico que ha perdurado en el tiempo, relaciona a Canadá y EE.UU. Este último fue calificado como un socio de valor excepcional en la estrategia ártica canadiense correspondiente al año 2009. Sin embargo, entre Washington y Ottawa continúan las contradicciones sobre la frontera entre los dos países en el mar de Beaufort.
El origen de esta situación se remonta a la redacción del Tratado anglo-ruso de 1825. Los derechos expresados en el documento fueron heredados luego por EE.UU. en 1867 y por Canadá en 1880, de Rusia y Gran Bretaña, respectivamente. Canadá afirma que, según el acuerdo, la línea meridiana del grado 141 delimita su frontera en esa plataforma continental tanto en tierra como en mar. Mientras, EE.UU. sostiene que se trata solo de una frontera terrestre y que la delimitación real de la frontera marítima se aplica más allá de su costa (Cinelli, 2010). Estas posturas diferentes llegaron a un punto crítico en 1976, cuando EE.UU. se opuso a la línea fronteriza que Canadá utilizaba para otorgar concesiones de petróleo y gas en el mar de Beaufort.
Los precios de los hidrocarburos y el aumento de la retórica sobre la llamada "carrera por los recursos del Ártico" en la década de 2000 devolvieron el conflicto al radar político. Sin embargo, esta disputa es de difícil resolución con criterios estrictamente legales y jurídicos, teniendo en cuenta la falta de claridad en relación con lo que delimita el referido grado 141.
EE.UU. y Canadá también mantuvieron tensas relaciones debido a diferentes puntos de vista sobre el estado del Paso del Noroeste, ruta de navegación relevante por su interés estratégico y comercial, y que transcurre a través de las costas de Groenlandia y Canadá. Estas cuestiones permanecieron hasta que, en 1988, tras dos años de negociaciones, Ottawa y Washington firmaron un acuerdo de cooperación en el Ártico en materia de navegación, protección del medio ambiente y seguridad. Este tratado incluía normas a seguir por ambos gobiernos para la utilización pacífica del Paso del Noroeste.
En 2019, el gobierno canadiense enfatizó en su Plan Estratégico de diez años para la región ártica que continúa comprometido con ejercer su soberanía sobre este paso. Desde entonces, estas tensiones siguen sin trascender hacia una solución definitiva, sobre todo porque EE.UU. aún no forma parte de la Convención del Mar.
Lo relacionado hasta el momento evidencia que estas reclamaciones pueden representar una fuente potencial de conflicto. En concordancia con el autor Óscar Requejo Cruañas (2020), una opción viable podría ser un tratado internacional que, como sucede en la Antártida, dejase al menos parte del Océano Ártico como una reserva libre de actividades extractivas, comerciales, etcétera. Sin embargo, a la vista de los intereses en juego y de las acciones de los actores implicados, tal propuesta parece poco probable.
I-Estados Unidos en la carrera por los recursos del Ártico y la preocupación medioambiental
El Ártico alberga importantes reservas energéticas y minerales. Además, la reducción del hielo marino y la apertura de nuevas vías de navegación tendrán implicaciones para el desarrollo de actividades como el turismo y la pesca comercial. Los expertos proyectan que el 84% de los hidrocarburos se encontrarán en altamar como consecuencia del deshielo. La región alberga el 40% del paladio del mundo, el 20% de sus diamantes, el 15% del platino, el 11% del cobalto, el 10% del níquel, el 9% del tungsteno y el 8% del zinc. Sin embargo, motivos como las condiciones climatológicas extremas y la controversia aparejada al impacto medioambiental de los proyectos de las empresas energéticas en el Ártico, han sido considerados antes de iniciar los procesos de exploración y explotación de hidrocarburos y minerales en esta área y, en muchos casos, han conducido a renunciar a estas actividades (Toca, 2021).
De manera particular, se estima que el carbón de Alaska comprende hasta el 10% de las reservas restantes del planeta. Además, cuenta con la Reserva Nacional de Petróleo en Alaska (NPR-A, por sus siglas en inglés)6, que constituye una inmensa extensión de tierra propiedad del Estado con importantes recursos naturales (Requejo Cruañas, 2020). Se estima que hay aún 896 millones de barriles de petróleo y 53 trillones de metros cúbicos de gas por descubrir allí. La zona ha sido explotada en varias ocasiones por compañías como ExxonMobil, ConocoPhilips, BP y TransCanada (Velázquez León, 2015).
Los nuevos riesgos ambientales en el Ártico y el interés comercial que ha despertado la explotación de sus recursos en una perspectiva a largo plazo, forman parte de una paradoja debatida con distintos niveles de prioridad en la estrategia ártica de EE.UU.
Durante la administración Obama, por ejemplo, se redujo el programa sobre las zonas de arrendamiento que fueron antes ampliadas por el presidente George W. Bush. Se generó entonces una importante oposición que cuestionó la calidad y el alcance de las evaluaciones de impacto ambiental realizadas por la administración federal en relación con los sucesos del accidente del Deepwater Horizon7. Como respuesta a estas críticas, el presidente Obama restableció la moratoria en el mar de Bering, en 2010, con lo que previó la apertura de solo tres procedimientos de arrendamiento para la explotación en Alaska. Estos tendrían lugar en el mar de Chukchi y la ensenada de Cook en 2016, y en el mar de Beaufort en 2017 (Campins Eritja, 2017).
En enero de 2015 se produjo una nueva suspensión de los arrendamientos en los mares de Chukchi y el de Beaufort para los dos años siguientes. Esta decisión fue motivada por el bajo interés de la industria petrolera en la región. No obstante, se reconoció que el presidente Obama incluyó la importancia de estas áreas para la subsistencia de los pueblos indígenas de Alaska en el discurso utilizado para respaldar estas acciones. Asimismo, declaró la necesidad de proteger a los mamíferos marinos y otras especies silvestres.
El presidente Obama emitió además la Orden Ejecutiva para mejorar la coordinación de esfuerzos nacionales en el Ártico con el compromiso de preservar el valor estratégico, ecológico, cultural y económico de la región para el país. La aprobación de esta orden contribuyó a la estructuración de una política ártica más sólida promovida por el gobierno.
Entre los factores que impulsaron su adopción, estuvo, en primer lugar, que EE.UU. se preparaba para asumir la presidencia del Consejo Ártico (CA) para el periodo 2015-2017. Segundo, existían diferencias políticas en torno al desarrollo económico de Alaska que habían aumentado de forma considerable. Mientras que desde este Estado se exigía un modelo más dinámico vinculado con la explotación de los recursos de hidrocarburos, el gobierno estadounidense intentaba priorizar entonces una agenda climática más enfocada en la protección ambiental. Ambos elementos explican que Obama, primero, creara el cargo de Representante Especial para la Región Ártica y, segundo, que realizara el viaje a Alaska en 2015, lo que constituyó la primera vez que un presidente de EE.UU. visitaba el Ártico.
Luego, en 2016, el gobierno federal adoptó el programa de arrendamiento para 2017-2022, que incluyó procedimientos con restricciones en: el mar de Beaufort (2020), en la ensenada de Cook (2021) y en el mar de Chukchi (2022) (US Bureau of Ocean Energy Management, 2016). Aun con estas regulaciones, hubo oposición de los sectores y grupos ambientalistas que valoraron de excesivamente elevado el riesgo de un accidente en la zona.
Sin embargo, la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. significó un retroceso en relación con la política implementada por su predecesor. En la nueva línea del gobierno, el 28 de abril de 2017, el magnate republicano emitió otra orden ejecutiva para revertir la suspensión de los arrendamientos y eliminar todas las protecciones que proporcionó el presidente Obama a territorios del Ártico. Su actuación fue considerada sin precedentes en el sistema jurídico estadounidense.
Ello coincidió con la disminución que venía experimentando la producción de petróleo en Alaska, que alcanzó su punto más crítico en 2020. Tuvo que ver, de manera especial, con el auge de la fracturación hidráulica o fracking en otros estados como Texas o Dakota del Norte que sustituyó la producción petrolífera en Alaska (Requejo Cruañas, 2020). De ahí que, en aras de reactivarla, el Presidente defendió la idea de expandir la exploración en el territorio para la explotación de otros yacimientos. Este proyecto pretendía incluir al Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico (ANWR, por sus siglas en inglés), donde se estima que podría haber cerca de 10 400 millones de barriles de petróleo (Roca, 2021).
Un hecho que no debe soslayarse en el análisis es el interés de Trump en comprar Groenlandia8. Ello suscitó la controversia y una consecuente crisis diplomática. Sin embargo, se conoce que este tipo de transacciones ha servido para configurar el actual mapa estadounidense.
Para la comprensión de este ambicioso propósito de Trump, deben contemplarse los siguientes elementos. Se ha estimado que Groenlandia contiene un tercio del total de los 120 millones de toneladas de tierras raras del planeta. Aunque el país norteamericano había firmado en 2020 un convenio de extracción para acceder a los recursos de esta zona, era de su interés poseer el control sobre ellos con mayores libertades (Cordero, 2019). De ahí que la idea de administrar la isla buscaba apoyar la estrategia de desarrollo del potencial energético convencional de EE.UU., que esta vez contempló una especial referencia a los hidrocarburos del Ártico.
También, con Donald Trump en el gobierno, se promovieron con mayor ímpetu declaraciones unilaterales en relación con una posible lucha por la asignación de los recursos árticos. En este sentido, incitó provocaciones hacia el Kremlin durante el último mandato presidencial que ha ejercido hasta la fecha EE.UU. en el CA (2015-2017). Como respuesta, Moscú manifestó que no aceptaría acción alguna que colocara la parte rusa del Océano Ártico bajo control internacional. Frente a estas declaraciones, la Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Trump situó a Rusia y a China9 como rivales estratégicos y abogó por la seguridad energética de EE.UU. (González Santamaría, 2018).
Este enfrentamiento también se manifestó durante la undécima reunión ministerial del CA, desarrollada en Rovaniemi, Finlandia, en 2019. Allí, el entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, mostró su desacuerdo con que el gigante asiático se identificara como un país “casi Ártico” o “cercano al Ártico”. De esta forma, se hacía evidente la preocupación de EE.UU. por la presencia de Beijing en la región polar y sus intentos por hacerla permanente.
Pompeo también señaló a Rusia por haber anunciado un enlace de la NSR, que EE.UU. considera aguas internacionales, con la nueva Ruta de la Seda marítima de China. De esta forma, los intereses sino-rusos comenzaron a converger en el área para unificar sus respectivos proyectos de rutas económicas y competir con EE.UU. Estos hechos se desarrollaron en un momento clave de la guerra comercial del gobierno de EE.UU. contra China, lo que confirmó al Ártico como un nuevo escenario del enfrentamiento geopolítico entre estas potencias.
Sin embargo, en el sistema internacional actual, dos actores del peso de Rusia y EE.UU. no pueden limitarse a mostrar y medir sus fuerzas, sino que están obligados, por la capacidad de destrucción mutua asegurada aun existente, a encontrar también otras vías que relajen la tensión en sus diferencias. Este propósito se persiguió, por ejemplo, con el acuerdo firmado en agosto del 2011 entre las compañías petroleras Rusneft y ExxoMobil. Con ello se intentó abrir el camino a la futura participación estadounidense en la explotación de los recursos energéticos rusos del Polo Norte (Sánchez Monroe, 2018).
Para la Casa Blanca el acuerdo significó su regreso al mercado del país euroasiático. Desde el punto de vista de la geopolítica, el contrato creó entonces la expectativa de que las contradicciones ruso-estadounidenses por las reservas petrolíferas del Polo Norte pudieran encaminarse por la vía de la cooperación y no de la confrontación. Este escenario se frustró en abril del 2017, cuando el presidente Trump denegó unilateralmente a la ExxoMobil el permiso para reanudar las actividades de prospección en el mar Negro con la firma Rusneft. Dado el carácter de las “sanciones” adoptadas por el Jefe de Estado norteamericano contra Moscú, dicha prohibición se hizo extensiva también a los acuerdos sobre inversiones en el Ártico (Sánchez Monroe, 2012).
De lo anterior puede apreciarse que, a causa del calentamiento global, esta región se está volviendo cada vez más accesible, convirtiéndose poco a poco en un territorio geoestratégico de importancia. El deshielo en el Ártico ha abierto el camino a actividades comerciales, así como para la explotación económica de las nuevas rutas marítimas y de los recursos energéticos y minerales. Sin embargo, continúa siendo urgente la atención que debe prestarse a los problemas medioambientales que allí se generan.
II-Respuestas de las administraciones estadounidenses a los impactos del cambio climático y de su actividad industrial en el Ártico
El alcance de la industria en EE.UU. y su impacto sobre el medio ambiente ártico son aspectos que han dominado los debates relativos al desarrollo de esta región. Los efectos del cambio climático en el Ártico, en particular la disminución del hielo marino y el retroceso de los glaciares ha llevado a un aumento de las actividades humanas en la zona. Algunas de ellas tienen el potencial de crear contaminación por petróleo. Si bien no se ha producido un derrame importante de crudo en el Ártico, actividades económicas potenciales como el turismo, la exploración de petróleo y gas, y el transporte de carga aumentan el riesgo de contaminación por crudo.
A diferencia de los otros cuatro estados ribereños del Ártico, los gobiernos que se han sucedido en la Casa Blanca han tardado en reaccionar a las nuevas dinámicas geopolíticas y a las transformaciones ocasionadas por el cambio climático en la zona. A excepción de una directiva relativa al Ártico y la Antártida que fue lanzada en 1994 durante la administración de William Clinton, no fue hasta los últimos días de la administración Bush (hijo) cuando se publicó, en enero de 2009, la NSPD-6610 sobre la política hacia el Ártico (Requejo Cruañas, 2020). Hasta ese entonces, el rostro de la política ártica de EE.UU. había sido el CA.
El referido documento, además de presentar a EE.UU. como una nación ártica con múltiples intereses en la región, incluyó declaraciones sobre seis aspectos fundamentales. Estos fueron: la preservación de la seguridad nacional, la protección del medio ambiente, la gestión sostenible de los recursos naturales, el fortalecimiento de las instituciones para la cooperación entre las ocho naciones del Ártico, la mayor involucración de las comunidades indígenas, así como la ampliación de la investigación científica en temas ambientales locales, regionales y globales (Heske, 2015).
EE.UU. también carecía de una estrategia que priorizara el desarrollo y la protección de la región. Este elemento se contempló para la adopción de la Estrategia Nacional para la Región Ártica, por parte de la administración de Barack Obama, el 10 de mayo de 2013. Con ella, se buscaba posicionar a EE.UU. en la región para responder de forma eficaz a los nuevos desafíos y oportunidades que se derivaban del aumento de la actividad en el Ártico.
Este nuevo documento tuvo en cuenta la directriz presidencial de 2009. De esta retomó sus seis objetivos. Sin embargo, resulta de interés que el fortalecimiento de la cooperación internacional se menciona en esta ocasión, en el último lugar, a diferencia de directivas anteriores. Ello puede interpretarse como una modificación de las prioridades de la política exterior de EE.UU. hacia el Ártico, renovando su discurso en el contexto de consolidación de esta área como escenario de la geopolítica internacional.
A pesar de esta primera declaración de voluntad multilateralista, lo prioritario para EE.UU. siguió siendo defender sus intereses en el área. No obstante, la Estrategia incorporó como objetivo expreso la posibilidad de desarrollar nuevas oportunidades económicas significativas en la zona de una forma sostenible que respetara el frágil ecosistema, así como los intereses y la cultura de las poblaciones indígenas. Con ello, reclamaba una administración responsable que promoviera la gestión sostenible y resiliente a largo plazo en la región.
De este modo, se aprecia que la presidencia de Barack Obama intentó revertir una situación de desinterés general y colocar a la región ártica entre las prioridades del Estado. A la par, situó el tema del cambio climático en la agenda de seguridad nacional. Debe destacarse que la emisión de la Estrategia Nacional para el Ártico de 2013 tuvo fundamentos en el impacto del vertido de petróleo en el Golfo de México en 2010. De este evento también se derivaron otras preocupaciones acerca de la ejecución de las actividades de exploración y explotación de hidrocarburos árticos en zonas ambientalmente más susceptibles.
Muestra de lo anterior fue cuando la administración Obama se enfrentó al debate sobre las perforaciones petroleras en el ANWR11, en Alaska. Dos hechos que guiaron la polémica fueron, por una parte, las atractivas oportunidades para el descubrimiento de recursos petrolíferos. Por otro lado, el refugio proporcionado a algunos de los últimos recursos de vida salvaje que quedan en el país. Finalmente, se determinó que la perforación proporcionaría un suministro temporal de petróleo que no solventaría las necesidades de energía a largo plazo y, además, causaría problemas ambientales irreparables. Así, en enero de 2015, Barack Obama adoptó una de las medidas más radicales en relación con la extracción de recursos en esta área, prohibiendo la perforación en 12,28 millones de acres del refugio (Valerieva Yaneva, 2018).
Sin embargo, la llegada del presidente Trump a la Casa Blanca promovió una nueva apertura del gobierno federal a la exploración y explotación de estos recursos como base de su política energética. Para ello, una de sus primeras acciones fue impulsar una reforma para permitir la exploración en el ANWR, como se había advertido en el epígrafe anterior. A la par, algunos sitios web gubernamentales eliminaron en su totalidad las referencias al cambio climático. Tampoco fueron consideradas las emisiones de gases de efecto invernadero en las revisiones a la Ley Nacional de Política Ambiental.
EE.UU. notificó entonces además su intención de abandonar el Acuerdo de París12. Su retirada, comunicada formalmente al Secretario General de Naciones Unidas el 4 de agosto de 2017, significó a nivel internacional una falta de apoyo a las medidas de mitigación y adaptación al cambio climático, indispensables para la conservación de los ecosistemas y las comunidades indígenas en el Ártico. Estas decisiones incidieron en los trabajos del CA y de otros foros multilaterales, en los que la acción de la administración estadounidense se orientó hacia el unilateralismo (Campins Eritja, 2017).
Dada la polémica que habían generado las decisiones de Trump, el entonces candidato del Partido Demócrata, Joseph Biden, se comprometió durante su campaña a proteger el ANWR. Con ello, volvía a la política desarrollada por la administración Obama, durante la cual fungió como Vicepresidente.
Una vez elegido mandatario para el periodo 2021-2024, Biden ordenó al Departamento del Interior la revisión de los arrendamientos concedidos de parcelas para la exploración. Así, el Gobierno de EE.UU. justificó la suspensión solo temporal de los contratos de extracción de hidrocarburos en el refugio, alegando múltiples deficiencias legales del Programa de Arrendamiento de Petróleo y Gas de Coastal Plain (Llanura Costera) (Pérez Masdeu, 2021).
Si bien esta acción representó una intención del gobierno de atender esta problemática medioambiental, también estuvo condicionada por otros importantes factores. En primer lugar, semanas antes, frente a las presiones de los pueblos indígenas y organizaciones ecologistas, los grandes bancos estadounidenses y canadienses anunciaron que no otorgarían financiamiento para la prospección de hidrocarburos en el refugio ártico.
Además, puede considerarse una jugada estratégica del mandatario, debido a que el anuncio de esta decisión se produjo el mismo día en que Deb Haaland13, Secretaria del Interior de la administración, dio a conocer que el Gobierno de Biden respaldaría a la petrolera ConocoPhilips ante la Justicia. Esta compañía fue llevada a los tribunales por varias organizaciones ambientalistas que se opusieron al proyecto Willow14, en Alaska, cerca del ANWR.
Con esta actitud, se evidencia que el gobierno de Biden ha estado afrontando con prudencia el objetivo de alejar al país de los combustibles fósiles para combatir el cambio climático y alcanzar el objetivo de emisiones neutras de carbono en 2050. Si bien ha reintegrado a EE.UU. al Acuerdo sobre el Clima de París y ha prohibido la concesión de nuevas licencias para extraer hidrocarburos en los predios federales, ha intentado satisfacer, en alguna medida, los intereses de localidades como Alaska, Utah, Dakota del Norte, o Arizona, que tienden a alinearse con el Partido Republicano (Pardo, 2021). De esta forma, busca garantizar el respaldo de estas regiones tanto para su actual gestión como en próximos comicios electorales.
Vale llamar la atención también sobre los recursos pesqueros de la región, los que se traducen en importantes oportunidades de explotación económica de hacerse de manera responsable. Sin embargo, las especies que representan el sustento de las comunidades locales y poblaciones indígenas peligrarían al exponerse a la contaminación, el ruido, la sobrepesca o posibles accidentes de buques.
Todos los instrumentos globales relativos a la conservación y gestión de la pesca son también aplicables a la zona marina del Ártico. En la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se adoptaron en este sentido algunos convenios. Entre ellos se encuentran el Código de Conducta para la Pesca Responsable y el Acuerdo para promover el cumplimiento de las medidas internacionales de conservación y ordenación por los buques pesqueros. EE.UU. forma parte de este último, junto con Noruega, Suecia y Canadá (Requejo Cruañas, 2020).
Un factor fundamental que ha guiado el análisis es la reducción del hielo marino en el Océano Ártico y en los mares adyacentes. Desde 1979, cuando comenzaron los registros por satélite, se ha documentado una disminución de aproximadamente un 30 por ciento. Los antiguos modelos predijeron que el Ártico estaría libre de hielo para el verano del año 2100. Sin embargo, dada la aceleración de los cambios en esta región, los últimos estudios han estimado que esto ocurrirá en el año 2035 (Díaz, 2020).
La reducción del hielo marino en el Océano Ártico y en los mares adyacentes ha sido constante, disminuyendo en aproximadamente un 30 por ciento desde 1979.
Internet.Si bien los efectos del cambio climático abren un escenario que podría facilitar y abaratar el comercio marítimo internacional, no debe soslayarse que una nueva era de exploración y desarrollo en el Ártico contribuyen al calentamiento global, que amenaza el hábitat de especies silvestres icónicas, así como de comunidades nativas que han subsistido allí durante miles de años.
Conviene agregar que el deshielo en el Ártico no solo ha conducido a preocupaciones ambientales, sino que también representa un punto de vulnerabilidad en los esquemas de seguridad. Consecuentemente, los estados han respondido con mayor presencia militar en el área.
III-Los EE.UU. y la militarización en el Ártico. Sus principales fuerzas, misiones y bases militares
En el año 2012 aparecería la Doctrina Rumsfeld. Con ella se reclamaba la región del Ártico bajo el paraguas militar del Comando del Norte de EE.UU. (Gorraiz López, 2014). Fue enunciada por Donald Rumsfeld, quien fungiera como Secretario de Defensa de EE.UU. de 1975 a 1977, durante el mandato de Gerald Ford, y luego de 2001 a 2006, con George W. Bush en el poder.
En 2019, el Departamento de Defensa (DoD, por sus siglas en inglés) de EE.UU. adecuó su estrategia para el Ártico a los nuevos planteamientos de rivalidad con Rusia y China. De manera particular, el Departamento del Ejército ha acentuado que, como Estado ártico, el entorno de seguridad de esta zona contribuye directamente a la defensa del territorio nacional y es de vital importancia para sus intereses nacionales. Posteriormente, estas líneas de acción formaron parte de las correspondientes a las estructuras militares del Estado de Alaska. Así, en 2020, su Fuerza Aérea presentó su propio documento sobre proyecciones hacia el Ártico y, en 2021, lo hizo la Armada. Ello implicó también al Cuerpo de Marines y a la Guardia Costera (Sanz, 2021).
Estas declaraciones han sido coherentes con lo que ya había advertido el analista internacional Robert Kaplan (1994), en su artículo The Coming Anarchy, quien señaló que los impactos políticos y estratégicos de la crisis ambiental coparían la agenda de seguridad nacional estadounidense a inicios del siglo XXI. Kaplan planteó, además, que el medio ambiente era parte de una compleja serie de problemas que definiría una nueva amenaza a la seguridad de los estados.
El Ártico constituye un espacio de enfrentamiento de los intereses geopolíticos de las potencias. EE.UU. ha fortalecido sus efectivos militares e infraestructura en el área.
Internet.Durante la administración Trump, la US Air Force (USAF) comenzó a desarrollar un proyecto de vigilancia, proyección de fuerza, cooperación y preparación de los cuerpos militares para realizar operaciones en el Ártico. Sin embargo, sus preocupaciones fueron más allá de esta región. Intentó velar también por la integridad territorial continental desplegando, junto con Canadá, radares a lo largo de todas sus costas y aumentando su presencia militar en Alaska y Groenlandia (Yametti, 2020).
En este último territorio, EE.UU. posee su principal base aérea ártica, en Thule, la que alberga un arsenal significativo y donde se desarrollan preparativos militares ante la importancia geoestratégica de esta frontera del planeta. Su base de radar empezó a modernizarse en 2019 por un costo de unos 300 millones de dólares para rastrear mejor los lanzamientos de misiles rusos (Klare, 2019).
El Ártico, especialmente Alaska, presenta oportunidades únicas para la proyección de poder más allá de las funciones tradicionales en la defensa contra misiles balísticos. A la vez, esto le permite a EE.UU. desarrollar la competencia de su Ejército y su capacidad para responder en crisis y/o conflictos.
La mayoría de las fuerzas permanentes del Ejército en el Ártico y en el subártico están estacionadas en Alaska. Allí posee tres instalaciones principales: Fort Wainwright, Joint Base Elmendorf-Richardson (JBER) y Fort Greely. Cerca de 11 600 soldados sirven en las dos primeras de estas bases, bajo el mando del Ejército de EE.UU. en Alaska (USARAK) (Department of the Army, 2021).
Además, las fuerzas en Alaska llevan a cabo varias misiones subordinadas a distintas organizaciones del USARAK en el Área de Operaciones Conjuntas (JOA) de Alaska. El Department of the Army (2021) establece que estas misiones son: el Comando de Defensa Espacial y de Misiles del Ejército (SMDC), el Comando Norte de EE.UU. (USNORTHCOM), el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE.UU. (USACE), el Centro de Pruebas de Regiones Frías del Ejército de EE.UU., y la Guardia Nacional del Ejército.
A ello se añade que el Ártico se encuentra dentro de las áreas de responsabilidad del Comando para el Indo-Pacífico15 y del Comando de Defensa Aeroespacial Norteamericana (NORAD, por sus siglas en inglés)16. Al tiempo, incluye el territorio de EE.UU., sus socios y Rusia, en el que todos promueven sus agendas geopolíticas y geoeconómicas, convirtiendo al Ártico en una línea de defensa importante.
Es decir, todos los países árticos, incluso otros actores extrarregionales entre los que destaca China, invierten en los medios que consideran necesarios, incluidos los militares, para su protección. A lo anterior se sumaría un aumento de las tensiones entre estados en la región, en particular EE.UU. y Rusia, como consecuencia de conflictos en otras áreas geográficas. Por tanto, ambas naciones consideran su presencia en las aguas del Polo Norte un asunto de seguridad nacional.
III.1 El Ártico como escenario de la confrontación entre Rusia y Occidente
EE.UU. ha replanteado la prioridad del Ártico en la formulación de su política exterior en un contexto de renovada lucha por la supremacía entre las grandes potencias. Desde 1924, en sus pretensiones hegemónicas, Washington había reclamado que el Polo Norte era una continuación submarina de Alaska (Heske, 2015). Ahora, frente al aumento de los desafíos medioambientales, a la exploración y explotación de recursos, a las disputas territoriales, a los derechos de navegación y a la expansión de las fuerzas y operaciones militares, el Ártico ha adquirido una importancia relevante como nuevo escenario geopolítico.
En 2007, se emitió en Rossiskaya Gazeta, periódico ruso y órgano oficial del Gobierno, que el reparto del Ártico sería el inicio de una nueva división del mundo. Allen Mills (2007, como se citó en Sánchez Monroe, 2018) advirtió en The Sunday Times que había empezado una nueva guerra fría y que el Polo Norte era el área de choque entre las potencias. Aseveraciones de esa naturaleza han formado parte de un extenso debate sobre el valor que ha ido adquiriendo el Ártico ante el aumento de la accesibilidad a los enormes recursos de la región. Con ello, la dinámica geoestratégica de la zona se ha ido modificando.
Desde el punto de vista económico, una parte sustancial de las explotaciones de gas natural y petróleo de Rusia tiene lugar en el Ártico. Además, con la apertura gradual de la NSR, se prevé que su potencial aumente. En términos de estrategia, la región alberga una parte importante de las fuerzas de disuasión nuclear rusas. Entre ellas se incluyen los submarinos nucleares de la Flota del Norte con base en Múrmansk. Por tanto, ante los nuevos cambios que experimenta la zona, Rusia ha aumentado y modernizado los componentes de su ejército en la región para garantizar allí su presencia (Mizrahi, 2021).
El Pentágono ha reaccionado con ánimo de contrarrestar el avance de las fuerzas rusas. En este sentido, durante la administración Trump, una de las antiguas instalaciones de la Guerra Fría en Keflavik, Islandia, fue ocupada por la Marina para misiones de guerra antisubmarina. Mientras tanto, el Cuerpo de Marines estacionó cientos de tropas de combate en bases cerca de Trondheim, Noruega, lo que constituyó el primer despliegue permanente de soldados extranjeros en suelo noruego desde la Segunda Guerra Mundial. Igualmente, en 2018, el Pentágono reactivó la extinta Segunda Flota de la Marina, asignándole la responsabilidad de proteger el Atlántico Norte y las cercanías marítimas del Ártico, incluidas las colindantes con Groenlandia, Islandia y Noruega (Klare, 2019).
Además, ha enviado destructores de la clase Arleigh Burke para realizar ejercicios militares y adiestramiento de distinta índole en el mar de Barents que, junto con la Península de Kola, ha sido históricamente importante para la defensa de Rusia. A la par, EE.UU. se ha propuesto aumentar su flota de rompehielos17 (Yametti, 2020).
Esta decisión le garantizaría a EE.UU. continuar siendo competitivo frente a Rusia y China, ante su creciente actividad en el Ártico. Además, estas máquinas le permitirían también al Estado norteamericano defender sus intereses en la región, realizar actividades militares y de investigación y operaciones para garantizar su seguridad nacional.
Tales motivos fundamentaron que el 9 de junio de 2020 la Casa Blanca publicara un memorando titulado Salvaguardar los intereses nacionales de EE.UU. en las regiones ártica y antártica. A partir de lo expresado en este documento, el entonces presidente Donald Trump ordenó una revisión de los requisitos para un programa de adquisición de una flota de rompehielos de seguridad polar. Con ello se buscaba afianzar una presencia persistente de EE.UU. en las zonas polares en apoyo de los intereses nacionales y en la promoción de la Estrategia de Seguridad Nacional y la Estrategia de Defensa Nacional (Savin, 2020).
Luego, bajo la administración Biden, se ha asistido también a un marcado énfasis en la seguridad nacional y en la defensa del hemisferio desde el Ártico, en correspondencia con sus preocupaciones por la presencia y avance de Rusia en el área. Consecuente con esta política, el 9 de junio de 2021, se abrió del Centro Ted Stevens para Estudios de Seguridad del Ártico, en la Base Conjunta Elmendorf-Richardson, en Alaska. Este, como centro regional del DoD, es una institución académica para la investigación, la comunicación y las capacitaciones bilaterales y multilaterales. Igualmente, proporciona una plataforma para la colaboración con respecto a la estabilidad y la seguridad del Ártico (Congressional Research Service, 2021). Puede interpretarse que, esta institución, enclavada en una base militar y cuya creación competió al DoD, tiene propósitos muy evidentes en relación con estudios y operaciones que justifiquen la defensa de la seguridad nacional de los EE.UU. en el Ártico.
Otro ejemplo que ilustra las intenciones de los EE.UU. de cercar al país euroasiático tiene que ver con la ampliación de su campo de acción en el Ártico reforzando su presencia militar en Noruega.
FALCOOtro ejemplo que ilustra las intenciones de los EE.UU. de cercar al país euroasiático tiene que ver con la ampliación de su campo de acción en el Ártico reforzando su presencia militar en Noruega. En abril de 2021, Washington y Oslo, en confirmación de sus estrechos vínculos, firmaron el Acuerdo de Cooperación de Defensa Suplementaria. A través de este convenio, EE.UU. puede construir infraestructuras adicionales en las estaciones aéreas de Rygge y Sola, en el sur de Noruega, así como en la estación aérea de Evenes y en la base naval de Ramsund, ambas situadas por encima del Círculo Polar Ártico. Con ello se ratificaba la posición clave del país noruego en el flanco Norte de la OTAN (Coffey y Kochis, 2021).
Actualmente, se debate entre si el Ártico puede mantenerse como un escenario de cooperación internacional o si se convierte en un área de conflicto, al tener en consideración los movimientos estratégicos y militares expuestos en este epígrafe. No se debe descartar una posible escalada de tensiones en el marco del histórico enfrentamiento entre Rusia y la OTAN, que ha encontrado espacio para su expansión también en el Ártico. No obstante, hasta el momento los Estados han declarado su interés en conservar la región como una zona de paz. Ante la incertidumbre que generan los cambios aún en curso en el Ártico, mantener el status quo conviene a los países involucrados para un logro viable de sus intereses.
CONCLUSIONES
Se ha evidenciado que la práctica de la exploración y la explotación de los recursos naturales, las estrategias para el enfrentamiento a problemáticas medioambientales en el espacio polar ártico, el desarrollo de las reclamaciones sobre los espacios marítimos árticos y las evidencias de la militarización en la región, constituyeron rasgos fundamentales de las proyecciones geoestratégicas de EE.UU. hacia el Ártico entre 2009 y 2021.
EE.UU. ha orientado su actuación en el Ártico hacia su consolidación como potencia internacional en la zona. La política estadounidense hacia la región se articuló alrededor de importantes instrumentos del gobierno y estrategias emitidas por el DoD. Entre otros temas, se logró abordar el tema del enfrentamiento a problemáticas medioambientales, con énfasis en el cambio climático como un elemento cardinal para resguardar los intereses de seguridad nacional de EE.UU. en el Polo Norte.
La práctica de la exploración y la explotación de los recursos naturales, en especial los energéticos, ha sido una variable constante en las proyecciones geoestratégicas de EE.UU. hacia el Ártico. Esta actividad contribuyó de forma notable al desarrollo de Alaska, al aumento de la importancia geopolítica de este Estado y, por consiguiente, a la consolidación de EE.UU. como productor de hidrocarburos en la región.
La administración Trump priorizó el desarrollo de la industria energética buscando aprovechar los recursos del Ártico, siendo marcadamente agresivo hacia el tema ambiental en comparación con los presidentes Obama y Biden. Es necesario enfatizar que, si bien estos dos últimos mandatarios procuraron revertir la situación de despreocupación hacia los temas ambientales sobre el Ártico, muchas de sus acciones estuvieron marcadas por un discurso ambivalente en función de sus intereses imperialistas en la zona.
Se constata que el desarrollo de las reclamaciones sobre espacios marítimos árticos se ha caracterizado por intercambios bilaterales entre los países involucrados para garantizar el uso pacífico de las áreas en las que convergen sus intereses. Ello no significa que estas fricciones no puedan desencadenar futuros conflictos al agudizarse las contradicciones subyacentes. En este proceso, ha tenido notable repercusión que EE.UU. aún no ha ratificado la CNUDM, lo que ha generado un debate en el que se ha impuesto el argumento de que formar parte de ella limitaría la acción soberana del Estado norteamericano. Sin embargo, para respaldar sus ambiciones en el Ártico, EE.UU. debe considerar formar parte del acuerdo y ajustarse a las normas del Derecho Internacional.
Las evidencias de la militarización en la región confirman el Ártico como un espacio de enfrentamiento de los intereses geopolíticos de las potencias. En este escenario EE.UU. ha ejercido la contención de su histórico rival estratégico, Rusia, y de China, cuya actividad en el área ha alarmado a la diplomacia estadounidense. En este sentido, ha fomentado la investigación con fines estratégicos y se ha proyectado hacia el fortalecimiento de sus efectivos militares e infraestructura en el área. En adición, EE.UU. ha ampliado allí su radio de acción militar a partir de convenios con otros miembros de la OTAN que, como vestigio de la Guerra Fría, actúa como una fuerza de presión que reúne a la mayoría de los estados árticos.
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