RELACIONES INTERNACIONALES
Recepción: 13 Junio 2021
Aprobación: 17 Julio 2021
Resumen: Los instrumentos de poder utilizados por Estados Unidos para el logro de sus intereses hegemónicos se han ido actualizando. En el debate académico, doctrinario y político-mediático, la terminología de la guerra ha adoptado en los últimos años diferentes denominaciones, incluida la de guerra híbrida, para caracterizar un fenómeno cada vez más complejo y multiforme. Con la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, el componente informacional de la guerra adquiere una dimensión aún más relevante al desarrollarse poderosas herramientas injerencistas en el espacio público digital. En varios acontecimientos políticos recientes se ha comprobado el despliegue de estas máquinas de manipulación de la opinión pública con la más absoluta impunidad. Debido a la enconada lucha de clases en el contexto interno y en su proyección soberana externa, Venezuela se ha convertido en laboratorio para la experimentación de estos nuevos instrumentos como parte de lo que se ha denominado un golpe continuado. El liderazgo bolivariano ha mostrado habilidad para contrarrestar estas acciones apoyado en la movilización popular, la unión cívico-militar y sus alianzas externas.
Palabras clave: guerra híbrida, espacio público digital, golpe continuado.
Abstract: The instruments of power used by the United States to achieve its hegemonic interests have been updated. In the academic, doctrinal and political-media debate, the terminology of war has adopted different names in recent years, including hybrid warfare, to characterize an increasingly complex and multiform phenomenon. With the irruption of the new information and communication technologies, the informational component of the war acquires an even more relevant dimension as powerful interference tools are developed in the digital public space. In several recent political events, the deployment of these machines for manipulating public opinion has been verified with the utmost impunity. Due to the bitter class struggle in the internal context and in its external sovereign projection, Venezuela has become a laboratory for the experimentation of these new instruments as part of what has been called a continuous coup. The Bolivarian leadership has shown the ability to counteract these actions supported by popular mobilization, the civic-military union and its external alliances.
Keywords: hybrid war, digital public space, continued coup.
INTRODUCCIÔN
Durante dos décadas la Revolución Bolivariana de Venezuela ha sido blanco sistemático de las acciones desestabilizadoras de varias administraciones de Estados Unidos (Sánchez, 2017), como parte de sus maniobras con vistas a tratar de garantizar la total subordinación de las naciones de América Latina y el Caribe a sus estrategias y a sus cambiantes tácticas de expansión y dominación hemisférica y mundial (Suárez, 2003).
Los presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro han denominado estas acciones como las de un golpe continuado (Chávez, 2002), para evidenciar su carácter ilegal, violento, y su persistencia en el tiempo, lo que en definitiva constituyen actos de guerra.
Como nos recuerda Rodríguez Hernández (2017), al citar a Clausewitz, “la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de la misma por otros medios”, los medios violentos; mientras, para los clásicos del marxismo, esta política no es en abstracto, sino la que sigue una clase dominante en su Estado.
Así, para el logro de sus intereses hegemónicos, Estados Unidos ha ido actualizando los instrumentos de poder con recurrente invocación a su seguridad nacional como pretexto.
En el caso de Venezuela, en marzo de 2015, el presidente Barack Obama emitió una Orden Ejecutiva (The White House, 2015) en la que declaró al país como “una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y a la política exterior de Estados Unidos”.
Según Hernández (2008), para las administraciones norteamericanas la referencia a la seguridad nacional es
una noción resbaladiza, una etiqueta de usos múltiples y universales, como parte del apuntalamiento doctrinal de su política exterior, para connotar cualquier situación interna o externa, que requiera la acción inmediata, priorizada, militar, costosa en términos humanos, económicos o políticos por parte del gobierno.
En el debate académico, doctrinario y político-mediático, la terminología de la guerra ha adoptado en los últimos años diferentes denominaciones, incluida la de guerra híbrida, para caracterizar un fenómeno cada vez más complejo y multiforme.
Con la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el componente informacional de la guerra adquiere una dimensión aún más relevante al desarrollarse poderosas herramientas para su despliegue en el espacio público digital.
Lo que analizó lúcidamente Chomsky (1990) sobre el rol de los medios para la fabricación del consenso, se muestra ahora en una capacidad multiplicada, donde las “víctimas del comunismo” son sustituidas por el comodín de moda, para convencer al público de la maldad del enemigo y preparar el terreno para la intervención, la subversión, el apoyo a estados terroristas, una interminable carrera de armamentos y el conflicto militar, todo ello por una noble causa.
La alta concentración de la propiedad en un puñado de plataformas algorítmicas de alcance global y la ausencia de una normativa internacional sobre su uso, las convierten en una renovada amenaza a la soberanía de las naciones y en armas para el intervencionismo y la agresión.
En varios acontecimientos políticos recientes se ha comprobado el despliegue avasallador de estas máquinas de manipulación de la opinión pública con la más absoluta impunidad.
Debido a la enconada lucha de clases en el contexto interno y en su proyección soberana externa, Venezuela se ha convertido en laboratorio para la experimentación de estos nuevos instrumentos de guerra.
Sin embargo, el liderazgo de la Revolución Bolivariana ha demostrado habilidad para encarar el campo de batalla digital, estratégico para la sostenibilidad de los procesos políticos progresistas en América Latina y el Caribe.
Al sincronizarse cada vez más las políticas de los gobiernos estadounidenses hacia Venezuela y Cuba, es previsible una mayor presencia de estos instrumentos en el diseño, financiamiento y ejecución de operativos con fines insurreccionales. Se impone, por tanto, el dominio de dichos procesos y de las experiencias para su enfrentamiento, así como el establecimiento de políticas para una mayor soberanía tecnológica y una normativa internacional efectiva.
Santander (2020) refiere la paradoja de que el enemigo está sobre-diagnosticado, mientras existe un sub-diagnóstico sobre nuestras propias fuerzas. A menudo la izquierda centra su atención solo en denunciar lo que se nos hace y no en evidenciar la resistencia cognitiva al discurso dominante en los actores sociales. “La debilidad de la derecha venezolana demuestra que ni todo el dinero ni todos los medios del mundo pueden, en ocasiones, lograr que la audiencia se comporte de un cierto modo”.
El estudio de los nuevos instrumentos de la guerra híbrida en el espacio público digital tiene una alta relevancia científica y para la praxis de la política exterior de Cuba.
Es por ello que se requiere actualizar y jerarquizar el conocimiento sobre estas herramientas subversivas; ponerlo a disposición de los decisores con el objetivo de coordinar medidas de política interna y exterior para contrarrestarlos.
Los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución (2017), en referencia al desarrollo del proceso de informatización de la sociedad cubana, subrayan la necesidad de priorizar nuestra soberanía tecnológica, el enfrentamiento al uso ilegal de las tecnologías de la información y la comunicación y la instrumentación de mecanismos de colaboración internacional en ese campo.
A su vez, el Presidente Díaz-Canel (2020) ha afirmado que:
Los nuevos terrenos de operación virtual y mediática han demostrado efectividad en cuanto a la manipulación y a desarmar ideológicamente a los pueblos en nuestra región y en el mundo.
Nosotros debemos ser capaces de generar también, ante todo esto, una estrategia de comunicación con rigor, utilizando incluso muchas de las herramientas que ellos emplean contra nosotros, pero también creando nuevas más ajustadas a nuestra realidad y a la singularidad de nuestro pueblo.
El objetivo del presente trabajo es evaluar los factores que han contribuido al fracaso de los nuevos instrumentos de guerra híbrida en el espacio público digital ejecutados por Estados Unidos contra Venezuela como parte de las acciones de golpe continuado.
Entre los objetivos específicos, se pretende examinar la evolución del concepto de guerra híbrida y de sus nuevos instrumentos en el espacio público digital, determinar sus particularidades para Venezuela y cómo el liderazgo político-militar venezolano, la movilización popular y las alianzas externas han contribuido a su fracaso.
DESARROLLO
De la guerra híbrida a la guerra informacional
La intervención en Afganistán e Iraq, como parte de la llamada “guerra contra el terrorismo”, tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, implicó nuevos desafíos para las fuerzas armadas de Estados Unidos y un extraordinario impacto económico y social que ha trascendido a varias administraciones.
La singularidad de esos escenarios bélicos para las tropas estadounidenses ha sido objeto de amplio debate en círculos académicos y militares, algunos de los cuales comenzaron a caracterizarlos con la denominación de “híbrido” para tratar de sintetizar la integración de diferentes modos y medios de guerra.
El concepto de guerra híbrida ha tenido una rápida evolución, según Bahensky (2016), desde su referencia inicial por Mattis y Hoffman (2005), oficiales del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.
Hoffman (2007) definió la guerra híbrida como aquella que incluye “capacidades convencionales, tácticas y formaciones irregulares, actos terroristas, violencia y coerción indiscriminadas y desorden criminal”.
El proceso de asimilación conceptual del término guerra híbrida ha transitado por diversos niveles relacionados con los aspectos normativos en los estamentos militares, su alcance estratégico, táctico u operacional; y su manejo político y mediático.
Una parte del debate se ha concentrado en la similitud o diferencia del concepto de guerra híbrida con nociones que intentan caracterizar fenómenos similares como guerra política, de cuarta, quinta o nueva generación, no convencional, irregular, en la zona gris, de espectro completo, de baja intensidad o asimétrica, entre otros.
Para Wither (2016), la abundante terminología refleja las dificultades que continúan afrontando los estrategas y académicos para categorizar los complejos conflictos armados del siglo XXI. Según Callahan (2017), cualquier acto ejecutado a través de la coerción, usando elementos activos o pasivos del poder nacional, es parte de la lucha por la dominación y debe ser considerado en la definición de guerra, cuyos principios básicos, establecidos por Sun Tzu, Maquiavelo y Clausewitz, no han cambiado significativamente en la era moderna.
Fridman et al. (2019) afirman que entre los principales temas que ocupan el discurso académico y profesional en relación con los conflictos contemporáneos están la idea de la creciente hibridez entre los medios y métodos militares y no militares empleados por los actores políticos para lograr su cometido sin escalar a una abierta confrontación armada y el ascendente rol de la dimensión informacional como un espacio virtual, utilizado para promover ciertos objetivos políticos nacionales e internacionales.
La denominación de guerra híbrida ha emergido como el término más popular usado en defensa y estrategia para describir el carácter aparentemente confuso de los conflictos contemporáneos, pero sería erróneo asumir un único significado sólo para Occidente, pues para otros países el término tiene una connotación muy diferente.
En el caso de Estados Unidos, tras una audiencia ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes en 2010, se solicitó a la Government Accountability Office investigar si el Departamento de Defensa había definido el término guerra híbrida, si este difería de otros tipos de guerra, y si los documentos de planificación estratégica estaban considerando sus implicaciones. La Oficina informó que el término no era oficial, ni se había incorporado a la doctrina del Pentágono, pero se habían encontrado referencias en varios documentos de planificación estratégica (United States Government Accountability Office, 2010).
De acuerdo con la Circular de Entrenamiento 7100 del Ejército de Estados Unidos, las amenazas híbridas operan en cuatro dimensiones: político-diplomáticas, informacionales, económicas y militares-paramilitares (US Department of the Army, 2010).
Para la OTAN (2010), la amenaza híbrida es aquella demostrada por adversarios con la habilidad de “emplear simultáneamente medios convencionales y no convencionales adaptados al logro de sus objetivos”. Incluye los dominios “no físicos”, para referirse a espacio públicos cibernéticos, mediáticos/informacionales y financieros, y considera clave el área comunicacional para garantizar la respuesta militar efectiva de la Alianza.
Tras las denominadas “revoluciones de colores”, ejecutadas en varios países a partir de 2014, y en particular los acontecimientos en Siria y Ucrania, el término de guerra híbrida tomó renovada preminencia académica y político-mediática.
Su propio creador, Hoffman (2014), manifestó que el conflicto ucraniano había dejado perplejos a los analistas debido a las limitaciones del concepto para incluir instrumentos económicos y financieros, y de subversión política como la creación de organizaciones no gubernamentales y operaciones de información usando páginas web falsas y artículos de prensa fabricados.
El investigador ruso Korybko (2018) define el concepto de guerra híbrida como un nuevo modelo en desarrollo por Estados Unidos para el cambio de régimen, que combina las revoluciones de colores y la guerra no convencional y representa una nueva teoría de desestabilización de Estados, lista para la implantación estratégica en todo el mundo.
Otros académicos rusos examinan el concepto de guerra híbrida a través de diferentes teorías asociadas, en particular las técnicas destructivas de las denominadas revoluciones de colores, considerándolas componentes estructurales de este tipo de guerra y una amenaza a la seguridad nacional (Filimonov, 2019). Revolución de colores es el término utilizado para referirse a técnicas específicas dirigidas a crear un escenario de golpe de Estado con vistas a establecer el control externo sobre la situación política de determinado país.
Aunque el término guerra híbrida ha sido ampliamente referido en el discurso político en Rusia, los investigadores militares generalmente han evitado su utilización por considerarlo contraproducente. La comprensión sobre el carácter multifacético y de amplio espectro de los conflictos no jerarquiza una modalidad de guerra sobre otras (Kabernik, 2019).
Para Fridman et al. (2019), el término se ha transformado tanto que el original y el reconceptualizado solo se asocian por el nombre, pues el más reciente alude a una combinación de poder duro y blando en la confrontación entre dos actores políticos rivales.
Para académicos chinos el término predominante que caracteriza fenómenos similares al de guerra híbrida ha sido el de “guerra irrestricta” (Jash, 2019), mientras los investigadores venezolanos Angiolillo y Sangronis (2020) la denominan “guerra integral”, la cual tiene como principal frente de ataque al mediático, en el que convergen todas las ofensivas.
Para el presente trabajo se ha asumido como concepto de guerra híbrida las acciones bélicas en todos los componentes de la guerra y por una diversidad de actores, que pueden emplear una combinación simultánea de medios y métodos convencionales y no convencionales, a través del espectro total del conflicto, en espacios públicos militares y civiles, incluidos dominios no físicos, como los cibernéticos, mediáticos-informacionales y financieros.
A pesar de la reticencia a aceptar o utilizar el concepto de guerra híbrida en documentos militares oficiales, su creciente referencia en ámbitos políticos y académicos, y la intención de estos sectores en Estados Unidos y Europa a atribuir la ejecución de este tipo de guerra a sus adversarios, obliga a desentrañar su esencia y a mostrar sus componentes.
Como ha ocurrido con otros términos que han demorado en ser admitidos formalmente, en este caso, la evolución de la denominación de guerra híbrida se ajusta conceptualmente a las acciones bélicas que Estados Unidos y sus aliados implementan en la era de la información contra los países que no se le someten, como es el caso de Venezuela.
Los nuevos instrumentos de la guerra híbrida en el espacio público digital
Con la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, el componente informacional cobra una mayor importancia en la conceptualización de la guerra híbrida.
Los nuevos instrumentos de la guerra híbrida se consideran aquellas acciones hostiles relacionadas con el componente informacional, en particular las desplegadas en el ciberespacio, para dañar las infraestructuras del adversario o manipular la opinión pública mediante operaciones psicológicas basadas en inteligencia artificial y big data.
Existe una distinción conceptual entre ciberespacio y espacio público digital. En el proyecto de concepto de soberanía en el ciberespacio, elaborado por la investigadora cubana Rosa Miriam Elizalde, este se describe como el ambiente virtual y dinámico, definido por prácticas sociales, tecnologías, equipos, procesos y sistemas de información, control y comunicaciones que interactúan entre sí y con personas, en el que la información se crea, procesa, almacena y transmite (Elizalde, 2014a).
Por su parte, el espacio público digital es el ecosistema del espacio comunicativo público, con un metabolismo flexible, multidimensional y no físico, basado en una arquitectura en red, donde las interacciones humanas están mediadas por algoritmos de inteligencia artificial que procesan grandes magnitudes de datos y son diseñados por plataformas tecnológicas transnacionales.
Según Nichiporuk (1999), los instrumentos y técnicas de la nueva guerra de información tienen la potencialidad para Estados Unidos de alcanzar sus objetivos de seguridad nacional a través de métodos más baratos, eficientes y menos letales.
En estas circunstancias, el espacio público digital se convierte en un nuevo campo de batalla, un salto de escala en el uso de la comunicación como arma política, al decir de Elizalde y Santander (2020), quienes aluden a una carrera armamentista digital y a grados superiores de operaciones político-comunicacionales, apoyadas en inteligencia artificial computacional.
Gu, Kropotov y Yarochkin (2017) consideran que las redes sociales tienen un fuerte efecto en el mundo real y pueden cambiar el curso de las naciones.
Para Singer (2018), “la batalla de Internet es continua, el campo de batalla es contiguo y la información que produce es contagiosa”. Además, afirma que “una campaña militar limitada se convierte en una guerra global para la opinión pública, un nuevo modelo de todos los conflictos del futuro”.
Por su parte, Sierra Caballero (2016), al contextualizar las guerras de información en América Latina, las califica como golpes mediáticos y nuevas formas del Plan Cóndor; se remite a los Documentos de Santa Fe, diseñados por la Administración Reagan, como antecedente de la doctrina militar del Pentágono. Estos definían para la región una estrategia irregular de intervención, focalizada, entre otros componentes, en la hegemonía en los medios de comunicación, a lo que hoy cabría añadir la ciberguerra o dominio de las redes digitales. Y concluye que la información ya es la guerra.
Varios intelectuales alertan sobre la necesidad de contrarrestar el nuevo golpismo que usa el potencial político de las redes sociales como herramienta de organización, conducción e influencia, pues de no hacer una crítica al cibercontrol los procesos de cambio que vive América Latina corren el peligro de ser presas de la jaula digital (Favaro, D., Maniglio, F., Sierra, F., 2016).
Crecientes evidencias están disponibles sobre el uso de algoritmos y herramientas de redes sociales para el logro de objetivos político-electorales. Al impacto en las elecciones en Estados Unidos (Kaiser, 2019), Brasil, el Brexit, y el referendo sobre el acuerdo de paz en Colombia, se han incorporado investigaciones que revelan la injerencia en México (Tlatelolco, 2020), Chile (Santander, Elórtegui, González, Allende (Cid, y Palma, 2017) y Bolivia (Gallagher, 2019.), entre otras. Más recientemente en Cuba, los disturbios del 11 de julio de 2021, fueron denunciados por las autoridades como una operación político-comunicacional (Rodríguez Parrilla, 2021).
Varias indagaciones comienzan a mostrar las herramientas y métodos para la manipulación en redes. Bradshaw y Howard (2017) refieren que las cibertropas han pasado de involucrar a unidades militares que experimentan el manejo de la opinión pública en redes digitales a firmas de comunicación estratégica que suscriben contratos gubernamentales para ejecutar campañas de redes sociales.
El Centro de Excelencia de Comunicaciones Estratégicas de la OTAN sistematizó algunos de los métodos de influencia utilizados en redes sociales de manera abierta, como la creación de cuentas oficiales, canales y sitios web, comentarios de líderes de opinión y procedimientos encubiertos tales como la difusión de identidades falsas, bots y trolls (NATO, 2016).
Gu, Kropotov y Yarochkin (2017) develan la existencia de empresas comercializadoras de herramientas y servicios para la realización de campañas de manipulación de la opinión pública en varios países.
Lemes de Castro (2020) denomina estos instrumentos como máquinas de guerra híbrida en plataformas algorítmicas, y Howard (2020), máquinas de mentiras, una noria de producción, distribución y marketing que cruza fronteras internacionales; Cabañes (2018) se pregunta sobre la existencia de dictaduras del algoritmo; mientras Calvo y Aruguete (2020) analizan cómo los mismos mecanismos que favorecen la propagación de conflicto y polarización en las redes pueden facilitar dinámicas de organización colectiva, activismo social y comunión política.
A propósito de estos procesos, el término posverdad, cuyo uso se reporta desde 2003, pero fue incluido en el Diccionario de la Real Academia Española en 2017, según Romero-Rodríguez y Rodríguez-Hidalgo (2019), no se diferencia en su constructo simbólico de otros como “manipulación” o “desinformación”, para moldear e influir en las actitudes sociales, apelando a las emociones.
Jin (2020) conceptualiza “el imperialismo de plataforma” como la relación asimétrica de interdependencia entre Occidente, en particular Estados Unidos, con muchos países subdesarrollados, caracterizada por intercambios tecnológicos y flujos de capital desiguales, lo que refleja la dominación tecnológica y simbólica de las plataformas estadounidenses que han influido inmensamente en la mayoría de las poblaciones y países.
Pellicer (2020) afirma que “Bruselas quiere recuperar la soberanía de la materia prima por excelencia del siglo XXI: los datos de sus ciudadanos”, para lo cual “la Comisión Europea propondrá crear una gran nube mediante la agrupación e interconexión de las plataformas virtuales, públicas y privadas, de almacenaje de los Veintisiete para competir con EE.UU. y China”.
Para la OTAN (NATO, 2016), las operaciones de narrativas dirigidas a determinadas audiencias “pueden lograr resultados no menos impresionantes que los ataques a infraestructuras críticas”, y en el futuro serán utilizados métodos más sofisticados e impredecibles para influir en las audiencias objetivo. En tal sentido, una elevada presencia en redes sociales es más productiva que los esfuerzos por debilitar a otros actores en el ámbito informacional limitando la distribución de sus mensajes, por lo que la ignorancia o falta de involucramiento en las redes sociales no constituye una opción para los decisores.
Ante tan graves pronósticos sobre la guerra informacional, Sierra Caballero (2020b) sistematiza tres lecciones como retos para la acción.
primero, no hay democracia sin liberar el código y establecer un marco civil de Internet (hoy dominado por los GAFAM1 y el control de Estados Unidos); en segundo lugar, sin pedagogía de la comunicación en las redes sociales no es posible un proceso de construcción de hegemonía para otra cultura posible y necesaria como modelo de mediación social; y, finalmente, si las futuras guerras del Siglo XXI van a ser, como es previsible, por el agua y los golpes mediáticos hoy se resuelven por vía judicial, ello es solo posible porque el espacio a controlar, combatir y militarizar de Internet queda sujeto, como en su origen, a los intereses hegemónicos imperialistas como históricamente ha sucedido en la comunicación moderna. Por lo mismo, los movimientos sociales y las fuerzas de progreso deben disputar el sentido de la red como un bien común y empezar a reivindicar, más allá del principio de neutralidad, políticas públicas que democraticen el sistema de telecomunicaciones.
El laboratorio venezolano de la guerra
Venezuela ha sido uno de los laboratorios donde se han experimentado numerosas técnicas intervencionistas.
Tras el triunfo electoral y la asunción del Comandante Hugo Chávez a la presidencia en 1999, los sucesivos gobiernos de Estados Unidos han desplegado un amplio arsenal injerencista para intentar derrocar al proceso bolivariano.
Desde el golpe de Estado militar que depuso al presidente Chávez por unas 47 horas en 2002, que algunos analistas calificaron como primer golpe mediático en la región, incluyendo el sabotaje a la industria petrolera en 2002-2003; pasando por los procesos desestabilizadores de 2003-2004, las llamadas “guarimbas” de 2007, 2014 y 2017, hasta los más recientes eventos golpistas contra el presidente Nicolás Maduro, Venezuela ha sido objeto del despliegue de toda la panoplia de instrumentos de la guerra híbrida por parte de Estados Unidos, lo cual ha sido definido como un golpe continuado (Chávez, 2002).
A los efectos de este trabajo, golpe continuado son las acciones desestabilizadoras ejecutadas por factores externos e internos de manera sistemática en diferentes ámbitos económicos, político-diplomáticos, militares-paramilitares e informacionales con el objetivo de generar un estallido social y una situación de ingobernabilidad como detonante para el derrocamiento del gobierno de manera violenta.
Estos eventos se incrementaron con el sobrevenido proceso de transición del liderazgo político y estatal después del fallecimiento del presidente Hugo Chávez y la victoria electoral de Nicolás Maduro en abril de 2013.
Durante la administración Obama se fraguaron los instrumentos jurídicos iniciales (Weisbrot y Sachsel, 2019) para justificar la escalada de agresiones: la denominada Ley de defensa de los derechos humanos y la sociedad civil en Venezuela (US Congress, 2014), y la posterior Orden Ejecutiva (The White House, 2015). Estas fueron recrudecidas por la administración Trump (con otras seis órdenes ejecutivas), para un total de 300 medidas administrativas (Maduro, 2020).
El componente informacional de las operaciones golpistas en Venezuela ha tenido un enfoque prioritario debido a la alta concentración de la propiedad de medios de comunicación en sectores de la oligarquía (Britto, 2008). Intentos del gobierno bolivariano de revertir esta situación provocaron una inmediata y articulada reacción, como fue el caso del fin de la concesión del uso del espacio radioeléctrico a la televisora RCTV en 2007.
Aunque todavía tal concentración se mantiene (en particular en la radio), la creación de una red alternativa de medios y la neutralización de otros, la alta penetración telefónica y de Internet, produjo el desplazamiento del campo de batalla a las redes sociales.
Es por ello que los nuevos instrumentos de la guerra híbrida en el espacio público digital han encontrado en Venezuela un apropiado campo para la disputa de narrativas, en su intención de provocar el quiebre de la resistencia del gobierno y de los sectores que apoyan al proceso bolivariano.
Disímiles acontecimientos reflejan esta dinámica, pero especialmente reveladores fueron los ejecutados por Estados Unidos para la introducción forzosa de la presunta ayuda humanitaria por las fronteras de Colombia y Brasil, el 23 de febrero de 2019 (23F).
Asimismo, tales hechos mostraron también la capacidad de un movimiento político de izquierda en el poder para contrarrestar la agresión multiforme concentrada en espacios tanto físicos como virtuales.
El uso de sofisticados algoritmos de inteligencia artificial para la manipulación de sentidos en un ámbito no exclusivamente electoral, alcanzaron un despliegue inusitado en el período previo, durante y posterior al 23F.
La participación directa y abierta de altos funcionarios de la administración Trump (Bolton, 2020) y de otros gobiernos latinoamericanos, la amenaza o el uso de la fuerza militar y la complicidad de las plataformas comunicacionales transnacionales (Sierra Caballero, 2020a) dotaron a este acontecimiento de una elevada relevancia política internacional.
A su vez, el estrepitoso fracaso de la estrategia golpista, concebida como elemento catalizador de un inminente desmoronamiento del gobierno venezolano, concedieron al desempeño chavista una suerte de modelo sui géneris de enfrentamiento a este tipo de agresiones.
Entre los factores que contribuyeron a la derrota de este esquema interventor, han estado la movilización popular, tanto en los espacios físicos como virtuales, la consolidación de la unión cívico-militar y las alianzas externas configuradas por el gobierno venezolano.
Como movilización popular es entendida la capacidad organizativa y el nivel de conciencia de los integrantes y el liderazgo de las estructuras políticas y sociales a diferentes niveles para responder a las convocatorias basadas en resortes de compulsión y lealtad.
Para Fréitez (2020), el sector militar y el poder popular serían los dos factores determinantes de la ecuación política chavista.
La capacidad organizativa del chavismo en su dualidad de movimiento político-social y fuerza en el poder para cohesionarse ante situaciones excepcionales, por encima de diferencias grupales o tendencias internas, se ha puesto muchas veces a prueba. La sinergia entre las estructuras tradicionales y las renovadas, surgidas como consecuencia de la lucha permanente por la edificación de un paradigma material y espiritual y frente a adversarios internos y externos, han demostrado la emergencia de un nuevo sujeto político: el chavismo.
Desde el inicio de la Revolución Bolivariana se desplegaron numerosas iniciativas organizativas. Teruggi (2018) denomina este fenómeno como “irrupción democrática de los excluidos” y realiza una periodización en tres etapas: de 1999 al 2006, caracterizado por procesos sectoriales/reivindicativos para la resolución de la deuda histórica en agua, salud, educación, alimentación, cedulación. Surgieron entonces las mesas técnicas de agua, las misiones sociales, los círculos bolivarianos, los comités de tierras urbanas, fundos zamoranos, entre otros. La segunda etapa la ubica del 2006 al 2012, en que se impulsan experiencias organizativas como los consejos comunales o las comunas; y la tercera, de 2013 a la actualidad, en que surgen nuevos ensayos para enfrentar la guerra económica como los consejos presidenciales de gobierno popular o los comités locales de abastecimiento y producción.
En cuanto a la organización política, las estructuras de base han mutado desde las patrullas del Movimiento V República hacia un enfoque integrado para dar respuesta en el territorio a las necesidades del pueblo en materia social y de servicios públicos, con la creación de la Red de Articulación y Acción Sociopolítica (RAAS), estructura popular ejecutada por las Unidades de Batalla Bolívar-Chávez del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV, 2018).
Particularmente innovadoras han sido las misiones sociales, sobre cuyos beneficiarios Fréitez (2020) argumenta que:
El papel de los misioneros ha sido determinante para bloquear la “guerra de movimientos” del adversario. Al representar una vanguardia de fidelidad absoluta a la clase dirigente, le ha permitido al chavismo ganar tiempo y defender el proyecto en las calles.
El papel de los misioneros es de amalgama o resorte cuantitativo ante el avance del adversario en los movimientos de presión económica, mediática y diplomática. Preservan las calles y la comunicación con las masas, desde formaciones sociales muy homogéneas con una clara conciencia de la lucha de clases y apelando a discursos de lealtad, nacionalismo-antimperialismo y patriotismo.
Ha permitido afrontar favorablemente este desafío, la prioridad otorgada por el chavismo al espacio público digital, a la par del espacio público físico, evidenciado en el llamado (Maduro, 2016) a defender la revolución en las calles y las redes. Su momento precursor estuvo en la aparición de @chavezcandanga, la cuenta en Twitter del presidente Chávez (Acosta, 2011); hasta la más reciente, versátil y excepcional robustez del Sistema Patria (2020).
El Sistema Patria es una plataforma digital creada por el Gobierno Bolivariano en diciembre de 2016, que integra un conjunto de aplicaciones orientadas a la atención directa al ciudadano y que le permiten acceder de forma expedita a programas sociales implementados por el Estado. Una de las principales fortalezas de esta solución es el uso de la interoperabilidad entre instituciones públicas a fin de organizar y decidir sobre políticas de Estado en el área social. Más de 20 millones de usuarios tienen cuentas en el Sistema Patria (el 94,6% de ellas se mantienen activas); es la página web más visitada por los venezolanos, si se compara con Facebook, donde hay 12 millones de usuarios de ese país. Es la plataforma de gobierno digital más robusta de Venezuela (Ministerio de Comunicación e Información, 2018).
El alcance del Sistema Patria ha permitido contrarrestar de manera efectiva la guerra híbrida en el ámbito económico, en particular frente a la manipulación de la tasa cambiaria, al hacer llegar sistemáticamente y sin intermediarios los subsidios a más de 6 millones de ciudadanos.
En el Congreso Venezuela digital, realizado en noviembre de 2020, el Presidente Maduro aprobó la propuesta de crear una red social venezolana con soberanía tomando como base el Sistema Patria. “Hemos construido un poderoso medio de comunicación 3.0 en Venezuela. […] Fíjense cómo China construyó TikTok, un poderoso medio de comunicación digital […]. [Vamos a] convertir nuestros sueños en una hermosa realidad y sorprender al mundo (Telesur, 2020).
Y añadió la siguiente reflexión
El mundo digital es un mundo donde […] no hay leyes nacionales. […] Twitter lo maneja […] un empresario y sus gerentes, […] un día te tumban la cuenta y no tienes a quién reclamar. Permiten publicar todo lo que les dé la gana contra la Revolución Bolivariana, violencia, llamados a matarme, […] llamados al odio […]. Contra Venezuela todo se vale en esas redes sociales, y así pasa en el mundo. Las redes sociales las gobierna una oligarquía invisible. […] ¿Eso será así para siempre? […] Porque los otros medios de comunicación tienen leyes […], y la gente tiene que cumplir unas leyes […], tienen sus libertades y sus límites. Pero ¿qué límites cumplen esas redes que ya conocemos?: ninguno […]. [Hay que] estudiar el tema de las leyes, la regulación y el cumplimiento de la Constitución por parte de todas las redes sociales.
En esa ocasión, se adoptaron también otras decisiones entre las cuales estuvo la creación de un movimiento orgánico llamado Venezuela digital, para aglutinar a todas las fuerzas de la comunicación digital, activar un laboratorio de formación y producción audiovisual especializado en redes sociales e impartir un diplomado en Comunicación Digital en la Universidad Bolivariana de Venezuela (Venezolana de Televisión, 2020)
Por otra parte, la organización y movilización del chavismo han estado intrínsecamente vinculadas a la unión cívico-militar, factor primigenio del proyecto bolivariano y elemento fundamental de su sostenibilidad, a diferencia de otros procesos políticos progresistas latinoamericanos.
La Constitución de 1999 significó una refundación para la Fuerza Armada, al incorporar una nueva doctrina, organización y equipamiento, así como elementos de carácter filosófico y funcionales, la unificó en un solo cuerpo militar uniforme, le confirió participación activa en el desarrollo nacional y le concedió el derecho al sufragio a sus integrantes. Más recientemente, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó la Ley Constitucional de la FANB, que confirmó el carácter bolivariano, popular, antimperialista y antioligárquico de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana e integró la Milicia Bolivariana como uno de sus componentes (Padrino, 2019).
Por unión cívico-militar, en el caso de la Revolución Bolivariana, se alude a la doctrina ideológica basada en el pensamiento de los próceres venezolanos Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. Invocada de manera original por el Comandante Hugo Chávez como fuente del movimiento revolucionario que aglutinó a sectores patrióticos en el seno de las instituciones militares, conjuntamente con organizaciones populares, para alcanzar el poder político mediante una insurrección armada. Estos sectores, una vez en el gobierno, han consolidado su integración con la participación activa de la Fuerza Armada en el desarrollo económico y social del país y de amplios sectores de la población en la defensa de la nación.
Así lo explica el General en Jefe Vladimir Padrino López, ministro del Poder Popular para la Defensa
Quien no se haya percatado de que esa fusión ha sido determinante para enfrentar los embates de la guerra económica y el asedio imperialista, cuyo único objetivo es esquilmar nuestras riquezas, no ha entendido la magnitud de esa doctrina frente a lo que está sucediendo. De no existir la consolidación cívico-militar hace tiempo seríamos la nueva colonia norteamericana (Padrino, 2019).
Numerosos han sido en estos años los intentos de cooptar a sectores de la FANB para las acciones golpistas contra la Revolución Bolivariana, todos los cuales han sido derrotados oportunamente. Entre ellos se cuentan los intentos de introducción forzada de la ayuda humanitaria por la frontera colombo-venezolana el 23 de febrero de 2019, y el conato de insurrección militar del 30 de abril de ese año, que involucró a un reducido grupo de oficiales y soldados. Ambos contaron con el apoyo organizativo, logístico e informacional de las agencias de inteligencia de Estados Unidos, y el acompañamiento impune de una intensa campaña de manipulación en el espacio público digital, que fue ampliamente contrarrestada en similar campo de batalla.
El tercer factor determinante en el enfrentamiento a la guerra híbrida contra Venezuela ha sido el de las alianzas externas construidas por el gobierno venezolano como parte de su nueva concepción de política exterior bolivariana (Tirado, 2015), contrahegemónica e independiente, las cuales han resultado claves en la capacidad de disuasión y apoyo.
Las alianzas externas constituyen el conjunto de interrelaciones político-diplomáticas, socio-económicas y militares entre gobiernos que, por su magnitud, nivel de consolidación, intereses recíprocos y alcance geopolítico, influyen de manera relevante en la política interna y en la proyección externa de los países involucrados.
En el caso de Venezuela, se han destacado los vínculos forjados particularmente con Cuba, Rusia y China.
En cuanto a Cuba, el abarcador sistema de colaboración política, económica y social bilateral ha permitido al gobierno venezolano aprovechar la experiencia alcanzada por la nación antillana en diferentes ámbitos, incluido el político-diplomático y en la formación de recursos humanos, así como disponer del alcance de la red de vínculos conformados por Cuba en 60 años para contrarrestar las acciones agresivas de Estados Unidos.
Previo a los acontecimientos del 23 de febrero de 2019, la oportuna y contundente denuncia de Cuba (Declaración del Gobierno Revolucionario, 2019) sobre la escalada de presiones y acciones del Gobierno de Estados Unidos para preparar una aventura militar disfrazada de “intervención humanitaria” en Venezuela, fue esencial para revelar las acciones encubiertas de unidades de Fuerzas de Operaciones Especiales y de la Infantería de Marina en vuelos de aviones de transporte militar hacia República Dominicana y otras islas del Caribe.
El intenso despliegue de las misiones diplomáticas cubanas acreditadas ante los respectivos gobiernos y la fuerte campaña de nuestra Cancillería en redes digitales tuvo una amplia repercusión y efecto disuasorio, lo que demostró que la guerra híbrida en el espacio público digital también puede ser enfrentada en ese propio escenario con resultados exitosos.
La capacidad de Rusia y China, como crecientes actores globales, oferentes de apoyo político, financiero, tecnológico y militar, y su disputa geopolítica con Estados Unidos en América Latina, han sido también de inestimable valor para la sobrevivencia de la Revolución Bolivariana.
Contribuyeron a poner cortapisas a las intenciones intervencionistas de Estados Unidos, las sistemáticas declaraciones de los portavoces de ambas cancillerías, el desempeño de Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU en los debates sobre Venezuela; así como el sistema de medios y redes sociales de alcance global de ambos países que se desplegaron oportunamente para difundir una postura contraria a la narrativa que intentaba establecer la administración Trump en los medios y redes digitales.
CONCLUSIONES
Al no existir regulaciones precisas ni normativas internacionales claras, es previsible que el espacio público digital se perfile cada vez más como un campo de confrontación e influencia geopolíticas. Que los estados-nación tengan la capacidad de afrontar y eventualmente derrotar los nuevos instrumentos de la guerra híbrida se convierte en factor estratégico de seguridad nacional.
Para cambiar las reglas del juego, afirma Elizalde (2014b) en referencia al intelectual brasileño Darcy Ribeiro, hay que tomar por asalto, desde el conocimiento, las herramientas de los nuevos colonizadores y construir las nuestras con un fondo común de inteligencia y recursos económicos, tecnológicos y jurídicos.
Aunque se han elaborado varios estudios desde una perspectiva de izquierda sobre el empleo de estos nuevos instrumentos de dominación, es prácticamente inexistente el abordaje teórico sobre la manera en que los movimientos revolucionarios en el poder han contrarrestado exitosamente estos mecanismos intervencionistas.
El más prominente desempeño en la batalla comunicacional lo protagonizó Chávez (Santander, 2020), quien comprendió, junto a Fidel, que cuando la “acción contraofensiva es exitosa obliga al atacante a cambiar de lógica y pasar a la posición defensiva” y “adoptó y adecuó conceptos del campo militar al comunicacional”. Entre sus ideas centrales en este ámbito estuvo la de “entender la acción comunicacional sistemáticamente, abordar las diferentes iniciativas en el marco de acciones propias de un ´sistema´, y no estar siempre actuando aislada, fragmentada, casuística y reactivamente”.
Las lecciones aprendidas por el chavismo, como nuevo sujeto político en el escenario físico y digital, su originalidad y audacia en el ejercicio del poder político, la habilidad del liderazgo y las implicaciones de la hegemonía institucional, militar y comunicacional alcanzadas, con énfasis en la alfabetización digital, el principio de movilización simultánea en las calles y en las redes, y las acciones de contrainformación híbrida (entre medios tradicionales, alternativos y redes sociales) para disputar la batalla por la narrativa, constituyen elementos estratégicos en la lucha por la soberanía tecnológica en el escenario digital y por una normativa internacional para contrarrestar el uso bélico del ciberespacio.
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